—El agente de Evan Duffield dice que su cliente no acepta más llamadas ni da más entrevistas sobre Lula Landry —dijo Robin la mañana siguiente—. Yo le he dejado claro que usted no es periodista, pero ha sido inflexible. Y los de la oficina de Guy Somé son más maleducados que los de Freddie Bestigui. Ni que estuviera pidiendo audiencia con el Papa.
—Vale, veré si puedo llegar hasta él a través de Bristow —contestó Strike.
Era la primera vez que Robin había visto a Strike en traje. Pensó que se parecía a un jugador de rugby de camino a un encuentro internacional: grande, de una elegancia convencional con su chaqueta oscura y su corbata de tono más apagado. Estaba de rodillas, rebuscando en una de las cajas de cartón que había traído del piso de Charlotte. Robin estaba evitando mirar las pertenencias que había en las cajas. Seguían obviando cualquier mención al hecho de que Strike estuviese viviendo en su oficina.
—¡Ajá! —exclamó al localizar por fin, en medio de un montón de cartas, un sobre de color azul fuerte. La invitación para la fiesta de su sobrino—. Mierda.
—¿Qué pasa?
—No dice cuántos años cumple —respondió Strike—. Mi sobrino.
Robin sentía curiosidad por la relación de Strike con su familia. Sin embargo, como nunca le habían informado oficialmente de que Strike tenía muchos hermanastros y hermanastras, un padre famoso y una madre tristemente conocida, se guardó todas sus preguntas y siguió abriendo el exiguo correo del día.
Strike se levantó del suelo, volvió a dejar la caja en un rincón del despacho de dentro y volvió con Robin.
—¿Qué es eso? —preguntó él al ver una fotocopia de un papel de periódico sobre la mesa.
—Lo he guardado para usted —respondió ella tímidamente—. Dijo que se había alegrado de haber visto aquel artículo sobre Evan Duffield… Pensé que quizá le interesaría este, si es que aún no lo ha visto.
Se trataba de un artículo bien recortado sobre el productor de cine Freddie Bestigui cogido del Evening Standard del día anterior.
—Estupendo. Lo leeré de camino al almuerzo con su mujer.
—Que pronto será su ex —aclaró Robin—. Está todo en el artículo. El señor Bestigui no es un hombre muy afortunado en el amor.
—Por lo que me contó Wardle, no es un hombre al que apetezca amar —dijo Strike.
—¿Cómo consiguió que el policía hablara con usted? —preguntó Robin, incapaz de ocultar su curiosidad al respecto. Estaba deseando saber más cosas sobre el proceso y el avance de la investigación.
—Tenemos un amigo en común —contestó Strike—. Un tipo al que conocí en Afganistán. Oficial de la Policía Metropolitana en el ejército de reserva.
—¿Estuvo usted en Afganistán?
—Sí. —Strike se estaba poniendo el abrigo con el artículo doblado sobre Freddie Bestigui y la invitación a la fiesta de Jack entre los dientes.
—¿Qué hizo en Afganistán?
—Investigar a un caído en combate —respondió Strike—. Policía militar.
—Ah.
La policía militar no encajaba con la idea de Matthew de un charlatán o un vago.
—¿Por qué se fue?
—Me hirieron —contestó Strike.
Le había descrito aquella herida a Wilson en los términos más crudos, pero no quería ser igual de franco con Robin. Podía imaginarse la expresión de susto de ella y no necesitaba su compasión.
—No olvide llamar a Peter Gillespie —le recordó Robin cuando salía por la puerta.
Strike leyó el artículo fotocopiado mientras iba en el metro hasta Bond Street. Freddie Bestigui había heredado su primera fortuna de un padre que había hecho una gran cantidad de dinero con transportes terrestres. La segunda la había conseguido produciendo películas muy comerciales que la crítica seria trató con irrisión. El productor había acudido ahora a los juzgados para rebatir las declaraciones de dos periodistas sobre que se había comportado de una forma grosera e indecorosa con una joven empleada, cuyo silencio compró posteriormente. Las acusaciones, cuidadosamente redactadas con rodeos y con muchos «supuestamente» y «según se dice», incluían fuertes insinuaciones sexuales y cierto acoso físico. Habían sido presentadas «por una fuente cercana a la supuesta víctima» y la chica en cuestión se había negado a presentar cargos o a hablar con la prensa. El hecho de que Freddie se estuviese divorciando en ese momento de su última esposa, Tansy, se mencionaba en el último párrafo, que terminaba recordando que la infeliz pareja estaba en el edificio la noche en que Lula Landry se quitó la vida. El lector se quedaba con la extraña impresión de que la mutua infelicidad de los Bestigui podría estar influida por Landry y su decisión de tirarse.
Strike no se había movido nunca en los círculos que cenaban en Cipriani. Hasta que empezó a avanzar por Davies Street, con el sol calentándole la espalda y dando un brillo rubicundo al edificio de ladrillo rojo que tenía delante, no pensó en lo extraño que sería, si no improbable, encontrarse con alguno de sus hermanastros allí. Restaurantes como Cipriani formaban parte de la vida habitual de los hijos legítimos del padre de Strike. La última vez que tuvo noticias de ellos fue mientras estaba en el hospital Selly Oak, donde se sometía a fisioterapia. Gabi y Danni le habían enviado unas flores de parte de las dos. Al lo visitó una vez, riéndose muy escandalosamente y temeroso de mirar a la parte inferior de la cama. Después, Charlotte había imitado a Al rebuznando y haciendo muecas. Era una buena imitadora. Nadie esperaba nunca que una chica tan guapa fuera divertida, pero ella sí lo era.
El interior del restaurante tenía un aire art déco, la barra y las sillas de madera suave y pulida con manteles de color amarillo claro sobre mesas circulares y camareros con chaqueta blanca y pajarita. Strike localizó a su cliente de inmediato entre el ruido y el parloteo de los comensales, sentado en una mesa para cuatro y hablando, para sorpresa de Strike, con dos mujeres en lugar de una, las dos con un largo cabello castaño y lustroso. La cara de conejo de Bristow se mostraba ansiosa por agradar o, quizá, aplacar.
El abogado se puso de pie de un brinco para saludar a Strike cuando lo vio y le presentó a Tansy Bestigui, que extendió una mano delgada y fría, pero no sonrió, y la hermana de esta, Ursula May, que ni siquiera extendió la mano. Durante los preliminares para pedir las bebidas y ver los menús, con Bristow mostrándose nervioso y parlanchín todo el rato, las hermanas sometieron a Strike a las miradas descaradamente críticas que solo las personas de cierta clase se sienten con derecho a ejercer.
Las dos tenían un aspecto tan inmaculado y refinado como muñecas de tamaño natural que recientemente hubiesen sido sacadas de sus cajas de celofán. Con la delgadez de las chicas ricas, casi sin caderas dentro de sus ajustados vaqueros, con unas caras bronceadas que les daba un lustre encerado especialmente visible en sus frentes, con sus largas y relucientes melenas oscuras peinadas con la raya en medio y con las puntas recortadas con gran precisión.
Cuando Strike decidió por fin mirar por encima de su menú, Tany habló sin más preámbulos.
—¿Es usted realmente —pronunció ‘ralmente’— hijo de Jonny Rokeby?
—Eso dijo la prueba de ADN —contestó.
Ella pareció no saber si él estaba siendo gracioso o antipático. Sus ojos oscuros estaban demasiado cerca el uno del otro y el bótox y los rellenos no podían hacer desaparecer la irritabilidad de su expresión.
—Mire —dijo con tono seco—, acabo de decírselo a John. No voy a volver a hablar en público otra vez, ¿de acuerdo? Estaré absolutamente encantada de contarle lo que oí, porque me gustaría demostrar que tengo razón, pero no debe decirle a nadie que he hablado con usted.
El cuello desabotonado de su camisa de seda dejaba ver un poco de piel de caramelo estirada por encima de su huesudo esternón, produciendo un efecto de protuberancia poco atractivo. Pero sus dos pechos firmes y grandes sobresalían de su estrecha caja torácica, como si se los hubiese dejado para ese día alguna amiga de complexión más grande.
—Podríamos habernos reunido en algún lugar más discreto —comentó Strike.
—No, está bien, porque nadie de aquí sabe quién es usted. No se parece en nada a su padre, ¿verdad? Le conocí el verano pasado en casa de Elton. Freddie lo conoce. ¿Ve mucho a Jonny?
—Le he visto dos veces —contestó Strike.
—Ah —dijo Tansy.
Aquel monosílabo contenía a partes iguales sorpresa y desdén.
Charlotte había tenido amigas como ella, de cabello acicalado y educación y ropa caros, todo ello paralizado por su extraña ansia por el enorme Strike de aspecto maltrecho. Él se las había visto con ellas durante años, por teléfono o en persona, con su forma de hablar entrecortada, sus esposos corredores de bolsa y la dureza crispada que Charlotte nunca había podido fingir.
—Yo creo que no debería hablar nada con usted —dijo Ursula de pronto. Su tono y su expresión habría sido apropiada si Strike hubiese sido un camarero que acabara de quitarse el delantal y se hubiese sentado con ella en la mesa sin ser invitado—. Creo que estás cometiendo un gran error, Tanz.
—Ursula, Tansy simplemente… —intervino Bristow casi retorciéndose de los nervios.
—Yo decidiré lo que hago —espetó Tansy a su hermana, como si Bristow no hubiese hablado, como si su silla estuviese vacía—. Solo voy a decir lo que oí. Sin que conste en ningún sitio. John está de acuerdo con ello.
Era evidente que ella también consideraba a Strike como parte del servicio. Él estaba molesto no solo por el tono de las dos, sino también por el hecho de que Bristow estaba haciendo promesas a sus testigos sin su aprobación. ¿Cómo iba a no constar en ningún sitio el testimonio de Tansy si no podía proceder de nadie más que de ella?
Durante unos breves momentos, los cuatro miraron en silencio las opciones culinarias. Ursula fue la primera en dejar la carta. Ya se había terminado una copa de vino. Se sirvió otra y echó un vistazo inquieta por el restaurante, deteniendo la mirada durante un segundo en una aristócrata rubia antes de continuar.
—Este lugar solía llenarse de gente fabulosa, incluso a la hora del almuerzo. Cyprian solo quiere ir siempre al maldito Wiltons, con todos esos estirados con traje…
—¿Cyprian es su esposo, señora May? —preguntó Strike.
Supuso que la provocaría si cruzaba lo que evidentemente ella veía como una línea invisible que los separaba. Ursula no pensaba que sentarse en una mesa con ella le diera derecho a mantener una conversación con ella. Frunció el ceño y Bristow se apresuró a interrumpir aquella incómoda pausa.
—Sí, Ursula está casada con Cyprian May, uno de nuestros socios mayoritarios.
—Así que me van a hacer un descuento en mi divorcio por ser familia —dijo Tansy con una sonrisa ligeramente amarga.
—Y su ex se va a poner completamente furioso si ella empieza a meter de nuevo a la prensa en sus vidas —explicó Ursula clavando sus oscuros ojos en los de Strike—. Están intentando alcanzar un acuerdo. Esto podría perjudicar seriamente a su pensión alimenticia si todo eso vuelve a empezar. Así que más vale que sea discreto.
Con una sonrisa insulsa, Strike se dirigió a Tansy.
—Entonces, ¿tenía usted relación con Lula Landry, señora Bestigui? ¿Su cuñado trabaja con John?
—Nunca lo hablamos —dijo ella con cara de aburrida.
El camarero regresó para tomar nota de la comanda. Cuando se fue, Strike sacó su cuaderno y su bolígrafo.
—¿Qué va a hacer con eso? —preguntó Tansy con un repentino pánico—. ¡No quiero nada por escrito! ¿John? —apeló a Bristow, quien miró a Strike con expresión de confusión y disculpa.
—¿Cree que podría limitarse a escuchar, Cormoran, y saltarse lo de tomar notas?
—No hay problema —contestó Strike con calma, sacando el teléfono móvil del bolsillo y guardando el cuaderno y el bolígrafo.
—Señora Bestigui…
—Puede llamarme Tansy —respondió ella, como si aquella concesión compensara su objeción a lo del cuaderno.
—Muchas gracias —dijo Strike con un levísimo indicio de ironía—. ¿Conocía bien a Lula?
—Apenas nada. Solo llevaba allí tres meses. Solo era de «hola» y «que tengas un buen día». No estaba interesada en nosotros, no éramos suficientemente modernos para ella. Si le soy sincera, era un fastidio tenerla allí. Paparazzi en la puerta todo el tiempo. Me tenía que maquillar incluso para ir al gimnasio.
—¿No hay un gimnasio en el edificio? —preguntó Strike.
—Hago Pilates con Lindsey Parr —contestó Tansy con tono de enfado—. Parece usted Freddie. Siempre se quejaba de que no utilizara las instalaciones de la casa.
—¿Y Freddie conocía bien a Lula?
—Muy poco, pero no era porque no lo intentara. Tenía la idea de tentarla para que se convirtiera en actriz. No paraba de invitarla para que bajara. Pero nunca vino. Y él la siguió hasta la casa de Dickie Carbury el fin de semana anterior a su muerte, mientras yo estaba fuera con Ursula.
—No sabía eso —dijo Bristow sorprendido.
Strike notó que Ursula lanzaba a su hermana una sonrisa de suficiencia. Tuvo la impresión de que trataba de buscar un intercambio de miradas de complicidad, pero Tansy no la correspondió.
—Yo no lo supe hasta después —le explicó Tansy a Bristow—. Sí, Freddie le pidió a Dickie que lo invitara. Había un buen grupo de gente allí: Lula, Evan Duffield, Ciara Porter… toda esa pandilla de modernos drogadictos de las revistas. Freddie debió de destacar como un pulpo en un garaje. Sé que no es mucho mayor que Dickie, pero parece un anciano —añadió con malicia.
—¿Qué le contó su marido de ese fin de semana?
—Nada. Yo supe que había estado allí tres semanas después, porque Dickie se fue de la lengua. Estoy segura de que Freddie fue para tratar de ganarse a Lula.
—¿Se refiere a que estaba interesado en Lula sexualmente o…? —preguntó Strike.
—Oh, sí. Estoy segura de que era así. Siempre le han gustado más las chicas morenas que las rubias. Pero lo que de verdad le encanta es meter en sus películas a celebridades. Vuelve loco a los directores intentando meterles a la fuerza a los famosos para conseguir más prensa. Apuesto a que esperaba que ella entrara en una película. Y no me sorprendería nada que tuviese algo planeado para ella y Deeby Macc —añadió Tansy con inesperada perspicacia—. Imagínese la prensa con el lío que había ya en torno a los dos. Freddie es un lumbrera para esas cosas. Le encanta la publicidad para sus películas tanto como la odia para sí mismo.
—¿Conoce él a Deeby Macc?
—No, a menos que se hayan conocido después de que nos hayamos separado. No conocía a Macc antes de que Lula muriera. Dios mío, estaba emocionado con que Macc fuera a quedarse en el edificio. Empezó a hablar de contratarlo desde el mismo momento en que se enteró.
—¿Contratarlo para qué?
—No sé —contestó con tono de irritación—. Para lo que fuera. Macc tiene muchísimos seguidores. Freddie no iba a dejar pasar esa oportunidad. Probablemente tendría un papel escrito especialmente para él por si le interesaba. Concentraría toda su atención en él. Le hablaría de su abuela negra. —La voz de Tansy sonaba despectiva—. Es lo que siempre hace cuando conoce a negros famosos. Les dice que la cuarta parte de su sangre es malaya. Sí, lo que tú digas, Freddie.
—¿No lo es? —preguntó Strike.
Ella soltó una carcajada sarcástica.
—No lo sé. Nunca conocí a ningún abuelo de Freddie. Tiene ya como cien años. Sé que dirá lo que sea si cree que hay dinero de por medio.
—Que usted sepa, ¿alguna vez dijo algo de esos planes de meter a Lula y a Macc en una película?
—Bueno, estoy segura de que Lula se sentiría halagada de que se lo pidieran. La mayoría de esas modelos se mueren por demostrar que saben hacer algo más que mirar a la cámara, pero nunca firmó nada, ¿no es así, John?
—No, que yo sepa —contestó Bristow—. Aunque… pero eso fue distinto —masculló enrojeciendo de nuevo. Vaciló y, a continuación, respondiendo a la mirada inquisitiva de Strike, continuó—: El señor Bestigui visitó a mi madre hace un par de semanas, de repente. Ella se encuentra extremadamente mal y… bueno, no querría…
Miró a Tansy incómodo.
—Di lo que quieras, no me importa —dijo ella con lo que parecía verdadera indiferencia.
Bristow hizo un extraño movimiento, como sorbiendo hacia arriba, que por un momento ocultó sus dientes de ratón.
—Bueno, él quería hablar con mi madre de una película sobre la vida de Lula. Planteó su visita como un gesto considerado y sensible. Pidiendo la bendición de la familia, su autorización oficial, ya sabe. Lula había muerto apenas tres meses antes… Mamá estaba profundamente consternada. Por desgracia, yo no estaba allí cuando fue. —El tono de Bristow indicaba que habitualmente se le podría encontrar montando guardia junto a su madre—. En cierto sentido, desearía haber estado. Ojalá hubiese escuchado lo que tenía que decir. O sea, si cuenta con investigadores que están indagando en la biografía de Lula, por mucho que yo desapruebe la idea, es posible que él supiera alguna cosa, ¿no?
—¿Qué tipo de cosa? —preguntó Strike.
—No sé. ¿Algo sobre su vida anterior, quizá? ¿Antes de que se viniera a vivir con nosotros?
El camarero llegó para colocar los entrantes delante de ellos. Strike esperó a que se hubiese ido y, a continuación, le preguntó a Bristow.
—¿Ha intentado hablar con el señor Bestigui en persona para saber si conoce algo sobre Lula que la familia no sepa?
—Es muy difícil —respondió Bristow—. Cuando Tony, mi tío, supo lo que había pasado, se puso en contacto con el señor Bestigui para quejarse de que hubiese ido a importunar a mi madre y, por lo que he oído, tuvieron una discusión muy acalorada. No creo que al señor Bestigui le apetezca tener más contacto con mi familia. Por supuesto, la situación se complica más por el hecho de que Tansy haya acudido a nuestra firma para el divorcio. Es decir, no hay nada de malo en ello… Somos uno de los mejores bufetes especializados en derecho de familia y, estando Ursula casada con Cyprian, es lógico que acuda a nosotros… Pero estoy seguro de que no habrá servido para que el señor Bestigui nos tenga más aprecio.
Aunque había mantenido la mirada en el abogado durante todo el tiempo que Bristow estuvo hablando, la visión periférica de Strike era excelente. Ursula le había lanzado otra sonrisita a su hermana. Se preguntó qué sería lo que le hacía tanta gracia. Sin duda, a su buen humor no le venía mal el hecho de que fuera ya por su cuarta copa de vino.
Strike se terminó su entrante y miró a Tansy, que estaba removiendo su comida por el plato prácticamente sin haberla probado.
—¿Cuánto tiempo llevaban usted y su marido en el número 18 antes de que Lula se mudara?
—Alrededor de un año.
—¿Había alguien en el piso de la planta intermedia cuando llegó ella?
—Sí —contestó—. Estuvo una pareja estadounidense con un niño pequeño durante seis meses, pero volvieron a los Estados Unidos no mucho después de que ella llegara. Después, la inmobiliaria no consiguió que nadie mostrara interés alguno. Por la recesión, ya sabe. Esos pisos cuestan un ojo de la cara. Así que estuvo vacío hasta que la compañía discográfica lo alquiló para Deeby Macc.
Tanto ella como Ursula se distrajeron al ver a una mujer que pasó junto a la mesa con lo que a Strike le pareció un abrigo de ganchillo de llamativo diseño.
—Es un abrigo de Daumier-Cross —comentó Ursula entrecerrando ligeramente los ojos por encima de su copa de vino—. Tiene una lista de espera de unos seis meses…
—Es Pansy Marks-Dillon —dijo Tansy—. Qué fácil es estar en la lista de las mejores vestidas si tu marido tiene cincuenta millones. Freddie es el rico más tacaño del mundo. Tenía que ocultarle las cosas nuevas o fingir que eran falsas. A veces, podía ponerse muy pesado.
—Tú siempre vas maravillosa —dijo Bristow con el rostro enrojecido.
—Eres un encanto —contestó Tansy Bestigui con tono aburrido.
Llegó el camarero para llevarse sus platos.
—¿Qué decía usted? —le preguntó a Strike—. Ah, sí, los pisos. Que Deeby Macc iba a venir… pero que no lo hizo. Freddie estaba furioso porque no se quedara allí, pues había puesto rosas en su piso. Freddie es un cabrón muy tacaño.
—¿Conoce bien a Derrick Wilson? —preguntó Strike.
Ella parpadeó.
—Bueno… es el guardia de seguridad. No lo conozco. Parece un buen tipo. Freddie siempre decía que era el mejor de todos.
—¿De verdad? ¿Por qué?
Ella se encogió de hombros.
—No sé. Tendrá que preguntárselo a Freddie. Le deseo buena suerte —añadió con una pequeña carcajada—. Freddie hablará con usted cuando el infierno se congele.
—Tansy —dijo Bristow inclinándose un poco hacia delante—, ¿por qué no le cuentas a Cormoran lo que escuchaste de verdad aquella noche?
Strike habría preferido que Bristow no interviniera.
—Bien —contestó Tansy—. Eran cerca de las dos de la mañana y yo quería un vaso de agua.
Su tono era apagado e inexpresivo. Strike notó que, incluso con aquel breve comienzo, ella había alterado la declaración que había hecho a la policía.
—Así que fui al baño a por uno y, cuando volvía por la sala de estar en dirección al dormitorio, oí unos gritos. Ella, Lula, decía: «Es demasiado tarde. Ya lo he hecho» y, después, el hombre dijo: «Eres una puta mentirosa» y luego… y luego él la tiró. Yo la vi caer.
Y Tansy hizo un pequeño y brusco movimiento con la mano que, según Strike entendió, indicaba el agitar de brazos.
Bristow dejó su copa y pareció sentir náuseas. Llegaron los platos principales. Ursula bebió más vino. Ni Tansy ni Bristow tocaron su comida. Strike cogió su tenedor y empezó a comer, tratando de no aparentar que estuviese disfrutando de su puntarelle con anchoas.
—Grité —susurró Tansy—. No podía dejar de gritar. Salí corriendo del piso, pasé junto a Freddie y fui abajo. Solo quería decirle al guardia de seguridad que había un hombre ahí arriba para que pudieran atraparlo.
»Wilson salió rápidamente del cuarto de detrás de la recepción. Le conté lo que había pasado y fue directo a la calle para verla en lugar de subir. Maldito estúpido. ¡Si hubiese subido primero, podría haberlo atrapado! Entonces, bajó Freddie a por mí y empezó a decirme que subiera a nuestra casa, yo no estaba vestida.
»Luego volvió Wilson y nos dijo que estaba muerta y le pidió a Freddie que llamara a la policía. Freddie prácticamente me arrastró hasta arriba. Yo estaba completamente histérica… y él llamó al 999 desde nuestra sala de estar. Y después, llegó la policía. Y nadie se creía una sola palabra de lo que yo decía.
Le dio otro sorbo a su vino, dejó la copa en la mesa y continuó:
—Si Freddie se enterara de que estoy hablando con usted, se volvería loco.
—Pero estás segura de que oíste al hombre arriba, ¿no, Tansy? —intervino Bristow.
—Sí, claro que lo estoy —respondió Tansy—. Te lo acabo de decir, ¿no? No tengo ninguna duda de que había alguien allí.
Sonó el teléfono móvil de Bristow.
—Perdón —murmuró con aspecto nervioso—. ¿Sí, Alison? —dijo al descolgar.
Strike pudo oír la profunda voz de la secretaria sin ser capaz de distinguir sus palabras.
—Disculpad un momento —se excusó Bristow con voz preocupada y se alejó de la mesa.
En los rostros suaves y relucientes de las dos hermanas apareció una mirada maliciosa. Se miraron de nuevo la una a la otra. Después, para sorpresa de él, Ursula le preguntó a Strike:
—¿Ha conocido a Alison?
—Brevemente.
—¿Sabe que están juntos?
—Sí.
—La verdad es que es un poco patético —dijo Tansy—. Ella está con John pero, en realidad, está obsesionada por Tony. ¿Ha conocido a Tony?
—No —contestó Strike.
—Es uno de los socios mayoritarios. Tío de John, ¿sabe?
—Sí.
—Muy atractivo. No estaría con Alison ni en un millón de años. Supongo que se ha conformado con John como premio de consolación.
La idea del encaprichamiento condenado al fracaso parecía proporcionar una enorme satisfacción a las hermanas.
—Todo el mundo habla de ello en el bufete, ¿no? —preguntó Strike.
—Oh, sí —respondió Ursula deleitándose—. Cyprian dice que es vergonzoso. Está todo el rato alrededor de Tony como un perrito faldero.
Su antipatía hacia Strike parecía haber desaparecido. A él no le sorprendió. Había visto ese fenómeno muchas veces. A la gente le gustaba hablar. Había muy pocas excepciones. La cuestión estaba en cómo conseguir que lo hicieran. Algunos, y Ursula era claramente una de ellos, eran susceptibles al alcohol. A otros les gustaba ser el centro de atención. Y luego estaban los que simplemente necesitaban estar junto a otro ser humano consciente. Una subdivisión de la humanidad se volvía locuaz solamente con su tema favorito: podía ser su propia inocencia o la culpa de otra persona; podía ser su colección de cajas de galletas de antes de la guerra; o quizá, como era el caso de Ursula May, la desesperada pasión de una simple secretaria.
Ursula estaba viendo a Bristow a través de la ventana. Estaba en la acera, hablando con vehemencia por el móvil mientras caminaba de un lado a otro.
—Apuesto a que sé qué pasa —dijo Ursula, con la lengua ahora más suelta—. Los albaceas de Conway Oates están enfadados por cómo ha llevado el bufete sus asuntos. Era un financiero americano, ¿sabe? Cyprian y Tony se están cebando con ello, haciendo que John ande revoloteando, tratando de limar asperezas. A John siempre le toca la peor parte.
Su tono era más mordaz que compasivo.
Bristow volvió a la mesa y parecía nervioso.
—Lo siento, perdón —se excusó—. Alison solo quería pasarme algunos mensajes.
El camarero fue a llevarse sus platos. Strike era el único que había acabado el suyo.
—Tansy, la policía no tuvo en cuenta su testimonio porque creían que usted no podía haber oído lo que aseguró oír —dijo Strike cuando el camarero no les podía escuchar.
—Pues se equivocan, ¿no? —espetó, y su buen humor había desaparecido en un momento—. Sí que lo oí.
—¿A través de una ventana cerrada?
—Estaba abierta —dijo, sin mirar a los ojos de ninguno de sus acompañantes—. El aire estaba cargado. Abrí una de las ventanas cuando iba a por agua.
Strike estaba seguro de que insistir en ese tema solo llevaría a que ella se negara a responder más preguntas.
—También alegan que había tomado usted cocaína.
Tansy emitió un pequeño ruido de impaciencia, un suave «uf».
—Mire —dijo—. Tomé un poco antes, durante la cena, de acuerdo, y la encontraron en el baño cuando registraron el piso. El jodido aburrimiento de los Dunne. Cualquiera se haría un par de rayas para soportar las malditas anécdotas de Benjy Dunne. Pero no me imaginé aquella voz de arriba. Había un hombre allí y la mató. La mató —repitió Tansy lanzando a Strike una mirada furiosa.
—¿Y adónde cree que fue después?
—No lo sé. Para eso le paga John a usted, para que lo descubra. Se escabulló de algún modo. Quizá salió por la ventana de atrás. Quizá se escondió en el ascensor. O puede que saliera por el aparcamiento de abajo. No sé cómo narices salió. Solo sé que estaba allí.
—Nosotros te creemos —intervino Bristow con tono nervioso—. Nosotros te creemos, Tansy. Cormoran tiene que hacerte estas preguntas para… tener una imagen clara de cómo pasó todo.
—La policía hizo todo lo posible por desacreditarme —dijo Tansy sin hacer caso a lo que Bristow decía y dirigiéndose a Strike—. Llegaron demasiado tarde y él ya se había ido y, por supuesto, lo encubrieron. Nadie que no haya pasado por lo que yo pasé con la prensa podrá entender cómo fue. Un verdadero infierno. Entré en la clínica simplemente por huir de todo aquello. No puedo creer que sea legal lo que se le permite hacer a la prensa en este país. Y todo por decir la verdad, eso es lo que tiene más gracia. Debería haber mantenido la boca cerrada, ¿no? Lo habría hecho de saber lo que se me venía después encima.
Dio vueltas a su ancha sortija de diamantes alrededor del dedo.
—Freddie estaba durmiendo en la cama cuando Lula cayó, ¿es así? —le preguntó Strike a Tansy.
—Sí, así es —respondió.
Levantó la mano hasta su cara para apartarse de la frente un mechón inexistente. El camarero regresó de nuevo con las cartas y Strike se vio obligado a guardarse sus preguntas hasta que hubieron pedido. Él fue el único que pidió pastel. Los demás, café.
—¿Cuándo se levantó Freddie de la cama? —le preguntó a Tansy cuando el camarero se hubo ido.
—¿A qué se refiere?
—Usted dice que él estaba en la cama cuando Lula cayó. ¿Cuándo se levantó?
—Cuando me oyó gritar —contestó, como si fuese evidente—. Yo le desperté.
—Debió ser muy rápido.
—¿Por qué?
—Ha dicho: «Salí corriendo del piso, pasé junto a Freddie y bajé». Entonces, ¿estaba él ya en la sala de estar antes de que usted saliera corriendo para decirle a Derrick lo que había pasado?
Hubo un pequeño silencio.
—Así es —contestó ella apartándose el pelo de la frente y cubriéndose la cara por un momento.
—Entonces, ¿pasó de estar profundamente dormido en la cama a estar despierto y en la sala de estar en pocos segundos? Porque usted empezó a gritar y a correr casi al instante, según ha dicho.
Otra pausa infinitesimal.
—Sí —respondió—. Bueno… no sé. Creo que grité… Grité mientras me quedé inmóvil en el sitio… quizá por un momento… Estaba muy asustada… y Freddie salió corriendo del dormitorio y yo pasé corriendo por su lado.
—¿Se detuvo para contarle lo que había visto?
—No lo recuerdo.
Bristow parecía estar a punto de hacer otra vez una de sus inoportunas intervenciones. Strike levantó una mano para impedirlo; pero Tansy se apresuró a cambiar de conversación deseando, supuso él, apartarse del tema de su marido.
—He pensado mucho en cómo entró el asesino y estoy segura de que debió seguirla al entrar cuando llegó esa noche, porque Derrick Wilson había dejado su puesto y estaba en el baño. Lo cierto es que pensé que deberían haber despedido a Wilson por aquello. Si quiere saber mi opinión, él estaba echando una siesta en la habitación de atrás. No sé cómo podría saber el asesino el código de la puerta, pero estoy segura de que fue entonces cuando debió entrar.
—¿Cree que podría reconocer otra vez la voz del hombre? ¿Al que oyó gritar?
—Lo dudo —respondió—. Era simplemente una voz de hombre. Es decir, después pensé si sería la de Duffield —dijo mirándole fijamente—. Porque ya había oído los gritos de Duffield arriba en una ocasión anterior, desde el rellano de arriba. Wilson tuvo que echarlo a la calle. Duffield estaba tratando de derribar a patadas la puerta de Lula. Nunca entendí qué hacía una chica tan guapa con alguien como Duffield —añadió en un paréntesis.
—Hay mujeres que dicen que es atractivo —confirmó Ursula vaciando la botella de vino en su copa—, pero yo no le veo el encanto. Es un hombre mugriento y horrible.
—Y ni siquiera puede decirse que tenga dinero —dijo Tansy retorciendo de nuevo la sortija de diamantes.
—Pero usted no cree que fuera su voz la que oyó aquella noche.
—Bueno, como siempre digo, podría haberlo sido —contestó con impaciencia y encogiendo brevemente sus finos hombros—. Pero tiene una coartada, ¿no? Hay mucha gente que dice que no estaba cerca de Kentigern Gardens la noche en que mataron a Lula. Pasó una parte de ella en casa de Ciara Porter, ¿verdad? Una fulana —añadió Tansy con una pequeña y apretada sonrisa—. Acostándose con el novio de su mejor amiga.
—¿Se acostaban? —preguntó Strike.
—¿Qué cree usted? —respondió Ursula con una carcajada, como si aquella pregunta fuese demasiado ingenua como para contestarla—. Conozco a Ciara Porter, participó en un desfile de moda que yo organicé. Es una cabeza hueca y una puta.
Los cafés habían llegado, junto con el viscoso pastel de caramelo tostado de Strike.
—Lo siento, John, pero Lula no tenía muy buen gusto para las amistades —dijo Tansy dando un sorbo a su café—. Estaba Ciara y también Bryony Radford. No es que fuera una amiga exactamente, pero yo no me fiaría de ella ni aunque me pagaran.
—¿Quién es Bryony? —preguntó Strike fingiendo no saber, pues sí que recordaba quién era.
—Una maquilladora. Cobra una fortuna y es una maldita zorra —contestó Ursula—. Yo fui a ella una vez, antes de uno de los bailes de la Fundación Gorbachov, y luego le contó a tod…
Ursula se detuvo de repente, bajó su copa y cogió el café. Strike, que, a pesar de su indudable irrelevancia para el asunto que les ocupaba, estaba bastante interesado en lo que Bryony le había contado a todo el mundo, empezó a hablar, pero Tansy habló más alto que él.
—Ah, y estaba también aquella chica horrible a la que Lula solía llevar a casa. ¿Te acuerdas, John?
Volvió a preguntarle a Bristow, pero él parecía no caer.
—Ya sabes, aquella tan fea… aquella chica de color a la que a veces llevaba, una especie de indigente. O sea… literalmente olía mal. Cuando se montaba en el ascensor… podías olerla. Y la llevó a la piscina también. Yo no sabía que los negros supieran nadar.
Bristow parpadeaba a gran velocidad con el rostro sonrojado.
—Dios sabrá qué hacía Lula con ella —insistió Tansy—. Tienes que acordarte, John. Era gorda. Desaliñada. Parecía un poco subnormal.
—Yo no… —farfulló Bristow.
—¿Está hablando de Rochelle? —preguntó Strike.
—Ah, sí. Creo que se llamaba así. Estuvo en el funeral —dijo Tansy—. La vi. Estaba sentada justo al fondo.
»Pero recuerde una cosa —dirigió toda la fuerza de sus oscuros ojos hacia Strike—. Que todo esto queda entre nosotros. Es decir, no puedo permitir que Freddie descubra que estoy hablando con usted. No voy a volver a pasar por toda esa mierda con la prensa. La cuenta, por favor —llamó al camarero.
Cuando llegó, se la pasó a Bristow sin hacer ningún comentario.
Las hermanas se preparaban para marcharse echándose su lustroso pelo castaño por encima de los hombros y poniéndose sus caras chaquetas cuando la puerta del restaurante se abrió y entró un hombre de unos sesenta años, alto, delgado y vestido con traje, miró a su alrededor y fue directo a la mesa de ellos. Con el pelo canoso, un aspecto distinguido y vestido de manera impecable, había cierta frialdad en sus ojos azul claro. Caminaba con brío y determinación.
—Menuda sorpresa —dijo con voz suave deteniéndose en el espacio que había entre las sillas de las dos mujeres.
Ninguno de los tres había visto que aquel hombre se acercaba y todos menos Strike mostraron tanta sorpresa como algo más que desagrado al verle. Durante una fracción de segundo, Tansy y Ursula se quedaron inmóviles, Ursula en el acto de sacar las gafas de sol de su bolso.
Tansy fue la primera en cobrar la compostura.
—Cyprian —dijo ofreciéndole la cara para que la besara—. ¡Sí, es una verdadera sorpresa!
—Creía que ibais de compras, querida Ursula —espetó con la mirada puesta en su esposa mientras daba a Tansy el clásico beso en cada mejilla.
—Hemos parado para almorzar, Cyps —contestó ella, pero el color de su rostro se intensificó y Strike notó que había cierta incomodidad en el ambiente.
Los ojos claros del anciano pasaron deliberadamente por Strike y fueron a posarse en Bristow.
—¿No era Tony quien estaba encargándose de tu divorcio, Tansy? —preguntó.
—Así es —respondió Tansy—. Este no ha sido un almuerzo de negocios, Cyps. Una reunión meramente social.
Él sonrió fríamente.
—Entonces, dejad que os acompañe a la calle, queridas —dijo.
Con una rápida despedida a Bristow y sin dirigir palabra alguna a Strike, las dos hermanas dejaron que el marido de Ursula las sacara del restaurante.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Strike a Bristow cuando la puerta se cerró al salir los tres.
—Ese era Cyprian —contestó Bristow. Parecía nervioso mientras movía torpemente la tarjeta de crédito y la cuenta—. Cyprian May, el marido de Ursula. Socio mayoritario del bufete. No le gusta que Tansy hable con usted. Me pregunto cómo ha sabido dónde estábamos. Probablemente se lo haya sonsacado a Alison.
—¿Por qué no quiere que hable conmigo?
—Tansy es su cuñada —dijo Bristow poniéndose su abrigo—. No quiere que quede otra vez como una estúpida, que es como él la ve. Probablemente me caiga una buena bronca por haberla convencido de que se reúna con usted. Seguro que está llamando ahora mismo a mi tío, para quejarse de mí.
Strike vio que a Bristow le temblaban las manos.
El abogado se fue en un taxi que pidió al maître. Strike se marchó del Cipriani a pie, aflojándose la corbata mientras caminaba y tan concentrado en sus pensamientos que solo salió de su ensimismamiento por el fuerte pitido de un coche al que no había visto avanzando hacia él mientras cruzaba Grosvenor Street.
Con aquel recuerdo saludable de que su seguridad podría correr peligro, Strike se dirigió a un muro que pertenecía al Elizabeth Arden Red Door Spa, se apoyó en él para apartarse del paso de los peatones y sacó el teléfono móvil. Tras escuchar y pasar adelante, consiguió localizar la parte del testimonio grabado de Tansy en el que hablaba de los momentos inmediatamente anteriores a la caída de Lula Landry por delante de su ventana.
«… en dirección al dormitorio, oí unos gritos. Ella, Lula, decía: “Es demasiado tarde. Ya lo he hecho” y, después, el hombre dijo: “Eres una puta mentirosa” y luego… y luego él la tiró. Yo la vi caer».
Pudo distinguir el pequeño tintineo de la copa de Bristow al golpear la mesa. Strike rebobinó y escuchó:
«… decía: “Es demasiado tarde. Ya lo he hecho” y, después, el hombre dijo: “Eres una puta mentirosa” y luego… y luego él la tiró. Yo la vi caer».
Recordó la imitación de Tansy de los brazos de Lula agitándose y el horror en su rostro congelado al hacerlo. Volvió a meterse el móvil en el bolsillo, sacó su cuaderno y empezó a tomar notas.
Strike había conocido a infinidad de mentirosos. Podía olerlos y sabía perfectamente bien que Tansy era una de ellos. No podía haber oído lo que aseguraba haber escuchado desde su piso. Por tanto, la policía había deducido que no había oído nada. Sin embargo, en contra de lo que Strike esperaba, y a pesar del hecho de que cada prueba de la que había tenido noticia hasta ese momento indicaba que Lula Landry se había suicidado, estaba convencido de que Tansy Bestigui creía de verdad que había oído una discusión antes de que Landry cayera. Aquella era la única parte de su declaración que sonaba real, una realidad que lanzaba una luz llamativa sobre la mentira con la que ella la adornaba.
Strike se apartó de la pared y empezó a caminar hacia el este a lo largo de Grosvenor Street, prestando algo más de atención al tráfico pero recordando la expresión de Tansy, su tono, sus gestos mientras hablaba de los últimos momentos de Lula Landry.
¿Por qué decía la verdad en los puntos más esenciales pero la rodeaba de falsedades fácilmente refutables? ¿Por qué mentía sobre lo que había estado haciendo cuando oyó los gritos del piso de Landry? Strike recordó a Adler: «Una mentira no tendría sentido si la verdad no fuera percibida como algo peligroso». Tansy se había presentado ese día en un último intento por encontrar a alguien que la creyera y que se tragara las mentiras con las que insistía en envolver su testimonio.
Caminó deprisa, apenas sin ser consciente de las punzadas de su rodilla derecha. Por fin, se dio cuenta de que había recorrido todo Maddox Street y que había llegado a Regent Street. Los toldos rojos de la juguetería Hamleys se agitaban un poco en la distancia y Strike recordó que quería comprar un regalo de cumpleaños para la próxima fiesta de su sobrino de camino a la oficina.
Fue levemente consciente de la vorágine multicolor, chirriante y parpadeante en la que entró. Se movió a ciegas de una planta a otra, sin preocuparse de los chillidos, el zumbido de helicópteros de juguete suspendidos en el aire, los gruñidos de cerdos mecánicos que se atravesaban en su camino. Por fin, unos veinte minutos después, llegó cerca de los muñecos de las Fuerzas Militares de Su Majestad. Se quedó allí, casi inmóvil, contemplando las filas de soldados de Marina y de paracaidistas, pero apenas sin ser consciente de ellas, sordo ante los susurros de padres que trataban de pasar con sus hijos alrededor de él, demasiado intimidados como para pedirle a aquel hombre extraño, enorme y con la mirada fija que se apartara.