La mañana siguiente, Elena se quedó tumbada en la cama mientras Rafael se vestía, observando cómo se ponía una de esas camisas de diseño especial para las alas. Se sentía magullada, dolorida. Él la había abrazado durante toda la noche, pensó. Había mantenido a raya las pesadillas. Por él encontraría la fuerza necesaria para luchar contra una culpa que amenazaba con ahogarla.
Se sentó y tomó un sorbo del café que había junto a la Rosa del Destino.
—¿Cómo se cierra el bajo de tus camisas? —Nunca había visto botones bajo las ranuras de las alas. Al parecer, los ángeles más poderosos preferían esas camisas, con cierres diminutos y discretos, casi invisibles. Los ángeles más jóvenes, en cambio, parecían más inclinados por los diseños complicados, cada uno tan único como la persona que lo llevaba.
Rafael enarcó una ceja.
—¿Soy un arcángel y tú me preguntas cómo mantengo las camisas cerradas?
—Siento curiosidad. —Se concentró en esa distracción para mantener su mente alejada del pasado. Dejó el café en la mesilla y realizó un gesto con el dedo índice para pedirle que se aproximara.
Según parecía, el arcángel estaba de buen humor, porque la obedeció: dejó la camisa sin abotonar y se acercó a ella.
Rafael apoyó las manos a ambos lados de su cuerpo y agachó la cabeza para besarla. El beso fue una reclamación absoluta. Largo, intenso y lento, un beso que le hizo doblar los dedos de los pies, que despertó sus terminaciones nerviosas y que le arrancó un gemido gutural.
—Provocador… —lo acusó en un susurro cuando él apartó la cabeza.
—Debo asegurarme de que nunca pierdas el interés.
—Ni aunque viviera un millón de años —replicó ella, atrapada por el azul eterno de sus ojos—. Creo que jamás encontraré a un ser tan fascinante como tú. —Una acuciante vulnerabilidad la abrumó un instante después, así que se apretó contra el calor de su pecho—. Enséñame la camisa.
Rafael le alzó la barbilla y le dio un beso que mostraba que esa mañana se sentía tierno.
—Lo que mi dama desee. —Se volvió para darle la espalda.
Tras apartar las sábanas, Elena se puso de rodillas.
—No hay costura —murmuró mientras examinaba la parte inferior de las aberturas—. Ni botones, ni cremallera. Casi esperaba ver una especie de velcro.
Rafael empezó a toser.
—Si no fueras mía, cazadora, tendría que castigarte por ese insulto.
Su arcángel estaba bromeando con ella. Era extraño, y eso hizo que el peso que sentía en su corazón se aliviara un poco.
—Vale, me rindo. ¿Cómo cierras las aberturas?
Le costó un verdadero esfuerzo apartar la vista de los maravillosos músculos de su pecho. Si no tenía cuidado, se dijo, ese arcángel la convertiría en su esclava. Abrió los ojos como platos en el instante en que se fijó en su mano.
—¿Es eso lo que creo que es? —Su mano desprendía un fuego azul, y eso le provocó un vuelco en el corazón.
—No es fuego de ángel. —Rafael cerró la mano y acabó con el juego de luces—. Es solo una manifestación física de mi poder.
Elena dejó escapar un suspiro.
—¿Utilizas eso para sellar los bordes?
—En realidad, los bordes no están sellados. Fíjate bien.
Elena los examinó con detenimiento, y esa vez alzó el bajo de la camisa casi hasta sus ojos. Fue entonces cuando los vio. Unos hilos del azul más claro, tan delgados que resultaban casi invisibles, se entrelazaban con el lino blanco de la camisa. Maravillada, se preguntó cuánto poder era necesario para crear algo así sin pensarlo. Él jamás le diría que ella era demasiado fuerte, demasiado rápida, demasiado dura.
—Supongo que nosotros, los simples peones, no podemos hacer algo así, ¿verdad?
—Requiere la habilidad de controlar el poder fuera del cuerpo. —Se dio la vuelta para acariciarle el labio inferior con el pulgar—. Por el momento, tienes muy poco poder, así que no puedes hacerlo.
Elena sujetó su muñeca y alzó la vista.
—Rafael, ¿algún día tendré que Convertir a la gente en vampiro?
—Eres un ángel creado, no de nacimiento. —La acarició con el pulgar una vez más—. Ni siquiera Keir conoce la respuesta a esa pregunta.
Y Keir, supo Elena sin necesidad de preguntarlo, era uno de los antiguos.
—Pero ¿y si…?
—En cualquier caso, no será pronto. —Una respuesta sólida como una roca—. Tu sangre estaba libre de toxinas cuando despertaste del coma. Se te harán pruebas periódicas varias veces al año, ahora que ya te has recuperado.
—¿Es duro? ¿Es difícil Convertir a alguien?
Rafael hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—La elección es difícil. La Cátedra tiene el deber de elegir a aquellos que no son débiles, que no quedarán destrozados, pero a veces comete errores.
Elena le dio un beso en la palma al oír algo que él jamás le había contado.
—No obstante, el acto en sí —dijo con un tono de voz algo más grave—, es tan íntimo como tú quieras que seas. Para algunos no es más que un proceso clínico similar al de donar sangre. Al humano se le induce un sueño farmacológico durante la transferencia.
Elena se estremeció de alivio.
—Creí que sería como cuando me besaste. —La intimidad de ese beso le había llegado al alma.
Fuego cobalto.
—Nada será nunca como ese beso.
Con el corazón desbocado, Elena se puso de pie en la cama y apoyó las manos en sus hombros. Rafael echó un vistazo a su cuerpo desnudo.
—Elena…
Ella lo besó. La reacción masculina fue incendiaria, pero la cazadora notó la tensión que yacía bajo la superficie.
—Tendremos que partir pronto, ¿no es así?
—Sí. —Le acarició el trasero con las manos, muy despacio—. Viajaremos hasta Pekín utilizando medios de transporte humanos.
—¿No causaría más impresión que llegáramos volando?
—Los vuelos largos requieren una fuerza muscular que tú no posees todavía. —Una respuesta práctica, pero sus manos descendieron más… y más—. Nos viene bien que ella nos considere débiles. Eso la volverá descuidada. Necesitaremos cualquier posible ventaja si es cierto que ha atravesado la frontera hacia la locura irreversible.
—Rafael… —Elena se estremeció y enterró las manos en su cabello—. Galen tiene razón. Yo te vuelvo vulnerable. Y ella conoce mi debilidad.
Yo también, Elena. Y aun así eres la dueña de mi corazón.
Dos horas más tarde, Elena se encontraba de nuevo en la pista de tierra batida que se había vuelto tan familiar para ella como su propio rostro. Probablemente porque la había visto muy de cerca más de una vez.
—Vaya… —dijo mientras contemplaba los ojos de pupilas verticales de su compañero de lucha—, así que de vez en cuando te quitas el traje…
Veneno sonrió para mostrar los colmillos que segregaban las toxinas, y su rostro resultó a un tiempo hermoso y extraño. No solo se había quitado el traje: lo único que llevaba puesto eran unos pantalones negros holgados que se movían con cada uno de sus movimientos como si fueran líquidos. El cuerpo del vampiro era tan sinuoso como la serpiente que la observaba desde sus ojos.
Y ese cuerpo… Sí, estaba claro que merecía la pena mirarlo bien. Sin embargo, estaba más preocupada por la facilidad con la que manejaba esos cuchillos curvos de treinta centímetros que tenía en las manos. Le recordaban a ciertos sables cortos que había visto una vez, aunque eran algo más cortos, algo más curvos. No curvos como una hoz, sino con un arco más suave, más elegante. Unas hojas exquisitas y letales.
Por supuesto, identificar esos cuchillos no era lo importante. Lo que importaba era lo que Veneno podía hacer con ellos.
Elena enfrentó su sonrisa de desdén con una de cosecha propia.
—No pudiste atrapar la daga que te arrojé en Nueva York.
El vampiro se encogió de hombros, haciendo que su piel de color dorado oscuro se tensara sobre esos músculos grandes y esbeltos.
—Lo atrapé.
—Por la hoja. —Elena probó las hojas largas y delgadas que Galen le había dado. Eran más cortas que el estoque con el que había empezado, y estaban equilibradas para que también pudiera lanzarlas. Si las espadas de Veneno habían sido creadas para la elegancia, las suyas habían sido fabricadas para la fuerza y el mayor daño posible. Ambas tenían doble filo, así que podría destripar a cualquiera con una precisión quirúrgica si fuera necesario—. Una negligencia por tu parte.
—Supongo que hoy tendré que enmendar ese error. —Se inclinó un poco y empezó a rodearla en círculos con movimientos muy, muy lentos.
Elena se movió en el sentido opuesto, ya que quería observar su estilo. La mayor parte de la gente telegrafiaba su siguiente movimiento con algún tipo de señal. Ella conocía muy bien su propia señal: sus pies. Le había llevado años de entrenamiento asegurarse de que nunca apuntaran en la dirección en la que pretendía moverse. Veneno no telegrafiaba nada con sus pies.
Elena se concentró en la zona que por lo general revelaba más cosas: los ojos. Se quedó sin aliento ante el primer contacto. Su cerebro aún tenía problemas para aceptar lo que veía cuando miraba a Veneno a los ojos. Justo entonces, las pupilas verticales se contrajeron y ella dio un paso atrás.
Una pequeña risotada.
El cabrón estaba jugando con ella. Elena apretó los dientes y enfrentó de nuevo su mirada mientras seguían moviéndose en círculos. Fue durante la segunda rotación cuando sintió que se le cerraban los ojos, que se tambaleaba un poco.
¡Joder!
Arrojó una de las espadas sin avisar. El vampiro se movió hacia un lado con la rapidez de una serpiente, pero aun así acabo de espaldas sobre el suelo, con un corte muy feo en el brazo.
Galen se acercó a ellos en un instante.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó con tono brusco y la mandíbula apretada—. Lanzar tu arma antes de que comience la lucha te restará muchas posibilidades de seguir con vida.
Elena no apartó los ojos de Veneno. El vampiro tenía una mano apretada contra el corte del brazo, pero su sonrisa… Lánguida. Provocadora. Una sonrisa que la retaba a pedirle respuestas. Elena agachó la cabeza, se abalanzó hacia delante… y clavó la hoja que le quedaba justo entre sus piernas.
—¡Joder! —El vampiro retrocedió a rastras, y se puso en pie de una forma completamente inhumana. Los cuerpos normales no se movían con esa fluidez líquida.
Galen miró a Veneno.
—¿Has intentado hipnotizarla?
—Debe estar preparada para lo inesperado. —Los ojos de Veneno tenían un color verde brillante cuando miraron a Elena—. Media vuelta más y lo habría conseguido.
—Yo también podría haberte cortado las pelotas de cuajo si hubiera apuntado un poco más arriba —dijo Elena antes de recoger sus armas—. ¿Quieres seguir con los jueguecitos o podemos volver al trabajo? La fecha se nos echa encima.
—Esto tardará unos minutos en curarse. —Apartó la mano para mostrar que la herida aún sangraba—. Ahora puedo comparar impresiones con Dmitri.
Elena pasó por alto ese comentario ladino y empezó a practicar los movimientos que Galen le había enseñado cuando no estaba lanzándole cuchillos a Illium. El pelirrojo la observó ejecutar la serie de movimientos e inclinó con sequedad la cabeza cuando acabó. Satisfecha, Elena apuntó a Veneno con el extremo de una de sus espadas.
—¿Estás listo?
El vampiro hizo girar las armas que tenía en las manos.
—Aún no he probado tu sangre.
«Ven aquí, pequeña cazadora. Pruébala.»
Todo se quedó inmóvil, en silencio. Elena ya no era consciente de la mirada burlona de Veneno, de la ligera capa de nieve que cubría el suelo ni de la presencia vigilante de Galen. Solo era consciente de la caza.
Veneno atacó sin previo aviso, moviéndose con la rapidez de la serpiente que estaba patente en muchas partes de su cuerpo además de en sus ojos. Sin embargo, Elena se movió antes y cruzó las espadas por delante de ella antes de adelantar una para dibujar una línea de sangre en el pecho del vampiro.
Veneno dijo algo cuando recibió la estocada. Ella no lo oyó. Su mente estaba concentrada en matar.
En esa ocasión, el monstruo no lo conseguiría, no mataría a Ari y a Belle, no le rompería tanto el corazón a su madre como para que no quisiera abandonar nunca esa cocina llena de la sangre y los gritos de sus hijas.
Percibió el instante en el que los músculos de los muslos de Veneno se tensaron, y atacó antes de que él pudiera hacerlo. Esa vez, el vampiro esquivó las hojas de acero, pero no el pie que ella había adelantado para hacerlo tropezar. Sin embargo, Elena cometió un error. Un reguero de fuego le recorrió el costado.
Estúpida. Había olvidado que ahora tenía alas.
Echó un vistazo rápido al ala para asegurarse de que los daños no eran graves y luego hizo girar una espada para que cantara en el gélido aire de la montaña. A continuación, volvió a fijar la vista en esos ojos escalofriantes. Si se los sacaba, estaría acabado. Una idea de lo más despiadada.
Las pupilas de Veneno se contrajeron en ese instante, y sus espadas se alzaron en una postura defensiva para bloquear los intentos de Elena de causarle un daño mortal. Sin embargo, la cazadora estaba más allá de cualquier pensamiento y se movía con la fuerza veloz de una cazadora nata. Veneno le gritó algo, pero lo único que oyó ella fue un frío siseo.
Apuntó a sus ojos.
Un estallido negro explotó en su cabeza. Luego no hubo nada.
Rafael aterrizó junto al cuerpo inconsciente de Elena, enfurecido.
—¿Tú incitaste esto? —preguntó mientras la cogía en brazos con mucho, mucho cuidado.
Veneno se limpió la sangre de la cara.
—No le he dicho nada peor que otras veces. —La mirada del vampiro se concentró en Elena—. Creo que hice un comentario sobre probarla o algo así.
—Sabes que yo te mataría si lo intentaras.
—Nuestro deber es protegerte de las amenazas, en especial de aquellas que puedes pasar por alto. —Veneno enfrentó su mirada—. Michaela, Astaad, Charisemnon…, todos ellos intentarán matarla en algún momento, porque saben que eso te desequilibrará. Es mejor librarse del problema ahora.
Rafael extendió las alas en preparación para el vuelo.
—Ella es más importante para mí que cualquiera de vosotros. No lo olvidéis nunca.
—Y tú eres un arcángel. Si caes, millones de personas morirán.
Lo que quedaba implícito era que la muerte de un ángel que antes era mortal sería preferible a la muerte de un arcángel.
—Elige dónde está tu lealtad, Veneno.
—Hice esa elección hace dos siglos. —Las pupilas verticales se fijaron en Elena—. Pero si ella juega con la muerte, yo no me contendré.
Muy consciente de lo que el vampiro quería decir, Rafael se elevó hacia los cielos con Elena apretada contra su pecho. Era inevitable que recordara la última vez que la había abrazado de esa forma. La inmortalidad no había hecho que estuviera a salvo, tan solo que tuviera más probabilidades de sobrevivir a las heridas que a buen seguro recibiría. Sin embargo, no podía hacer nada para protegerla de los recuerdos que la atormentaban.
La llamada mental de Galen había llegado casi demasiado tarde. Si Elena hubiera conseguido rozar los ojos de Veneno, la criatura de sangre fía que moraba dentro del vampiro habría atacado sin vacilar y habría clavado los colmillos en su vulnerable carne.
Eso la habría dejado paralizada, sumida en la agonía.
Y, atrapado por el trance de la cobra, era muy posible que Veneno le hubiera cortado la cabeza a Elena antes de que Galen pudiera intervenir, lo que la habría matado sin remisión.
Tras dejarla sobre la cama, Rafael buscó su mente.
Elena.
Ella movió la cabeza de un lado a otro con un gemido, como si librara una salvaje batalla interna. La promesa que le había hecho (la de no colarse en su mente) pugnaba con la necesidad de protegerla que había anidado en su alma. El impulso era incluso más fuerte que el día anterior. Habría sido muy sencillo introducirse en su cabeza y borrar lo que le hacía daño.
«Preferiría morir como Elena que vivir como una sombra.»
Rafael apartó los mechones de cabello que cubrían su rostro y repitió la orden en voz alta.
—Elena.
La cazadora separó los párpados por un instante, y Rafael pudo ver que sus ojos no tenían el color plateado de costumbre: habían adquirido el tono de la medianoche y estaban llenos de los ecos de la pesadilla. Sin embargo, volvieron a la normalidad en cuanto parpadeó un par de veces. Elena lo miró con expresión confundida y se frotó la frente.
—Me siento como si me hubiera caído encima una viga. ¿Qué ha ocurrido?
—Tuve que intervenir cuando decidiste convertir el entrenamiento en un combate mortal.
Ella apartó la mano de su frente.
—Lo recuerdo. —Un susurro—. ¿Veneno está bien?
—Sí. —No obstante, a Rafael quien le preocupaba era ella—. Los recuerdos empiezan a aflorar mientras estás despierta.
Elena se sentó en la cama.
—Fue como si me convirtiera en una persona diferente. No, ni siquiera eso… Fue como si me convirtiera en una máquina concentrada en una única cosa.
—Se parece al estado Silente.
Elena tembló al recordar en qué se había convertido él durante el período Silente, al recordar a esa criatura sin alma que acababa con las vidas humanas con la misma facilidad con la que se sofocan unas pequeñas llamas.
—¿Crees que se debe al cambio, a la inmortalidad?
—Es uno de los factores. —Asintió con la cabeza—. Aunque tal vez sea que ha llegado el momento.
El momento de que recordara todas las cosas que había decidido olvidar.
—Quiero hablar con mi padre.