6

—John —dijo Strike cuando su cliente se acercó a ellos.

—Hola, Cormoran.

Landry no miró a su sobrino, sino que cogió su cuchillo y su tenedor y dio un primer bocado a su terrina. Strike se movió en la mesa para dejar espacio y que Bristow se sentara delante de su tío.

—¿Has hablado con Reuben? —preguntó Landry a Bristow con frialdad después de tragarse el bocado de terrina.

—Sí. Le he dicho que iré esta tarde y que repasaré con él todos los depósitos y los planos.

—Acabo de preguntarle a su tío sobre la mañana anterior a la muerte de Lula, cuando fue al piso de su madre —dijo Strike.

Bristow lanzó una mirada a Landry.

—Me interesa lo que se dijo y se hizo allí —continuó Strike— porque, según el chófer que la llevó de vuelta desde la casa de su madre, Lula parecía consternada.

—Por supuesto que estaba consternada —espetó Landry—. Su madre tenía cáncer.

—Se suponía que la operación que acababan de hacerle la había curado, ¿no?

—A Yvette acababan de hacerle una histerectomía. Estaba dolorida. No me extraña que Lula estuviese angustiada por ver a su madre en ese estado.

—¿Habló mucho rato con Lula cuando la vio?

Hubo una pequeñísima vacilación.

—Solo una conversación sin importancia.

—¿Y ustedes dos? ¿Se hablaron?

Bristow y Landry no se miraron. Una pausa más larga, de varios segundos, antes de que Bristow contestara:

—Yo estaba trabajando en el despacho de casa. Oí a Tony llegar, le oí hablar con mamá y con Lula.

—¿No entró a saludarlo? —le preguntó Strike a Landry.

Landry lo miró con ojos ligeramente saltones, pálidos entre las claras pestañas.

—¿Sabe? Aquí nadie está obligado a responder a sus preguntas, señor Strike —dijo Landry.

—Por supuesto que no —confirmó Strike, y tomó una pequeña e incomprensible nota en su cuaderno. Bristow estaba mirando a su tío. Landry pareció pensárselo mejor.

—Pude ver a través de la puerta abierta del estudio que John estaba concentrado en el trabajo y no quise molestarle. Me senté con Yvette en su dormitorio un rato, pero ella estaba atontada por los analgésicos, así que la dejé con Lula. —Y continuó hablando con un levísimo tono de rencor—: Sabía que no había nadie a quien Yvette prefiriera antes que a Lula.

—El registro de llamadas de Lula muestra que llamó a su teléfono móvil repetidamente después de que ella se fuera de la casa de lady Bristow, señor Landry.

Landry se ruborizó.

—¿Habló con ella por teléfono?

—No. Tenía el móvil en silencio. Llegaba tarde a la conferencia.

—Pero vibra, ¿no?

Se preguntó qué haría falta para hacer que Landry se marchara. Estaba seguro de que el abogado estaba a punto de hacerlo.

—Eché un vistazo al teléfono. Vi que era Lula y decidí que podía esperar —contestó secamente.

—¿No le devolvió la llamada?

—No.

—¿No dejó ella ningún mensaje para decirle de qué quería hablar con usted?

—No.

—Parece extraño, ¿no? Acababa de verla en casa de su madre y dice que no se dijeron nada importante, pero ella pasó buena parte del resto de la tarde tratando de ponerse en contacto con usted. ¿No parece como si tuviera algo urgente que decirle? ¿O como si quisiera continuar una conversación que habían mantenido en la casa?

—Lula era del tipo de chicas que podía llamar a cualquiera treinta veces seguidas con el más tonto de los pretextos. Estaba muy consentida. Esperaba que la gente diera un brinco al oír su nombre.

Strike miró a Bristow.

—A veces… era… un poco así —murmuró su hermano.

—¿Cree que su hermana estaba molesta simplemente porque su madre estaba débil por la operación, John? —le preguntó Strike a Bristow—. Su conductor, Kieran Kolovas-Jones, insiste en que salió del piso con un humor muy alterado.

Antes de que Bristow pudiese responder, Landry, abandonando su comida, se puso de pie y empezó a ponerse el abrigo.

—¿Kolovas-Jones es ese chico de color de aspecto extraño? —preguntó mirando a Strike y a Bristow—. ¿El que quería que Lula le encontrara un trabajo de modelo y actor?

—Sí, es actor —respondió Strike.

—Sí. El día del cumpleaños de Yvette, el último antes de que enfermara, tuve un problema con mi coche. Lula y ese hombre vinieron para llevarme a la cena de cumpleaños. Kolovas-Jones se pasó la mayor parte del viaje dándole la lata a Lula para que usara su influencia con Freddie Bestigui para que le hiciera una prueba. Un joven que no sabe dónde están los límites. Muy familiar en su comportamiento. —Y añadió—: Por supuesto, en lo que a mí respecta, cuanto menos supiera sobre la vida amorosa de mi sobrina, mejor.

Landry lanzó un billete de diez libras sobre la mesa.

—Espero que estés pronto en el bufete, John.

Se puso de pie, claramente esperando una respuesta, pero Bristow no le prestaba atención. Estaba mirando con los ojos abiertos de par en par la fotografía del artículo que Strike estaba leyendo cuando llegó Landry. Mostraba a un soldado negro y joven con el uniforme del segundo batallón del Regimiento Real de Fusileros.

—¿Qué? Sí. Vuelvo enseguida —le contestó con tono distraído a su tío, que lo miraba con frialdad—. Lo siento —añadió Bristow mirando a Strike cuando Landry se fue—. Es que Wilson, Derrick Wilson, ya sabe, el guardia de seguridad… tiene un sobrino en Afganistán. Por un momento, Dios no lo quiera… pero no es él. Es otro nombre. Esta guerra es espantosa, ¿verdad? ¿Y merece la pena tantas vidas perdidas?

Strike dejó de apoyarse en su prótesis, pues la caminata por el parque no ayudó al dolor que tenía en la pierna, e hizo un pequeño ruido.

—Volvamos caminando —propuso Bristow cuando terminó de comer—. Me apetece un poco de aire fresco.

Bristow eligió el recorrido más directo que implicaba pasar por zonas de césped por las que Strike habría preferido no caminar de haber ido solo, pues exigían mucha más energía que el asfalto. Cuando pasaron por la fuente en memoria de Diana, la princesa de Gales, con el susurro, tintineo y los torrentes de agua por su largo canal de granito de Cornualles, Bristow hizo un repentino anuncio, como si Strike se lo hubiese pedido.

—Nunca le he gustado mucho a Tony. Prefería a Charlie. La gente decía que Charlie se parecía a Tony cuando este era pequeño.

—No puedo decir que haya hablado de Charlie con mucho cariño antes de que usted llegara y no parece que dedicara tampoco mucho tiempo a Lula.

—¿No le ha dado su opinión sobre la heredad?

—Por deducción.

—No, bueno, normalmente no se muestra tímido al respecto. Entre Lula y yo creció un vínculo más fuerte por el hecho de que el tío Tony nos considerara monas vestidas de seda. Era peor para Lula pues, al menos, mis padres biológicos debieron ser blancos. Tony no es precisamente un hombre sin prejuicios. El año pasado tuvimos una pasante paquistaní. Era una de las mejores que hayamos tenido nunca, pero Tony la echó.

—¿Qué es lo que hizo que usted se pusiera a trabajar con él?

—Me hicieron una buena oferta. Es el bufete familiar. Mi abuelo lo fundó, y no es que eso sea un aliciente. Nadie quiere que se le acuse de nepotismo. Pero es uno de los mejores bufetes especializados en derecho de familia de Londres y a mi madre le hacía feliz pensar que yo estaba siguiendo los pasos de su padre. ¿Ha hablado mal de mi padre?

—La verdad es que no. Ha dado a entender que sir Alec podría haber hecho un negocio sucio para conseguir tener a Lula.

—¿En serio? —Bristow parecía sorprendido—. No creo que eso sea cierto. Lula estaba en un centro de acogida. Estoy seguro de que se siguió el procedimiento habitual.

Hubo un breve silencio, después del cual Bristow habló tímidamente:

—Usted… eh… no se parece mucho a su padre.

Era la primera vez que reconocía abiertamente que había seguido su pista hasta la Wikipedia cuando lo estaba buscando entre los detectives privados.

—No —confirmó Strike—. Soy la viva imagen de mi tío Ted.

—Tengo entendido que usted y su padre no… eh… es decir, usted no usa su apellido.

A Strike no le molestaba la curiosidad que venía de un hombre cuyo pasado familiar era casi tan poco convencional y con tantas bajas como el suyo.

—Nunca lo he usado —contestó—. Soy el accidente extramarital que le costó a Jonny una esposa y varios millones de libras en pensión alimenticia. No tenemos una relación estrecha.

—Le admiro a usted —dijo Bristow— por haberse hecho a sí mismo. Por no haberse apoyado en él. —Y como Strike no respondió, añadió nervioso—: Espero que no le importe que le haya dicho a Tansy quién es su padre. Eso… me sirvió para que ella hablara con usted. Le impresiona la gente famosa.

—Todo vale con tal de garantizar la declaración de un testigo —dijo Strike—. Dice que a Lula no le gustaba Tony y, sin embargo, ella utilizó su apellido en su carrera.

—No. Eligió Landry porque era el apellido de soltera de mamá, nada que ver con Tony. Mamá estaba encantada. Creo que había otra modelo que se apellidaba Bristow. A Lula le gustaba destacar.

Fueron serpenteando al pasar junto a ciclistas, gente que comía en los bancos, otros que paseaban perros y otros que iban en patines, mientras Strike trataba de disimular su paso cada vez más desigual.

—Creo que Tony no ha estado enamorado ni una sola vez en su vida, ¿sabe? —dijo Bristow de repente mientras se apartaban para dejar pasar a un niño con casco que se tambaleaba en un patinete—. Y sin embargo, mi madre es una persona muy cariñosa. Quiso mucho a sus tres hijos. A veces, creo que a Tony no le gustaba eso. No sé por qué. Es algo que tiene que ver con su carácter.

»Hubo una ruptura en la relación entre él y mis padres después de que Charlie muriera. Se supone que yo no sabía lo que se dijo, pero oí lo suficiente. Él llegó a decirle a mamá que el accidente de Charlie había sido culpa de ella, que Charlie estaba fuera de control. Mi padre echó a Tony de casa. Mamá y Tony no se reconciliaron de verdad hasta que papá murió.

Para alivio de Strike, habían llegado a Exhibition Road y su pierna le empezó a hacer menos daño.

—¿Cree que alguna vez pasó algo entre Lula y Kieran Kolovas-Jones? —preguntó mientras cruzaban la calle.

—No. Eso no es más que el salto de Tony a la conclusión más desagradable que se le ha podido ocurrir. Siempre piensa lo peor en lo referente a Lula. Estoy seguro de que Kieran estaba más que dispuesto, pero Lula estaba enamorada de Duffield… por desgracia.

Siguieron caminando por Kensington Road dejando el parque lleno de hojas a su izquierda y, a continuación, se adentraron en el territorio de estuco blanco de las embajadas y los colegios reales.

—¿Por qué cree que su tío no entró a saludarlo cuando fue a casa de su madre el día que ella salió del hospital?

Bristow parecía tremendamente incómodo.

—¿Había entre ustedes alguna discrepancia?

—No… no exactamente —respondió Bristow—. Estábamos en medio de una época muy estresante en el trabajo. Yo… no debería hablar de ello. Confidencialidad con los clientes.

—¿Tenía que ver con el patrimonio de Conway Oates?

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Bristow bruscamente—. ¿Se lo dijo Ursula?

—Algo mencionó.

—Dios todopoderoso. No tiene ninguna discreción. Ninguna.

—A su tío le costó creer que la señora May pudiese haber sido indiscreta.

—Apuesto a que sí —repuso Bristow con una carcajada desdeñosa—. Es que… bueno, estoy seguro de que puedo fiarme de usted. Es el tipo de cosas por las que un bufete como el nuestro se muestra susceptible, porque con el tipo de clientes que atraemos, de alto poder adquisitivo, cualquier indicio de incorrección financiera significa la muerte. Conway Oates suponía una considerable cuenta de cliente para nosotros. Todo su dinero estaba claro y correcto, pero sus herederos son un grupo de avaros y están diciendo que no estaba bien administrado. Considerando lo volátil que ha estado el mercado y lo incoherentes que se volvieron las instrucciones de Conway al final, deberían estar agradecidos de que les quede algo. Tony está muy molesto con todo este asunto y… bueno, es un hombre al que le gusta echar las culpas a los demás. Ha habido alguna escena desagradable. Yo he sufrido mi buen puñado de críticas. Con Tony suele pasarme.

Strike estuvo seguro, por la casi visible pesadez que parecía caer sobre Bristow mientras caminaba, de que se estaban acercando a sus oficinas.

—Estoy teniendo dificultades para contactar con un par de testigos, John. ¿Hay alguna posibilidad de que pueda ponerme en contacto con Guy Somé? Su gente no parece dispuesta a dejar que nadie se le acerque.

—Puedo intentarlo. Le llamaré esta tarde. Adoraba a Lula. Debería estar deseando ayudar.

—Y también está la madre biológica de Lula.

—Ah, sí —dijo Bristow con un suspiro—. Tengo sus datos en algún sitio. Es una mujer terrible.

—¿La ha conocido?

—No. Lo que sé es lo que Lula me contó y todo lo que apareció en los periódicos. Lula estaba decidida a saber de dónde venía y creo que Duffield la animó a ello. Sospecho de verdad que él le filtró la historia a la prensa, aunque ella siempre lo negó. De todos modos, trató de localizar a esa tal Higson, que le dijo que su padre era un estudiante africano. No sé si era verdad o no. Era sin duda lo que Lula quería escuchar. Su imaginación volaba rápido. Creo que se imaginaba siendo la hija perdida de un político importante o la princesa de una tribu.

—¿Pero nunca localizó a su padre?

—No lo sé —contestó Bristow mostrando su habitual entusiasmo ante cualquier línea de investigación que pudiera explicar la presencia del hombre negro que aparecía en la grabación cerca de su casa—, pero yo habría sido la última persona a la que ella se lo hubiese contado de haber sido así.

—¿Por qué?

—Porque tuvimos algunas feas discusiones al respecto. A mi madre le acababan de diagnosticar cáncer de útero cuando Lula se puso a buscar a Marlene Higson. Le dije a Lula que no podía haber elegido un momento menos adecuado para empezar a buscar sus raíces, pero ella… bueno, francamente, no veía otra cosa cuando tenía un capricho. Nos queríamos —dijo Bristow pasándose una mano cansada por encima de la cara—, pero la diferencia de edad se interponía. Aunque estoy seguro de que trató de buscar a su padre, porque eso era lo que deseaba más que nada: encontrar sus raíces negras, encontrar esa sensación de identidad.

—¿Seguía en contacto con Marlene Higson cuando murió?

—De manera intermitente. Yo tenía la sensación de que Lula estaba tratando de cortar la relación. Higson es una persona abominable. Una mercenaria sin pudor. Vendía su historia a quien quisiera pagarle, que, por desgracia, eran muchos. Mi madre quedó destrozada con todo aquello.

—Hay un par de cosas más que quería preguntarle.

El abogado disminuyó el paso de buen grado.

—Cuando usted fue a ver a Lula esa mañana para devolverle el contrato con Somé, ¿por casualidad vio a alguien que pudiera parecer de una empresa de seguridad que hubiese ido a comprobar las alarmas?

—¿Un técnico?

—O un electricista. ¿Quizá vestido con un mono?

Cuando Bristow apretó el rostro para pensar, sus dientes de conejo asomaron más que nunca.

—No recuerdo… déjeme pensar… Cuando pasé por el piso de la segunda planta, sí… había un hombre allí toqueteando algo de la pared… ¿Podría haber sido él?

—Probablemente. ¿Qué aspecto tenía?

—Bueno, estaba de espaldas a mí. No pude verlo.

—¿Estaba Wilson con él?

Bristow se detuvo en la acera, con aspecto de estar un poco perplejo. Tres hombres y mujeres vestidos con traje pasaron por su lado con prisas, alguno de ellos con carpetas.

—Creo… —dijo con voz vacilante—, creo que estaban los dos allí, de espaldas a mí, cuando bajé andando por las escaleras. ¿Por qué lo pregunta? ¿Importa eso?

—Puede que no —respondió Strike—. Pero ¿recuerda algo? El pelo o el color de la piel.

Bristow respondió aún más perplejo:

—Me temo que no me fijé. Supongo… —Hizo una mueca de concentración—. Recuerdo que iba vestido de azul. Es decir, si me insiste, diría que era blanco. Pero no puedo jurarlo.

—Dudo que tenga que hacerlo, pero, aun así, es una ayuda.

Sacó su cuaderno para recordar las preguntas que quería hacerle a Bristow.

—Ah, sí. Según la declaración de Ciara Porter a la policía, Lula le había contado que quería dejárselo todo a usted.

—Ah, eso —respondió Bristow con poco entusiasmo.

Empezó a caminar de nuevo y Strike se movió con él.

—Uno de los detectives encargados del caso me dijo que Ciara había dicho eso. Un tal inspector Carver. Desde el principio, estuvo convencido de que había sido un suicidio y parecía creer que esa supuesta conversación con Ciara demostraba la intención de Lula de quitarse la vida. A mí me pareció un razonamiento extraño. ¿Los suicidas se toman la molestia de hacer testamento?

—Entonces, ¿cree que Ciara Porter se lo inventó?

—No que se lo inventara —contestó Bristow—. Que lo exagerara, quizá. Creo que es mucho más probable que Lula dijera algo agradable de mí porque nos acabábamos de reconciliar tras nuestra discusión y, Ciara, a posteriori, suponiendo que Lula ya pensaba en suicidarse, convirtió lo que fuera aquello en un legado. Es una chica… un poco cursi.

—Se hizo un registro para buscar algún testamento, ¿no?

—Sí. La policía fue muy minuciosa. Nosotros, la familia, no creíamos que Lula hubiese redactado ninguno. Sus abogados no tenían noticia de ello, pero, como es lógico, se hizo un registro. No encontraron nada, y miraron por todas partes.

—Si por un momento suponemos que fue real lo que Ciara Porter recuerda sobre lo que dijo su hermana…

—Pero Lula nunca me habría dejado todo a mí solo. Nunca.

—¿Por qué no?

—Porque eso habría sido excluir a mi madre de manera explícita, lo cual le habría producido un daño inmenso —respondió Bristow con gran seriedad—. No se trata del dinero. Papá dejó a mamá una buena fortuna… Se trataría más del mensaje que Lula habría enviado con ello al excluirla de esa forma. En los testamentos se puede hacer muchos tipos de daño. He visto cómo ocurría infinidad de veces.

—¿Su madre ha hecho testamento? —preguntó Strike.

Bristow parecía asombrado.

—Yo… sí, creo que sí.

—¿Puedo preguntarle quiénes son sus herederos?

—No lo he visto —contestó Bristow con cierta frialdad—. ¿Qué tiene eso…?

—Es importante, John. Diez millones de libras es muchísimo dinero.

Bristow parecía estar tratando de decidir si Strike se estaba mostrando insensible u ofensivo.

—Dado que no hay más familia, imagino que Tony y yo somos los principales beneficiarios —dijo por fin—. Posiblemente se acordará de una o dos organizaciones benéficas. Mi madre siempre ha sido generosa en las obras benéficas. —Unas manchas rosadas empezaron a aparecer de nuevo en el cuello de Bristow—. Sin embargo, como usted comprenderá, no tengo ninguna prisa por descubrir cuáles son los últimos deseos de mi madre, dado lo que tiene que suceder antes de que se sepa.

—Claro que no —dijo Strike.

Habían llegado al bufete de Bristow, un austero edificio de ocho plantas al que se entraba por un oscuro pasaje abovedado. Bristow se detuvo junto a la puerta y miró a Strike.

—¿Sigue creyendo que estoy loco? —preguntó mientras dos mujeres con trajes oscuros pasaban a su lado.

—No —contestó Strike con sinceridad—. No lo creo.

El rostro inexpresivo de Bristow se iluminó un poco.

—Me pondré en contacto con usted para lo de Somé y Marlene Higson. Ah, casi me olvido. El portátil de Lula. Lo he traído para usted, pero está protegido con contraseña. Los de la policía descubrieron la clave y se la dijeron a mi madre, pero ella no recuerda cuál era y a mí nunca me la dijeron. Quizá se encuentra en el expediente de la policía —añadió esperanzado.

—No, que yo recuerde —contestó Strike—. Pero eso no debe suponer gran problema. ¿Dónde ha estado desde que Lula murió?

—Bajo custodia de la policía y, después, en casa de mi madre. Casi todas las cosas de Lula están en casa de mamá. No tuvo fuerzas para decidir qué hacer con ellas.

Bristow le entregó el maletín a Strike y se despidió. Después, con un pequeño movimiento tonificante de hombros, subió los escalones y desapareció por las puertas del bufete de su familia.