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Había un gran magnolio en el jardín delantero de la casa de Lucy en Bromley. Más adentrada la primavera, cubriría el césped de delante con algo parecido a pañuelos arrugados. Ahora, en abril, era una espumosa nube blanca, con sus pétalos cerosos como virutas de coco. Strike solo había visitado aquel lugar unas cuantas veces, pues prefería encontrarse con Lucy lejos de su casa, donde siempre parecía estar con prisas, y evitar los encuentros con su cuñado, hacia quien sus sentimientos se podrían calificar como la más fría indiferencia.

Unos globos inflados con helio atados a la valla se movían con la brisa ligera. Cuando Strike avanzó por la pronunciada cuesta del camino delantero que llevaba a la puerta, con el paquete que Robin había envuelto bajo el brazo, se dijo a sí mismo que pronto habría terminado.

—¿Dónde está Charlotte? —preguntó Lucy, bajita, rubia y de rostro redondeado, justo después de abrir la puerta.

Más globos grandes y dorados, esta vez con forma de número siete, llenaban la entrada que había detrás de ella. De alguna zona no visible de la casa salían gritos que podrían haber denotado excitación o dolor, perturbando la paz de las afueras de la ciudad.

—Ha tenido que volver a Ayr a pasar el fin de semana —mintió Strike.

—¿Por qué? —preguntó Lucy apartándose para dejarle entrar.

—Otra crisis con su hermana. ¿Dónde está Jack?

—Están todos por aquí. Gracias a Dios que ha parado de llover o tendríamos que haberlos metido dentro de la casa —le explicó Lucy llevándolo al jardín de atrás.

Encontró a sus tres sobrinos moviéndose rápidamente por el gran césped con otros veinte niños y niñas vestidos con ropa de fiesta que gritaban mientras realizaban algún juego que implicaba correr hasta varios palos de críquet sobre los que habían pegado dibujos de frutas. Había otros padres bajo la débil luz del sol, bebiendo vino en vasos de plástico mientras el marido de Lucy, Greg, manipulaba un iPod colocado en una base sobre una mesa de caballetes. Lucy le pasó a Strike una cerveza y, a continuación, se alejó de él casi de inmediato para recoger al más pequeño de sus tres hijos, que había sufrido una fuerte caída y berreaba a todo pulmón.

Strike no había querido nunca tener hijos. Era una de las cosas en las que siempre habían estado de acuerdo él y Charlotte y una de las razones por las que a lo largo de los años habían fracasado otras relaciones.

Lucy deploraba su actitud y los motivos que él daba. Ella siempre se ofendía cuando él hablaba de unos objetivos en la vida diferentes a los suyos, como si estuviesen atacando sus decisiones y opciones.

—¿Todo bien, Corm? —preguntó Greg, que le había dejado el control de la música a otro padre. El cuñado de Strike era aparejador y parecía que nunca estaba seguro de qué tono utilizar con Strike. Normalmente optaba por una mezcla de irritación y agresión que a Strike le resultaba tediosa—. ¿Dónde está la guapa Charlotte? No os habréis separado otra vez, ¿no? Ja, ja, ja. Es difícil saberlo con vosotros.

Habían empujado a una de las niñas. Greg fue corriendo para ayudar a una de las otras madres a enfrentarse a más lágrimas y manchas de hierba. El juego continuó con su ruido ensordecedor hasta convertirse en un caos. Por fin, se había declarado un vencedor. Hubo más lágrimas del segundo, que tuvieron que apaciguarse con un premio de consolación sacado de la bolsa negra para la basura que había junto a las hortensias. Se anunció entonces una segunda ronda del mismo juego.

—¡Hola! —exclamó una matrona de mediana edad acercándose a Strike—. ¡Tú debes de ser el hermano de Lucy!

—Sí —contestó.

—Nos enteramos de lo de tu pobre pierna —dijo bajando la mirada hacia los zapatos de él—. Lucy nos mantuvo a todos bien informados. Dios, nadie lo diría. Ni siquiera te he visto cojear cuando has llegado. ¿No es sorprendente lo que se puede hacer hoy en día? ¡Espero que ahora puedas correr más rápido que antes!

Quizá ella se imaginaba que lo que él tenía era una paleta de fibra de carbono bajo los pantalones, como si fuese un paralímpico. Strike le dio un sorbo a su cerveza y forzó una sonrisa arisca.

—¿Es verdad? —preguntó ella comiéndoselo con los ojos, con el rostro de repente inundado de pura curiosidad—. ¿Eres de verdad hijo de Jonny Rokeby?

Un hilo de paciencia —Strike no se había dado cuenta de que estaba a punto de romperse— se partió.

—Ni puta idea —contestó—. ¿Por qué no lo llamas tú y le preguntas?

Ella pareció sorprendida. Unos segundos después, se fue de su lado en silencio. Strike la vio hablar con otra mujer, que miró a Strike. Otro niño se cayó y se golpeó la cabeza con el palo de críquet adornado con una fresa gigante, emitiendo a continuación un grito que hacía explotar los oídos. Con toda la atención puesta en la reciente caída, Strike se deslizó hacia el interior de la casa.

La habitación de delante era sosa y cómoda, con un tresillo de tres piezas, una lámina impresionista sobre la chimenea y fotos enmarcadas de sus tres sobrinos vestidos con su uniforme verde botella del colegio dispuestas por las estanterías. Strike cerró la puerta con cuidado para aplacar el ruido del jardín, sacó de su bolsillo el DVD que Wardle le había enviado, lo insertó en el reproductor y encendió la televisión.

Había una fotografía sobre el aparato tomada en la fiesta del décimo tercer cumpleaños de Lucy. El padre de Lucy, Rick, estaba allí con su segunda esposa. Strike estaba al fondo, donde lo habían colocado en todas las fotografías de grupo desde que tenía cinco años. En aquel entonces, tenía sus dos piernas. Tracey, compañera de la División de Investigaciones Especiales y la chica con la que Lucy esperaba que su hermano se casara, estaba a su lado. Tracey se había casado posteriormente con uno de sus amigos en común y recientemente había dado a luz a una hija. Strike quiso enviarle flores, pero nunca encontró el momento para hacerlo.

Bajó la mirada a la pantalla y pulsó el «play».

La granulosa grabación en blanco y negro empezó de inmediato. Una calle blanca, grandes grumos de nieve cayendo por delante de la cámara. La visión de ciento ochenta grados mostraba el cruce de Bellamy con Alderbrook Road.

Un hombre entraba en el campo visual caminando solo desde el lado derecho de la pantalla. Alto, con las manos bien metidas en los bolsillos, envuelto en varias capas y con una capucha sobre la cabeza. Su rostro parecía extraño en aquella grabación en blanco y negro. Engañaba a la vista. Strike creyó estar mirando una cara blanca desnuda más abajo y una venda oscura en los ojos antes de que la lógica le dijera que en realidad estaba viendo una cara oscura más arriba y una bufanda atada por encima de la nariz, la boca y el mentón. Había una especie de marca, quizá un logotipo borroso, en su chaqueta. Por lo demás, su ropa era imposible de identificar.

Cuando el caminante se fue acercando a la cámara, agachó la cabeza y pareció mirar algo que había sacado del bolsillo. Segundos después, giraba por Bellamy Road y desaparecía del campo de la cámara. El reloj digital de la parte inferior derecha de la pantalla registraba la 1:39.

La grabación saltó. Una vez más estaba la imagen borrosa del mismo cruce, al parecer sin nadie, los mismos copos de nieve que obstaculizaban la visión, pero ahora el reloj de la esquina inferior marcaba las 2:12.

Los dos corredores aparecieron en la imagen. El de delante podía reconocerse como el hombre que antes había salido del campo de visión con su bufanda blanca sobre la boca. De largas y poderosas piernas, corría moviendo los brazos de nuevo por Alderbrook Road. El segundo hombre era más pequeño, más menudo, con una capucha y una gorra. Strike vio sus puños oscuros, apretados mientras corría a toda velocidad detrás del primero aunque la distancia con el más alto aumentaba. Bajo una farola, un dibujo en la parte posterior de su sudadera quedó iluminado brevemente. A mitad de Alderbrook Road, giró de repente a la izquierda y se metió por una calle lateral.

Strike volvió a reproducir de nuevo los pocos segundos de la grabación. Y otra vez más. No vio indicios de comunicación entre los dos corredores. Ninguna señal de que se llamaran el uno al otro ni que siquiera se miraran mientras se alejaban de la cámara corriendo. Podría haberse tratado de dos hombres cualesquiera.

Volvió a reproducir las imágenes una cuarta vez y la detuvo, tras varios intentos, en el segundo en que se ilumina el dibujo de la espalda de la sudadera del hombre más lento. Mirando la pantalla con los ojos entrecerrados, se fue acercando a la imagen borrosa. Tras un minuto mirándola, casi estaba seguro de que la primera palabra terminaba en «ch», pero la segunda, que parecía que empezaba por «J», era indescifrable.

Pulsó el «play» y dejó que la grabación continuara avanzando, tratando de distinguir qué calle había tomado el segundo hombre. Tres veces lo vio Strike separarse de su compañero y, aunque su nombre era indescifrable en la pantalla, sabía, por lo que había dicho Wardle, que debía ser Halliwell Street.

La policía creyó que el hecho de que el primer hombre hubiese recogido a un amigo fuera del campo de la cámara hacía que disminuyera su plausible consideración como asesino. Eso asumiendo que los dos fuesen, en realidad, amigos. Strike tenía que reconocer que el hecho de que hubiesen sido grabados juntos con un tiempo así, y a esas horas, actuando casi de un modo idéntico, indicaba que había una complicidad.

Dejando avanzar la grabación, vio cómo se cortaba casi de una forma sobrecogedora, pasando al interior de un autobús. Se subió una chica. Grabada desde una posición por encima del conductor, su rostro se veía en escorzo y con muchas sombras, aunque podía distinguirse su cabello rubio recogido en una coleta. El hombre que la siguió al interior del autobús guardaba, hasta lo que podía verse, un fuerte parecido con el que después había caminado por Bellamy Street en dirección a Kentigern Gardens. Era alto y llevaba una capucha, con una bufanda blanca sobre la cara y la parte superior del rostro perdido en las sombras. Lo único que se veía claro era el logotipo del pecho, las letras GS con un trazo muy elaborado.

La grabación saltaba a Theobold Road. Si el individuo que caminaba rápido por ella era la misma persona del autobús, se había quitado la bufanda blanca, aunque su complexión y su forma de caminar guardaban mucha semejanza. Esta vez, Strike creyó que el hombre estaba haciendo un esfuerzo consciente por mantener la cabeza agachada.

La grabación terminaba con la pantalla en negro. Strike se quedó sentado mirándola muy concentrado. Cuando recordó dónde estaba, descubrió con ligera sorpresa que lo que le rodeaba era multicolor y que estaba iluminado por el sol.

Sacó su móvil del bolsillo y llamó a John Bristow, pero solo consiguió que saltara el buzón de voz. Dejó un mensaje en el que le decía a Bristow que ya había visto las imágenes del circuito cerrado de televisión y que había leído el expediente de la policía, que había algunas cosas más que quería preguntarle y que si sería posible verle en algún momento a la semana siguiente.

Después, llamó a Derrick Wilson, cuyo teléfono le dirigió igualmente al buzón de voz, donde reiteró su petición de ir a ver el interior del número 18 de Kentigern Gardens.

Strike acababa de colgar cuando la puerta de la sala de estar se abrió y entró su sobrino mediano, Jack. Estaba ruborizado y alterado.

—Te he oído hablar —dijo Jack. Cerró la puerta con el mismo cuidado que lo había hecho su tío.

—¿No se supone que debes estar en el jardín, Jack?

—He ido a hacer pis —contestó su sobrino—. Tío Cormoran, ¿me has traído un regalo?

Strike, que no había dejado el paquete envuelto desde que llegó, se lo entregó y vio cómo el cuidadoso trabajo de Robin era destruido por unos dedos pequeños y ansiosos.

—¡Guay! —exclamó Jack feliz—. Un soldado.

—Eso es —dijo Strike.

—Tiene una pistola y todo.

—Sí que la tiene.

—¿Tú tenías pistola cuando fuiste soldado? —preguntó Jack dándole la vuelta a la caja para mirar la foto de su contenido.

—Tenía dos —respondió Strike.

—¿Las sigues teniendo?

—No, tuve que devolverlas.

—Qué pena —dijo Jack como si tal cosa.

—¿No se supone que deberías estar jugando? —preguntó Strike mientras del jardín llegaban nuevos gritos.

—No quiero —contestó Jack—. ¿Puedo sacarlo?

—Sí, claro.

Mientras Jack destrozaba la caja febrilmente, Strike sacó el DVD de Wardle del reproductor y se lo guardó en el bolsillo. Después, ayudó a Jack a sacar al paracaidista de plástico de las sujeciones que lo ataban al cartón y a colocarle el arma en la mano.

Lucy los encontró a los dos sentados allí diez minutos después. Jack hacía disparar a su soldado por la parte de atrás del sofá y Strike fingía haber recibido una bala en el estómago.

—¡Por el amor de Dios, Corm, es su fiesta! ¡Se supone que debe estar jugando con los demás! Jack, te he dicho que no se te permitía abrir todavía los regalos. Recógelo… No, tendrá que quedarse aquí dentro… No, Jack, puedes jugar después con él. Además, ya es casi la hora de merendar.

Nerviosa e irascible, Lucy sacó de la habitación a su reacio hijo lanzando una mirada oscura a su hermano. Cuando Lucy apretaba los labios, guardaba un fuerte parecido con su tía Joan, que no tenía parentesco de consanguinidad con ninguno de los dos.

La breve similitud provocó en Strike un espíritu de colaboración inusitado. Siguiendo las normas de Lucy, se comportó bien durante el resto de la fiesta, dedicándose sobre todo a apaciguar discusiones entre varios niños sobreexcitados y, después, atrincherándose tras una mesa con caballetes cubierta de gelatina y helados, evitando así el interés indiscreto de las madres que por allí merodeaban.