6

Rafael observó cómo Michaela se llevaba la copa de cristal a los labios con la gracia inconsciente de una criatura femenina que había tenido siglos para perfeccionar su fachada de elegancia. Para ser justo, debía admitir que era hermosa, quizá la más hermosa del mundo. Su piel perfecta tenía el color del más exótico de los cafés mezclado con crema; sus ojos eran de un verde que avergonzaba a las piedras preciosas; y su cabello consistía en una masa de mechones negros entrelazados con bronce, castaño y todos los tonos intermedios.

Era deslumbrante… y utilizaba su aspecto con la misma efectividad y la misma falta de sentimientos con la que otros empuñaban un arma. Si los hombres, tanto mortales como inmortales, habían muerto después de caer presa de semejante belleza, la culpa no era de nadie más que de ellos mismos.

—Así que… —ronroneó la arcángel en esos instantes, disimulando su veneno con miel—, tu cazadora ha sobrevivido. —Al ver que él no decía nada, compuso una mueca de desagrado—. ¿Por qué lo has mantenido en secreto?

—No creí que te interesara si Elena sobrevivía o no.

Solo su muerte.

Por suerte, Michaela no fingió que no había entendido el comentario.

Touché. —Alzó la copa en un brindis y dio un pequeño sorbo del líquido dorado—. ¿Te enfadarías mucho si yo la matara?

Rafael enfrentó esos ojos verdes ponzoñosos y se preguntó si Uram habría logrado atisbar el corazón perverso de la criatura a la que consideraba su consorte.

—Parece que mi cazadora te fascina. —Era una afirmación deliberada. Elena era suya, y la protegería.

Michaela descartó esas palabras con un gesto de la mano.

—Es una presa interesante, pero ahora que ha perdido sus habilidades, todo sería demasiado fácil. Supongo que tendré que dejarla en paz.

Era una oferta sutil y muy bien calculada.

—Creo… —dijo Rafael, que no corrigió esa asunción errónea—… que Elena es más que capaz de cuidar de sí misma.

Los pómulos de Michaela se marcaron contra esa piel por la que tantos seres habían muerto.

—No creerás que es mi igual, ¿verdad?

—No. —Observó cómo el rostro de la arcángel se llenaba de placer, de satisfacción, antes de añadir—: Lo cierto es que creo que Elena es absolutamente incomparable.

Por un gélido instante, la máscara de Michaela se vino abajo.

—Ten cuidado, Rafael. —Era un depredador quien le devolvía la mirada, un depredador dispuesto a limpiarse la sangre de los dedos con gélidos remilgos mientras observaba a la víctima que se retorcía de agonía a sus pies—. No pienso enfundar mis garras por el mero hecho de que ella sea tu mascota.

—En ese caso le diré a Elena que no guarde las suyas. —Dio un sorbo del vino y se apoyó en el respaldo de la silla—. ¿Asistirás al baile?

En un abrir y cerrar de ojos, la máscara estuvo de nuevo en su lugar, perfecta e inmaculada.

—Por supuesto. —Se pasó una mano por el pelo, movimiento que apretó sus pechos contra el tejido verde oliva de un vestido que enseñaba lo suficiente como para volver locos a la mayoría de los hombres—. ¿Has estado alguna vez en la fortaleza de Lijuan?

—No. —La más antigua de los arcángeles vivía en un baluarte montañoso oculto en el interior de las extensas fronteras chinas—. Creo que ninguno de los miembros de la Cátedra ha estado allí. —Aunque Rafael había conseguido introducir a varios de los suyos en ese lugar a lo largo de los siglos. En el presente, esa tarea estaba en manos de Jason, el jefe de los espías, que, cuando regresaba, traía noticias cada vez más perturbadoras sobre la corte de Lijuan.

Michaela hizo girar el líquido de su copa.

—Uram fue invitado una vez, cuando era joven —le dijo a Rafael—. Lijuan estaba encariñada con él.

—No sé si eso es un halago para Uram o no.

Una risa íntima y suave.

—Ella es bastante… inhumana, ¿verdad? —Palabras procedentes de un miembro de la Cátedra que hablaban del alcance de la «evolución» de Lijuan.

—¿Qué te contó Uram sobre su fortaleza?

—Que era impenetrable y que estaba llena de incontables tesoros. —Sus ojos brillaban, aunque Rafael no habría sabido decir si ese brillo se debía a la imagen de los tesoros o al recuerdo de su amante—. Dijo que jamás había visto tantas obras de arte, tantos tapices y tantas joyas. No sé si debería creer lo que me dijo… ¿Has visto a Lijuan llevar diamantes alguna vez?

—No tiene necesidad de hacerlo. —Con el cabello del blanco más puro y unos extraños ojos grises iridiscentes que Rafael no había visto nunca antes, Lijuan resultaba inolvidable sin la necesidad de adorno alguno. Y esos días, pensó, la atención de la más antigua de los arcángeles estaba puesta en un mundo que ninguno de ellos podía siquiera imaginar. Lijuan no había abandonado su fortaleza en más de medio año, ni siquiera para reunirse con sus compañeros arcángeles. Y eso hacía que el baile resultara un acontecimiento extraordinario—. ¿Ha invitado a toda la Cátedra?

—Chari ha recibido una invitación —dijo Michaela, refiriéndose a otro de sus antiguos amantes—, y él me ha asegurado que Neha también ha recibido una, así que doy por hecho que Lijuan nos ha invitado a todos. Deberías pedirle a Favashi que te acompañe. Creo que nuestra princesa persa sería una acompañante perfecta para ti.

Rafael la miró a los ojos.

—Si pudieras, matarías a todas y cada una de las mujeres bellas de este mundo, ¿verdad?

Ella no perdió la sonrisa ni un instante.

—Sin pensármelo dos veces.

Elena colgó el teléfono y salió al balcón con el ceño fruncido.

—Illium, ¿tú sabes algo sobre las mascotas de Lijuan?

El ángel le dirigió una mirada penetrante.

—Las fuentes de Ransom son muy buenas.

Sí, pensó Elena, lo eran. Sin embargo, su compañero no había podido averiguar quiénes eran esas criaturas que hacían que los vampiros la dieran por muerta.

—¿Qué son? —Se le puso la espalda rígida cuando su mente le ofreció una explicación—. No serán vampiros que se han rendido a la sed de sangre, ¿verdad? —Atrapados en una continua espiral de violencia, de saciedad y de hambre, esos vampiros eran asesinos psicópatas.

«Ven aquí, pequeña cazadora. Pruébala.»

Illium negó con la cabeza mientras ella descartaba ese recuerdo que se negaba a permanecer enterrado. El cabello del ángel se agitaba con la brisa procedente de las montañas. Era una joya recortada contra la negrura de la noche, y su belleza resultaba tan deslumbrante que incitaba a dejar de mirar las estrellas para poder contemplarla. Elena se aferró a ese salvavidas para mantenerse en el presente.

—¿Por qué no te ha matado Michaela todavía?

—Porque soy un ser masculino. Preferiría follarme.

Esa respuesta descarada la desconcertó unos instantes.

—¿Y lo ha hecho?

—¿Te parezco un tipo que desea que lo devoren vivo después del sexo?

Elena esbozó una sonrisa y giró la cara hacia el viento para disfrutar de su frescura.

—Bueno, háblame de las mascotas de Lijuan.

—Pregúntale a Rafael.

Su sonrisa se desvaneció al recordar dónde estaba Rafael en esos momentos. En busca de una distracción, señaló con la cabeza las luces que salpicaban el cañón que se abría ante ellos como una inmensa grieta de la Tierra.

—No me digas que hay gente que vive ahí… —El río corría a lo lejos, muy por debajo de las luces, pero aun así, Elena podía sentir las fuertes vibraciones que originaba la corriente de agua.

—¿Por qué no? Las cuevas son unos nidos perfectos. —La sonrisa del ángel era un rayo de luz blanca en su rostro—. Yo tengo una. Cuando sepas volar, podrás visitarla.

—Al paso que voy, cuando pueda volar, habré cumplido los ochenta.

—Solo hace falta una vez —dijo Illium en voz baja, con el rostro bañado por la luz de la luna. Los rayos iluminaban esos rasgos que parecían estar en trance, hacían que su piel pareciera transparente y transformaban su cabello en un millar de mechones de ébano líquido cuajados de zafiros—. Ese primer vuelo es algo que no olvidas jamás… El susurro del aire en las alas desplegadas, la embriagadora sensación de libertad, la felicidad que bailotea en tu alma cuando eres todo lo que se supone que debes ser.

Atrapada por la inesperada poesía de esas palabras, Elena estuvo a punto de no ver a Rafael, que estaba aterrizando. A punto. Porque nada, ni nadie, podría jamás acaparar su atención cuando su arcángel estaba cerca. Apenas consciente de que Illium se había quedado callado a su lado, contempló la elegancia devastadora del descenso de Rafael. Illium era hermoso como una espada resplandeciente, pero Rafael… Rafael era magnífico.

—Creo que es hora de que me vaya.

Notó que Illium se marchaba, pero fue una nota distante en su cerebro, ya que sus ojos estaban clavados en el arcángel que había aterrizado delante de ella.

—¿Qué tal la cena? —preguntó mientras contemplaba esos ojos azul cobalto, llenos de secretos que tardaría toda la eternidad en desentrañar.

—Sobreviví.

Eso debería haberle provocado una sonrisa, pero lo único que sintió fue una violenta posesión… que se intensificaba hasta límites letales al saber que ahora la arcángel de ojos verdes podía matarla sin el menor esfuerzo.

—¿Te marcó Michaela?

—¿Por qué no lo compruebas? —Rafael extendió las alas.

De repente, Elena se sintió estúpida y vulnerable, así que se volvió para aferrarse a la barandilla del balcón.

—No es asunto mío si quieres pasar el tiempo con una hembra que se merendaría tu corazón y bailaría de buena gana sobre tu tumba si eso le proporcionara algún tipo de poder.

—Vaya, pues no estoy de acuerdo en eso, Elena. —Rafael apoyó las manos sobre la baranda y la encerró entre sus fuertes brazos—. Recoge las alas.

Ella tardó un minuto en averiguar cómo se realizaba el sencillo movimiento de plegar las alas al cuerpo, que tantas veces les había visto hacer a los demás ángeles.

—Es más difícil de lo que parece.

—Requiere control muscular. —Palabras pronunciadas contra su cuello. Rafael se acercó más a ella y atrapó sus alas entre los cuerpos de ambos.

Dolía… pero era un dolor que hacía resplandecer su piel de pasión, de necesidad. Cada movimiento del cuerpo masculino, cada roce de sus labios, se clavaba como un dardo en el núcleo del cuerpo de Elena. Sin embargo, había luchado contra la atracción de Rafael desde el momento en que lo conoció. Jamás había sido una presa fácil para él.

—¿En qué no estás de acuerdo? —preguntó mientras observaba las alas que atravesaban el exuberante color negro de la noche, de camino hacia sus nidos.

Ángeles que se dirigían a su hogar.

Un pensamiento extraño, una extraña sensación, encontrarse en su escondrijo más secreto, cuando ella siempre los había visto en las sombras de la oscuridad.

—Considero que sí que es asunto tuyo que yo pase el tiempo con Michaela.

Elena percibió la peligrosa corriente subyacente en sus palabras, una que le hizo doblar los dedos de los pies y despertó sus instintos de caza.

—¿En serio?

—Del mismo modo que considero asunto mío que el hecho de que tus alas estén manchadas de azul.

Elena abrió los ojos de par en par y se apartó de la barandilla. O intentó hacerlo.

—Rafael, deja que me aparte para poder verlo.

—No.

Ella dejó escapar un suspiro.

—Basta. Illium no pretendía nada de nada.

—El polvo de ángel no es el resultado de un acto instintivo… a menos que uno esté practicando sexo. —Pellizcó con los dedos la punta rígida de uno de sus pezones, un asombroso recordatorio sensual de que el arcángel de Nueva York ya había perdido el control en la cama en una ocasión—. Es el resultado de un acto premeditado.

—Si Illium hubiera intentado algo así —le dijo, luchando por pronunciar las palabras a través de la apabullante oleada de necesidad—, le habría dado una bofetada. Está bajo tu mando.

Labios en su oreja; una mano que se movía para cubrirle el pecho con devastadora intimidad.

—Illium siempre ha tenido su vida en muy poca estima.

Elena no pudo evitarlo. Inclinó el cuello a un lado para proporcionarle un mejor acceso.

—Y, a pesar de todo, es uno de los miembros de tu equipo de seguridad.

—Creo que sabe que es tu favorito. —Besos por el cuello. Besos cálidos y sexuales que decían a las claras que Rafael solo tenía una cosa en mente.

Tras soltar una carcajada teñida de pasión, Elena extendió la mano hacia atrás para deslizar los dedos por su mejilla.

—¿Tanta influencia tengo sobre ti?

Notó el roce de los dientes masculinos.

—Si tu Campanilla sigue con vida mañana, tendrás tu respuesta. —Apretó el cuerpo contra ella, duro, cálido y exigente, mientras sus manos se deslizaban bajo la ropa para cerrarse sobre los pechos desnudos.

—Rafael…

Al final le permitió volverse y la acorraló contra la baranda. El instinto llevó a Elena a extender las alas sobre el metal, que era lo único que impedía que cayera sobre las rocas de abajo. No, pensó de inmediato. Rafael jamás la dejaría caer. Y si caía, él caería con ella.

—Bésame, arcángel.

—Como desees, cazadora del Gremio. —Sus labios rozaron los de ella, masculinos y terrenales de un modo que refutaba el mito de que los ángeles estaban demasiado «evolucionados» como para rebajarse a semejantes placeres físicos.

Elena dejó escapar un gemido gutural y le rodeó el cuello con los brazos antes de ponerse de puntillas para besarlo mejor. Cuando la mano de Rafael rozó el costado de uno de sus pechos, se estremeció de placer. Le mordió el labio inferior y abrió los ojos.

—Ahora.

—No. —Otro beso apasionado y sexual.

Ella se apartó y deslizó la mano por los músculos de su pecho, hacia abajo. Rafael se la sujetó antes de que pudiera cerrar los dedos en torno a su erección.

—No estoy tan débil… —protestó la cazadora.

—Tampoco estás fuerte. —El poder brillaba en el iris de sus ojos—. No para lo que yo quiero.

Elena se quedó inmóvil.

—¿Y qué es lo que quieres?

Todo.

El mar y el viento. Limpios y salvajes… dentro de la mente de Elena.

—Te daré mi pasión, mi corazón —añadió ella, que luchaba por mantener su independencia y por algo más…: por construir una base para esa relación que durara toda una eternidad—. Pero mi mente es mía. Acéptalo.

—¿O? —La gélida pregunta de un ser acostumbrado a conseguir exactamente lo que deseaba.

—Supongo que tendrás que esperar para averiguarlo. —Tras apoyarse contra la baranda de la terraza con el cuerpo anhelante e insatisfecho, Elena se limitó a mirarlo, a contemplar el equilibrio exquisito entre belleza y crueldad, perfección y oscuridad. La pasión de Rafael había convertido sus rasgos en una máscara austera, y su estructura ósea impecable se marcaba contra la piel. Sin embargo, no intentó besarla de nuevo.

Te partiré en dos.

Elena recordó lo que le había dicho antes, y esas palabras formaron un muro invisible entre ellos. Consciente de que él tenía razón, dejó escapar un suspiro.

—Tengo una pregunta que hacerte.

Rafael esperó con paciencia… como si tuviera todo el tiempo del mundo y ella fuera la única mujer en el universo. Eso la dejó sin aliento. ¿Cómo había conseguido ella, Elena Deveraux, una cazadora común y corriente según su padre, ganarse el derecho a hacerle preguntas a un arcángel?

—¿Qué sabes sobre las mascotas de Lijuan?

Su lánguido parpadeo fue la única indicación de que lo había sorprendido.

—¿Puedo atreverme a inquirir cómo has averiguado que debías formular esa pregunta?

Elena esbozó una sonrisa.

La expresión de Rafael cambió: en esos momentos tenía una intensidad que la abrasó por dentro.

—Como ya he dicho —Sus ojos adquirieron el color del cromo—, harás que la eternidad sea mucho más interesante.

Fue entonces cuando Elena vio la luz que desprendían sus alas. Una luz brillante y letal, lo bastante como para hacerle parecer precisamente lo que era: un inmortal que poseía el poder suficiente en su cuerpo como para destruir una ciudad. El instinto tensó los músculos de Elena en preparación para el vuelo, y la descarga de adrenalina fue tan fuerte que apenas podía hablar.

—Estás… brillando.

—¿De veras? —Los dedos masculinos le soltaron la coleta y se enredaron en los mechones—. Las mascotas de Lijuan son renacidos.

Atónita por el hecho de haber recibido una respuesta directa, Elena aspiró con tanta fuerza que sus pulmones protestaron a causa del esfuerzo… sobrecargados por la presión de la presencia de Rafael, de su poder. Elena no le advirtió sobre ello, ya que era consciente de que no lo hacía para intimidarla. Él era así. Y si quería danzar con ese arcángel, tendría que aprender a lidiar con él.

—¿Tienen algo que ver con los vampiros?

—No. A medida que envejecemos… —El brillo empezó a disminuir, aunque sus ojos aún tenían ese tono metálico que ningún humano poseería jamás—, los arcángeles adquirimos ciertos poderes.

—Como las habilidades mentales —murmuró ella, que tenía el corazón desbocado—. Y el glamour. —En el mundo se llenaría de paranoicos si la gente se enterara de que algunos arcángeles podían caminar entre las multitudes sin ser vistos.

—Sí. Lijuan es la más antigua entre nosotros y, por lo tanto, también tiene más poderes.

—Entonces, ¿esos renacidos son algo que solo ella puede crear?

Un gesto de asentimiento que agitó los mechones de cabello negros como el carbón contra su frente.

Elena alzó la mano para apartárselos de la cara y permaneció un rato acariciando las sedosas hebras de pelo.

—¿Qué son?

—Lijuan —dijo Rafael con un tono de voz que recordaba a la medianoche— puede hacer caminar a los muertos.

A Elena se le paró el corazón por un segundo cuando vio en sus ojos que decía la verdad. Intentó asimilar lo que acababa de oír.

—No pretenderás decirme que esa criatura consigue de algún modo devolver la vida a la gente, ¿verdad?

Tras deslizar la mano hasta su nuca, Elena se aferró a él mientras Rafael le contaba cosas que ningún mortal sabía.

—Caminan, pero no hablan. Jason me ha contado que durante sus primeros meses de existencia parecen conservar una especie de conciencia, así que es posible que sepan lo que son… Sin embargo, no tienen poder sobre sus cuerpos renacidos. Son las marionetas de Lijuan.

—Madre de Dios… —Estar atrapado en tu propio cuerpo, saber que eres una pesadilla andante…—. ¿Cómo los mantiene con vida?

—Los despierta con su poder, pero luego ellos se alimentan de sangre. —La voz de Rafael la envolvió, y el terror invadió todas y cada una de sus células—. Los antiguos, aquellos que fueron enterrados mucho tiempo atrás, se alimentan de la carne de los muertos recientes para mantener sus propios huesos cubiertos.

El alma de Elena se quedó helada. Paralizada.

—¿Tú también adquirirás esa habilidad?