En medio de la sala del Cháteau Villete, el teniente Collet contemplaba abatido las brasas de la chimenea. El capitán Fache acababa de llegar y ahora se encontraba en la habitación contigua. Gritando órdenes por teléfono, tratando de coordinar el intento fallido de localizar el Range Rover desaparecido.
«A estas alturas puede estar en cualquier parte», pensó Collet.
Había desobedecido las órdenes directas de su superior y había dejado escapar a Langdon por segunda vez, pero al menos la Policía Científica había localizado un impacto de bala en el suelo, lo que, a falta de otra cosa, corroboraba su justificación para haber entrado en la casa. Con todo, Fache estaba de muy mal humor y a él no se le escapaba que, cuando las cosas se calmaran un poco, habría represalias.
Por desgracia, las pistas que estaban acumulando no parecían arrojar luz sobre lo que había sucedido ni sobre las personas implicadas. Quien había alquilado el Audi negro que estaba aparcado junto a la verja lo había hecho con un nombre y un número de tarjeta de crédito falsos, y las huellas que habían encontrado no figuraban en la base de datos de la Interpol.
Un agente entró en la sala a toda prisa.
—¿Dónde está el capitán Fache?
Collet apenas apartó la vista de la chimenea.
—Está hablando por teléfono.
—Ya no —exclamó Fache irrumpiendo en la sala—. ¿Qué han encontrado?
—Señor, desde la comisaría acabamos de recibir noticias de André Vernet, del Banco de Depósitos de Zúrich. Quiere hablar con usted en privado. Parece que quiere cambiar su declaración.
—¿Cómo?
Collet levantó la vista.
—Ahora admite que Langdon y Neveu han estado en el banco esta noche.
—Eso ya nos lo imaginábamos —dijo Fache—. Pero ¿por qué nos ha mentido entonces?
—Dice que sólo hablará con usted, pero está decidido a cooperar plenamente.
—¿A cambio de qué?
—De que no divulguemos el nombre del banco a los medios de comunicación y de que le ayudemos a recuperar algo robado. Parece que Langdon y Neveu se han llevado algo de la cuenta de Sauniére.
—¿Qué? —exclamó Collet—. ¿Cómo?
Fache le clavó la mirada al agente, sin pestañear.
—¿Y qué es lo que han robado?
—Vernet no ha dicho nada más, pero parece que está dispuesto a lo que sea con tal de recuperarlo.
Collet intentó imaginar cómo había podido suceder todo aquello. Tal vez Langdon y Sophie habían asaltado a un empleado a punta de pistola. Tal vez habían obligado a Vernet a abrir la cuenta de Sauniére y a facilitarles la escapada en el furgón blindado. Por factible que fuera, a Collet le costaba imaginar a Sophie metida en algo así.
Desde la cocina, otro policía llamó a gritos a Fache.
—¿Capitán? He pulsado el botón de rellamada del teléfono, y me ha salido el aeródromo de Le Bourget. Tengo malas noticias.
Treinta segundos después, Fache ya se disponía a abandonar el Cháteau Villette. Acababa de enterarse de que Teabing tenía un jet privado en el cercano aeródromo de Le Bourget y que el avión había despegado hacía media hora.
El empleado del aeropuerto con el que habló por teléfono aseguraba no saber quién viajaba en el aparato ni adónde se dirigía.
Aquella salida no estaba programada y no se les había facilitado ningún plan de vuelo. Por más que se tratara de un aeródromo pequeño, aquello era totalmente ilegal. Fache estaba seguro de que, presionando adecuadamente, obtendría las respuestas que buscaba.
—Teniente Collet —ladró Fache dirigiéndose a la puerta—, no me queda otro remedio que dejarlo al frente de las pesquisas de la Policía Científica en la casa. Intente hacer algo bien, para variar.