—Antes de leer, tengo que comprender una cosa —dijo Shallan—. Animaste mi sangre, ¿no?
—Para eliminar el veneno —contestó Jasnah—. Sí. Tuve que actuar muy rápido; como dije, debió de ser una forma muy concentrada del polvo. Tuve que animar tu sangre varias veces mientras te hacíamos vomitar. Tu cuerpo seguía absorbiendo el veneno.
—Pero dijiste que no eres buena con lo orgánico. Convertiste la mermelada de fresa en algo incomestible.
—La sangre no es igual —dijo Jasnah, agitando la mano—. Es una de las Esencias. Ya lo aprenderás, si me decido a enseñarte a animar. Por ahora, has de saber que la forma pura de una Esencia es bastante fácil de hacer: los ocho tipos de sangre son más fáciles de crear que el agua, por ejemplo. Crear algo tan complejo como la mermelada de fresa, sin embargo, una melaza hecha de una fruta que nunca había probado ni olido antes, estaba muy por encima de mis habilidades.
—Y los fervorosos —dijo Shallan—. ¿Los que pueden animar? ¿Usan de verdad los fabriales, o es todo un engaño?
—No, los fabriales animadores son reales. Bastante reales. Por lo que sé, todos los demás que hacen lo que yo hago, lo que nosotras hacemos, usan fabriales para conseguirlo.
—¿Y las criaturas con las cabezas de símbolos? —preguntó Shallan. Repasó sus bocetos y le mostró una imagen—. ¿Tú también los ves? ¿Cómo están relacionados?
Jasnah frunció el ceño y recogió el dibujo.
—¿Ves seres como estos? ¿En Shadesmar?
—Aparecen en mis dibujos. Están a mi alrededor, Jasnah. ¿Tú no los ves? ¿Estoy…?
Jasnah alzó una mano.
—Son un tipo de spren, Shallan. Están relacionados con lo que haces. —Dio un golpecito sobre la mesa—. Dos órdenes de los Caballeros Radiantes poseían la habilidad inherente de animar; los fabriales originales se diseñaron basándose en sus poderes, creo. Había asumido que tú… Pero obviamente eso no tendría sentido. Ahora lo comprendo.
—¿Qué?
—Te lo explicaré según te vaya formando —dijo Jasnah, devolviendo la hoja—. Necesitarás una base mayor antes de poder entenderlo. Basta decir que las habilidades de cada Radiante estaban unidas a los spren.
—Espera ¿«Radiantes»? Pero…
—Ya te lo explicaré. Pero primero debemos hablar de los Vaciadores.
Shallan asintió.
—Crees que regresarán, ¿no?
—¿Qué te hace decir eso?
—Las leyendas dicen que los Vaciadores vinieron cien veces para intentar destruir a la humanidad —continuó Shallan—. Yo… leí algunas de tus notas.
—¿Que hiciste qué?
—Buscaba información para aprender a animar —confesó Shallan.
Jasnah suspiró.
—Bueno, supongo que es el menor de tus delitos.
—No comprendo. ¿Por qué te molestas con historias de mitos y sombras? Otros eruditos (eruditos que sé que respetas) consideran a los Vaciadores una ficción. Sin embargo, buscas historias rurales de granjeros y las anotas en tu cuaderno. ¿Por qué, Jasnah? ¿Por qué tienes fe en esto cuando rechazas cosas que son mucho más plausibles?
Jasnah miró las hojas de papel.
—¿Sabes las verdaderas diferencias entre un creyente y yo, Shallan?
—No.
—Se me antoja que la religión, en su esencia, busca tomar hechos naturales y adjudicarles causas sobrenaturales. Yo, sin embargo, busco tomar hechos sobrenaturales y encontrar los significados naturales entre ellos. Quizás esa sea la línea divisoria definitiva entre la ciencia y la religión. Caras opuestas de un naipe.
—Entonces…, piensas…
—Los Vaciadores tienen una correlación natural con el mundo real —dijo Jasnah con firmeza—. Estoy segura. Algo causó las leyendas.
—¿Qué?
Jasnah le tendió una página de notas.
—Esto es lo mejor que he podido encontrar. Léelo. Dime qué piensas.
Shallan escrutó la página. Algunas de las citas, o al menos los conceptos, le resultaban familiares por lo que ya había leído.
«Súbitamente peligroso. Como un día de calma que se convierte en tempestad.»
—Eran reales —repitió Jasnah.
«Seres de ceniza y fuego.»
—Luchamos contra ellos —dijo Jasnah—. Luchamos tan a menudo que los hombres empezaron a hablar de las criaturas en metáforas. Cien batallas, otros cientos…
«Llama y alquitrán. La piel tan terrible. Ojos como pozos de negrura. Música cuando matan.»
—Los derrotamos… —dijo Jasnah.
Shallan sintió un escalofrío.
—… pero las leyendas mienten en una cosa —continuó Jasnah—. Dicen que expulsamos a los Vaciadores de la faz de Roshar o los destruimos. Pero los humanos no actúan así. No tiramos algo que podemos usar.
Shallan se levantó y se acercó al borde del balcón para contemplar el ascensor, que era bajado lentamente por sus dos porteros. Parshmenios. Con piel negra y roja. Ceniza y fuego.
—Padre Tormenta… —susurró Shallan, horrorizada.
—No destruimos a los Vaciadores —dijo Jasnah desde atrás, la voz angustiada—. Los esclavizamos.