«En cierto sentido, le han preguntado —dijo la posadera—. El certificado de matrimonio lleva, aunque casualmente, su firma, pues entonces representaba al jefe de otro departamento, por eso consta en él: “en representación, Klamm”. Recuerdo cómo vine corriendo a casa desde el Registro Civil, ni siquiera me quité el traje de novia, me senté a la mesa, extendí el certificado, leí una y otra vez ese caro nombre e intenté imitar con el celo infantil de mis diecisiete años su firma, con un gran esfuerzo rellené folios y folios y ni siquiera me di cuenta de que Hans estaba detrás de mí, mirando mi trabajo, y sin osar molestarme. Por desgracia había que devolver el certificado al ayuntamiento una vez que llevase las firmas de rigor.
—Bueno —dijo K—, no me había referido a esa demanda, nada oficial, no hay que hablar con el funcionario Klamm, sino con la persona privada. Aquí no hablamos en términos oficiales. Si usted, por ejemplo, hubiese visto el suelo del registro municipal —es posible que su certificado estuviese allí tirado, a no ser que lo conserven en el granero con las ratas—, creo que me habría dado la razón». <<