El frío clima primaveral tal vez había vuelto por fin al verano. Todavía hacía frío por las noches, pero no resultaba incómodo. Kaladin contemplaba las Llanuras Quebradas desde el terreno de reunión de Dalinar Kholin.
Desde la fracasada traición y el subsiguiente rescate, Kaladin se sentía nervioso. Libertad. Comprada con una espada esquirlada. Parecía imposible. La experiencia de toda su vida le enseñaba a esperar una trampa.
Tenía las manos unidas a la espalda. Syl estaba sentada sobre su hombro.
—¿Me atrevo a confiar en él? —preguntó en voz baja.
—Es un buen hombre —dijo Syl—. Lo he observado. A pesar de esa cosa que llevaba.
—¿Esa cosa?
—La espada esquirlada.
—¿Qué te importa?
—No lo sé —dijo ella, abrazándose—. Me parece mal. La odio. Me alegro de que se deshiciera de ella. Eso lo convierte en un hombre mejor.
Nomo, la luna media, empezó a salir. Brillante y celeste, bañaba el horizonte de luz. En alguna parte, al otro lado de las Llanuras, estaba el portador parshendi con el que había luchado Kaladin. Había apuñalado al hombre en la espalda desde atrás. Los parshendi que los miraban no interfirieron con el duelo y habían evitado atacar a los hombres de los puentes heridos, pero Kaladin atacó a uno de sus campeones desde la posición más cobarde posible.
Le molestaba lo que había hecho, y eso lo llenaba de frustración. Un guerrero no podía preocuparse de a quién atacaba o cómo. La supervivencia era la única regla en el campo de batalla.
Bueno, la supervivencia y la lealtad. Y él a veces dejaba vivir a los enemigos heridos si no eran una amenaza. Y salvaba a los soldados jóvenes que necesitaban protección. Y…
Y nunca había sido bueno haciendo lo que debería hacer un guerrero.
Hoy había salvado a un alto príncipe (otro ojos claros) y junto a él a miles de soldados. Matando parshendi.
—¿Se puede matar para proteger? —preguntó en voz alta—. ¿No es eso una contradicción en sí mismo?
—Yo…, no lo sé.
—Actuaste de forma extraña en la batalla. Revoloteando a mi alrededor. Después de eso, te marchaste. No te vi mucho.
—La matanza —dijo ella en voz baja—. Me dolía. Tuve que irme.
—Eres tú quien me instó a salvar a Dalinar. Querías que regresara y matara.
—Lo sé.
—Teft dijo que los Radiantes se ceñían a un baremo —dijo Kaladin—. Dijo que, según sus reglas, no deberías hacer cosas terribles para conseguir otras grandes. Sin embargo, ¿qué hice yo hoy? Matar parshendi para salvar alezi. ¿Y qué? No son inocentes, pero nosotros tampoco. Ni por una leve brisa ni por un viento de tormenta.
Syl no respondió.
—Si no hubiera ido a salvar a los hombres de Dalinar —dijo Kaladin—, habría permitido que Sadeas cometiera una traición terrible. Habría dejado morir a hombres a quienes podría haber salvado. Me habría sentido asqueado y disgustado conmigo mismo. También perdí a tres buenos hombres que estaban a un paso de la libertad. ¿Merece eso la vida de los otros?
—No tengo respuestas, Kaladin.
—¿Las tiene alguien?
Sonaron pasos desde atrás. Syl se volvió.
—Es él.
La luna acababa de salir. Dalinar Kholin, según parecía, era un hombre puntual.
Se detuvo junto a Kaladin. Llevaba un bulto bajo el brazo y tenía un aire militar incluso sin su armadura esquirlada. De hecho, era más impresionante sin ella. Su constitución musculosa indicaba que no se fiaba de su armadura para conseguir fuerza, y el uniforme recién planchado indicaba a un hombre que comprendía que sus hombres se sentían inspirados cuando su líder parecía cumplir con su papel.
«Otros han parecido igual de nobles», pensó Kaladin. ¿Pero cambiaría cualquier hombre una espada esquirlada solo por guardar las apariencias? Y si lo hacía, ¿en qué punto la apariencia se volvía realidad?
—Lamento que tengas que reunirte tan tarde conmigo —dijo Dalinar—. Sé que ha sido un día largo.
—Dudo que hubiera podido dormir de todas formas.
Dalinar gruñó suavemente, como si comprendiera.
—¿Han atendido a tus hombres?
—Sí. Bastante bien, por cierto. Gracias.
Los hombres de los puentes habían sido instalados en barracones vacíos y habían recibido atención médica de los mejores cirujanos de Dalinar. La habían recibido antes incluso que oficiales ojos claros heridos. Los otros hombres de los puentes, los que no pertenecían al Puente Cuatro, habían aceptado sin más y de modo inmediato a Kaladin como jefe.
Dalinar asintió.
—¿Cuántos crees que aceptarán mi ofrecimiento de dinero y libertad?
—Un buen número de los hombres de las otras cuadrillas lo harán. Los hombres de los puentes no piensan en huir ni en la libertad. No sabrían qué hacer. En cuanto, a mi cuadrilla… Bueno, tengo la sensación de que insistirán en hacer lo que yo haga. Si me quedo, se quedarán. Si me marcho, se marcharán.
Dalinar asintió.
—¿Y qué vas a hacer?
—No lo he decidido todavía.
—Hablé con mis oficiales. —Dalinar hizo una mueca—. Los que sobrevivieron. Dijeron que les diste órdenes, que te hiciste cargo como si fueras un ojos claros. Mi hijo todavía está amargado por la forma en que se…, desarrolló tu conversación con él.
—Incluso un necio podía ver que no iba a alcanzarte. En cuanto a los oficiales, la mayoría estaban aturdidos o corrían sin control. Simplemente los empujé.
—Te debo dos veces la vida —dijo Dalinar—. Y la de mi hijo y mis hombres.
—Pagaste esa deuda.
—No. Pero he hecho lo que puedo. —Miró a Kaladin, como calibrándolo, juzgándolo—. ¿Por qué vino tu cuadrilla a socorrernos? ¿Por qué, en realidad?
—¿Por qué renunciaste a tu espada esquirlada?
Dalinar lo miró a los ojos, luego asintió.
—Muy bien. Tengo un ofrecimiento que hacerte. El rey y yo estamos a punto de hacer algo muy, muy peligroso. Algo que trastocará todos los campamentos.
—Enhorabuena.
Dalinar esbozó una sonrisa.
—Mi guardia de honor casi ha sido extinguida, y los hombres que tengo son necesarios para aumentar la guardia real. Mi confianza es escasa hoy en día. Necesito a alguien que me proteja a mí y a mi familia. Os quiero a tus hombres y a ti para ese puesto.
—¿Quieres a un puñado de hombres de los puentes como guardaespaldas?
—La élite como guardaespaldas. Los de tu cuadrilla, los que tú entrenaste. Quiero al resto como soldados para mi ejército. Me han contado lo bien que lucharon tus hombres. Los entrenaste sin que Sadeas lo supiera, mientras cargabais con los puentes. Siento curiosidad por saber qué podrías hacer con los recursos adecuados.
Dalinar se volvió a mirar al norte, hacia el campamento de Sadeas.
—Mi ejército ha menguado considerablemente. Voy a necesitar todos los hombres que pueda conseguir, pero todos los que reclute serán sospechosos. Sadeas intentará enviar espías a nuestro campamento. Y traidores. Y asesinos. Elhokar piensa que no duraremos una semana.
—Padre Tormenta —dijo Kaladin—. ¿Qué estás planeando?
—Voy a eliminar sus juegos, esperando que reaccionen como niños que pierden su juguete favorito.
—Esos niños tienen ejércitos y hojas esquirladas.
—Desgraciadamente.
—¿Y de eso quieres que te proteja?
—Sí.
No hubo evasivas. Fue directo. Había mucho que respetar en eso.
—Ascenderé al Puente Cuatro a guardia de honor —dijo Kaladin—. Y entrenaré al resto como compañía de lanceros. Los de la guardia de honor cobrarán como tales.
Generalmente, la guardia personal de un ojos claros cobraba el triple que un lancero.
—Por supuesto.
—Y quiero espacio para entrenar. Pleno derecho para requisar lo que sea necesario. Yo fijaré los horarios de mis hombres, y nombraremos nuestros propios sargentos y jefes de pelotón. No responderemos ante ningún ojos claros, salvo tú mismo, tus hijos y el rey.
Dalinar alzó una ceja.
—Eso último es un poco…, irregular.
—¿Quieres que os proteja a ti y a tu familia? ¿Contra los otros altos príncipes y sus asesinos, que podrían infiltrarse en tu ejército y tus oficiales? Bueno, no puedo estar en una posición en la que cualquier ojos claros del campamento pueda darme órdenes, ¿no?
—Tienes razón —dijo Dalinar—. Sin embargo, ¿te das cuenta de que al hacer esto te estaría dando prácticamente la misma autoridad que a un ojos claros del cuarto dahn? Estarías a cargo de un millar de antiguos hombres de los puentes. Un batallón entero.
—Sí.
Dalinar reflexionó un momento.
—Muy bien. Considérate ascendido al rango de capitán…, es todo lo que me atrevo a nombrar a un ojos oscuros. Si te nombrara señor de batallón, podría causar un montón de problemas. Sin embargo, haré saber que estás fuera de la cadena de mando. No darás órdenes a los ojos claros de rango inferior al tuyo, y los ojos claros de rango superior no tendrán ninguna autoridad sobre ti.
—De acuerdo —dijo Kaladin—. Pero los soldados que entrene los quiero asignados a las patrullas, no a las carreras en las mesetas. He oído decir que tienes varios batallones cazando bandidos y manteniendo la paz en el Mercado Exterior, ese tipo de cosas. Ahí es donde irán mis hombres durante un año, al menos.
—Muy bien. Entiendo que quieres tiempo para entrenarlos antes de lanzarlos a la batalla.
—Eso, y que maté a un montón de parshendi hoy. Ellos me mostraron más honor que la mayoría de los miembros de mi propio ejército. No me gustó la sensación, y quiero tiempo para pensar en eso. Los guardaespaldas que entrene para ti, y yo mismo, saldremos al campo de batalla, pero nuestro propósito principal será protegerte, no matar parshendi.
Dalinar parecía divertido.
—De acuerdo. Aunque no deberías preocuparte. No pienso estar mucho en las primeras líneas en el futuro. Tengo que cambiar mi papel. De cualquier forma, tenemos un trato.
Kaladin extendió una mano.
—Esto depende de que mis hombres estén de acuerdo.
—Creí que habías dicho que harían lo que tú hagas.
—Probablemente. Pero soy su comandante, no su dueño.
Dalinar extendió la mano y estrechó la de Kaladin a la luz de la luna zafiro. Luego cogió el paquete que llevaba bajo el brazo.
—Toma.
—¿Qué es esto? —preguntó Kaladin, apresando el paquete.
—Mi capa. La que llevé hoy en la batalla, lavada y zurcida.
Kaladin la desdobló. Era de color azul oscuro, con el glifopar de khokh y linil bordado en blanco.
—Cada hombre que lleva mis colores pertenece a mi familia, en cierto modo —dijo Dalinar—. La capa es un regalo sencillo, pero es una de las pocas cosas con significado que puedo ofrecer. Acéptala con mi gratitud, Kaladin Benditormenta.
Kaladin volvió a doblar lentamente la capa.
—¿Dónde has oído ese nombre?
—Tus hombres —dijo Dalinar—. Tienen un alto concepto de ti. Y eso me hace tener un alto concepto a mí también. Necesito hombres como tú, como todos vosotros. —Entornó los ojos, pensativo—. Todo el reino os necesita. Quizá todo Roshar. La Verdadera Desolación se avecina…
—¿Cómo dices?
—Nada. Por favor, ve a descansar, capitán. Espero oír buenas noticias tuyas pronto.
Kaladin asintió y se retiró, pasando ante los dos hombres que actuaban como guardias de Dalinar esta noche. El trayecto de regreso a sus nuevos barracones fue breve. Dalinar le había dado uno a cada cuadrilla. Más de mil hombres. ¿Qué iba a hacer con tantos? Nunca había dirigido a un grupo mayor de veinticinco miembros.
El barracón del Puente Cuatro estaba vacío. Kaladin vaciló ante la puerta. El barracón estaba amueblado con un camastro y un baúl para cada hombre. Parecía un palacio.
Olió a humo. Frunciendo el ceño, rodeó el barracón y encontró a los hombres sentados en torno a una hoguera al fondo, sentados en tocones o piedras, esperando relajados mientras Roca les preparaba un guiso. Escuchaban a Teft, que estaba sentado con el brazo vendado, hablando tranquilamente. Shen estaba allí; el silencioso parshmenio estaba sentado en el mismo extremo del grupo. Lo habían recuperado del campamento de Sadeas, junto con los heridos.
Teft se interrumpió al ver a Kaladin, y los hombres se volvieron, la mayoría llevaba algún tipo de vendaje. «¿Dalinar quiere a estos hombres como guardaespaldas suyos?», pensó Kaladin. Eran en efecto un grupo harapiento.
Sin embargo, estaba de acuerdo con la elección de Dalinar. Si fuera a poner su vida en manos de alguien, elegiría a este grupo.
—¿Qué estáis haciendo? —preguntó, severo—. Deberíais estar descansando todos.
Los hombres se miraron unos a otros.
—Es que… —dijo Moash—. No nos parecía bien irnos a dormir hasta que tuviéramos una oportunidad de…, bueno, de hacer esto.
—Es difícil dormir un día como hoy, gancho —añadió Lopen.
—Habla por ti —dijo Cikatriz, bostezando, la pierna herida apoyada en un tocón—. Pero merece la pena estar despierto por el guiso. Aunque le eche rocas.
—¡No se las echo! —replicó Roca—. Llaneros pirados.
Dejaron sitio para Kaladin, quien se sentó, usando la capa de Dalinar como cojín para la espalda y la cabeza. Aceptó agradecido un cuenco de guiso que le entregó Drehy.
—Hemos estado hablando de lo que hemos visto hoy —dijo Teft—. De las cosas que hiciste.
Kaladin vaciló, la cuchara camino de su boca. Casi se había olvidado (o tal vez lo había olvidado adrede) de que había mostrado a sus hombres lo que podía hacer con la luz tormentosa. Era de esperar que los soldados de Dalinar no lo hubieran visto. Su luz era débil entonces, el día brillante.
—Comprendo —dijo Kaladin, perdiendo el apetito. ¿Lo veían distinto? ¿Aterrador? ¿Algo a lo que dar la espalda, como le había sucedido a su padre en Piedralar? ¿Aún peor, algo que adorar? Los miró a los ojos y se preparó.
—¡Fue sorprendente! —dijo Drehy, inclinándose hacia delante.
—Eres uno de los Radiantes —señaló Cikatriz—. Yo lo creo, aunque Teft dice que no lo eres.
—No lo es todavía —replicó Teft—. ¿Es que no escuchas?
—¿Puedes enseñarme a hacer lo que hiciste? —interrumpió Moash.
—Yo también aprenderé, gancho —dijo Lopen—. Ya sabes, si vas a enseñar y eso.
Kaladin parpadeó, abrumado, mientras los otros intervenían.
—¿Qué puedes hacer?
—¿Cómo te sientes?
—¿Puedes volar?
Alzó una mano, zanjando las preguntas.
—¿No os alarma lo que visteis?
Varios hombres se encogieron de hombros.
—Te mantuvo con vida, gancho —dijo Lopen—. Lo único que me alarmaría es lo irresistible que lo considerarían las mujeres. Dirían: «Lopen, solo tienes un brazo, pero veo que puedes brillar. Creo que deberías besarme ahora.»
—Pero es extraño y aterrador —protestó Kaladin—. ¡Es lo que hacían los Radiantes! Todo el mundo sabe que fueron unos traidores.
—Sí —bufó Moash—. Igual que todo el mundo sabe que los ojos claros son elegidos por el Todopoderoso para gobernar, y cómo son siempre nobles y justos…
—Somos el Puente Cuatro —añadió Cikatriz—. Hemos corrido lo nuestro. Hemos vivido en el crem y nos han usado como cebo. Si te ayuda a sobrevivir, es bueno. Es todo lo que hace falta decir al respecto.
—¿Puedes enseñarnos? —preguntó Moash—. ¿Puedes enseñarnos a hacer lo que haces?
—Yo…, no sé si se puede enseñar —dijo Kaladin, mirando a Syl, que estaba sentada en una roca, con una expresión curiosa—. No estoy seguro de qué es.
Ellos parecieron decepcionados.
—Pero —añadió Kaladin— eso no significa que no debamos intentarlo.
Moash sonrió.
—¿Puedes hacerlo? —preguntó Drehy, sacando una esfera, un pequeño y brillante chip de diamante—. ¿Ahora mismo? Quiero verlo ahora que puedo.
—No es un deporte, Drehy —dijo Kaladin.
—¿Crees que no lo merecemos? —Sigzil se inclinó adelante.
Kaladin vaciló. Entonces, dubitativo, extendió un dedo y tocó la esfera. Inhaló profundamente. Atraer la luz se volvía cada vez más natural. La esfera perdió su brillo. La luz tormentosa empezó a brotar en la piel de Kaladin, que aceleró la respiración para hacer que se filtrara más rápido, volviéndola más visible. Roca sacó una vieja manta raída, que usaba como leña, y la echó sobre la hoguera, perturbando a los llamaspren y creando unos instantes de oscuridad antes de que las llamas la consumieran.
En esa oscuridad, Kaladin brilló, pura luz blanca brotaba de su piel.
—Tormentas… —jadeó Drehy.
—¿Pero qué puedes hacer con eso? —preguntó Cikatriz, ansioso—. No has contestado.
—No estoy del todo seguro de lo que puedo hacer —dijo Kaladin, alzando la mano ante él. La luz se difuminó en un momento, y el fuego quemó la manta, iluminándolos de nuevo a todos—. Solo llevo con esto unas pocas semanas. Puedo atraer las flechas hacia mí y hacer que las rocas se peguen. La luz me hace más fuerte y más rápido, y sana mis heridas.
—¿Cómo de fuerte te hace? —preguntó Sigzil—. ¿Cuánto peso pueden soportar las rocas después de que las pegues, y cuánto tiempo permanecen unidas? ¿Cuánta velocidad consigues? ¿Eres el doble de rápido? ¿Un cuarto de rápido? ¿A qué distancia puede estar una flecha cuando la lanzan contra ti, y puedes atraer otras cosas también?
Kaladin parpadeó.
—Yo…, no lo sé.
—Bueno, parece bastante importante saber ese tipo de cosas —dijo Cikatriz, rascándose la barbilla.
—Podemos hacer pruebas. —Roca se cruzó de brazos, sonriendo—. Es una buena idea.
—Tal vez nos ayude a aprender a hacerlo también —advirtió Moash.
—No es cosa que se aprenda. —Roca negó con la cabeza—. Es cosa del holentetal. Para él solamente.
—Eso no lo sabes con seguridad —dijo Teft.
—No sabes con seguridad si lo sé con seguridad. —Roca agitó una cuchara ante él—. Come tu guiso.
Kaladin alzó las manos.
—No podéis contarle esto a nadie. Se asustarán de mí, o tal vez crean que estoy relacionado con los Vaciadores o los Radiantes. Necesito vuestros juramentos en esto.
Los miró, y ellos asintieron, uno a uno.
—Pero queremos ayudar —dijo Cikatriz—. Aunque no podamos aprenderlo. Esto es parte de ti, y eres uno de nosotros. El Puente Cuatro. ¿Verdad?
Kaladin miró sus rostros ansiosos y asintió.
—Sí. Sí, podéis ayudar.
—Excelente —dijo Sigzil—. Prepararé una lista de pruebas para medir la velocidad, precisión y fuerza de esos lazos que puedes crear. Tendremos que encontrar un modo de determinar si hay algo más que puedas hacer.
—Arrojadlo desde lo alto de un precipicio —dijo Roca.
—¿De qué servirá eso? —preguntó Peet.
Roca se encogió de hombros.
—Si tiene otras habilidades, eso las hará salir ¿no? Nada como caer de un precipicio para convertir a un niño en hombre.
Kaladin lo miró con expresión agria, y Roca se echó a reír.
—Será un precipicio pequeño. —Alzó el pulgar y el índice para indicar una cantidad diminuta—. Me caes demasiado bien para que sea uno grande.
—Creo que estás bromeando —dijo Kaladin, comiendo su guiso—. Pero por si acaso, voy a pegarte al techo esta noche para que no intentes ningún experimento mientras duermo.
Los hombres del puente se echaron a reír.
—Pero no brilles demasiado mientras intentamos dormir ¿eh, gancho?
—Haré lo que pueda. —Tomó otra cucharada de guiso. Sabía mejor que de costumbre. ¿Había cambiado Roca la receta?
¿O era otra cosa? Mientras se sentaba a comer, los otros hombres del puente empezaron a charlar, hablando de casa y su pasado, cosas que antes eran tabú. Varios de los hombres de las otras cuadrillas (heridos a los que Kaladin había ayudado, incluso unas cuantas almas solitarias que todavía estaban despiertas) se acercaron. Los hombres del Puente Cuatro los recibieron, les dieron guiso y les dejaron sitio.
Todos parecían tan agotados como Kaladin se sentía, pero nadie habló de acostarse. Ahora pudo comprender por qué. Estar juntos, comiendo el guiso de Roca, escuchando la tranquila charla mientras el fuego chisporroteaba y enviaba copos de luz amarilla al aire…
Esto era más relajante que el sueño. Kaladin sonrió, se echó hacia atrás y contempló el cielo oscuro y la gran luna zafiro. Entonces cerró los ojos y escuchó.
Tres hombres más habían muerto. Malop, Desorejado Jaks y Narm. Kaladin les había fallado. Pero el Puente Cuatro y él habían protegido a cientos más. Cientos que nunca tendrían que cargar con un puente, nunca tendrían que enfrentarse a las flechas parshendi, nunca tendrían que combatir de nuevo si no querían. A nivel más personal, veintisiete de sus amigos vivían. En parte por lo que él había hecho, en parte por su propio heroísmo.
Veintisiete hombres vivían. Finalmente había conseguido salvar a alguien.
Por ahora, era suficiente.