AGRADECIMINETOS

La trilogía iniciada con Luces del Norte no existiría sin la ayuda y el estímulo de amigos, parientes, libros y extraños.

Deseo expresar mi gratitud a las siguientes personas: Liz Cross, por su meticulosa e infatigable labor de revisión en cada fase de la obra, y por su brillante idea sobre unas imágenes en La daga; Anne Wallace-Hadrill, por permitir que me asomara por la borda de su pequeña embarcación; Richard Osgood, del Instituto Arqueológico de la Universidad de Oxford, por explicarme cómo se organiza una expedición arqueológica; Michael Malleson, del Trent Studio Forge, en Dorset, por mostrarme cómo se forja el hierro; y Mike Froggatt y Tanaqui Weaver, por traerme papel como el que utilizo (con dos orificios) cuando se me agotaban las existencias. Asimismo, deseo elogiar el café que expenden en el Museo de Arte Moderno de Oxford. Cada vez que me topaba con un problema en la narración, bastaba una taza de su café y una hora sentado en aquella acogedora sala para que se solventara, sin mayor esfuerzo por mi parte.

He robado ideas de todos los libros que he leído. Al documentarme para una novela me he guiado siempre por este principio: «Leerla como una mariposa, escribirla como una abeja», y si esta historia contiene algo de miel, ello se debe enteramente a la calidad del néctar que hallé en la obra de escritores más dotados que yo. Pero deseo destacar ante todo tres deudas de gratitud. La primera con el ensayo titulado On the Marionette Theatre, de Heinrich von Kleist, que leí por primera vez en una traducción de Idris Parry en el suplemento literario de The Sunday Times, en 1978. La segunda con El paraíso perdido, de JOHN MILTON. La tercera con las obras de WILLIAM BLAKE.

Por último, mis deudas más grandes. A David Fickling y su infinita fe y aliento, así como su certera y nítida intuición sobre cómo mejorar una historia, le debo buena parte del éxito que ha alcanzado esta obra; a Caradoc King le debo más de media vida de amistad y apoyo leal; a Enid Jones, la maestra que me dio a leer hace tiempo El paraíso perdido, le debo lo mejor que la educación es capaz de ofrecer, la idea de que la responsabilidad y el placer pueden ir aparejados; a mi esposa Jude, y a mis hijos Jamie y Tom, les debo todo lo demás.

PHILIP PULLMAN