Wulf colgó el teléfono con la cabeza hecha un lío. Miró a Cassandra, que se había quedado pálida.
—¿Qué ha dicho?
Una parte de él quería mentirle, pero fue incapaz. Su relación se lo impedía. Jamás le había ocultado nada. Y no iba a empezar en ese momento. Tenía derecho a saber lo que estaba pasando.
—Stryker quiere cambiar a tu padre por Erik. Si nos negamos, tu padre morirá.
Lo que no le dijo fue que su padre moriría de todas maneras. Al menos esa era la conclusión lógica por lo que sabía de Stryker. Estaba prácticamente convencido.
Aunque tal vez Urian pudiera mantener a Jefferson Peters con vida, dado que el daimon tenía un interés personal en su integridad física.
Cassandra se tapó la boca con la mano. Tenía los ojos desorbitados por el miedo.
—¿Qué vamos a hacer? No puedo permitir que mate a mi padre y desde luego que no voy a darle a mi hijo.
Wulf se puso de pie y habló con voz serena para no alarmarla más. Cassandra solo debía preocuparse por Erik y por sí misma. Él se encargaría del resto.
—Solo se me ocurre una cosa. Voy a matar a Stryker.
La idea no pareció entusiasmarla.
—Ya lo hemos intentado, ¿o es que no te acuerdas? No se puede decir que funcionase. Creo recordar que sus hombres y él os barrieron a ti, a los Cazadores Katagarios y a Corbin.
—Lo sé, pero si hay algo que sabemos hacer los vikingos es aprovecharnos del elemento sorpresa para despistar a nuestros enemigos. Mi ataque lo pillará desprevenido.
—Ni en broma. No es estúpido y sabe muy bien con quién se la juega.
—Y ¿qué quieres que haga? —le preguntó, presa de la frustración—. ¿Quieres que le dé a Erik y le diga bon appétit?
—¡No!
—Entonces, dame otra solución.
Cassandra se devanó los sesos. Pero Wulf tenía razón. No había otra forma.
Tal vez si consiguieran hablar con Urian… pero hacía días que se había ido y nadie, ni siquiera Phoebe, le había visto ni había tenido noticias suyas.
—¿Cuándo y dónde se supone que tienes que encontrarte con él? —le preguntó.
—Esta noche en el Infierno.
—Para entonces ya se nos habrá ocurrido algo.
Eso esperaba él, porque la alternativa era totalmente inaceptable.
—Yo también voy.
Tanto Wulf como Kat miraron a Chris como si le faltara un tornillo.
—Y ¿qué se supone que vamos a hacer contigo, Chris? —le preguntó—. ¿Te lanzamos sobre ellos?
El rostro de Chris se crispó por la ira.
—No soy un niño, Wulf. Da la casualidad de que sé pelear. Joder, llevo años entrenándome contigo.
—Sí, pero nunca te he dado fuerte.
Chris pareció aún más ofendido.
Kat le dio unas palmaditas en el brazo.
—No te preocupes. Cuando haya un ataque de PlayStation sobre la Tierra y amenace con destruirla, serás el primero a quien llamemos.
Chris resopló, mosqueado.
—No sé ni para qué lo he dicho…
Wulf respiró hondo mientras se colocaba la espada.
—Tu trabajo es proteger a Cassandra y a Erik. Te necesito aquí, chaval.
—Sí, claro. Soy un inútil, como de costumbre.
Lo cogió de la nuca y tiró de él.
—Jamás te he considerado un inútil. Y que no vuelva yo a oírte decir eso. ¿Me has entendido?
—Vale —cedió Chris mientras intentaba desasirse de su férreo apretón—. Supongo que la importancia de mi capacidad procreadora no ha disminuido con el nacimiento de tu heredero, ¿no?
Le revolvió el pelo antes de volverse hacia Kat.
—¿Estás lista?
—Supongo que sí. ¿Sabes que huirán de mí en cuanto me vean?
—Estupendo. Jugaremos al despiste. Si están preocupados por no hacerte daño, no podrán hacerme trizas a mí.
—Tienes razón.
Cuando hizo ademán de irse, Cassandra lo detuvo. Se acercó a él y lo abrazó con fuerza.
—Vuelve conmigo, Wulf.
—Esa es mi intención. Dios y Odín mediante.
Lo besó y acto seguido lo soltó.
Wulf echó un último vistazo a su esposa y al bebé que dormía plácidamente, ajeno a lo que iba a suceder esa noche. Ajeno al hecho de que si Stryker se salía con la suya, moriría y el mundo acabaría con él.
Ojalá él pudiera sumirse en esa bendita ignorancia.
Pero no podía ser. Tenía trabajo por hacer y mucho que perder si fallaba.
Su subconsciente no paraba de darle vueltas a un asunto… ¿Cómo había descubierto Stryker al padre de Cassandra?
¿Los habría traicionado Urian? ¿Sería posible?
En parte quería creer que se trataba de una coincidencia. Pero, por otro lado, no dejaba de pensar en la posibilidad de que Urian hubiera cambiado de opinión sobre ayudar a Stryker. A fin de cuentas, era su padre…
Salió del apartamento con Kat y se topó con Phoebe en la entrada principal. Llevaba en las manos un colgante que le puso alrededor del cuello.
—Esto hará que las puertas de Elisia se abran cuando regreses. No he podido ponerme en contacto con Urian y estoy preocupada. Rezo por que no se hayan enterado de que nos está ayudando.
—Urian está bien, Phoebe —la tranquilizó Kat—. Créeme cuando te digo que es un actor de primera. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza que no fuera un capullo integral. Estoy convencida de que su padre tampoco lo sabe.
Phoebe pareció enfadarse por el comentario.
—Era una broma, Phoebe —le explicó Kat—. Relájate.
Phoebe sacudió la cabeza.
—¿Cómo puedes estar tan tranquila cuando sabes lo que está en juego?
—A diferencia de vosotros, yo sé que sobreviviré a esta noche de una manera o de otra. A menos que la Tierra sea destruida o me corten a trocitos, no corro peligro. Sois vosotros los que me preocupáis.
—Pues asegúrate de pegarte a mí como una lapa —dijo Wulf medio en broma—. Necesito un buen escudo protector.
Kat lo empujó hacia la salida.
—Vale, lo que tú digas. El gran guerrero vikingo escondiéndose detrás de mis faldas. Lo creeré cuando lo vea.
La guió hacia la salida, hacia la superficie. El vehículo en el que llegaron había sido trasladado a una cueva cercana donde guardaban otros coches, necesarios en caso de que alguno de los apolitas se convirtiera en daimon y necesitara un modo de llegar hasta el mundo humano.
Era patético, pero por una vez dio las gracias por la «preocupación» que demostraban por los daimons.
Había comenzado el deshielo de primavera y el suelo ya no estaba tan helado como antes.
Shanus le había dado varios juegos de llaves para que pudiera elegir el vehículo que los llevara a su destino lo más rápidamente posible. Escogió el Ford Mercury Mountaineer azul oscuro.
Kat entró primero. Mientras tanto, él clavó la vista en el camino por el que habían salido de la ciudad y pensó en su familia.
—Todo saldrá bien, Wulf.
—Claro… —susurró. Sabía que sería así. Se encargaría de que todo saliera bien aunque le fuera la vida en ello.
Se colocó en el asiento del conductor y puso rumbo a la ciudad. Su primera parada sería su casa. O lo que quedaba de ella. Quería estar armado hasta los dientes para esa batalla.
Recorrieron un trayecto de más de una hora antes de llegar a su propiedad. Cuando enfiló el camino, titubeó. Ya no había rastros del ataque. El garaje y las ventanas estaban intactos.
Incluso la puerta principal estaba en su sitio.
—¿Lo ha arreglado Stryker? —le preguntó a Kat.
Ella se echó a reír.
—No es su estilo, créeme. Jamás repara el daño que causa. No tengo ni idea de lo que ha pasado aquí. ¿Podría ser obra de tu Consejo de Escuderos?
—No, ni siquiera se enteraron de lo que había pasado.
Metió la llave que activaba la puerta y condujo muy despacio hacia la casa, esperándose lo peor.
Estaban a punto de llegar a la puerta principal cuando se detuvo de golpe.
Entre las sombras que proyectaba la casa, vio un movimiento.
La niebla que surgía del lago era espesa y se movía con el viento. Apagó las luces para que no disminuyeran su visión y alargó el brazo en busca de la espada retráctil que llevaba bajo el asiento.
Tres hombres muy altos vestidos de negro se acercaban a ellos muy despacio, con actitud arrogante, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Los tres tenían la misma fuerza y poder, y sus cuerpos irradiaban un deseo irrefrenable de entrar en combate.
Todos eran rubios.
—Quédate aquí —le dijo a Kat al tiempo que salía del coche, dispuesto para la lucha.
La niebla se arremolinó en torno a ellos mientras se acercaban.
Uno de ellos, que no mediría más de metro noventa, llevaba unos pantalones de pinzas, un jersey y una trenca de lana. Debajo de la trenca abierta se veía una vaina muy antigua y una espada de diseño griego. El del centro era varios centímetros más alto y también llevaba pantalones de pinzas, un jersey y un abrigo largo de cuero negro. El tercero tenía el pelo corto, y era de un rubio algo más oscuro que el de sus compañeros. Iba vestido con atuendo de motero y le caían dos trencitas de la sien izquierda.
Y en ese mismo instante lo reconoció.
—¿Talon?
El motero esbozó una enorme sonrisa.
—Por el modo en el que sujetabas la espada, creí que no ibas a acordarte de mí, vikingo.
Wulf se echó a reír mientras su viejo amigo se acercaba. Llevaban más de un siglo sin verse. Le estrechó la mano al celta de buena gana.
Se giró hacia el hombre que estaba en el centro y lo recordó del breve período que había pasado en Nueva Orleans durante un Mardi Gras hacía más de cien años.
—¿Kirian? —dijo, inseguro.
El antiguo general griego había cambiado bastante desde la última vez que lo vio. Por aquel entonces, Kirian tenía el pelo muy corto y llevaba barba. En esos momentos, el cabello le llegaba por los hombros e iba afeitado.
—Me alegro de volver a verte —replicó Kirian, que le estrechó la mano—. Este es mi amigo Julian de Macedonia.
Solo conocía al hombre por su reputación. Había sido Julian quien enseñó a luchar a Kirian.
—Encantado de conocerte. Y ahora ¿qué coño estáis haciendo los tres aquí?
—Son tus refuerzos.
Se giró y vio que Aquerón Partenopaeo se unía al grupo. No supo qué le sorprendió más, si la presencia de los hombres o el bebé que Ash llevaba contra el pecho en una mochila portabebés.
Estaba estupefacto.
—¿Kirian? ¿Es tu hija?
—Joder, no —respondió el aludido—. Ni por pienso metería a Marissa en todo esto. Además, Amanda me los cortaría primero y luego me mataría si se me ocurriera siquiera. —Inclinó la cabeza hacia Aquerón—. Es el bebé de Ash.
El comentario hizo que enarcara una ceja.
—Lucy —comenzó, imitando el acento cubano de Ricky Ricardo en Yo quiero a Lucy—, tienes que explicar algunas cosillas.
Ash resopló.
—Stryker no es estúpido. Aunque tu idea de ir con un bebé de plástico tiene su aquel, no funcionará. Stryker olería el plástico en un abrir y cerrar de ojos. —Giró la mochila para que pudiera ver al diminuto bebé de pelo oscuro que había dentro—. Así que te he traído un bebé de verdad.
—¿Qué pasa si sale herido?
El bebé estornudó.
Y tuvo que apartarse de un brinco cuando la bocanada de fuego que le salió por la nariz estuvo a punto de achicharrarle la pierna.
—Simi lo siente —dijo el bebé con voz cantarina—. Casi hace barbacoa con un Cazador Oscuro, y eso sería un desperdicio porque Simi no lleva la salsa para barbacoas. —El bebé echó la cabeza hacia atrás para mirar a Ash—. Ya sabes que los Cazadores Oscuros churruscaditos sin salsa no están buenos. Necesitas…
—Simi —dijo Ash entre dientes a modo de advertencia e interrumpiendo al bebé.
Este lo miró con ojos desorbitados.
—Vaya, Simi lo siente, akri. Gu, gu, gu.
Wulf se frotó la frente.
—¿Qué es eso?
—Ya te lo ha dicho, Simi es su bebé… demonio.
Los cinco se giraron en dirección a la siniestra y ronca voz de marcado acento griego. Otro hombre apareció de entre las sombras. Era casi tan alto como Aquerón y tenía el pelo negro y unos brillantes ojos azules.
Ash enarcó una ceja.
—Ya veo que has venido, Z. Me alegro de que te unas a la fiesta.
Zarek resopló.
—¿Qué coño? No tenía nada mejor que hacer. Supuse que podría pasarme por aquí, patear unos cuantos culos y hacer unos cuantos amigos. Claro que lo de los amigos me importa una mierda. Solo estoy aquí por dar caña.
—Así que tú eres Zarek —le dijo sin quitarle la vista de encima al que fuera el infame Cazador Oscuro exiliado a Fairbanks, en Alaska.
Además de irradiar mala leche por todos y cada uno de los poros de su cuerpo, llevaba los labios fruncidos en una permanente mueca. Billy Idol y Elvis eran unos aficionados a su lado.
—Ajá —respondió Zarek, con más socarronería—. Y me estoy congelando, así que a ver si vamos cortando los saluditos para que pueda matar a unos cuantos capullos y volver a mi playa.
—Si odias tanto esto —comenzó Talon—, ¿por qué aceptaste venir?
Con un sutil gesto de la mano que dejaba claro lo que opinaba de él, Zarek se peinó una ceja… con el dedo corazón. Un dedo cubierto por una larga y afilada garra metálica.
—Astrid quiere que haga amigos. No sé por qué, la verdad. Cosas de mujeres. Quiere que me esfuerce en ser más sociable.
Ash soltó una carcajada al escucharlo.
Zarek intercambió una mirada cómplice y risueña con el atlante.
—Ni se te ocurra decirlo, oh, Gran Ash. Tú me metiste en esto. —Acto seguido, Zarek hizo lo impensable: se inclinó y acarició la barbilla al bebé—. ¿Cómo te va, Simi?
El bebé comenzó a dar botes en la mochila.
—Simi está bien. ¿Tienes más judías congeladas? Simi echa de menos estar en Alaska contigo. Fue divertido.
—No hay tiempo para comer, Simi —replicó Ash.
El bebé le hizo una pedorreta.
—¿Puede Simi comerse a los daimons?
—Si los atrapas —le prometió Ash, lo que hizo que Wulf se preguntara qué sabría el atlante de los daimons que él desconocía.
—¿Qué quiere decir eso? —le preguntó Zarek—. ¿Vuelves a ser ambiguo?
Ash lo miró con arrogancia.
—Siempre.
Zarek resopló disgustado.
—En mi opinión, deberíamos darte una paliza entre los cinco hasta que te aclares.
Kirian se frotó el mentón, con gesto pensativo.
—La verdad es que…
—No empieces —le dijo Aquerón, mosqueado. Se giró hacia Wulf—. Ve a por tus armas. Tienes una cita a la que no puedes faltar.
Lo obedeció y al llegar junto al atlante se detuvo para decirle:
—Gracias por venir.
Ash le hizo un gesto con la cabeza y se apartó a un lado mientras acunaba al bebé demonio contra su pecho.
Kat no estaba por ningún lado cuando regresó al coche a por ella.
—¿Kat? —la llamó—. ¿Kat?
—¿Qué pasa? —le preguntó Talon cuando el grupo se acercó al coche.
—¿Habéis visto a la mujer que me acompañaba?
Todos negaron con la cabeza.
—¿De qué mujer estás hablando? —preguntó Talon.
Frunció el ceño antes de contestar.
—Mide más de metro noventa y es rubia. No puede haber salido del coche y desva… —Se detuvo al pensar en lo que estaba diciendo—. Da igual, es una de las pocas personas que podría desvanecerse en el aire.
—¿Es tu esposa? —preguntó Kirian.
—No, es la de doncella de Artemisa que nos ha estado ayudando.
Ash frunció el ceño al escucharlo.
—Artemisa no tiene ninguna kori más alta que ella. Créeme. No permite que ninguna mujer la mire por encima del hombro. Literalmente.
Wulf miró al atlante al tiempo que un mal presentimiento le hacía un nudo en el estómago.
—Espero que estés equivocado, porque si no es así, Kat ha estado trabajando para Stryker todo este tiempo y probablemente le esté contando nuestra fiestecita sorpresa.
Ash ladeó la cabeza como si estuviera agudizando el oído.
—Ni siquiera percibo trazas de su presencia. Es como si no existiese.
—¿Qué opinas? —preguntó Kirian.
Ash cambió al bebé de postura cuando comenzó a darle patadas en la entrepierna y se lo colocó en la cadera. El bebé empezó a juguetear con su trenza antes de mordisquearla.
Al verlo, Wulf frunció el ceño. Si no supiera que era imposible, habría jurado que el bebé tenía colmillos.
—No sé qué pensar —respondió Ash, quitándole la trenza—. Kat responde a la descripción de una apolita o de una daimon.
—Pero resiste la luz del sol —les explicó.
Zarek soltó un taco.
—No me digas que hay otro Asesino de la Luz suelto.
—No —replicó Aquerón con firmeza—, sé de primera mano que Artemisa no ha creado otro. No se atrevería. Al menos, por el momento.
—¿Qué es un Asesino de la Luz? —preguntó Talon.
—No te gustaría saberlo en lo más mínimo —respondió Julian.
—Ajá —convino Zarek—. Lo que te ha dicho multiplicado por cien.
—Vale, estupendo —dijo Wulf para dar por zanjada la cuestión antes de dirigirse a su casa—. Recojo mis cosas y nos ponemos en marcha.
Mientras se alejaba, vio que Talon se acercaba a Ash.
—Este es el momento en el que sueles decir que si todo el mundo hace lo que se supone que tiene que hacer, todo saldrá como está previsto. ¿O no?
El rostro de Aquerón era una máscara impasible.
—Normalmente, sí.
—Pero…
—Esta noche nos enfrentamos a un poder superior al de las Moiras. Lo único que puedo decir sin equivocarme es que va a ser una pelea de las gordas.
Wulf se echó a reír al escuchar esa última frase justo antes de que la distancia le hiciera perderse el resto de la conversación. Por él, perfecto. Los vikingos eran máquinas peleando.
Llegaron al Infierno poco después de la medianoche. Por extraño que pareciera, el club estaba vacío.
Dante los recibió en la puerta, vestido de negro de pies a cabeza. No llevaba los colmillos falsos y parecía muy cabreado.
—Ash —dijo, saludando al atlante—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que asomaste por aquí.
—Dante —correspondió él, estrechándole la mano.
Dante echó un vistazo al bebé y frunció el ceño.
—¿Simi?
El bebé sonrió.
El katagario dejó escapar un silbido por lo bajo y retrocedió un poco.
—Joder, Ash, te agradecería que me avisaras cuando vayas a traer a tu demonio. ¿Les digo a los chicos que la insaciable glotona ha llegado?
—No —contestó Ash, meciendo al bebé con cuidado—. Solo ha venido a merendarse unos cuantos daimons.
—¿Dónde están todos? —preguntó Wulf.
Dante echó un vistazo hacia la pared que tenía a su derecha.
—Escuché rumores de lo que iba a pasar esta noche, así que cerré el club.
Wulf siguió la dirección de su mirada y vio la piel de una pantera en la pared. La reconoció por la veta rojiza.
—¿Tu hermano?
Dante se encogió de hombros mientras la ira le ensombrecía la mirada.
—El cabrón estaba trabajando con los daimons. Les estaba pasando información sobre nosotros y sobre ti.
—Tío —musitó Talon—. Hay que ser muy frío para matar a los tuyos.
Dante lo miró con una expresión feroz que dejó bien claro que no era humano.
—Mi hermano nos traicionó a mí y a nuestra gente. Si fuera tan frío como me gustaría, su piel estaría en el suelo para que todo el mundo la pisara. Por desgracia, a mis otros hermanos no les hacía mucha gracia, así que nos decidimos por la pared.
—Entendido —replicó Ash—. ¿Dónde está el resto de la manada?
—Atrás. Nos lavamos las manos en este asunto. No nos gusta matar a los nuestros.
Zarek resopló ante el comentario.
—A menos que sea tu propio hermano.
El katagario se acercó y ambos se contemplaron con mutuo desprecio.
—La ley de la selva. El traicionado se come al traidor.
Zarek le lanzó una mirada socarrona.
—Mi ley de la selva: mátalos a todos y deja que Hades decida quién es quién.
Dante se echó a reír.
—Me gusta este, Ash. Nos entiende.
—¡Vaya, Z! —exclamó el atlante con sorna—. Creo que por fin has encontrado un amiguito. Astrid va a ponerse muy contenta.
Zarek le hizo un gesto grosero con la mano.
Que Ash pasó por alto.
—De acuerdo, vamos al lío, chicos.
Dante se apostó en la puerta principal mientras Ash sacaba a Simi de la mochila portabebés y se la entregaba a Wulf, que no parecía estar muy convencido de tocar a la pequeña demonio.
Ella lo miró con expresión calculadora antes de sonreír.
—Simi no va a morderte si tú no la dejas caer.
—Entonces intentaré no hacerlo.
La pequeña le enseñó los colmillos antes de acomodarse entre sus brazos… la viva imagen de un bebé feliz.
—¿No deberíamos escondernos? —preguntó Julian—. Para tomarlos por sorpresa.
—No podemos —contestó Ash—. Stryker no es un daimon normal.
—¿Es más del tipo de Desiderio? —quiso saber Kirian.
—Peor. De hecho, el mejor consejo que os puedo dar a todos —respondió de nuevo, observando a Zarek en particular— es que dejéis que sea yo quien se ocupe de Stryker. Soy el único al que no puede matar.
—¿Y por qué, Ash? —quiso saber Zarek—. No, espera. Fairbanks alcanzará una temperatura de 110 ºC en pleno enero antes de que tú contestes a esa pregunta…
Ash cruzó los brazos por delante del pecho.
—Entonces, ¿para qué preguntas?
—Para mosquearte —contestó él mientras se alejaba—. ¿Cuándo se supone que llegarán?
El espacio vacío situado sobre la pista de baile siseó y comenzó a brillar.
Zarek sonrió de oreja a oreja.
—¡Sí, sí, sí! Que comience el baño de sangre.
Kirian sacó su espada retráctil y la extendió mientras Talon cogía su srad. Julian desenvainó su espada griega.
Zarek y Ash no hicieron ademán alguno de sacar sus armas.
Ni Wulf. Su objetivo era proteger a Simi, Erik y Cassandra.
La madriguera apareció un segundo antes de que Stryker la atravesara. Tras él llegó una legión de daimons, Urian incluido. Su rostro tenía una expresión estoica cuando enfrentó la mirada de Wulf. Era difícil creer que ese era el hombre que había oficiado su boda con Cassandra. No había nada en sus ojos ni en su expresión que delatara que se conocieran. Kat tenía razón, era un actor cojonudo.
—Qué bonito… —dijo Stryker con una carcajada malévola—. Has traído la cena para mis hombres. Ojalá todo el mundo fuera tan considerado.
Varios daimons rieron.
Y también lo hizo Zarek.
—¿Sabes, Ash? Me gusta este tío. Una lástima que tengamos que matarlo.
Stryker le lanzó una mirada asesina por el rabillo del ojo antes de mirar a Aquerón. Los dos se miraron sin decir una palabra y sin delatar lo que estaban pensando.
Sin embargo, Wulf captó el instante de indecisión que mostró el rostro de Urian cuando se percató de la presencia de Ash.
—¿Padre?
—No pasa nada, Urian. Lo sé todo sobre el atlante. ¿Verdad, Aquerón?
—Eso es lo que tú te crees, Strykerio. Yo, en cambio, conozco cada uno de tus puntos débiles, incluido ese que te lleva a tener fe en la Destructora mientras ella juega contigo.
—Mientes.
—Tal vez sí… o tal vez no.
Estaba claro que nadie igualaba la capacidad de Ash para mostrarse ambiguo. Era un maestro a la hora de no decir nada y de hacer dudar a la gente hasta del mismo aire que respiraban.
Pasado un instante, Stryker se giró hacia Wulf. Su mirada se posó en el bebé que sostenía. El daimon ladeó la cabeza y sonrió.
—Qué bonito… os habéis tomado muchas molestias, ¿verdad? Todos vosotros. Debería sentirme halagado.
Wulf tuvo un mal presentimiento. Algo no iba bien.
¿Sabría el daimon que Simi no era su hijo?
Stryker se acercó a Urian. Le echó un brazo sobre los hombros y lo besó en la mejilla. Urian frunció el ceño y se tensó.
—Son los hijos los que nos dan la vida, ¿no es cierto? —preguntó—. Nos dan alegría. Y, en ocasiones, nos provocan sufrimientos.
Urian frunció el ceño todavía más mientras su padre jugueteaba con la cinta de cuero que llevaba atada en el extremo de la trenza.
—Claro que tú nunca conocerás el sufrimiento al que me refiero, Wulf. Tu hijo no vivirá lo suficiente como para que te traicione.
Antes de que pudieran moverse, Stryker degolló a su hijo con una mano que ya no tenía apariencia humana. Era la garra de un dragón.
Apartó a Urian de un empujón. Este cayó al suelo resollando y se llevó las manos al cuello para intentar detener el flujo de sangre mientras su padre se enfrentaba a los Cazadores Oscuros.
—No me creeréis tan estúpido como para caer en esta trampa, ¿no? —Su mirada taladró a Wulf y, cuando habló, no fue su voz la que escucharon, fue la del padre de Cassandra—. Sabía que jamás traeríais al bebé. Lo único que necesitaba era alejaros de Elisia un tiempo.
Wulf soltó una maldición e hizo ademán de atacar.
—¡Ak’ritah tah! —gritó Aquerón.
El portal se abrió.
Uno de los daimons se echó a reír.
—No tenemos por qué cruzarlo… —Antes de que pudiera acabar la frase, el daimon fue absorbido sin muchos miramientos por el portal.
Los otros no tardaron en seguirlo.
Ash corrió hacia el lugar donde Urian yacía en un charco de sangre.
—Tranquilo —susurró, cubriéndole las manos. Los ojos del daimon se llenaron de lágrimas mientras lo miraba—. Respira despacio y de forma superficial —le dijo con voz profunda y reconfortante.
Wulf y los demás observaron en un atónito silencio cómo Ash sanaba a Urian.
—¿Por qué? —preguntó el daimon.
—Te lo explicaré más tarde. —Aquerón se puso en pie y se alzó el borde de la camisa hasta que su musculoso abdomen quedó al descubierto—. Simi, regresa conmigo.
El supuesto bebé dejó los brazos de Wulf de inmediato. Una vez en el aire, abandonó la forma humana y se convirtió en un diminuto dragón que se posó sobre la piel de Ash hasta convertirse en un tatuaje que se acomodó en su costado izquierdo.
—Siempre me he preguntado cómo era posible que se te moviera el tatuaje —dijo Kirian.
Ash no dijo nada. En cambio, alzó las manos.
En un abrir y cerrar de ojos dejaron atrás el Infierno y aparecieron en Elisia.
Decir que se había desatado el caos en la ciudad era quedarse cortos. El aire estaba lleno de gritos agónicos y por todos lados había cadáveres de apolitas, ya fueran hombres, mujeres o niños. Al parecer, no se desintegraban como los daimons a menos que murieran en su vigésimo séptimo cumpleaños.
El horror y el miedo se apoderaron de Wulf.
—¡Phoebe! —gritó Urian, echando a correr hacia su apartamento.
Wulf no se molestó en gritar. Nadie podría escuchar nada por encima de los chillidos. Así que corrió tanto como pudo para llegar hasta su mujer y su hijo.
Varios daimons trataron de detenerlo. Se abrió paso entre ellos con la mirada vidriosa a causa de la ira.
Nadie se interpondría entre él y su familia.
Nadie.
Cuando llegó al apartamento, descubrió que habían echado la puerta abajo. Shanus yacía muerto en el salón.
El miedo le provocó un nudo en el estómago hasta que escuchó que alguien luchaba en su dormitorio. Pero lo que más le gustó fue el enojado llanto de su hijo.
Atravesó la estancia como una exhalación hasta llegar a la puerta del dormitorio, donde se detuvo. Chris estaba en el rincón más lejano, protegiendo a Erik contra su pecho. Sus dos amigas apolitas, Kyra y Ariella, estaban frente a él formando una barrera protectora.
Stryker y tres daimons más estaban atacando a Kat y a Cassandra, quienes se defendían con mucha pericia.
—No podrás mantener tu escudo eternamente, Katra —gruñó Stryker.
Kat miró a Wulf y sonrió.
—No tengo por qué hacerlo. Me basta con resistir lo justo para que llegue la caballería.
Stryker titubeó antes de mirar por encima del hombro y ver que Wulf se lanzaba al ataque.
Mató a uno de los daimons y fue a por Stryker. Este se giró y le lanzó una descarga astral que lo estampó de espaldas contra la pared.
Siseando por el dolor, vio un movimiento por el rabillo del ojo.
Eran Ash y Zarek.
Kat se desvaneció de inmediato mientras Stryker soltaba una maldición.
Wulf y Zarek fueron a por los daimons que quedaban mientras Ash y Stryker se medían el uno al otro.
—Vete a casa, Stryker —le dijo Ash—. La guerra ha acabado.
—Jamás acabará. No mientras mi padre —dijo, mascullando la palabra con desprecio— viva.
Ash meneó la cabeza.
—Y yo que tachaba a mi familia de disfuncional… Ríndete. Ya has perdido. ¡Por todos los dioses! Has matado a tu propio hijo, y ¿por qué?
Stryker dejó escapar un rugido de furia y lo atacó.
Wulf cogió a Erik de los brazos de Chris al mismo tiempo que Zarek protegía a Cassandra con su cuerpo. Su intención era sacarlos de allí, pero no podían llegar a la puerta mientras Ash y Stryker la estuvieran bloqueando.
Stryker lanzó una descarga astral a Ash, pero este la absorbió como si nada. A cambio, le dio un revés que levantó al daimon del suelo y lo estrelló contra la pared.
Wulf silbó por lo bajo. Todos sabían que Ash era poderoso, pero nunca lo habían visto hacer algo así.
Stryker atacó de nuevo. Sin embargo, por alguna razón, Ash no lo mató. Los dos se defendían como si fueran humanos y no… lo que fuesen.
Con el rostro ensangrentado, Stryker lanzó una nueva descarga astral.
Ash la desvió. Alzó la mano y, mientras lo hacía, Stryker fue alzándose del suelo.
En ese momento, el daimon lanzó otra nueva descarga que hizo que Ash se tambaleara y lo liberase.
Stryker puso los pies en el suelo y echó a correr. Atrapó a Ash rodeándolo con los brazos y lo estampó contra la pared.
Sin embargo, antes de que pudiera atacarlo de nuevo, un demonio de piel amarilla surgió de la nada. Sus ojos relampaguearon al tiempo que abrazaba a Stryker y desaparecía con él por donde había llegado.
Aquerón gruñó.
—Ya que estamos, Apolimia —gritó—, será mejor que lo retengas a tu lado.
—¿Qué coño eres? —le preguntó Wulf mientras Ash se daba la vuelta para mirarlos.
—No preguntes cosas que no quieres saber —contestó Zarek—. Créeme. Todavía no estás preparado para saber la verdad.
—¿Se ha ido Stryker? —preguntó Cassandra.
Ash asintió.
Cassandra abrazó a Wulf antes de coger a Erik de los brazos y sostenerlo contra el hombro para tranquilizarlo.
—Lo sé, cariño —le dijo con una vocecilla arrulladora—, pero el hombre malo ya se ha ido.
—¿Qué ha sido eso que se ha llevado al daimon? —preguntó Kyra—. ¿Dónde han ido?
Ash no contestó.
—Ya estáis a salvo, chicos. Al menos, de momento.
—¿Volverá? —quiso saber Cassandra.
Ash soltó una extraña risotada.
—No lo sé. Es una de las pocas criaturas que escapan a mis poderes. Pero, tal y como ha dicho, esto no ha acabado. Tal vez vuelva dentro de unos meses o dentro de unos siglos. El transcurso del tiempo es distinto donde él vive.
En ese momento llegaron Kirian, Talon y Julian.
—Los daimons se han desvanecido —les informó Talon—. Pulverizamos a algunos, pero el resto…
—No pasa nada —dijo Ash—. Gracias por la ayuda.
Todos asintieron mientras salían del dormitorio para enfrentarse con el caos que había en el salón.
—Tío, se tardarán días en limpiar todo esto —dijo Chris, mirándolo todo con incredulidad.
En ese momento y delante de sus ojos, los restos del estropicio desaparecieron y solo quedaron los cadáveres.
Zarek resopló.
—Será mejor que te plantes ahora que has ganado, Aquerón.
—No he ganado, Z. No puedo reparar el verdadero daño que se ha hecho aquí esta noche. —Su mirada voló hacia el cadáver de Shanus.
Wulf meneó la cabeza mientras alzaba al apolita para llevarlo al módulo central de la ciudad.
Había apolitas llorando y llamando a gritos a sus muertos por todos lados.
—No se merecían esto —dijo.
—¿Quién lo merece? —replicó Ash.
Se les acercó una mujer. Tenía un porte regio y no tardaron mucho en comprender quién era.
—¿Shanus? —dijo con los ojos llenos de lágrimas.
Wulf dejó el cuerpo en el suelo.
—¿Es su esposa?
Ella asintió con los ojos brillantes por las lágrimas. Acunó la cabeza de su marido en el regazo y comenzó a llorar en silencio.
Cassandra se acercó.
—Lo siento muchísimo.
La mujer alzó la vista y la miró con aversión.
—¡Fuera! ¡Marchaos todos! Ya no sois bienvenidos. ¡Os hemos ayudado y nos habéis destruido!
Zarek se aclaró la garganta.
—Un buen consejo —le dijo a Wulf, que estaba observando al resto de los apolitas. A su vez, ellos los miraban con expresión asesina.
—Sí —convino Ash—. Chicos, ayudad a Wulf y a su familia a salir de aquí. Yo voy a ocuparme de alguien.
Wulf sabía que se refería a Urian.
—¿Quieres que te esperemos?
—No. Habrá un par de coches arriba esperándoos. Id a casa, ya os veré después.
—¿Coches? —preguntó Kirian.
—Repito: no preguntéis y no averiguaréis lo que no queréis saber —les dijo Zarek—. Aceptad el hecho de que Ash es un bicho raro de la naturaleza y ya está.
El aludido lo miró con sorna.
—Vale, yo seré un bicho raro, pero por lo menos no voy lanzándole descargas astrales a mi hermano…
Zarek soltó una carcajada maliciosa.
—Al menos no le he acertado… todavía…
Ash observó al grupo mientras Zarek los ayudaba a abandonar la ciudad.
Aguardó de pie en el centro del módulo, examinando los daños que habían sufrido los alrededores. Comenzó a limpiarlo todo tal y como había hecho con el apartamento de Wulf, pero se detuvo. Los apolitas necesitarían algo con lo que mantenerse ocupados para olvidarse un poco del dolor.
Reconstruir la ciudad les daría algo en lo que pensar y los distraería del sufrimiento. Al menos durante un tiempo.
En lo más profundo de su corazón, él también lloraba con ellos.
Que puedas hacerlo, no significa que debas…, pensó.
Se obligó a caminar por el pasillo sin rendirse a la compulsión de arreglarlo todo.
Para cuando llegó al apartamento de Urian, estaba asqueado por la matanza que Stryker había llevado a cabo en nombre de Apolimia.
Aquello no tenía sentido, pero claro… era la diosa de la Destrucción. Y por ese motivo tenía que asegurarse de que jamás escapara de su prisión.
Encontró a Urian hincado de rodillas en el centro del salón. Tenía un pequeño medallón de oro en las manos y lloraba en silencio.
—¿Urian? —lo llamó en voz baja y serena.
—¡Vete! —masculló él—. Déjame solo.
—No puedes quedarte aquí —siguió—. Los apolitas se te echarán encima.
—Me da igual.
Urian alzó la vista y el ramalazo de dolor que Ash sintió a causa de sus poderes empáticos lo hizo retroceder. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que experimentara una angustia semejante.
—¿Por qué no me dejaste morir también? ¿Por qué me salvaste?
Ash respiró hondo y se lo explicó.
—Porque si no lo hubiera hecho, habrías vendido tu alma a Artemisa para matar a tu padre.
—¿Y crees que no voy a matarlo por esto? —Se giró hacia él con un gruñido—. No queda nada de ella. ¡Nada! Ni siquiera tengo un cuerpo que enterrar. Yo… —Los sollozos le quebraron la voz.
—Lo sé —le dijo, al tiempo que le ponía una mano en el hombro.
—¡Tú no sabes nada!
Ash lo cogió por la barbilla y se la alzó hasta que sus miradas se encontraron.
—Sí, Urian. Lo sé.
El daimon se esforzó por respirar mientras una serie de imágenes intermitentes pasaba por los turbulentos ojos plateados de Ash. En ellos había mucho sufrimiento, una enorme agonía y mucha sabiduría.
Era difícil mantener su mirada.
—No quiero vivir sin mi Phoebe —dio con la voz desgarrada.
—Lo sé. Y por eso voy a darte a elegir entre dos posibilidades. Yo no puedo localizar a tu padre para mantenerlo vigilado. Necesito que seas tú quien lo haga. Porque tarde o temprano volverá a atacar a los descendientes de Apolo.
—¿Y por qué voy a protegerlos? ¡Phoebe murió por ellos!
—Phoebe vivió gracias a ellos, Urian. ¿No lo recuerdas? Tu padre y tú fuisteis los responsables de la muerte de toda su familia. ¿Alguna vez le has dicho que fuiste tú? ¿Tú quien mató a su abuela? ¿A sus primos?
Urian apartó la vista, avergonzado.
—No. Jamás le habría hecho daño de esa manera.
—Pero lo hiciste. Cada vez que tú, o tu padre, o uno de vuestros spati mataba a alguien de su familia, ella sintió el dolor que tú estás sintiendo ahora. Las muertes de su madre y de sus hermanas la destrozaron. ¿No fue esa la única razón por la que salvaste a Cassandra?
—Sí.
Se alejó de él mientras el daimon se limpiaba las lágrimas.
—¿Y cuál es la otra posibilidad?
—Borraré tus recuerdos. Todos ellos. No recordarás nada. No recordarás el dolor. Ni el presente ni el pasado. Vivirás como si nada de esto hubiera sucedido.
—¿Me matarás si te lo pido?
—¿Quieres morir de verdad?
Urian clavó los ojos en el suelo. La mayoría de la gente no habría adivinado sus pensamientos. Pero Ash sí. Los escuchaba con tanta claridad como si fueran los suyos.
—Ya no soy un daimon, ¿verdad? —preguntó tras una pausa.
—No. Y tampoco eres apolita exactamente.
—Entonces, ¿qué soy?
Ash respiró hondo antes de decirle la verdad.
—Eres un ser único en el mundo.
A Urian le gustaba tanto como a él lo de ser único. Sin embargo, había cosas que no podían cambiarse.
—¿Cuánto viviré? —quiso saber.
—Eres inmortal, salvo para la muerte.
—Eso no tiene sentido.
—La vida en sí no lo tiene.
Ash sintió la frustración que lo embargaba, pero al menos esa sensación hacía que el dolor disminuyera en parte.
—¿Puedo caminar bajo el sol?
—Si quieres, solo tienes que decírmelo. Si eliges la amnesia, te haré completamente humano.
—¿Puedes?
Ash asintió.
Urian soltó una amarga carcajada mientras lo observaba de arriba abajo con expresión gélida.
—Por si no lo has notado, Aquerón, no soy imbécil y tampoco soy tan ciego como mi padre. ¿Sabe del demonio que llevas en tu cuerpo?
—No. Y Simi no es un demonio. Es parte de mí.
Clavó los ojos en los de Ash.
—Pobre Stryker… está jodido y ni siquiera lo sabe. —La intensidad de su mirada resultaba abrasadora—. Sé quién eres y lo que eres Aquerón Partenopeo.
—En ese caso, sabes que si alguna vez se te ocurre compartir ese conocimiento con alguien, me encargaré de que te arrepientas. Durante toda la eternidad.
Urian asintió.
—Lo que no entiendo es por qué te escondes.
—No me escondo —lo corrigió sin más explicaciones—. Lo que tú sabes no servirá de nada, pero causará dolor y destrucción.
Urian meditó un instante.
—Estoy harto de ser un destructor.
—¿Y qué eres?
Urian rememoró los acontecimientos de esa noche. Meditó acerca del insoportable dolor que sentía por la muerte de su esposa. Era tentador permitirle a Aquerón que lo borrara, pero con él desaparecerían también todos los buenos recuerdos que había atesorado.
Aunque Phoebe y él habían disfrutado de muy pocos años juntos, ella lo había amado de un modo desconocido para él hasta que la conoció. Había despertado a la vida un corazón que había creído muerto.
No; dolía vivir sin ella, pero no quería perder el vínculo que aún conservaba con su esposa.
Se colocó el medallón en el cuello y se puso en pie despacio.
—Soy tu hombre. Pero te advierto una cosa: si alguna vez se me presenta la oportunidad de matar a Stryker, la aprovecharé. Y a tomar por culo las consecuencias.