Cassandra no despertó hasta casi las seis de la tarde. Estaba completamente sola en la habitación. Se levantó, se puso unos pantalones negros premamá de lana y un enorme jersey gris que le había dado Phoebe.
Abrió la puerta y descubrió que Chris, Wulf y Kat estaban comiendo sentados en el suelo del salón. Se quedó boquiabierta al ver el festín que se estaban dando.
—¿Tienes hambre? —preguntó Chris al ver que titubeaba en la puerta—. Pasa. Wulf dice que no ha visto nada igual desde los banquetes de su época de vikingo.
Cassandra se acercó a la mesita de café, sobre la que había docenas de platos diferentes. Estaba sorprendida por la enorme variedad de comida que habían conseguido los apolitas. Había filetes, pescado, pollo asado, huevos, patatas, plátanos y manzanas, tanto asadas como troceadas. De todo.
Kat se lamió los dedos.
—Shanus dijo que no sabían qué comen los humanos ni cuánta cantidad, así que se han pasado un poquito.
—¿Un poquito? —preguntó con una carcajada—. Hay suficiente comida para alimentar a todo un ejército de Cazadores Oscuros.
—Sí, lo sé —replicó Kat con una sonrisa—, pero todo está buenísimo.
Cassandra se mostró de acuerdo en cuanto le dio un bocado a una suculenta pierna de cordero asado.
—Aquí tienes la gelatina de menta —le dijo Kat al tiempo que se la ofrecía—. Espera a probarla…
Wulf le limpió la barbilla con una mano.
—Tenías una gota de grasa.
—Gracias.
Él asintió con énfasis.
Tan pronto como hubo terminado de comer, Cassandra quiso dar un paseo para compensar el atracón. Wulf la acompañó; no quería dejarla sola por temor a que le sucediera algo.
Salieron del apartamento y se encaminaron hacia la zona comercial de la ciudad subterránea para que ella pudiera ver los escaparates. Sin embargo, cuando pasaban junto a los miembros de la comunidad apolita, la hostilidad que sentían hacia él resultaba palpable.
Era imposible que pasara inadvertido entre los altos y rubios apolitas. No había duda de que Wulf no era uno de ellos.
Estaba mirando ropa de bebé en un escaparate cuando un muchacho con la apariencia de un humano de dieciséis años, aunque probablemente tuviera solo once o doce años, pasó junto a ellos.
—Disculpa —dijo Wulf para detenerlo.
El muchacho los miró aterrorizado.
—No te preocupes, chaval, no voy a hacerte daño —le aseguró Wulf con voz amable—. Solo quiero preguntarte qué significa ese símbolo que llevas en la sudadera.
Cassandra se giró para observar los círculos entrelazados que adornaban la parte delantera de la prenda.
El chico tragó saliva con nerviosismo, como si le aterrorizara la posibilidad de que Wulf le pegara.
—Es el símbolo del Culto de Pólux.
Los ojos de Wulf se oscurecieron peligrosamente.
—Así que ocultáis a daimons aquí.
—No —replicó el muchacho aún más aterrorizado.
—¿Hay algún problema?
Cassandra alzó la vista y vio a una mujer de su edad que se aproximaba al chico. Estaba vestida con un uniforme de color crema que la señalaba como agente de la policía apolita fuera de servicio. Aunque el término «policía» no tenía el mismo significado para ellos que para los humanos. La policía apolita solo se encargaba de luchar contra los daimons, ya que los apolitas en raras ocasiones se peleaban y nunca infringían las leyes de su pueblo.
Phoebe le había dicho que el trabajo de la policía elísea era escoltar a cualquier apolita que estuviera a punto de convertirse en daimon fuera de la ciudad y proporcionarle el dinero y el transporte necesarios para sobrevivir en el mundo humano.
—No pasa nada —le dijo a la agente, que estaba mirando a Wulf con frialdad.
El chico salió corriendo mientras la mirada de la mujer recorría a Wulf con desprecio.
—No soy una niña a quien puedas aterrorizar, Cazador Oscuro. Después de esta noche, ya no podrás hacerme nada.
—¿Qué quieres decir?
—Moriré mañana.
A Cassandra se le encogió el corazón al escuchar sus palabras.
—Lo siento.
La mujer no le prestó la menor atención.
—¿Por qué estabas asustando a mi hijo?
El rostro de Wulf permaneció impasible, pero ella lo conocía lo bastante bien como para saber que se compadecía de la mujer tanto como ella. Vio la simpatía en sus ojos negros y la escuchó en su tono de voz cuando comenzó a hablar.
—Solo quería saber algo más sobre el símbolo que llevaba en la camiseta.
—Es nuestro emblema —dijo ella, aún con una mueca de desprecio en los labios—. Todos los apolitas que viven aquí juran seguir el Código de Pólux cuando alcanzan la mayoría de edad. Al igual que el antiguo dios, todos estamos vinculados los unos con los otros. Ninguno de nosotros traicionará a nuestra comunidad ni a nuestros hermanos. Ni se comportará como un cobarde. A diferencia de otros apolitas, no practicamos el suicidio ritual la noche previa a nuestro cumpleaños. Apolo quiso que muriéramos de forma dolorosa, así que nos atenemos a sus deseos. Mi hijo, al igual que todos mis parientes, lleva el emblema para honrarme tanto a mí como al hecho de que me niegue a huir de mi herencia.
Los ojos de Wulf tenían un brillo suspicaz.
—Pero he visto ese emblema fuera de aquí. Lo llevaba un daimon particularmente violento que maté hará cosa de un año.
La mueca de desprecio de la agente se convirtió en una de pesar. Cerró los ojos y se encogió, como si esas noticias le resultaran dolorosas.
—Jason. —Pronunció el nombre en un susurro—. Siempre me he preguntado qué fue de él. ¿Tuvo una muerte rápida?
—Sí.
La agente soltó un suspiro entrecortado al escuchar la respuesta.
—Me alegro. Era un buen hombre, pero la noche anterior a su muerte huyó, aterrado. Su familia intentó detenerlo, pero no quiso atenerse a razones. Dijo que se negaba a morir cuando ni siquiera había visto el mundo de la superficie. Mi marido fue quien lo acompañó al exterior y lo dejó marchar. Debió de sentirse aterrorizado ahí fuera, solo.
Wulf resopló.
—A mí no me lo pareció. Grababa ese emblema en todos los humanos que asesinaba.
La apolita se dio tres golpecitos en la barbilla con el dedo índice y el corazón, un gesto sagrado para ellos.
—Que los dioses le otorguen la paz. Debió de alimentarse de almas infames.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó Wulf.
—Era uno de los daimons que se niegan a alimentarse de almas humanas inocentes —le explicó Cassandra—. Y que, en su lugar, se alimentan de las almas de los criminales. Después de todo, las almas de los criminales son poderosas porque están imbuidas del odio y de la ira. El único problema es que esas almas están corruptas, y si el daimon no es lo bastante fuerte, su veneno puede dominarlo y convertirlo en un ser tan perverso como la persona que ocupaban.
La agente asintió con la cabeza.
—Parece que a Jason le ocurrió eso mismo. Es probable que estuviera deseando morir cuando lo mataste. Es una tortura cuando las almas comienzan a poseerte y a controlarte. O al menos eso es lo que me han dicho. —Suspiró—. Ahora, si me disculpáis, me gustaría pasar todo el tiempo posible con mi familia.
Cassandra le deseó buena suerte.
Con una inclinación de cabeza, la apolita se alejó de ellos y fue en pos de su hijo.
Wulf siguió a la mujer con una mirada sombría.
—Así que no bromeabas sobre los daimons…
—Por supuesto que no.
Reflexionó sobre el tema durante un instante. Había muchas cosas sobre los daimons que los Cazadores Oscuros ignoraban. Y eso lo dejaba perplejo.
Ella tenía razón. Ya que pasaban tanto tiempo matando daimons, al menos deberían comprenderlos mejor.
O quizá no. Era mucho más fácil matar a alguien a quien no se compadecía. Pensar en las cosas en términos de blanco y negro.
El bien y el mal.
—Vamos a ver a Phoebe —dijo Cassandra, tomándolo de la mano para guiarlo hasta otro pasillo—. Me dijo que podía pasarme por su apartamento cuando quisiera.
No tardaron mucho en llegar. La parte de la ciudad donde vivía Phoebe estaba mucho más concurrida que la suya.
Wulf se quedó a un lado, observando cómo los apolitas pasaban a toda prisa junto a él, mientras Cassandra introducía el código de acceso que abría la puerta de Phoebe.
Cassandra hacía todo lo posible para no pensar en el futuro. Para no pensar en la agente que pasaría su última noche con su familia. Lo mismo que haría ella un día no muy lejano con Wulf.
Tenía que alejarlo de ella. Mantenerlo apartado para que su muerte no lo afectara demasiado.
Se concentró en el hecho de que todavía le quedaba una hermana.
La puerta se abrió.
Entró en la habitación y se quedó petrificada. Phoebe estaba en el sofá, encima de Urian. La tenue luz de las velas que habían encendido en la estancia resaltaba la perfección de sus cuerpos desnudos.
Cassandra se quedó boquiabierta al pillarlos in flagrante delicto.
Su hermana dio un respingo, con la boca llena de sangre.
Cassandra retrocedió y cerró la puerta, muerta de la vergüenza.
—Vaya, qué momento más inoportuno.
—¿Cómo? —preguntó Wulf cuando se giró hacia ella.
Lo cogió de la mano, dando gracias por el hecho de que no los hubiera visto. Se habría enfurecido al ver el modo en que se alimentaba la mayoría de los apolitas.
—Creo que hablaré con ella más tarde.
Wulf no cedió con facilidad.
—¿Qué ha pasado?
No quería compartir esa experiencia con un Cazador Oscuro que juzgaría a su hermana con severidad por alimentarse.
La puerta del apartamento se abrió.
—¿Cassie? —Phoebe llevaba puesto un grueso albornoz azul. Tenía la cara y la boca limpias, pero el pelo estaba muy enredado—. ¿Pasa algo?
—Nada que no pueda esperar —se apresuró a responderle—. Termina lo que estabas haciendo; hablaré contigo más tarde.
Phoebe volvió dentro con el rostro ruborizado.
Wulf estalló en carcajadas.
—Deja que adivine… ¿Urian está con ella?
Cassandra se sonrojó aún más que su hermana.
Y él siguió riendo a mandíbula batiente.
—No tiene gracia, Wulf —lo reprendió—. ¿Cómo te sentirías si alguien nos interrumpiera a nosotros?
—Tendría que matarlo.
—Ahí está. Estoy segura de que Urian siente lo mismo. Vámonos a ver si así me olvido de que tendré pesadillas durante meses por lo que acabo de presenciar.
Mientras caminaban pasillo abajo, una niñita se acercó corriendo a Wulf. Echó la cabeza hacia atrás para mirarlo con expresión de reproche.
—¿De verdad vas a matar a mi hermana pequeña esta noche por haberse olvidado de lavarse detrás de las orejas?
La pregunta los dejó pasmados.
—¿Cómo has dicho? —preguntó Wulf.
—Mi mamá dice que los Cazadores Oscuros matan a los niños que no se portan bien. Yo no quiero que mates a Alicia. No es mala, lo que pasa es que no le gusta mojarse las orejas.
Wulf se arrodilló frente a la niña y le apartó el pelo de la cara.
—Pequeña, no voy a hacerle daño a tu hermanita, ni a ninguna de las personas que viven aquí. Te lo prometo.
—¡Dacia! —gritó un hombre que corría hacia ellos—. Te he dicho que nunca hables con gente de pelo oscuro. —Cogió a su hija en brazos y huyó de allí con ella, como si le aterrorizara la posibilidad de que Wulf la matara de verdad.
—¿Nadie os ha dicho que no les hacemos daño a los apolitas? —les gritó Wulf—. Madre mía… —dijo entre dientes—. Y yo que creía que Chris era la única persona que me tenía miedo…
Un hombre que pasaba por allí respondió a su comentario escupiéndole en los zapatos.
—¡Oye! —exclamó Cassandra, caminando tras el tipo—. No es necesario ser grosero.
El hombre la miró con asco.
—¿Cómo puedes permitir que te toque alguien como él? En mi opinión, deberíamos haberte dejado morir a manos de los daimons. Es lo que se merece una puta como tú.
Con una mirada asesina, Wulf le dio un puñetazo. Con fuerza. El apolita se tambaleó y luego se abalanzó sobre él. Lo rodeó por la cintura y lo estampó contra la pared. Cassandra gritó, deseando detenerlos, pero temía acabar haciéndole daño al bebé en el proceso.
De pronto, aparecieron apolitas de todas partes para separarlos. Incluso Urian apareció como por arte de magia.
Fue él quien apartó a Wulf. Su piel tenía un color ceniciento y era obvio que estaba muy débil. Aun así, se colocó entre Wulf y el apolita y apoyó una mano sobre el pecho de cada uno.
—¡Ya está bien! —gritó.
—¿Te pasa algo? —le preguntó Wulf.
Urian los soltó. Los demás se llevaron al apolita, aunque este los miró con evidente odio a modo de despedida.
—No debes dejarte ver, Cazador Oscuro —dijo Urian con un tono mucho más amable. Se enjugó el sudor que le cubría la frente con el dorso de la mano.
—La verdad es que no tienes muy buen aspecto —replicó Wulf, pasando por alto la advertencia—. ¿Necesitas algo?
Urian sacudió la cabeza, como si tratara de despejarse la mente.
—Lo único que necesito es descansar un rato. —Frunció los labios al mirar a Wulf—. ¿Puedes hacer el favor de no meterte en problemas para que lo consiga?
—¿Uri? —lo llamó Phoebe cuando se reunió con ellos—. ¿He tomado demasiado?
Los rasgos del daimon se suavizaron al instante. La estrechó contra su cuerpo y le dio un beso en la cabeza.
—No, cariño. Solo estoy cansado. Me pondré bien.
La soltó e hizo ademán de echar a andar hacia su apartamento. Pero se tambaleó.
—Y una mierda… —replicó Wulf. Antes de que ella adivinara sus intenciones, Wulf se pasó el brazo de Urian por la cabeza y se encaminó de vuelta hacia el apartamento que les habían asignado.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Urian con voz furiosa.
—Voy a llevarte con Kat antes de que te desmayes.
El daimon siseó al escucharlo.
—¿Por qué? Me odia.
—Yo también, pero ambos estamos en deuda contigo.
Cassandra guardó silencio mientras los seguía junto a Phoebe.
Kat y Chris estaban jugando a las cartas cuando entraron.
—¡Madre del amor hermoso! ¿Qué ha ocurrido? —preguntó Kat en cuanto vio a Urian.
—Creo que bebí demasiada sangre —respondió Phoebe, cuyo precioso rostro estaba crispado por la preocupación.
Wulf dejó a Urian en el sofá.
—¿Puedes ayudarlo? —le preguntó a Kat.
Ella lo apartó de un empujón. Levantó dos dedos delante del rostro de Urian.
—¿Cuántos dedos ves?
—Seis.
Kat le dio un guantazo en el costado.
—Basta. Esto es serio.
Urian abrió los ojos de par en par y trató de enfocar la mirada.
—Tres… creo.
Kat meneó la cabeza.
—Volveremos en un momento.
Cassandra contempló con asombro cómo Kat desaparecía con Urian de la habitación.
—¿Por qué no hizo eso cuando nos perseguía Stryker? —preguntó Chris.
—Se lo ha llevado a Kalosis, Chris —respondió su hermana—. Dudo mucho que queráis entrar en una dimensión gobernada por daimons spati y por una antigua diosa cabreada, empeñada en destruir el mundo.
—¿Sabes una cosa? —replicó Chris—. Me encanta este lugar. Además, ahora puedo ver las cartas de Kat. —Le dio la vuelta a las cartas y soltó un taco—. Debería haber adivinado que no iba de farol.
Cassandra observó a su hermana con detenimiento. A pesar de la preocupación que reflejaba su rostro, tenía mucho mejor aspecto que antes. Tenía las mejillas sonrosadas y la piel resplandeciente.
—Siento mucho haberos interrumpido —le dijo, ruborizándose de nuevo.
—No le des más vueltas, de verdad. A ver, espero que no se convierta en una costumbre, pero si no hubieras entrado, quizá lo habría matado. Tiene la mala costumbre de no decirme cuándo he tomado demasiada sangre. A veces me asusta.
Wulf cruzó los brazos por delante del pecho.
—Así que los daimons pueden morir por la pérdida de sangre, ¿no?
—Solo cuando beben de ellos —contestó Cassandra.
Phoebe lo fulminó con la mirada.
—¿Estás planeando utilizarlo contra nosotros?
Wulf hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Prefiero la muerte antes que chuparle el cuello a otro hombre. Qué asco… Además, ¿no me has dicho que así es como los apolitas se convierten en daimons? Eso me hace preguntarme una cosa: como los Cazadores Oscuros no tienen alma, ¿podrían convertirse también?
—Sí, pero la sangre de los Cazadores Oscuros es venenosa para los daimons —dijo Chris mientras barajaba las cartas—. ¿No es esa la razón de que los daimons no puedan alimentarse de vosotros ni convertiros en uno de ellos?
—Tal vez… —respondió Phoebe—. Pero es cierto que las almas sin cuerpo pueden poseer a los Cazadores Oscuros, y puesto que Urian y yo compartimos el alma, me pregunto si los daimons y los Cazadores Oscuros podrían compartirla también…
—Esperemos no averiguar nunca la respuesta —replicó Wulf mientras se sentaba en el sofá frente a Chris.
Phoebe se giró hacia Cassandra.
—¿Qué querías cuando viniste a verme?
—He estado haciendo una caja de recuerdos para el bebé. Notas y fotos mías. Recuerdos que le hablen de nuestra gente y de nuestra familia. Me preguntaba si te gustaría añadir algo tuyo.
—¿Por qué quieres hacer algo así cuando para mí será una alegría poder contarle todo lo que quiera saber?
Cassandra titubeó, renuente a herir los sentimientos de su hermana.
—No puede criarse aquí, Phoebe. Tendrá que vivir con Wulf en el mundo de los humanos.
Los ojos de su hermana echaron chispas.
—¿Por qué no puede criarse aquí? Podemos protegerlo tan bien como él. Probablemente mejor.
Wulf levantó la vista mientras Chris repartía las cartas.
—¿Qué ocurrirá si es más humano que Cassandra? ¿Estaría a salvo aquí?
La indecisión que reflejó el rostro de Phoebe lo dijo todo.
No, no lo estaría. El trato que le habían dispensado a él esa noche era prueba más que suficiente para todos ellos. Los apolitas toleraban a los humanos en la misma medida que los humanos a ellos…
Al menos ya no los llevaban a la hoguera.
No muy a menudo…
Wulf le lanzó una mirada elocuente a Phoebe.
—Puedo protegerlos a él y a sus hijos mucho más fácilmente que tú. Creo que la presencia de un alma humana sería una tentación demasiado grande para algunos apolitas. Sobre todo con lo mucho que odian a los Cazadores Oscuros. Menuda hazaña: matarían a mi hijo, conseguirían un alma humana y se vengarían de lo que más odian en el mundo.
Phoebe asintió con la cabeza.
—Supongo que tienes razón. —Tomó la mano de Cassandra—. Sí, me gustaría meter algunas cosas en la caja para él.
Mientras Wulf y Chris jugaban a las cartas, Cassandra fue al dormitorio y sacó la caja con incrustaciones de plata que Kat había salvado de la mansión, además de papel y bolígrafos.
Phoebe y ella le escribieron unas cuantas cartas al bebé. Un rato después, su hermana la dejó sola para hacer un recado.
Cassandra se quedó a solas en su habitación mientras ojeaba las cartas que le había escrito a su hijo. Ojalá pudiera verlo crecer. Daría cualquier cosa por ver a su hijo convertido en un hombre, aunque fuera un instante.
Tal vez Wulf consiguiera ponerse en contacto con un Cazador Katagario que pudiera llevarla al futuro. Solo para echar un vistazo. Solo para ver lo que se perdería.
Sin embargo, eso podría hacer que las cosas le resultaran aún más difíciles. Además, las embarazadas no podían viajar a través de los portales temporales.
—Espero que te parezcas a tu padre —dijo al tiempo que se frotaba el vientre con dulzura y se imaginaba al diminuto bebé que crecía en su interior. Lo imaginaba con el pelo oscuro y ondulado de Wulf. Sería alto y musculoso.
Y se vería obligado a crecer sin el amor de una madre. Al igual que Wulf se vería obligado a verla morir…
Se le quedó atascado un sollozo en la garganta mientras cogía otra hoja de papel. Escribió a toda prisa, conteniendo las lágrimas y diciéndole a su hijo lo mucho que lo amaba. Quería que supiera que a pesar de no estar físicamente con él, siempre lo acompañaría en espíritu.
De algún modo, encontraría una forma de velar por él. Siempre.
Acabó la carta y la colocó en la caja antes de llevarla al salón, donde Chris y Wulf seguían jugando a las cartas. Temía quedarse sola. Sus pensamientos tenían la horrible costumbre de torturarla cuando no había nadie a su alrededor.
Chris y Wulf eran expertos a la hora de mantener su mente alejada del futuro. De hacerla sonreír aunque no tuviera ganas.
Chris acababa de darle cartas para que jugara con ellos cuando Phoebe regresó con un libro.
—¿Qué es eso? —le preguntó a su hermana al ver que lo metía en la caja que estaba en el sofá, a su lado.
—Son cuentos de hadas apolitas —respondió—. ¿Recuerdas el que mamá solía leernos cuando éramos niñas? Donita los vende en su tienda, así que fui a comprarle uno al bebé.
Wulf cogió el libro con recelo y lo ojeó con el ceño fruncido.
—Oye, Chris —dijo al tiempo que se lo tendía a su escudero—. Tú sabes griego, ¿verdad?
—Ajá.
—¿Qué dice?
Chris comenzó a leer en silencio, pero después se echó a reír. A mandíbula batiente.
Cassandra se encogió al recordar algunas de las cosas que su madre les había leído de niñas.
Chris no paraba de reírse.
—No sé si querrás que el bebé vea esto siendo tú quien va a educarlo.
—Déjame adivinar… —dijo Wulf, que miró a Phoebe con los ojos entrecerrados—. Tendrá pesadillas en las que su papá lo perseguirá para arrancarle la cabeza, ¿verdad?
—Más o menos. El que más me gusta es uno que se titula: «Aquerón, el Malvado». —Hizo una pausa mientras leía otro cuento—. Espera, espera… este me encanta. También tienen uno sobre el malvado Cazador Oscuro vikingo. ¿Recuerdas el cuento de la bruja y el horno? En esta historia te comparan con un incinerador.
—¡Phoebe! —masculló Wulf, con los ojos clavados en ella.
—¿Qué? —preguntó la aludida con expresión inocente—. Esa es nuestra herencia. Como si vosotros no tuvierais historias sobre los malvados apolitas o sobre Daniel, el daimon asesino. ¿Sabes? Yo también he visto películas y he leído libros humanos. No dejan muy bien parada a mi gente. Nos retratan como malvados asesinos incapaces de sentir compasión ni emoción alguna.
—Sí, ya… —replicó Wulf—. Pero resulta que los tuyos son demonios que se dedican a chupar almas.
Phoebe ladeó la cabeza con expresión asesina.
—¿Alguna vez has conocido a un banquero o a un abogado? Dime quién es peor, mi Urian o uno de ellos… Al menos nosotros lo necesitamos para alimentarnos; ellos lo hacen sencillamente por los beneficios.
Cassandra se echó a reír ante la broma y después le quitó el libro a Chris de las manos.
—Te agradezco el gesto, Phoebe, pero ¿no podrías encontrar un libro que no pinte a los Cazadores Oscuros como demonios?
—No creo que exista. Y si lo hay, yo nunca lo he visto.
—Genial —murmuró Wulf al tiempo que cogía otra carta—, sencillamente genial. Mi pobre hijo tendrá pesadillas durante toda su infancia.
—Hazme caso —replicó Chris, que subió la apuesta—. Contigo como padre, ese libro será el menor de los problemas de tu hijo.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó Cassandra.
Chris dejó las cartas para mirarla a los ojos.
—¿Sabes que cuando era niño me llevaban de un lado a otro sobre un almohadón? Tenía un casco hecho a medida que tuve que llevar hasta que cumplí los cuatro años.
—Porque te dabas golpes en la cabeza cuando te enfadabas. Me preocupaba que sufrieras algún daño cerebral…
—Mi cerebro está bien —añadió Chris—. Son mi ego y mi vida social los que han acabado hechos una mierda. Me da escalofríos pensar en lo que le harás a ese niño. —Bajó la voz e imitó el cantarín acento vikingo de Wulf—. No te muevas, a menos que quieras acabar con moratones. Vaya, ha estornudado; será mejor que llamemos a los especialistas belgas. ¿Le duele la cabeza? Podría ser un tumor, Odín no lo quiera. Rápido, hay que hacerle un TAC.
Wulf le dio un puñetazo sin fuerza en el hombro.
—Y todavía estás vivo.
—Y todo porque tengo que procrear para ti. —Chris la miró a los ojos—. Su vida será un infierno. —A continuación bajó la vista, como si se lo hubiera pensado mejor—. Pero hay cosas peores.
Cassandra no tuvo muy claro quién se quedó más sorprendido ante semejante confesión. Ella o Wulf.
Chris se levantó y fue al recibidor, donde había una mesa con bebidas y aperitivos. Se sirvió un poco más de Coca-Cola y cogió unas cuantas patatas fritas, tras lo cual retomó la partida con Wulf.
Urian regresó justo antes de medianoche. Tenía mucho mejor aspecto que antes. Su piel tenía un brillo de lo más saludable. Su mirada era radiante y, por una vez, llevaba la melena rubia suelta. Cassandra tenía que reconocerle el mérito a su hermana. Su marido estaba como un tren.
Vestido de negro, no había muchas diferencias entre Urian y un Cazador Oscuro. Salvo por lo que cada uno necesitaba para sobrevivir.
Phoebe sonrió cuando se acercó a ella.
Wulf no lo hizo. De hecho, la tensión entre ellos era palpable.
—¿Qué te pasa, Cazador Oscuro? —preguntó Urian al tiempo que rodeaba los hombros de su esposa con el brazo—. ¿Esperabas que muriera?
—No, solo me preguntaba a quién has tenido que matar para recuperar la salud.
Urian soltó una carcajada al escucharlo.
—Estoy seguro de que a las vacas que te comes tampoco les gusta mucho que las maten.
—No son humanas.
Urian sonrió con desprecio.
—Por si no te has dado cuenta, Cazador Oscuro, hay muchas personas ahí fuera que tampoco son humanas.
Tras coger la mano de su esposa, la guió hasta la puerta.
—Vamos, Phoebe, tengo poco tiempo antes de regresar a Kalosis y no quiero desperdiciarlo con mis enemigos.
Tan pronto como la pareja se marchó, Chris se fue a la cama.
Cassandra y Wulf se quedaron a solas.
—¿Crees que Kat está bien? —le preguntó Wulf mientras recogía el vaso de Chris y cerraba la bolsa de patatas.
—Seguro que sí. Es probable que vuelva pronto. —Ella reunió las cartas que su hermana le había escrito al bebé y las metió en la caja.
—Después del libro que ha comprado, tiemblo de pensar en lo que habrá escrito en esas cartas.
—Mmm —murmuró ella, echando un vistazo a la caja—. Tal vez deba leerlas primero…
—Bueno, me encantaría que me describieran como un demonio con rabo.
Cassandra bajó la mirada hasta su entrepierna y descubrió el bulto que ya se había formado allí.
—No sé yo. Aunque sé de primera mano que tienes uno…
Él enarcó una ceja.
—Ah, ¿sí?
—Ajá. Y muy largo…
Wulf se echó a reír antes de besarla lenta y apasionadamente.
—Sabes a limón —susurró contra sus labios.
Ella se los lamió y recordó que le había echado limón al pescado.
Wulf sabía a sexo salvaje y feroz, lo que hizo que su corazón latiera desbocado.
—¡Un momentito, por favor! ¡Me quedaré ciega!
Wulf se apartó al escuchar la voz de Kat.
Cassandra echó un vistazo por encima del hombro y vio a su amiga en el vano de la puerta.
Kat cerró la puerta tras de sí al entrar.
—Gracias a los dioses, ninguno de los dos está desnudo.
—Tres segundos más y lo habríamos estado —bromeó Wulf.
—¡Puaj! —exclamó Kat—. No necesito tanta información.
Se sentó frente a ellos. Dejando las bromas a un lado, Kat tenía un aspecto demacrado.
Wulf estaba un poco enfadado por su intromisión.
Cassandra se apartó de él y se giró para mirarla.
—¿Algo va mal?
—Un poco. Stryker no está muy contento con tu desaparición. La Destructora también está cabreada conmigo. Mucho. Por suerte, no ha anulado la regla que impide que me pongan la mano encima. Eso nos da un poco de margen de acción, pero no estoy muy segura de que Stryker siga acatándola mucho más.
—¿Te avisarán en caso de que cambien las circunstancias? —preguntó Wulf.
—No lo sé.
—¿Qué pasó con Urian? —le preguntó ella—. ¿Descubrieron que nos está ayudando?
—No, creo que no. Pero tengo que admitir una cosa. Me preocupa lo que podría hacerle Stryker si descubre que nos ha ayudado. Se muere de ganas por que el bebé y tú desaparezcáis del mapa.
Cassandra tragó saliva al escucharlo y cambió el tema de conversación.
—Cuéntame qué hicisteis.
—Dejé a Urian a la puerta de su casa para que nadie supiera que lo había ayudado. Si me vieran con él, sospecharían de inmediato. No es que hayamos sido muy amigos a lo largo de los siglos… Coño, no podíamos ni vernos.
—¿Por qué? —quiso saber ella—. Parece agradable. Un poco frío, pero bueno, no hay que reprochárselo.
—Cariño, hazme caso. El que tú has visto es un Urian distinto. No es el mismo que yo conozco desde hace once mil años. Ese Urian no dudaría en matar a cualquiera si su padre se lo ordena. He visto cómo le rompía el cuello a cualquier daimon que lo mosqueara y no creo que te apetezca saber lo que le hace a los Cazadores Arcadios y a los Katagarios que los traicionan.
Wulf cogió su vaso de la mesita de café.
—Los spati son la razón de que los Cazadores Oscuros jamás hayan salido de una madriguera, ¿verdad?
Ella asintió.
—Las madrigueras os transportan hasta el centro del salón de banquetes de Kalosis, que está en mitad de la ciudad. Los Cazadores Oscuros son asesinados al instante. Los Katagarios y los Arcadios tienen una oportunidad. Pueden jurarle fidelidad a la Destructora para conservar la vida.
—¿Y los daimons?
—Son bien recibidos siempre y cuando se entrenen con ellos y sigan su código de honor como guerreros. En cuanto muestran la mínima debilidad, también mueren.
Wulf soltó un largo suspiro.
—Menudo infierno es el sitio donde vives, Kat.
—No vivo allí; mi hogar está en el Olimpo.
—¿Y cómo acabaste enredada con la Destructora?
Cassandra también sentía curiosidad al respecto.
Kat parecía avergonzada.
—No puedo contestar a eso.
—¿Por qué no? —quiso saber ella.
Kat se encogió de hombros.
—Es algo de lo que nadie habla, y mucho menos yo.
En fin, una respuesta irritante que no le dijo nada. Aunque tenía otras cosas en mente más importantes.
—¿Crees que Stryker podrá encontrarnos aquí?
—Si te soy sincera, no lo sé. Stryker tiene un montón de espías en las comunidades apolitas, arcadias y katagarias. Así nos encontró antes. Al parecer, hay alguien en el Infierno que trabaja para él y lo llamó en cuanto aparecimos por la puerta.
Wulf señaló la puerta que daba a la ciudad.
—De modo que cualquiera de esos podría traicionarnos, ¿no?
Cassandra tragó saliva cuando la invadió el pánico.
—¿Hay algún lugar seguro?
—En estos momentos, no.