Las cámaras parecían malévolas cajas de zapatos, cada una sobre su soporte y con un único ojo negro. Apuntaban en diferentes direcciones a lo largo de toda Alderbrook Road, que bullía de peatones y tráfico. Las dos aceras estaban llenas de tiendas, bares y cafeterías. Los autobuses de dos pisos pasaban en una y otra dirección por su correspondiente carril.
—Aquí es donde se grabó al Corredor de Bristow —comentó Strike dando la espalda a Alderbrook Road para mirar hacia la mucho más tranquila Bellamy Road, que, flanqueada por altas y suntuosas casas, llevaba hasta el corazón residencial de Mayfair—. Pasó por aquí doce minutos después de que ella cayera. Este sería el camino más corto desde Kentigern Gardens. Los autobuses nocturnos pasan por aquí. Mejor coger un taxi. Aunque no hay ningún movimiento inteligente si acabas de asesinar a una mujer.
Volvió a concentrarse de nuevo en un plano de la ciudad. A Strike no parecía preocuparle que cualquiera pudiera confundirlo con un turista. Sin duda, pensó Robin, no importaría aunque así fuera, dado su tamaño.
A Robin le habían pedido que hiciera distintas cosas a lo largo de su breve carrera como trabajadora temporal que quedaban fuera de las condiciones de su contrato como secretaria, por lo que no se sintió muy desconcertada cuando Strike le propuso salir a pasear. Se mostró encantada, sin embargo, de absolverlo de cualquier intento de flirteo. El largo camino hasta aquel lugar lo habían hecho en un silencio casi absoluto, con Strike aparentemente inmerso en sus pensamientos y, de vez en cuando, consultando el plano.
Sin embargo, al llegar a Alderbrook Road, dijo:
—Si ves algo o se te ocurre algo que a mí se me ha pasado, dímelo, ¿de acuerdo?
Aquello era bastante emocionante: Robin se jactaba de su capacidad de observación. Era uno de los motivos por los que había logrado cumplir el deseo de la infancia que el hombre grande que se encontraba a su lado estaba haciendo realidad. Miró con atención a un lado y a otro de la calle y trató de visualizar lo que habría podido ver alguien en una noche de nieve con temperaturas bajo cero a las dos de la madrugada.
—Por aquí —dijo Strike antes de que a ella se le ocurriera nada, y siguieron caminando, uno al lado del otro, por Bellamy Road. Se curvaba ligeramente a la izquierda y continuaba a lo largo de unas sesenta casas casi idénticas, con sus relucientes puertas negras, sus cortas barandillas a cada lado de los limpios y blancos escalones y sus maceteros llenos de arbustos podados de forma ornamental. Por todas partes se veían leones de mármol y placas de metal con nombres y credenciales profesionales; en las ventanas superiores se veía el reflejo de lámparas de araña y había una puerta abierta que dejaba ver un suelo de ajedrez, cuadros antiguos con marcos dorados y una escalera de estilo georgiano.
Mientras caminaba, Strike pensó en parte de la información que Robin había conseguido encontrar en internet esa mañana. Tal y como sospechaba, Bristow no había sido sincero cuando aseguró que la policía no se había esforzado en identificar al Corredor y a su compinche. Enterrados en una voluminosa y rabiosa cobertura de prensa que había sobrevivido en internet, había llamamientos para que esos hombres se presentaran ante la policía, pero parecía ser que no habían dado resultados.
Al contrario que Bristow, Strike no vio que nada de eso indicara una incompetencia por parte de la policía ni tampoco que se hubiera dejado sin investigar a ningún sospechoso del asesinato. El repentino sonido de la alarma de un coche más o menos en el momento en que los dos hombres habían huido de la zona era un buen motivo para su reticencia a hablar con la policía. Además, Strike no sabía si Bristow estaba al tanto de la variable calidad de las grabaciones del circuito cerrado de televisión, pero él mismo tenía mucha experiencia con frustrantes y borrosas imágenes en blanco y negro de las que era imposible sacar un verdadero retrato.
Strike había notado también que Bristow no había dicho nada ni en persona ni en sus notas sobre la prueba de ADN que se recogió en el piso de su hermana. Tenía la fuerte sospecha, por el hecho de que la policía se mostrara dispuesta a excluir al Corredor y a su amigo de más investigaciones, de que no había indicios de que se hubiese encontrado allí ningún ADN extraño. Sin embargo, Strike sabía que los más ingenuos subestimarían banalidades como las pruebas de ADN, la contaminación de las declaraciones o la conspiración. Veían lo que querían ver, cerrando los ojos ante la verdad incómoda e implacable.
Las búsquedas en Google de esa mañana habían indicado una posible explicación a la obsesión de Bristow por el Corredor. Su hermana había estado investigando sus raíces biológicas y había conseguido encontrar a su verdadera madre, que parecía, incluso teniendo en cuenta a la prensa sensacionalista, una mujer despreciable. Sin duda, revelaciones como las que Robin había encontrado en internet habrían sido desagradables no solo para Landry, sino para toda su familia de adopción. ¿Formaba parte de la inestabilidad de Bristow —pues Strike no podía dejarse engañar por que su cliente diera la impresión de ser un hombre equilibrado— que creyera que Lula, tan afortunada en algunos aspectos, hubiera tentado al destino? ¿Que había buscado problemas al tratar de investigar a fondo los secretos de sus orígenes? ¿Que había despertado a un demonio que había sacado de un pasado lejano y la había matado? ¿Era ese el motivo por el que un hombre negro que rondara por su zona le perturbaba tanto?
Strike y Robin se fueron internando cada vez más en el barrio de los ricos hasta que llegaron a la esquina de Kentigern Gardens. Al igual que Bellamy Road, proyectaba un aura de prosperidad intimidante y autosuficiente. Las de aquí eran casas altas de estilo victoriano y ladrillo rojo con fachada de piedra y ventanas de frontones pesados en cuatro plantas, con sus propios balconcitos de piedra. Pórticos de mármol blanco enmarcaban cada entrada y tres escalones blancos conducían desde la acera a las relucientes puertas negras. Todo estaba en buen estado y sin reparar en gastos, limpio y perfecto. Solo había unos cuantos coches aparcados. Una pequeña señal decía que se necesitaba un permiso especial para disfrutar de ese privilegio.
Sin diferenciarse ya por la cinta policial ni la multitud de periodistas, el número 18 había vuelto a confundirse elegantemente entre sus vecinos.
—El balcón desde el que cayó estaba en la planta de arriba —dijo Strike—, a unos doce metros de alto, diría yo.
Contempló la elegante fachada. Robin vio que los balcones de las tres plantas superiores eran poco profundos, con apenas espacio entre la balaustrada y los ventanales.
—La cuestión es que empujar a alguien desde esa altura no garantiza su muerte —le explicó Strike a Robin mientras echaba una mirada al balcón que estaba encima de ellos.
—Ah… ¿seguro? —protestó Robin considerando la terrible caída entre el balcón superior y la dureza de la calle.
—Te sorprenderías. Pasé un mes en una cama junto a un tipo de Gales que había salido volando de un edificio desde esa altura, más o menos. Se destrozó las piernas y la pelvis y tuvo muchas hemorragias internas, pero sigue entre nosotros.
Robin se quedó mirando a Strike preguntándose por qué habría estado un mes en una cama, pero el detective era ajeno a aquello mientras miraba con el ceño fruncido la puerta de la calle.
—Teclado numérico —murmuró al ver el cuadro metálico lleno de botones— y una cámara encima de la puerta. Bristow no mencionó que hubiese una cámara. Puede que sea nueva.
Pasó unos minutos contrastando teorías sobre la intimidante fachada de ladrillo rojo de aquellas fortalezas tan extraordinariamente caras. Para empezar, ¿por qué Lula había escogido vivir allí? Tranquilo, tradicional y aburrido, Kentigern Gardens era seguramente el reino natural de un tipo diferente de ricos: oligarcas rusos y árabes, grandes empresarios que dividen su tiempo entre la ciudad y sus casas en el campo; solteronas acaudaladas que se descomponen poco a poco en medio de sus colecciones de arte. Le parecía una extraña elección de domicilio para una chica de veintitrés años que se relacionaba, según los artículos que Robin había leído esa mañana, con gente moderna y creativa cuyo famoso estilo se debía más a la calle que a los salones de belleza.
—Parece muy bien protegido, ¿verdad? —preguntó Robin.
—Sí. Y eso sin la multitud de paparazzi que montaban guardia aquí esa noche.
Strike se inclinó hacia atrás sobre la verja del número 23 mirando hacia el 18. Las ventanas de la antigua residencia de Landry eran más altas que las de los pisos más bajos y su balcón, al contrario que los otros dos, no estaba adornado con arbustos ornamentales. Strike sacó un paquete de tabaco del bolsillo y le ofreció uno a Robin. Ella negó con la cabeza, sorprendida, pues no le había visto fumar en la oficina.
—Bristow cree que alguien entró y salió aquella noche sin que lo vieran —dijo él después de encender el cigarro e inhalar el humo profundamente y con los ojos puestos en la puerta de la calle.
Robin, que ya había decidido que el edificio era impenetrable, pensó que Strike estaba a punto de echar por tierra esa teoría, pero se equivocaba.
—Si fue así, estuvo planeado. Y muy bien planeado —dijo Strike con los ojos aún puestos en la puerta—. Nadie pudo haber pasado al lado de los fotógrafos, el teclado numérico, un guardia de seguridad y una puerta interior cerrada y salir de nuevo solo por buena suerte. —Se rascó el mentón—. La cuestión es que ese grado de premeditación no concuerda con un asesinato tan chapucero.
A Robin le pareció cruel la elección del adjetivo.
—Empujar a alguien por un balcón es una cosa impulsiva —continuó Strike, como si hubiese notado la mueca de dolor de ella—. Provocado por la irascibilidad. Una reacción a ciegas.
A Strike la compañía de Robin le parecía agradable y relajada, no solo porque prestara atención a todo lo que él decía y no le costase romper sus silencios, sino porque aquel pequeño anillo de zafiros en su tercer dedo era como un claro punto y aparte: hasta aquí, no más. Se amoldaba a él a la perfección. Le daba libertad para lucirse, de un modo muy moderado, lo cual era uno de los pocos placeres que le quedaban.
—Pero ¿y si el asesino estaba ya dentro?
—Eso es mucho más plausible —contestó Strike, y Robin se sintió encantada consigo misma—. Y si ya había un asesino dentro, tenemos la opción del propio guardia de seguridad, uno de los Bestigui o los dos o algún desconocido oculto en el edificio sin que nadie lo supiera. Si fue alguno de los Bestigui o Wilson, no tendríamos el problema de la salida y la entrada. Lo único que tuvieron que hacer fue regresar al lugar donde se suponía que debían estar. Existía aún el riesgo de que ella hubiese sobrevivido, herida, y que pudiese contar la verdad, pero un crimen cometido en caliente y sin premeditar tiene mucho más sentido si lo hizo alguno de ellos. Una pelea y un empujón cegado por la rabia.
Strike, mientras fumaba, continuó examinando la fachada del edificio, sobre todo, el espacio entre las ventanas de la primera planta y las del tercero. Estaba pensando fundamentalmente en Freddie Bestigui, el productor de cine. Según lo que había encontrado Robin en internet, Bestigui estaba durmiendo cuando Lula Landry cayó del balcón de dos plantas más arriba. El hecho de que fuese la propia mujer de Bestigui la que había dado la alarma insistiendo en que el asesino seguía arriba mientras su marido estaba a su lado, implicaba que ella, al menos, no lo creía culpable. De todos modos, Freddie Bestigui había sido el hombre que más cercanía había tenido con la joven muerta en el momento de su fallecimiento. Los profanos, según la experiencia de Strike, estaban obsesionados con el móvil del crimen: la oportunidad ocupaba el primer puesto en la lista de un profesional.
—Pero ¿por qué iba a querer nadie discutir con ella en plena noche? —preguntó Robin confirmando inconscientemente su estatus de miembro de la población civil—. Nunca se dijo nada de que ella no se llevase bien con sus vecinos, ¿no? Y desde luego, Tansy Bestigui no pudo haberlo hecho, ¿no es así? ¿Por qué iba a bajar corriendo para decírselo al guardia de seguridad si acababa de empujar a Lula por el balcón?
Strike no respondió inmediatamente. Parecía estar siguiendo sus propios pensamientos y contestó un momento después:
—Bristow se obsesionó con el cuarto de hora siguiente a que su hermana entrara, después de que los fotógrafos se hubiesen ido y el guardia de seguridad hubiese abandonado la garita porque estaba indispuesto. Eso significa que el vestíbulo fue transitable durante un breve espacio de tiempo, pero ¿cómo iba a saber nadie que no estuviese fuera del edificio que Wilson no estaba en su puesto? La puerta de la calle no es de cristal.
—Además —intervino Robin inteligentemente—, tendrían que haber sabido el código para abrir la puerta.
—La gente habla mucho. A menos que los encargados de la seguridad lo cambien con regularidad, hay montones de indeseables que podrían saber el código. Vamos a echar un vistazo aquí.
Caminaron en silencio hasta el final de Kentigern Gardens, donde encontraron un callejón estrecho que avanzaba en un ángulo ligeramente oblicuo a lo largo de la trasera del bloque de viviendas de Landry. Strike se sorprendió al ver que el callejón se llamaba Camino del Siervo. Suficientemente ancho como para permitir que pasara un coche, tenía abundante iluminación y carecía de sitios para esconderse, con muros largos, altos y lisos a cada lado del pasaje de adoquines. Llegaron en su debido momento hasta un par de grandes puertas de garaje eléctricas con un enorme cartel de «PRIVADO» pegado a la pared que tenían al lado y que impedían la entrada al sótano de aparcamientos de los habitantes de Kentigern Gardens.
Cuando consideró que habían llegado aproximadamente a la trasera del número 18, Strike dio un salto, se agarró a la parte superior del muro y se elevó para mirar hacia una fila de pequeños jardines bien cuidados. Entre cada parcela de suave y cuidado césped y la casa a la que pertenecía había una escalera sombría que descendía al sótano. En opinión de Strike, cualquiera que quisiese subir por la parte de atrás de la casa necesitaría una escalera de mano o un compañero sobre el que apoyarse y unas cuerdas resistentes.
Se dejó caer de nuevo por el muro y emitió un gruñido de dolor al aterrizar sobre la prótesis de su pierna.
—No es nada —dijo cuando Robin emitió un ruido de preocupación. Había intuido cierta cojera y se preguntó si se habría torcido el tobillo.
A la rozadura en el extremo del muñón no le ayudaba ir renqueando por los adoquines. Era mucho más difícil, dada la estructura de su falso tobillo, moverse por superficies irregulares. Strike se preguntó con pesar si de verdad había sido necesario subirse al muro. Robin podía ser una chica guapa, pero no estaba a la altura de la mujer a la que acababa de dejar.