5

Strike le había dicho a Robin que llegaría tarde a la oficina en la última mañana de ella. Le había dado un juego de llaves y le había dicho que entrara sola.

La joven se había sentido un poco dolida por la utilización despreocupada de la palabra «última». Fue un indicativo para ella de que, por muy bien que se hubiesen llevado, aunque de un modo cauteloso y profesional, por mucho más organizada que estuviera ahora la oficina y lo mucho más limpio que estuviese el terrible baño que había tras la puerta de cristal, por mucho mejor aspecto que tuviera el timbre de abajo, sin el trozo de papel, sino con un nombre bien escrito dentro de un contenedor de plástico limpio —había tardado media hora y le había costado dos uñas rotas levantar la tapita—, por muy eficaz que se hubiera mostrado cogiendo mensajes, por muy inteligente que hubiese sido su forma de hablar del casi inexistente asesino de Lula Landry, Strike había estado contando los días para deshacerse de ella.

Que no podía permitirse una secretaria eventual era del todo evidente. Solo tenía dos clientes. Parecía no tener casa, tal y como Matthew no paraba de decir, como si dormir en una oficina fuera indicativo de una depravación terrible. Por supuesto, Robin veía que desde el punto de vista de Strike no tenía sentido seguir conservándola. Pero ella no estaba deseando que llegase el lunes. Habría una oficina nueva y desconocida —Soluciones Temporales ya la había llamado por teléfono para darle la dirección—, un lugar limpio, iluminado y bullicioso que seguramente estaría lleno de mujeres chismosas, como la mayoría de las oficinas, todas ocupadas en actividades que no le interesaban nada. Puede que Robin no creyera que hubiese un asesino. Sabía que Strike tampoco lo creía, pero el proceso de demostrar su inexistencia le fascinaba.

A Robin toda esa semana le había parecido más emocionante de lo que nunca estaría dispuesta a confesarle a Matthew. Todo, incluso llamar a la productora de Freddie Bestigui, BestFilms, dos veces al día y recibir continuas negativas a su petición de que la pasaran con el productor, le había proporcionado una sensación de importancia que rara vez experimentaba en su vida laboral. Robin estaba fascinada por cómo funcionaba el interior de las mentes de otras personas. Se había quedado a medias de una licenciatura en psicología cuando un incidente imprevisto había acabado con su vida universitaria.

Las diez y media y Strike aún no había vuelto a la oficina, pero una mujer grande de sonrisa nerviosa, con un abrigo naranja y una boina de punto de color púrpura sí había llegado. Se trataba de la señora Hook, un nombre familiar para Robin porque era la otra cliente de Strike. Robin instaló a la señora Hook en el raído sofá, al lado de su mesa, y le llevó una taza de té —a partir de la descripción del lascivo señor Crowdy del piso de abajo, Strike había decidido comprar unas tazas baratas y una caja de bolsitas de té.

—Sé que llego pronto —dijo la señora Hook por tercera vez dando vanos y pequeños sorbos al té hirviendo—. No la he visto antes. ¿Es usted nueva?

—Soy temporal —contestó Robin.

—Como supongo que habrá adivinado, se trata de mi esposo —le explicó la señora Hook sin escucharla—. Imagino que ve a mujeres como yo a todas horas, ¿verdad? Deseosas de saber lo peor. He estado muchísimo tiempo indecisa. Pero es mejor saber, ¿verdad? Es mejor saber. Pensé que Cormoran estaría aquí. ¿Ha salido por otro caso?

—Así es —respondió Robin, que sospechaba que Strike estaba en realidad haciendo algo relacionado con su misteriosa vida privada. Se mostró muy cauteloso cuando le dijo que llegaría tarde.

—¿Sabe quién es su padre? —preguntó la señora Hook.

—No —contestó Robin pensando que estaban hablando del marido de la pobre mujer.

—Jonny Rokeby —dijo la señora Hook con una especie de deleite dramático.

—Jonny Rok…

A Robin se le cortó la respiración cuando se dio cuenta de que la señora Hook se refería a Strike y justo en ese momento el cuerpo corpulento del detective apareció al otro lado de la puerta de cristal. Observó que llevaba en las manos algo muy grande.

—Un momento, señora Hook —dijo ella.

—¿Qué? —preguntó Strike asomando la cabeza por el borde de la caja de cartón cuando Robin salió corriendo por la puerta de cristal y la cerró inmediatamente.

—Ha venido la señora Hook —susurró.

—¡No, joder! Llega con una hora de adelanto.

—Lo sé. He pensado que usted querría… eh… organizar su despacho un poco antes de que ella entre.

Strike soltó la caja de cartón sobre el suelo de metal.

—Tengo que subir estas cosas de la calle —dijo.

—Yo le ayudaré —se ofreció Robin.

—No. Tú ve y mantén una conversación cordial con ella. Está asistiendo a clases de cerámica y cree que su marido se acuesta con su contable.

Strike se marchó renqueando escaleras abajo, dejando la caja junto a la puerta de cristal.

Jonny Rokeby. ¿Sería verdad?

—Está de camino. Llegará enseguida —le dijo Robin a la señora Hook con tono alegre mientras volvía a sentarse en su mesa—. El señor Strike me ha dicho que hace usted cerámica. Siempre he querido probar…

Durante cinco minutos Robin estuvo haciendo como que escuchaba las proezas de la clase de cerámica y del dulce y comprensivo joven que las impartía. Después, la puerta de cristal se abrió y entró Strike, libre de la carga de las cajas y sonriendo educadamente a la señora Hook, que se levantó de un brinco para saludarlo.

—¡Oh, Cormoran, su ojo! —exclamó—. ¿Le han dado un puñetazo?

—No —contestó Strike—. Si me permite un momento, señora Hook, voy a sacar su expediente.

—Sé que he llegado antes, Cormoran, y lo siento terriblemente… Anoche no pude dormir nada.

—Deje que coja su taza, señora Hook —dijo Robin consiguiendo distraer a la clienta para que, durante los segundos que Strike tardó en atravesar la puerta de dentro, no viera la cama plegable, el saco de dormir y el hervidor de agua.

Unos minutos después, Strike volvió a salir entre un olor a limas artificiales y la señora Hook desapareció dentro de su despacho mirando aterrorizada a Robin. La puerta se cerró cuando los dos entraron.

Robin volvió a sentarse en su mesa. Había abierto el correo de la mañana. Se balanceó de un lado a otro en su silla giratoria y después se acercó al ordenador y abrió la Wikipedia con indiferencia. A continuación, con aire desocupado, como si no fuera consciente de lo que sus dedos hacían, escribió los dos nombres: Rokeby Strike.

La entrada apareció de inmediato, encabezada por una fotografía en blanco y negro de un hombre que reconoció al instante, famoso durante cuatro décadas. Su rostro estrecho de arlequín y ojos saltones hacía que fuera fácil de caricaturizar, el izquierdo ligeramente torcido debido a una pequeña bizquera divergente. Tenía la boca muy abierta y le caía sudor por la cara, con el pelo moviéndose al viento mientras bramaba sobre un micrófono.

«Jonathan Leonard Jonny Rokeby, nacido el 1 de agosto de 1948, es el cantante del grupo de rock de los setenta The Deadbeats, miembro del Salón de la Fama del Rock and Roll, ganador en varias ocasiones de un premio Grammy…».

Strike no se parecía en nada a él. El único y ligero parecido estaba en la desigualdad de sus ojos, que, al fin y al cabo, en Strike era algo transitorio.

Robin bajó el ratón a lo largo de la entrada:

«… álbum multiplatino Contente en 1975. Su gira por Estados Unidos que batió récords se vio interrumpida por una redada antidroga en Los Ángeles y el arresto del nuevo guitarrista David Carr, con el que…».

Hasta que llegó a «Vida personal»:

«Rokeby se ha casado tres veces: con su novia de la escuela de arte, Shirley Mullens (1969-1973), con la que tuvo una hija, Maimie; con la modelo, actriz y activista de derechos humanos Carla Astolfi (1975-1979), con la que tuvo dos hijas, la presentadora de televisión Gabriella Rokeby y la diseñadora de joyas Daniella Rokeby, y (desde 1981 hasta el presente) la productora de cine Jenny Graham, con la que ha tenido dos hijos, Edward y Al. Rokeby tiene también una hija, Prudence Donleavy, de su relación con la actriz Lindsay Fanthrope, y un hijo, Cormoran, con la supergrupi de los años setenta Leda Strike».

Un grito ensordecedor se elevó por detrás de Robin en el despacho. Se puso de pie de un salto mientras la silla se alejaba de ella rápidamente sobre sus ruedas. El grito se volvió más fuerte y estridente. Robin atravesó corriendo la oficina para abrir la puerta.

La señora Hook, despojada del abrigo naranja y la boina púrpura y vestida con lo que parecía un delantal de flores para hacer cerámica por encima de sus vaqueros, se había lanzado sobre el pecho de Strike y le daba puñetazos mientras emitía un sonido parecido a una tetera hirviendo. El grito monótono continuó hasta que pareció que debía tomar aire o se ahogaría.

—¡Señora Hook! —exclamó Robin agarrando desde atrás los flácidos brazos de la mujer en un intento de liberar a Strike de la obligación de tener que quitársela de encima. Sin embargo, la señora Hook era mucho más fuerte de lo que parecía. Aunque había dejado de respirar, continuó dándole puñetazos al detective hasta que, al no tener más opción, él la agarró de ambas muñecas y la sostuvo al vuelo.

En ese momento, la señora Hook se retorció para soltarse y después se lanzó sobre Robin, aullando como un perro.

Dando golpecitos en la espalda de la mujer, Robin la movió muy poco a poco hasta llevarla de nuevo a la sala.

—Está bien, señora Hook. Ya está —dijo con voz tranquilizadora, dejándola sollozante en el sofá—. Deje que le traiga una taza de té. No pasa nada.

—Lo siento mucho, señora Hook —dijo Strike con voz ceremoniosa desde la puerta de su despacho—. Nunca es fácil escuchar noticias así.

—Yo cre-creía que era Valerie —gimoteó la señora Hook con la cabeza despeinada entre las manos, balanceándose adelante y atrás sobre el sofá, que no paraba de crujir—. Yo cre-creía que era Valerie, n-no mi propia… n-no mi propia hermana.

—¡Voy a preparar té! —susurró Robin horrorizada.

Casi había salido por la puerta con el hervidor cuando recordó que se había dejado la biografía de Jonny Rokeby en la pantalla del ordenador. Quedaría un poco raro volver corriendo para cerrarla en mitad de aquella crisis, así que se apresuró a salir de la habitación con la esperanza de que Strike estuviese demasiado ocupado con la señora Hook como para darse cuenta.

Hicieron falta cuarenta minutos más para que la señora Hook se tomara su segunda taza de té y lloriqueara sobre medio rollo de papel que Robin había traído del baño del rellano. Por fin, se marchó, agarrando la carpeta llena de fotos incriminatorias y con la lista que detallaba la hora y el lugar en que se habían hecho, con el pecho jadeante y aún secándose los ojos.

Strike esperó a que desapareciera por la esquina de la calle y después salió, tarareando alegremente, a comprar unos bocadillos para él y para Robin que disfrutaron juntos en la mesa de ella. Fue el gesto más amistoso que él había tenido durante su semana juntos y Robin estuvo segura de que se debía a que pronto se libraría de ella.

—¿Sabes que voy a ir esta tarde a entrevistar a Derrick Wilson? —preguntó.

—El guardia de seguridad que tenía diarrea —contestó Robin—. Sí.

—Te habrás ido para cuando yo vuelva, así que voy a firmar tu hoja de asistencia antes de irme. Oye, y muchas gracias por…

Strike hizo una señal hacia el sofá ahora vacío.

—Ah, no es nada. Pobre mujer.

—Sí. De todos modos, ya tiene todas las pruebas contra él —continuó—. Y gracias por todo lo que has hecho esta semana.

—Es mi trabajo —respondió Robin sin darle importancia.

—Si pudiese permitirme una secretaria… pero espero que termines consiguiendo un salario serio como asistente personal de algún pez gordo.

Robin se sintió algo ofendida.

—Ese no es el tipo de trabajo que quiero —dijo.

Se instaló un silencio ligeramente tenso.

Strike estaba sufriendo una pequeña lucha en su fuero interno. La perspectiva de ver la mesa de Robin vacía la semana siguiente era triste. Su compañía le parecía agradable y poco exigente y su eficacia refrescante, pero seguramente sería penoso, por no decir despilfarrador, pagar por tener compañía, como si fuese un enfermizo magnate rico de la época victoriana. Los de Soluciones Temporales eran unos usureros en sus comisiones. Robin suponía un lujo que no podía permitirse. El hecho de que no hubiese dicho nada de su padre —pues Strike había visto la entrada de Wikipedia sobre Jonny Rokeby en la pantalla del ordenador— le había dado una mejor impresión de ella, pues demostraba una moderación poco habitual y se trataba de un criterio por el que él juzgaba a las personas a las que conocía de primeras. Pero aquello no cambiaba la realidad de la situación: ella tenía que irse.

Y sin embargo, sentía hacia la joven algo parecido a lo que había sentido hacia la culebra que había conseguido atrapar en el bosque de Trevaylor cuando tenía once años y sobre la cual tuvo una larga discusión llena de súplicas con su tía Joan: «Por favor, deja que me la quede… por favor…».

—Más vale que me vaya —dijo él después de firmar la hoja de asistencia y tirar el envoltorio de su bocadillo y su botella de agua vacía a la papelera que había debajo de la mesa de ella—. Gracias por todo, Robin. Buena suerte con tu búsqueda de empleo.

Cogió la gabardina y desapareció por la puerta de cristal.

En lo alto de las escaleras, justo en el lugar donde casi la había matado y después salvado, se detuvo. El instinto se aferraba a él como un perro molesto.

La puerta de cristal se abrió de pronto detrás de él y se giró. Robin tenía la cara colorada.

—Oiga —dijo—. Podríamos llegar a un acuerdo privado. Podríamos excluir a Soluciones Temporales y usted me podría pagar a mí directamente.

Él vaciló.

—A las agencias de trabajo temporal no les gusta eso. Te van a expulsar.

—No importa. Tengo tres entrevistas de trabajos permanentes la semana que viene. Si a usted le parece bien que me tome un tiempo libre para ir a hacerlas…

—Sí, no hay problema —contestó antes de poder contenerse.

—Bueno, entonces, me puedo quedar una o dos semanas más.

Una pausa. El sentido común se enzarzó en una corta y violenta escaramuza con el instinto y la disposición y quedó anulado.

—Sí… de acuerdo. En fin, en ese caso, ¿puedes volver a intentar hablar con Freddie Bestigui?

—Sí, claro —contestó Robin ocultando su regocijo bajo una demostración de calma y eficacia.

—Entonces, nos vemos el lunes por la tarde.

Fue la primera sonrisa que Strike se había atrevido a ofrecerle. Suponía que debería estar enfadado consigo mismo y, sin embargo, salió al frío de la primera hora de la tarde sin ninguna sensación de arrepentimiento, todo lo contrario, más bien con una curiosa emoción de optimismo renovado.