TODO HOMBRE
ESTÁ EN PODER DE
SU ESPECTRO
HASTA QUE LLEGA LA HORA EN QUE
SU HUMANIDAD
DESPIERTA…
WILLIAM BLAKE
Fue durísimo para Lyra y Will abandonar el maravilloso mundo donde habían dormido la noche anterior, pero si querían encontrar a sus daimonions no tenían más remedio que adentrarse de nuevo en la oscuridad. Tras horas de arrastrarse a través del tenebroso túnel, Lyra se inclinó sobre su aletiómetro por enésima vez, con breves e inconscientes exclamaciones de congoja, gemidos y suspiros entrecortados, que de haber sido más potentes se habrían convertido en sollozos. Will sentía también dolor en el lugar que había ocupado su daimonion, un dolor lacerante como si le clavaran unos garfios de acero cada vez que respiraba.
Lyra se volvió fatigosamente; sus pensamientos se movían con pies de plomo. Las escalas de significado que partían de cada uno de los treinta y seis símbolos del aletiómetro, por las que ella solía moverse con agilidad y seguridad, le parecían ahora frágiles y precarias. Y el hecho de mantener en su mente las conexiones que unas y otras… Antes le resultaba tan fácil como coser y cantar, o contar un cuento, algo natural, pero ahora le costaba un esfuerzo tremendo. Había perdido facultades, pero no podía fallar porque si lo hacía fallaría en todo lo demás.
—No queda lejos —declaró por fin Lyra—. Y está lleno de peligros… Hay una batalla, hay… Pero casi hemos llegado al lugar indicado. Al final de este túnel hay una inmensa roca lisa sobre la que cae agua, en la que podrás abrir una ventana.
Los fantasmas que iban a luchar avanzaron ansiosos, y Lyra sintió que Lee Scoresby estaba a su lado.
—Lyra, niña, ya falta poco —dijo Lee Scoresby—. Cuando veas al viejo oso, dile que Lee peleó hasta el fin. Y cuando la batalla haya concluido, dispondremos de todo el tiempo en el mundo para deslizarnos con el viento y hallar los átomos que constituían Hester, y a mi madre en campos de artemisa y a mis novias… todas mis novias… Lyra, hija mía, cuando esto haya acabado debes descansar, ¿me oyes? La vida es grata, y la muerte es…
Los dos gallivespianos viajaban en el hombro de Lyra y en el de Will. Sus breves existencias casi se habían agotado; ambos sentían una evidente rigidez en sus extremidades y frío alrededor de su corazón. No tardarían en regresar al mundo de los muertos, esta vez como fantasmas; pero ambos se miraron y decidieron permanecer con Will y con Lyra tanto tiempo como les fuera posible, sin decir una palabra de que su muerte estaba próxima.
Los niños siguieron trepando más y más, en silencio. Oían la respiración trabajosa del otro, sus pasos, los guijarros que desprendían con los pies. Frente a ellos la arpía trepaba fatigosamente por el túnel, arrastrando las alas, arañando la roca con las garras, hosca.
De pronto percibieron un nuevo sonido: un plop plop persistente, seguido de un goteo más rápido y de un chorro de agua.
—¡Aquí! —gritó Lyra alargando la mano para tocar una roca que les interceptaba el paso, lisa, fría y húmeda—. ¡Aquí está!
Lyra se volvió hacia la arpía.
—He pensado en cómo me salvaste la vida —dijo—, y en que prometiste guiar a todos los otros fantasmas que pasaran del mundo de los muertos a la tierra en la que dormimos anoche. Y he pensado que no está bien que no tengas un nombre, que vas a necesitar en el futuro. De modo que te impondré un nombre, como el rey Iorek Byrnison me puso a mí el de Lenguadeplata. Te llamaré Alas Airosas. Así es cómo te llamarás a partir de ahora y para toda la eternidad: Alas Airosas.
—Un día volveremos a vernos, Lyra Lenguadeplata.
—Y si sé que estás aquí, no tendré miedo —dijo Lyra—. Adiós, Alas Airosas, hasta que yo muera.
La niña abrazó a la arpía con fuerza y la besó en ambas mejillas.
—¿Es éste el mundo de la república de lord Asriel? —inquirió de improviso el caballero Tialys.
—Sí —respondió Lyra—. Eso dice el aletiómetro. Está cercano a su fortaleza.
—Entonces deja que hable con los fantasmas.
Mientras Lyra lo sostenía en alto, el gallivespiano dijo:
—Escuchad, porque lady Salmakia y yo somos los únicos que hemos visto con anterioridad este mundo. En la cima de una montaña hay una fortaleza, que está defendida por lord Asriel. Ignoro quién es el enemigo. A partir de ahora Lyra y Will sólo tienen una tarea: buscar a sus daimonions. La nuestra es ayudarles. Ánimo y luchad con valor.
Lyra se volvió hacia Will.
—De acuerdo —dijo éste—, estoy listo.
Sacó la daga y miró a los ojos del fantasma de su padre, que se hallaba a su lado. Dentro de poco se separarían, y Will pensó en lo que se habría alegrado de ver a su madre junto a ellos, los tres juntos…
—Will —dijo Lyra, alarmada.
Will se detuvo. La daga había quedado enganchada en el aire. Éste apartó la mano y la daga siguió suspendida en el aire, adherida a la sustancia de un mundo invisible. Will suspiró profundamente.
—Por poco…
—Ya lo he visto —respondió Lyra—. Mírame, Will.
Will contempló aquella luz fantasmagórica, vio su reluciente mata de pelo, sus labios apretados en un gesto de determinación, sus ojos llenos de sinceridad; sintió el calor de su aliento, percibió el grato aroma de su piel.
La daga se desprendió.
—Volveré a intentarlo —dijo Will.
Se volvió de espaldas, procurando concentrarse, y dejó que su mente fluyera hasta el extremo de la daga, palpando el aire, apartándose, buscando, hasta que por fin lo encontró. Hundió la daga y la desplazó hacia un lado, hacia abajo y hacia el otro lado. Los fantasmas se agolparon a su alrededor, aproximándose tanto que Will y Lyra sintieron unas pequeñas punzadas de frío en cada fibra de su cuerpo.
Luego Will practicó el corte definitivo.
Lo primero que percibieron fue un ruido enorme. La luz procedente de la abertura era tan deslumbrante que tanto los fantasmas como los seres vivos tuvieron que protegerse los ojos. Durante unos segundos no vieron nada, pero los golpes, las detonaciones, el estruendo de las armas de fuego, el vocerío y los gritos sonaban con toda claridad y eran aterradores.
El fantasma de John Parry y el de Lee Scoresby fueron los primeros en recuperarse. Dado que ambos habían sido soldados y habían participado en varias batallas, todo aquel pandemónium no les desconcertó como a los otros. Will y Lyra observaron la escena atónitos y espantados.
Unos cohetes explosivos derramaban una lluvia de fragmentos de roca y metal sobre las laderas de la montaña, que se alzaba a escasa distancia. Unos ángeles peleaban en el cielo contra otros, y unas brujas surcaban el aire lanzando los gritos de guerra de sus clanes al tiempo que disparaban flechas contra sus enemigos. Will y Lyra vieron descender en picado a un gallivespiano, montado en una libélula, para atacar una aeronave cuyo piloto humano se enzarzó en un combate con él. Mientras la libélula revoloteaba sobre el aparato, su jinete desmontó de un salto y clavó sus espolones en el cuello del piloto. El insecto regresó al instante y descendió para que el jinete saltara sobre su reluciente lomo verde mientras la aeronave se estrellaba contra las rocas, al pie de la fortaleza.
—¡Ábrela más para que podamos salir! —dijo Lee Scoresby.
—Espera, Lee —intervino John Parry—. Está ocurriendo algo raro… ¡Mirad!
Will cortó otra pequeña ventana en la dirección que indicaba John Parry, y al mirar por ella vieron que se había producido un cambio en el esquema de la lucha. La fuerza atacante empezó a retirarse: unos vehículos blindados, bajo fuego de protección, giraron trabajosamente y retrocedieron. Unos aparatos voladores, que se habían enzarzado en una encarnizada batalla con los girópteros de lord Asriel y habían logrado derribar a varios de ellos, dieron media vuelta en el cielo y pusieron rumbo al oeste. Las fuerzas de tierra del Reino —unas columnas de fusileros, tropas equipadas con lanzallamas, con cañones que disparaban veneno, con unas armas que los observadores jamás habían visto— comenzaron a retroceder y emprendieron la retirada.
—¿Qué ocurre? —preguntó Lee—. ¿Pero por qué abandonan el campo de batalla?
No parecía existir motivo alguno: los aliados de lord Asriel eran inferiores en número a sus enemigos, sus armas menos potentes y muchos de ellos yacían heridos.
Will percibió entonces un repentino movimiento entre los fantasmas. Señalaban algo que se deslizaba a través del aire.
—¡Espantos! —exclamó John Parry—. ¡Ése es el motivo!
Por primera vez Will y Lyra creyeron ver a aquellos entes, semejantes a velos de refulgente gasa, que caían del cielo como vilanos. Pero eran muy tenues, y cuando alcanzaron el suelo apenas resultaban visibles.
—¿Qué hacen? —preguntó Lyra.
—Se dirigen a ese pelotón de fusileros…
Will y Lyra sabían lo que iba a ocurrir y gritaron atemorizados.
—¡Corred! ¡Alejaos!
Al oír las voces de los niños cerca de donde se encontraban, algunos soldados se volvieron sorprendidos. Otros, viendo que los espantos se dirigían hacia ellos, tan extraños, impávidos y codiciosos, se echaron el rifle el hombro y dispararon, por supuesto inútilmente. De pronto los espantos se abatieron sobre el primer hombre.
Era un soldado del mundo de Lyra, un africano. Su daimonion, un gato leonado con manchas negras y largas patas, mostró los dientes y se dispuso a atacar.
Todos vieron al hombre apuntar con su rifle, intrépido, y de pronto vieron al daimonion atrapado en una red invisible, gruñendo y gimiendo, impotente. El soldado soltó el rifle e intentó llegar hasta él, gritando su nombre, pero cayó en tierra semiinconsciente debido al dolor y a las brutales náuseas que le acometieron.
—Vale, deja que salgamos, Will —dijo John Parry—. Podemos vencer a esos seres.
Will abrió más la ventana y salió apresuradamente por ella encabezando el ejército de fantasmas. Acto seguido se inició la batalla más extraña que quepa imaginar.
Los fantasmas salieron de la tierra, unas formas pálidas que parecían aún más pálidas a la luz del mediodía. No tenían nada que temer y se arrojaron contra los invisibles espantos, forcejeando, luchando y tratando de abatir a unos seres que Will y Lyra no alcanzaban a ver.
Los fusileros y demás aliados vivos se quedaron atónitos ante aquella extraña batalla espectral que carecía de sentido para ellos. Will se abrió camino entre los contendientes, esgrimiendo la daga al recordar que en otras ocasiones los espantos habían huido al verla.
Lyra lo seguía a todas partes, lamentando no disponer de algún arma con la que luchar como Will, mirando alrededor, observando atentamente lo que ocurría. De vez en cuando creía ver a los espantos, en un resplandor aceitoso en el aire. Y fue ella quien sintió el primer escalofrío de peligro.
Con Salmakia posada sobre su hombro, Lyra se instaló sobre un pequeño terraplén cubierto de espinos, desde el que pudo contemplar la gran extensión de terreno que los invasores habían arrasado.
El sol estaba en lo alto. Frente a ella, hacia poniente, el cielo se hallaba cubierto de nubes densas y brillantes, surcadas por simas oscuras, cuya parte superior se abría a los vientos. Las fuerzas enemigas aguardaban también en aquella zona de la planicie: sus flamantes máquinas, sus coloridas banderas ondeando al viento, los regimientos agrupados, aguardando.
Detrás de Lyra, a su izquierda, se alzaba una cordillera formada por abruptas colinas que conducían a la fortaleza. Éstas relucían bajo la luz grisácea y mortecina que presagiaba tormenta. En las lejanas murallas de basalto negro, Lyra vio unas pequeñas figuras que se movían afanosamente, reparando las almenas dañadas, acarreando más armas o simplemente observando la contienda.
Fue entonces cuando Lyra sintió el primer ataque de náuseas, dolor y temor del inconfundible toque de los espantos.
Lyra comprendió al instante de qué se trataba, aunque jamás lo había experimentado. Aquella terrible sensación le indicó dos cosas: primera, que era lo bastante mayor para ser vulnerable a los espantos; y segunda, que Pan debía de andar cerca.
—Will… Will —gimió Lyra.
Will se volvió al oírla, empuñando la daga y lanzando chispas por los ojos.
Pero antes de que pudiera decir algo, lanzó una exclamación entrecortada, se llevó las manos al pecho y avanzó unos pasos trastabillando. Lyra comprendió que le había ocurrido lo mismo que a ella.
—¡Pan! ¡Pan! —gritó Lyra, poniéndose de puntillas y mirando desesperada a su alrededor.
Will se dobló hacia delante, tratando de reprimir las náuseas. La sensación se disipó enseguida, como si sus daimonions hubieran logrado escapar. Pero los niños no habían conseguido dar con ellos y la atmósfera estaba saturada de disparos, gritos, exclamaciones de dolor o terror, el distante youk-youk-youk de los espectros de acantilado que revoloteaban por el aire, el ocasional silbido e impacto de una flecha y de un nuevo sonido: el alarido del viento que se había levantado.
Lyra lo sintió primero sobre sus mejillas y luego observó que la hierba se doblegaba bajo él y lo oyó agitar las ramas de espino. El cielo presagiaba tormenta: la blancura había desaparecido de las densas nubes, que giraban y se deslizaban teñidas de amarillo sulfúrico, verde mar, gris humo y negro aceitoso, una masa de cúmulos a muchos kilómetros de altura que se extendía a lo largo del horizonte.
El sol brillaba aún a sus espaldas, de forma que cada bosquecillo y cada árbol situado entre ella y la tormenta mostraba un aspecto vívido y refulgente, unos objetos pequeños y frágiles que desafiaban a la oscuridad con sus hojas, ramas, frutos y flores.
Los dos niños que ya no eran tan niños afrontaron con valor aquella terrible experiencia. Casi podían ver a los espantos con claridad. El viento hacía pestañear a Will y agitaba el pelo de Lyra. Sin duda era lo bastante fuerte para arrastrar consigo a los espantos; pero esos misteriosos entes consiguieron deslizarse a través de él hacia la Tierra. El niño y la niña, tomados de la mano, echaron a andar sorteando a los muertos, los heridos y los vivos; Lyra llamaba sin cesar a su daimonion mientras Will se mantenía alerta por si veía al suyo.
El cielo aparecía surcado de relámpagos y de pronto el primer trueno descargó sobre los tímpanos de los niños con la contundencia de un hacha. Lyra se tapó los oídos, y Will tropezó y a punto estuvo de caer al suelo. Abrazados, alzaron la vista y contemplaron un espectáculo que nadie había visto jamás en ninguno de los millones de mundos que existían.
Unas brujas, el clan de Ruta Skadi y Reina Miti, y media docena de otros clanes, cada bruja portando una antorcha de pino empapada en betún, se dirigían hacia la fortaleza procedentes del este, de los últimos reductos de cielo despejado, volando directamente hacia la tormenta.
Los que estaban en tierra percibieron el rugido y el crepitar de los hidrocarburos volátiles que ardían en el aire. Algunas brujas chocaron contra unos espantos que permanecían en la atmósfera superior, estrellándose contra el suelo envueltas en llamas y profiriendo gritos de terror; pero la mayoría de esos pálidos seres había alcanzado la tierra, y el inmenso cortejo de brujas surcó los aires como un río de fuego dirigiéndose hacia el corazón de la tormenta.
Un numeroso grupo de ángeles, armados con lanzas y espadas, salió de la montaña nublada para enfrentarse cara a cara con las brujas. Tenían el viento de espaldas y volaban más veloces que las lanzas, pero las brujas no les andaban a la zaga. Las primeras se elevaron por los aires para luego caer en picado entre las huestes de ángeles, descargando golpes a diestro y siniestro con sus ardientes antorchas. Un ángel tras otro cayeron dando tumbos y chillando, sus siluetas recortándose sobre el fuego y las alas en llamas.
Entonces empezaron a caer las primeras gotas. Si el comandante de las nubes de tormenta se había propuesto apagar las antorchas de las brujas, se llevó un chasco; las antorchas de pino empapadas en betún seguían ardiendo, silbando y crepitando con fuerza pese al aguacero. Las gotas de lluvia cayeron al suelo como si hubieran sido arrojadas con violencia, disgregándose y salpicando el aire. Al poco rato Lyra y Will estaban calados hasta los huesos y tiritando de frío, mientras la lluvia les golpeaba en la cabeza y los brazos como pequeños guijarros.
Los niños siguieron avanzando torpemente y dando traspiés, enjugándose el agua de los ojos y gritando en medio del tumulto: «¡Pan! ¡Pan!»
Los truenos estallaban de forma constante, produciendo un estruendo que parecía como si todos los átomos estallaran. Will y Lyra echaron a correr a través de la turbulenta atmósfera tratando de reprimir su terror y gritando: «¡Pan! ¡Pantalaimon! ¡Pan!» Will, que sabía lo que había perdido pero no cómo se llamaba, profería exclamaciones sin palabras.
Los dos gallivespianos les seguían por todas partes, advirtiéndoles que miraran hacia uno u otro lado, dispuestos a ahuyentar a los espantos que los niños aún no podían percibir con nitidez. Pero Lyra tuvo que sostener en sus manos a Salmakia, porque la dama apenas tenía fuerzas para sujetarse al hombro de la niña. Tialys no cesaba de escrutar el cielo en busca de congéneres, dando voces cada vez que veía un movimiento reluciente como el acero a través del aire. Pero su voz había perdido potencia y los gallivespianos buscaban los colores de clan de sus dos libélulas: azul eléctrico, y rojo y amarillo. Aquellos colores se habían desvanecido hacía mucho y los cuerpos que habían brillado con ellos yacían en el mundo de los muertos.
Entonces se produjo un movimiento en el cielo distinto del resto. Al alzar la vista, protegiéndose los ojos de la persistente lluvia, Will y Lyra vieron una aeronave, que jamás habían contemplado con anterioridad, de aspecto grotesco, provista de seis patas, oscura y totalmente silenciosa. Procedía de la fortaleza y volaba muy bajo. Pasó sobre ellos en vuelo rasante, a la altura de un tejado, y se alejó hacia el corazón de la tormenta.