EL SOL HA ABANDONADO SU OSCURIDAD
Y HA HALLADO UNA
MAÑANA
MÁS FRESCA,
Y LA HERMOSA
LUNA SE DELEITA
CON LA NOCHE
LÍMPIDA…
WILLIAM BLAKE
Había oscurecido, y la densa negrura oprimía los párpados de Lyra como si sobre éstos recayera el peso de un millar de toneladas de rocas. La única luz de que disponían procedía de la cola luminosa de la libélula de lady Salmakia, pero también comenzaba a desvanecerse, pues los pobres insectos no habían hallado comida en el mundo de los muertos y la libélula del caballero había muerto hacía poco.
Tialys estaba posado en el hombro de Will, y Lyra sostenía la libélula de lady Salmakia en las manos mientras ésta trataba de tranquilizar a la temblorosa criatura susurrándole unas palabras de consuelo y alimentándola con migas de galleta y con su sangre. Si Lyra la hubiera visto hacer eso habría ofrecido al insecto su propia sangre pues poseía más que la diminuta espía, pero tenía centrada su atención en dónde ponía los pies y en evitar chocar con el techo de roca.
La arpía llamada Sin Nombre les había introducido en un laberinto de cuevas que, según afirmó, les conduciría al punto más próximo en el mundo de los muertos desde el que podrían abrir una ventana a otro mundo. Les seguía una interminable columna de fantasmas. El túnel estaba repleto de voces, pues los que encabezaban la comitiva animaban a los rezagados, los valientes alentaban a los temerosos y los ancianos daban esperanzas a los jóvenes.
—¿Falta mucho, Sin Nombre? —preguntó Lyra en voz baja—. Porque esta pobre libélula se está muriendo y su luz se desvanece.
La arpía se detuvo y se volvió hacia Lyra.
—Tú limítate a seguirme —replicó—. Si no ves, escucha. Si no oyes, utiliza el sentido del tacto.
Sus ojos resplandecían en la penumbra. Lyra movió la cabeza en señal de asentimiento.
—De acuerdo, lo haré —dijo—. Pero no soy tan fuerte como era, ni muy valiente. Te seguiré, todos te seguiremos. Por favor, no te pares, Sin Nombre.
La arpía dio media vuelta y siguió adelante. La luz de la libélula se disipaba por momentos y Lyra comprendió que no tardaría en apagarse del todo.
Pero mientras avanzaba trastabillando, oyó junto a ella una voz conocida.
—Lyra… Lyra, hija mía…
La niña se volvió.
—¡Señor Scoresby! —exclamó alborozada—. ¡Cuánto me alegra oír su voz! ¡Y también puedo verlo! ¡Ojalá pudiera tocarlo!
En la débil luz de la cueva, Lyra distinguió la delgada figura y la sonrisa irónica del aeronauta tejano. Alargó la mano impulsivamente, pero fue en vano.
—Yo también me alegro de verte, bonita. Pero escucha: fuera están tramando algo malo, algo contra ti. No me preguntes más detalles. ¿Ese chico es el de la daga?
Will miró intrigado al viejo compañero de Lyra, pero enseguida apartó la vista de Lee para fijarse en el fantasma que tenía a su lado. Lyra, que lo reconoció de inmediato, contempló maravillada aquella versión adulta de Will: la misma mandíbula prominente, el porte erguido…
Will se quedó mudo de asombro.
—Presta atención —dijo su padre—. No hay tiempo para hablar de ello. Haz lo que te digo. Utiliza la daga para localizar un lugar donde han cortado un mechón de pelo de Lyra.
Su tono era apremiante y Will no perdió tiempo con preguntas. Lyra, con los ojos desorbitados de terror, sostuvo la libélula con una mano mientras con la otra se palpaba el pelo.
—Aparta la mano, no veo nada —le ordenó Will.
Pese a la tenue luz, Will vio sobre la sien izquierda de Lyra una pequeña zona de cabello más corto que el resto.
—¿Quién lo hizo? —preguntó Lyra—. Y…
—Silencio —le instó Will. Luego se volvió hacia el fantasma de su padre y preguntó—: ¿Qué debo hacer?
—Córtale esos pelos más cortos hasta la raíz y tómalos todos con cuidado. No te dejes ninguno. Luego abre una ventana a otro mundo, el que sea, introduce los pelos por ella y vuelve a cerrarla. Hazlo ahora mismo.
La arpía observaba la escena con atención. Los fantasmas se habían agolpado alrededor de ellos. Lyra distinguió en la penumbra sus enjutos rostros. Se mordió el labio, asustada y perpleja, mientras Will hacía lo que le había ordenado su padre. Acercó el rostro iluminado por el débil resplandor que emitía la libélula a la punta del cuchillo y cortó un pequeño espacio en la roca que daba a otro mundo. Luego introdujo todos los cabellos dorados a través de la ventana y colocó de nuevo la roca en su lugar antes de cerrarla.
Entonces el suelo comenzó a temblar y oyeron un ruido rechinante, como si el centro de la Tierra girara sobre sí mismo como si se tratara de un gigantesco molino. Del techo del túnel se desprendieron unos fragmentos de roca. El suelo se inclinó de pronto. Will agarró a Lyra y los dos niños se abrazaron mientras la roca temblaba y se desplazaba bajo sus pies. Alrededor caían unas piedras que les golpeaban las piernas y los pies.
Los dos niños, que trataban de proteger a los gallivespianos, se acuclillaron y taparon la cabeza con las manos. De pronto un violento movimiento deslizante les desplazó hacia la izquierda. Will y Lyra se abrazaron con fuerza; estaban tan atónitos y aterrorizados que ni siquiera gritaron. En sus oídos resonaba el estruendo de miles de toneladas de roca que se desprendían y rodaban por el suelo junto a ellos.
Por fin cesó el temblor de tierra, pero seguían cayendo fragmentos de roca que rodaban por una pendiente que unos instantes antes no existía. Lyra yacía sobre el brazo izquierdo de Will. Éste se palpó el cinturón con la mano derecha: la daga seguía allí.
—¿Tialys? ¿Salmakia? —preguntó Will con voz trémula.
—Estamos aquí, vivitos y coleando —respondió el caballero junto a su oído.
El aire estaba impregnado de polvo y del olor a cordita que desprendían los fragmentos de roca. Les costaba respirar y no veían nada, pues la libélula había muerto.
—¿Señor Scoresby? —dijo Lyra—. No vemos nada… ¿Qué ha ocurrido?
—Estoy aquí —contestó Lee, cerca de ellos—. Supongo que ha estallado la bomba pero que no ha alcanzado su objetivo.
—¿Una bomba? —murmuró Lyra asustada, pero enseguida se repuso—. ¿Estás ahí, Roger?
—Sí —respondió el niño con un hilo de voz—. Me salvó el señor Parry. Estaba a punto de despeñarme y me sujetó.
—Mira —dijo el fantasma de John Parry—. Pero agárrate a la roca y no te muevas.
El polvo comenzó a disiparse y apareció una luz, un extraño resplandor dorado, como una lluvia luminosa y brumosa que caía alrededor de ellos. Les alarmó su intensidad pues iluminaba la zona que quedaba a su izquierda, el lugar donde caía, o fluía, como un río precipitándose sobre el borde de una cascada.
Era un abismo vasto y negro, como un pozo excavado en la oscuridad más insondable. La luz dorada se sumergía en él para luego desvanecerse. Will y Lyra distinguieron el otro lado del mismo, pero estaba tan lejos que Will no habría podido alcanzarlo de una pedrada. A su derecha vieron una pendiente cubierta de pedruscos poco asentados en el terreno que se alzaba hacia la polvorienta penumbra.
Los niños y sus acompañantes se sujetaban a lo que ni siquiera era un saliente, sino unos meros apoyos para las manos y los pies, en el borde del abismo. La única salida era seguir avanzando por la pendiente entre los cantos rodados y fragmentos de roca, los cuales daban la impresión de que al menor roce echarían a rodar por la pendiente.
Detrás de ellos, a medida que el polvo se fue disipando, aparecieron más y más fantasmas que contemplaban horrorizados el abismo. Algunos permanecían acuclillados sobre la ladera, tan aterrorizados que no podían moverse. Las únicas que no manifestaban temor alguno eran las arpías. Revoloteaban sobre el abismo, surcando el aire hacia delante y hacia atrás, retrocediendo para tranquilizar a los que seguían dentro del túnel, adelantándose para buscar una salida.
Lyra comprobó que su aletiómetro estaba intacto. Miró alrededor, conteniendo el miedo, y no tardó en localizar la carita de Roger.
—Ánimo —dijo—, estamos todos juntos y no hemos sufrido ningún daño. Y podemos ver. Sigue avanzando, no te pares. El único camino que podemos tomar es por el borde de este… —Lyra señaló el abismo—. Es preciso seguir avanzando. Te juro que Will y yo seguiremos adelante hasta donde sea. No tengas miedo, no te rindas, no te quedes rezagado. Díselo a los otros. Yo no puedo volverme continuamente porque temo dar un paso en falso, así que tengo que fiarme de que tú y los otros me seguís, ¿de acuerdo?
El pequeño fantasma asintió con la cabeza, y la columna de muertos emprendió en aterrorizado silencio su marcha por el borde del abismo. Ni Lyra ni Will sabían con exactitud cuánto tiempo les llevó, y jamás olvidaron los tremendos peligros que tuvieron que afrontar. La oscuridad que se abría a sus pies era tan profunda que atraía su atención, y cada vez que la contemplaban se sentían mareados. Cuando lograban apartar la vista del abismo la fijaban al frente, en una roca, en un saliente, en una pendiente cubierta de grava; pero el precipicio les atraía de forma tentadora e irremisible, y cada vez que lo contemplaban perdían el equilibrio, la cabeza les daba vueltas y unas terribles náuseas les atenazaban la garganta.
De vez en cuando los vivos se volvían y veían la interminable y serpenteante fila de muertos que surgían por la estrecha abertura a través de la que ellos habían salido hacía un rato: madres que estrechaban las cabecitas de sus bebés contra su pecho, ancianos que caminaban lentamente, chicos y chicas de la edad de Roger que avanzaban con decisión y cautela. Formaban una inmensa multitud… Y todos seguían a Will y a Lyra, o eso pensaban ellos, hacia el aire libre.
Pero algunos no se fiaban de ellos y los seguían muy de cerca. Los dos niños sintieron sus gélidas manos sobre sus corazones y sus entrañas y les oyeron murmurar, enojados:
—¿Dónde está el mundo superior? ¿Falta mucho?
—¡Tenemos miedo!
—No debíamos haber venido. Al menos en el mundo de los muertos disponíamos de un poco de luz y compañía. ¡Esto es mucho peor!
—¡Cometisteis un error al venir a nuestra tierra! ¡Deberíais haberos quedado en vuestro mundo y esperar a morir en lugar de venir a importunarnos!
—¿Con qué derecho os habéis erigido en nuestros líderes? ¡No sois más que unos niños! ¿Quién os ha conferido esa autoridad?
Will quería retroceder y encararse con ellos, pero Lyra le agarró del brazo y lo contuvo. Le dijo que se sentían desgraciados y asustados.
En ese momento resonó a través del inmenso abismo la voz de lady Salmakia, clara y sosegada.
—¡Valor, amigos! ¡Permaneced juntos y seguid avanzando! El camino es duro, pero Lyra dará con él. Tened paciencia y confianza, y os sacaremos de aquí. ¡No temáis!
Lyra se sintió más animada al oír aquellas palabras, lo que era precisamente la intención de la pequeña espía. Así pues, continuaron avanzando con grandes esfuerzos.
—Will —dijo Lyra al cabo de unos minutos—, ¿oyes el viento?
—Sí, pero no lo noto —repuso Will—. Y te diré algo sobre ese agujero que hay allí abajo. Es como cuando hago una ventana con la daga. Tiene los mismos bordes. Esos bordes poseen una cualidad especial; una vez que los has palpado, ya no te olvidas. Los veo allá abajo, donde la roca se sumerge en la oscuridad. Pero ese gigantesco espacio no es un mundo como los otros. Es diferente. No me gusta nada. ¡Ojalá pudiera cerrarlo!
—No has cerrado todas las ventanas que has abierto.
—No, porque algunas no podía cerrarlas. Pero debí hacerlo. Puede ocurrir una desgracia si las dejas abiertas. Y una tan grande como ésa… —Will señaló hacia abajo, sin atreverse a mirar—. Me da repelús. Presiento que ocurrirá algo malo.
Mientras los dos niños hablaban, el caballero Tialys charlaba en voz baja, no lejos de allí, con los fantasmas de Lee Scoresby y John Parry.
—¿Pero qué dices, John? —preguntó Lee—. ¿Que no debemos salir al aire libre? No sé tú, pero yo estoy impaciente por regresar al mundo de los vivos.
—¡Y yo! —replicó el padre de Will—. Pero creo que si los que estamos acostumbrados a luchar permanecemos rezagados, podríamos combatir en el bando de Asriel. Y si la pelea se produjera en el momento oportuno, el resultado sería favorable.
—¿Unos fantasmas? —preguntó Tialys tratando de reprimir sin éxito su escepticismo—. ¿Cómo vais a luchar?
—No podemos herir a seres vivos, es cierto. Pero el ejército de Asriel también peleará contra otro tipo de seres.
—Los espantos —dijo Lee.
—Justo lo que yo pensaba. Sustituyen a un daimonion, ¿no es cierto? Y nuestros daimonions hace tiempo que desaparecieron. Vale la pena intentarlo, Lee.
—Estoy contigo, amigo mío.
—¿Y usted, señor? —preguntó el fantasma de John Parry al caballero—. He hablado con los fantasmas de sus congéneres. ¿Vivirá el tiempo suficiente para ver de nuevo el mundo, antes de morir y regresar como fantasma?
—Es cierto que nuestra vida es corta en comparación con la suya. Me quedan unos días de vida —respondió Tialys—, y a lady Salmakia quizás algunos más. Pero gracias a lo que hacen esos niños, nuestro exilio como fantasmas no será permanente. Me siento orgulloso de ayudarles.
La comitiva siguió adelante. El abominable abismo se extendía a lo largo de todo el trayecto. Un pequeño tropezón, un resbalón sobre los pedruscos, un paso en falso y caerían sin remisión, pensó Lyra, rodarían incesantemente por el precipicio y morirían de hambre antes de alcanzar el fondo, y sus pobres fantasmas rodarían hacia un vacío infinito, sin que nadie les ayudara, sin que nadie les echara una mano para sacarlos de allí, y seguirían rodando eternamente por el abismo, conscientes…
¡Eso sería mucho peor que el mundo silencioso y gris que se disponían a abandonar!
En aquel instante ocurrió una cosa extraña en la mente de Lyra. La idea de caerse por el precipicio le produjo vértigo y estuvo a punto de perder el equilibrio. No podía asir la mano de Will, pues éste se hallaba unos metros delante de ella, pero en aquellos momentos Lyra pensó más bien en Roger, y su corazón sintió una leve punzada de vanidad. En cierta ocasión, cuando estaban encaramados en el tejado del Colegio Jordan, ella desafió su vértigo y se deslizó hasta el canal de piedra para asustar a Roger.
Lyra se volvió para recordárselo. Era la Lyra que él había conocido, pensó Roger, grácil y audaz; no tenía necesidad de avanzar arrastrándose como un insecto.
—Ten cuidado, Lyra —dijo sin embargo el niño con voz susurrante—. Recuerda que no estás muerta como nosotros…
Ocurrió lentamente, pero Lyra no pudo hacer nada por evitarlo: trasladó su peso de un pie al otro, dio un resbalón y empezó a rodar por la pendiente. Al principio aquello le pareció irritante y cómico a la vez. ¡Qué tonta soy!, pensó Lyra. Pero al alargar la mano y no conseguir agarrarse a algo que frenara su caída, al notar que las piedras rodaban debajo de ella a medida que se deslizaba a gran velocidad hacia el borde del abismo, comprendió horrorizada que iba a despeñarse. ¡Nada podía evitar su caída! ¡Era demasiado tarde!
Su cuerpo se convulsionó de terror. Lyra no se percató de que los fantasmas se precipitaron en un intento de rescatarla, pero ella pasó rodando a través de ellos como una piedra a través de la niebla; no se dio cuenta de que Will gritó su nombre con tal fuerza que el eco resonó en todo el abismo. Su cuerpo rodó por la ladera como un torbellino, cada vez más deprisa, hacia el fondo del abismo… Algunos fantasmas, horrorizados, se taparon los ojos y gritaron con todas sus fuerzas.
A Will se le erizó el pelo de pánico como si hubiera experimentado una descarga eléctrica. Presenció angustiado e impotente cómo Lyra caía por el precipicio, sabiendo que no podía hacer nada por salvarla. Lanzó un desesperado e inútil alarido. Dentro de dos segundos, de un segundo, Lyra alcanzaría el borde. No podía detenerse, caía irremisiblemente…
De pronto surgió de la oscuridad aquella criatura cuyas garras habían arañado hacía poco el cuero cabelludo de Lyra, la arpía llamada Sin Nombre, dotada de alas y de un rostro de mujer. Esas mismas garras aferraron a la niña por la muñeca y juntas se precipitaron ladera abajo, pues la arpía apenas podía mover las alas debido al peso de Lyra, pero siguió batiéndolas, una y otra vez, incansable, sujetando a la niña con fuerza, y lenta y pesadamente transportó a Lyra a través de los aires, sacándola del abismo y depositándola, inerte y semiinconsciente, en brazos de Will.
El niño la estrechó contra su pecho, sintiendo los acelerados latidos de su corazón contra las costillas de Lyra. En aquellos momentos ella no era Lyra, y él no era Will; ella no era una niña, y él no era un niño. Eran los dos únicos seres humanos que se hallaban en aquel vasto abismo mortal. Los fantasmas se arracimaron en torno a ellos, murmurando unas palabras de ánimo. Junto a Will estaba su padre y Lee Scoresby, que también deseaban abrazar a Lyra. Tialys y Salmakia hablaron con Sin Nombre, llamándola la salvadora de todos ellos, alabando su proeza, su generosidad, su bondad.
En cuanto Lyra pudo moverse, extendió sus temblorosas manos, abrazó a la arpía y cubrió su grotesco rostro de besos. No podía decir nada. El pánico había sofocado sus palabras, su seguridad en sí misma, su vanidad…
Permanecieron inmóviles unos minutos. Cuando el tremendo susto que todos habían sufrido empezó a disiparse, reemprendieron la marcha. Will sujetó firmemente con su mano sana la de Lyra. Avanzaron con cautela, tentando el suelo con los pies antes de apoyarlos con firmeza, un proceso tan lento y fatigoso que temieron morir de agotamiento. Pero no podían descansar, no podían detenerse. ¿Cómo iban a detenerse con el terrorífico abismo que se abría a sus pies?
Cuando llevaban una hora de fatigosa marcha, Will le dijo a Lyra:
—Mira al frente. Creo que hay una salida.
La pendiente era más practicable e incluso podían trepar un poco y alejarse del borde del abismo. Y al mirar al frente creyeron divisar una abertura en el muro del precipicio. ¿Era posible que hubiera una salida?
Lyra miró a Will a los ojos, luminosos y rebosantes de vitalidad, y sonrió.
Siguieron avanzando, y a cada paso se iban alejando del abismo. Conforme trepaban el terreno era más firme y podían sujetarse con mayor firmeza, con lo que disminuía el peligro de caer o torcerse un tobillo.
—Me parece que hemos subido bastante —comentó Will—. Voy a utilizar la daga para ver si puedo localizar algún mundo.
—Todavía no —objetó la arpía—. Tenemos que subir un poco más. Éste no es un buen lugar para abrir una ventana. Hazlo más arriba.
Siguieron adelante en silencio, apoyando con cautela una mano, un pie, el peso del cuerpo, avanzando, apoyando una mano, un pie… Tenían los dedos desollados y las rodillas y las caderas molidas por el esfuerzo; estaban exhaustos y les dolía la cabeza de fatiga. Treparon los últimos metros hasta alcanzar el pie del precipicio, donde un estrecho desfiladero se perdía entre las sombras.
Lyra observó con los ojos nublados de dolor mientras Will sacaba la daga y trataba de localizar un lugar donde abrir una ventana, tentando el aire, retirando la daga, desplazándola, tentando de nuevo…
—¡Ya lo tengo! —declaró.
—¿Has encontrado un espacio abierto?
—Creo que sí…
—Espera un momento, Will —dijo el fantasma de su padre—. Escúchame.
Will dejó la daga y se volvió. Los peligros y las dificultades a los que había tenido que hacer frente para avanzar por el precipicio le habían impedido pensar en su padre, pero se alegró al comprobar que estaba allí. De pronto se dio cuenta de que iban a separarse por última vez.
—¿Qué pasará cuando salgas al espacio abierto? —preguntó Will—. ¿Desaparecerás sin más?
—Aún no. Al señor Scoresby y a mí se nos ha ocurrido una idea. Algunos de nosotros nos quedaremos aquí durante un tiempo y queremos que nos facilitéis el acceso al mundo de lord Asriel, porque quizá necesite nuestra ayuda. Además —prosiguió el padre de Will con tono sombrío, mirando a Lyra—, si queréis hallar a vuestros daimonions vosotros también tendréis que trasladaros al mundo de lord Asriel, porque allí es donde se encuentran.
—¿Pero cómo sabe usted que nuestros daimonions están en el mundo de mi padre, señor Parry? —preguntó Lyra.
—Cuando yo vivía era un chamán. Aprendí a ver muchas cosas. Consulta a tu aletiómetro y te confirmará lo que acabo de decir. Pero os diré una cosa sobre los daimonions que no debéis olvidar —dijo John Parry con voz tensa y enfática—. El hombre que conocisteis como sir Charles Latrom tenía que regresar periódicamente a su mundo, no podía vivir en el mío de forma permanente. Los filósofos de la Corporación de la Torre degli Angeli, que se desplazaron entre varios mundos durante trescientos años o más, también comprobaron ese hecho, debido al cual su propio mundo se fue debilitando y deteriorando poco a poco.
»Fijaos en lo que me ocurrió a mí. Yo era un soldado, un oficial de los marines, y me ganaba la vida como explorador. Estaba tan sano y en forma como puede estarlo un ser humano. Pero un día abandoné mi mundo por accidente y no conseguí regresar a él. Hice muchas cosas y aprendí mucho en el mundo en el que estaba, pero diez años después de llegar a él contraje una enfermedad mortal.
»Y éste es el motivo de todas esas cosas: vuestros daimonions sólo puede vivir con plenitud en el mundo donde yo nací. En otros lugares acabarán enfermando y morirán. Podemos viajar entre varios mundos si hallamos la forma de penetrar en ellos, pero sólo podemos vivir en el nuestro. La gran empresa de lord Asriel acabará fracasando por la misma razón: debemos construir la república del cielo donde nos encontremos, porque para nosotros no existe otro lugar.
»Will, hijo, y tú, Lyra, podéis salir y tomaros un breve descanso, que tenéis más que merecido. Pero luego debéis reuniros con el señor Scoresby y conmigo en este tenebroso lugar para emprender un último viaje.
Will y Lyra cambiaron unas miradas, y a continuación Will abrió una ventana y contemplaron el paisaje más grato que habían visto en su vida.
Aspiraron hasta llenarse los pulmones con el aire límpido, puro y fresco de la noche. Sus ojos apenas podían abarcar la inmensa bóveda tachonada de relucientes estrellas y el destello de un riachuelo que fluía a sus pies. Ante ellos se extendía una amplia sabana cubierta de bosquecillos de grandes árboles, altos como castillos.
Will ensanchó la ventana cuanto pudo, desplazándose sobre la hierba hacia la izquierda y la derecha, para que pudieran pasar a través de ella los grupos de seis, siete u ocho fantasmas que abandonaban la tierra de los muertos.
Los primeros fantasmas temblaban de esperanza, y su excitación se deslizó como una ola sobre la larga hilera de compañeros que les seguían: niños de corta edad y padres ancianos que avanzaban con la cabeza erguida y la mirada al frente, absorbiendo con sus pobres ojos ávidos de luz el resplandor de las primeras estrellas que contemplaban desde hacía siglos.
El primer fantasma que abandonó el mundo de los muertos fue Roger. Avanzó un paso y se volvió para mirar a Lyra. Rió sorprendido y se adentró en la noche, en la luz de las estrellas, en el aire… Y enseguida desapareció, dejando tras de sí una estela de pequeñas pompas de felicidad que a Will le recordaron las burbujas en una copa de champán.
Los otros fantasmas le siguieron. Will y Lyra cayeron rendidos sobre la hierba empapada de rocío, bendiciendo con cada fibra de sus cuerpos la dulzura de la buena tierra, el aire de la noche, las estrellas.