Y CONOCERÉIS LA VERDAD, Y LA VERDAD OS HARÁ LIBRES.
SAN JUAN
Will —dijo Lyra—, ¿qué crees que harán las arpías cuando liberemos a los fantasmas?
Las arpías, que soltaban unos chillidos ensordecedores y volaban muy cerca de ellos, acudían cada vez en mayor número, como si la penumbra formara unos pequeños coágulos de maldad y les diera alas. Los fantasmas las observaron con temor.
—¿Falta mucho para llegar? —preguntó Lyra a lady Salmakia.
—No —respondió la espía, que revoloteaba sobre ellos—. Si te encaramaras a esa roca podrías verlo.
Pero Lyra no quería perder tiempo. Trataba con todas sus fuerzas de mostrarse alegre para Roger, aunque en su mente aparecía una y otra vez la terrible imagen del pequeño Pan convertido en perrillo abandonado en el espigón, envuelto en la niebla, y sentía ganas de gritar. Pero Lyra se dijo que no debía desanimarse, que debía mantener las esperanzas de hallar a Roger; siempre había confiado en la suerte.
Roger apareció de pronto entre aquella gigantesca multitud de fantasmas, con el rostro demacrado aunque con una expresión tan alborozada como podía mostrar un fantasma.
Roger corrió a abrazar a Lyra, pero pasó como una fría ráfaga de humo a través de sus brazos, y aunque ella sintió su manita tratando de aferrar su corazón, no le quedaban fuerzas. Ya no volverían a abrazarse nunca más.
No obstante, Roger logró susurrar:
—Nunca pensé que volvería a verte, Lyra. Pensé que si venías aquí cuando murieras, serías mucho mayor, una persona adulta, y no querrías hablar conmigo…
—¿Pero por qué?
—Porque cuando Pan salvó a mi daimonion de las garras del de lord Asriel, cometí una imprudencia. Hubiéramos debido escapar. Fue un error tratar de luchar contra él. Hubiéramos debido echar a correr para reunirnos contigo. De ese modo el daimonion de lord Asriel no habría conseguido arrebatarme de nuevo al mío, y cuando llegamos al borde del precipicio lo habría tenido a mi lado.
—¡Pero no fue culpa tuya, tonto! —protestó Lyra—. Yo te conduje hasta allí; debí dejar que regresaras con los otros niños y los giptanos. Yo tuve la culpa. Lo siento, Roger, de veras, fue culpa mía. De no ser por mí no habrías estado allí.
—No sé… —contestó Roger, inseguro—. Quizás habría muerto de otra forma. En todo caso no fue culpa tuya, Lyra.
Lyra comenzaba a pensar que Roger tenía razón. En cualquier caso era esperanzador ver a aquel pobrecillo frío y desvalido, tan cerca de ella aunque sin poderlo tocar. Lyra trató de agarrar su muñeca, pero sus dedos sólo aferraron el aire. No obstante, Roger captó su intención y se sentó junto a ella.
Los otros fantasmas retrocedieron un poco y los dejaron solos. Will también se apartó, para sentarse y examinar su mano. Había vuelto a sangrar, y mientras Tialys echaba a volar furiosamente hacia los fantasmas para mantenerlos a raya, Salmakia ayudó a Will a curarse la herida.
Lyra y Roger no reparaban en lo que ocurría a su alrededor.
—No estás muerta —dijo Roger—. ¿Cómo es posible que hayas venido aquí estando aún viva? ¿Dónde está Pan?
—Ay, Roger, tuve que dejarlo en la otra orilla del lago… Ha sido lo peor que he tenido que hacer en mi vida. ¡No sabes cuánto me dolió verle allí, mirándome como…! Me sentí como una asesina, pero no tuve más remedio que hacerlo, pues de otro modo no habría podido llegar hasta aquí.
—He intentado hablar contigo desde que estoy muerto —dijo Roger—. Deseaba hacerlo con todas mis fuerzas. Deseaba salir de aquí, con los otros muertos, porque este lugar es horrible, Lyra, nunca pasa nada, cuando mueres no se produce ningún cambio, y esos extraños pajarracos… ¿Sabes lo que hacen? Esperan a que estés descansando, porque aquí no concilias nunca un sueño profundo y sólo te quedas amodorrado, y se acercan sigilosamente y te susurran todas las cosas malas que hiciste cuando vivías, para que no las olvides. Saben todo lo malo sobre ti. Saben cómo conseguir que te sientas mal al pensar en todas las cosas estúpidas y malas que hiciste. Y conocen todos los pensamientos egoístas y crueles que tuviste, y hacen que te sientas avergonzado y asqueado contigo mismo… Pero no puedes escapar de ellas.
—Presta atención —dijo Lyra. La niña bajó la voz y se acercó al pequeño fantasma, como solía hacer cuando planeaba alguna travesura en el Colegio Jordan—. Quizá no lo sepas, pero las brujas… ¿Te acuerdas de Serafina Pekkala? Bueno, pues las brujas hicieron una profecía sobre mí. No saben que yo lo sé. Nunca se lo he dicho a nadie. Cuando estuve en Trollesund, y Farder Coram, el giptano, me llevó a ver al cónsul de las brujas, el doctor Lanselius, éste me sometió a una prueba. Me dijo que saliera y eligiera el pino-nube adecuado entre todos los demás, para demostrar que sabía leer el aletiómetro.
»Bueno, pues lo hice, y luego volví a entrar enseguida porque fuera hacía frío, y sólo tardé un segundo. Fue muy fácil. El cónsul estaba hablando con Farder Coram, y ellos no sabían que yo podía oírles. El cónsul dijo que las brujas habían hecho una profecía sobre mí, que yo iba a hacer algo grande e importante, y que lo haría en otro mundo…
»Pero yo no dije una palabra. Supongo que me olvidé de ello debido a la cantidad de cosas que han ocurrido desde entonces. Se me borró de la memoria. Ni siquiera hablé de ello con Pan, porque imagino que se habría echado a reír.
»Pero más tarde la señora Coulter me capturó y me mantuvo en un trance. Yo soñé con ese episodio, y soñé contigo. Recordé la madre-barco giptana, Ma Costa, ¿te acuerdas? Nos montamos en su barco en Jericó, con Simon y Hugh y todos ellos…
—¡Sí! ¡Y por poco acabamos en Abingdon! ¡Eso fue lo mejor que hicimos, Lyra! Jamás lo olvidaré, aunque permanezca muerto aquí durante mil años…
—Sí, pero escucha, cuando me escapé de la señora Coulter la primera vez, me encontré con los giptanos de nuevo y ellos cuidaron de mí y… ¡Ay, Roger, no imaginas la de cosas de las que me enteré! Pero lo importante es que Ma Costa me dijo que yo tenía aceite de bruja en el alma. Dijo que los giptanos eran gentes de agua pero yo era una persona de fuego.
»Creo que eso significa que ella me estaba preparando para la profecía de la bruja. Sé que yo tenía que hacer algo importante, y el doctor Lanselius, el cónsul, dijo que era vital que yo no averiguara nunca cuál era mi destino hasta que se cumpliera, que jamás debía preguntárselo a nadie… Y no lo hice. Ni siquiera reflexioné sobre lo que podía ser. Ni se lo pregunté al aletiómetro.
»Pero ahora creo saberlo. Y el hecho de haberte encontrado lo confirma. Mi destino, Roger, lo que tengo que hacer, consiste en ayudar a todos estos fantasmas a abandonar para siempre la tierra de los muertos. Will y yo debemos rescataros a todos. Estoy segura de que se trata de esto. Tiene que serlo. Y por algo que dijo lord Asriel, mi padre. “La muerte morirá”, dijo. Pero no sé lo que va a suceder. No se lo digas a los demás todavía. Quizá no dures mucho tiempo allí arriba, pero…
—¡Eso es justamente lo que quería decirte! —declaró Roger, que estaba impaciente por hablar—. ¡Les dije a los otros muertos que ibas a venir! Como viniste a rescatar a los niños de Bolvangar. Les dije: «Si alguien puede hacerlo, ésa es Lyra». Ellos deseaban que fuera cierto, querían creerme, pero me di cuenta de que no me creían.
»Para empezar —prosiguió Roger—, todos los niños que vienen aquí, absolutamente todos, nada más llegar dicen “estoy seguro de que mi padre vendrá a buscarme”, o “estoy seguro de que en cuanto mi madre averigüe que estoy aquí vendrá a buscarme para llevarme a casa”. Si no es el padre o la madre, son los amigos o el abuelo, el caso es que todos están convencidos de que vendrá alguien a rescatarlos. Así que nadie me creyó cuando les aseguré que vendrías. ¡Pero yo tenía razón!
—Sí —dijo Lyra—, aunque no lo habría conseguido sin Will. Ese niño que hay ahí es Will, y esos dos son el caballero Tialys y lady Salmakia. Tengo tantas cosas que contarte, Roger…
—¿Quién es Will? ¿De dónde es?
Lyra empezó a explicárselo, sin percatarse de que su voz tenía un tono distinto, de que enderezaba la espalda, de que incluso sus ojos adquirían una expresión diferente cuando relataba la historia de su encuentro con Will y la pelea por apoderarse de la sutil daga. ¿Cómo iba a percatarse de ello? Pero Roger sí lo notó, con aquella triste y muda envidia de los impávidos muertos.
Entretanto, Will y los gallivespianos se habían alejado un poco y charlaban entre sí.
—¿Qué vais a hacer la niña y tú? —inquirió Tialys.
—Abrir este mundo y liberar a los fantasmas. Para eso tengo la daga.
Will jamás había visto tal expresión de asombro en unos rostros, y menos en unas personas cuya opinión valoraba. Sentía un gran respeto por los dos gallivespianos, quienes permanecieron en silencio unos instantes.
—Eso destruirá sus planes —afirmó Tialys—. Es el golpe más contundente que podrías asestarles. Después de esto la Autoridad quedará impotente.
—¡Jamás podrían sospecharlo! —apostilló lady Salmakia—. ¡Les pillará de improviso!
—¿Y qué pasará luego? —preguntó Tialys a Will.
—¿Qué pasará luego? Pues supongo que saldremos nosotros e iremos en busca de nuestros daimonions. Pero no pienses en «luego». Bastante tenemos con pensar en «ahora». No les he dicho nada a los fantasmas, por si… por si no da resultado. De modo que vosotros tampoco les digáis una palabra de todo esto. Ahora trataré de localizar un mundo que pueda abrir, pero esas arpías no me quitan el ojo de encima. Si queréis echarme una mano, procurad distraerlas mientras yo me pongo manos a la obra.
Los gallivespianos espolearon al instante a sus libélulas y ascendieron hacia las tenebrosas alturas, donde había muchísimas arpías. Will observó cómo los grandes insectos arremetían valerosamente contra ellas, como si las arpías, pese a su tamaño, fueran unas inofensivas moscas que pudieran atrapar en sus fauces. Pensó en lo mucho que gozarían aquellas rutilantes criaturas cuando el cielo se abriera y ellas pudieran deslizarse de nuevo sobre las aguas resplandecientes.
Will tomó la daga. Al instante recordó las palabras que las arpías habían proferido contra él —las burlas sobre su madre— y se detuvo. Dejó la daga y trató de poner en orden sus ideas.
Volvió a intentarlo, pero con idénticos resultados. Oyó el furioso clamor de las arpías, pese a la ferocidad de los gallivespianos: eran tantas que los dos diminutos voladores no podían hacer nada para detenerlas.
Will pensó que eso era de prever. Las cosas no iban a ponerse más sencillas. De modo que dejó que su mente se relajara y permaneció sentado, sosteniendo la daga tranquilamente hasta que estuvo preparado para intentarlo de nuevo.
Esta vez la daga cortó el aire…, pero se topó con una roca. Will había abierto una ventana de este mundo que daba al estrato subterráneo de otro. La cerró y volvió a intentarlo.
Ocurrió lo mismo, aunque Will comprendió que se trataba de otro mundo. Había abierto numerosas ventanas que daban al nivel del suelo de otros mundos, de modo que no tenía nada de particular hallarse en el estrato subterráneo de un determinado mundo. Pero no dejaba de ser desconcertante.
Cuando volvió a intentarlo, tentó el aire con cautela, dejando que la punta de la daga buscara la resonancia que indicaba la presencia de un mundo donde el suelo se hallara al mismo nivel que el mundo en el que se encontraba. Pero no conseguía localizarlo. Cada vez que trataba de abrir una ventana, la daga se topaba con roca maciza.
Presintiendo que algo andaba mal, Lyra interrumpió su conversación confidencial con el fantasma de Roger y corrió a ayudar a Will.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Tenemos que trasladarnos a otro lugar —respondió Will—. No consigo abrir una ventana a un mundo que se halle al mismo nivel que éste. Y esas arpías no dejarán que lo hagamos. ¿Has contado a los fantasmas lo que nos proponemos hacer?
—No. Sólo a Roger, pero le pedí que no dijera nada. Él hará lo que yo le diga. ¡Ay, Will, tengo mucho miedo! Quizá no podamos salir nunca de aquí. ¿Te imaginas que tengamos que quedarnos en este sitio pasa siempre?
—La daga puede traspasar una roca. Si no hay más remedio, abriré un túnel. Espero que no sea necesario porque me llevaría bastante tiempo, pero puedo hacerlo. No te preocupes.
—Sí. Tienes razón. Claro que saldremos de aquí.
Lyra pensó que Will tenía mal aspecto: la cara contraída en un rictus de dolor, ojeras profundas, manos temblorosas y dedos sangrando. Parecía sentirse tan mal como ella. No podrían resistir mucho tiempo sin sus daimonions. Lyra notó que su fantasma se estremecía dentro de ella y se rodeó el torso con los brazos, anhelando reunirse con Pan.
Entretanto, los desdichados fantasmas comenzaron a aproximarse a ellos, en especial los niños, que no dejaban en paz a Lyra.
—Por favor —dijo una niña—, no nos olvides cuando regreses.
—Nunca me olvidaré de vosotros —contestó Lyra.
—¿Les hablarás a los de tu mundo de nosotros?
—Lo prometo. ¿Cómo te llamas?
Pero la pobre niña había olvidado su nombre y se volvió para ocultar su rostro, llena de turbación.
—Creo que es mejor olvidarlo —dijo un niño—. Yo he olvidado mi nombre. Algunos hace poco que están aquí y recuerdan quiénes son. Pero otros niños llevan en este lugar miles de años. No son mayores que nosotros, pero se han olvidado prácticamente de todo. Menos del sol. Nadie se olvida nunca del sol. Ni del viento.
—Es verdad —terció otro niño—. ¡Háblanos de todo eso!
Un coro de voces pidió a Lyra que les hablara de las cosas que recordaban, como el sol, el viento y el cielo, y de las que habían olvidado, como los juegos que practicaban cuando estaban vivos.
—¿Qué hago? —preguntó Lyra, volviéndose hacia Will.
—Diles lo que desean saber.
—Tengo miedo. Después de lo que ocurrió antes… con las arpías…
Lyra lo miró indecisa. Lo cierto es que estaba aterrorizada. Se volvió hacia los fantasmas, que se habían arracimado en torno a ella.
—¡Por favor! —susurraron los fantasmas—. ¡Acabas de llegar del mundo! ¡Cuéntanos, háblanos sobre el mundo!
No lejos de allí había un árbol, un tronco muerto cuyas ramas blancas se alzaban hacia las gélidas corrientes que soplaban en lo alto. Como Lyra se sentía débil y pensó que no podía andar y hablar al mismo tiempo, se dirigió hacia él para descansar un rato. Los fantasmas se apresuraron a apartarse, tropezando unos con otros, para dejarla pasar.
Cuando casi habían alcanzado el árbol, Tialys aterrizó de improviso en la mano de Will y le indicó que agachara para cabeza para susurrarle algo al oído.
—Esas arpías no tardarán en regresar —dijo en voz baja—. Son muchísimas. Ten la daga preparada. Salmakia y yo trataremos de detenerlas cuanto podamos, pero quizá tengas que enfrentarte a ellas.
Sin decirle nada a Lyra para no inquietarla, Will mantuvo la mano preparada junto a la daga. Tialys alzó de nuevo el vuelo y Lyra se sentó en una de las gruesas raíces del árbol.
En torno a ella se agolpó tal cantidad de fantasmas, observándola con los ojos muy abiertos, esperanzados, que Will tuvo que obligarles a retroceder para que no la asfixiaran. Pero dejó que Roger permaneciera junto a ella, porque miraba y escuchaba a Lyra con pasión.
Lyra empezó a hablar sobre el mundo que conocía.
Les contó la historia de cuando Roger y ella se encaramaron al tejado del Colegio Jordan y encontraron a un grajo con una pata rota, al que cuidaron hasta que pudo reemprender el vuelo; y que en cierta ocasión decidieron explorar las bodegas, llenas de polvo y telarañas, y bebieron vino de las islas Canarias, o quizá fuera de Tokay, no lo recordaba bien, y habían pillado una melopea de mucho cuidado. El fantasma de Roger la escuchaba, orgulloso y desesperado, asintiendo con la cabeza y murmurando:
—¡Sí, sí! ¡Así es como ocurrió! ¡Es cierto!
Lyra les habló después de la batalla campal entre los hijos de los habitantes de Oxford y los de los operarios de los hornos para cocer arcilla.
En primer lugar describió las canteras de arcilla, procurando no omitir detalle: los grandes lavaderos de color ocre, la draga, los hornos que recordaban inmensas colmenas de ladrillo. Les habló de los sauces que crecían en la orilla del río, cuyas hojas presentaban un color plateado en la parte inferior; y les explicó que cuando el sol lucía durante más de dos días, la arcilla empezaba a resquebrajarse formando unas hermosas placas, separadas por amplias brechas, y la sensación que uno tenía al meter los dedos en las brechas y alzar lentamente una placa de barro seco, procurando que fuera lo más grande posible sin que se rompiera. Debajo todavía estaba húmeda, ideal para arrojársela a alguien.
Y describió los olores en aquel lugar, el humo que brotaba de los hornos, el hedor a hojas podridas que emanaba del río cuando soplaba el viento del suroeste, el cálido aroma de las patatas asadas que comían los operarios de los hornos, y el sonido del agua al deslizarse por las esclusas y desembocar en los lavaderos; y la lenta y pesada succión que uno notaba al alzar el pie para sacarlo de la tierra, y el intenso chapoteo de las paletas de las compuertas en el agua saturada de arcilla.
Mientras Lyra les hablaba, pulsando todas sus fibras sensibles, los fantasmas se aproximaron a ella, devorando sus palabras, recordando la época en que poseían carne y piel y nervios y sentidos, deseosos de que no concluyera nunca su relato.
Luego les contó que los hijos de los operarios de los hornos de cocer arcilla siempre atacaban a los niños de la ciudad, pero que carecían de reflejos y eran torpes, porque tenían los sesos llenos de arcilla, y que en comparación con ellos los niños de la ciudad eran listos y rápidos como gorriones; y que un día todos los niños de la ciudad se tragaron sus diferencias y tramaron un ataque contra las canteras de arcilla desde tres flancos, obligando a los hijos de los trabajadores de los hornos a retroceder hacia el río, arrojándose unos a otros puñados de arcilla, destruyendo el castillo de barro que habían construido los hijos de los operarios, convirtiendo las fortificaciones en unos misiles hasta que el aire y el suelo y el agua se confundían entre sí y todos los niños presentaban idéntico aspecto, cubiertos de barro desde la punta del pelo hasta las plantas de los pies. Ninguno había disfrutado jamás tanto como aquel día.
Cuando hubo terminado, Lyra miró a Will, agotada. Entonces se llevó un susto mayúsculo.
Aparte de los fantasmas, que la rodeaban en silencio, y de sus compañeros, había junto a ella otros espectadores, vivos: las ramas de los árboles estaban repletas de aquellas siniestras aves con rostro de mujer, observándola fascinadas y solemnes.
Lyra se levantó asustada, pero las arpías no se movieron.
—¡Eh, vosotras, las que me atacasteis hace un rato, cuando traté de deciros una cosa! ¿Qué os impide hacerlo ahora? ¡Adelante, destrozadme con vuestras garras y convertidme en un fantasma!
—Eso es lo mínimo que haremos —contestó la arpía situada en el centro, que era nada menos que Sin Nombre—. Escucha. Hace miles de años, cuando llegaron aquí los primeros fantasmas, la Autoridad nos concedió el poder de ver todo lo malo que existe en cada uno. Desde entonces nos hemos alimentado de ello. Ahora nuestra sangre está contaminada y nuestros corazones consternados de tanta maldad.
»Pero era lo único de lo que podíamos alimentarnos. No disponíamos de otra cosa. Y ahora nos enteramos de que te has propuesto abrir un camino de acceso al mundo superior y llevarte de aquí a todos los fantasmas…
La áspera voz de la arpía quedó sofocada por un millón de murmullos cuando todos los fantasmas capaces de oír lanzaron exclamaciones de gozo y esperanza; pero todas las arpías se pusieron a chillar y a batir las alas hasta que los fantasmas enmudecieron de nuevo.
—¡Sí, llevártelos de aquí! —gritó Sin Nombre—. ¿Qué haremos nosotras ahora? Yo te lo diré: a partir de este momento no nos detendremos ante nada. Lastimaremos, profanaremos, desgarraremos y destruiremos a todos los fantasmas que pasen por aquí, les haremos enloquecer de miedo, remordimientos y odio hacia ellos mismos. ¡Este lugar es un erial, pero a partir de ahora será un infierno!
Todas las arpías se pusieron a chillar y a jalear a su compañera en señal de aprobación. Muchas alzaron el vuelo desde el árbol y se precipitaron sobre los fantasmas, que se dispersaron aterrorizados.
—Han descubierto nuestro plan, ya no podemos ponerlo en práctica —dijo Lyra agarrando el brazo de Will—. ¡Los fantasmas nos odiarán, pensarán que les hemos traicionado! ¡En lugar de rescatarlos, hemos empeorado la situación!
—Tranquilízate —intervino Tialys—. No te desesperes. Haz que regresen y nos escuchen.
—¡Volved aquí! —gritó Will—. ¡Acercaos todos! ¡Prestad atención!
Las arpías, con una expresión intrigada y voraz en sus perversos rostros, volvieron a aposentarse una tras otra en el árbol. Los fantasmas regresaron también. El caballero dejó su libélula al cuidado de Salmakia y se encaramó de un salto sobre una roca donde todos pudieran ver su diminuta figura, que destacaba por su atuendo de color verde y su cabello negro.
—Arpías —dijo Tialys—, podemos ofreceros algo mejor que eso. Responded a mis preguntas con sinceridad y escuchad lo que voy a deciros. Luego podréis juzgar. Cuando Lyra habló con vosotras fuera de la muralla, la atacasteis. ¿Por qué lo hicisteis?
—¡Mentiras! —gritaron las arpías—. ¡Mentiras y fantasías!
—Sin embargo, hace unos instantes, todas la habéis escuchado quietas y en silencio. ¿Por qué?
—Porque era verdad —replicó Sin Nombre—. Porque dijo la verdad. Porque sus palabras resultaban nutritivas y nos alimentaban. Porque no pudimos remediarlo. Porque era verdad. Porque no sabíamos que existiera nada aparte del mal. Porque nos reveló cosas sobre el mundo y el sol y el viento y la lluvia. Porque era verdad.
—En ese caso —dijo Tialys—, haremos un trato con vosotras. En lugar de ver sólo la maldad, la crueldad y la codicia de los fantasmas que vienen aquí, a partir de ahora tendréis el derecho de pedir a todos los fantasmas que os relaten las historias de sus vidas, y ellos os contarán la verdad sobre lo que han visto, tocado, conocido y amado en el mundo. Cada uno de esos fantasmas posee una historia; a partir de ahora todos los que vengan aquí os contarán cosas verdaderas sobre el mundo. Vosotras tendréis el derecho de oírlas y ellos la obligación de contároslas.
A Lyra le maravilló el valor del pequeño espía. ¿Cómo se había atrevido a hablarles a aquellas criaturas como si él tuviera el poder de concederles unos derechos? Cualquiera de ellas habría podido capturarlo en un instante, destrozarlo con sus garras, o elevarse con él por los aires y estamparlo contra el suelo. Y sin embargo él les había hablado sin inmutarse, orgulloso y derrochando valor, tratando de hacer un pacto con ellas. Y las arpías le habían escuchado, y se habían vuelto unas hacia otras para consultarse, hablando en voz baja.
Todos los fantasmas las observaron temerosos y en silencio.
Un momento después, Sin Nombre se volvió hacia Will.
—Eso no basta —dijo—. Queremos algo más. Bajo los antiguos designios, realizábamos una tarea. Teníamos un lugar y una misión. Cumplíamos las órdenes de la Autoridad con diligencia, y por eso nos respetaban. Éramos odiadas y temidas, pero a la vez respetadas. ¿Y nuestro honor? ¿Qué caso van a hacernos los fantasmas a partir de ahora si pueden regresar al mundo tranquilamente? Tenemos nuestro orgullo, y no dejaremos que nos lo pisoteen. ¡Necesitamos ocupar un lugar honroso! ¡Necesitamos cumplir una tarea, una misión que nos reporte el respeto que merecemos!
Las arpías se mostraban agitadas, farfullando y batiendo las alas sobre las ramas del árbol. Pero al cabo de unos momentos Salmakia se situó de un salto junto al caballero y dijo:
—Tenéis razón. Todo el mundo deberá realizar una tarea importante que le reporte el respeto de los demás, una tarea que pueda cumplir con orgullo. Nosotros os asignaremos una tarea que sólo vosotras podéis llevar a cabo, puesto que sois las guardianas y centinelas de este lugar. Vuestra tarea consistirá en guiar a los fantasmas desde el desembarcadero junto al lago a través de la tierra de los muertos hasta la nueva abertura al mundo superior. A cambio, y en recompensa por vuestros servicios, ellos os contarán sus historias. ¿Os parece justo?
Sin Nombre miró a sus hermanas, y todas asintieron.
—Y nosotras nos reservamos el derecho de negarnos a servirles de guía si nos mienten, si omiten algo o si no tienen nada que decirnos —precisó la arpía—. Si viven en el mundo, están obligados a ver, tocar, escuchar, aprender y amar cosas. Haremos una excepción en el caso de los bebés que no han tenido tiempo de aprender nada, pero respecto a los otros, si se presentan aquí sin aportarnos nada, nos negaremos a guiarles hacia la salida.
—Es justo —dijo Salmakia, y los otros viajeros se mostraron de acuerdo.
De modo que hicieron un pacto. Y a cambio de la historia que Lyra les había relatado, las arpías accedieron a conducir a los viajeros y su daga a una parte de la tierra de los muertos que se hallaba próxima al mundo superior. Quedaba bastante lejos, a través de túneles y cuevas, pero prometieron guiarlos lealmente y dejar que los fantasmas les siguieran.
Pero antes de que emprendieran la marcha se alzó una voz de protesta. Era el fantasma de un hombre enjuto, con el rostro apasionado.
—¿Qué pasará cuando abandonemos el mundo de los muertos? —inquirió—. ¿Volveremos a la vida, o desapareceremos como nuestros daimonions? ¡Hermanos, hermanas, no debemos seguir a estos niños a ninguna parte hasta que sepamos qué va a ser de nosotros!
Otros se hicieron eco de esa protesta.
—¡Sí, decidnos adónde nos lleváis! ¡Decidnos qué ocurrirá! ¡No iremos a ninguna parte a menos que sepamos qué será de nosotros!
Lyra se volvió hacia Will, desesperada, pero él se apresuró a tranquilizarla.
—Diles la verdad. Consulta al aletiómetro y diles lo que te responda.
—De acuerdo —dijo Lyra.
Sacó el instrumento dorado. La respuesta no se hizo esperar. Lyra guardó el aletiómetro y se puso en pie.
—Os diré lo que ocurrirá, y os aseguro que es cierto. Cuando salgamos de aquí, todas las partículas que componen vuestro ser se desprenderán y dispersarán, como ha sucedido con vuestros daimonions. Si habéis visto morir a alguien, ya sabéis lo que sucede. Pero vuestros daimonions no se han convertido en algo inexistente, sino que forman parte de todo. Los átomos que los componían se hallan en el aire, el viento, los árboles, la tierra y todos los organismos vivos. Jamás desaparecerán. Forman parte de todo. Y eso es exactamente lo que os ocurrirá a vosotros. Os lo juro, os doy mi palabra de honor. Os disgregaréis, sí, pero permaneceréis en el mundo superior y formaréis parte de todo cuanto está vivo.
Nadie dijo nada. Quienes habían visto desvanecerse a los daimonions lo recordaban bien, y los que no lo habían visto lo imaginaban. Nadie dijo una palabra hasta que una joven se adelantó y rompió el silencio. Había muerto mártir hacía varios siglos.
—Cuando vivíamos —dijo, mirando a la concurrencia—, nos dijeron que cuando muriéramos iríamos al cielo. Nos aseguraron que el cielo era un lugar donde reinaba la alegría y la gloria y que pasaríamos la eternidad en compañía de los santos y los ángeles alabando al Todopoderoso, en un estado de absoluta dicha. Eso fue lo que nos dijeron. Y eso fue lo que indujo a algunos de nosotros a sacrificar nuestras vidas, y a otros a vivir en soledad, entregados a la oración, sin participar en la alegría que nos rodeaba y que jamás llegamos a conocer.
»Porque la tierra de los muertos no es un lugar de recompensa ni de castigo. Es un lugar donde no existe más que la nada. Aquí vienen los buenos y los malos, y todos languidecemos eternamente en este lugar sombrío y desolado, sin esperanza de ser libres, de gozar de la alegría, de dormir o de descansar en paz.
»Pero ahora esta niña ha venido a ofrecernos el medio de salir de aquí y yo la seguiré. Aunque signifique disgregarnos, yo lo acepto, amigos, porque abandonaremos la nada, volveremos a estar vivos en un millar de briznas de hierba, en un millón de hojas, caeremos en forma de gotas de lluvia, volaremos impulsados por la brisa, brillaremos en el rocío bajo las estrellas y la luna en el mundo físico, que es y siempre fue nuestro auténtico hogar.
»¡Por tanto os conmino a seguir a esta niña hacia el cielo abierto!
Pero el fantasma de la joven fue apartado de un empellón por el fantasma de un hombre que parecía un monje: delgado y pálido incluso de muerto, con unos ojos negros de mirada fanática. Después de santiguarse y murmurar una oración, dijo:
—Éste es un mensaje amargo, una broma pesada y cruel. ¿Acaso no comprendéis la verdad? Ésta no es una niña. ¡Es una agente del Maligno! El mundo en el que vivíamos era un valle de corrupción y de lágrimas. Nada podía satisfacernos. Pero el Todopoderoso nos ha concedido este bendito lugar para toda la eternidad, este paraíso, que al alma pecadora le parece sombrío y yermo, pero que los ojos de la fe lo ven como es, rebosante de leche y miel y pletórico de los dulces himnos de los ángeles. ¡Éste es el verdadero cielo! Lo que esta niña malvada os promete no son sino mentiras. ¡Pretende conduciros al infierno! Si la seguís, corréis el riesgo de condenaros para siempre. Mis compañeros y yo, que profesamos la fe verdadera, nos quedaremos en este bendito paraíso, y pasaremos la eternidad cantando las alabanzas del Todopoderoso, que nos ha dado el juicio para discernir lo falso de lo verdadero.
El monje se santiguó de nuevo, y se alejó con sus compañeros horrorizados.
Lyra se quedó perpleja. ¿Estaría equivocada? ¿Habría cometido un gigantesco error? Miró en derredor y sólo vio oscuridad y desolación. Pero otras veces se había dejado engañar por las apariencias, como al confiar en la señora Coulter debido a su hermosa sonrisa, su perfume y su atractivo personal. Era fácil confundirse, y también era posible que ahora se hubiera equivocado, sin su daimonion para orientarla.
Will le zarandeó el brazo. Luego le tomó el rostro entre sus manos y lo sostuvo con firmeza.
—Sabes perfectamente que no es verdad —dijo—. ¡No hagas caso! Ellos también se han dado cuenta de que ese hombre miente. Y dependen de nosotros. Vamos, debemos ponernos en marcha.
Lyra asintió. Tenía que fiarse de su cuerpo y de la verdad que le comunicaban sus sentidos; sabía que eso es lo que habría hecho Pan.
Los niños echaron a andar, seguidos por los incontables millones de fantasmas. Tras la comitiva, demasiado lejos para que Will y Lyra los vieran, avanzaban otros habitantes del mundo de los muertos que habían oído lo ocurrido y se habían sumado a la gran marcha. Tialys y Salmakia retrocedieron volando y se llevaron una gran alegría al ver allí a sus congéneres, junto con todos los seres conscientes que habían sido castigados por la Autoridad con el exilio y la muerte. Entre ellos había unas criaturas que no parecían humanas, semejantes a los mulefa, a quienes Mary Malone sin duda habría reconocido, y unos fantasmas de aspecto aún más extraño.
Pero Will y Lyra no tenían fuerzas para mirar atrás. Las pocas que les restaban debían emplearlas en seguir a las arpías, confiando en salir de allí.
—Casi lo hemos conseguido, ¿verdad, Will? —musitó Lyra—. ¿Falta poco?
Will no lo sabía, pero se sentían tan desfallecidos que respondió:
—Sí, falta poco. Casi lo hemos conseguido. Pronto saldremos de aquí.