—Cuidado —les advirtió Stryker a sus hombres cuando abrieron fuego de nuevo sobre la mansión—. No creo que lo hagan, pero dadles una oportunidad de salir antes de volar la casa.
—¿Por qué? —preguntó Trates—. Creí que el objetivo era matar a la heredera.
Urian fulminó al otro daimon con una mirada que decía a las claras: «¿Es que no tienes dos dedos de frente?».
—Sí, pero si de camino herimos a la Abadonna, sabremos qué se siente cuando te sacan las tripas. Literalmente. Al igual que la mayoría de los seres vivos, da la casualidad de que me gusta llevarlas por dentro.
—Es inmortal —dijo Trates—. ¿Qué más le da una bomba?
—Es como nosotros, cabeza de chorlito. —Urian le arrebató el lanzacohetes de las manos y se lo pasó a Ícaro—. Si le vuelas el cuerpo en pedazos, la matarás. Y a ninguno os gustará saber lo que nos haría la Destructora si eso sucediera…
Ícaro apuntó con más cuidado.
Stryker asintió con aprobación ante las palabras de su hijo y después proyectó sus pensamientos al resto de su equipo.
—Vigilad las salidas. Sé que el Cazador tendrá salida de emergencia. Y será mejor que los atrapéis cuando salgan corriendo. Debéis estar preparados.
Cassandra frunció el ceño cuando Chris se metió otro cojín por el frontal de los pantalones.
—¿Qué estás haciendo?
—Protejo las joyas de la familia. Después de lo que dijo Kat sobre Stryker y mi tropiezo con la daga del repartidor de pizzas que falló por los pelos, no quiero correr riesgos con mis pequeñines.
—Aleluya… —dijo Wulf entre dientes—. Ya era hora de que el chico comenzara a usar la cabeza.
Chris lo miró echando chispas por los ojos, pero Wulf no le hizo el menor caso. Se limitó a encender la televisión y empezó a zapear por los canales de las cámaras de seguridad del perímetro para ver dónde se encontraban los daimons. Muchos de ellos corrían por el jardín.
—Parece que la explosión se ha cargado parte del ala este —dijo en voz baja.
Se produjo otra explosión en el garaje.
Chris gritó eufórico.
—Creo que acaban de volar el Hummer. ¡Sí!
—¡Christopher! —lo reprendió.
—Es superior a mis fuerzas —replicó Chris algo más calmado—. Odio esa cosa con todas mis fuerzas. Además, ya te dije que no me protegería de todo. ¿Ves? No ha tenido nada que hacer contra unas granaditas.
Sacudió la cabeza al escuchar a su escudero, momento en el que se dio cuenta de que Cassandra estaba sacando armas del armario.
—¿Qué estás haciendo? —Se acercó a ella a la velocidad del rayo para impedir que tocara las armas.
Ella suspiró irritada.
—Pertrechándome.
—¡Los cojones! Tu trabajo consiste en…
—Permanecer con vida —lo interrumpió ella con gesto decidido. Le acarició el brazo con una ternura que lo estremeció de la cabeza a los pies. Estaba preciosa allí de pie, preparada para enfrentarse al mundo—. No te preocupes, Wulf, no soy imbécil. No voy a enfrentarme a ellos arriesgándome a que me den una patada en el estómago. Pero tampoco pienso quedarme aquí quietecita y dejar que me atrapen sin oponer resistencia. Estoy tan acostumbrada a ir armada como puedas estarlo tú.
—Tiene razón —dijo Kat, que se colocó detrás de Cassandra—. Su osito de peluche esconde una hoja retráctil de quince centímetros y un revólver de calibre 38 especial.
La observó y se percató del brillo decidido de sus ojos. La admiraba más en esos momentos de lo que nunca había admirado a nadie.
Retrocedió y la llevó hasta el armero. Le colocó unas cuchillas plegables en ambas muñecas antes de enseñarle cómo accionar las hojas y cómo desplegarlas.
—Y esta… —Sacó una Beretta Panther de pequeño calibre. Le metió un cargador entero y le puso el seguro—. Es solo para distraerlos.
La enfundó en una pistolera que le aseguró alrededor de las caderas.
Su semblante se suavizó al mirarlo. Por alguna razón, esa mirada hizo que comenzara a hervirle la sangre.
—Bien, ¿cuál es el plan?
—Salir corriendo.
—¿Hacia dónde? —preguntó Chris—. Si vamos a la casa de otro Cazador Oscuro, solo conseguiremos mermar tus poderes y los suyos. Sin ánimo de ofender, creo que esos tipos son un pelín más fuertes que los daimons de toda la vida, y no quiero ver cómo te patean el culo. Al menos esta noche, cuando tengo cosas que proteger.
Otra explosión hizo estallar los cristales de las ventanas protegidas por las persianas de acero.
—No nos queda otra, Chris —dijo al tiempo que alejaba a Cassandra de las ventanas—. No van a esperar a que amanezca para darnos la posibilidad de largarnos durante el día; y si no salimos de aquí, van a hacer pedazos la casa. No nos queda más remedio que recurrir a una evacuación de emergencia a pecho descubierto.
A Chris no parecía hacerle ni pizca de gracia.
—De verdad que no me gusta un pelo la idea de salir al descubierto. ¿A nadie se le ocurre una idea mejor?
Miraron a Kat, que les devolvió la mirada con perplejidad.
—Yo no soy de este mundo. No tengo la menor idea de dónde escondernos. Voto por ir con Wulf.
—¿Qué pasa con Artemisa? —preguntó Cassandra—. ¿Nos ayudará?
Kat negó con la cabeza.
—Lo siento. En estos momentos está muy ocupada y le importa un comino que se acabe el mundo. Si la molesto por algo así, pillará un berrinche de los que hacen época.
—De acuerdo —dijo Wulf—. Propongo que nos pongamos todas las prendas de abrigo que encontremos y que nos preparemos para abandonar el barco a las primeras de cambio.
Stryker contemplaba detenidamente las cámaras de seguridad. Sabía que la heredera y sus guardianes no se quedarían mucho más tiempo dentro de la casa. Sus hombres ya habían volado el garaje y procedían en esos momentos a ir barriendo parte a parte la mansión. Los daños exteriores eran muy numerosos, pero no tenía manera de saber cuánto había sufrido el interior.
Aunque tampoco importaba mucho. Si eso no funcionaba, incendiaría la mansión. Ya tenía preparado el lanzallamas.
Cualquiera con un mínimo de cabeza tendría túneles de salida. Y Wulf iba sobrado en ese aspecto.
Urian ya había encontrado varias salidas.
Su hijo solo tenía que asegurarse de encontrarlas todas antes de que su presa escapara de la propiedad.
—¿Urian? —Contactó con él telepáticamente—. ¿Estás en posición?
—Sí. Tenemos todas las salidas cubiertas.
—¿Dónde estás?
—En el jardín trasero. ¿Por qué? ¿Hay algún problema?
—No, solo quería asegurarme de que podemos atraparlos.
—Serán nuestros, padre. Relájate.
—Lo haré cuando ella esté muerta.
Wulf repasó por última vez a sus protegidos. Estaban todos bien abrigados y listos para huir. Él, en cambio, apenas llevaba ropa encima. Necesitaba libertad de movimientos por si tenía que emplearse a fondo en la lucha.
—Está bien, chicos —dijo a modo de advertencia—. Recordad que tenemos que movernos con sigilo. Ellos ven mejor de noche que… —Hizo una pausa al darse cuenta de con quién estaba hablando—. Bueno, mejor que Chris, al menos. Yo iré delante. Kat, tú irás en la retaguardia. Si sucede algo, grita pero ni se te ocurra desaparecer sin más.
—Hecho.
Sonrió a Cassandra para darle ánimos. Le cogió la mano y besó el guante de lana, deseando poder sentir la piel que cubría.
Ella le devolvió la sonrisa antes de taparse la cara con la bufanda.
Le soltó la mano a regañadientes y los condujo hasta su habitación. Se escucharon más explosiones en la planta superior.
Gruñó al escuchar cómo se rompían las cosas.
—Juro que Stryker pagará muy caro todo esto.
—A mí me gustaría saber dónde está la policía —dijo Cassandra—. Alguien tiene que haber escuchado todo este jaleo.
—No estoy tan seguro —intervino Chris—. Estamos bastante aislados. Es posible que nadie se haya dado cuenta.
La casa se estremeció a causa de otra explosión.
—Alguien tiene que haber oído eso —insistió Cassandra—. Esto parece una zona de guerra.
—Bueno, esperemos que no aparezcan los polis —añadió Kat, que estaba detrás de ella.
Miró a su amiga por encima del hombro.
—¿Por qué?
—Porque si vienen, serán otro aperitivo para los daimons.
Se le torció el gesto de solo pensarlo.
—Por el amor de Dios, Kat, ¡eso es horrible!
—Pero muy cierto —apostilló Wulf al tiempo que los hacía pasar junto a la cama de camino al vestidor, que era tan grande como el dormitorio de la mayoría de las personas—. Aunque no te lo creas, Cassandra, los daimons no son más que animales rabiosos que necesitan que alguien los remate por caridad.
Se tensó al escucharlo, pero por una vez no discutió con él.
Enarcó una ceja al ver el vestidor mientras lo atravesaban. No había ni rastro de color desde la primera camisa que había colgada hasta el último par de zapatos. Parecía un enorme agujero negro.
—Te gusta el negro, ¿eh?
Wulf esbozó una sonrisa torcida.
—Sirve a un propósito. Cuesta trabajo intimidar a la gente vestido con tonos pastel.
Se echó a reír al escuchar su respuesta y estuvo a punto de soltar que estaba mucho mejor desnudo, pero se contuvo. Chris y Kat ya sabían que eran amantes, pero no terminaba de parecerle bien hacer comentarios al respecto con ellos delante.
Wulf marcó una serie de códigos en el teclado y abrió una puerta secreta situada en el fondo del armario a través de la cual se accedía a las catacumbas que había construido bajo la casa y los jardines en caso de emergencia.
Aunque no se le había ocurrido la posibilidad de que los daimons bombardearan su mansión cuando las construyó.
Había tenido en mente que la casa se incendiara durante el día o que la invadieran unos terroristas más normalitos, de los que no tenían colmillos.
Por si las moscas.
El pasillo era largo y estrecho, al más puro estilo medieval, para que cualquiera que entrara tuviera que ir en fila india, y también para detener a cualquiera que los siguiese.
Algunas veces ser un paranoico tenía sus ventajas…
Cogió una linterna y los condujo en fila india hacia el interior.
Caminaron durante varios minutos antes de llegar a una bifurcación de la que salían cinco pasillos.
—¡Vaya! —exclamó Chris al tiempo que estiraba el cuello para ver lo que había por delante—. ¿Adónde llevan todos estos pasadizos?
Wulf señaló con el haz de luz el que se encontraba más a la derecha.
—Ese lleva hasta el garaje; el siguiente lleva al jardín que hay justo detrás de la puerta sur; el del medio conduce a un refugio antiaéreo a más profundidad. El que está a su izquierda lleva a la calle a la que da la puerta principal y este… —dijo mientras iluminaba el que estaba más a la izquierda—, conduce al embarcadero.
—Tío, me habría encantado saber esto de niño. Me lo habría pasado bomba aquí abajo.
—Claro, y también podrías haberte perdido o haberte hecho daño sin que nadie se enterase.
Chris le sacó la lengua.
No le prestó atención, sino que reanudó la marcha por el largo y serpenteante túnel que recorría toda la propiedad. El embarcadero estaba bastante apartado, de modo que diera la impresión de que no era suyo.
Cosa que, al igual que el diseño del embarcadero, había sido deliberado.
Visto desde el agua el embarcadero tenía toda la pinta de una mansión de unos quinientos metros cuadrados. En la planta baja guardaba su colección de embarcaciones. La primera planta tenía cuatro dormitorios, una cocina, un salón, un comedor y una sala de juegos. A lo largo de los años, había servido como alojamiento de invitados para Aquerón cada vez que se dejaba caer por la ciudad.
Solo esperaba que Stryker no fuera lo bastante listo como para descubrir que tenía una salida de emergencia que quedaba tan lejos de la casa.
Al final del túnel, una escalera de acero llevaba hasta una trampilla por la que se accedía a un pequeño trastero en la parte trasera del edificio.
Salió en primer lugar, preparado para cualquier cosa. La trampilla tenía un candado convencional para evitar problemas en caso de incendio. Hizo girar la ruedecilla para introducir la combinación y esperó hasta escuchar el chasquido que señalaba que se había abierto.
Empujó la puerta muy despacio, esperando lo peor.
No se movía nada allí dentro, ni tampoco en el exterior. No se oía ningún ruido. Agudizó el oído unos minutos, pero lo único que le llegó fueron los crujidos del hielo y el aullido del viento.
Todo parecía en orden…
Salió del pasadizo y se volvió para ayudar a Cassandra, que se alejó un poco de la trampilla para dejarles espacio a Chris y a Kat.
—Vale —les susurró—. Por ahora vamos bien. Quiero que vosotros dos —dijo dirigiéndose a Cassandra y a Chris— os quedéis atrás. Si ocurre algo, volved a los túneles y pulsad el botón rojo para cerrar la puerta.
—¿Y qué haréis Kat y tú? —preguntó Cassandra.
—Ya nos las apañaremos. Aquí lo importante es que vosotros dos estéis a salvo.
Por la expresión que leyó en los ojos de Cassandra supo que no estaba de acuerdo.
—Tardaré un par de minutos en bajar el hidrodeslizador hasta el hielo —le explicó—. Esperemos que los daimons no lo oigan.
Cassandra asintió y le dio un beso.
—Ten cuidado.
La abrazó con delicadeza antes de abrir la puerta. Dio un paso, pero titubeó cuando tocó con el pie algo grande y sólido que había en el suelo.
No, un momento, se dijo.
Era ropa. Y le recordó a lo que quedaba de un daimon al morir.
Sacó la hoja retráctil de la bota justo cuando una sombra se acercaba a él. Se preparó para atacar.
—No pasa nada —susurró una voz femenina—. Soy una amiga.
Eso no lo tranquilizó mucho.
Escuchó el jadeo asustado de Cassandra. Al mirar hacia atrás, la vio en el vano de la puerta sin saber muy bien qué hacer.
—¿Phoebe? —murmuró ella—. ¿Eres tú de verdad?
Su hermana Phoebe fue una de las que murió junto con su madre.
La sombra avanzó hacia la luz para que pudieran ver su rostro, que guardaba un asombroso parecido con el de Cassandra. La única diferencia era el pelo. El de Phoebe era liso, mientras que el de Cassandra era muy rizado. Phoebe llevaba un traje pantalón negro y no parecía ir armada.
—Soy yo, Cassie. He venido para ayudaros.
Cassandra retrocedió un paso y chocó con Chris, que observaba con recelo a la recién llegada. Incluso Kat estaba tensa.
Cassandra contempló a su hermana con perplejidad.
—Se suponía que estabas muerta.
—Estoy muerta —susurró Phoebe.
—Eres una daimon —la acusó Wulf.
Ella asintió.
—Por Dios, Phoebe… —dijo Cassandra con una nota decepcionada en la voz—. ¿Cómo has podido?
—No me juzgues, hermanita. Tuve mis razones. Ahora tenemos que ponerte a salvo.
—Como si fuera a confiar en ti… —le replicó con sequedad—. Recuerdo muy bien al tío Demos.
—Yo no soy el tío Demos y no tengo la más mínima intención de convertirte en lo que soy. —Phoebe dio un paso hacia ella, pero Wulf impidió que siguiera acercándose, al menos hasta cerciorarse de sus verdaderas intenciones.
Phoebe lo fulminó con la mirada antes de volver a clavar la vista en su hermana.
—Por favor, Cassie, tienes que creerme. Yo nunca, jamás, te haría daño. Te lo juro por el alma de mamá.
Otro daimon entró en el embarcadero. Un varón alto y rubio. Wulf lo recordaba del club. Era el daimon que le había pateado el culo a base de bien.
El daimon que había llamado «padre» a Stryker.
Kat se quedó boquiabierta.
—Date prisa, Phoebe —le dijo el daimon a su hermana—. No podré ocultar esto mucho más tiempo. —Se detuvo lo justo para enfrentar la mirada de Wulf sin amilanarse.
La furia y el odio que irradiaban ambos hombres eran tan palpables que Cassandra se estremeció. Daba la impresión de que iban a lanzarse al ataque en cualquier momento.
—¿Por qué nos estás ayudando? —quiso saber Wulf.
El daimon frunció los labios en un gesto de repugnancia.
—Tú me importas una puta mierda, Cazador Oscuro. Solo estoy aquí para ayudar a mi esposa a proteger a su hermana pequeña. Aunque sigo creyendo que es una estupidez. —Miró a Phoebe, quien a su vez lo miró malhumorada.
—Mañana lo verás de otra manera —replicó ella.
El daimon resopló.
—Menos mal que te quiero, si no…
Kat no daba crédito.
—¿Urian tiene corazón? Quién lo iba a decir…
El aludido le lanzó una mirada asesina.
—Cierra el pico, Abadonna.
Cassandra vio el amor en el rostro de su hermana cuando su marido se acercó a ella.
—Urian fue quien me salvó cuando mamá murió —explicó—. Me sacó del coche cuando explotó la bomba y me ocultó. También intentó salvar a mamá y a Nia, pero no consiguió llegar hasta ellas a tiempo.
No supo cómo reaccionar ante esa información. No tenía sentido que un daimon, mucho menos uno emparentado con Stryker, las ayudara cuando llevaban toda la vida persiguiéndolas.
—¿Por qué?
—No hay tiempo para esto —masculló Urian—. Mi padre no es estúpido. Comprenderá lo que ocurre en cuanto los dos hombres muertos no den señales de vida.
Phoebe asintió y después se giró hacia Cassandra.
—Te estoy pidiendo que confíes en mí, Cassie. Te juro que no te arrepentirás.
Frunció el ceño y miró a Wulf y a Kat.
—Creo que podemos confiar en ella.
Wulf miró a Urian y después a Kat.
—Dijiste que son unos sádicos. ¿Hay alguna posibilidad de que esto sea un truco?
El daimon soltó una risotada amarga al escucharlo.
—Ni te lo imaginas…
Phoebe le dio un codazo en el estómago.
—Pórtate bien, Uri. Tu actitud no nos sirve de mucho.
El daimon miró a su esposa con el ceño fruncido mientras se frotaba la zona donde lo había golpeado, pero se abstuvo de hacer más comentarios.
—Adelante —dijo Kat—. Si miente, sé cuál es su punto débil. —Su mirada se clavó en Phoebe de forma elocuente.
Urian se tensó al instante.
—Con la protección de la Destructora o sin ella, si la tocas, te mataré, Katra.
—Nos vamos entendiendo —apostilló Wulf—. Porque si algo llegara a ocurrirle a Cassandra, Kat será el menor de tus problemas.
Urian dio un paso hacia delante, pero Phoebe lo obligó a retroceder.
—Dijiste que debíamos darnos prisa.
La adusta expresión del daimon se suavizó cuando miró a su esposa justo antes de asentir con la cabeza. Sin mediar palabra, los condujo hasta un hidrodeslizador negro que ya los esperaba en el hielo.
Chris subió en primer lugar, seguido de Kat.
Cassandra los siguió.
—¿Es la misma embarcación que utiliza la policía montada del Canadá para operaciones de rescate? —le preguntó a Wulf.
Este carraspeó como si lo hubiera ofendido.
—Los fabrica la misma compañía, pero me gustaría pensar que el mío es un poco más bonito.
Y lo era. Con todos los lujos, incluidos los asientos acolchados.
—Ya te digo… —afirmó Chris mientras se sentaba y se ponía el cinturón de seguridad—. Somos como Dudley de la Montaña.
El comentario le arrancó una sonrisa mientras Wulf se ponía al timón. Su hermana subió a bordo, pero se giró al darse cuenta de que su marido se había quedado en el muelle y no hacía ademán de subir a la embarcación.
Su rostro parecía aún más pálido de lo normal.
—Ven con nosotros, Uri —suplicó al tiempo que le cogía la mano. Su voz sonaba tensa y preocupada.
Cassandra observó las manos entrelazadas de la pareja, el símbolo de lo mucho que ambos deseaban aferrarse el uno al otro y no separarse jamás.
—Te matarán si llegan a descubrir que nos has ayudado.
El dolor que reflejaba el rostro de Urian mientras miraba a su esposa con los ojos rebosantes de anhelo hizo que se le encogiera el corazón por ellos.
—No puedo, nena, y lo sabes. Tengo que quedarme para cubrir vuestra huida, pero te prometo que me pondré en contacto contigo lo antes posible.
Besó a Phoebe con pasión y después le dio un beso en la mano antes de soltarla.
—Ten cuidado.
—Tú también.
Él asintió y soltó el último amarre.
—Cuida de mi esposa, Cazador.
Wulf miró de reojo a Phoebe y asintió con la cabeza.
—Gracias, daimon.
Urian resopló con sorna.
—Apuesto a que nunca has pensado que dirías algo así.
El daimon accionó las puertas que daban al lago en el mismo instante en el que un grupo de daimons entraba en el embarcadero.
Phoebe jadeó e hizo ademán de reunirse con su marido. Chris tiró de ella mientras Wulf encendía el motor y ponía rumbo al norte a toda velocidad. Por suerte, tenían el viento a favor y aceleraron rápidamente.
—¡No! —gritó Phoebe mientras atravesaban el lago—. No podemos abandonarlo.
—No tenemos elección —señaló Chris—. Lo siento.
Cassandra vio la desesperación pintada en el rostro de su hermana, pero Phoebe no lloró. Se limitó a mirar el embarcadero con expresión aterrada a medida que se perdía en la distancia.
—¿A qué velocidad vamos? —le preguntó a Chris al tiempo que se aferraba al cinturón de velocidad con el corazón desbocado.
—A ciento cincuenta por hora, por lo menos —respondió él—. Estos cacharros superan los doscientos kilómetros por hora con el viento a favor, pero solo dan unos cincuenta con el viento en contra.
¡Vaya! Desvió la vista hacia su hermana, que seguía mirando hacia el embarcadero a pesar de que había desaparecido de la vista.
—No le pasará nada, Phoebe —le aseguró Kat—. Su padre no le haría daño. Stryker puede ser un psicópata, pero adora a su hijo.
El rostro de Phoebe reflejó todo su escepticismo.
—Sigue en dirección norte —le dijo a Wulf—. Tenemos un lugar seguro donde podemos esconderos.
No bien hubo acabado de pronunciar esas palabras, se oyó un horrible alarido que parecía sacado de una película de terror. Y que no tardó en ser seguido por el inconfundible batir de unas alas.
Cassandra alzó la vista y comprobó que el dragón que había visto en otra ocasión se dirigía a ellos.
—Madre del amor hermoso… —El pánico hizo que se le atascaran las palabras en la garganta.
Kat reaccionó de inmediato y la cubrió con su cuerpo.
El dragón chilló de nuevo, como si se hubiera disgustado por su reacción. Lanzó una bocanada de fuego sobre la proa.
Wulf no aminoró la velocidad, sino que sacó su arma y comenzó a disparar.
La bestia se lanzó en picado hacia ellos sin dejar de chillar. Cassandra vio cómo le acertaban las balas. Se sacudió por los impactos, pero no aminoró la velocidad ni cambió de dirección.
Continuó descendiendo hacia ellos con un solo objetivo en mente.
Más cerca.
Más cerca.
Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su aliento.
Wulf recargó el arma y abrió fuego de nuevo.
Justo cuando estaba segura de que iba a devorarlos, el dragón se desvaneció como por arte de magia.
Pasaron varios segundos antes de que se movieran.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Chris.
—Le han ordenado regresar —respondió Kat—. Es lo único que puede detenerlo de esa forma.
Wulf aminoró por fin la velocidad.
—¿Quién se lo ha ordenado?
—La Destructora —respondió Phoebe—. No permitiría que el dragón le hiciera daño a Kat.
—¿Y eso a qué se debe, Kat? —preguntó Wulf.
A ella pareció incomodarle la pregunta.
—Al igual que Stryker, soy una de sus sirvientes.
—Creí que servías a Artemisa —señaló Cassandra.
—Las sirvo a ambas.
Cassandra ladeó la cabeza y estudió a su amiga. Una persona a la que había creído conocer durante años, pero de la que se daba cuenta que no sabía absolutamente nada.
—Una pregunta —dijo con el corazón desbocado por el miedo—. ¿Qué ocurre cuando hay conflicto de intereses? ¿A quién sirves en ese caso?