2

Pasos en las escaleras metálicas. Strike se puso rígido en su asiento, sin saber si se había quedado dormido cinco minutos o cincuenta. Alguien dio unos toques en la puerta de cristal.

—¡Entre! ¡Está abierto! —gritó, comprobando que la prótesis sin ajustar quedaba cubierta por la pernera del pantalón.

Para inmenso alivio de Strike, fue John Bristow quien entró en la habitación, parpadeando a través de sus gafas de gruesas lentes y con aspecto de estar nervioso.

—Hola, John. Siéntese.

Pero Bristow se acercó hacia él, con el rostro lleno de manchas, tan cargado de rabia como el día en que Strike se negó a aceptar el caso, y, en lugar de obedecerle, se agarró al respaldo de la silla que le había ofrecido.

—¡Se lo dije! —exclamó, y el color de su delgado rostro crecía y decrecía mientras apuntaba con un dedo huesudo hacia Strike—. ¡Le dejé bien claro que no quería que viera a mi madre sin estar yo presente!

—Sé que es así, John, pero…

—Está tremendamente alterada. ¡No sé qué es lo que usted le ha dicho, pero ha estado llorándome y gimoteándome al teléfono esta tarde!

—Siento oírlo. No parecía que le estuvieran afectando mis preguntas cuando…

—¡Está en un estado terrible! —gritó Bristow haciendo centellear sus dientes de conejo—. ¿Cómo se ha atrevido a ir a verla sin mí? ¿Cómo se ha atrevido?

—Porque, John, como le dije después del funeral de Rochelle, creo que estamos tratando aquí de un asesino que puede volver a matar. La situación es peligrosa y quiero ponerle fin.

—¿Que usted quiere ponerle fin? ¿Y qué cree que quiero yo? —gritó Bristow con la voz entrecortada y transformada en falsete—. ¿Tiene idea de cuánto daño ha hecho? ¡Mi madre está destrozada y ahora mi novia parece haberse desvanecido en el aire, de lo cual Tony le echa la culpa a usted! ¿Qué le ha hecho a Alison? ¿Dónde está?

—No lo sé. ¿Ha probado a llamarla?

—No contesta. ¿Qué narices está pasando? Llevo todo el día buscándola inútilmente y vuelvo y…

—¿Buscándola inútilmente? —repitió Strike, moviendo de forma disimulada la pierna para mantener la prótesis erguida.

Bristow se hundió en la silla de enfrente, respirando con dificultad y mirando a Strike con los ojos entrecerrados entre la brillante luz del sol de la tarde que se filtraba por la ventana que había detrás de él.

—Alguien ha llamado a mi secretaria esta mañana afirmando ser un cliente nuestro muy importante de Rye y pidiendo que nos reuniéramos con urgencia. He ido hasta allí y descubro que no está en el país y que no me había llamado nadie. ¿Le importaría bajar esa persiana? —añadió levantando una mano para cubrirse los ojos—. No veo nada.

Strike tiró de la correa y la persiana cayó con un estrépito, dejándolos a los dos en una penumbra fría y ligeramente desnuda.

—Eso es muy extraño —dijo Strike—. Parece como si alguien quisiera mantenerlo fuera de la ciudad.

Bristow no contestó. Miraba a Strike con furia y el pecho se le movía con fuerza.

—Ya he tenido suficiente —dijo con brusquedad—. Doy por terminada esta investigación. Puede quedarse con todo el dinero que le he dado. Debo pensar en mi madre.

Strike sacó su móvil del bolsillo, pulsó un par de botones y lo dejó en su regazo.

—¿Ni siquiera desea saber qué he descubierto hoy en el vestidor de su madre?

—¿Ha entrado… ha entrado en el vestidor de mi madre?

—Sí. Quería echar un vistazo dentro de esos bolsos nuevos que le regalaron a Lula el día que murió.

Bristow empezó a tartamudear.

—Usted… usted…

—Esos bolsos tienen forros desmontables. Una idea estrafalaria, ¿no? Oculto bajo el forro del bolso blanco había un testamento escrito a mano por Lula en el papel de carta de su madre y firmado por Rochelle Onifade como testigo. Se lo he dado a la policía.

Bristow se quedó boquiabierto. Durante varios segundos parecía incapaz de hablar.

—Pero… ¿qué decía?

—Que le dejaba todo, su patrimonio al completo, a su hermano, el teniente Jonah Agyeman del Cuerpo de Ingenieros Reales.

—Jonah… ¿quién?

—Vaya a mirar en la pantalla de fuera. Ahí verá una fotografía.

Bristow se levantó y se acercó caminando como un sonámbulo al ordenador de la otra habitación. Strike vio cómo la pantalla se iluminaba cuando Bristow movió el ratón. El rostro de Agyeman se encendió en la pantalla con la sonrisa sardónica de su atractivo rostro, impoluto con su uniforme.

—Dios mío —dijo Bristow.

Volvió con Strike y se hundió en la silla, mirando al detective con la boca abierta.

—Yo… no puedo creerlo.

—Es el hombre de la grabación del circuito cerrado de televisión —le informó Strike—, el que salía corriendo la noche en que Lula murió. Se alojaba en Clerkenwell con su madre viuda mientras estaba de permiso. Por eso iba a toda prisa por Theobold Road veinte minutos después. Se dirigía a su casa.

Bristow contuvo la respiración con un fuerte grito ahogado.

—Todos decían que yo era un iluso —casi gritó—. ¡Pero no lo era en absoluto!

—No, John, no es ningún iluso —confirmó Strike—. Un iluso no. Más bien, un loco de atar.

A través de la ventana ensombrecida llegaban los sonidos de Londres, viva a todas horas, retumbando y rugiendo, en parte por los hombres y en parte por las máquinas. No había ruido alguno en el despacho aparte de la respiración irregular de Bristow.

—¿Perdón? —preguntó con una cortesía absurda—. ¿Qué me ha llamado?

Strike sonrió.

—He dicho que es un loco de atar. Usted mató a su hermana, se fue de rositas y, después, me pidió que volviera a investigar su muerte.

—No… no puede hablar en serio.

—Oh, sí que puedo. Desde el principio, he tenido claro que la persona que más se beneficiaba de la muerte de Lula era usted, John. Diez millones de libras, una vez que su madre dé su último aliento. No es una cifra que se pueda desdeñar. Sobre todo, porque no creo que usted tenga mucho más que su sueldo, por mucho que esté dando la lata con su fondo fiduciario. Las acciones de Albris apenas valen hoy el papel sobre el que están escritas, ¿verdad?

Bristow se le quedó mirando varios segundos. Después, incorporándose un poco en su asiento, miró la cama plegable que estaba apoyada en el rincón.

—Viniendo de alguien que prácticamente no tiene dónde caerse muerto y que duerme en su despacho, me parece esa una afirmación ridícula. —La voz de Bristow sonó calmada y burlona, pero su respiración era irregular y rápida.

—Sé que usted tiene mucho más dinero que yo —contestó Strike—. Pero como muy bien dice, eso no es decir demasiado. Pero de mí puedo asegurar que no me ha dado por desfalcar a clientes. ¿Cuánto dinero de Conway Oates había robado usted antes de que Tony se diera cuenta de lo que estaba haciendo?

—Ah, ahora también soy un desfalcador, ¿no? —dijo Bristow con una carcajada artificial.

—Sí, eso creo. No es que eso me importe. Me da igual si usted mató a Lula porque necesitaba reponer el dinero que había robado, porque quería sus millones o porque le tenía un odio atroz. Pero el jurado sí querrá saberlo. Siempre van en busca de un móvil.

La rodilla de Bristow empezó a moverse otra vez arriba y abajo.

—Está usted trastornado —dijo con otra risa forzada—. Ha encontrado un testamento en el que lo deja todo no a mí, sino a ese hombre. —Apuntó hacia la habitación de fuera, donde había visto la fotografía de Jonah—. Me está diciendo que se trataba del mismo hombre que iba hacia la casa de Lula, como se vio en la cámara, la noche en que ella se mató cayendo del balcón y al que se le vio corriendo junto a la cámara en sentido contrario diez minutos después. Y, sin embargo, me acusa a mí. A mí.

—John, usted ya sabía antes de venir a verme que era Jonah el que salía en esa grabación del circuito cerrado. Rochelle se lo dijo. Ella estaba en Vashti cuando Lula llamó a Jonah y acordaron verse esa noche, y había firmado como testigo un testamento en el que le dejaba todo a él. Rochelle acudió a usted, le contó todo y empezó a chantajearle. Quería dinero para un piso y para comprarse algo de ropa cara y, a cambio, le prometió mantener la boca cerrada en cuanto al hecho de que usted no era el heredero de Lula.

»Rochelle no sabía que usted era el asesino. Creía que Jonah había empujado a Lula por la ventana. Y estaba lo bastante resentida al ver un testamento en el que ella no recibía ni un recuerdo y por que la dejaran en aquella tienda el último día de la vida de Lula como para no preocuparse por que el asesino anduviera suelto siempre que ella recibiera el dinero.

—Esto es una completa basura. Ha perdido la cabeza.

—Me ha puesto todos los obstáculos que ha podido para impedir que yo encontrara a Rochelle —continuó Strike, como si no hubiese oído a Bristow—. Fingió no saber su nombre ni dónde vivía, actuó de forma incrédula cuando yo consideré que ella podría ser útil para la investigación y borró las fotografías del ordenador portátil de Lula para que yo no pudiera ver cómo era. Cierto que ella podría haberme señalado directamente al hombre al que usted trataba de incriminar en el asesinato, pero, por otra parte, ella sabía que había un testamento que podría excluirlo de su herencia y que su objetivo número uno era mantener ese testamento en silencio mientras usted trataba de buscarlo para destruirlo. Tiene algo de gracia, la verdad, que haya estado todo este tiempo en el armario de su madre.

»Pero incluso si lo destruía, John, ¿qué pasaría después? Por lo que usted sabía, el mismo Jonah sabía que era el heredero de Lula. Y había otra testigo de que existía un testamento, aunque usted no lo sabía: Bryony Radford, la maquilladora.

Strike vio cómo la lengua de Bristow se movía rápidamente alrededor de su boca mojando sus labios. Podía sentir el miedo del abogado.

—Bryony no quiere admitir que estuvo fisgoneando entre las cosas de Lula, pero vio ese testamento en su casa antes de que a Lula le diera tiempo de esconderlo. Pero Bryony es disléxica. Creía que en lugar de «Jonah» decía «John». Lo relacionó todo cuando Ciara dijo que Lula le dejaba todo a su hermano y llegó a la conclusión de que no necesitaba decirle a nadie lo que había leído a escondidas, pues usted iba a recibir el dinero igualmente. En muchos momentos ha contado con la suerte del diablo, John.

»Pero supongo que, para una mente retorcida como la suya, la mejor solución para su aprieto era hacer que Jonah cargara con el asesinato. Si le echaban cadena perpetua, no importaría si el testamento salía o no a la luz o si él o cualquier otra persona sabían de su existencia, pues el dinero iría para usted en cualquier caso.

—Ridículo —dijo Bristow entrecortadamente—. Debería dejar de trabajar como detective y probar con la literatura fantástica, Strike. No tiene la más mínima prueba de lo que está diciendo…

—Sí que la tengo —le interrumpió Strike, y Bristow dejó de hablar de inmediato, con su palidez visible a través de la penumbra—. La grabación del circuito cerrado de televisión.

—¡Esa grabación muestra a Jonah Agyeman corriendo desde el escenario del crimen, tal y como usted acaba de reconocer!

—La cámara grabó a otro hombre.

—Así que tenía un cómplice… un centinela.

—Me pregunto qué dirá el abogado defensor que le pasa a usted, John —dijo Strike en voz baja—. ¿Narcisismo? ¿Alguna especie de complejo de Dios? Cree que es absolutamente intocable, ¿verdad? Un genio que hace que los demás parezcamos chimpancés. El segundo hombre que salía corriendo del escenario del crimen no era cómplice de Jonah, ni su centinela, ni un ladrón de coches. Ni siquiera era negro. Era un hombre blanco con guantes negros. Era usted.

—No. —En aquella única palabra había un pánico latente, pero, a continuación, con un esfuerzo casi visible, volvió a poner en su rostro una mirada desdeñosa—. ¿Cómo voy a ser yo? Estaba en Chelsea con mi madre. Ella misma se lo ha dicho. Tony me vio allí. Estaba en Chelsea.

—Su madre es una inválida adicta al Valium que estuvo dormida la mayor parte del día. Usted no volvió a Chelsea hasta después de matar a Lula. Creo que entró en el dormitorio de su madre de madrugada, cambió la hora de su reloj y, a continuación, la despertó, fingiendo que era la hora de cenar. Usted se cree que es un genio del crimen, John, pero eso ya se ha hecho un millón de veces antes, aunque rara vez tan fácilmente. Su madre apenas sabe qué día es por la cantidad de opiáceos que tiene en su cuerpo.

—Estuve en Chelsea todo el día —repitió Bristow meneando su rodilla arriba y abajo—. Todo el día, excepto cuando fui al despacho a por unos archivos.

—Usted sacó una sudadera con capucha y unos guantes del piso de debajo de Lula. Los llevaba puestos en las imágenes del circuito cerrado de televisión —dijo Strike sin hacer caso de la interrupción— y eso fue un gran error. Esa sudadera era única. Solo había una en el mundo. La había personalizado Guy Somé para Deeby Macc. Solamente podía haber salido del piso de debajo del de Lula, así que ya sabemos que es ahí donde usted estuvo.

—No tiene ninguna prueba en absoluto. Estoy esperando las pruebas.

—Por supuesto que las espera —contestó Strike sin más—. Un hombre inocente no se quedaría aquí sentado escuchándome. Ya se habría ido hecho una furia. Pero no se preocupe. Tengo pruebas.

—No puede tenerlas —dijo Bristow con voz ronca.

—Móvil, medios y oportunidad, John. Contaba con todo el lote. Empecemos por el principio. Usted no niega que fue a casa de Lula a primera hora de la mañana…

—No, claro que no.

—… porque hay gente que lo vio allí. Pero creo que Lula no le dio nunca el contrato con Somé que usted utilizó para conseguir subir a verla. Creo que usted lo robó en otro momento anterior. Wilson le dejó pasar y, momentos después, tuvo una discusión a gritos con Lula en la puerta de su piso. No puede fingir que eso no ocurriera porque la limpiadora lo oyó. Por suerte para usted, el dominio de Lechsinka del idioma es tan malo que ella confirmó la versión de usted de la pelea: que usted estaba furioso porque Lula había vuelto con su novio drogadicto y gorrón.

»Pero yo creo que esa discusión fue en realidad porque Lula se negó a darle dinero. Todas las amistades de Lula me han contado que usted tenía cierta reputación de codiciar su fortuna, pero ese día debía estar especialmente desesperado por recibir alguna limosna para entrar a la fuerza y empezar a gritar de ese modo. ¿Había notado Tony que faltaban fondos en la cuenta de Conway Oates? ¿Necesitaba reponerlo usted con urgencia?

—Una especulación sin base alguna —dijo Bristow sacudiendo todavía la rodilla.

—Ya veremos si tiene o no alguna base cuando estemos ante un tribunal —contestó Strike.

—Yo nunca he negado que Lula y yo discutimos.

—Después de que ella se negara a darle un cheque y le cerrara la puerta en las narices, usted volvió a bajar las escaleras andando y vio abierta la puerta del piso 2. Wilson y el técnico de la alarma estaban ocupados con el teclado y Lechsinka estaba en ese momento por allí dentro… puede que pasando la aspiradora, pues eso le habría ayudado a disimular el ruido que usted hiciera al entrar a hurtadillas por el recibidor detrás de los dos hombres.

»La verdad es que no era tan arriesgado. Si se giraban y le veían, usted podía fingir que había entrado a darle las gracias a Wilson por dejarle subir. Cruzó la entrada mientras ellos estaban ocupados con la caja de fusibles y se escondió en algún lugar de aquel piso tan grande. Hay muchísimo espacio. Armarios vacíos, debajo de la cama…

Bristow negaba con la cabeza en silencio. Strike continuó con un tono despreocupado.

—Debió oír a Wilson diciéndole a Lechsinka que pusiera la alarma pulsando diecinueve sesenta y seis. Por fin, Lechsinka, Wilson y el tipo de la alarma se marcharon y usted se quedó solo en el piso. Sin embargo, por desgracia para usted, Lula había salido ya del edificio, así que no pudo volver arriba para tratar de amedrentarla para que soltara la pasta.

—Una absoluta fantasía —dijo el abogado—. Nunca en mi vida he puesto un pie en el piso 2. Salí de casa de Lula y fui al bufete a por unos expedientes…

—De Alison. ¿No es eso lo que dijo la primera vez que repasamos sus movimientos ese día? —preguntó Strike.

Unas manchas de color rosa volvieron a hacer aparición en el cuello fibroso de Bristow. Tras una pequeña vacilación, se aclaró la garganta para hablar.

—No recuerdo si… Yo solo sé que fui muy rápido. Quería volver con mi madre.

—¿Qué efecto cree que va a producir en el juicio cuando Alison suba al estrado para contar que usted le pidió que mintiera, John? Jugó al hermano destrozado y afligido delante de ella y, luego, le pidió salir a cenar. Y esa pobre bruja estaba tan encantada de tener la oportunidad de aparentar que era una mujer deseable delante de Tony que aceptó. Un par de citas después, usted la convenció para que dijera que le vio en el despacho la mañana anterior a la muerte de Lula. Ella creía que usted estaba demasiado preocupado y paranoico, ¿verdad? Creía que usted ya tenía una coartada irrebatible que le había contado su adorado Tony ese mismo día. No pensó que importara decir una pequeña mentira para calmarle a usted.

»Pero Alison no estuvo allí ese día para darle ningún expediente, John. Cyprian la envió a Oxford en el momento en que llegó al trabajo para que buscara a Tony. Usted se puso un poco nervioso después del funeral de Rochelle cuando se dio cuenta de que yo ya lo sabía, ¿verdad?

—Alison no es muy brillante —dijo Bristow hablando despacio, frotándose las manos y meneando la rodilla arriba y abajo—. Debe de haberse confundido de fechas. Está claro que me malinterpretó. Yo nunca le pedí que dijera que me vio en el despacho. Es la palabra de ella contra la mía. Puede que esté tratando de vengarse de mí porque hemos roto.

Strike se rio.

—Ella le ha dejado a usted, John. Después de que mi ayudante le llamara esta mañana para que fuera a Rye…

—¿Su ayudante?

—Sí, claro. No quería tenerle por allí mientras yo registraba el piso de su madre. Después de que Robin se asegurara de que usted no aparecería, llamé a Alison y le conté todo, incluido el hecho de que tengo pruebas de que Tony se acuesta con Ursula May y que usted está a punto de ser arrestado por asesinato. Eso pareció convencerla de que debía buscarse un nuevo novio y un nuevo trabajo. Espero que se haya ido a casa de su madre, en Sussex, es lo que le dije que hiciera. Usted ha estado manteniendo a Alison cerca porque creía que sería su coartada y su protección y porque constituía un conducto para saber qué era lo que pensaba Tony, a quien usted más temía. Pero últimamente, me ha preocupado que ella pudiera dejar de ser útil para usted y terminara cayendo de algún sitio en alto.

Bristow trató de soltar otra carcajada mordaz, pero el sonido resultó artificial y hueco.

—Así que resulta que nadie le vio entrar en su bufete para buscar unos expedientes esa mañana —continuó Strike—. Usted seguía escondido en el piso intermedio del número 18 de Kentigern Gardens.

—No estaba allí. Estaba en Chelsea, en casa de mi madre.

—No creo que en ese momento usted estuviera planeando asesinar a Lula —continuó Strike sin hacerle caso—. Probablemente tenía idea de abordarla cuando volviera. Nadie le esperaba ese día en el despacho, porque se supone que estaría trabajando desde casa, para hacer compañía a su madre enferma. Había un frigorífico lleno de comida y sabía cómo entrar y salir sin que saltara la alarma. Tenía una visión clara de la calle, así que, si Deeby Macc y su séquito aparecían, usted tendría tiempo suficiente para salir de allí y bajar andando con algún cuento chino de que había estado esperando a su hermana en su casa. El único riesgo improbable era la llegada de alguna entrega al piso. Pero ese enorme jarrón de rosas llegó sin que nadie se diera cuenta de que usted estaba allí, ¿verdad?

»Supongo que la idea del asesinato empezó a germinar allí, durante todas esas horas que pasó solo, en medio de todo aquel lujo. ¿Empezó a imaginarse lo maravilloso que sería que Lula, de quien usted estaba seguro de que no había dejado testamento, muriera? Usted debía saber que su madre enferma sería una prestamista mucho más fácil, sobre todo una vez que usted se convirtiera en el único hijo que le quedara. Y esa misma idea debió de producirle una sensación estupenda, ¿verdad, John? La idea de ser, por fin y después de tanto tiempo, el hijo único y no volver a perder de nuevo esa condición por un hermano más guapo ni más adorable.

Incluso en la penumbra cada vez más pronunciada pudo ver sus dientes prominentes y la intensa mirada de sus ojos miopes.

—No importa lo servil que se haya comportado con su madre interpretando al hijo devoto, usted nunca ha sido su favorito, ¿verdad? Ella siempre quiso a Charlie más, ¿no es así? Todos lo querían más, incluso el tío Tony. Y en el momento en que Charlie desapareció, cuando usted esperaba ser por fin el centro de atención, ¿qué ocurre? Que llega Lula y todos empiezan a ocuparse de Lula, a cuidar a Lula, a adorar a Lula. Su madre ni siquiera tiene una foto de usted junto a su lecho de muerte. Solo de Charlie y de Lula. Solo de los dos a los que quería.

—¡Váyase a la mierda! —rugió Bristow—. Váyase a la mierda, Strike. ¿Qué sabe usted de nada, teniendo una madre puta? ¿De qué fue de lo que murió? ¿De gonorrea?

—Estupendo —dijo Strike agradecido—. Iba a preguntarle si había investigado en mi vida privada cuando buscaba alguna cabeza de turco a la que manipular. Apuesto a que creyó que yo me mostraría especialmente compasivo por el pobre y afligido John Bristow ya que mi propia madre había muerto joven y en circunstancias sospechosas, ¿verdad? Creyó que podría manipularme como un jodido violín…

»Pero no se preocupe, John. Si su equipo de abogados defensores no encuentra un desorden de la personalidad que se ajuste a usted, espero que aleguen que la culpa es de su educación. Sin amor. Desatendido. Eclipsado. Siempre le han tratado injustamente, ¿no es así? Me di cuenta el primer día que le conocí, cuando usted estalló en aquellas conmovedoras lágrimas al recordar cómo traían a Lula por el camino de entrada hacia su casa, hacia su vida. Sus padres ni siquiera le habían llevado para ir a por ella, ¿no? Le dejaron en casa como a un perro, el hijo que no era suficiente para ellos después de que Charlie hubiese muerto, el hijo que estaba a punto de convertirse en un pobre segundón otra vez.

—No tengo por qué escuchar esto —susurró Bristow.

—Puede irse si quiere —dijo Strike mirando hacia donde ya no podía distinguir unos ojos entre las profundas sombras tras las gafas de Bristow—. ¿Por qué no se va?

Pero el abogado simplemente se quedó allí sentado, con la rodilla aún moviéndose y deslizando una mano sobre otra, esperando a oír las pruebas de Strike.

—¿Fue más fácil la segunda vez? —preguntó el detective en voz baja—. ¿Fue más fácil matar a Lula que matar a Charlie?

Vio sus pálidos dientes cuando Bristow abrió la boca, pero no salió ningún sonido de ella.

—Tony sabe que usted lo hizo, ¿no? Todas esas tonterías sobre las cosas tan duras y crueles que dijo tras la muerte de Charlie. Tony estaba allí. Le vio a usted alejarse con la bicicleta del lugar por donde había empujado a Charlie. ¿Le desafió para que fuera con la bicicleta por el filo? Yo conocía a Charlie. No podía resistirse a un desafío. Tony vio a Charlie muerto en el fondo de aquella cantera y le dijo a sus padres que creía que lo había hecho usted, ¿no es así? Por eso su padre le dio un puñetazo. Por eso su madre se desmayó. Por eso echaron a Tony de la casa después de que Charlie muriera. No porque Tony dijera que su madre había criado a unos delincuentes, sino porque le dijo que estaba criando a un psicópata.

—Eso es… No. ¡No! —exclamó Bristow.

—Pero Tony no podía enfrentarse a un escándalo familiar. Se mantuvo callado. Aunque un poco angustiado cuando supo que iban a adoptar a una niña, ¿verdad? Los llamó para tratar de evitar que aquello sucediera. Tenía razón al preocuparse, ¿no es así? Yo creo que usted siempre le ha tenido un poco de miedo a Tony. Qué jodida ironía que él mismo se acorralara cuando tuvo que darle una coartada para el asesinato de Lula.

Bristow no dijo nada en absoluto. Estaba respirando muy rápido.

—Tony tenía que fingir que estaba en algún sitio, el que fuera, y no amancebado ese día en un hotel con la esposa de Cyprian May, así que dijo que volvió a Londres para ir a visitar a su hermana enferma. Entonces, se dio cuenta de que se suponía que tanto usted como Lula estarían allí al mismo tiempo.

»Su sobrina estaba muerta, así que ella no podía contradecirle. Pero no tenía más remedio que fingir que le vio a través de la puerta del estudio y que no habló con usted. Y usted lo corroboró. Los dos mintiendo descaradamente, preguntándose qué iba a hacer el otro, pero demasiado asustados como para sacar el tema. Creo que Tony se dijo a sí mismo que esperaría a que su madre muriera antes de enfrentarse a usted. Quizá fuera así como mantendría tranquila su conciencia. Pero seguía lo suficientemente preocupado como para terminar pidiéndole a Alison que le vigilara. Y mientras tanto, usted me suelta esa gilipollez de que Lula lo abrazó y de la conmovedora reconciliación antes de que ella volviera a casa.

—Yo estaba allí —dijo Bristow con un áspero susurro—. Estaba en casa de mi madre. Si Tony no estuvo allí, es cosa suya. Usted no puede demostrar que yo no estuviera.

—Yo no me encargo de demostrar negativas, John. Lo único que digo es que ha perdido ya cualquier coartada que no sea su madre confundida por el Valium.

»Pero por seguir hablando, supongamos que mientras Lula está visitando a su madre adormilada y Tony está por ahí follándose a Ursula en algún hotel, usted sigue escondido en el piso 2 y que empieza a pensar en una solución mucho más atrevida para su problema de efectivo. Espera. En algún momento se pone los guantes de piel negra que han dejado en el armario para Deeby, como precaución para evitar huellas. Eso ya es sospechoso. Casi como si estuviera empezando a considerar la violencia.

»Por fin, a primera hora de la tarde, Lula vuelve a casa pero, por desgracia para usted, como sin duda vio a través de la mirilla del piso, ella está con amigas.

»Y ahora, creo que el caso empieza a ponerse serio en su contra —dijo Strike endureciendo la voz—. Podría mantenerse una defensa de homicidio involuntario, “fue un accidente, nos peleamos un poco y ella se cayó por el balcón”, si usted no hubiese permanecido abajo todo ese tiempo mientras sabía que ella tenía invitadas. Un hombre que no tiene en su cabeza nada más que coaccionar a su hermana para que le dé un cheque con mucho dinero podría, solo podría, esperar a que se quedara otra vez sola. Pero usted ya había intentado eso antes y no había funcionado. Así que ¿por qué no subir, quizá, cuando estuviese de mejor humor y hacer un intento con la condicionante presencia de sus amigas en la habitación de al lado? Quizá le diera algo para deshacerse de usted.

Strike casi pudo sentir las oleadas de miedo y odio que emanaban de la figura que se disipaba entre las sombras al otro lado de la mesa.

—Pero, en lugar de eso, usted esperó —dijo—. Esperó toda la tarde y tuvo que ver cómo abandonaba el edificio. Para entonces, usted ya debía estar bastante tenso. No había tenido tiempo de esbozar un plan. Había estado vigilando la calle, sabía exactamente quién estaba en el edificio y quién no. Calculó que debía haber un medio de escapar sin que nadie se diera cuenta. Y no olvidemos que usted ya había matado antes. Eso hace que las cosas sean diferentes.

Bristow hizo un movimiento brusco, poco más que una sacudida. Strike se puso tenso, pero Bristow permaneció inmóvil y Strike fue muy consciente de que tenía la prótesis sin sujetar, simplemente apoyada en su rodilla.

—Estaba mirando por la ventana y vio a Lula llegar a casa sola, pero los paparazzi seguían allí fuera. En ese momento, debió desesperarse, ¿no? Pero entonces, milagrosamente, como si el universo no quisiera otra cosa más que ayudar a John Bristow a conseguir lo que quería, todos se fueron. Estoy bastante seguro de que el chófer habitual de Lula les dio el soplo. Es un hombre aficionado a forjar buenos contactos con la prensa.

»Así pues, la calle está ahora vacía. Ha llegado el momento. Se pone la sudadera con capucha de Deeby. Gran error. Pero debe admitir que, con toda la suerte que tuvo esa noche, algo tenía que salir mal.

»Y entonces, y en esto le tengo que dar un diez, pues me tuvo confundido mucho tiempo, usted sacó unas cuantas de aquellas rosas blancas del jarrón. Secó los extremos, no tan a conciencia como debería, y las sacó del piso 2, dejando la puerta entreabierta de nuevo, y subió las escaleras hasta el piso de su hermana.

»Por cierto, que no se dio cuenta de que dejó unas cuantas gotas de agua de las rosas. Wilson se resbaló con ellas más tarde.

»Subió al piso de Lula y llamó a la puerta. Cuando ella observó por la mirilla, ¿qué vio? Rosas blancas. Había estado en su balcón, con las ventanas abiertas, mirando y esperando a que su hermano, perdido desde hacía tanto tiempo, viniera por la calle pero, de algún modo, parece que ha conseguido entrar sin que ella lo viera. Con su emoción, abre la puerta… y entra usted.

Bristow estaba completamente inmóvil. Incluso había dejado de menear la rodilla.

—Y la mató, del mismo modo que mató a Charlie, exactamente del mismo modo que mató después a Rochelle. La empujó, rápidamente y con fuerza, puede que usted la levantara, pero a ella le pilló por sorpresa, ¿no era igual que los demás?

»Usted le estaba gritando por no darle dinero, por excluirlo, igual que le habían excluido siempre de su parte de amor paternal, ¿no es cierto, John?

»Ella le gritó que no iba a recibir ni un penique aunque la matara. Mientras peleaba con ella y la empujaba a través de su sala de estar en dirección al balcón y a su caída, ella le dijo que tenía otro hermano, un hermano de verdad, y que venía de camino, y que había escrito un testamento a favor de él.

»“Es demasiado tarde, ya lo he hecho”, gritó ella. Y usted la llamó puta mentirosa y la mató lanzándola a la calle.

Bristow apenas respiraba.

—Creo que a usted se le debieron de caer las flores en la puerta. Salió corriendo, las recogió, bajó las escaleras a toda velocidad y volvió a meterse en el piso 2, donde las metió de nuevo en el jarrón. Joder, tuvo suerte. Ese jarrón lo rompió después sin querer un policía y esas rosas eran la única pista que demostraba que había estado alguien en ese piso. Usted no pudo volver a colocarlas del mismo modo en que las compuso el florista, sabiendo que tenía pocos segundos para salir del edificio.

»Para lo siguiente, hizo falta valor. Dudo que usted esperara que nadie diera la alarma tan rápidamente, pero Tansy Bestigui había estado en el balcón de debajo de ustedes. La oyó gritar y supo que usted tenía pocos minutos para salir de allí, si es que lo conseguía. Wilson salió corriendo a la calle para ver a Lula y, a continuación, esperando en la puerta, observando por la mirilla, lo vio correr escaleras arriba hasta el piso superior.

»Volvió a conectar la alarma, salió del piso y bajó despacio por la escalera. Los Bestigui están gritándose en su piso. Usted corre escaleras abajo… Le oye Freddie Bestigui, aunque él tiene otras preocupaciones en ese momento… El vestíbulo está vacío… Lo atraviesa corriendo y sale a la calle, donde cae una nieve espesa y rápida.

»Y corrió, ¿no es así? Con la capucha puesta, la cara cubierta, las manos bombeando dentro de los guantes. Y al fondo de la calle, ve a otro hombre corriendo, a toda velocidad, alejándose de la esquina en la que acaba de ver a su hermana matándose al caer. Ustedes no se conocían. No creo que usted tuviese tiempo para pensar quién era, no en ese momento. Corrió tan deprisa como pudo, con la ropa que había cogido prestada a Deeby Macc, pasó junto a la cámara del circuito cerrado de televisión que los grabó a los dos hasta que bajaron por Halliwell Street, donde la suerte vuelve a estar de su parte y no hay más cámaras.

»Imagino que usted arrojó la sudadera y los guantes a una papelera y cogió un taxi, ¿es así? La policía no se molestaría nunca en buscar a un hombre blanco con traje que va por la calle esa noche. Se fue a casa con su madre, le preparó la cena, cambió la hora del reloj de ella y la despertó. Ella sigue convencida de que los dos estuvieron hablando sobre Charlie, un bonito toque, John, en el momento justo en que Lula se zambullía hacia su muerte.

»Se salió con la suya, John. Podría haberse permitido seguir pagando a Rochelle de por vida. Con su suerte, Jonah Agyeman incluso podría haber muerto en Afganistán. Se ha estado haciendo ilusiones cada vez que ha visto la fotografía de un soldado negro en el periódico, ¿verdad? Pero no quería confiarse. Es usted un cabrón retorcido y arrogante y pensó que podía dejar las cosas aún mejor.

Hubo un largo silencio.

—No tiene pruebas —dijo por fin Bristow. Ahora el despacho estaba tan oscuro que apenas era algo más que una silueta para Strike—. Ninguna prueba en absoluto.

—Me temo que en eso se equivoca —contestó Strike—. La policía debe de tener ya una orden judicial.

—¿Para qué? —preguntó Bristow y, por fin, se sintió lo suficientemente confiado como para reírse—. ¿Para registrar las papeleras de Londres en busca de la sudadera con capucha que usted dice que tiré hace tres meses?

—No. Para registrar la caja fuerte de su madre, claro.

Strike se preguntó si podría levantarse lo suficientemente deprisa. Estaba alejado del interruptor de la luz y el despacho estaba muy oscuro, pero no quería apartar los ojos de la figura ensombrecida de Bristow. Estaba seguro de que aquel triple asesino no habría ido allí sin estar preparado.

—Les he dado unas cuantas combinaciones para que prueben —continuó Strike—. Si no funcionan, supongo que tendrán que llamar a un experto para que la abra. Pero si yo fuera un hombre dado a las apuestas, apostaría dinero por 030483.

Un crujido, la imagen borrosa de una mano pálida, y Bristow embistió. La punta del cuchillo rozó el pecho de Strike mientras este golpeaba a Bristow de costado. El abogado se bajó de la mesa, se dio la vuelta y volvió a atacar, y esta vez, Strike cayó hacia atrás sobre su silla, con Bristow encima de él, atrapado entre la pared y la mesa.

Strike tenía una de las muñecas de Bristow, pero no podía ver dónde estaba el cuchillo. No había más que oscuridad y lanzó un puñetazo que dio con fuerza a Bristow bajo el mentón, echándole la cabeza hacia atrás y tirándole las gafas por los aires. Strike volvió a darle otro puñetazo y Bistrow se dio contra la pared. Strike trató de incorporarse en la silla con la parte inferior del cuerpo de Bristow clavándole su dolorida media pierna contra el suelo y el cuchillo le dio con fuerza en el brazo. Sintió que le atravesaba la carne, que le salía la sangre caliente y también el dolor candente y agudo.

Vio que Bristow levantaba el brazo en una débil silueta contra la ventana apenas visible. Incorporándose hacia el abogado, evitó el segundo golpe del cuchillo y con un enorme esfuerzo consiguió quitárselo de encima; la prótesis se le salió de la pernera del pantalón mientras trataba de arrinconar a Bristow, salpicando su sangre caliente por todos lados y sin saber dónde estaba ahora el cuchillo.

La mesa se dio la vuelta con el peso de Strike y, entonces, mientras se apoyaba con su rodilla buena sobre el delgado pecho de Bristow buscando a tientas con su mano buena dónde estaba el cuchillo, la luz cortó sus retinas en dos y una mujer empezó a gritar.

Desconcertado, Strike vio cómo el cuchillo se levantaba contra su estómago, cogió la prótesis de la pierna que estaba a su lado y la bajó como si fuera una porra sobre el rostro de Bristow una, dos veces…

—¡Alto! ¡Cormoran, DETENTE! ¡VAS A MATARLO!

Strike se giró para apartarse de Bristow, que ya no se movía, dejó caer la prótesis de la pierna y se quedó apoyado sobre su espalda, agarrándose el brazo sangrante junto al escritorio caído.

—Creía… —dijo jadeando, sin poder ver a Robin—. Te dije que te fueras a casa.

Pero ella ya estaba al teléfono.

—¡Policía y ambulancia!

—Y pide un taxi —dijo Strike desde el suelo con voz ronca, con la garganta seca después de haber hablado tanto—. No voy a ir hasta el hospital con este pedazo de mierda.

Extendió un brazo y cogió el móvil, que estaba a casi un metro de distancia. Tenía la pantalla destrozada, pero seguía grabando.