«Sangreal… Sang Real… San Greal… Sangre Real… Santo Grial».
Todo estaba relacionado.
«El Santo Grial era María Magdalena… la madre del descendiente de Jesús».
Ahí de pie en el salón, mirando a Langdon, Sophie se sintió invadida por una nueva oleada de desconcierto. Cuantas más piezas Teabing y Langdon ponían sobre la mesa, más impredecible se volvía aquel rompecabezas.
—Como ves, querida —dijo Teabing acercándose a una librería—, Leonardo no es el único que ha intentado decirle al mundo la verdad sobre el Santo Grial. La descendencia real de Jesucristo la han documentado exhaustivamente muchos historiadores. —Pasó el dedo por una hilera de libros.
Sophie se adelantó un poco y leyó los títulos:
LA REVELACIÓN TEMPLARIA:
Guardianes secretos de la verdadera identidad de Cristo
LA MUJER DE LA VASIJA DE ALABASTRO:
María Magdalena y el Santo Grial
LA DIOSA EN LOS EVANGELIOS:
En busca del aspecto femenino de lo sagrado
—Y este es tal vez el más conocido de todos —dijo Teabing, sacando del estante un viejo ejemplar de tapa dura y entregándoselo.
EL ENIGMA SAGRADO:
El aclamado best seller internacional.
Sophie alzó la vista.
—¿Un superventas internacional? No había oído nunca hablar de él.
—Era demasiado joven cuando se publicó. La verdad es que en la década de 1980 causó cierto revuelo. Para mi gusto, sus autores incurrieron en algunas interpretaciones criticables de la fe en sus análisis, pero la premisa fundamental es sólida, y a su favor debo decir que lograron acercar al gran público la idea de la descendencia de Cristo.
—¿Y cuál fue la reacción de la Iglesia?
—De indignación, claro. Pero eso ya se esperaba. En el fondo, se trata de un secreto que el Vaticano ya había intentado enterrar en el siglo IV. En parte, esa es la razón de las Cruzadas. Recopilar y destruir información. La amenaza que María Magdalena representaba para los hombres de la Iglesia primitiva era potencialmente de unas proporciones enormes. No sólo era la mujer a quien Jesús había encomendado la tarea de fundar la Iglesia, es que era la prueba física de que la recién proclamada deidad de la Iglesia había engendrado a un descendiente. Y ésta, para defenderse del poder de Magdalena, perpetuó su imagen de prostituta y ocultó las pruebas de su matrimonio con Jesús, restando así credibilidad a la posibilidad de que hubiera tenido descendencia y fuera, por tanto, un profeta mortal.
Sophie miró a Langdon, que asintió una vez más.
—Sophie, las pruebas históricas que avalan todo esto son muy sólidas.
—Reconozco —prosiguió Teabing— que las acusaciones son horrendas, pero debe comprender las poderosas motivaciones de la Iglesia para llevar a cabo una confabulación de esas proporciones. No habrían sobrevivido nunca si se hubiera hecho público que Cristo había tenido descendencia. Un hijo suyo habría minado cualquier idea de divinidad asociada a él y, por tanto, habría sido el fin de la Iglesia cristiana, que proclamaba ser el único vehículo a través del cual la humanidad podía acceder a lo divino y entrar en el Reino de los Cielos.
—La rosa de cinco pétalos —dijo Sophie, señalando el lomo de uno de los libros de Teabing. «La misma que la que hay en la caja de palisandro».
Teabing miró a Langdon y sonrió.
—Tiene buen ojo —dijo—. Para el Priorato, ese es el símbolo del Grial —añadió, dirigiéndose de nuevo a Sophie—. María Magdalena. Como la Iglesia prohibió su nombre, Magdalena empezó a conocerse a través de seudónimos: el Cáliz, el Santo Grial o la rosa. —Se detuvo un instante—. La rosa está relacionada con la estrella de cinco picos, el pentáculo de Venus, y con la rosa náutica. Por cierto, que la palabra «rosa» en inglés, francés y alemán, entre otras lenguas, es «rose».
—«Rose» —añadió Langdon— es un anagrama de Eros, el dios griego del amor sexual.
Sophie lo miró sorprendida antes de que Teabing siguiera con su exposición.
—La rosa siempre ha sido el símbolo de la sexualidad femenina. En los primitivos cultos a la divinidad femenina, los cinco pétalos representaban los cinco estados de la vida de la mujer: el nacimiento, la menstruación, el alumbramiento, la menopausia y la muerte. Y en la época moderna, los vínculos de la rosa con la feminidad se consideran de índole más visual. —Miró a Robert—. Tal vez el experto en simbología pueda explicárselo.
Robert dudó un instante que se prolongó demasiado.
—¡Dios mío! ¡Qué mojigatos sois los americanos! —protestó Teabing volviéndose para dirigirse a Sophie—. Lo que a Robert le da vergüenza decir es que el capullo abierto se parece a los genitales femeninos, a la flor sublime por donde la humanidad entra en este mundo. Y si alguna vez ha visto alguna obra de la pintora Georgia OKeeffe, sabrá exactamente de qué le estoy hablando.
—La cuestión —intervino Langdon acercándose de nuevo a la librería— es que todos estos libros reivindican con fundamento un mismo hecho.
—Que Jesús tuvo un hijo —dijo Sophie, aunque seguía dudando.
—Sí —dijo Teabing—. Y que María Magdalena era el vientre en que se perpetuó su linaje real. El Priorato de Sión, en nuestros días, sigue venerando todavía a María Magdalena como diosa, como Santo Grial, como rosa y como Madre Divina.
En la mente de Sophie volvió a aparecer el ritual del sótano.
—Según la hermandad —prosiguió Teabing—, María Magdalena estaba encinta en el momento de la crucifixión. Para garantizar la seguridad de la hija que nacería, no tuvo otro remedio que huir de Tierra Santa. Con la ayuda del amado tío de Jesús, José de Arimatea, María Magdalena viajó en secreto hasta Francia, conocida entonces como la Galia. Aquí, entre la comunidad judía, halló refugio. Y fue aquí, en Francia, donde dio a luz a su hija, que se llamó Sarah.
Sophie alzó la vista.
—¿Se sabe incluso el nombre de la niña?
—Y bastante más que eso. Las vidas de María Magdalena y de Sarah fueron minuciosamente documentadas por sus protectores judíos. Tenga en cuenta que aquella niña pertenecía al linaje de los reyes de Judea, David y Salomón. Fueron innumerables los estudiosos de esa época que escribieron crónicas sobre los días de María Magdalena en Francia, incluido el episodio del nacimiento de Sarah, y sobre el subsiguiente árbol genealógico.
Sophie no salía de su asombro.
—¿Existe un árbol genealógico de Jesucristo?
—Sí, claro. Y se cree que es una de las piedras angulares de los documentos del Sangreal. Una genealogía completa de los primeros descendientes de Cristo.
—Pero ¿de qué sirve un detallado árbol genealógico de los descendientes de Jesús? Eso no es prueba de nada… Los historiadores no pueden demostrar su autenticidad.
—Tampoco se puede demostrar la autenticidad de la Biblia —replicó Teabing soltando una carcajada.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Quiero decir que la historia la escriben siempre los vencedores. Cuando se produce un choque entre dos culturas, el perdedor es erradicado y el vencedor escribe los libros de historia, libros que cantan las glorias de su causa y denigran al enemigo conquistado. Como dijo Napoleón en cierta ocasión, «¿Qué es la historia sino una fábula consensuada?». —Sonrió—. Dada su naturaleza misma, la historia es siempre un relato unilateral de los hechos.
Sophie nunca se lo había planteado así.
—Los documentos del Sangreal nos cuentan, simplemente, el otro lado de la historia de Cristo. Y al final, escoger con qué lado de la historia nos quedamos se convierte en una cuestión de fe y de exploración personal, pero al menos la información ha sobrevivido. Los documentos del Sangreal contienen decenas de miles de páginas de información. En los relatos que han hecho testigos de primera mano del tesoro del Sangreal, describen que éste se traslada en cuatro enormes arcones. En ellos está contenido lo que se conoce como «Documentos Puristas», miles de páginas de papeles anteriores a la época de Constantino, no manipulados, escritos por los primeros seguidores de Jesús, que lo reverenciaban absolutamente en tanto que maestro y profeta humano. Circulan rumores de que en el tesoro también está incluido el documento «Q» del que hasta el Vaticano admite su existencia. Supuestamente, se trata de un libro con las enseñanzas de Jesús escritas tal vez de su puño y letra.
—¿Escritos del propio Cristo?
—Por supuesto —dijo Teabing—. ¿Por qué no podría Jesús haber llevado un registro de su Ministerio? En aquellos tiempos casi todo el mundo lo hacía. Otro documento explosivo que se cree que forma parte del tesoro es un manuscrito conocido como «Diario de Magdalena». El relato personal de María Magdalena sobre su relación con Jesús, su crucifixión y su estancia en Francia.
Sophie se quedó en silencio un buen rato.
—¿Y estos cuatro arcones con documentos son el tesoro que los Caballeros Templarios encontraron bajo el templo de Salomón?
—Exacto. Los que los convirtieron en una orden tan poderosa. Los que han sido objeto de tantas búsquedas del Grial a lo largo de toda la historia.
—Pero dice que el Santo Grial es María Magdalena. Si lo que la gente anda buscando son documentos, ¿por qué dice entonces que busca el Santo Grial?
Teabing la miró con expresión más serena.
—Porque el lugar donde se ocultaba el Santo Grial incluía también un sarcófago.
Fuera, una ráfaga de viento ululó entre los árboles.
El tono de Teabing era más pausado.
—La búsqueda del Grial es literalmente el intento de arrodillarse ante los huesos de María Magdalena. Un viaje para orar a los pies de la descastada, de la divinidad femenina perdida.
Sophie abrió mucho los ojos, maravillada.
—¿O sea que el lugar donde se ocultaba el Santo Grial es en realidad… una tumba?
Teabing entornó los ojos color avellana.
—Sí, lo es. Una tumba que contiene los restos de María Magdalena y los documentos que cuentan la verdadera historia de su vida. En el fondo, la búsqueda del Santo Grial siempre ha sido la búsqueda de Magdalena, la reina agraviada, enterrada con las pruebas que demostraban los derechos de su familia a reclamar un puesto de poder.
Sophie aguardó unos momentos mientras Teabing tomaba aliento. De su abuelo había cosas que aún seguía sin entender.
—Así —dijo al fin—, durante todos estos años, ¿los miembros del Priorato han asumido la responsabilidad de proteger los documentos del Sangreal y la tumba de María Magdalena?
—Sí, pero la hermandad tenía también otra misión: proteger a la propia descendencia. El linaje de Cristo ha estado en continuo peligro. La Iglesia primitiva temía que si se permitía que el linaje se perpetuara, el secreto de Jesús y Magdalena acabaría aflorando y desafiando los cimientos de la doctrina católica, que necesitaban de un Mesías divino que no hubiera tenido relaciones sexuales con mujeres ni se hubiera casado. —Hizo una pausa—. Con todo, el linaje de Cristo se perpetuó en secreto en Francia hasta que, en el siglo V, dio un paso osado al emparentar con sangre real francesa, iniciando un linaje conocido como la Casa Merovingia.
Aquello sorprendió aún más a Sophie. Todos los alumnos de las escuelas de su país sabían quiénes eran los merovingios.
—Los merovingios fundaron París.
—Sí, esa es una de las razones por las que la leyenda del Grial es tan rica en Francia. Muchas de las misiones vaticanas para encontrar el Santo Grial eran en realidad búsquedas encubiertas para erradicar a los miembros de la familia real. ¿Ha oído hablar del rey Dagoberto?
Sophie recordaba vagamente aquel nombre de un relato horrendo que le habían contado en clase de historia.
—Era un rey de Francia, ¿no? ¿No es aquel al que apuñalaron en el ojo mientras dormía?
—Exacto. Asesinado por el Vaticano y por Pipino de Herístal, que estaban confabulados. A finales del siglo VII. Con el asesinato de Dagoberto la dinastía merovingia prácticamente desapareció. Por suerte, su hijo, Sigeberto, logró escapar secretamente al ataque y perpetuó el linaje, que más tarde incluyó a Godofredo de Bouillon, fundador del Priorato de Sión.
—El mismo —intervino Langdon— que ordenó a los templarios recuperar los documentos del Sangreal del Templo de Salomón para demostrar los vínculos hereditarios de los merovingios con Jesucristo.
Teabing asintió con convicción.
—El moderno Priorato de Sión tiene una misión trascendental. La suya es una triple responsabilidad. La hermandad debe proteger los documentos del Sangreal. Además, debe hacer lo mismo con la tumba de María Magdalena y, por supuesto, debe nutrir y proteger el linaje de Jesús, es decir a los pocos miembros de la dinastía merovingia que han sobrevivido hasta nuestra época.
Aquellas palabras resonaron en la inmensa sala, y Sophie sintió una extraña vibración, como si en sus huesos resonara una nueva verdad. «Descendientes de Jesús que han sobrevivido hasta nuestra época». La voz de su abuelo volvió a susurrarle al oído: «Princesa, debo contarte la verdad sobre tu familia».
Un escalofrío le atravesó la carne.
«Sangre real».
No se atrevía ni a imaginarlo.
«Princesa Sophie».
—¿Sir Leigh? —Las palabras del mayordomo atronaron desde el intercomunicador de la pared y Sophie dio un respingo—. ¿Podría venir un momento a la cocina?
Teabing frunció el ceño ante aquella inoportuna intromisión. Se fue hasta el intercomunicador y pulsó el botón.
—Rémy, como ya sabes, estoy ocupado con mis invitados. Si nos hace falta algo de la cocina, ya nos arreglaremos solos. Gracias y buenas noches.
—Necesito hablar un momento con usted antes de volver a acostarme, si es tan amable, señor.
Teabing gruñó y pulsó de nuevo el botón.
—Pues date prisa, Rémy.
—Se trata de un asunto doméstico, señor, y no creo que a sus invitados les interese demasiado.
Teabing no daba crédito a lo que oía.
—¿Y no puede esperar a mañana? —No, señor. No le llevará ni un minuto.
Teabing entornó los ojos y miró a Langdon y a Sophie.
—A veces no sé quién está al servicio de quién. —Volvió a presionar el botón—. Voy para allá, Rémy. ¿Te traigo algo?
—Unas tenazas para cortar las cadenas que me esclavizan. —Rémy, no sé si eres consciente de que si sigues trabajando para mí es única y exclusivamente por lo bien que cocinas el solomillo a la pimienta…
—Eso es lo que usted dice, señor.