5

Strike y Robin se separaron en la estación de New Bond Street. Robin tomó el metro de vuelta a la oficina para llamar a BestFilms, buscar en los directorios telefónicos a la tía de Rochelle Onifade y evitar a los de Soluciones Temporales —«Mantén la puerta cerrada con llave», fue el consejo de Strike.

Strike se compró el periódico y tomó el metro hasta Knightsbridge y, a continuación, como le sobraba bastante tiempo, fue caminando hasta el Serpentine Bar and Kitchen, el sitio que Bristow había elegido para que almorzaran.

El viaje lo llevó a través de Hyde Park, por paseos llenos de hojas y el sendero de arena de Rotten Row. Había tomado unas pequeñas notas del testimonio de la chica llamada Mel en el metro y ahora, en aquel follaje moteado de manchas de sol, su mente se puso a divagar, deteniéndose en el recuerdo del aspecto de Robin con aquel vestido verde ceñido.

Él la había desconcertado con su reacción, eso lo sabía. Pero hubo en aquel momento una extraña intimidad y precisamente era intimidad lo que él menos deseaba en ese momento, sobre todo, con Robin, con lo brillante, profesional y considerada que era. A él le gustaba su compañía y agradecía el modo en que ella respetaba su privacidad, controlando su curiosidad. Dios sabía que a lo largo de su vida se había encontrado en pocas ocasiones con aquella cualidad en concreto, sobre todo procedente de mujeres, pensó Strike apartándose para esquivar a un ciclista. Pero el hecho de que pronto se quedaría sin Robin era una parte confusa dentro del placer que le provocaba su presencia. El hecho de que ella se fuera a ir suponía, al igual que su anillo de compromiso, una frontera feliz. Le gustaba Robin, le estaba agradecido, incluso, después de lo de esa mañana, estaba impresionado por ella, pero al disfrutar de una buena visión y de una libido perfecta, se recordaba cada día que ella se inclinaba sobre el monitor de su ordenador que era una chica muy atractiva. No guapa. No como Charlotte. Pero aun así, atractiva. Ese factor no había sido nunca tan evidente como cuando salió del probador con el ajustado vestido verde y él tuvo literalmente que apartar los ojos. Strike la absolvió de cualquier provocación deliberada pero, aun así, era realista en cuanto al precario equilibrio que debía mantener por su propia salud mental. Ella era el único ser humano con quien estaba en contacto de forma habitual y no desestimó su actual vulnerabilidad. También dedujo, a raíz de ciertas evasivas y vacilaciones, que a su prometido no le gustaba el hecho de haber dejado la agencia de trabajo temporal por aquel acuerdo específico. Lo mejor en todos los sentidos era no permitir que aquella creciente amistad fuera demasiado estrecha. Mejor no admirar abiertamente la visión de su figura envuelta en un jersey.

Strike no había estado nunca en el Serpentine Bar and Kitchen. Estaba situado sobre el lago de las barcas, un edificio llamativo que era más parecido a una pagoda futurista que cualquier otra cosa que hubiese visto nunca. El grueso tejado blanco parecía un libro gigante que hubiese sido puesto del revés, sobre sus páginas abiertas, y estaba sujeto por unos cristales en forma de acordeón. Un enorme sauce llorón acariciaba el lateral del restaurante y rozaba la superficie del agua.

Aunque era un día fresco y ventoso, la vista sobre el lago era espléndida bajo la luz del sol. Strike eligió una mesa en el exterior junto al agua, pidió una pinta de Doom Bar y leyó el periódico.

Bristow llevaba ya un retraso de diez minutos cuando un hombre alto, fornido y vestido con un traje caro de bonitos colores se detuvo junto a la mesa de Strike.

—¿Señor Strike?

De cincuenta y muchos años, con la cabeza llena de pelo, una mandíbula fuerte y unos pómulos pronunciados, parecía un actor de segunda contratado para interpretar a un rico hombre de negocios en una miniserie. Strike, cuya memoria visual estaba bien entrenada, lo reconoció de inmediato por las fotografías que Robin había encontrado en internet en las que aquel hombre alto parecía como si deplorara todo lo que le rodeaba en el funeral de Lula Landry.

—Tony Landry, el tío de John y Lula. ¿Me puedo sentar?

Su sonrisa era quizá el ejemplo más perfecto de una mueca de cortesía hipócrita que Strike había visto nunca. Una simple muestra de dientes blancos y uniformes. Landry se quitó su abrigo, lo colocó sobre el respaldo de la silla de enfrente de Strike y se sentó.

—John se ha retrasado en el despacho —dijo. La brisa le despeinó, mostrando cómo se le había alejado el pelo de las sienes—. Le ha pedido a Alison que le llame usted para decírselo. Por casualidad, yo pasaba junto a su mesa en ese momento, así que pensé que podría venir a darle el mensaje en persona. Así tengo la oportunidad de tener una charla en privado con usted. He estado esperando que se pusiera en contacto conmigo. Sé que está tomándose su tiempo en hablar con todos los contactos de mi sobrina.

Sacó unas gafas de montura metálica del bolsillo superior, se las puso y dedicó un momento a consultar la carta. Strike bebió un poco de cerveza y esperó.

—He oído que ha estado hablando con la señora Bestigui —dijo Landry dejando la carta en la mesa, quitándose de nuevo las gafas y volviendo a guardarlas en el bolsillo de su traje.

—Así es —contestó Strike.

—Sí. Bueno, no me cabe duda de que las intenciones de Tansy son buenas, pero no se está haciendo ningún favor repitiendo una historia que la policía ha demostrado de forma concluyente que no podía ser cierta. Ningún favor en absoluto —repitió Landry pomposamente—. Y así se lo he dicho a John. La primera obligación de él debería ser con la cliente del bufete y con lo que más le convenga a ella.

»Tomaré la terrina de codillo ahumado —añadió en dirección a la camarera que pasaba por su lado— y agua. En botella. —Y continuó—: En fin, probablemente sea mejor ser directos, señor Strike.

»Por muchos motivos, todos ellos buenos, no estoy a favor de remover las circunstancias de la muerte de Lula. No espero que usted esté de acuerdo conmigo. Usted gana dinero hurgando en los aspectos sórdidos de las tragedias familiares.

Volvió a lanzar su sonrisa agresiva y seca.

—No soy del todo insensible en esto. Todos tenemos que ganarnos el pan y, sin duda, hay mucha gente que diría que mi profesión es tan de parásito como la suya. Pero sería de provecho para los dos si yo le planteo ciertas verdades, datos que dudo que John haya decidido desvelar.

—Antes de entrar en ello —contestó Strike—, ¿qué es exactamente lo que ha retrasado a John en el bufete? Si no va a venir, puedo concertar otra cita con él. Tengo que ver a más gente esta tarde. ¿Sigue tratando de solucionar el asunto de Conway Oates?

Sabía solamente lo que Ursula le había contado, que Conway Oates había sido un financiero americano, pero aquella mención al cliente fallecido del bufete tuvo el efecto deseado. La pomposidad de Landry, su deseo de tener el control de aquel encuentro, su cómodo aire de superioridad desaparecieron por completo, dejándole tan solo con mal humor y sorpresa.

—John no ha… No ha podido ser tan… ¡Es un asunto del bufete completamente confidencial!

—No ha sido John —replicó Strike—. La señora Ursula May mencionó que ha habido algún problema con el patrimonio del señor Oates.

—Estoy muy sorprendido —espetó Landry claramente desconcertado—. No me esperaba que Ursula… que la señora May…

—Entonces, ¿va a venir John? ¿O le ha dado algo que lo va a mantener ocupado durante toda la hora del almuerzo?

Disfrutaba viendo a Landry lidiar con su mal humor, tratando de recuperar el control de sí mismo y de la reunión.

—John llegará en un momento —dijo por fin—. Como le he dicho, yo esperaba poder exponerle ciertos datos en privado.

—De acuerdo. Pues en ese caso, voy a necesitar esto —contestó Strike sacando un cuaderno y un bolígrafo de su bolsillo.

Landry pareció tan incómodo al ver aquellos objetos como Tansy.

—No hace falta tomar notas —dijo—. Lo que voy a contarle no tiene relación, o al menos de una forma directa, con la muerte de Lula. Es decir —agregó con pedantería—, no va a añadir nada a ninguna teoría más que a la del suicidio.

—Aun así, me gusta tener un memorándum —contestó Strike.

Parecía que Landry iba a protestar, pero se lo pensó mejor.

—Muy bien. En primer lugar, debería saber que mi sobrino John quedó profundamente afectado por la muerte de su hermana adoptiva.

—Comprensible —comentó Strike, ladeando el cuaderno para que el abogado no pudiera leerlo y escribiendo las palabras «profundamente afectado», simplemente por incomodar a Landry.

—Sí, es lógico. Y aunque yo no iría tan lejos como para sugerir que un detective privado deba rechazar un cliente en base a que sufre estrés o depresión, pues ya le he dicho que todos tenemos que ganarnos nuestra vida, en este caso…

—¿Cree que está todo en su cabeza?

—Yo no lo expresaría así pero, francamente, sí. John ha sufrido ya más dolor de lo que mucha gente sufre en toda una vida. Probablemente usted no sepa que perdió a un hermano…

—Sí que lo sabía. Charlie era un viejo compañero mío de colegio. Por eso es por lo que John me ha contratado.

Landry se quedó mirando a Strike con lo que parecía ser sorpresa y aversión.

—¿Fue usted al colegio Blakkeyfield?

—Poco tiempo. Antes de que mi madre se diera cuenta de que no podía permitirse pagar las cuotas.

—Entiendo. No lo sabía. Aun así, puede que no sea del todo consciente de que… John siempre ha sido… utilizaré la expresión que siempre usa mi hermana… muy nervioso. Sus padres tuvieron que llevarlo a psicólogos tras la muerte de Charlie, ¿sabe? No digo que yo sea un experto en salud mental, pero me parece que el fallecimiento de Lula ha hecho que termine cayendo del todo…

—Desafortunada elección de palabras, pero entiendo lo que dice —dijo Strike escribiendo «Bristow majareta»—. ¿Exactamente en qué ve que John está fuera de sí?

—Bueno, muchos dirían que provocar esta nueva investigación es irracional y no tiene sentido —contestó Landry.

Strike mantuvo el bolígrafo levantado sobre el cuaderno. Por un momento, Landry movió la mandíbula como si estuviese masticando.

—Lula era una maníaco-depresiva que saltó por la ventana después de una pelea con su novio yonqui —dijo con cotundencia—. No hay más misterio. Fue terriblemente espantoso para todos nosotros, sobre todo para su pobre madre, pero esa es la desagradable verdad. Me veo obligado a llegar a la conclusión de que John está teniendo una especie de crisis nerviosa y, si me permite que le hable con franqueza…

—Usted mismo.

—Su connivencia está perpetuando el insano rechazo de él a asumir la verdad.

—Que es que Lula se suicidó.

—Un punto de vista que comparte la policía, el forense y el juez de instrucción. John, por motivos que desconozco, está decidido a demostrar que fue un asesinato. Lo que no puedo decirle es cómo piensa él que eso va a hacer que ninguno de nosotros se sienta mejor.

—Bueno, hay gente relacionada con suicidas que a menudo se sienten culpables. Creen, aunque estúpidamente, que podrían haber hecho algo más por ayudar. Un veredicto de asesinato exonera a la familia de cualquier culpa, ¿no?

—Ninguno de nosotros tiene por qué sentirse culpable de nada —dijo Landry con tono frío—. Lula recibió la mejor atención médica desde su adolescencia y todos los bienes materiales que su familia adoptiva pudo darle. «Malcriada» podría ser la expresión que mejor se adecuaba a mi sobrina adoptiva, señor Strike. Su madre habría dado literalmente la vida por ella y a cambio recibió bien poco.

—¿Pensaba usted que Lula era una desagradecida?

—No es necesario escribir eso, maldita sea. ¿O es que esas notas están destinadas a algún sórdido periodicucho?

A Strike le interesaba ver cómo Landry se había deshecho por completo de la finura que había llevado a la mesa. La camarera llegó con la comida de Landry. Él no le dio las gracias, sino que se quedó mirando a Strike con furia hasta que ella se fue.

—Está usted hurgando en algo que solo puede provocar dolor. Francamente, me sorprendí al saber qué se disponía a hacer John. Me quedé asombrado.

—¿No le había expresado él sus dudas sobre la teoría del suicidio?

—Había mostrado consternación, naturalmente, como todos nosotros. Pero lo cierto es que no recuerdo ninguna sugerencia de asesinato.

—¿Tiene usted una relación cercana con su sobrino, señor Landry?

—¿Qué tiene eso que ver?

—Eso podría explicar por qué él no le contó lo que pensaba.

—John y yo tenemos una relación laboral perfectamente amistosa.

—¿Relación laboral?

—Sí, señor Strike. Trabajamos juntos. ¿Está usted siempre con la gente de su oficina? No. Pero los dos nos ocupamos del cuidado de mi hermana, la señora Bristow, la madre de John, que se encuentra ahora en un estado terminal. Nuestras conversaciones fuera del trabajo son normalmente sobre Yvette.

—John me parece un hijo obediente.

—Yvette es lo único que le queda ya y el hecho de que se esté muriendo no ayuda tampoco a su estado mental.

—Ella no es lo único que le queda. También está Alison, ¿no?

—No me consta que sea esa una relación muy seria.

—Quizá una de las motivaciones de John al contratarme sea el deseo de darle a su madre la verdad antes de que muera.

—La verdad no va a ayudar a Yvette. A nadie le gusta aceptar que uno recoge lo que ha sembrado.

Strike no dijo nada. Tal y como esperaba, el abogado no pudo resistir la tentación de aclarar lo que había dicho y continuó poco después:

—Yvette siempre ha sido patológicamente maternal. Adora a los bebés —dijo como si aquello fuera ligeramente desagradable, una especie de perversión—. Era una de esas mujeres bochornosas que habría tenido veinte hijos de haber encontrado a un hombre con la suficiente virilidad. Gracias a Dios, Alec era estéril. ¿O no le ha mencionado eso John?

—Me dijo que sir Alec Bristow no era su padre biológico, si es eso a lo que se refiere.

Si Landry quedó decepcionado por no ser el primero que le daba la noticia, se recuperó de inmediato.

—Yvette y Alec adoptaron a los dos niños, pero ella no tenía ni idea de cómo tratarlos. Por decirlo de una forma simple, es una madre espantosa. Sin control ni disciplina, una indulgencia excesiva y un rechazo rotundo a ver lo que está ocurriendo delante de sus narices. No digo que todo se deba a su forma de criar a sus hijos. Quién sabe lo que pudo influir la genética. Pero John era quejica, histriónico y pegajoso y Charlie era un verdadero delincuente, y terminó…

Landry dejó de hablar de repente y unas manchas de color aparecieron en sus mejillas.

—¿Y terminó cayéndose por el filo de una cantera? —sugirió Strike.

Dijo aquello para ver la reacción de Landry y no quedó decepcionado. Daba la impresión de estar en un túnel que se contrae, una puerta lejana que se cierra. Del todo.

—Hablando a las claras, sí. Y en aquel entonces, ya era un poco tarde para que Yvette empezara a gritar y atormentar a Alec y a caer al suelo desmayada. Si hubiese tenido una pizca de control, ese niño no se habría propuesto desafiarla. Yo estaba allí —dijo Landry con un tono terrible—. Estaba visitándolos el fin de semana. El domingo de Pascua. Yo había ido a dar un paseo por el pueblo y cuando volví vi que todos lo andaban buscando. Fui directo a la cantera. Me lo imaginé, ¿sabe? Era el sitio al que le habían prohibido ir… y allí estaba.

—Usted encontró el cadáver, ¿no?

—Sí.

—Debió de ser tremendamente desolador.

—Sí —contestó Landry sin apenas mover los labios—. Lo fue.

—Y fue tras la muerte de Charlie cuando su hermana y sir Alec adoptaron a Lula, ¿no?

—Lo cual fue probablemente lo más estúpido que Alec Bristow consintió hacer —dijo Landry—. Yvette ya había demostrado ser una madre desastrosa. ¿Había alguna probabilidad de que fuese a tener más éxito encontrándose en un estado de abandono y aflicción? Por supuesto, ella siempre había querido una hija, una bebé para vestirla de rosa, y Alec pensó que eso la haría feliz. Siempre le daba a Yvette todo lo que quería. Estuvo perdidamente enamorado de ella desde el momento en que entró a trabajar como secretaria y él era todo un ejemplar del East End. Yvette siempre había tenido predilección por los que eran un poco rudos.

Strike se preguntó cuál podría ser la verdadera fuente de la rabia de Landry.

—¿No se lleva usted muy bien con su hermana, señor Landry? —preguntó Strike.

—Nos llevamos perfectamente bien. Simplemente no estoy ciego pero Yvette sí, señor Strike, y sé cuánta de su desgracia ha sido culpa suya.

—¿Les resultó difícil que les concedieran otra adopción después de que Charlie muriera? —preguntó Strike.

—Me atrevería a decir que habría sido difícil de no ser porque Alec era multimillonario —espetó Landry—. Sé que las autoridades estaban preocupadas por la salud mental de Yvette y los dos eran ya un poco mayores. Es una pena que no los rechazaran. Pero Alec era un hombre de infinitos recursos y tenía todo tipo de contactos extraños de su época como vendedor ambulante. No conozco los detalles, pero no me extrañaría que hubiese habido un intercambio de dinero. Aun así, no pudo permitirse a una niña de rasgos caucásicos. Metió en su familia a otra niña de procedencia completamente desconocida para que la criara una mujer deprimida e histérica sin ningún sentido común. No me sorprendió apenas que el resultado fuera catastrófico. Lula era tan inestable como John y tan salvaje como Charlie. Yvette seguía sin tener ni idea de cómo tratarla.

Haciendo garabatos en homenaje a Landry, Strike se preguntó si su creencia en la predeterminación genética explicaba en parte la preocupación de Bristow por los parientes negros de Lula. Sin duda, Bristow había estado al tanto de las opiniones de su tío a lo largo de los años. Los niños absorben los puntos de vista de sus familiares de una forma profunda y visceral. Él, Strike, sabía en lo más profundo de su ser, mucho antes de que se pronunciaran aquellas palabras delante de él, que su madre no era como las demás, que había —si es que creía en el código secreto que unía al resto de adultos que lo rodeaban— algo vergonzoso en ella.

—Creo que usted vio a Lula el día en que murió —dijo Strike.

Las pestañas de Landry eran tan rubias que parecían canosas.

—¿Perdón?

—Sí… —Strike pasó las páginas de su cuaderno ostentosamente deteniéndose en una página en blanco—. Usted la vio en casa de su hermana, ¿no es así? Cuando Lula se pasó a ver a su madre.

—¿Quién le ha dicho eso? ¿John?

—Está en el informe de la policía. ¿No es verdad?

—Sí, es del todo cierto, pero no veo qué relevancia puede tener con nada de lo que hemos hablado.

—Lo siento. Cuando usted ha llegado ha dicho que había estado esperando tener noticias mías. Tuve la impresión de que usted estaba dispuesto a responder a unas preguntas.

La expresión de Landry se transformó en la de un hombre al que hubieran puesto en un aprieto de forma inesperada.

—No tengo más que añadir a lo que declaré ante la policía —dijo por fin.

—Que es… —dijo Strike mientras pasaba hacia atrás hojas en blanco— que usted se pasó a visitar a su hermana esa mañana, que vio allí a su sobrina y que después viajó en coche a Oxford para asistir a una conferencia sobre novedades a nivel internacional en el campo del derecho de familia.

Landry empezó de nuevo a masticar aire.

—Correcto —dijo.

—¿A qué hora diría usted que llegó al piso de su hermana?

—Debía de ser alrededor de las diez —contestó Landry tras una breve pausa.

—¿Y cuánto tiempo se quedó?

—Quizá media hora. Puede que más. La verdad es que no me acuerdo.

—¿Y se fue desde allí directamente a la conferencia de Oxford?

Por detrás de Landry, Strike vio a John Bristow preguntando a una camarera. Parecía llegar sin aliento y un poco despeinado, como si hubiese venido corriendo. Un maletín de piel rectangular colgaba de su mano. Miró a su alrededor dando ligeras patadas sobre el suelo y, cuando localizó la parte posterior de la cabeza de Landry, a Strike le pareció que se asustó.