Strike se despertó el domingo por la mañana temprano con el sonido de su móvil, que se estaba recargando en el suelo junto a la cama plegable. Era Bristow quien llamaba. Parecía tenso.
—Recibí ayer su mensaje, pero mamá se encuentra mal y no tenemos enfermera para esta tarde. Alison va a venir para hacerme compañía. Podría reunirme con usted mañana, durante mi hora del almuerzo, si está libre. ¿Ha habido algún avance? —preguntó esperanzado.
—Alguno —respondió Strike con cautela—. Oiga, ¿dónde está el portátil de su hermana?
—Está aquí, en casa de mi madre. ¿Por qué?
—¿Le parecería bien si le echo un vistazo?
—De acuerdo —contestó Bristow—. Se lo llevaré mañana, ¿quiere?
Strike dijo que le parecía una buena idea. Después de que Bristow le diera el nombre y la dirección de su restaurante favorito para comer cerca de su bufete y colgara, Strike cogió sus cigarros y se quedó tumbado un rato fumando y contemplando el dibujo que en el techo provocaba el sol a través de las lamas de las persianas, saboreando el silencio y la soledad, la ausencia de niños gritando, los intentos de Lucy por interrogarle por encima de los escandalosos gritos de su hijo pequeño. Con una sensación casi de cariño por su tranquila oficina, apagó el cigarro, se levantó y se preparó para ir a darse su ducha habitual en la Universidad de la London Union.
Consiguió por fin contactar con Derrick Wilson tras varios intentos más el domingo por la tarde.
—No puede venir esta semana —le informó Wilson—. El señor Bestigui está mucho por aquí últimamente. Tengo que pensar en mi trabajo, ya me entiende. Le llamaré si se presenta alguna ocasión buena, ¿de acuerdo?
Strike oyó un timbre a lo lejos.
—¿Está ahora en el trabajo? —preguntó Strike antes de que Wilson pudiera colgar.
Oyó que el guardia de seguridad hablaba apartado del auricular.
—(Firma el libro, amigo). ¿Qué? —añadió en voz alta dirigiéndose a Strike.
—Si está ahí ahora, ¿podría buscar en el registro el nombre de una amiga que solía visitar a Lula a veces?
—¿Qué amiga? —preguntó Wilson—. (Sí, hasta luego).
—La chica de la que hablaba Kieran, la amiga del centro de rehabilitación. Rochelle. Quiero saber su apellido.
—Ah, esa. Sí —contestó Wilson—. Sí, echaré un vistazo y le llamo…
—¿Puede hacerlo ahora?
Oyó un suspiro de Wilson.
—Sí, de acuerdo. Espere.
Oyó sonidos de movimientos, golpes sordos y chirridos, después, el movimiento rápido de páginas. Mientras Strike esperaba, vio varias prendas de ropa diseñadas por Guy Somé que aparecían en la pantalla de su ordenador.
—Sí, aquí está —dijo la voz de Wilson en su oído—. Se llama Rochelle… no puedo leer… parece Onifade.
—¿Puede deletrearlo?
Wilson lo hizo y Strike tomó nota.
—¿Cuándo fue la última vez que estuvo allí, Derrick?
—A primeros de noviembre —respondió Wilson—. (Sí, buenas tardes). Tengo que colgar.
Colgó el auricular después de que Strike le diera las gracias y el detective volvió a su lata de cerveza Tennets y a su contemplación de la ropa moderna creada por Guy Somé, en concreto, una chaqueta con capucha y cremallera con unas letras GS en dorado en el lado superior izquierdo. Aquel logotipo era muy visible en toda la ropa prêt-à-porter de la sección de hombre de la página web del diseñador. Strike no tenía claro del todo la definición del «prêt-à-porter.» Le parecía una expresión obvia, aunque cualquiera que fuera la connotación que pudiera tener, significaba «más barata». La segunda sección de la página se llamaba simplemente «Guy Somé» y contenía ropa que, por lo común, se elevaba a varios miles de libras.
A pesar de todos los esfuerzos de Robin, el diseñador de aquellos trajes bermellón, aquellas corbatas de punto, aquellos minivestidos bordados con fragmentos de espejo, aquellos sombreros de piel, seguía haciendo oídos sordos en su empresa a todas las peticiones de celebrar una entrevista concerniente a la muerte de su modelo preferida.