El día siguiente les regaló una indeseada sorpresa. Puesto que el rastro de esencias había desaparecido y la gente de Rafael se encargaba de los demás aspectos de la búsqueda, Elena retomó los entrenamientos destinados a poner su cuerpo en forma. El ángel que había herido a dos de los hombres de Rafael descubriría que ella no era un objetivo tan fácil como se creía. Tenía la intención de clavarle una daga del Gremio entre las costillas cuando fuera a por ella.
Por desgracia, había olvidado que Dmitri había regresado a la Torre.
—Estarás muerta dos segundos después de que se te acaben las balas, si esa es tu única defensa. —Galen sopesó la pistola sobre la palma de su mano. Sus ojos verdes tenían una expresión tan amistosa como la de un oso pardo—. ¿Algún arma secundaria?
—Cuchillos. —No lo admitiría ni en un millón de años, pero empezaba a echar de menos el perverso sentido del humor de Dmitri.
—Si vas a usar cuchillos —dijo Galen mientras ella se adentraba en la pista de entrenamiento, un sencillo círculo de tierra batida situado frente una enorme estructura de madera sin ventanas—, tendrás que aprender a arrojarlos sin dañarte las alas. —Cogió de la mesa algo parecido a un estoque, aunque la funda protectora era mucho más sencilla que las enrevesadas vainas que ella había visto en la colección de otro cazador. Galen se lo ofreció y le dijo—: Necesito saber de qué eres capaz.
—Te he dicho que uso cuchillos —replicó Elena, que flexionó la muñeca para evaluar el peso de la hoja—. Este es mucho más largo que cualquiera de los que yo utilizo.
—Los cuchillos te acercan demasiado al objetivo. —De repente, tuvo a Galen delante de las narices, con una hoja corta y letal sobre su garganta. Sus pechos estaban atrapados bajo el calor del torso masculino desnudo—. Y no eres lo bastante rápida como para vencer a otro ángel.
Elena dejó escapar un siseo, pero no retrocedió.
—Aun así, podría destriparte.
—No antes de que yo te cortara la garganta. Sin embargo, ese no es el objetivo de este ejercicio.
Al sentir que la sangre se deslizaba por su cuello, Elena descartó la ira y sopesó sus opciones con frialdad. La mano que sostenía la espada había sido inutilizada de una forma eficiente, ya que él estaba demasiado cerca. Y dada la falta de impulso, su otra mano tampoco conseguiría hacer mucho daño.
Pero las alas de los ángeles eran muy sensibles.
Tras sujetar el ala de Galen con la mano libre, alzó la espada con la otra. El pelirrojo se puso fuera de su alcance, y el cuchillo desapareció a tal velocidad que Elena apenas atisbo el movimiento.
—Alas… —dijo al comprender que ese cabrón le había enseñado algo crucial—. Las alas me dan una ventaja a la hora de sorprender a un oponente, pero si se acerca demasiado se convierten en un punto débil.
—En esta etapa, sí. —Galen hizo girar el estoque que había elegido. La esbelta espada parecía demasiado delicada para su mano enorme. Elena tenía la certeza de que su arma preferida se parecía mucho más a un sable. Algo pesado, sólido y efectivo.
—Supongo que a partir de ahora tendré que utilizar la ballesta para colocarles el chip a los vampiros —replicó mientras recordaba con cierta melancolía los collarines, su método favorito para inmovilizar a sus objetivos.
Dotadas de un chip que neutralizaba a los vampiros mediante una reestructuración temporal de sus cerebros, esas armas especiales eran la única ventaja que los cazadores tenían frente a sus oponentes, mucho más fuertes y rápidos. Elena se había planteado conseguir algunas réplicas ilegales para su uso personal ahora que estaba rodeada de vampiros, pero había comprendido que en cuanto utilizara una de ellas, no solo originaría una tormenta que enterraría al Gremio, sino que también conseguiría que Rafael perdiera la lealtad de los vampiros que se encontraban bajo su mando. Los chips estaban muy regulados por una razón fundamental: los vampiros no querían pasarse la vida protegiéndose las espaldas.
Elena comprendía muy bien lo que sentían: era una putada perder el control de tu cuerpo, convertirse en una marioneta. Además, la mayoría de los que la rodeaban esos días eran demasiado fuertes para verse afectados por el chip. No obstante, ese era un secreto que se llevaría a la tumba, porque, en ocasiones, lo único que un cazador tenía a su favor era el elemento sorpresa, la convicción de los vampiros de que habían sido neutralizados.
—¿Piensas retomar tu trabajo en el Gremio? —El tono de Galen estaba cargado de desaprobación.
—¿Qué otra cosa voy a hacer? ¿Quedarme sentada de brazos cruzados?
—Eres un estorbo. —Palabras frías, crueles—. En la calle serás un blanco fácil para cualquiera que quiera llegar hasta Rafael convirtiéndote en su rehén.
—Esa es la razón de que esté aquí fuera, incrementando el número de cardenales. —No se dejaría intimidar—. Rafael no quiere una princesa. Quiere una guerrera.
«Mis amantes siempre han sido guerreras.»
Eso le había dicho su arcángel. Y ahora que ya habían establecido los límites, Rafael estaba sacando provecho a sus habilidades, a sus dones. No pensaba dejar que un ogro de expresión amargada echara por tierra los fundamentos de la relación que mantenía con su compañero.
—Estuvo a punto de morir por tu culpa. —Una embestida con la espada, tan cercana que Elena la bloqueó de manera instintiva.
Se giró hacia un lado y alzó su estoque.
—Él decidió caer conmigo.
—A veces, incluso un arcángel se equivoca. —Un centelleo de movimientos rápidos.
Sin embargo, Elena había interpretado los movimientos de sus pies y estaba preparada para ponerse fuera de su alcance. Cuando se volvió, había varios mechones de su cabello sobre la tierra batida de la pista, mechones que habían sido cortados limpiamente por la hoja de Galen. Tal vez tuviera el aspecto de un matón, pero sabía moverse.
—Supongo que la batalla ha comenzado.
—Si así fuera, estarías muerta. —Tras recuperar la pose de espera, Galen contempló su mano con expresión crítica—. Tienes que cambiar la forma de empuñar. Tal y como sujetas la espada en estos momentos, podría romperte la muñeca con un único golpe.
—Enséñame.
El ángel lo hizo antes de añadir:
—El estoque es en realidad un arma muy agresiva. Utilízala.
El resto de la mañana fue agotadora.
Tres horas después, Elena estaba cubierta de sudor, y su instructor y ella habían atraído a un enjambre de curiosos. Galen no le permitió descansar y comenzó otra sesión de combate. La cazadora notaba que sus alas arrastraban por el suelo, el temblor de sus músculos.
Cabrón.
Puesto que no estaba dispuesta a permitir que la tirara al suelo, evitó sus estocadas con movimientos escurridizos y deliberados… hasta que bajó la guardia durante una fracción de segundo. En ese instante, lo atacó. El estoque le dio en el hombro y se hundió varios centímetros.
La sangre manchó la piel bronceada del torso masculino. Los espectadores dejaron escapar una exclamación ahogada. Sin embargo, Galen se limitó a apartar su cuerpo de la espada, bajó su arma y le ofreció la mano.
—Muy bien. Deberías haber hecho eso hace una hora. Aunque deseaba clavárselo en el corazón, Elena le tendió el estoque.
—Conozco los movimientos básicos, pero tardaré un tiempo en ser efectiva con esto. —Un tiempo del que no disponía.
—Nos concentraremos en el lanzamiento de cuchillos más tarde, pero necesitas tener cierta habilidad con la espada, por si acaso te ves envuelta en una lucha cuerpo a cuerpo. —Sus ojos verde claro se clavaron en los de Elena—. Si quieres sobrevivir al baile de Lijuan, tendrás que dejar de actuar como una humana y apuntar directamente a la yugular. —Abandonó la pista de entrenamiento sin decir una palabra más.
Lo único que deseaba Elena era convertirse en un montoncito de gelatina, pero el orgullo la mantuvo en pie.
Nadie se interpuso en su camino cuando se marchó de la pista, pero sintió los ojos clavados en ella durante todo el trayecto hasta la fortaleza de Rafael. Las pistolas y los cuchillos, pensó mientras entraba, eran las armas más versátiles para el uso diario. El estoque era demasiado largo, pero una espada más corta… Sí, algo así podría servirle.
Era una pena no tener consigo el lanzallamas en miniatura que había en su colección. Aun así, no era algo que pudiera llevar consigo todos los días y, además, aunque era efectivo contra los vampiros, solo le habría hecho cosquillas a los ángeles. Lo mejor que podía hacer contra un ángel era dejarlo discapacitado… el tiempo suficiente como para sacar cierta ventaja.
Estaba tan absorta sopesando sus opciones que tardó varios minutos en darse cuenta de que había girado a la derecha en vez de a la izquierda después de entrar en el pasillo principal. Aunque si seguía caminando, pensó, demasiado exhausta para darse la vuelta, tal vez el pasillo la llevara al final hasta la parte central. Se frotó la nuca y contempló las paredes de esa zona, que estaban llenas de exuberantes tapices de seda con incrustaciones de piedras preciosas que se agitaban con la brisa procedente de la parte de arriba. La alfombra que había bajo sus pies encajaba a la perfección con la decoración, ya que su tono rosa oscuro tenía un leve matiz amatista.
Las corrientes de aire le llevaron el eco de una risilla.
Se quedó paralizada al comprender la trascendencia del lugar en el que se encontraba. Ricos, exóticos y casi demasiado vivos, los colores la acariciaron con dedos aterciopelados. La última vez que había estado en un lugar tan impregnado de sensualidad se encontraba en el ala de los vampiros de la Torre. Y Dmitri había estado a punto de follarse a una mujer delante de sus narices. El hecho de que ambos estuvieran vestidos carecía de importancia: esa rubita voluptuosa había estado a punto de llegar al orgasmo.
Era demasiado tarde para darse la vuelta. Tensó la espalda… y, al percibir la familiar esencia de un tigre a la caza, aceleró el paso. Sin embargo, su cabeza insistió en volver la vista hacia una puerta abierta; insistió en echar un vistazo a esa espalda esbelta y musculosa, con una piel inmaculada de color marrón con toques dorados; insistió en observar esa cabeza de melena plateada inclinada sobre el cuello de una mujer que emitía gemidos inconfundiblemente sexuales.
Una mujer con alas.
Sus pies echaron raíces en el suelo. Naasir se estaba alimentando de un ángel, y a juzgar por los gemidos roncos de la mujer y por la forma en que sus manos se aferraban a los bíceps del vampiro, era obvio que era él quien llevaba las riendas de la situación.
Incapaz de apartar la mirada, Elena contempló cómo Naasir cubría con la mano uno de los turgentes pechos femeninos, La cabeza del ángel cayó hacia atrás y dejó expuesto su cuello, suplicando otro beso sangriento, cuando él alzó la vista, cuando se dio la vuelta, cuando esos ojos de platino líquido se clavaron en los de Elena.
Estremecida, la cazadora agachó la cabeza y continuó su camino tan rápido como se lo permitieron las piernas. Fue un alivio llegar a la parte central de la casa, con su techo abovedado y su abundancia de luz.
Por Dios bendito.
Los ojos y el rostro de Naasir estaban impregnados de sexo, pero también de una necesidad más oscura, de un hambre más siniestra…, como si el vampiro hubiera estado dispuesto a abrir el pecho de su amante para beber directamente de su corazón palpitante mientras se la follaba.
Sintió cómo se le erizaba la piel de la espalda. Compadecía al cazador que tuviera que rastrear a esa bestia de ojos plateados que cazaba durante la noche.
Veinte minutos más tarde, estaba limpia y tenía una toalla enrollada alrededor del cuerpo. Se había sentado sobre la cama para frotarse las pantorrillas, y sopesaba la posibilidad de caminar hasta el aula de Jessamy. Sin embargo, su mente no dejaba de regresar a esa perturbadora imagen que había contemplado en el ala de los vampiros, y había algo raro en ella que la tenía abrumada.
Ese lugar, con su increíble belleza y sus secretos, con toda esa violencia disfrazada de paz, no era su hogar. Su corazón era aún el de una mortal… y allí no había mortales. Taxistas refunfuñones zigzagueando entre la lluvia, inversores de aspecto impecable con los teléfonos móviles implantados quirúrgicamente en la oreja, cazadores llenos de moratones y de sangre contando chistes después de una caza difícil…; esa era su vida. Y la echaba tanto de menos que a veces le costaba respirar.
Sara lo entendería.
Tras sujetar la toalla con más fuerza a su alrededor (alas incluidas), cogió el teléfono. Mientras escuchaba el pitido de la línea, deseó con desesperación que su mejor amiga estuviera despierta.
—Hola. —Una voz masculina, grave, tan bienvenida como lo habría sido la de Sara.
—Soy yo, Deacon.
—Me alegra oír tu voz, Ellie.
—Y a mí la tuya. —Apretó el puño sobre la toalla y parpadeó para contener unas lágrimas inesperadas—. ¿Es muy tarde ahí?
—No. Estaba viendo Barrio Sésamo con Zoe. Se acaba de quedar dormida.
—¿Cómo está? —Elena detestaba haberse perdido un año de la vida de su ahijada.
—Está un poco resfriada —dijo Deacon—. Pero Slayer la tiene controlada.
Elena sonrió al oír el nombre del sabueso babeante que pensaba que Zoe era suya.
—¿Y Sara?
—Vosotras dos debéis de tener una especie de conexión psíquica. —Humor seco, muy propio de Deacon—. Pensaba llamarte, pero se quedó dormida justo después de cenar. Ha pasado unos días difíciles en el Gremio… Casi pierde a una de las cazadoras.
El corazón de Elena empezó a martillear contra las costillas.
—¿A quién?
—A Ashwini. —El nombre de la cazadora que le había hablado a Elena de Nazarach por primera vez—. Fue acorralada por una manada de vampiros en un callejón de Boston… Al parecer, querían saldar cuentas con ella, ya que Ash había dado caza a uno de su grupo cuando se convirtió en un renegado. Le hicieron unos cuantos cortes bastante feos.
—¿Están muertos? —Una pregunta glacial.
—Ash mató a dos de ellos e hirió a los demás. La tinta de las órdenes de ejecución aún estaba fresca cuando sus cabezas llegaron al Gremio por correo urgente.
—Lo más probable es que las mandara el ángel a quien pertenecen. —A la mayoría de los ángeles no le gustaba que los vampiros actuaran por su cuenta. Era malo para el negocio—. ¿Ash está bien?
—Los médicos aseguran que no hay daños irreversibles. Dicen que se habrá recuperado en un mes como máximo.
El alivio hizo que todo su cuerpo empezara a temblar.
—Gracias a Dios…
—¿Y tú qué tal, Ellie?
Elena tragó saliva con fuerza al percibir la preocupación que destilaban esas palabras.
—Estoy bien. Acostumbrándome a mi nuevo cuerpo. Las cosas no funcionan igual, ¿sabes?
—Tengo en mente una ballesta especial para ti.
—¿En serio?
—Voy a diseñarla para que puedas asegurarla con comodidad en el brazo, y no en la espalda. De esa forma no tendrás que preocuparte por las alas.
—Suena bien.
—¿Qué te parecen los dardos ligeros? Harían su trabajo a la perfección y no serían un lastre durante el vuelo.
—¿Puedes conseguir que se recarguen de manera automática? —Galen podría comerse su espada, pensó. Una idea infantil, sí, pero hizo que se sintiera mejor—. Necesito velocidad.
—Algo con pequeñas hojas dentadas giratorias podría irte mejor… Déjame pensar en ello. Puedes utilizar los dardos para las escaramuzas y las hojas para defenderte en caso de peligro serio. —Una pausa—. ¿Vas a regresar al Gremio?
—Por supuesto. —Era una cazadora nata. Las alas no cambiaban ese hecho.
Rafael enfrentó los ojos de Neha en la enorme pantalla situada en la pared. La Reina de las Serpientes, de los Venenos, estaba sentada en una silla fabricada con una madera resplandeciente de color claro. No obstante, el brillo no impedía que se vieran las imágenes talladas en la madera: un millar de serpientes retorcidas cuyas escamas reflejaban la luz. Neha estaba apoyada en el respaldo de esa especie de trono, con un bindi en forma de cobra dorada en la frente.
—Rafael. —Sus labios, rojos, grandes y venenosos, se entreabrieron—. He oído que tenéis problemas en el Refugio.
—Hay un ángel que quiere Convertirse en arcángel.
—Sí, eso mismo me ha dicho mi hija. —Sacudió una de sus elegantes manos e hizo tintinear las pulseras que llevaba en las muñecas—. Siempre hay alguien empecinado en mejorar su posición social. —Estiró el brazo para coger algo, y la seda de su sari color esmeralda emitió un susurrante crujido—. Pero estoy de acuerdo en que ese personaje debe ser castigado de una forma que no se olvide jamás. Nuestros hijos son demasiado escasos para ser usados como peones.
Rafael sabía que, pese a su forma de enunciar esa frase, Neha era uno de los pocos miembros de la Cátedra que trataba a los niños humanos como objetos preciosos. Eso no impedía que acabara con la vida de los adultos, pero todos los huérfanos que originaban sus actos crecían en el lujo y la abundancia, y el recuerdo de la muerte de sus padres era borrado de sus mentes.
—Anoushka —dijo en esos momentos, mientras acariciaba a la pitón que tenía en el regazo— dice que estás al tanto del desagradable objeto que dejaron en su cama.
—Tienes muchos enemigos. —Y Anoushka, pensó, empezaba a acumular su propia falange.
La mano de Neha se deslizó sobre la piel verde azulada de la serpiente con movimientos elegantes y sensuales, como si estuviese acariciando a su amante.
—Así es.
—¿Sabes algo de los demás que pudiera ayudarnos en la caza? —El que buscaban bien podría haber cometido varios errores en actos anteriores a los ataques del Refugio.
—Titus y Charisemnon han cerrado sus fronteras, así que mi gente no puede entrar ni salir. —Un brillo de irritación llenó esos ojos oscuros—. Favashi me comentó algo acerca de que había perdido a varios de sus vampiros más antiguos hace un par de meses. Aún no ha atrapado al asesino. —Esa vez, Rafael percibió una incredulidad absoluta.
De estar en el lugar de Favashi, Neha habría matado y seguiría matando hasta que alguien confesara. No era la mejor forma de conseguir la verdad… pero, como era de esperar, la Reina de las Serpientes nunca había sufrido una rebelión.
—¿Cómo está Eris? —Solo cuando esas palabras salieron de sus labios, Rafael se dio cuenta de que le había mentido a Elena. Había otra arcángel que mantenía una relación estable. Aunque no había mentido de manera intencionada, sencillamente había olvidado a Eris, como la mayoría de la gente.
—Sigue vivo. —Las palabras de Neha resultaban escalofriantes en su precisión—. Anoushka va a investigar a su gente para encontrar al traidor que mancilló su cama. Te informaré si descubre algo de valor.
Cuando interrumpió la conexión, Rafael pensó en la última vez que había visto a Eris.
De eso hacía trescientos años.