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Robin había tomado el hábito de comprarle a Strike un paquete de bocadillos además del de ella, por si daba la casualidad de que él estaba en la oficina a la hora de comer, y cogía el dinero de la caja de la calderilla.

Ese día, sin embargo, Robin no se dio prisa en volver. Aunque Lucy parecía no haberse dado cuenta, ella sí había notado lo poco que a Strike le había gustado verlas manteniendo una conversación. Su expresión al entrar en la oficina había sido casi tan seria como la primera vez que se vieron.

Robin esperaba no haberle dicho nada a Lucy que a Strike no le gustara. Lucy no había estado fisgoneando exactamente, sino haciendo preguntas para las cuales era difícil saber la respuesta.

—¿Has conocido ya a Charlotte?

Robin supuso que se refería a la deslumbrante exesposa o exnovia cuya salida había presenciado en su primera mañana. Sin embargo, haber estado a punto de colisionar apenas equivalía a haberse conocido, así que respondió:

—No.

—Qué curioso. —Lucy adoptó una sonrisa falsa—. Suponía que ella habría querido conocerte.

—Solo soy una trabajadora temporal —se apresuró a contestar Robin por algún motivo.

—Aun así —insistió Lucy, que pareció entender la respuesta mejor que la misma Robin.

Era ahora, mientras caminaba de un lado a otro del pasillo de las patatas fritas sin prestarles verdadera atención, cuando las implicaciones de lo que Lucy había dicho cobraban forma. Robin había supuesto que la intención de Lucy era la de halagarla, solo que la simple posibilidad de que Strike se insinuara de alguna forma le parecía a Robin absolutamente desagradable.

«Matt, en serio, si lo vieras… Es enorme, tiene la cara de un boxeador al que han dado una paliza. No es ni remotamente atractivo, estoy segura de que tiene más de cuarenta años y… —Trató de buscar más comentarios despectivos sobre el aspecto de Strike—… su pelo es como el vello púbico».

A Matthew no le había parecido bien que ella continuara trabajando con Strike hasta ahora que Robin había aceptado el trabajo en la consultora de medios de comunicación.

Robin cogió al azar dos paquetes de patatas con sabor a sal y vinagre y se dirigió a la caja. Aún no le había dicho a Strike que se iría dentro de dos semanas y media.

Lucy había dejado el tema de Charlotte para interrogar a Robin sobre el volumen de trabajo que estaba entrando en aquella oficina pequeña y cochambrosa. Robin había sido todo lo vaga de lo que fue capaz, intuyendo que si Lucy no sabía lo mal que estaban las finanzas de Strike era porque él no quería que ella lo supiera. Esperando que él se mostrara encantado con que su hermana pensara que el negocio iba bien, mencionó que su último cliente era rico.

—¿Un caso de divorcio? —preguntó Lucy.

—No —respondió Robin—. Se trata de un… bueno, he firmado un acuerdo de confidencialidad… Le han pedido que vuelva a investigar un suicidio.

—Dios mío, eso no va a ser nada agradable para Cormoran —dijo Lucy con un extraño tono en la voz.

Robin la miró confusa.

—¿No te lo ha contado? Es que la gente suele saberlo sin que tengamos que contarlo. Nuestra madre fue una famosa… grupi. Así las llaman, ¿no? —De repente, la sonrisa de Lucy se volvió forzada y su voz, aunque se afanaba en mostrar indiferencia y despreocupación, se había vuelto quebradiza—. Está todo en internet. Como todo hoy en día, ¿no? Murió de una sobredosis y dijeron que fue un suicidio, pero Stick siempre ha creído que fue su exmarido quien lo hizo. No se pudo demostrar nada. Stick estaba furioso. De todos modos, fue todo muy sórdido y terrible. Quizá sea por eso por lo que ese cliente ha elegido a Stick. Entiendo que este suicidio ha sido por sobredosis.

Robin no contestó, pero no importó. Lucy continuó sin detenerse para que le diera una respuesta.

—Fue entonces cuando Stick dejó la universidad y entró en la policía militar. En la familia nos sentimos decepcionados. Él era realmente brillante, ¿sabes? Nadie de nuestra familia había estado nunca en Oxford, pero él se limitó a hacer las maletas, lo dejó y entró en el ejército. Y parecía que encajaba bien. Lo hizo muy bien allí. Si te soy sincera, creo que es una pena que lo dejara. Podría haber continuado, incluso con… ya sabes, su pierna…

Robin no reveló, excepto por un pequeño parpadeo, que no sabía nada.

Lucy dio un sorbo a su té.

—¿Y de qué parte de Yorkshire eres?

La conversación fluyó agradablemente después de aquello, justo hasta el momento en que Strike entró y las encontró riéndose de la descripción que Robin había hecho sobre la última incursión de Matthew en el mundo del bricolaje.

Pero Robin, mientras caminaba de vuelta a la oficina con bocadillos y patatas fritas, sintió aún más pena por Strike de la que ya sentía. Su matrimonio —o si no habían estado casados, su convivencia con su pareja— había fracasado; estaba durmiendo en su despacho, le habían herido en la guerra; y ahora descubría que su madre había muerto en extrañas y sórdidas circunstancias.

No se engañó a sí misma pensando que aquella compasión no estaba teñida de curiosidad. Ella ya sabía que, en un futuro cercano, trataría de encontrar en internet los detalles de la muerte de Leda Strike. Al mismo tiempo, se sentía culpable por haber tenido acceso de nuevo a una parte de Strike que se suponía que no debía ver, como el trozo de barriga prácticamente cubierta de pelo que él había mostrado accidentalmente esa mañana. Ella sabía que era un hombre orgulloso y autosuficiente. Aquellas eran las cosas que le gustaban y que admiraba de él, aunque el modo en que esas cualidades se mostraban —la cama plegable, las cajas con sus cosas en el rellano, los botes de pasta precocinada en el cubo de basura…— despertaba burlas como las de Matthew, que pensaba que cualquiera que viviera en circunstancias incómodas debía haber sido un despilfarrador y un inútil.

Robin no estaba segura de si se había imaginado o no aquella atmósfera ligeramente cargada en la oficina cuando llegó. Strike estaba sentado delante de la pantalla del ordenador de ella, golpeteando el teclado y, aunque le dio las gracias por los bocadillos, no dejó el trabajo durante diez minutos, como era habitual, para hablar sobre el caso Landry.

—Necesito esto un par de minutos. ¿Te importa quedarte en el sofá? —le preguntó a ella mientras seguía tecleando.

Robin se preguntó si Lucy le habría contado a Strike de qué habían hablado. Esperaba que no. Entonces, se resintió por haberse sentido culpable. Al fin y al cabo, no había hecho nada malo. Su exasperación constituyó una pausa temporal en su enorme deseo por saber si había encontrado a Rochelle Onifade.

—Ajá —dijo Strike.

Había encontrado en la página web del diseñador el abrigo magenta de piel sintética que Rochelle llevaba puesto esa mañana. Llevaba en venta solamente dos semanas y costaba mil quinientas libras.

Robin esperó a que Strike le explicara aquella exclamación, pero no lo hizo.

—¿La encontró? —preguntó ella por fin cuando Strike dejó de mirar el ordenador para desenvolver los bocadillos.

Él le contó cómo había sido el encuentro, pero todo el entusiasmo y gratitud de esa mañana, cuando él la había llamado «genio» una y otra vez, había desaparecido. El tono de Robin, mientras le daba los resultados de sus gestiones telefónicas, fue, por tanto, de similar frialdad.

—He llamado al Colegio de Abogados para preguntar por la conferencia de Oxford del 7 de enero —le explicó—. Tony Landry asistió. He fingido ser alguien que lo conoció allí y que había perdido su tarjeta.

Él no pareció especialmente interesado en aquella información que él mismo había pedido ni la felicitó por su iniciativa. La conversación se desinfló con una mutua insatisfacción.

La confrontación con Lucy había agotado a Strike. Quería estar solo. También sospechaba que Lucy podría haberle hablado a Robin de Leda. Su hermana deploraba el hecho de que su madre hubiese vivido y muerto en condiciones de cierta mala reputación, pero, en ciertos momentos, parecía que se apoderaba de ella un paradójico deseo de contarlo todo, sobre todo con desconocidos. Quizá fuese una válvula de escape, por el secretismo que guardaba sobre su pasado con sus amigos de las afueras, o quizá estuviera tratando de llevar la batalla al territorio enemigo, tan preocupada por que pudieran saberlo que trataba de anticiparse a su interés morboso antes de que apareciera. Pero él no había querido que Robin supiera lo de su madre, lo de su pierna, lo de Charlotte ni nada del resto de asuntos dolorosos que Lucy insistía en sondear siempre que se acercaba lo suficiente.

En medio de su agotamiento y su mal humor, Strike extendió injustamente a Robin la irritación que sentía hacia las mujeres en general, que parecían no ser capaces de dejar en paz a un hombre. Pensó que esa tarde podría llevarse sus notas al Tottenham, donde podría sentarse a pensar sin interrupciones y sin que le importunaran pidiéndole explicaciones.

Robin sintió el cambio de ambiente. Comprendiendo el mensaje que le daban los silenciosos bocados de Strike al comer, se sacudió las migas y, a continuación, le dio los mensajes de esa mañana con una voz dinámica e impersonal.

—John Bristow ha llamado para dar el número del móvil de Marlene Higson. También se ha puesto en contacto con Guy Somé, que se reunirá con usted el jueves a las diez de la mañana en su estudio de Blunkett Street, si le parece bien. Está a las afueras, en Chiswick, cerca de Strand-on-the-Green.

—Estupendo. Gracias.

Se dijeron poco más el uno al otro ese día. Strike pasó una buena parte de la tarde en el pub y no volvió hasta las cinco menos diez. El ambiente entre los dos seguía siendo incómodo y, por primera vez, él se sintió encantado cuando vio a Robin marcharse.