10

Rafael aterrizó en la terraza de la base que Elijah poseía en el Refugio. Sabía que a Elena le habría encantado conocer a Hannah, pero aún era una inmortal recién nacida… y jamás le confiaría su vida a sus compañeros ángeles o arcángeles, con sus constantes cambios de humor. Además, no era casualidad que tanto Elijah como Michaela hubieran elegido ese momento para acudir al Refugio.

El aroma de las magnolias precedió la llegada de Hannah al balcón.

—Rafael. —Extendió ambas manos—. Ha pasado mucho tiempo.

Tomó las manos que le ofrecían y se inclinó para darle un beso en la mejilla.

—Unas cinco décadas. —Hannah apenas abandonaba su hogar en Suramérica—. ¿Estás bien?

La arcángel asintió con la cabeza. Su piel color ébano resplandecía bajo el sol de la tarde, y su cabello era una masa de rizos negros veteada de fuego que atrapaba la luz.

—He venido a conocer a tu cazadora.

—Me sorprendes, Hannah. —Soltó sus manos cuando ella se volvió para acompañarlo al interior.

La arcángel se echó a reír, y su risa fue un sonido cálido y agradable.

—Tengo mis defectos. Y la curiosidad es uno de ellos.

—Elena se sentirá halagada al saber que ha conseguido Arrancarte de tu hogar.

Hannah se dirigió a una pequeña y hermosa mesa tallada para coger una botella del más delicado cristal.

—¿Vino?

—Te lo agradezco. —Rafael echó un vistazo a la estancia y descubrió el toque artístico de Hannah en cada uno de los cuadros y los muebles—. Viajas mucho más de lo que la gente hace.

Una pequeña sonrisa íntima.

—Elijah vendrá pronto. No hace mucho que llegamos

—Gracias. —Rafael cogió el líquido dorado que le ofrecían, aunque su brillo le recordó otra época, otro lugar. Una cazadora moribunda con el cabello casi blanco entre sus brazos. Y un corazón que creía muerto rompiéndose a causa de la angustia.

—¿Qué tal sabe? —preguntó Hannah.

Rafael hizo un gesto negativo con la cabeza. La ambrosía… Ese momento era… indescriptible… y muy íntimo.

Tras un instante, Hannah inclinó la cabeza en silenciosa aquiescencia.

—Me alegro por ti, Rafael.

Él enfrentó su mirada, a la espera.

—Siempre te he considerado un amigo —añadió ella en voz baja—. Sé que si los otros decidieran atacar a Elijah por la espalda, no te unirías a ellos.

—¿De dónde procede semejante certeza?

—Del corazón, por supuesto.

Elijah apareció en ese instante, con el cabello húmedo.

—Rafael… ¿No has traído a tu Elena contigo?

Mi Elena.

Rafael se preguntó qué pensaría su cazadora de la forma en la que los demás arcángeles hablaban de ella.

—No esta vez. —Quizá algún día pudiera confiar en Elijah. Pero ese día no había llegado aún.

—Vamos —dijo Hannah—, sentémonos. —Se volvió hacia Elijah, y Rafael supo que habían intercambiado cierta información, ya que los labios de ella se curvaron antes de que tomara asiento.

—Bueno… —dijo Elijah mientras su compañera le servía vino con una pose que hablaba de madurez y elegancia—, he oído que Michaela nos ha honrado con su presencia.

—Parece que el Refugio resulta de su agrado estos días.

Una pequeña sonrisa apareció en la boca del otro arcángel.

—¿Te ha hablado Hannah de su último cuadro? Es extraordinario.

—Acaba de llegar —protestó esta—. No obstante, debo decir que casi se pintó solo.

La media hora siguiente transcurrió en medio de una conversación fácil, y aunque Rafael había imaginado el ritmo que tendría el encuentro, empezó a sentirse impaciente. No estaba familiarizado con ese sentimiento: después de vivir tanto, manejaba muy bien el arte de la paciencia. Sin embargo, todo había cambiado después de conocer a la cazadora.

Al final, salió al balcón con Elijah mientras Hannah se excusaba con discreción.

—¿Le has contado todo? —preguntó Rafael.

—Qué pregunta tan personal… Tú no sueles hacer eso.

—Elena me ha preguntado sobre las relaciones angelicales, y he descubierto que sé muy poco sobre ellas.

Elijah bajó la vista hasta el río que circulaba mucho más abajo, retorciéndose entre grietas que se habían hecho cada vez más profundas con el paso de los siglos.

—Hannah sabe todo lo que yo sé —respondió al final.

—En ese caso, ¿por qué no se queda con nosotros?

—Lo sabe porque es mi compañera. No siente el menor deseo de verse atrapada en las maquinaciones de la Cátedra.

—Una pausa—. Tú no lo entiendes porque tu cazadora siempre ha estado relacionada con los asuntos de la Cátedra.

—¿Cómo es posible que alguien con el poder de Hannah (y debo admitir que está mucho más fuerte que la última vez que la vi) se contente con permanecer en las sombras?

—A Hannah no le gusta la política. —Elijah se volvió para mirar a Rafael. Su mandíbula parecía hecha de granito—. Y tampoco que otro ángel se atreva a utilizar mi nombre.

—Eso pone de manifiesto una arrogancia que lo llevará a cometer un error —replicó Rafael, mientras recordaba que Elena le había dicho algo parecido en aquellos tensos momentos en los que lo abrazaba con fuerza… como si quisiera impedir físicamente que cayera al abismo—. Busca la gloria. Y para eso es necesario ser conocido.

—Comprendo tu furia, Rafael —La ira del propio Elijah se manifestaba en forma de una violenta ráfaga de calor—, pero no podemos permitir que esto nos aparte del verdadero problema.

—Te has enterado de algo. —Lo percibía en los ojos del otro arcángel, en su voz.

Elijah asintió.

—Corren rumores de que Lijuan planea mostrar abiertamente a sus renacidos en el baile.

Rafael ya lo había supuesto. El último informe de Jason, entregado después de que los renacidos de Lijuan lo acorralaran lo bastante como para arrancarle parte de la cara, hablaba de un ejército cada vez más numeroso formado por muertos a los que les habían devuelto la vida.

—Debemos prepararnos para las consecuencias que tendrá que la gente se entere de hasta qué extremo ha evolucionado Lijuan.

—El mundo se estremecerá —susurró Elijah en la oscuridad del atardecer—. Y todos nos temerán aún más.

—Eso no tiene por qué ser una desventaja. —El miedo impedía que los mortales tomaran decisiones estúpidas, que olvidaran que un inmortal siempre resultaba vencedor en una batalla.

El rostro de Elijah mostraba un perfil de lo más aristocrático contra el resplandor anaranjado de la puesta de sol, y su cabello dorado parecía estar en llamas.

—¿Crees que eso es aplicable en este caso?

—Los mortales son impredecibles… Podrían calificar de monstruo a Lijuan o considerarla una diosa.

Elijah echó un vistazo por encima del hombro cuando Hannah salió al balcón para preguntarles si querían más vino.

—¿Rafael?

Rafael hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Muchas gracias, Hannah.

—Es un placer.

—Ver en qué se está convirtiendo Lijuan… —dijo Elijah una vez que su compañera se marchó— hace que una parte de mí tema lo que nos espera al final.

—Sabes tan bien como yo que nuestras habilidades están vinculadas a lo que somos. —Rafael aún no entendía su nuevo e inesperado talento… ¿De dónde había salido? ¿De qué semilla o acto?—. Tú nunca te habrías apoderado del primogénito de todas las familias de un pueblo solo para demostrar tu poder.

Elijah se quedó visiblemente desconcertado.

—No sabía que Lijuan hubiera hecho eso.

—Ya era anciana cuando yo nací, incluso cuando naciste tú. —Y eso que Elijah era unos tres mil años mayor que Rafael—. Ha hecho muchas cosas que han quedado enterradas en los anales del tiempo.

—En ese caso, ¿cómo te has enterado?

Rafael se limitó a mirar a los ojos al otro arcángel.

Después de un rato, Elijah hizo un gesto de asentimiento.

—Eso dice poco a favor de nuestra inteligencia. ¿Qué hizo con los niños que arrebató?

—Al parecer, algunos se convirtieron en sus mascotas mortales… y siguieron con vida hasta que dejaron de entretenerla. A los demás se los entregó a sus vampiros como fuente de alimento.

—Eso —dijo Elijah— no puedo creerlo. —Su rostro estaba cargado de repugnancia—. Los niños no pueden tocarse. Es nuestra ley más sagrada.

Los nacimientos angelicales eran raros, muy raros. Todos los niños eran considerados un regalo, pero…

—Algunos de los nuestros creen que solo importan los niños ángeles.

La piel del rostro de Elijah se tensó sobre sus pómulos.

—¿Tú lo crees?

—No. —Una pausa de sinceridad brutal—. Aunque he amenazado a varios niños mortales como forma de controlar a sus padres. —Sin embargo, sin importar cuáles fueran las transgresiones de los padres, ni una sola vez había tocado a sus hijos.

—Yo hice lo mismo durante la primera mitad de mi existencia —admitió Elijah—. Hasta que comprendí que la amenaza está a un solo paso del acto en sí.

—Así es. —Un año antes, mientras se encontraba en un período Silente (un estado inhumano sin emociones originado por uno de los usos específicos de su poder), la oscuridad presente en Rafael había pensado que la vida de un niño tenía muy poco valor. Eso era una mancha en su alma, un crimen para el que nunca buscaría perdón… porque era imperdonable. Sin embargo, nunca habría entregado la vida de un niño como recompensa—. El que descubrió la atrocidad cometida por Lijuan —dijo, preguntándose una vez más qué habría sido de él sin Elena— presenció cosas que aplastarían todas las dudas posibles.

Rafael recordó lo que le había contado su jefe de espionaje.

«Vi los cadáveres. —En aquel momento, la voz de Jason estuvo a punto de romperse, y su tatuaje tribal negro empezó a destacarse con fuerza sobre esa piel que, por lo general, tenía un saludable tono marrón—. Cositas diminutas y arrugadas. Los conserva como recuerdo.

—¿Cómo es posible que se hayan conservado?

—Después de que los vampiros consumieran su sangre y los mataran, ella hizo que los momificaran. —Los ojos oscuros de Jason se clavaron en su rostro—. Hay bebés en esa sala, sire.»

Incluso en esos instantes, Rafael no podía pensar en ese asunto sin sentir una profunda aversión. Había cosas que no se hacían.

—Si Uram siguiera con vida —dijo, hablando del arcángel a quien había matado la noche en que saboreó la ambrosía, la noche en la que hizo que una mortal pasara a ser uno de los suyos—, habría seguido a buen seguro el camino de la evolución de Lijuan. Asesinó a toda una ciudad, incluidos los niños que dormían en sus cunas, por ofender a uno de sus vampiros.

—El ángel que intentó destrozar a Noel —La furia de Elijah era afilada como un millar de hojas de acero— todavía sigue ese camino. No necesitamos a otro de esos en la Cátedra.

—No. —Porque una vez que un ángel ocupara esa posición, la Cátedra no intervendría… No mientras el ángel en cuestión limitara sus atrocidades a su propio territorio y no causara problemas a escala global. Ningún arcángel toleraría interferencias dentro de su esfera de poder.

—¿Has visto a alguna de las niñas que Charisemnon se lleva a la cama?

—Son demasiado jóvenes. —Había sido Veneno quien le había proporcionado esa información. El vampiro, cuya piel hablaba de sus orígenes al sur del subcontinente indio, se había adentrado sin problemas en el calor desértico del territorio de Charisemnon—. Pero consigue que las cosas no salgan de su territorio.

Charisemnon ponía mucho cuidado en no tomar a ninguna menor de quince años, y se excusaba diciendo que había crecido en una época en la que las quinceañeras eran consideradas lo bastante adultas para el matrimonio. No obstante, las niñas a las que elegía siempre eran las que parecían mucho, mucho más jóvenes de su edad cronológica. Había bastantes inmortales (y también muchos mortales) que se confabulaban con Charisemnon para que las perversiones del arcángel no salieran a la luz.

Elijah miró a Rafael.

—Titus dice que Charisemnon abusó de una niña que vivía en su lado de la frontera.

—He investigado esa situación… y parece que acabará en una guerra fronteriza.

—Puede que Titus tenga sus defectos, pero en esto estoy de acuerdo con él. Si Charisemnon rompe los límites territoriales, debe pagarlo… No dará cuenta de sus crímenes en ningún otro lugar.

Rafael estaba de acuerdo. Pero ni siquiera Charisemnon, con todas sus despreciables costumbres, era la amenaza que se cernía sobre ellos de manera inexorable.

—No estoy seguro de que podamos detener a Lijuan.

—No. —La boca de Elijah se transformó en una línea muy fina—. Creo que no podríamos acabar con su vida ni siquiera aunando nuestras fuerzas. —Respiró hondo—. Pero nos estamos adelantando a los acontecimientos. Quizá se contente con jugar con sus renacidos en el interior de su corte.

—Quizá. —Y quizá Lijuan decidiera darle rienda suelta a sus ejércitos, convertirse en la encarnación literal de la semidiosa que ya era en su patria. No obstante, esa diosa solo traería muerte, y sus renacidos se darían un festín con la carne de los vivos mientras ella lo contemplaba todo con una sonrisa indulgente.

Era inevitable, pensó Elena más tarde, que soñara esa noche. Podía sentir cómo el pasado la empujaba con las manos cubiertas de sangre. Luchó, pataleó, pero aun así la arrastraron por ese oscuro pasillo, por el sendero que su padre había construido piedra a piedra aquel calinoso verano, hacia la resplandeciente cocina blanca que su madre mantenía inmaculada.

Marguerite estaba junto a la encimera.

Bébé, ¿por qué te quedas ahí de pie? Ven, te prepararé una taza de chocolate.

Elena notó que le temblaban los labios, que se le doblaban las rodillas.

—¿Mamá?

—Por supuesto, ¿quién iba a ser si no? —Una risotada familiar, generosa—. Cierra la puerta antes de que el frío entre en casa.

Le resultó imposible no echar la mano hacia atrás, no cerrar la puerta. Se sorprendió al ver que su mano era la de una niña: una mano pequeña, marcada con los cortes y arañazos propios de una cría que prefería subirse a los árboles que jugar con las muñecas. Se dio la vuelta, aterrada por la posibilidad de que aquel milagro se desvaneciera, por la posibilidad de encontrarse al monstruo devolviéndole la mirada.

Sin embargo, solo encontró el rostro de Marguerite. Su madre la miraba con expresión interrogante cuando se arrodilló a su lado.

—¿Por qué estás tan triste, azeeztee? ¿Eh? —Unos dedos largos y hábiles colocaron los mechones de cabello de Elena por detrás de sus orejas.

Marguerite solo conocía unas cuantas palabras del árabe marroquí, unos cuantos recuerdos de la madre a la que había perdido en su infancia. El sonido de uno de esos preciosos recuerdos fue lo que hizo que Elena empezara a creer.

—Te he echado muchísimo de menos, mamá.

Unas manos le acariciaron la espalda, la abrazaron con fuerza hasta que las lágrimas se agotaron y Elena pudo dar un pequeño paso atrás para contemplar ese adorable rostro. Era Marguerite quien parecía triste en esos momentos, ya que sus ojos plateados estaban llenos de pesar.

—Lo siento, bébé. Lo siento mucho.

El sueño empezó a romperse, a desvanecerse.

—Mamá, no…

—Tú siempre has sido la más fuerte. —Un beso en la frente—. Desearía poder salvarte de lo que está por llegar.

Elena contempló la estancia con expresión frenética cuantío el lugar comenzó a desmoronarse y aparecieron regueros de sangre en las paredes.

—¡Tenemos que salir! —Agarró la mano de su madre e intentó obligarla a atravesar la puerta.

Sin embargo, Marguerite no estaba dispuesta a acompañarla. Su rostro estaba cargado de advertencias cuando la sangre empezó a alcanzar sus pies desnudos.

—Tienes que estar preparada, Ellie. Esto no ha acabado.

—¡Sal de aquí, mamá! ¡Sal de una vez!

—Ay, chérie, sabes muy bien que jamás saldré de esta habitación.

Rafael acunó a su cazadora mientras ella lloraba contra su pecho. La vulnerabilidad de Elena era como una puñalada en su corazón. No tenía palabras con las que aplacar su desconsuelo, pero murmuró su nombre hasta que ella empezó a verlo, hasta que empezó a reconocerlo.

—Bésame, arcángel. —Un susurro desgarrado.

—Como desees, cazadora del Gremio. —Hundió la mano en su cabello, apretó la boca contra sus labios y se apoderó de ella. Todavía no estaba lo bastante recuperada como para soportar las salvajes profundidades de su pasión, pero podía proporcionarle el olvido que buscaba… aunque el control que eso requería implicaba una violenta intensificación de la agonía sexual que amenazaba ya con volverlo loco.

No le haría daño, no tomaría lo que ella estaba dispuesta a entregarle.

Cambió de posición en la cama y apretó su cuerpo contra el de Elena para que ella pudiera sentir la magnitud de su deseo.

Las pesadillas no tienen poder sobre ti, Elena. Ahora eres mía.

Los ojos de mercurio líquido que se clavaron en él estaban cargados de turbulentas emociones.

—En ese caso, tómame.

—Puedo excitarte, nada más. —Y lo hizo. La llevó a un punto febril con sus besos, con sus dedos, con la implacable demanda de su necesidad… y solo para hacer desaparecer las pesadillas.

Cuando percibió en los dedos la humedad del interior del cuerpo de Elena, cuando vio que su piel estaba cubierta de sudor y que sus ojos parecían vidriosos a causa de la excitación, la empujó hacia el orgasmo.

—¡Rafael! —Su espalda se puso rígida cuando el placer la atravesó en una marea sobrecogedora, un placer mucho más intenso por el hecho de haber sido negado durante tanto tiempo.

Rafael sintió que su propia piel comenzaba a resplandecer a causa del poder contenido. Su erección palpitaba, se moría por hundirse en el interior de Elena hasta que ella fuera lo único en el universo. Apretó los dientes y enterró la cara en su cuello mientras luchaba por recuperar el control… y fue entonces cuando se dio cuenta de que la descarga brutal de satisfacción la había dejado inconsciente.