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La Embajada de los Estados Unidos en París es un edificio compacto situado en la Avenue Gabriel, justo al norte de los Campos Elíseos. El complejo, de algo más de una hectárea, se considera suelo estadounidense, lo que implica que todos los que se encuentran en él están sujetos a las mismas leyes y amparados por los mismos derechos que si estuvieran en territorio americano.

La telefonista de guardia aquella noche estaba leyendo la revista Time cuando le interrumpió el sonido del teléfono.

—Embajada de los Estados Unidos —dijo.

—Buenas noches. —Su interlocutor hablaba con acento francés—. Necesito ayuda. —A pesar de que sus palabras eran objetivamente educadas, había algo en su tono que hacía que sonaran duras, burocráticas—. Me han dicho que me han dejado un mensaje telefónico en su servicio automatizado. Me llamo Langdon. Pero he olvidado los tres números de mi código de acceso. Le agradecería mucho que me ayudara.

La telefonista hizo una pausa, desconcertada.

—Lo siento, señor, pero ese mensaje debe de ser bastante antiguo, porque ese servicio se eliminó hace dos años por motivos de seguridad. Y además, todos los códigos de acceso tenían cinco dígitos. ¿Quién le ha dicho que teníamos un mensaje para usted?

—¿Así que no tienen servicio automático de mensajería de voz?

—No, señor. Si hubiera algún mensaje para usted, lo encontraría por escrito en nuestro departamento de servicios. ¿Cómo dice que se llama?

Pero el hombre ya había colgado.

Bezu Fache caminaba, desencajado, por la orilla del Sena. Estaba seguro de haber visto a Langdon marcar un número local, introducir un código de tres dígitos y escuchar una grabación. «Pero si Langdon no había llamado a la embajada, ¿a quién demonios había llamado?».

Fue en aquel momento, al mirar el teléfono móvil, cuando se dio cuenta de que la respuesta estaba en la palma de su mano. «Pero si Langdon ha usado mi teléfono para hacer la llamada».

Accedió al menú principal, buscó la lista de las últimas llamadas realizadas y encontró la de Langdon. Un número de París seguido del código 454.

Marcó el mismo número y esperó.

Después de varios tonos, saltó la voz grabada de una mujer. «Bonjour, vous étes bien chez Sophie Neveu —decía—. Je suis absente pour le moment, mais…».

Fache marcó los tres dígitos de la clave de acceso, 4… 5… 4… y notó que le hervía la sangre.