12

Era solamente el segundo coche que conducía desde que le habían cortado la pierna. Había tratado de llevar el Lexus de Charlotte, pero hoy, intentando no sentirse mutilado en modo alguno, había alquilado un Honda Civic automático.

El trayecto hasta Iver Heath duró menos de una hora. La entrada a los estudios Pinewood se efectuó con una mezcla de conversación rápida, intimidación y la muestra de documentación auténtica y oficial, pero desfasada. El guardia de seguridad, al principio impasible, se quedó impresionado ante el aire de seguridad y tranquilidad de Strike, las palabras «División de Investigaciones Especiales» y la licencia que llevaba su fotografía.

—¿Le han citado? —preguntó a Strike unos centímetros por encima de él en el puesto que había al lado de la barrera eléctrica cubriendo con la mano el auricular.

—No.

—¿De qué se trata?

—Del señor Evan Duffield —contestó Strike, y vio después cómo el guardia de seguridad fruncía el ceño, se giraba y murmuraba algo en el auricular.

Alrededor de un minuto después, le dio a Strike instrucciones de cómo llegar y le hizo un gesto para que pasara. Siguió un camino algo sinuoso por las afueras del edificio del estudio, reflexionando de nuevo sobre la cómoda utilización que podía hacerse de la reputación que algunas personas tenían de caóticas y autodestructivas.

Aparcó unas cuantas filas por detrás de un Mercedes con chófer que ocupaba un espacio con un cartel en el que se leía: «PRODUCTOR FREDDIE BESTIGUI», salió del coche sin apresurarse mientras el conductor de Bestigui le observaba por el espejo retrovisor y atravesó una puerta de cristal que llevaba a unas anodinas escaleras de apariencia institucional. Por ellas bajaba corriendo un joven que tenía aspecto de ser una versión más aseada de Tuercas.

—¿Dónde puedo encontrar al señor Freddie Bestigui? —le preguntó Strike.

—Segunda planta, primer despacho a la derecha.

Era tan feo como en las fotos, con cuello corto y grueso y con el rostro picado, sentado tras un escritorio al otro lado de una pared de cristal, mirando hacia la pantalla de su ordenador con el ceño fruncido. En el despacho de fuera había ajetreo y estaba abarrotado, lleno de jóvenes atractivas sentadas en mesas. Había carteles de cine colgados de las columnas y fotografías de mascotas junto a horarios de grabación. La atractiva chica que estaba más cerca de la puerta y que llevaba un micrófono de centralita delante de la boca levantó los ojos hacia Strike.

—Hola, ¿qué desea?

—He venido a ver al señor Bestigui. No se preocupe, entraré yo solo.

Había entrado en el despacho de Bestigui antes de que ella pudiera responder.

Bestigui levantó la mirada, sus diminutos ojos entre bolsas de carne, lunares negros esparcidos por su piel atezada.

—¿Quién es usted?

Ya se estaba poniendo de pie agarrándose con sus manos de gruesos dedos al filo de la mesa.

—Soy Cormoran Strike. Detective privado. Me ha contratado…

—¡Elena! —Bestigui tiró su taza de café, que se derramó por la madera pulida y por todos los papeles—. ¡Salga de aquí! ¡Fuera! ¡FUERA!

—… el hermano de Lula Landry, John Bristow…

—¡ELENA!

La chica guapa y delgada de los cascos entró corriendo y se colocó nerviosa junto a Strike, aterrorizada.

—¡Llama a seguridad, bruja lerda!

Ella salió corriendo. Bestigui, que medía como mucho un metro setenta, había salido ya de detrás de su mesa, mostrando tan poco miedo por el enorme Strike como un pit bull cuyo jardín ha sido invadido por un rottweiler. Elena había dejado la puerta abierta. Los ocupantes del despacho exterior estaban mirando, asustados, hipnotizados.

—He tratado de contactar con usted durante varias semanas, señor Bestigui…

—Se ha metido en un buen lío, amigo —dijo Bestigui avanzando con la mandíbula apretada y sus anchos hombros en tensión.

—… para hablar de la noche en que Lula Landry murió.

Dos hombres con camisas blancas y walkie-talkies avanzaron corriendo por la pared de cristal que había a la derecha de Strike: jóvenes, en forma y con aspecto de estar nerviosos.

—¡Sacadlo de aquí! —bramó Bestigui señalando a Strike mientras los dos guardias chocaban entre sí al pasar por la puerta y, a continuación, hacían fuerza para entrar.

—Específicamente sobre el lugar donde estaba su esposa, Tansy, cuando Lula cayó… —insistía Strike.

—¡Sacadlo de aquí y llamad a la puta policía! ¿Cómo ha entrado?

—… porque me han enseñado algunas fotografías que hacen que el testimonio de su esposa tenga sentido. Quíteme las manos de encima —añadió Strike dirigiéndose al más joven de los guardias que ahora le agarraba del brazo— o de un puñetazo le hago atravesar esa ventana.

El guardia de seguridad no lo soltó, pero miró a Bestigui esperando instrucciones.

Los ojos oscuros del productor miraban fijamente a Strike. Apretó y relajó sus manos de matón.

—Es un mentiroso de mierda —dijo unos segundos después.

Pero no ordenó a los guardias que sacaran a Strike de su despacho.

—El fotógrafo estaba en la acera de enfrente de su casa la madrugada del día 8 de enero. El tipo que hizo las fotografías no se dio cuenta de lo que tenía delante. Si no quiere hablarlo conmigo, de acuerdo. La policía o la prensa, no me importa. Al final, se llegará a la misma conclusión.

Strike dio unos pasos hacia la puerta. A los guardias, cada uno de los cuales seguía agarrándolo por el brazo, les pilló de sorpresa y, por un momento, se vieron obligados a hacerle retroceder de una forma absurda.

—Salid —ordenó Bestigui bruscamente a sus subalternos—. Os avisaré si os necesito. Cerrad la puerta al salir.

Se fueron.

—De acuerdo, comoquiera que se llame, le doy cinco minutos —dijo Bestigui cuando la puerta se hubo cerrado.

Strike se sentó en uno de los sillones de piel negra que estaban frente al escritorio de Bestigui mientras el productor regresaba a su asiento detrás de él, sometiendo a Strike a una mirada dura y fría que se parecía poco a la que Strike había recibido de la exmujer de Bestigui. En este caso, se trataba del escrutinio intenso de un jugador profesional. Bestigui cogió un paquete de cigarrillos, se acercó un cenicero negro y encendió un mechero dorado.

—Muy bien, vamos a escuchar qué es lo que muestran esas fotos —dijo entrecerrando los ojos a través de una nube de humo acre, la imagen de un mafioso de película.

—La silueta de una mujer agachada en el balcón de su sala de estar. Parece desnuda, pero como usted y yo sabemos, estaba en ropa interior.

Bestigui dio una fuerte calada durante unos segundos y, a continuación, se apartó el cigarro para hablar.

—Tonterías. Eso no se podría ver desde la calle. La parte inferior del balcón es de piedra maciza. Desde ese ángulo no se puede ver nada. Está conjeturando.

—Las luces de su sala de estar estaban encendidas. Se puede ver su silueta entre los espacios de la piedra. Por supuesto, en ese momento había espacio porque los arbustos no estaban allí. La gente no puede resistirse a pasarse después por la escena, incluso cuando se han ido de rositas —añadió Strike con tono familiar—. Usted trataba de fingir que nunca hubo espacio para que nadie estuviera en cuclillas en ese balcón, ¿verdad? Pero no se puede volver atrás y tratar la realidad con Photoshop. Su mujer estaba en una posición perfecta para oír lo que pasaba en el balcón de la tercera planta justo antes de que Lula Landry muriera.

»Esto es lo que yo creo que ocurrió —continuó Strike mientras Bestigui seguía mirándolo con los ojos entrecerrados a través del humo que se elevaba de su cigarro—. Usted y su mujer tuvieron una discusión mientras ella se desvestía para meterse en la cama. Quizá usted encontró su alijo del baño o la interrumpió preparándose un par de rayas. Así que decidió que un buen castigo sería encerrarla en el balcón a una temperatura bajo cero.

»La gente podría pensar cómo es que en una calle llena de paparazzi nadie se dio cuenta de que había una mujer medio desnuda encerrada en un balcón sobre sus cabezas, pero la nieve estaba cayendo con fuerza y estarían dando patadas contra el suelo tratando de mantener el flujo de la circulación, con la atención puesta en el fondo de la calle mientras esperaban a Lula y a Deeby Macc. Y Tansy no hizo ningún ruido, ¿verdad? Se agachó para esconderse. No quería que la vieran medio desnuda delante de treinta fotógrafos. Incluso puede que usted la echara al balcón a la misma vez que el coche de Lula llegaba por la esquina. Nadie estaría mirando hacia sus ventanas si Lula Landry acababa de aparecer con un vestidito corto.

—Todo eso es mentira —dijo Bestigui—. No tiene ninguna fotografía.

—Nunca he dicho que las tuviera. He dicho que me las han enseñado.

Bestigui se apartó el cigarro de los labios, pero decidió no hablar y volvió a colocárselo. Strike dejó pasar unos segundos, pero cuando estuvo claro que Bestigui no iba a hacer uso de su oportunidad para hablar, continuó:

—Tansy debió de empezar a golpear la ventana inmediatamente después de que Landry pasara por su lado al caer. Usted no esperaba que su esposa empezara a gritar y a dar golpes en el cristal, ¿verdad? Reacio como es comprensible a que nadie presenciara su pequeño maltrato doméstico, abrió. Ella salió corriendo por su lado, gritando como loca, salió del piso y bajó adonde estaba Derrick Wilson.

»En ese momento, usted se asomó por el balcón y vio a Lula Landry muerta en la calle.

Bestigui echó lentamente el humo sin apartar los ojos del rostro de Strike.

—Lo que usted hizo a continuación puede parecerle incriminatorio a un jurado. No llamó al 999. No salió corriendo detrás de su esposa medio desnuda e histérica. Ni siquiera corrió a limpiar la cocaína que estaba a la vista de todos en el baño, cosa que al jurado podría parecerle más comprensible.

»No. Lo que hizo a continuación, antes de seguir a su esposa o llamar a la policía, fue limpiar aquella ventana. No habría huellas que demostraran que Tansy había colocado las manos en la parte exterior del cristal. Su prioridad era asegurarse de que nadie pudiera demostrar que usted había encerrado a su mujer en un balcón a una temperatura de diez grados bajo cero. Con su fea reputación de abusos y malos tratos y la posibilidad de una demanda por parte de una joven empleada aún en el aire, no iba a dar a la prensa ni a un fiscal más pruebas, ¿verdad?

»Una vez que hubo conseguido quitar cualquier resto de las huellas de ella del cristal, corrió abajo y la obligó a que volviera a su casa. En el poco tiempo que tuvo antes de que llegara la policía, la intimidó para que no dijera dónde estaba cuando el cuerpo cayó. No sé qué es lo que le prometió o con qué la amenazó, pero, fuera lo que fuese, funcionó.

»Pero aún no se sentía del todo a salvo, pues ella estaba tan impresionada y angustiada que usted pensó que podría desembuchar toda la historia. Así que trató de distraer a la policía montando una bronca por las flores que habían tirado en el piso de Deeby Macc, esperando que Tansy recobrara la compostura para ceñirse a lo que habían acordado.

»Y así hizo ella, ¿verdad? Dios sabe cuánto le habrá costado a usted, pero se dejó arrastrar por toda aquella suciedad de la prensa. Ha tolerado que la traten como una fantasiosa trastornada por la droga. Se ha ceñido al cuento chino de haber oído discutir a Landry y al asesino dos pisos más arriba, a través de unos cristales a prueba de ruidos.

»Pero una vez que ella se entere de que hay pruebas fotográficas de dónde estaba, creo que estará encantada de reconocer la verdad. Puede que su mujer piense que lo que más le gusta en el mundo es el dinero, pero su conciencia no la deja tranquila. Estoy seguro de que va a confesar pronto.

Bestigui se había fumado su cigarrillo hasta los últimos milímetros. Despacio, lo apagó en el cenicero de cristal negro. Pasaron unos segundos, el ruido del exterior de su despacho se filtraba a través de la pared de cristal que tenían al lado: voces y sonidos de teléfono.

Bestigui se puso de pie y bajó el estor de tela sobre la pared de cristal, de modo que ninguna de las chicas nerviosas que estaban en el otro despacho pudiera verlos. Volvió a sentarse y se pasó pensativamente sus gruesos dedos por encima de su arrugado rostro, mirando a Strike y, a continuación, de nuevo al estor de color crema que había extendido. Strike casi podía ver las opciones que se le iban ocurriendo al productor, como si estuviera jugando una mano de cartas.

—Las cortinas estaban corridas —dijo Bestigui por fin—. No salía suficiente luz por las ventanas como para distinguir a una mujer escondida en el balcón. Tansy no va a cambiar su versión.

—Yo no estaría tan seguro —contestó Strike extendiendo sus piernas. La prótesis seguía incomodándole—. Cuando yo le cuente a ella que el término legal para lo que ustedes dos han hecho es «asociación delictiva para obstruir a la justicia» y que una tardía muestra de remordimientos podría evitar que fuera a chirona, cuando le hable además de la conmiseración que va a recibir por parte del público como víctima de maltrato doméstico y la cantidad de dinero que probablemente le ofrezcan por los derechos de exclusividad de su historia, cuando se dé cuenta de que la van a llamar a declarar en el juzgado y que la van a creer y que va a poder ayudar a que metan en la cárcel al hombre al que ella oyó y que asesinó a su vecina… señor Bestigui, no creo que tenga usted dinero suficiente para hacerla callar.

La áspera piel que rodeaba la boca de Bestigui vibró. Cogió su paquete de cigarros pero no sacó ninguno. Hubo un largo silencio, durante el cual dio vueltas al paquete entre sus gruesos dedos, una y otra vez.

—No voy a confesar nada —dijo por fin—. Váyase.

Strike no se movió.

—Sé que se dispone a llamar a su abogado, pero creo que está pasando por alto lo bueno de todo esto.

—Ya le he aguantado suficiente. He dicho que se vaya.

—Por muy desagradable que vaya a ser admitir lo que pasó aquella noche, sigue siendo mejor que convertirse en el principal sospechoso de un caso de asesinato. Va a ser el peor de los males de aquí en adelante. Si cuenta lo que ocurrió de verdad, quedará fuera de sospechas en el asesinato.

En ese momento, recuperó la atención de Bestigui.

—Usted no pudo hacerlo —continuó Strike—, porque si hubiese sido usted quien tiró a Landry por el balcón dos pisos más arriba, no habría podido dejar que Tansy volviera a entrar pocos segundos después de la caída. Yo creo que usted dejó a su mujer encerrada en el balcón, que se dirigió al dormitorio, se acostó, se puso cómodo, pues la policía dijo que la cama parecía desordenada y que alguien había dormido en ella, y que estuvo atento al reloj. No creo que usted quisiera quedarse dormido. Si la dejaba demasiado rato en ese balcón se enfrentaría a un homicidio involuntario. No me extraña que Wilson dijera que ella temblaba como un galgo inglés. Probablemente estaba sufriendo los primeros síntomas de una hipotermia.

Otro silencio, salvo por los gordos dedos de Bestigui golpeteando suavemente en el filo de su mesa. Strike sacó su cuaderno.

—¿Está dispuesto ahora a responder a unas cuantas preguntas?

—¡Váyase a la mierda!

Al productor le invadió de repente la rabia que hasta ahora había contenido, apretó la mandíbula y encogió los hombros, poniéndolos a la misma altura que las orejas. Strike pudo imaginárselo con el mismo aspecto mientras se echaba encima de su demacrada esposa puesta de coca, extendiendo sus manos de dedos gruesos.

—Es usted quien está en la mierda —dijo Strike con tono calmado—, pero depende de usted cuánto quiera hundirse en ella. Puede negarlo todo, enfrentarse a su mujer en el juzgado y en los periódicos, terminar en la cárcel por perjurio y por obstrucción a la labor de la policía, o puede colaborar ahora mismo y ganarse la gratitud y la caridad de la familia de Lula. Eso servirá para demostrar su arrepentimiento y le será de ayuda cuando suplique clemencia. Si su información ayuda a dar con el asesino de Lula, no creo que reciba mucho más que una reprimenda del juez. Va a ser la policía la que reciba la verdadera paliza por parte del público y la prensa.

Bestigui respiraba ruidosamente, pero parecía estar considerando las palabras de Strike.

—No hubo ningún jodido asesino —dijo por fin con un gruñido—. Wilson no encontró a nadie allí arriba. Landry se tiró —aseguró con una pequeña y desdeñosa sacudida de cabeza—. Era una adicta a las drogas que estaba pirada, como mi jodida esposa.

—Hubo un asesino —insistió Strike—, y usted contribuyó a que se fuera de rositas.

Había algo en la expresión de Strike que reprimió el claro deseo de Bestigui de mofarse.

—Me han dicho que usted quería meter a Lula en una película.

Bestigui pareció desconcertado ante el cambio de conversación.

—No era más que una idea —murmuró—. Era muy excéntrica, pero jodidamente guapa.

—¿Le atraía la idea de tenerla a ella y a Deeby Macc juntos en una película?

—Se habría ganado mucho dinero con esos dos juntos.

—¿Y qué me dice de esa película que usted ha estado pensando hacer desde que ella murió? ¿Cómo lo llaman? ¿Película biográfica? He oído que Tony Landry no estaba muy contento con ese asunto.

Para sorpresa de Strike, una sonrisa de sátiro apareció en el rostro hinchado de Bestigui.

—¿Quién le ha dicho eso?

—¿No es verdad?

Por primera vez, Bestigui parecía sentir que tenía el control de la conversación.

—No, no es verdad. Anthony Landry ha dado claras muestras de que, una vez que lady Bristow haya muerto, estará encantado de hablar del tema.

—Entonces, ¿no estaba enfadado cuando lo llamó para hablar de ello?

—Siempre que se haga con buen gusto, bla, bla, bla.

—¿Conoce bien a Tony Landry?

—Algo.

—¿En qué contexto?

Bestigui se rascó el mentón y sonrió.

—Por supuesto, es el abogado de su mujer en el divorcio.

—Por ahora, sí —contestó Bestigui.

—¿Cree que ella lo va a despedir?

—Puede que tenga que hacerlo —respondió Bestigui, y su sonrisa adoptó un tinte malicioso de pagado de sí mismo—. Conflicto de intereses. Ya veremos.

Strike miró su cuaderno y, con el imperturbable cálculo del buen jugador de póker que calibra sus opciones, consideró si se arriesgaba mucho al llevar hasta el límite aquella línea del interrogatorio sin ninguna prueba.

—¿Debo entender que usted le ha dicho a Landry que sabe que se está acostando con la mujer de su socio? —preguntó volviendo a levantar la mirada.

Hubo un momento de sorpresa y, a continuación, Bestigui soltó una carcajada, un tosco y agresivo estallido de alegría.

—Lo sabía, ¿verdad?

—¿Cómo se ha enterado? —preguntó Strike.

—Contraté a uno de los suyos. Creía que Tansy me estaba poniendo los cuernos, pero resultó que lo que hacía era preparar coartadas para su maldita hermana mientras Ursula se estaba enrollando con Tony Landry. Va a ser de lo más divertido ver cómo los May se divorcian. Abogados enérgicos por ambas partes. El viejo bufete familiar roto. Cyprian May no es tan blando como parece. Representó a mi segunda esposa. Voy a pasarlo bomba viendo cómo se desarrolla todo. Viendo a los abogados jodiéndose unos a otros, para variar.

—Entonces, tiene algo de influencia con el abogado del divorcio de su esposa.

Bestigui sonrió maliciosamente a través del humo.

—Ninguno de ellos sabe aún que yo lo sé. He estado esperando a que llegue un buen momento para decírselo.

Pero Bestigui pareció recordar, de repente, que ahora Tansy podía estar en posesión de un arma aún más poderosa para su batalla por el divorcio y la sonrisa desapareció de su rostro arrugado dejándole una expresión seria.

—Una última cosa —dijo Strike—. La noche en que Lula murió, después de que usted siguiera a su mujer hasta el vestíbulo de abajo y volviera a llevarla arriba, ¿oyó algo fuera del piso?

—Creía que usted decía que no se puede oír nada dentro de mi casa con las ventanas cerradas —espetó Bestigui.

—No me refiero a la calle cuando digo fuera. Estoy hablando de fuera de su puerta. Puede que Tansy estuviese haciendo demasiado ruido como para oír nada, pero me pregunto si, cuando ustedes dos estaban en la entrada de su casa… quizá usted estaba allí tratando de calmarla después de entrar… y oyó algún movimiento al otro lado de la puerta. ¿O estaba Tansy gritando demasiado?

—Estaba haciendo mucho ruido, joder —contestó Bestigui—. No oí nada.

—Nada en absoluto.

—Nada sospechoso. Solo a Wilson corriendo al pasar junto a nuestra puerta.

—Wilson.

—Sí.

—¿Cuándo fue eso?

—Cuando usted ha dicho. Cuando volvimos a estar dentro de nuestro piso.

—¿Inmediatamente después de que cerrara la puerta?

—Sí.

—Pero Wilson ya había subido corriendo cuando usted estaba todavía en el vestíbulo de abajo, ¿no?

—Sí.

Las grietas de la frente de Bestigui y alrededor de su boca se pronunciaron aún más.

—Entonces, cuando usted entró en su piso de la primera planta, Wilson ya debía estar fuera de su vista y no podría oírlo.

—Sí…

—Pero usted oyó pasos en la escalera justo después de cerrar su puerta.

Bestigui no dijo nada. Strike pudo ver cómo lo ordenaba todo en su mente por primera vez.

—Oí… sí… pasos. Corriendo. En las escaleras.

—Sí. ¿Y podría usted distinguir si eran de una persona o de dos?

Bestigui frunció el ceño, con la mirada perdida, mirando más allá del detective, hacia el pasado traicionero.

—Eran… de una persona. Así que pensé que sería Wilson. Pero no podía ser… Wilson seguía arriba en la tercera planta, registrando el piso de ella… porque le oí bajando otra vez, después… después de que yo llamara a la policía, le oí pasar corriendo por la puerta…

»Lo había olvidado —dijo Bestigui y, por una fracción de segundo, pareció casi vulnerable—. Lo había olvidado. Estaban pasando muchas cosas. Tansy estaba gritando.

—Y, por supuesto, usted estaba pensando en salvar su propio pellejo —añadió Strike rápidamente, guardándose el cuaderno y el bolígrafo de nuevo en el bolsillo y levantándose del sillón de piel—. Bueno, no le entretengo más. Estará deseando llamar a su abogado. Espero que nos volvamos a ver en el juicio.