Un hombre de unos veinticinco años estaba entrando en la diminuta cafetería. Era bajito, delgado y muy atractivo.
—Hola Derrick —dijo, y el conductor y el guardia de seguridad intercambiaron un saludo agarrándose las manos el uno al otro y chocándose los nudillos antes de que Kolovas-Jones tomara asiento al lado de Wilson.
Una obra de arte producto de un indescifrable cóctel de razas, la piel de Kolovas-Jones era de un bronce aceituna, sus mejillas estaban cinceladas y su nariz era ligeramente aguileña, sus ojos de pestañas negras eran de color avellana oscuro y llevaba su pelo liso engominado y apartado de la cara. Sus deslumbrantes rasgos destacaban por encima de la camisa clásica y la corbata que llevaba puestas y su sonrisa era conscientemente pudorosa, como si tratara de desarmar a los demás hombres y adelantarse a su animadversión.
—¿Dónde tienes el coche? —preguntó Derrick.
—En Electric Lane. —Kolovas-Jones apuntó hacia atrás con su dedo pulgar—. Tengo unos veinte minutos. Debo estar de vuelta en el West End para las cuatro. ¿Qué tal? —añadió, tendiéndole la mano a Strike, quien se la estrechó—. Soy Kieran Kolovas-Jones. ¿Usted es…?
—Cormoran Strike. Derrick dice que tiene…
—Sí, sí —le interrumpió Kolovas-Jones—. No sé si es importante, probablemente no, pero a la policía no le interesó una mierda. Yo solo quiero contárselo a alguien, ¿vale? No digo que no fuera un suicidio, entiéndame —añadió—. Solo digo que me gustaría que se aclarara esto. Café, por favor, guapa —le dijo a la camarera de mediana edad que permanecía impasible, impermeable a su encanto.
—¿Qué es lo que le preocupa? —le preguntó Strike.
—Yo siempre la llevaba en el coche, ¿vale? —dijo Kolovas-Jones lanzándose a contar su historia de tal modo que Strike supuso que lo había ensayado—. Siempre me pedía que fuera yo.
—¿Tenía ella un contrato con su empresa?
—Sí. Bueno…
—Es a través de la recepción —le explicó Derrick—. Uno de los servicios que se prestan. Si alguien quiere un coche, llamamos a Execars, la empresa de Kieran.
—Sí, pero siempre pedía que fuera yo —insistió con firmeza Kolovas-Jones.
—Se llevaba bien con ella, ¿verdad?
—Sí, nos llevábamos bien —confirmó Kolovas-Jones—. Teníamos… ya sabe… No digo que fuéramos íntimos… Bueno, íntimos, sí, algo así. Éramos amigos. La relación había ido más allá que la que hay entre chófer y cliente, ¿vale?
—¿Sí? ¿Cuánto más allá?
—No, nada de eso —dijo Kolovas-Jones con una sonrisa—. Nada de eso.
Pero Strike vio que al conductor no le disgustaba en absoluto la idea que se había insinuado, que se trataba de un pensamiento plausible.
—La he estado llevando durante un año. Hablábamos mucho, ¿sabe? Teníamos muchas cosas en común. Un pasado similar, ¿sabe?
—¿En qué sentido?
—Mezcla de razas —respondió Kolovas-Jones—. Y mi familia era un poco disfuncional, ¿vale? Así que comprendía de dónde venía ella. No conocía a mucha gente como ella, no desde que se hizo famosa. Poca gente con la que hablar de verdad.
—¿Ser de raza mixta suponía un problema para ella?
—Se crio en una familia blanca siendo negra, ¿qué cree usted?
—¿Y usted tuvo una infancia similar?
—Mi padre era medio caribeño, medio galés. Mi madre medio de Liverpool, medio griega. Lula decía que me tenía envidia —comentó incorporándose un poco en su asiento—: «Sabes de dónde vienes, aunque sea un poco de todas partes», me decía. Y por mi cumpleaños —añadió, como si no hubiese causado suficiente impresión en Strike con algo que él consideraba importante—, me regaló una chaqueta de Guy Somé que vale como novecientas libras, ¿vale?
Como era evidente que se esperaba que mostrara alguna reacción, Strike asintió, preguntándose si Kolovas-Jones había ido hasta allí simplemente para contarle lo amigo que había sido de Lula Landry. Satisfecho, el chófer continuó:
—Y bueno, el día que murió… el día de antes, debería decir… La llevé a casa de su madre por la mañana, ¿vale? Y ella no estaba contenta. Nunca le gustaba ir a ver a su madre.
—¿Por qué no?
—Porque esa mujer es rara de cojones —contestó Kolovas-Jones—. La llevé a las dos un día, creo que era el cumpleaños de su madre. Lady Yvette es jodidamente repulsiva. «Cariño, cariño mío», le decía a Lula cada tres palabras. Siempre se le enganchaba. Rara de cojones y posesiva y exagerada, ¿vale?
»A lo que vamos. Ese día, ¿vale? Su madre acababa de salir del hospital, así que no iba a ser nada divertido, ¿no? Lula no estaba deseando verla. Estaba más tensa de lo que yo la había visto nunca. Y entonces, le dije que yo no podría llevarla esa noche porque tenía una reserva para Deeby Macc y a ella no le gustó aquello tampoco.
—¿Por qué no?
—Porque le gustaba que la llevara yo, ¿vale? —dijo Kolovas-Jones como si Strike fuera estúpido—. Yo la ayudaba con los paparazzi y esas cosas, hacía un poco de guardaespaldas para que entrara y saliera de los sitios.
Con el simple movimiento de los músculos faciales, Wilson se las arregló para expresar lo que pensaba de aquella idea de que Kolovas-Jones actuase de guardaespaldas.
—¿No podrías haberte intercambiado con otro conductor y haberla llevado a ella en vez de a Macc?
—Podría, pero no quise —confesó Kolovas-Jones—. Soy un gran admirador de Deeby. Quería conocerlo. Eso es lo que cabreó a Lula. En fin —continuó—, que la llevé a casa de su madre y esperé y, después, esta es la parte de la que quería hablarle, ¿vale?
»Salió de casa de su madre y estaba rara. Nunca la había visto así, ¿vale? Callada, muy callada. Como si estuviera impresionada o algo así. Entonces, me pidió un bolígrafo y empezó a escribir algo en un papel azul. No me hablaba. No decía nada. Solo escribía.
»Así que, la llevé a Vashti, porque se suponía que iba a comer allí con su amiga, ¿vale?
—¿Qué es Vashti? ¿Y qué amiga?
—Vashti… es una tienda… boutique, lo llaman. Hay una cafetería dentro. Un sitio de moda. Y la amiga era… —Kolovas-Jones chasqueó los dedos varias veces con el ceño fruncido—. Era esa amiga que se había hecho cuando estuvo en el hospital por sus problemas mentales. ¿Cómo se llamaba, joder? Yo las solía llevar a las dos por ahí. Dios… ¿Ruby? ¿Roxy? ¿Raquelle? Algo así. Vivía en el albergue de Saint Elmo, en Hammersmith. Era una sin techo.
»Bueno, pues Lula entra en la tienda, ¿vale? Y de camino a casa de su madre me había dicho que iba a comer allí, ¿vale? Pero solo estuvo allí un cuarto de hora o algo así. Después, sale sola y me dice que la lleve a casa. Y eso fue muy raro, ¿vale? Y Raquelle, o como sea que se llame… luego me acordaré… no iba con ella. Normalmente solíamos llevar a Raquelle de vuelta a casa cuando salían juntas. Y el papel azul ya no estaba. Y Lula no me dijo una sola palabra durante todo el camino a casa.
—¿Mencionó este papel azul a la policía?
—Sí. No creyeron que importara una mierda —contestó Kolovas-Jones—. Dijeron que probablemente sería la lista de la compra.
—¿Recuerda cómo era?
—Solo era azul. Como un papel de correo aéreo.
Miró su reloj.
—Tengo que irme en diez minutos.
—¿Y esa fue la última vez que vio a Lula?
—Sí.
Se mordió la esquina de una uña.
—¿Qué fue lo primero que pensó cuando le dijeron que estaba muerta?
—No lo sé —contestó Kolovas-Jones masticando el padrastro que había mordido—. Me quedé impresionado de cojones. Uno no se espera eso, ¿no? No cuando acabas de ver a esa persona unas horas antes. Toda la prensa decía que era Duffield porque tuvieron una pelea en esa discoteca y cosas así. Yo pensé que podría haber sido él, si le digo la verdad. Un cabrón.
—¿Lo conocía?
—Lo llevé un par de veces —respondió Kolovas-Jones. Sus fosas nasales se abrieron y una tensión alrededor de las líneas de su boca indicaron que algo le olía mal.
—¿Qué pensaba de él?
—Pensaba que era un gilipollas sin talento. —Con un virtuosismo inesperado adoptó de repente una voz plana y cansina—: «¿Lo vamos a necesitar después, Lules? Mejor que espere, ¿no?» —dijo Kolovas-Jones lleno de crispación—. Ni una sola vez me habló directamente. Ignorante gorrón de mierda.
—Kieran es actor —intervino Derrick en voz baja.
—Solo papeles pequeños —aclaró él—. Hasta ahora.
Y se desvió de la conversación con una breve exposición de las películas de televisión en las que había aparecido, exhibiendo, por lo que Strike pudo suponer, un fuerte deseo de que le tuvieran más consideración de la que él pensaba que le tenían, que pudiera dotarse, de hecho, de esa cualidad impredecible, peligrosa y transformadora que es la fama. El haberla tenido con tanta asiduidad en el asiento de atrás de su coche y aún no haberla adquirido de sus pasajeros debía de ser, en opinión de Strike, tentador y, quizá, exasperante.
—Kieran hizo una prueba para Freddie Bestigui —dijo Wilson—. ¿Verdad?
—Sí —confirmó Kolovas-Jones con una falta de entusiasmo que indicaba claramente cuál había sido el resultado.
—¿Cómo lo consiguió? —preguntó Strike.
—Como siempre —dijo Kolovas-Jones con un atisbo de arrogancia—. A través de mi agente.
—¿No salió nada?
—Decidieron ir en otra dirección —explicó Kolovas-Jones—. Eliminaron al personaje.
—Bueno, y recogió a Deeby Macc, ¿de dónde? ¿De Heathrow? ¿Esa noche?
—Terminal cinco, sí —contestó Kolovas-Jones, al parecer volviendo a la tediosa realidad y mirando su reloj—. Oiga, será mejor que me vaya.
—¿Le parece bien si le acompaño al coche? —preguntó Strike.
Wilson se mostró contento de poder ir también. Strike pagó la cuenta de los tres y salieron. En la acera, Strike les ofreció un cigarro a sus dos acompañantes. Wilson dijo que no. Kolovas-Jones aceptó.
Había un Mercedes plateado a poca distancia, a la vuelta de la esquina con Electric Lane.
—¿Adónde llevó a Deeby cuando llegó? —le preguntó Strike a Kolovas-Jones mientras se acercaban al coche.
—Quería ir a una discoteca, así que lo llevé a Barrack.
—¿A qué hora lo llevó allí?
—No sé… ¿A las once y media? ¿A las doce menos cuarto? Estaba puesto. Dijo que no quería irse a dormir.
—¿Por qué a Barrack?
—El viernes por la noche en el Barrack suena el mejor hip-hop de la noche de Londres —contestó Kolovas-Jones con una pequeña carcajada, como si aquello fuera algo que todos supieran—. Y debió de gustarle, porque habían pasado las tres cuando volvió a salir.
—Entonces, ¿lo llevó a Kentigern Gardens y vio allí a la policía o…?
—Yo ya había oído en la radio del coche lo que había pasado —dijo Kolovas-Jones—. Se lo conté a Deeby cuando subió de nuevo al coche. Los de su séquito empezaron a hacer llamadas para despertar a la gente de la compañía discográfica, tratando de cambiar los planes. Le consiguieron una suite en el Claridges. Lo llevé allí. Yo no llegué a casa hasta después de las cinco. Puse las noticias y lo vi todo por Sky News. Increíble de cojones.
—He estado pensando que quien informaba a los paparazzi apostados en el número 18 sabía que Deeby no iba a estar allí durante varias horas. Alguien los puso sobre aviso. Por eso se habían ido antes de que Lula cayera.
—¿Sí? No lo sé —dijo Kolovas-Jones.
Aligeró un poco el paso, llegó al coche antes que los otros dos y lo abrió.
—¿No trajo Macc un montón de equipaje? ¿Lo llevaba usted en el coche?
—No. Se lo habían llevado los de la compañía de discos unos días antes. Él salió del avión solamente con un bolso de mano… y unas diez personas de seguridad.
—Entonces, ¿no fue usted el único coche que fue a buscarlo?
—Había cuatro coches, pero Deeby iba conmigo.
—¿Dónde lo esperó mientras estaba en la discoteca?
—Aparqué el coche y esperé —contestó Kolovas-Jones—. Al lado de Glasshouse Street.
—¿Con los otros tres coches? ¿Estaban todos juntos?
—No se encuentran cuatro espacios para aparcar uno al lado del otro en el centro de Londres —dijo Kolovas-Jones—. No sé dónde estaban aparcados los demás.
Aún con la puerta del conductor abierta, miró a Wilson y, después, de nuevo a Strike.
—¿Es que importa algo de eso? —preguntó.
—Solo me interesa saber cómo funciona todo cuando está con un cliente —respondió Strike.
—Es jodidamente tedioso —dijo Kolovas-Jones con un repentino viso de irritación—. Así es. Ser chófer consiste sobre todo en tener que esperar.
—¿Sigue teniendo el mando a distancia de las puertas del aparcamiento de abajo que Lula le dio? —preguntó Strike.
—¿Qué? —dijo Kolovas-Jones, aunque Strike habría jurado que el conductor le había oído. El destello de hostilidad era ya evidente y parecía extenderse no solo a Strike, sino también a Wilson, que había estado escuchando sin decir nada desde que había apuntado que Kolovas-Jones era actor.
—¿Sigue teniendo…?
—Sí, aún lo tengo. Sigo llevando al señor Bestigui, ¿no? —replicó Kolovas-Jones—. Bueno, tengo que irme. Hasta luego, Derrick.
Tiró al suelo su cigarro a medio fumar y entró en el coche.
—Si recuerda algo más —dijo Strike—, como el nombre de la amiga con la que Lula estuvo en Vashti, ¿me podría llamar?
Le pasó una tarjeta a Kolovas-Jones. El chófer, tirando ya del cinturón de seguridad, la cogió sin mirarla.
—Voy a llegar tarde.
Wilson levantó la mano para despedirse. Kolovas-Jones cerró con un golpe la puerta del coche, dio un acelerón al coche y salió del aparcamiento con el ceño fruncido.
—Le gustan mucho los famosos —explicó Wilson cuando el coche se alejó. Era una especie de disculpa por el más joven—. Le encantaba llevarla. Siempre intenta llevar a las celebridades. Lleva dos años esperando a que Bestigui lo coja para algo. Se cabreó bastante cuando no le dieron aquel papel.
—¿De qué era?
—De camello. Para una película.
Se fueron juntos en dirección a la estación de metro de Brixton pasando junto a un grupo de colegialas negras con uniformes de faldas azules de cuadros escoceses. Una de las chicas con una larga trenza hizo que Strike se acordara, otra vez, de su hermana Lucy.
—Bestigui sigue viviendo en el número 18, ¿no? —preguntó Strike.
—Sí —respondió Wilson.
—¿Y los otros dos pisos?
—Están un corredor de productos ucranianos y su mujer, que han alquilado el piso 2. Hay un ruso interesado en el 3, pero aún no ha presentado ninguna oferta.
—¿Existe alguna posibilidad de que pueda entrar a echar un vistazo? —preguntó Strike mientras les obstaculizaba el paso un hombre bajito con barba y capucha, como si fuese un profeta del Antiguo Testamento, que se había detenido delante de ellos y que les sacaba la lengua despacio.
—Sí, de acuerdo —dijo Wilson tras una pausa en la que bajó la mirada disimuladamente a la parte inferior de las piernas de Strike—. Llámeme. Pero tendrá que ser cuando Bestigui no esté, ¿entiende? Es un hombre peleón y yo necesito mi trabajo.