Rafael no se sorprendió al ver la imagen de Lijuan en la superficie cristalina de un estanque lleno de agua de lluvia que había a las afueras del Refugio. Se arrodilló junto a ese estanque mientras Elena se sentaba envuelta en una manta, con la cara dirigida hacia los rayos del sol que acababa de salir. Sin embargo, sintió que la cazadora miraba en su dirección en el instante en que apareció Lijuan, a pesar de que el mensaje debía de ser invisible para ella.
—Estoy viva, Rafael. —La voz de Lijuan era a la vez un millón de gritos y un interminable silencio—. ¿No te preocupa?
—Has evolucionado —replicó él, que vio cómo la mano y el rostro de la arcángel se desvanecían en una especie de neblina antes de aparecer de nuevo—. Ya no necesitas un cuerpo de carne. Tus preocupaciones no son las nuestras.
Una risotada, susurros y algo más, algo que hablaba de caricias al amparo de la oscuridad mientras manaba la sangre, cálida y densa.
—He matado al último de mis renacidos. —Su silueta se solidificó, adquirió una apariencia casi normal—. En ocasiones, también yo necesito carne.
—¿Por qué me cuentas esto? —preguntó Rafael—. Me estás revelando tus debilidades.
—Me caes bien, Rafael. —Una sonrisa que congeló el agua del estanque y cubrió de escarcha el rostro de la arcángel—. Y tu cazadora; sí, todavía me intriga.
Rafael enfrentó esos ojos que eran algo más que inmortales y se preguntó si era cierto.
—¿Necesitabas morir para evolucionar?
—Hazme esa pregunta la próxima vez que nos veamos. Quizá te responda.
—Caminas entre la vida y la muerte —dijo él—. ¿Qué es lo que ves?
—Misterios, respuestas, ayeres y mañanas. —Una sonrisa enigmática—. Hablaremos de nuevo. De verdad que me caes bien, Rafael.
Esas palabras resonaron en el aire mientras su imagen se desvanecía. Rafael se incorporó, tomó la mano de Elena y la ayudó a levantarse. Su cazadora lo miraba con expresión preocupada.
—¿Lijuan?
—Ya no es una amenaza. —La estrechó entre sus brazos—. Creo que, por ahora, Lijuan no tiene ni el más mínimo interés en las preocupaciones de este mundo. —Su rostro había mostrado una espeluznante alegría infantil en su nueva vida, en su nuevo plano de existencia.
—Con eso me vale. —Un suspiro largo. Elena sacó los brazos de la manta para abrazarlo—. Quiero irme a casa, arcángel.
Rafael acarició la curva cálida de su cadera y se preguntó si la ciudad de Nueva York estaría preparada para acoger a una cazadora Convertida en ángel.
—Partiremos mañana, al alba.