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La conversación de los dos hombres se había oído, cada vez con mayor claridad, a través de la delgada pared divisoria durante un par de minutos. Ahora, en el repentino silencio que siguió al cese de la taladradora, las palabras de Bristow eran del todo perceptibles.

Por pura diversión, siguiendo con el buen ánimo de ese feliz día, Robin había tratado de interpretar de manera convincente el papel de secretaria habitual de Strike y no revelar ante la novia de Bristow que solamente llevaba trabajando media hora para un detective privado. Ocultó lo mejor que pudo cualquier muestra de sorpresa o emoción ante el arranque de gritos, pero, de manera instintiva, se puso del lado de Bristow, cualquiera que fuese la causa del conflicto. El trabajo de Strike y su ojo morado tenían cierto glamur desgastado, pero su actitud hacia ella había sido deplorable y aún le dolía el pecho izquierdo.

La novia de Bristow había fijado la mirada en la puerta cerrada desde el primer momento en que las voces de los dos hombres se empezaron a oír por encima del ruido de la taladradora. Rechoncha y muy oscura, con pelo lacio y muy corto y lo que podría haber sido el rastro de un poblado entrecejo de no habérselo depilado, parecía enfadada por naturaleza. Robin había notado con frecuencia cómo las parejas solían tener un atractivo personal bastante equivalente, aunque, por supuesto, había factores como el dinero que a menudo parecían garantizar conseguir una pareja de un aspecto significativamente mejor que el de uno mismo. A Robin le parecía adorable que Bristow, que a la vista de su elegante traje y su prestigioso bufete podía haber puesto los ojos en una mujer mucho más guapa, hubiese elegido a esa chica, de la que suponía que sería más agradable y simpática de lo que su apariencia indicaba.

—¿Está segura de que no quiere un café, Alison? —le preguntó.

La chica miró a su alrededor como si le sorprendiese que le hablaran, como si hubiese olvidado que Robin estaba allí.

—No, gracias —dijo, con una voz profunda que sonó sorprendentemente melodiosa—. Sabía que se iba a molestar —añadió con una extraña especie de satisfacción—. He tratado de hablar con él sobre esto, pero no me escucha. Parece que este supuesto detective lo está rechazando. Hace bien.

La sorpresa de Robin debió de quedar patente, pues Alison continuó con cierto tono de impaciencia:

—Sería mejor para John que aceptara la verdad. Ella se mató. El resto de la familia lo ha asimilado. No sé por qué él no puede hacerlo.

No tenía sentido fingir que no sabía de qué hablaba aquella mujer. Todo el mundo sabía lo que le había pasado a Lula Landry. Robin recordaba exactamente dónde estaba cuando oyó que la modelo se había tirado y había muerto una noche de enero de temperatura bajo cero: de pie junto al fregadero de la cocina de la casa de sus padres. La noticia había llegado a través de la radio y ella había lanzado un pequeño grito de sorpresa y salió corriendo de la cocina en camisón para decírselo a Matthew, que estaba pasando allí el fin de semana. ¿Cómo podía afectar tanto la muerte de alguien a quien no se ha conocido nunca? Robin admiraba enormemente la belleza de Lula Landry. No le gustaba mucho su propia tez lechosa. La de la modelo era oscura, luminosa, intensa y con una fina estructura ósea.

—No ha pasado mucho tiempo desde que murió.

—Tres meses —aclaró Alison, sacudiendo su Daily Express—. ¿Este hombre es bueno?

Robin había notado la expresión desdeñosa de Alison mientras contemplaba el estado deteriorado y la evidente suciedad de la pequeña sala de espera y acababa de ver por internet el despacho impoluto y palaciego donde trabajaba la otra mujer. Su respuesta, por tanto, fue motivada más por el amor propio que por ningún deseo de proteger a Strike.

—Ah, sí —contestó con frialdad—. Es uno de los mejores.

Abrió un sobre rosa adornado con gatitos con la actitud de una mujer que se enfrenta a diario a exigencias mucho más complejas e intrigantes de lo que Alison pudiera imaginar.

Mientras tanto, Strike y Bristow se enfrentaban el uno al otro en la habitación de dentro, uno furioso y el otro tratando de buscar el modo de dar la vuelta a su situación sin abandonar su dignidad.

—Lo único que quiero, Strike, es «justicia» —dijo Bristow con voz ronca mientras el color iba volviéndose más intenso en su enjuto rostro.

Parecía haber golpeado un diapasón divino. Aquella palabra sonó en la desvencijada habitación provocando una inaudible pero lastimera nota en el pecho de Strike. Bristow había localizado el rescoldo que Strike protegía para cuando todo lo demás hubiese quedado reducido a cenizas. Necesitaba dinero con desesperación, pero Bristow le había dado otra razón mejor para tirar por la borda sus escrúpulos.

—De acuerdo. Lo entiendo. Lo digo de verdad, John. Lo entiendo. Vuelva aquí y siéntese. Si aún quiere mi ayuda, me gustaría brindársela.

Bristow le lanzó una mirada asesina. No había más ruido en el despacho que los lejanos gritos de los obreros de abajo.

—¿Quiere que entre su… eh… esposa?

—No —contestó Bristow, aún tenso, con la mano en el pomo de la puerta—. Alison cree que no debería estar haciendo esto. Lo cierto es que no sé por qué ha querido acompañarme. Probablemente porque espera que usted me rechace.

—Por favor… siéntese. Tratemos esto de la forma adecuada.

Bristow vaciló y, a continuación, se acercó de nuevo a la silla que había dejado libre.

Su autocontrol se derrumbó por fin. Strike cogió una galleta de chocolate y se la metió, entera, en la boca. Sacó un cuaderno sin usar del cajón de su escritorio, lo abrió, cogió un bolígrafo y trató de tragarse la galleta durante el tiempo en que Bristow tardó en volver a su asiento.

—¿Quiere que lo coja? —propuso apuntando al sobre que Bristow aún agarraba.

El abogado se lo pasó como si no estuviese seguro de poder confiárselo a Strike. Este, que no deseaba estudiar con minuciosidad su contenido delante de Bristow, lo dejó a un lado con un pequeño golpecito con el que pretendía mostrar que se trataba ahora de un valioso componente de la investigación y preparó su bolígrafo.

—John, si pudiese hacerme un breve resumen de lo que ocurrió el día en que murió su hermana, sería de mucha ayuda.

Metódico y meticuloso por naturaleza, a Strike le habían enseñado a investigar de acuerdo con el más alto nivel de exigencia y rigor. En primer lugar, dejar que el testigo cuente su historia a su modo: el torrente de palabras sin interrupciones ofrecía a veces detalles, aparentemente intrascendentes, que después resultaban ser pruebas de un valor incalculable. Una vez que se había recopilado esa primera oleada de impresiones, llegaba el momento de pedir y ordenar los datos de forma rigurosa y precisa: personas, lugares, pertenencias.

—Ah —dijo Bristow, quien, tras toda su vehemencia, parecía no saber por dónde empezar—. La verdad es que no… A ver…

—¿Cuándo fue la última vez que la vio? —preguntó Strike para animarle.

—Sería… Sí, la mañana anterior a su muerte. Nosotros… la verdad es que discutimos, aunque, gracias a Dios, hicimos las paces.

—¿A qué hora fue?

—Era temprano. Antes de las nueve. Yo iba de camino al despacho. Quizá fueran las nueve menos cuarto.

—¿Y sobre qué discutieron?

—Ah, sobre su novio, Evan Duffield. Acababan de volver a juntarse. En la familia pensábamos que habían terminado y estábamos encantados. Es un hombre horrible, un drogadicto y una persona que se autopromociona continuamente. La peor influencia sobre Lula que se pueda imaginar.

»Puede que yo haya sido un poco severo. Me… me doy cuenta ahora. Tenía once años más que Lula. Sentía que debía protegerla, ¿sabe? Quizá fuera algo mandón a veces. Ella siempre me decía que yo no entendía…

—¿Que no entendía qué?

—Pues… nada. Ella tenía muchos problemas. Problemas por ser adoptada. Problemas por ser negra en una familia de blancos. Solía decir que yo lo tenía fácil… no sé. Quizá tuviera razón. —Parpadeó rápidamente por debajo de sus gafas—. Aquella discusión fue en realidad la continuación de otra que habíamos tenido por teléfono la noche anterior. No me podía creer que fuese tan estúpida como para volver con Duffield. El alivio que sentimos todos cuando rompieron… Es decir, dado el historial de ella con las drogas, salir con un drogadicto… —Exhaló—. No quería escucharme. Nunca lo hacía. Estaba furiosa conmigo. De hecho, a la mañana siguiente le dio instrucciones al guardia de seguridad del edificio para que no me dejara pasar más allá de la recepción, pero… bueno, Wilson me dejó pasar de todos modos.

Humillante tener que contar con la compasión del portero.

—Yo no habría subido —continuó Bristow con voz triste mientras unas manchas de color moteaban de nuevo su delgado cuello—, pero llevaba el contrato con Somé para devolvérselo. Me había pedido que le echara un vistazo y tenía que firmarlo. Podía ser muy displicente con ese tipo de cosas. De todos modos, no se mostró muy conforme con que me dejaran subir y volvimos a discutir, pero terminamos enseguida. Se calmó.

»Entonces, le dije que a mamá le gustaría que le hiciera una visita. Mamá acababa de salir del hospital, ¿sabe? Le habían hecho una histerectomía. Lula dijo que quizá iría a verla después a su casa, pero que no estaba segura. Tenía cosas que hacer.

Bristow respiró hondo. La rodilla derecha empezó a moverse arriba y abajo otra vez y comenzó a frotarse sus huesudas manos como si se las estuviera lavando.

—No quiero que piense mal de ella. La gente creía que era egoísta, pero era la más joven de la familia y estaba bastante consentida. Luego se puso enferma y, lógicamente, se convirtió en el centro de atención. Y después, se enfrascó en esta vida extraordinaria en la que las cosas y la gente daban vueltas a su alrededor y los paparazzi la perseguían por todas partes. No era una vida normal.

—No —confirmó Strike.

—En fin, le conté a Lula lo aturdida y dolorida que estaba mamá y ella me dijo que quizá se daría una vuelta más tarde. Me marché. Fui a mi despacho para pedirle a Alison unos expedientes, porque quería trabajar desde la casa de mamá ese día para hacerle compañía. Volví a ver a Lula en casa de mamá, a media mañana. Se sentó un rato con ella en el dormitorio hasta que llegó mi tío de visita y, después, entró en el estudio donde yo estaba trabajando para despedirse. Me dio un abrazo antes de…

La voz de Bristow se entrecortó y bajó la mirada a su regazo.

—¿Más café? —le ofreció Strike. Bristow negó con la cabeza sin subir los ojos. Para darle un momento para recuperarse, Strike cogió la bandeja y se dirigió al despacho de fuera.

La novia de Bristow levantó la mirada de su periódico con el ceño fruncido cuando apareció Strike.

—¿No han terminado? —preguntó.

—Es evidente que no —respondió Strike sin ninguna intención de sonreír. Ella le lanzó una mirada furiosa mientras él se dirigía hacia Robin.

—¿Puedes ponerme otra taza de café, eh…?

Robin se puso de pie y cogió la bandeja en silencio.

—John tiene que estar de vuelta en el despacho a las diez y media —le informó Alison a Strike con voz ligeramente más alta—. Debemos irnos en diez minutos como muy tarde.

—Lo tendré en cuenta —le aseguró Strike con tono anodino antes de regresar al despacho, donde Bristow permanecía sentado como si estuviese rezando, con la cabeza agachada sobre sus manos entrelazadas.

—Lo siento —murmuró mientras Strike volvía a su asiento—. Sigue resultándome difícil hablar de ello.

—No hay problema —contestó Strike cogiendo de nuevo su cuaderno—. Así que Lula fue a ver a su madre. ¿A qué hora fue eso?

—Sobre las once. Todo salió en la investigación, también lo que hizo después. Le pidió a su chófer que la llevara a una boutique que le gustaba y, después, regresó a su casa. Tenía una cita allí con una maquilladora a la que conocía y su amiga Ciara Porter fue también. Debe de haber visto a Ciara Porter, es modelo. Muy rubia. Las fotografiaron juntas como si fuesen ángeles, es probable que lo haya visto: desnudas, salvo por los bolsos y las alas. Somé utilizó la fotografía en su campaña de publicidad después de que Lula muriera. La gente dijo que había sido de mal gusto.

»Así que Lula y Ciara pasaron la tarde juntas en el piso de Lula y después salieron a cenar y se juntaron con Duffield y otras personas. Fueron a Uzi, la discoteca, y estuvieron allí hasta pasada la medianoche.

»Después, Duffield y Lula discutieron. Mucha gente lo vio. Él la trató con malos modos, intentó obligarla a que se quedara, pero se fue sola de la discoteca. Todos pensaron luego que lo había hecho él, pero resultó tener una coartada irrebatible.

—Demostrada con la prueba de su camello, ¿no? —preguntó Strike sin dejar de escribir.

—Sí, exacto. Así que… así que Lula volvió a su apartamento alrededor de la una y veinte. La fotografiaron cuando entraba. Es probable que usted recuerde esa foto. Salió después en todas partes.

Strike se acordaba de ella: una de las mujeres más fotografiadas del mundo con la cabeza agachada, los hombros encorvados, los ojos pesados y los brazos cruzados con fuerza alrededor de su torso, apartando la cara de los fotógrafos. Una vez que el veredicto de suicidio había quedado claramente demostrado, había cobrado un tono macabro: la joven rica y guapa a menos de una hora de su muerte, tratando de ocultar su desdicha de las lentes a las que había seducido y que tanto la habían adorado.

—¿Era normal la presencia de fotógrafos en la puerta de su casa?

—Sí, sobre todo si sabían que estaba con Duffield o si querían conseguir una fotografía suya regresando a casa borracha. Pero esa noche no estaban allí solo por ella. Se suponía que iba a llegar un rapero americano que se quedaría en el mismo edificio esa noche. Se llama Deeby Macc. Su compañía de discos había alquilado el apartamento de debajo del suyo. Al final resultó que no se quedó allí, porque con la policía dando vueltas por todo el edificio le fue más fácil irse a un hotel. Pero los fotógrafos que habían seguido el coche de Lula cuando salió de Uzi se unieron a los que estaban esperando a Macc en la puerta de los apartamentos, así que formaban un grupo bastante grande en la entrada del edificio, aunque todos se fueron yendo después de que ella entrara. Les habían dado el soplo de que Macc no aparecería por allí en las siguientes horas.

»Era una noche desagradable y fría. Nevaba. Temperaturas bajo cero. Así que la calle estaba vacía cuando ella cayó.

Bristow parpadeó y dio otro sorbo al café, ya frío, y Strike pensó en los paparazzi que se habían marchado antes de que Lula Landry cayera desde su balcón. «Imagínate lo que habría valido la fotografía de Landry lanzándose hacia su muerte», pensó Strike. Quizá lo suficiente como para retirarse.

—John, su novia dice que tiene que estar en no sé dónde a las diez y media.

—¿Qué?

Bristow pareció volver en sí. Miró su caro reloj y ahogó un grito.

—Dios mío, no tenía ni idea de que llevaba aquí tanto rato. ¿Qué…? ¿Qué pasará ahora? —preguntó un poco desconcertado—. ¿Va a leer mis notas?

—Sí, por supuesto —aseguró Strike—. Y le llamaré en un par de días cuando haya terminado los trabajos preliminares. Espero tener para entonces muchas más preguntas.

—De acuerdo —contestó Bristow, poniéndose de pie algo aturdido—. Tome… mi tarjeta. ¿Y cómo quiere que le pague?

—Los honorarios de un mes por adelantado estarían muy bien —respondió Strike. Sofocando un leve acceso de timidez y recordando que el mismo Bristow se había ofrecido a pagar el doble, dijo una cantidad exorbitante y, encantado, vio cómo Bristow no ponía objeciones ni preguntaba si aceptaba tarjetas de crédito ni tampoco prometía pagar más adelante, sino que sacaba un talonario de cheques de verdad y un bolígrafo.

—Sí, digamos una cuarta parte en efectivo… —añadió Strike, poniendo a prueba su suerte. Y por segunda vez esa mañana, se quedó pasmado cuando Bristow contestó:

—Me preguntaba si usted preferiría… —Y empezó a contar un montón de billetes de cincuenta además del cheque.

Salieron a la sala de fuera en el mismo momento en que Robin estaba a punto de entrar con el otro café de Strike. La novia de Bristow se puso de pie cuando se abrió la puerta y dobló el periódico con la actitud de quien ha estado esperando demasiado tiempo. Era casi tan alta como Bristow, de gran corpulencia, con una expresión arisca y unas manos grandes y varoniles.

—Así que ha aceptado hacerlo, ¿no? —le preguntó a Strike. Este tuvo la impresión de que la mujer pensaba que se estaba aprovechando de su novio rico. Era muy posible que tuviese razón.

—Sí. John me ha contratado —contestó.

—De acuerdo —dijo ella sin ninguna cortesía—. Espero que estés contento, John.

El abogado le sonrió y ella suspiró dándole unos toques en el brazo, como una madre ligeramente exasperada a su hijo. John Bristow levantó la mano para despedirse y después siguió a su novia saliendo de la habitación. Sus pasos se alejaron por las escaleras de metal.