Robin subió corriendo las escaleras de metal con los mismos zapatos de tacón bajo que había llevado el día anterior. Veinticuatro horas antes, incapaz de sacarse de la mente la expresión «zapato de goma», había escogido su calzado más desaliñado para un día de caminata. Ahora, emocionada por lo que había conseguido con sus viejos zapatos negros, habían alcanzado el glamur de los zapatos de cristal de cenicienta. Deseando contarle a Strike todo lo que había descubierto, casi iba corriendo por Denmark Street a través de los escombros iluminados por el sol. Confiaba en que cualquier sensación de incomodidad tras la aventura alcohólica de Strike dos noches antes quedara por completo eclipsada por su mutua excitación por los deslumbrantes descubrimientos que había hecho ella sola el día anterior.
Pero cuando llegó al segundo rellano, se detuvo en seco. Por tercera vez, la puerta estaba cerrada con llave y la oficina con las luces apagadas y en silencio.
Entró e hizo una rápida inspección en busca de pruebas. La puerta del despacho de dentro estaba abierta. La cama plegable de Strike estaba recogida y apartada. No había restos de cena en la papelera. La pantalla del ordenador estaba apagada, el hervidor frío. Robin se vio obligada a concluir que Strike, tal y como ella misma lo expresó, no había pasado la noche en casa.
Colgó el abrigo y, a continuación, sacó del bolso un pequeño cuaderno, encendió el ordenador y, tras unos minutos de espera ilusionada pero infructuosa, empezó a teclear un resumen de lo que había descubierto el día anterior. Apenas había dormido por la emoción de contarle todo a Strike en persona. Tener que escribirlo fue un amargo anticlímax. ¿Dónde estaba?
Mientras sus dedos volaban por el teclado, empezó a considerar una respuesta que no le gustaba mucho. Destrozado como estaba por la noticia del compromiso de su ex, ¿no era probable que hubiese ido a suplicarle que no se casara con ese hombre? ¿No había estado gritándole a todo Charing Cross Road que Charlotte no amaba a Jago Ross? Quizá, después de todo, fuera cierto. Quizá Charlotte se había lanzado a los brazos de Strike y ahora se habían reconciliado, habían dormido juntos, entrelazados, en la casa o en el piso de donde lo habían expulsado cuatro semanas atrás. Robin recordó las indirectas y las insinuaciones de Lucy sobre Charlotte y sospechó que ese reencuentro no auguraba nada bueno con respecto a la seguridad de su trabajo. «No es que importe», se recordó a sí misma escribiendo con rabia en el teclado y cometiendo unos fallos nada propios de ella. «Te vas dentro de una semana». Aquella reflexión hizo que se sintiera aún más nerviosa.
La otra alternativa, por supuesto, era que Strike hubiese ido a ver a Charlotte y ella lo hubiese rechazado. En ese caso, el asunto de su actual paradero se convertía en una preocupación más apremiante y menos personal. ¿Y si había salido, desmedido y desprotegido, decidido a emborracharse otra vez? Los ágiles dedos de Robin se detuvieron en mitad de una frase. Se balanceó en el sillón del ordenador para mirar hacia el callado teléfono de la oficina.
Quizá fuera la única persona que sabía que Cormoran Strike no se encontraba donde se suponía que debía estar. ¿Debía llamarlo a su móvil? ¿Y si no contestaba? ¿Cuántas horas debía dejar pasar antes de llamar a la policía? Se le ocurrió la idea de llamar a Matthew a su oficina para pedirle consejo, pero la rechazó.
Ella y Matthew habían discutido cuando Robin llegó a casa, muy tarde, después de acompañar a un Strike borracho a la oficina desde el Tottenham. Matthew le dijo una vez más que era una ingenua que se dejaba influenciar y que no sabía resistirse a un drama, que Strike buscaba una secretaria barata y que utilizaba el chantaje emocional para conseguir sus objetivos, que probablemente no existía ninguna Charlotte y que aquello no era más que una estratagema exagerada para conseguir la compasión de Robin y sus servicios. Entonces, Robin se puso furiosa y le dijo a Matthew que si alguien la estaba chantajeando era él, con su constante perorata del dinero que ella debía aportar y sus insinuaciones de que no estaba cumpliendo con su parte. ¿No se había dado cuenta de que le gustaba trabajar para Strike? ¿No había pasado por su insensible y obtusa mente de «contable» que quizá ella le tenía pavor a ese maldito y tedioso trabajo de recursos humanos? Matthew se asustó y, después, aunque reservándose el derecho a criticar el comportamiento de Strike, se disculpó. Pero Robin, habitualmente conciliadora y afable, siguió mostrándose distante y enfadada. La tregua que hubo a la mañana siguiente estuvo salpicada de animadversión, principalmente por parte de Robin.
Ahora, en aquel silencio, mirando el teléfono, parte de su rabia por Matthew pasó a Strike. ¿Dónde estaba? ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué estaba actuando con la irresponsabilidad de la que Matthew le acusaba? Ella estaba allí, cuidando del fuerte, y él había salido probablemente a buscar a su antigua prometida sin importarle aquel negocio de los dos.
… de él…
Pasos en la escalera. Robin creyó reconocer la ligera falta de equilibrio de los andares de Strike. Esperó, mirando con furia hacia las escaleras, hasta que estuvo segura de que las pisadas procedían desde más abajo del primer piso. Entonces, volvió a girar la silla con decisión para mirar a la pantalla y empezó de nuevo a golpear las teclas mientras el corazón se le aceleraba.
—Buenos días.
—Hola.
Dispensó a Strike una mirada evasiva mientras seguía escribiendo. Parecía cansado, sin afeitar y estaba mejor vestido de lo que solía ir. Al instante, confirmó su idea de que había intentado una reconciliación con Charlotte. Y por lo que parecía, había tenido éxito. Las dos siguientes frases que escribió estuvieron plagadas de erratas.
—¿Qué tal todo? —preguntó Strike al ver el perfil de Robin con la mandíbula apretada y su comportamiento frío.
—Bien —contestó.
Tenía la intención de colocar delante de él su informe perfectamente redactado y, después, con una calma gélida, hablar de las condiciones de su despedida. Quizá le sugeriría que contratara a otra secretaria temporal esa misma semana para que pudiera instruir a su sustituta en la gestión diaria del despacho antes de marcharse.
Strike, cuya racha de mala suerte acababa de romperse a lo grande unas horas antes y que se sentía más animado de lo que había estado en muchos meses, estaba deseando ver a su secretaria. No tenía intención alguna de entretenerla con un relato de sus actividades nocturnas —al menos, no de aquellas que tanto habían hecho por restaurar su maltrecho ego—, pues por instinto mantenía la boca cerrada con respecto a esos asuntos, y esperaba apuntalar lo que aún quedara de las barreras que se habían astillado por culpa de su copioso consumo de cerveza Doom Bar. Sin embargo, se había preparado un elocuente discurso de disculpas por sus excesos de hacía dos noches, una declaración de gratitud y una exposición de todas las conclusiones interesantes a las que había llegado con las entrevistas del día anterior.
—¿Te apetece una taza de té?
—No, gracias.
Miró su reloj.
—Solo llego once minutos tarde.
—Cuándo llegues es cosa tuya. Es decir —trató de dar marcha atrás, pues su tono había sido claramente demasiado hostil—, no es asunto mío lo que tú… cuándo llegas.
Tras haber ensayado mentalmente una variedad de respuestas tranquilizadoras y magnánimas a las imaginarias disculpas de Strike por su comportamiento de borracho cuarenta y ocho horas antes, ahora veía que tenía una ofensiva actitud carente de vergüenza o remordimiento.
Strike empezó a trastear con el hervidor y las tazas y unos momentos después dejó una taza de té humeante al lado de ella.
—Te he dicho que no…
—¿Podrías dejar ese documento tan importante durante un minuto mientras te digo algo?
Ella guardó el informe golpeteando varias teclas y se giró para mirarle con los brazos cruzados sobre el pecho. Strike se sentó en el viejo sofá.
—Quería disculparme por lo de la otra noche.
—No es necesario —contestó ella con voz baja y tensa.
—Sí que lo es. No recuerdo mucho de lo que hice. Espero no haber sido ofensivo.
—No lo fuiste.
—Probablemente entendiste el quid de la cuestión. Mi exprometida acaba de comprometerse con un antiguo novio. Ha tardado tres semanas después de que rompimos en ponerse otro anillo en el dedo. Hablo en sentido figurado. La verdad es que yo nunca le regalé ningún anillo. Nunca he tenido suficiente dinero.
Por su tono, Robin comprendió que no había ninguna reconciliación, pero, en ese caso, ¿dónde había pasado la noche? Descruzó los brazos y, sin pensar, cogió su té.
—No tenías obligación de venir a buscarme como hiciste, pero probablemente impediste que cayera en una alcantarilla o que le diera un puñetazo a alguien, así que muchas gracias.
—No hay de qué.
—Y gracias por el Alka-Seltzer —añadió Strike.
—¿Te sirvió de ayuda?
—Casi vomito encima de esto —respondió Strike dándole al hundido sofá un suave golpe con el puño—, pero una vez que hizo efecto sirvió de mucho.
Robin se rio y, por primera vez, Strike recordó la nota que ella había metido bajo la puerta mientras él dormía y la excusa que había puesto por su discreta ausencia.
—Vale. En fin, estaba deseando saber cómo te fue ayer —mintió—. No me tengas en suspense.
Robin se abrió como un nenúfar.
—Justo estaba terminándolo…
—Hagámoslo en plan verbal y luego podrás meterlo en el expediente —dijo Strike creándose una nota mental de que sería fácil quitarlo si no era necesario.
—Vale —dijo Robin tan excitada como nerviosa—. Bueno, pues como decía en mi nota, vi que querías investigar lo del profesor Agyeman y el hotel Malmaison de Oxford.
Strike asintió, agradecido porque se lo recordara, pues no había sido capaz de mantener en la mente el contenido de la nota tras haberla leído en las profundidades de su cegadora resaca.
—Pues bien —continuó Robin algo entrecortada—, lo primero que hice fue ir a Russell Square, a la SOAS, la Escuela de Estudios Orientales y Africanos. Es lo que ponía en tus notas, ¿no? Miré en el mapa. Está a poca distancia andando del Museo Británico. ¿No es eso lo que ponías en todos esos garabatos?
Strike volvió a asentir.
—Bueno, fui allí y fingí estar escribiendo una tesina sobre política africana y que buscaba más información sobre el profesor Agyeman. Terminé hablando con una amable secretaria del departamento de Políticas que había trabajado para él y me dio un montón de información sobre él, incluyendo una bibliografía y una breve biografía. Estudió en la SOAS.
—¿Sí?
—Sí —confirmó Robin—. Y tengo una foto.
De dentro del cuaderno sacó una fotocopia y se la pasó a Strike.
Vio a un hombre negro con rostro alargado y de altos pómulos, pelo grisáceo y muy corto, barba y unas gafas de montura dorada que se apoyaban en unas orejas muy grandes. Se quedó mirándolo durante largo rato.
—Dios mío —dijo por fin.
Robin esperó, entusiasmada.
—Dios mío —repitió Strike—. ¿Cuándo murió?
—Hace cinco años. La secretaria se alteró al hablar de él. Dijo que era muy listo y un hombre muy bueno y amable. Un verdadero cristiano.
—¿Algún familiar?
—Sí. Dejó viuda y un hijo.
—Un hijo —repitió Strike.
—Sí —confirmó ella—. Está en el ejército.
—En el ejército —dijo Strike como si fuese su profundo y lúgubre eco—. No me digas.
—Está en Afganistán.
Strike se puso de pie y empezó a caminar de un lado a otro con la foto del profesor Josiah Agyeman en la mano.
—No sabrás en qué regimiento, ¿verdad? No es que importe. Puedo buscarlo yo.
—Sí que pregunté —contestó Robin consultando sus notas—, pero no termino de entenderlo… ¿Hay algún regimiento que se llame Zapadores o algo así…?
—El Cuerpo Real de Ingenieros —respondió Strike—. Puedo comprobar todo eso.
Se detuvo junto a la mesa de Robin y volvió a mirar la cara del profesor Josiah Agyeman.
—Era de Ghana —le explicó ella—. Pero la familia vivió en Clenkerwell hasta que murió.
Strike le devolvió la fotografía.
—No pierdas eso. Lo has hecho estupendamente bien, Robin.
—Eso no es todo —anunció ella ruborizada, emocionada y tratando de contener la sonrisa—. Por la tarde tomé el tren hasta Oxford, al Malmaison. ¿Sabes que han hecho un hotel en lo que era una antigua prisión?
—¿De verdad? —dijo Strike hundiéndose de nuevo en el sofá.
—Sí. La verdad es que es bastante bonito. En fin, pensé fingir que era Alison y preguntar si Tony Landry había dejado allí algo para ella o algo parecido…
Strike le dio un sorbo a su té pensando que era muy inverosímil que enviaran a una secretaria para algo así tres meses después.
—De todos modos, fue un error.
—¿Sí? —preguntó él con un tono cuidadosamente neutral.
—Sí, porque Alison fue de verdad al Malmaison el día 7 para tratar de buscar a Tony Landry. Fue muy embarazoso, porque una de las chicas de la recepción había estado allí ese día y la recordaba.
Strike bajó su taza.
—Eso sí que es interesante.
—Lo sé —dijo Robin con excitación—. Así que tuve que pensar rápido.
—¿Les dijiste que te llamabas Annabel?
—No —contestó casi con una carcajada—. Dije: «Bueno, le diré la verdad. Soy su novia». Y me puse a llorar.
—¿Lloraste?
—La verdad es que no me resultó muy difícil —dijo Robin con cierta sorpresa—. Me metí dentro del personaje. Le dije que pensaba que él estaba teniendo una aventura.
—No será con Alison. Si la han visto no se creerían que…
—No, pero dije que no me creía que él hubiera estado de verdad en el hotel… Total, que monté una pequeña escena y la chica que había hablado con Alison me llevó aparte para tratar de calmarme. Me dijo que no podían dar información sobre la gente sin un buen motivo, que tenían una política, etcétera, ya sabe. Pero solo para que dejara de llorar, al final me dijo que él se había registrado la tarde del 6 y que había hecho la salida la mañana del 8. Se quejó al salir porque le habían dado el periódico equivocado, por eso lo recordaba. Así que definitivamente estuvo allí. Incluso le pregunté, ya sabe, en plan histérica, cómo sabía que era él y lo describió al detalle. Sé cuál es su aspecto —añadió antes de que Strike pudiera preguntar—. Lo miré antes de ir. Su fotografía aparece en la página web de Landry, May y Patterson.
—Eres magnífica —dijo Strike—. Y todo esto me huele mal. ¿Qué te dijo de Alison?
—Que fue y que pidió verlo, pero que no estaba allí. Pero confirmó que se estaba alojando con ellos. Y después, se fue.
—Muy extraño. Ella debería haber sabido que él estaba en la conferencia, ¿por qué no fue primero allí?
—No lo sé.
—¿Te dijo esta empleada del hotel tan simpática si lo vio en algún momento aparte de a la hora de registrarse y de salir?
—No —respondió Robin—. Pero sí sabemos que fue a la conferencia, ¿no? Yo lo comprobé, ¿recuerda?
—Sabemos que se inscribió y que probablemente cogió una credencial. Y luego volvió a Chelsea para ver a su hermana, lady Bristow. ¿Por qué?
—Pues… porque estaba enferma.
—¿Sí? Acababan de hacerle una operación que supuestamente la había curado.
—Una histerectomía —aclaró Robin—. Imagino que no se debe uno sentir de maravilla después de eso.
—Así que tenemos a un hombre al que no le gusta mucho su hermana, lo he oído de sus propios labios, que cree que esta acaba de sufrir una operación que le ha salvado la vida y sabe que sus dos hijos están cuidándola. ¿Por qué tanta urgencia por verla?
—Bueno —contestó Robin con menos seguridad—, supongo… ella acababa de salir del hospital.
—Cosa que es posible que supiera que iba a pasar antes de irse a Oxford. Así que ¿por qué no quedarse en la ciudad, visitarla si tanto lo deseaba y, después, salir para asistir a la sesión de la tarde de la conferencia? ¿Por qué conducir unos ochenta kilómetros, pasar la noche en esa prisión de lujo, ir a la conferencia, inscribirse y, después, volver otra vez a Londres?
—Quizá recibiera una llamada en la que le dijeron que ella estaba mal o algo así. Puede que John Bristow lo llamara para pedirle que fuera.
—Bristow no mencionó nunca que le pidiera a su tío que fuese. Yo diría que no se llevaban muy bien en esa época. Los dos se muestran furtivos en cuanto a esa visita a la casa de Landry. A ninguno le gusta hablar de ello.
Strike se puso de pie y empezó a caminar a un lado y a otro, cojeando ligeramente, apenas sin notar el dolor de su pierna.
—No —dijo—. Que Bristow le pidiera a su hermana, que, según todos, era el ojito derecho de su madre, que fuera a verla sí tiene sentido. Pedirle al hermano de la madre, que estaba fuera de la ciudad y que para nada era su mayor admirador, que tomara un enorme desvío para ir a verla… eso no huele bien. Y ahora descubrimos que Alison fue a buscar a Landry a su hotel de Oxford. Era un día laborable. ¿Le buscaba por sí misma o la había enviado alguien?
Sonó el teléfono. Robin cogió el auricular. Para sorpresa de Strike, ella fingió de inmediato un forzado acento australiano.
—Lo siento, no está aquí… No… No… No sé dónde está… No… Me llamo Annabel…
Strike rio en voz baja. Robin le lanzó una mirada de fingida angustia. Después de casi un minuto de acento australiano entrecortado, colgó.
—Soluciones Temporales —dijo.
—Estoy conociendo a muchas Annabel. Esa parecía más sudafricana que australiana.
—Ahora quiero saber qué te pasó ayer —dijo Robin, incapaz de ocultar su impaciencia por más tiempo—. ¿Te reuniste con Bryony Radford y con Ciara Porter?
Strike le contó todo lo que había ocurrido, omitiendo solamente el resultado de su excursión al piso de Evan Duffield. Hizo especial hincapié en la insistencia de Bryony Radford en que fue su dislexia lo que hizo que escuchara los mensajes de voz de Ursula May, en la continua aseveración de Ciara Porter de que Lula le había dicho que se lo iba a dejar todo a su hermano, en el enfado de Duffield porque Lula había estado todo el tiempo mirando la hora mientras estuvo en Uzi y en el correo electrónico amenazante que Tansy Bestigui le había enviado al marido del que se había separado.
—¿Y dónde estaba Tansy? —preguntó Robin, que había escuchado cada palabra de la historia de Strike con agradecida atención—. Si no podemos descubrir…
—Bueno, estoy bastante seguro de que sé dónde estaba —dijo Strike—. Conseguir que lo confiese, cuando con ello puede echar a perder su oportunidad de obtener un acuerdo de varios millones de libras de parte de Freddie, va a ser lo más difícil. Tú misma podrás verlo si vuelves a revisar las fotografías de la policía.
—Pero…
—Échale un vistazo a las fotos de la fachada del edificio de la mañana que Lula murió y, luego, piensa en cómo estaba cuando la vimos nosotros. Te vendrá bien para tu formación como detective.
Robin experimentó una enorme oleada de excitación y felicidad, inmediatamente atemperada por la punzada de la pena, pues pronto se iría para trabajar en recursos humanos.
—Tengo que cambiarme —dijo Strike poniéndose de pie—. Por favor, ¿puedes volver a intentar contactar con Freddie Bestigui?
Desapareció en la habitación de dentro, cerró la puerta y cambió su traje de la suerte —como pensó que lo llamaría de ahora en adelante— por una camisa vieja y cómoda y un par de pantalones más anchos. Cuando pasó por la mesa de Robin de camino al baño, ella estaba al teléfono, con esa expresión atenta y desinteresada de a quien le han puesto en espera. Strike se lavó los dientes en el lavabo agrietado pensando en lo mucho más fácil que sería su vida con Robin, ahora que había admitido de forma tácita que vivía en la oficina, y cuando volvió, la encontró con el teléfono separado de la oreja y aspecto de estar exasperada.
—Yo creo que ya ni se molestan en tomar mis mensajes —le dijo a Strike—. Dicen que ha salido a los Estudios Pinewood y que no se le puede molestar.
—Bueno, al menos, ya sabemos que ha vuelto al país.
Sacó el informe provisional del archivador, volvió a hundirse en el sofá y empezó a añadir notas a las conversaciones del día anterior, en silencio. Robin lo observaba por el rabillo del ojo, fascinada por la meticulosidad con la que Strike tabulaba sus hallazgos, haciendo un registro preciso de cómo, dónde y de quién había conseguido cada información.
—Supongo que tendrás que ser muy cuidadoso para no olvidar nada —dijo ella tras un largo rato de silencio, durante el cual había dividido su tiempo entre la observación encubierta de Strike mientras este trabajaba y el examen de una fotografía de la fachada del número 18 de Kentigern Gardens en Google Earth.
—No se trata solo de eso —contestó Strike sin dejar de escribir y sin levantar la vista—. No hay que dar ningún punto de apoyo a los abogados defensores.
Habló con tanta calma, con tanta lógica que Robin pensó en lo que sus palabras implicaban durante un rato, por si no le había entendido bien.
—¿Quieres decir… en general? —preguntó, por fin—. ¿Por principio?
—No —respondió él continuando con su informe—. Lo que quiero decir es específicamente que no quiero dejar que el abogado defensor en el juicio de la persona que mató a Lula Landry se regodee porque ha podido demostrar que yo no sé tomar las notas en condiciones y, así, poner en duda mi fiabilidad como testigo.
Strike estaba fanfarroneando de nuevo, y lo sabía. Pero no pudo evitarlo. Como él decía, estaba en racha. Alguno podría haber cuestionado si era de buen gusto encontrar diversión en medio de la investigación de un asesinato, pero él descubría el humor en los lugares más oscuros.
—No he podido salir a comprar bocadillos. ¿Podrías ir tú, Robin? —añadió a la vez que levantaba la vista hacia la agradable expresión de asombro de ella.
Terminó sus notas mientras ella estuvo ausente y estaba a punto de llamar a un antiguo compañero de Alemania cuando Robin regresó con dos paquetes de bocadillos y un periódico en la mano.
—Tu foto aparece en la portada del Standard —anunció ella jadeante.
—¿Qué?
Era una fotografía de Ciara siguiendo a Duffield al interior de su piso. Ciara estaba impresionante. Durante medio segundo, Strike se transportó de vuelta a las dos y media de esa madrugada, cuando ella estaba tumbada, blanca y desnuda, debajo de él, con su pelo largo y sedoso esparcido sobre la almohada como el de una sirena, mientras susurraba y gemía.
Strike volvió a centrarse en el presente. Salía recortado en la foto, con un brazo levantado para mantener alejados a los paparazzi.
—Eso está bien —le dijo a Robin encogiéndose de hombros y devolviéndole el periódico—. Creen que soy el guardaespaldas.
—Dice que salió de la casa de Duffield con su guardia de seguridad a las dos —le informó Robin pasando a la página de dentro.
—Ahí lo tienes.
Robin se quedó mirándolo. Su resumen de la noche había terminado con él, Duffield y Ciara en casa de Duffield. Había estado tan interesada en las pruebas que él había expuesto ante ella que había olvidado preguntarse dónde había dormido. Había supuesto que había dejado a la modelo y al actor juntos.
Y había llegado a la oficina aún con la ropa de la fotografía.
Le dio la espalda mientras leía el artículo de la segunda página. La clara conclusión del texto era que Ciara y Duffield habían disfrutado de un encuentro amoroso mientras el supuesto guardaespaldas esperaba en el vestíbulo.
—¿Es muy impresionante en persona? —preguntó Robin con una despreocupación nada convincente mientras doblaba el periódico.
—Sí que lo es —contestó Strike preguntándose si había sido imaginación suya que aquellas cuatro sílabas habían sonado a jactancia—. ¿Quieres queso y pepinillo o huevo y mayonesa?
Robin eligió al azar y volvió a su silla para comer. Su nueva hipótesis sobre el paradero de Strike durante la noche había eclipsado su excitación por los avances del caso. Iba a ser difícil conciliar la visión que tenía de él como un romántico en desgracia con el hecho —parecía increíble y, sin embargo, ella había notado su patético intento por ocultar su orgullo— de que acababa de acostarse con una supermodelo.
Volvió a sonar el teléfono. Strike, que tenía la boca llena de pan y queso, levantó una mano para detener a Robin, tragó y respondió él mismo.
—Cormoran Strike.
—Strike, soy Wardle.
—Hola, Wardle. ¿Qué tal está?
—No muy bien, la verdad. Acabamos de encontrar un cadáver en el Támesis con una tarjeta suya. Me preguntaba qué podría decirnos al respecto.