22. Variante

«—Aquí me parece que llegas a lo decisivo —dijo K—. Eso es. Barnabás es demasiado joven para ese trabajo. Nada de lo que cuenta se puede tomar en serio, y no porque no cuente la verdad, sino porque allí se muere de miedo. Y no me sorprende. El respeto a la administración es aquí innato, se os sigue insuflando durante toda vuestra vida de las maneras más distintas y desde todas partes, y vosotros mismos ayudáis en ello en lo que podéis. En principio no tengo nada en contra, si una administración es buena, ¿por qué no se debería tener respeto por ella? Pero no se puede enviar de repente al castillo a un joven poco instruido como Barnabás, que nunca ha salido del pueblo, y luego querer oír de él informes fidedignos, interpretar sus palabras como si fuesen una Revelación y hacer depender de ellas la propia felicidad. Nada puede ser más erróneo. Cierto, yo me he dejado confundir como tú, y también he puesto en él esperanzas y he padecido decepciones, las dos cosas basándome en sus palabras que ni siquiera estaban fundadas. Es tu hermano, pones grandes esperanzas en él y lo ya alcanzado parece darte la razón.

—Quizá sea así —dijo Olga—, confío en ti, pues tú eres independiente y posees una perspectiva libre; nosotros, sin embargo, con nuestras tristes experiencias y continuos temores nos asustamos, sin defendernos, de cualquier crujido de la madera y cuando uno se asusta, se asusta inmediatamente el otro y ni siquiera sabe el motivo.

—Nunca hubiera pensado que eras así —dijo K.

—No era así, me he vuelto así —dijo Olga—. ¿No te ha contado nada Frieda sobre nosotros?

—Sólo insinuaciones —dijo K—, nada más.

—¿Tampoco la posadera?

—No —dijo K—, nada.

—No me sorprende —dijo Olga—, nadie del pueblo te contará algo concreto de nosotros, en contra, cualquiera, ya sepa de qué se trata o no, ya sean rumores de su propia invención u oídos por ahí. Todos mostrarán en general que nos des precian, al parecer deberían despreciarse a sí mismos si no lo hicieran. De esta situación surgen, naturalmente, extrañas contradicciones. ¿Conoces a la sucesora de Frieda? Se llama Pepi, sí. La conocí ayer por la noche, antes había sido una criada. Bueno, pues esa pequeña Pepi me desprecia, me vio ayer desde la ventana cómo iba a por cerveza, entonces corrió hasta la puerta de la taberna y la cerró. Tuve que solicitarle durante mucho tiempo y prometerle la cinta que llevaba en el pelo antes de que me abriera. Así que puede despreciarme, en parte dependo de su benevolencia, ya eso es motivo suficiente para el desprecio, pero incluso aparte de eso, una sirvienta de taberna en la posada de los señores no es poco en comparación conmigo, aunque lo sea provisionalmente y no tenga las cualidades que son necesarias para ser empleada de una manera duradera. Sólo hay que oír cómo el posadero habla con Pepi y comparar cómo hablaba con Frieda. Pero eso sea dicho de paso. En realidad, no sólo me desprecia a mí, sino también a Amalia. La pequeña Pepi desprecia a Amalia; la desprecia a ella, cuya mirada bastaría para sacar a la pequeña Pepi con todas sus trenzas y lazos tan rápidamente de la habitación como jamás podría conseguir a causa de sus piernas gordas. Qué cháchara más indignante tuve que oír ayer otra vez hasta que, finalmente, los huéspedes me acogieron de la manera que tú ya viste una vez.

—Y ¿por qué os desprecian? —preguntó K, y se acordó de la desagradable impresión que le dio la primera noche esa familia apretada bajo la lámpara de aceite, con una espalda al lado de la otra y los dos ancianos con los rostros inclina dos prácticamente hasta la sopa, esperando a que se les sirviera. Qué repugnante había sido aquello y aún más repugnante porque esa impresión no se podía explicar con detalles, pues los detalles se podían nombrar para aferrarse a algo, pero no eran ellos los causantes, sino otra cosa que no se podía nombrar. Sólo después de que K se hubiese enterado de cosas en el pueblo, lo que le hizo precavido con las primeras impresiones, y no sólo con las primeras, sino también con las segundas y las siguientes, sólo entonces esa familia comenzó a dividirse en sus componentes, que él comprendía en parte, pero sobre todo con los que podía sentir como si fue tan los amigos que hasta ahora no había encontrado en el pueblo, sólo entonces comenzó a desaparecer aquella experiencia desagradable, aunque nunca del todo, los padres en su rincón, la pequeña lámpara de aceite, la habitación, no era nada fácil soportar todo aquello con tranquilidad y había que recibir algo, como un regalo, en ese caso el relato de Olga, para reconciliarse un poco, aunque sólo fuese en apariencia y provisionalmente. Y sumido en sus pensamientos, añadió:

—Estoy convencido que se os hace una injusticia, eso lo quiero decir desde el principio. Pero —no conozco el motivo— debe de ser difícil no cometer con vosotros una injusticia. Hay que ser un forastero en mi situación especial para evadirse del prejuicio. Y yo mismo estuve largo tiempo influido, tan influido que ese estado de ánimo que domina contra vosotros —no sólo se trata de desprecio, sino también de miedo— me pareció obvio, no pensé en ello, no intenté defenderos, cierto, todo eso me parecía ajeno. Ahora, sin embargo, todo aparece ante mí de forma muy distinta. Es evidente que se os reprocha que queráis llegar más lejos que los otros, que Barnabás haya llegado a mensajero del castillo o que intente serlo; para no tener que admiraros, se os desprecia y se hace con tal fuerza que también vosotros sucumbís, pues ¿qué son vuestras preocupaciones, vuestra angustia, vuestras dudas sino las consecuencias de ese desprecio general?

Olga sonrió y miró a K con tal inteligencia y claridad que quedó afectado, era como si hubiese dicho algo erróneo y Olga tuviese que penetrar en él para paliar el error y ella estaba feliz de realizar esa tarea. Y la pregunta de por qué todo estaba en contra de esa familia, le pareció otra vez a K sin solución y necesitada de una clara respuesta.

—No —dijo Olga—, no es así, nuestra situación no es tan favorable, tú intentas favorecerla porque hasta ahora no nos has defendido frente a Frieda y ahora nos defiendes demasiado. No aspiramos a más que los demás. ¿Sería una gran aspiración querer ser mensajero? Cualquiera que pueda correr y pueda memorizar unas palabras posee la aptitud para ser mensajero. Tampoco es un puesto retribuido. La solicitud para ser aceptado como mensajero del castillo se suele entender como la solicitud de varios niños pequeños y desocupados que se esfuerzan por hacer algún trabajo a un adulto sólo por hacerlo y por el honor que lleva consigo. Así es aquí, sólo con la diferencia de que no hay muchos que quieran hacerlo y que, a quien se acepta, real o aparentemente, no se le trata amigablemente como a un niño, sino que se le atormenta. No, por eso no nos envidia nadie, más bien nos compadecen y por eso en toda hostilidad se encuentra una chispa de compasión. Quizá también en tu corazón, si no ¿qué te atraería de nosotros? ¿Sólo los mensajes de Barnabás? Eso no lo puedo creer. Nunca les has atribuido mucho valor, sólo has seguido con él por compasión a Barnabás, o en su mayor parte por compasión. Y has logrado ese objetivo. Es cierto que Barnabás sufre con tus exigencias, demasiado elevadas e imposibles de cumplir, pero al mismo tiempo a través de ellas gana un poco de orgullo, un poco de confianza; las continuas dudas, de las que no se puede liberar en el castillo, son un poco contrarrestadas por tu confianza, por tu permanente interés. Desde que estás en el pueblo le va mejor, y también nosotros nos beneficiamos de esa confianza, y sería más si vinieses con más frecuencia a visitarnos. Te resistes a causa de Frieda, eso lo comprendo, lo mismo le dije a Amalia. Pero Amalia es tan intranquila, últimamente sólo me atrevo a hablar con ella lo más necesario. No parece escuchar cuando se habla con ella, y cuando escucha no parece comprender lo escuchado, y cuando lo comprende, parece despreciarlo. Pero todo eso no lo hace por propia voluntad y no podemos enfadarnos con ella; cuanto más esquiva se muestra, con más dulzura hay que tratarla. Tan fuerte como parece, en realidad es muy débil. Ayer, por ejemplo, dijo Barnabás que tú vendrías hoy. Como conoce a Amalia añadió con cuidado que tú tal vez vendrías, pero que no era seguro. Sin embargo, Amalia te ha esperado todo el día, incapaz de hacer ninguna otra cosa, y ya por la tarde no se podía mantener de pie y se tuvo que echar.

—Ahora comprendo —dijo K—, por qué significo algo para vosotros, aunque sin que sea merecimiento mío. Estamos unidos, como el mensajero al destinatario, pero tampoco así, no hay que exagerar, aprecio demasiado vuestra amistad, especialmente la tuya, Olga, como para permitir que peligrase por esperanzas exageradas. También yo me distancié de vosotros por poner demasiadas esperanzas. Si juegan con vosotros, no juegan menos conmigo, entonces se trata de un juego sorprendentemente centralizado y uniforme. De lo que me has contado incluso tengo la impresión de que los dos mensajes que me ha enviado Barnabás son los únicos que le han confiado hasta ahora.

Olga asintió.

—Me avergüenzo de reconocerlo —dijo con los ojos humillados.

—Así que no eres sincera conmigo —dijo K—, ni siquiera tú eres sincera conmigo.

—Aún no comprendes nuestra situación desesperada —dijo Olga, y contempló a K con mirada angustiada—, tal vez tengamos la culpa, desacostumbrados al trato humano, quizá te seamos repulsivos por nuestros exasperados intentos de atraerte. ¿Que no soy sincera? Nadie podría ser más sincero que yo contigo. Si te silencio algo, sólo ocurre por miedo de ti y esto no lo oculto, sino que lo muestro abiertamente, quítame el miedo y me tendrás del todo.

—¿Qué clase de miedo es ése? —preguntó K.

—El miedo de perderte —dijo Olga—, piénsalo, Barnabás ya hace tres años que lucha por su puesto, durante tres años estamos al acecho del éxito de sus esfuerzos, todo en vano, no hemos conseguido nada, sólo vergüenza, tormento, tiempo perdido, amenazas del futuro, pero una noche llega con una carta, una carta dirigida a ti. Ha llegado un agrimensor, parece haber llegado para nosotros. “Haré de intermediario en todos los mensajes entre él y el castillo”, dijo Barnabás. “Parece que hay cosas importantes en juego”, añadió. “Naturalmente”, dije yo, “¡un agrimensor! Realizará muchos trabajos, serán necesarios muchos mensajes. Ahora eres realmente un mensajero, pronto recibirás un traje oficial”. “Es posible”, dijo Barnabás, incluso él, ese joven que se ha vuelto tan atormentado, dice: “es posible”. Aquella noche fuimos felices, incluso Amalia participó a su manera, aunque no nos escuchó, acercó el taburete en el que cose hasta nosotros y a veces miró cómo nos reíamos y cuchicheábamos. La suerte no ha durado mucho, aquella misma noche se terminó. Aunque pareció surgir de nuevo cuando Barnabás apareció inesperadamente contigo. Pero entonces comenzaron las dudas, era, ciertamente, un honor que hubieses venido a nuestra casa, pero también era perturbador desde un principio. ¿Qué querías?, nos preguntamos. ¿Por qué viniste? ¿Eras realmente el gran hombre por el que te teníamos si querías venir a nuestra casa? ¿Por qué no permaneciste donde estabas, dejaste que el mensajero, como correspondía a tu dignidad, se acercara a ti, despachándolo en seguida? ¿No quitaste al venir una parte de la importancia al puesto de mensajero de Barnabás? Aunque eras un forastero, vestías pobremente, la chaqueta mojada que te quité la escurrí con tristeza. ¿Íbamos a tener mala suerte con el primer destinatario tan largamente anhelado? Además, comprobamos que nos rechazabas, permaneciste en la ventana y no hubo manera de atraerte hasta la mesa. No nos volvimos hacia ti, pero no pensábamos en otra cosa. ¿Habías venido sólo a examinarnos? ¿Para ver de qué familia procedía tu mensajero? ¿Ya tenías en la segunda noche de tu residencia en el pueblo una sospecha contra nosotros? Y ¿te habíamos dado tan mala impresión como para que te mostraras tan reservado y deseases abandonarnos lo antes posible? Tu salida fue para nosotros una prueba de que no sólo nos despreciabas, sino, lo que era peor, también despreciabas los mensajes de Barnabás. Nosotros solos no éramos capaces de reconocer su verdadera importancia, eso sólo podías hacerlo tú, a quien estaban expresamente dirigidos y a cuya profesión se referían. Así que tú, en realidad, nos enseñaste la duda, desde aquella noche comenzaron las tristes observaciones de Barnabás arriba, en las oficinas. Y las preguntas que había dejado sin contestar la noche pareció responderlas definitivamente la mañana. Cuando salí con los criados del establo y vi cómo salías de la posada de los señores con Frieda y los ayudantes, di por probado que ya no ponías ninguna esperanza en nosotros y que nos habías abandonado…». <<