Las siguientes seis semanas fueron un frenesí de armas y vuelos de entrenamiento: con Rafael siempre que estaba en el Refugio, y con Galen cuando el arcángel debía regresar a la Torre. Elena pasó el tiempo libre asimilando toda la información que podía y visitando a Sam. Para su deleite, el chico se estaba curando mucho más rápido de lo que cualquiera podría haber imaginado. Noel también se recuperaba bien.
No hubo ningún otro incidente violento en el Refugio… a excepción de las dagas del Gremio manchadas de sangre que seguían apareciendo en los lugares que ella frecuentaba. Se demostró que la sangre pertenecía a Noel, así que no había confusión posible con el origen de la amenaza. Por desgracia, las dagas carecían de esencias vampíricas, y la capacidad de Elena para rastrear ángeles iba y venía.
Frustrada por la falta de un rastro sólido (aunque decidida a no convertirse en un blanco fácil), Elena acababa de dejar una nueva daga en el centro de investigación forense una mañana cuando se topó con la hija de Neha.
—Namaste. —El saludo salió de la boca de una mujer hermosa y fascinante, con la mirada oscura y lánguida propia de una hedonista nata… siempre que uno pasara por alto la inteligencia y la astucia que ocultaban esos ojos.
Elena respondió de forma tranquila y educada. Hasta el momento, nada señalaba a Anoushka como el ángel que andaban buscando y, como hija de Neha, gozaba de poder… un poder que ella no quería desatar sin motivo.
—Namaste.
Anoushka la miró de arriba abajo sin molestarse en ocultar su evaluación.
—Sentía curiosidad por saber quién eras. —Una afirmación casi propia de una niña. Se acercó a ella ataviada con un elegante sari blanco con bordados rosa y azul claro—. Pareces muy humana, a pesar de las alas… —murmuró—. Seguro que tu piel muestra todos los cardenales, todas las heridas. —Un comentario casual. Una amenaza evidente.
Elena respondió con la verdad.
—Tu piel es perfecta.
Un parpadeo rápido, como si Anoushka se hubiera sorprendido. Luego inclinó la cabeza un poco.
—No creo haber oído un cumplido de boca de otro ángel femenino desde hace al menos un centenar de años. —Su sonrisa debería haber resultado encantadora, y sin embargo…—. ¿Te apetece dar un paseo conmigo?
—Me temo que debo ir a entrenar. —Miró a Galen con el rabillo del ojo con la esperanza de que él hubiera mantenido las distancias. En esos momentos, Anoushka parecía sentir solo curiosidad, pero las cosas podrían ponerse muy feas ante la menor señal de agresión.
—Por supuesto… —Anoushka hizo un gesto de indiferencia con la mano—. A Rafael debe de preocuparle mucho tener una compañera tan débil.
Tener a esa mujer a la espalda era como sentir miles de escarabajos correteando sobre la piel. Elena casi se alegró cuando llegó hasta Galen: en aquel momento, intentar protegerse de un experto en armas le parecía mucho mejor que enfrentarse a un ángel que podía llegar a ser una auténtica cobra. Según los rumores que había oído, Anoushka se había criado bebiendo veneno mezclado con la leche materna.
Un escalofrío estremeció su cuerpo. Estaba más que dispuesta a someterse al agotador entrenamiento físico. Sin embargo, otra de las creaciones de Neha, Veneno, interrumpió la sesión de combate cuerpo a cuerpo. El vampiro llevaba puestas sus eternas gafas de sol y un traje negro acompañado de una camisa del mismo color. Sin embargo, por una vez, su expresión no mostraba ni rastro de burla.
—Ven. Sara espera al teléfono.
Elena empezó a seguirlo sin rechistar.
—¿Le ha ocurrido algo a Zoe? —El miedo por su ahijada le constreñía la garganta.
—Deberías hablar con ella personalmente.
Las alas de Elena rozaron los escalones mientras se dirigía a la oficina de Rafael. Las alzó de manera instintiva. Ese acto se había convertido ya en algo tan natural como comer, gracias a que Galen la había arrojado al suelo más de una vez. Aquella criatura no le daba cuartel. El más mínimo error y acababa en el suelo. Pero apreciaba su ayuda, ya que los renacidos de Lijuan no mostrarían ninguna clemencia con ella si la más antigua de los arcángeles decidía echar a su ejército de mascotas sobre los invitados.
Tras acompañarla hasta el pasillo que había fuera del despacho, Veneno se situó junto a la puerta como si fuera un centinela. Elena sabía, sin necesidad de preguntarlo, que Illium estaba cerca, ya que nunca había menos de dos miembros de los Siete con ella cuando Rafael se alejaba del Refugio. Eso la molestaba, la enfurecía más bien. Pero los hechos eran los hechos. Había recuperado las fuerzas, había puesto a punto sus habilidades, pero no era un arcángel, y, sin tener en cuenta la amenaza de las dagas, Michaela aún seguía en el Refugio. La arcángel había mostrado compasión por el niño, pero no sentía ninguna por Elena.
La última vez que había hablado con Ransom, su amigo le había dicho que los vampiros hacían apuestas sobre si ella viviría lo suficiente como para asistir al baile de Lijuan… y que todos daban por seguro que no conseguiría salir con vida de ese acontecimiento.
«¿Sabías que alguien quería tu cabeza sobre una bandeja de plata? Bien, pues la recompensa se triplicará para la persona que le lleve a Michaela no solo tu cabeza, sino también tus manos.»
Cogió el teléfono tan pronto como entró en el despacho.
—¿Sara? —inquirió.
—Ellie… —La voz de Sara tenía un acento extraño, una mezcla de furia y preocupación—. Tengo a tu padre esperando en otra línea.
Elena tensó las manos sobre el teléfono. A Jeffrey Deveraux solo le había faltado llamarle «puta» durante su último encuentro.
—¿Qué es lo que quiere?
—Ha ocurrido algo. —Una pausa—. Te lo contaría, pero creo que esta vez él tiene derecho a hacerlo en persona.
Elena frunció el ceño y asintió como si Sara pudiera verla.
—Pásame la llamada y acabemos con esto de una vez. —No permitiría que Jeffrey le hiciera daño, se prometió. El hombre que había luchado por su derecho a ver a sus hermanas por última vez, por su derecho a despedirse de ellas, había desaparecido mucho tiempo atrás, y estaba harta de que el bastardo que lo había sustituido siempre acabara hiriéndola.
Sara no perdió el tiempo. Se escuchó un susurro y luego silencio.
—¿Sí? —dijo Elena, incapaz de llamarlo «padre».
Además, ahora Jeffrey creía que se había Convertido en vampiro. Era muy raro que se dignara a hablar con ella. Apretó la mano aún más.
—¿Qué pasa?
Una pausa que hablaba de cosas no mencionadas desde hacía mucho tiempo.
—Alguien saqueó anoche la tumba de tu madre.
Lijuan. Una furia glacial inundó sus entrañas.
—¿Se la llevaron?
—No. —Una palabra cortante—. Un vampiro que, al parecer, trabaja para Rafael detuvo al autor del delito antes de que acabara.
Las rodillas de Elena estuvieron a punto de colapsarse de alivio. Rafael, cómo no, había puesto guardias junto a las tumbas de sus familiares después de que Lijuan le enviara su «regalito». Se aferró al borde del escritorio y se esforzó por mantener un tono de voz tranquilo.
—Tal vez sea el momento de que cumplas el deseo de mamá e incineres su cuerpo para arrojar sus cenizas al viento.
«Para que pueda volar, chérie.»
Esa había sido la respuesta de Marguerite cuando Elena la interrogó después de escuchar a escondidas la conversación con Jeffrey, en la que le había dicho lo que quería que hiciera si ella moría antes que él.
—No habrá necesidad de hacerlo si consigues mantener a tus amiguitos lejos de ella. —Cada una de las palabras era una puñalada cuyo objetivo era cortar, magullar.
Herida, Elena respondió:
—Hay toda la necesidad del mundo, pero claro, tú nunca has sabido cumplir tus promesas. —Colgó antes de que su padre pudiera añadir algo más. Le temblaba la mano cuando se cubrió la boca.
La puerta se abrió en ese instante, y supo, sin necesidad de volverse, que Rafael había ido a buscarla.
—¿La tocaron? —le preguntó.
—Ni siquiera tuvieron la oportunidad de acercarse a la lápida. —Unas manos fuertes sobre sus hombros, unas manos que tiraron de ella hacia un pecho cálido sólido como una pared.
—Oyendo a mi padre, cualquiera diría que la habían desenterrado. —Cerró los dedos sobre las manos masculinas—. ¿Por qué no me lo habías contado?
—Me enteré de camino. —Un beso sobre su mejilla—. Quería decírtelo en persona. No esperaba que Jeffrey tuviera los contactos necesarios para averiguarlo tan rápido.
—Mi padre conoce a todos los que hay que conocer. —Tanto legales como no, aunque la habría abofeteado por insinuar eso último—. El que intentó saquear la tumba de mi madre… ¿tus hombres consiguieron atraparlo?
—Sí. —Una respuesta rápida que le erizó el vello de la nuca—. Era un renacido.
Elena aspiró con fuerza.
—¿Todavía le quedaba cerebro suficiente como para cumplir órdenes sin ayuda?
—Según parece, era un renacido reciente. —Rafael deslizó las manos sobre sus brazos, primero hacia abajo y luego hacia arriba, antes de abrir las puertas de la terraza—. No hablan, pero Dmitri jura que había una expresión de súplica en sus ojos cuando fue atrapado.
—¿Quería vivir?
—No. —Le ofreció una mano.
Elena la aceptó y dejó que el arcángel la guiara hasta la brisa fresca de la terraza. Permanecieron juntos mientras sus alas se rozaban con una intimidad que ella no le permitiría a nadie más.
—¿Por qué no huyó? ¿Por qué no se suicidó cuando tuvo la oportunidad?
—Lijuan controla a sus marionetas. Sin embargo, no creo que tenga control suficiente para manejarlas a tanta distancia, y eso me lleva a pensar que envió a alguien más a quien los hombres de Dmitri no lograron encontrar.
—Alguien a quien el renacido pensó que debía obedecer. —Dejó escapar un suspiro y se preguntó qué clase de maldad podía asustar a los muertos—. ¿Qué le hizo Dmitri?
—Le dio lo que deseaba.
Elena apretó las manos sobre la barandilla.
—Bien. —Desearía esa misma piedad si alguna vez llegaba a convertirse en una de las horribles criaturas renacidas de Lijuan.
—Los jueguecitos de Lijuan —dijo Rafael— se están volviendo cada vez más peligrosos. El incidente de la tumba de tu madre ocurrió en mi territorio, lo que viola el acuerdo implícito de no adentrarnos en las tierras de los demás sin permiso.
—Negación plausible. Siempre puede alegar que no sabía nada de los actos de sus subordinados.
—Todos sabríamos que miente, pero sí, ha llegado tan lejos que algo así sería posible. —Rafael extendió las alas, y una de ellas se deslizó sobre su espalda en una silenciosa caricia—. Es hora de que hagamos nuestro propio movimiento.
Elena lo miró de soslayo y, al observar el ángulo implacable de su mandíbula, recordó que aquel era el arcángel que había ejecutado a uno de los suyos.
—Ya lo has hecho.
Los labios masculinos se curvaron en una sonrisa que ningún mortal querría ver jamás.
—Lijuan parece creer que su posición como la más antigua entre nosotros la convierte en intocable.
—¿Podrías matarla si fuera necesario?
—No estoy seguro de que Lijuan pueda morir realmente. —Pronunció esas aterradoras palabras con un sereno poder—. Es posible que haya vivido tanto que se haya convertido en una verdadera inmortal, alguien que cabalga sobre la línea entre la vida y la muerte.
—Pero… —dijo Elena, que sintió un escalofrío abrumador— parece que prefiere la muerte a la vida.
—Sí.