Collet y sus hombres irrumpieron en la mansión de sir Leigh Teabing con las armas en alto. Se desplegaron por las estancias de la planta baja. En el suelo del salón encontraron un impacto de bala, señales de que se había producido un forcejeo, un poco de sangre, un curioso cinturón con púas y un rollo de cinta aislante. Pero no parecía haber nadie en ninguna parte.
Cuando Collet se disponía a ordenar a sus hombres que se dividieran e inspeccionaran el sótano y las habitaciones traseras, oyó voces en la planta superior.
—¡Están arriba!
Corriendo por la amplia escalinata, Collet y sus hombres registraron todas las habitaciones de aquella enorme mansión, revisando pasillos y dormitorios oscuros a medida que se acercaban al lugar de donde provenían las voces. El sonido parecía salir de la última estancia, al fondo de un pasillo larguísimo. Los agentes empezaron a avanzar sigilosamente por él sellando cualquier salida alternativa.
Al acercarse más a aquella habitación, Collet vio que la puerta estaba abierta de par en par. Las voces habían cesado de repente y habían sido sustituidas por un extraño ronroneo como de motor.
Collet levantó el brazo y dio la señal. Traspasó el umbral, encontró el interruptor y encendió la luz. Los agentes venían detrás. El teniente gritó y apuntó con el arma a… nada.
Un dormitorio de invitados desierto. Vacío.
El ronroneo del motor salía de un panel electrónico que había en una pared, junto a la cama. Collet había visto varios dispositivos como aquel instalados en toda la casa. Una especie de sistema de intercomunicadores. Se acercó. El panel tenía unos diez botones con etiquetas debajo:
ESTUDIO… COCINA… LAVADERO… BODEGA…
«¿Pero de dónde sale el ruido del coche?».
DORMITORIO DEL SEÑOR… SOLARIUM… COBERTIZO… BIBLIOTECA…
«¡El cobertizo!». Collet bajó la escalera en cuestión de segundos y avanzó a toda prisa hacia la puerta trasera, llevándose consigo a uno de los agentes. Atravesaron el jardín posterior y llegaron sin aliento frente a una especie de granero destartalado. Desde fuera se oía, amortiguado, el sonido de un motor. Levantó el arma, entró y encendió las luces.
El lado derecho de aquel cobertizo era un taller rudimentario, con cortadoras de césped, recambios de coche, material de jardinería. En la pared cercana había colgado otro de aquellos paneles electrónicos. Uno de los botones, el correspondiente a DORMITORIO DE INVITADOS II estaba pulsado y el sistema de comunicación activado.
Collet se volvió, iracundo. «¡Nos han engañado con los intercomunicadores!». Se acercó al otro extremo del cobertizo y dio con los cubículos de una cuadra. Vacíos. Al parecer, el dueño prefería la fuerza de otro tipo de caballos; los cubículos se habían convertido en un impresionante estacionamiento para coches. La colección era bastante completa: un Ferrari negro, un brillante Rolls-Royce, un Aston Martin coupé antiguo y un Porsche 356 de colección.
El último compartimento estaba vacío.
Collet vio que había manchas de aceite en el suelo.
«No podrán salir de la finca».
Tras la verja habían dejado atravesados dos coches patrulla, que impedían el paso, precisamente para evitar una situación como aquella.
—¿Señor? —El agente señaló la parte trasera de las cuadras.
La pared del fondo del granero estaba abierta de par en par, y tras ella se extendía una suave pendiente embarrada que se perdía entre los campos oscuros. Collet salió por aquella puerta, intentando ver algo entre las sombras. Pero sólo distinguía débilmente la silueta del bosque recortándose en la penumbra. Ni una luz, ni un faro. Probablemente, aquel valle boscoso estaba atravesado por cientos de caminos y pistas forestales que no aparecían en los mapas, pero Collet estaba convencido de que los fugitivos no llegarían tan lejos.
—Que algunos hombres rastreen esa zona. Seguro que ya se han quedado atrapados por ahí. Estos coches tan caros se atascan a la mínima en el barro.
—Eh… señor… —El agente le señaló un tablón con clavijas de las que colgaban juegos de llaves. Sobre cada clavija había una etiqueta con el nombre de una marca de coche.
DAIMLER… ROLLS-ROYCE… ASTON MARTIN… PORSCHE…
De la última clavija no colgaba ningún juego de llaves.
Cuando Collet leyó la etiqueta que había encima, supo que iba a tener problemas.