14. Variantes

(1) «K creía no tener ningún motivo para hacerlo, casi se podía decir que había una nueva esperanza: que desenganchasen los caballos era, ciertamente, un signo triste, pero la puerta aún permanecía allí, abierta, imposible de cerrar con llave, una promesa continua y una continua tentación. Entonces volvió a oír a alguien en la escalera; retrocedió unos pasos con precaución y celeridad hacia el pasillo y miró hacia arriba. Para su sorpresa era la posadera de la posada del puente. Con lentitud y actitud reflexiva bajaba las escaleras, sujetándose regularmente al pasamanos. Le saludó con amabilidad, allí, en terreno ajeno, no parecía tener validez su disputa».

(2) «¡Qué le importaba a K ese señor! Que se alejara si quería, cuanto más rápido, mejor; era una victoria de K, aunque, por desgracia, no podía sacar provecho de ella si al mismo tiempo se alejaba el trineo, al que seguía tristemente con la mirada.

—Si me voy en seguida de aquí —exclamó volviéndose con una decisión repentina hacia el señor—, ¿puede regresar el trineo?

Mientras decía esto, K no creyó ceder a ninguna orden —en otro caso no lo habría hecho—, sino que le pareció como si renunciase a favor de una persona más débil, pudiendo alegrarse de haber realizado una buena acción. En la respuesta brusca del señor reconoció en seguida, sin embargo, en qué confusión de sentimientos se hallaba si creía que actuaba voluntariamente, voluntariamente había invocado el dictado del señor.

—El trineo puede regresar —dijo el señor—, pero sólo si usted viene en seguida conmigo, sin dudar, sin condiciones, sin retractarse. ¿Quiere que regrese entonces? Se lo pregunto por última vez. Créame, entre mis funciones no se encuentra la de vigilar el orden público en el patio.

—Me voy —dijo K—, pero no con usted, me voy por esa puerta, a la calle.

Señaló hacia el portón.

—Bien —dijo el señor, una vez más con esa atormentadora mezcla de deferencia y dureza—, entonces yo también me iré por ahí. Pero deprisa.

El señor regresó hasta donde estaba K y avanzaron uno al lado del otro por el centro del patio, a través de la nieve inmaculada. Volviéndose fugazmente, el señor hizo una señal al cochero, quien una vez más se adelantó hasta la entrada, se subió al pescante y se dispuso otra vez a esperar, su espera comenzaba de nuevo. Pero para su enojo, también comenzó la espera de K, pues apenas habían salido del patio, se quedó parado.

—Usted es insoportablemente tozudo —dijo el señor.

K, sin embargo, que cuanto más se alejaba del trineo y del testigo de su falta, más despreocupado se sentía, más seguro de su objetivo y, por tanto, más a la altura del señor, sí, incluso en cierto sentido, superior a él, se puso enfrente de él y le dijo:

—¿Es verdad eso? ¿No me quiere engañar? ¿Insoportablemente tozudo? No podría desearme nada mejor.

En ese instante, K sintió en la nuca un ligero escozor, quiso cerciorarse de la: causa, se tocó con la mano y se volvió. ¡El trineo! Aún tenía que haber estado K en el interior del patio, cuando el trineo había comenzado a avanzar sin hacer ruido, en la profunda nieve, sin campanilla, sin luces, y ahora acababa de pasar al lado de K y el cochero le había rozado de broma con el látigo. Los caballos, nobles animales, a los que no había podido juzgar durante su espera por su posición de descanso, tensaban ahora sus músculos y tomaban el camino del castillo, desapareciendo rápidamente en la oscuridad de la noche.

El señor sacó el reloj y dijo con un acento de reproche:

—Así que Klamm ha tenido que esperar dos horas.

—¿Por mi causa? —preguntó K.

—Pues claro —dijo el señor.

—¿No puede soportar verme?

—No —respondió el señor—, no puede soportarlo. Ahora me voy a casa. No puede imaginarse el trabajo que he tenido que dejar allí, por cierto, yo soy el actual secretario de Klamm, me llamo Momus. Klamm es un hombre a quien le gusta trabajar y los que estamos con él tenemos que imitarle en lo que alcancen nuestras fuerzas.

El hombre se había vuelto hablador, habría tenido ganas de contestar todas las preguntas de K, pero éste permaneció mudo, sólo parecía observar con detenimiento el rostro del secretario, como si buscase descubrir la ley, según la cual se tenía que regir un rostro para que Klamm lo soportase. Pero no encontró nada y lo dejó, ya no prestó atención a la despedida del secretario y se limitó a mirar cómo se ponía en camino hacia el patio y se abría paso entre un grupo de personas que de allí venía y que probablemente estaba compuesto por la servidumbre de Klamm. Iban por parejas, pero sin ningún orden, hablaban entre ellos y ocultaron sus rostros a un lado u otro cuando pasaron al lado de K. Detrás de ellos se cerró lentamente la puerta. K tenía necesidad de calor, de luz, de una palabra amable, en la escuela era probable que le esperase todo eso, pero tenía la sensación de que, en su estado, no encontraría el camino a casa, sin tener en consideración que se encontraba en una calle completamente desconocida para él. Tampoco le atraía mucho esa perspectiva, pues por más que se imaginaba todo lo que le esperaba en casa con los colores más bonitos, no lo consideraba suficiente para un día como ése. Bueno, en todo caso allí no podía quedarse, así que se puso en camino». <<