Capítulo 49

Vasher la encontró practicando de nuevo.

Espiaba por la ventana, tras haber descendido del tejado con una cuerda despertada que lo sujetaba por la cintura. En la habitación, Vivenna despertaba repetidamente un trozo de tela, sin reparar en la presencia de Vasher. Le ordenó a la tela que serpenteara por la habitación, se enroscara en una copa y la trajera de vuelta sin derramar su contenido.

«Está aprendiendo muy rápido», pensó Vasher. Dar las órdenes era sencillo, pero proporcionar el impulso mental adecuado era difícil. Era como aprender a controlar un segundo cuerpo. Vivenna era rápida. Sí, poseía una gran cantidad de alientos. Eso lo hacía más sencillo, pero el verdadero Despertar Instintivo, la capacidad de despertar objetos sin entrenamiento ni práctica, era un don que sólo concedía la Sexta Elevación. Vivenna estaba lejos de ese nivel. Aprendía más rápido de lo normal, aunque se frustraba por lo a menudo que hacía mal las cosas.

Cometió un error mientras él miraba. La tela serpenteó por la habitación, pero se metió dentro de la copa en vez de enroscarse en ella. Se estremeció, hizo caer la copa y finalmente regresó, dejando un rastro húmedo. Vivenna maldijo y se acercó para volver a llenar la copa. No reparó en Vasher. A él no le sorprendió: ahora mismo era un apagado, con todo su exceso de aliento almacenado en su camisa. Ella sustituyó la copa y él se izó cuando regresaba. Naturalmente, el mecanismo de cómo Vasher se movía con las cuerdas era más complicado de lo que parecía. Su orden incorporaba hacer que la cuerda respondiera a golpecitos con su dedo. Despertar era distinto a crear un sinvida: estos tenían cerebros y podían interpretar órdenes y peticiones. La cuerda no tenía nada de eso: sólo podía actuar siguiendo sus instrucciones originales.

Con unos golpecitos, él volvió a bajar. Vivenna estaba de espaldas y cogió otro trapo de colores para usarlo como combustible cuando despertara su cuerda atrapacopas.

«Me gusta —dijo Sangre Nocturna—. Me alegro de que no la matáramos».

Vasher no respondió.

«Es muy bonita, ¿no te parece?», preguntó la espada.

«Tú no entiendes de eso», replicó Vasher.

«Sí que entiendo».

Vasher sacudió la cabeza. Bonita o no, la muchacha no tendría que haber venido nunca a Hallandren. Le había dado a Denth una herramienta perfecta. «Naturalmente —admitió con amargura—. Denth tal vez no necesitaba esa herramienta». Hallandren e Idris estaban a punto de destruirse. Vasher había permanecido lejos demasiado tiempo. Lo sabía. También sabía que era imposible haber vuelto antes.

Dentro de la habitación, Vivenna consiguió que la cuerda le trajera la copa, y se la bebió con una expresión satisfecha que Vasher apenas pudo ver. Hizo que la cuerda lo bajara al suelo. Le ordenó que se soltara de arriba y luego, cuando se enroscó en su brazo, recuperó su aliento y subió los escalones que conducían a la habitación.

* * *

Vivenna se dio la vuelta al oír entrar a Vasher. Soltó la cuerda y guardó a toda prisa el trapo en su bolsillo. «Tonta. ¿Qué importa que me vea practicando? —pensó, ruborizándose—. No es que tenga nada que esconder». Pero practicar ante él resultaba embarazoso. Eran tan severo, tan inflexible con los defectos. No le gustaba que la viera fracasar.

—¿Y bien? —preguntó ella.

Él negó con la cabeza.

—Tanto la casa que empleabais como el refugio de los suburbios están vacíos —contestó—. Denth es demasiado listo para dejarse pillar. Debió de deducir que revelarías su localización.

Vivenna apretó los dientes, frustrada, y se apoyó contra la pared. Como las otras habitaciones en que se habían alojado, aquélla era sumamente simple. Sus únicas posesiones eran un par de petates y las mudas de ropa, que Vasher llevaba en su mochila.

Denth vivía con mucho más lujo. Podía permitírselo: ahora tenía todo el dinero de Lemex. «Fue listo —pensó ella—. Me dio el dinero y me hizo creer que estaba al mando. Supo todo el tiempo que el oro no dejaba de estar en sus manos, igual que yo».

—Esperaba vigilarlo —dijo—. Tal vez adelantarnos a lo que esté planeando.

Vasher se encogió de hombros.

—No funcionó. No tiene sentido lamentarse por eso. Vamos. Creo que puedo lograr que nos reunamos con algunos obreros idrianos en uno de los huertos, si llegamos durante la pausa del almuerzo.

Vivenna frunció el ceño mientras él se volvía.

—Vasher, no podemos seguir haciendo esto.

—¿Esto?

—Cuando estaba con Denth, nos reuníamos con jefes del hampa y políticos. Tú y yo sólo nos reunimos con campesinos.

—¡Son buenas personas!

—Sé que lo son —dijo Vivenna rápidamente—. Pero ¿crees de verdad que sirve para algo? Comparado con lo que probablemente estará haciendo Denth, quiero decir.

Él frunció el ceño, pero en vez de discutir con ella, sólo descargó un puñetazo contra la pared.

—Lo sé —admitió—. He intentado otras cosas, pero casi todo lo que hago parece ir un paso por detrás de Denth. Puedo matar a sus bandas de ladrones, pero tiene más de las que puedo encontrar. He intentado descubrir quién maquina a favor de la guerra, incluso he seguido pistas en la Corte de los Dioses, pero todo el mundo se muestra cada vez más reservado. Dan por hecho que la guerra es inevitable, y no quieren que se les vea en la parte perdedora del debate.

—¿Y los sacerdotes? ¿No son los que llevan los temas ante los dioses? Si podemos conseguir más sacerdotes que argumenten en contra de la guerra, tal vez podamos detenerla.

—Los sacerdotes son volátiles —respondió Vasher, sacudiendo la cabeza—. La mayoría de los que argumentaron contra la guerra han cedido. Incluso Nanrovah ha cambiado de bando.

—¿Nanrovah?

—El sumo sacerdote de Marcaquieta —explicó Vasher—. Lo consideraba de convicciones firmes: incluso se reunió conmigo varias veces para hablar de su oposición a la guerra. Ahora se niega a verme y ha cambiado de bando. Mentiroso incoloro.

Vivenna frunció el ceño, recordando.

—Vasher —dijo—. Le hicimos algo.

—¿Qué dices?

—Denth y su equipo. Ayudamos a una banda de ladrones a robarle a un mercader de sal. Usamos un par de distracciones para cubrir el robo. Le prendimos fuego a un edificio cercano y volcamos un carruaje que pasaba por el jardín. El carruaje pertenecía a un sumo sacerdote. Creo que se llamaba Nanrovah.

Vasher maldijo en voz baja.

—¿Crees que podría estar relacionado? —preguntó ella.

—Tal vez. ¿Sabes qué ladrones cometieron el robo?

Ella negó con la cabeza.

—Volveré —dijo él—. Espera aquí.

* * *

Eso hizo. Esperó durante horas. Trató de practicar el despertar, pero ya había pasado casi todo el día trabajando en eso. Estaba agotada mentalmente y le resultaba difícil concentrarse. Acabó asomada a la ventana, molesta. Denth siempre la había dejado acompañarlo cuando salía a buscar información.

«Eso fue sólo porque quería mantenerme cerca», pensó. Ahora que lo recordaba, había un montón de cosas que Denth le había ocultado. Vasher no se molestaba en tranquilizarla.

Sin embargo, cuando ella le preguntaba, no era parco con la información. Sus respuestas eran a regañadientes, pero solía contestar. Ella seguía repasando aquella conversación sobre el despertar. No tanto por lo que había dicho él, sino por el modo en que lo había dicho.

Se había equivocado con Vasher. De eso estaba casi segura. Tenía que dejar de juzgar a la gente. Pero ¿era eso posible? ¿No se basaba la interacción, en parte, en los juicios? El trasfondo y las actitudes de una persona influían en cómo se le respondía.

La clave, entonces, radicaba en dejar de juzgar. Había considerado amigo a Denth, pero no tendría que haberlo ignorado cuando decía que los mercenarios no tenían amigos.

La puerta se abrió. Vivenna dio un respingo y se llevó la mano al pecho.

Vasher entró.

—Empieza por echar mano de esa espada cuando te sobresaltes —dijo—. No hay ningún motivo para que te agarres la camisa, a menos que pienses desgarrártela.

Vivenna se ruborizó, el pelo convertido en rojo. La espada que él le había dado yacía a un lado de la habitación: no habían tenido muchas oportunidades de practicar, y ella apenas sabía empuñarla.

—¿Qué ha pasado? —preguntó ella mientras él cerraba la puerta. Ya estaba oscuro fuera, y la ciudad empezaba a chispear de luces.

—El robo fue una tapadera. El verdadero golpe era el carruaje. Denth le prometió a los ladrones algo valioso si cometían un robo y provocaban un incendio, pero ambas cosas eran distracciones para conseguir el carruaje.

—¿Para qué?

—No estoy seguro.

—¿Por dinero? Cuando Tonk Fah golpeó al caballo, un cofre cayó desde lo alto. Estaba lleno de oro.

—¿Qué pasó entonces? —preguntó Vasher.

—Yo me marché con los demás. Creí que el carro era una distracción, y tenía que quitarme de en medio.

—¿Y Denth?

—No estaba allí, ahora que lo pienso. Los demás me dijeron que se encontraba reunido con otros ladrones.

Vasher asintió. Se acercó a su mochila y sacó varias prendas de vestir. Se quitó la camisa, revelando un torso musculoso y bastante velludo. Vivenna parpadeó sorprendida, luego se ruborizó. Probablemente tendría que haberse vuelto, pero la curiosidad era demasiado fuerte.

Él no se quitó los pantalones, menos mal, sino que sólo se cambió de camisa. Las mangas de ésta estaban cortadas en forma de lazos largos cerca de las muñecas.

—A mi llamada —dijo—, convertíos en mis dedos y agarrad lo que debo.

Las borlas de las mangas se agitaron.

—Espera —dijo Vivenna—. ¿Qué ha sido eso? ¿Una orden?

—Demasiado complicada para ti —contestó él, arrodillándose para deshacer el dobladillo de los pantalones. Ella vio que también ahí había sobrantes de tela—. Convertíos en mis piernas y dadme fuerzas —ordenó.

Las borlas-piernas se cruzaron sobre sus pies, tensándose. Vivenna no discutió que las órdenes fueran «demasiado complicadas». Simplemente las memorizó.

Finalmente, Vasher se echó por encima su raída capa, rota en algunas partes.

—Protégeme —ordenó, y ella vio que gran parte de su aliento restante iba a la capa. Se envolvió la cuerda a la cintura: era fina, para tratarse de una cuerda, pero fuerte, y ella sabía que su propósito no era sujetarle los pantalones.

Finalmente, recogió a Sangre Nocturna.

—¿Vienes?

—¿Adonde?

—Vamos a capturar a algunos de esos ladrones. A preguntarles qué quería Denth exactamente de ese carruaje.

Vivenna sintió una punzada de temor.

—¿Por qué me invitas? ¿No será más difícil para ti?

—Depende —contestó él—. Si nos metemos en una pelea y tú andas por medio, entonces será más difícil. Si nos metemos en una pelea y la mitad de ellos te ataca a ti y no a mí, hará más fáciles las cosas.

—Suponiendo que no me defiendas.

—Es una buena suposición —dijo él, mirándola a los ojos—. Si quieres venir, ven. Pero no esperes que te proteja. Y, hagas lo que hagas, no intentes seguirme por tu cuenta.

—No lo haré.

Vasher se encogió de hombros.

—Me ha parecido que debía hacerte la invitación. Aquí no eres ninguna prisionera, princesa. Puedes hacer lo que quieras. Pero no me estorbes, ¿vale?

—Comprendo —dijo ella, sintiendo un escalofrío mientras tomaba la decisión—. Y voy a ir.

Él no intentó disuadirla. Simplemente señaló la espada.

—Llévala.

Ella asintió y se la sujetó al cinto.

—Desenváinala.

Ella obedeció, y él corrigió su forma de blandirla.

—¿De qué servirá agarrarla bien? —preguntó ella—. Sigo sin saber cómo utilizarla.

—Parece una pose amenazadora y puede conseguir que alguien que te ataque dude. Pueden vacilar un par de segundos en una pelea, y eso podría significar mucho.

Ella asintió nerviosa, y volvió a guardar la espada en su vaina. Cogió varios trozos de cuerda.

—Sujeta cuando te lance —le dijo a la más corta, y se la guardó en el bolsillo.

Vasher la miró.

—Mejor perder aliento a que te maten —dijo ella.

—Pocos despertadores estarían de acuerdo contigo —advirtió él—. Para la mayoría, la idea de perder aliento es más aterradora que la perspectiva de la muerte.

—Bueno, yo no soy como la mayoría de despertadores. Una parte de mí sigue considerando blasfemo todo el proceso.

Él asintió.

—Pon el resto de tu aliento en otra parte —dijo, abriendo la puerta—. No podemos permitirnos llamar la atención.

Ella sonrió, hizo lo que le decía y puso su aliento en su camisa con una orden básica y no activa. En realidad era lo mismo que dar una orden murmurada. Esas órdenes podían extraer el aliento, pero lo dejaban incapaz de actuar.

En cuanto colocó el aliento, regreso el aturdimiento. Todo parecía muerto a su alrededor.

—Vamos —dijo Vasher, saliendo a la oscuridad.

* * *

La noche en T’Telir era muy distinta de la noche en Idris. Allí era posible ver tantas estrellas en el cielo que parecía que hubieran arrojado al aire un cubo de arena blanca. Aquí había farolas, tabernas, restaurantes y casas de entretenimiento. El resultado era una ciudad llena de luces, un poco como si las estrellas hubieran bajado a inspeccionar la grandiosa T’Telir. Sin embargo, a Vivenna le entristecía las pocas estrellas de verdad que veía en el cielo.

Nada de eso implicaba que los lugares adonde iban fueran brillantes en modo alguno. Vasher la condujo a través de las calles, y rápidamente se convirtió en poco más que una sombra. Dejaron atrás lugares con farolas y ventanas iluminadas, dirigiéndose a un suburbio desconocido. Era uno de aquellos en los que ella había temido entrar, incluso cuando malvivía en la calle. La noche pareció hacerse aún más oscura cuando entraron y recorrieron uno de los serpenteantes y oscuros callejones que hacían las veces de calles en esos lugares. Permanecieron en silencio. Vivenna sabía que no debía hablar para no llamar la atención.

Al cabo de un rato, Vasher se detuvo. Señaló un edificio: de una sola planta, techo plano, y ancho. Se alzaba solo, en una depresión, con varias chabolas que cubrían el promontorio de detrás. Vasher le indicó que esperara, y entonces introdujo el resto de su aliento en su cuerda y se arrastró hacia la loma.

Vivenna esperó, nerviosa, acuclillada junto a una chabola ruinosa que parecía construida con ladrillos viejos. «¿Por qué he venido? —pensó—. No me ordenó que lo hiciera: solo dijo que podía hacerlo. Bien podría haberme quedado en la habitación».

Pero estaba cansada de que le sucedieran cosas sin que tuviera ninguna intervención. Había sido ella quien señaló que tal vez había alguna conexión entre el sacerdote y el plan de Denth. Quería seguir la pista hasta el final. Hacer algo.

Fue fácil pensarlo en la habitación. No ayudaba a sus nervios que, acechando a la izquierda de la chabola hubiera una estatua de D’Denir. Había algunas de ellas en los suburbios de las Tierras Altas, aunque la mayoría estaban desfiguradas o rotas.

Sin su sentido vital, no notaba nada. Se sentía casi como si se hubiera quedado ciega. La ausencia del aliento traía recuerdos de noches durmiendo en un frío callejón lodoso. Tundas recibidas a manos de pillastres callejeros que tenían la mitad de su tamaño y el doble de su habilidad. Hambre. Terrible, omnipresente, deprimente y agotadora hambre.

Una pisada crujió y una sombra acechó. Vivenna casi dejó escapar un jadeo de temor, pero consiguió controlarse al reconocer a Sangre Nocturna.

—Dos guardias —dijo Vasher—. Ambos silenciados.

—¿Valdrán para responder a nuestras preguntas?

En la oscuridad, Vasher sacudió la cabeza.

—Son prácticamente chiquillos. Necesitamos a alguien más importante. Tendremos que entrar. Eso, o sentarnos a vigilar durante días para determinar quién está al mando, y luego cogerlo cuando esté solo.

—Eso nos llevaría demasiado tiempo.

—Estoy de acuerdo, pero no puedo usar la espada. Cuando Sangre Nocturna acaba con un grupo, nunca queda nadie para interrogar.

Vivenna se estremeció.

—Vamos —susurró él.

Lo siguió silenciosamente en dirección a la puerta principal. Vasher la agarró por el brazo y negó con la cabeza. Ella lo siguió hasta un lado, sin advertir apenas los dos cuerpos inconscientes arrojados a una zanja. En la parte trasera del edificio Vasher empezó a palpar el suelo. Tras unos instantes sin éxito, maldijo en voz baja y se sacó algo del bolsillo. Un puñado de paja.

En pocos segundos, había construido tres hombrecillos con paja e hilo, y luego usó el aliento recuperado de su capa para animarlos. Le dio a cada uno la misma orden.

—Encontrad túneles.

Vivenna observó, fascinada, cómo los hombrecillos correteaban por el suelo. Vasher continuó buscando también. «Al parecer la experiencia y la habilidad para usar imágenes mentales son los aspectos más importante del despertar —pensó—. Vasher lleva haciendo esto mucho tiempo, y la forma en que habló antes, como un erudito, indica que ha estudiado el despertar muy en serio».

Uno de los hombrecillos de paja empezó a dar saltos arriba y abajo. Los otros dos corrieron a su encuentro y empezaron a saltar también. Vasher se acercó a ellos, igual que Vivenna, que observó cómo él descubría una trampilla oculta bajo una gruesa capa de tierra. La alzó un poco y metió la mano debajo. Sacó varías campanitas, al parecer colocadas allí para que sonaran si la puerta se abría del todo.

—Ningún grupo como éste tiene un escondite sin una salida secreta —dijo Vasher—. Normalmente un par de ellas. Siempre con trampa.

Vivenna vio cómo recuperaba el aliento de los hombrecillos de paja, dándole las gracias a ambos. Frunció el ceño al oír las curiosas palabras. Eran sólo paja. ¿Por qué agradecérselo?

Vasher devolvió el aliento a su capa con una orden de protección, y luego bajó por la trampilla. Vivenna lo siguió, pisando con cuidado, saltándose un escalón cuando Vasher se lo indicó. Abajo había un túnel burdamente abierto, o esa sensación le produjo la oscura cámara de tierra.

Vasher avanzó: ella lo notaba por el silencioso roce de sus ropas. Lo siguió y sintió curiosidad al ver luz delante. También pudo oír voces. Hombres hablando, y riendo.

Pronto distinguió la silueta de Vasher; se acercó a él y ambos se asomaron a la salida del túnel, que daba a una habitación con suelo de tierra. Un fuego ardía en el centro, y el humo se retorcía y escapaba por un agujero en el techo. La planta superior, el edificio en sí, era probablemente sólo una fachada, pues la cámara allí abajo parecía muy habitable. Había piezas de tela, petates, ollas y sartenes. Todo tan sucio como los hombres que estaban reunidos alrededor del fuego, riendo.

Vasher le indicó que se hiciera a un lado. Había otro túnel a pocos palmos de donde estaban. El corazón de Vivenna dio un vuelco cuando Vasher entró a rastras en la habitación y se dirigió al segundo túnel. Miró el fuego. Los hombres estaban muy concentrados en su bebida y los cegaba el resplandor. No parecieron reparar en Vasher.

Vivenna inspiró profundamente y luego se encaminó hacia las sombras de la habitación, sintiéndose expuesta con el fuego a la espalda. Vasher, sin embargo, no fue muy lejos antes de pararse. Ella casi chocó con él. Se quedó allí plantado unos instantes; finalmente, Vasher le dio un golpecito en la espalda, intentando que se moviera a un lado para ver lo que veía él. Vasher se apartó, permitiéndole ver lo que tenía delante.

Ese túnel terminaba bruscamente: no era un túnel sino un hueco. Al fondo había una jaula, casi de un metro de altura. Dentro había una niña.

Vivenna se quedó boquiabierta, empujó a Vasher para abrirse paso y se acercó a la jaula. «Lo que había de valor en el carruaje —pensó, haciendo la conexión— no era el oro. Era la hija del sacerdote. La perfecta moneda de cambio si quieres chantajear a alguien para que cambie de postura en la corte».

Mientras Vivenna se arrodillaba, la niña se encogió en la jaula, lloriqueando en voz baja, temblorosa. La jaula apestaba a excrementos humanos y la niña estaba cubierta de mugre… todo excepto sus mejillas, limpias por las lágrimas.

Vivenna miró a Vasher. Sus ojos estaban en sombras, ya que se encontraba de espaldas al fuego, pero pudo ver que apretaba los dientes. Notó la tensión en sus músculos. Volvió la cabeza a un lado, medio iluminando su rostro al resplandor.

En ese único ojo iluminado, Vivenna vio furia.

—¡Eh! —exclamó uno de los ladrones.

—Saca a la niña —dijo Vasher en un ronco susurro.

—¿Cómo has entrado aquí? —chilló otro hombre.

Vasher la miró a los ojos y Vivenna se sintió encoger. Asintió y Vasher se dio media vuelta, un puño cerrado, la otra mano aferrando a Sangre Nocturna. Avanzó despacio deliberadamente, mientras se aproximaba a los hombres, la capa crujiendo. Vivenna quería hacer lo que le había pedido, pero le resultaba difícil dejar de mirarlo.

Los hombres desenvainaron sus espadas. Vasher se movió de pronto.

Sangre Nocturna, todavía envainada, golpeó a un hombre en el pecho, y Vivenna oyó cómo le partía los huesos. Otro hombre atacó, y Vasher giró extendiendo una mano. Las borlas de su manga se movieron por su cuenta, envolviéndose en la espada del ladrón, capturándola. El impulso de Vasher le arrancó el arma de las manos, y la arrojó a un lado después de que las borlas la liberaran.

La espada golpeó el suelo de tierra. Vasher agarró la cara del ladrón. Las borlas se enroscaron en la cabeza del hombre como tentáculos de pulpo. Vasher lo empujó y lo hizo caer al suelo, inclinándose para aumentar su impulso, mientras golpeaba con la envainada Sangre Nocturna las piernas de otro hombre y lo derribaba. Un tercero intentó descargar un mandoble por detrás, y Vivenna gritó. La capa de Vasher, sin embargo, se agitó de pronto y cogió al sorprendido hombre por los brazos.

Vasher se volvió, el rostro enfurecido, y blandió Sangre Nocturna hacia su atacante. Vivenna dio un respingo al oír los huesos rotos. Dejó de mirar la pelea mientras los gritos continuaban. Con dedos temblorosos, trató de abrir la jaula.

Estaba cerrada con llave. Extrajo algo de aliento de una cuerda y luego intentó despertar el candado, pero no sucedió nada.

«Metal —pensó—. No ha estado vivo, así que no puede ser despertado».

En cambio soltó un hilo de su camisa, tratando de ignorar los alaridos de dolor que oía detrás. Vasher empezó a gritar mientras luchaba, perdiendo toda semejanza con un asesino frío y profesional. Era un hombre enfurecido.

Vivenna alzó el hilo.

—Abre —ordenó.

El hilo se agitó un poco, pero cuando lo metió en el candado, no sucedió nada.

Vivenna retiró el aliento, inspiró dos o tres veces para calmarse y cerró los ojos.

«Tengo que decir bien la intención. Tengo que entrar dentro, retorcer el cerrojo para soltarlo».

—Retuerce —dijo, sintiendo el aliento dejarla. Metió el hilo en el cerrojo. Lo hizo girar y oyó un chasquido. La puerta se abrió, Los sonidos de lucha cesaron, aunque los hombres continuaron gimiendo.

Vivenna recuperó su aliento y metió la mano en la jaula. La niña gimió, llorando y escondiendo la cara.

—Soy una amiga —la tranquilizó Vivenna—. He venido a ayudarte.

Pero la niña se sacudió y gritó cuando la tocó. Frustrada, la princesa se volvió hacia Vasher.

Estaba junto al fuego, la cabeza gacha, rodeado de cuerpos tendidos. Sostenía a Sangre Nocturna en una mano, la punta envainada apoyada contra el suelo. Por algún motivo, parecía más grande que hacía unos momentos. Más alto, más ancho de hombros, más amenazador.

La otra mano de Vasher cubría el pomo de Sangre Nocturna. El cierre de la vaina estaba suelto, y de la hoja manaba humo negro, una parte hacia el suelo, otra flotando hacia el techo. Como si titubeara.

El brazo de Vasher temblaba.

«Desenváiname… —parecía decir una voz dentro de la cabeza de Vivenna—. Mátalos…».

Algunos hombres se retorcían todavía en el suelo, Vasher empezó a extraer la hoja. Era completamente negra y parecía absorber la luz del fuego.

«Esto no es bueno», pensó Vivenna.

—¡Vasher! —gritó—. ¡Vasher, la niña no quiere venir conmigo!

Él se detuvo y la miró, los ojos vidriosos.

—Los has derrotado, Vasher. No hace falta desenvainar la espada.

«Sí… sí, hace falta…».

Vasher parpadeó y por fin la vio. Volvió a envainar a Sangre Nocturna, sacudió la cabeza y fue hacia Vivenna. Le dio una patada a un cuerpo al pasar, arrancando un gemido.

—Monstruos incoloros —susurró, asomándose a la jaula. Ya no parecía más grande, y ella decidió que lo que había visto debía de haber sido una ilusión óptica. Introdujo las manos en la jaula. Y, extrañamente, la niña acudió a él de inmediato, se agarró a su pecho y lloró. Vivenna se quedó sorprendida. Vasher cogió a la niña en brazos, con lágrimas también él en los ojos.

—¿La conoces? —preguntó Vivenna.

Él negó con la cabeza.

—Conozco a Nanrovah, y sé que tenía hijos pequeños, pero nunca he visto a ninguno de ellos.

—¿Entonces cómo? ¿Por qué acude a ti?

Él no respondió.

—Vamos —dijo—. Pueden venir más hombres.

Parecía que casi deseaba que eso sucediera. Se volvió hacia el túnel de salida, y Vivenna lo siguió.

* * *

Se dirigieron a uno de los barrios ricos de T’Telir. Vasher no habló mucho mientras caminaban, y la niña se mostró aún más silenciosa. A Vivenna le preocupaba el estado mental de la pequeña. Obviamente había pasado un par de meses muy duros.

Pasaron de las chabolas a las casas de vecindad y luego a mansiones en calles adornadas con árboles y farolas encendidos. Vasher se detuvo y soltó a la chiquilla.

—Niña —dijo—, voy a decirte unas palabras. Quiero que las repitas. Repítelas, y lo digo en serio.

La niña lo miró con expresión ausente y asintió levemente.

Vasher miró a Vivenna.

—Apártate.

Ella abrió la boca para objetar, pero se lo pensó mejor. Se retiró unos pasos. Por fortuna, Vasher estaba junto a una farola encendida, y ella podía verlo bien. Le habló a la niña pequeña, y la pequeña le contestó.

Después de abrir la jaula, Vivenna había recuperado el aliento del hilo. No lo había almacenado en ninguna parte. Y, con la conciencia extra que tenía, le pareció ver algo. El aura biocromática de la niña, la normal que tenía todo el mundo, fluctuó ligeramente.

Fue débil. Sin embargo, gracias a la Primera Elevación, Vivenna pudo haber jurado que la veía.

«Pero Denth me dijo que era todo o nada —pensó—. Tienes que dar todo el aliento que contienes. Y desde luego no puedes dar parte de un aliento». Sin embargo, tal como había quedado demostrado, Denth era un mentiroso.

Vasher se incorporó, y volvió a coger a la niña en brazos. Vivenna se acercó y le sorprendió oírla hablar.

—¿Dónde está papi? —preguntó.

Vasher no respondió.

—Estoy sucia —añadió la niña, mirándose—. A mami no le gusta que esté sucia. Mi vestido también está sucio.

Vasher echó a andar. Vivenna lo alcanzó rápidamente.

—¿Vamos a casa? —preguntó la niña—. ¿Dónde hemos estado? Es tarde. No debería estar en la calle. ¿Quién es esa mujer?

«No recuerda —se dijo Vivenna—. No recuerda dónde ha estado… probablemente no recuerda nada de toda la experiencia».

Vivenna miró de nuevo a Vasher, que caminaba con su barba descuidada, los ojos al frente, cogiendo a la niña con una mano. Y Sangre Nocturna en la otra. Se dirigió al portón de una mansión y lo abrió de una patada. Entró en el jardín y Vivenna lo siguió, nerviosa.

Dos perros guardianes empezaron a ladrar. Aullaron y gruñeron, acercándose. Vivenna dio un respingo. Sin embargo, en cuanto vieron a Vasher, se tranquilizaron y empezaron a menear la cola, y uno de ellos trató de lamerle las manos.

«En nombre de los Colores, ¿qué está pasando aquí?».

Algunas personas empezaban a congregarse delante de la mansión, portando faroles y tratando de ver cuál era la causa de los ladridos. Uno vio a Vasher, le dijo algo a los demás, y todos se marcharon. Cuando Vivenna y Vasher llegaron al porche, un hombre había aparecido en la puerta. Llevaba un camisón blanco y lo protegían un par de soldados. Se adelantaron para bloquearle el paso a Vasher, pero el del camisón se coló entre ellos, exclamando emocionado. Lloró al coger a la niña de manos de Vasher.

—Gracias —susurró—. Gracias.

Vivenna permaneció en silencio, en segundo plano. Los perros continuaron lamiendo las manos de Vasher, aunque evitaban a Sangre Nocturna.

El hombre abrazó a la niña hasta que por fin la entregó a una mujer que acababa de salir: la madre de la pequeña, supuso Vivenna. La mujer soltó un grito de alegría y cogió a la niña.

—¿Por qué la has devuelto? —dijo el hombre, mirando a Vasher.

—Los que se la llevaron han sido castigados —respondió con voz tranquila—. Es todo lo que debería importar ahora.

El hombre entornó los ojos.

—¿Te conozco, forastero?

—Nos hemos visto. Te pedí que argumentaras en contra de la guerra.

—¡Es verdad! No tenías que animarme. Pero cuando me quitaron a Misel… tuve que guardar silencio sobre lo sucedido, tuve que cambiar mis argumentos, o la matarían.

Vasher se dio media vuelta y echó a andar por el sendero.

—Coge a tu hija y ponla a salvo —dijo, volviéndose—. Y asegúrate de que este reino no emplee a sus sinvidas para una matanza.

El hombre asintió, todavía sollozando.

—Sí, sí. Por supuesto. Gracias. Muchas gracias.

Vasher continuó andando. Vivenna corrió tras él, mirando a los perros.

—¿Cómo has conseguido que dejaran de ladrar?

Él no respondió.

Vivenna se volvió para contemplar la mansión.

—Te has redimido —dijo él en voz baja, al atravesar las oscuras puertas.

—¿Qué?

—Secuestrar a la niña es algo que Denth habría hecho aunque no hubieras venido a T’Telir. Yo no la habría encontrado nunca. Denth trabaja con muchas bandas de ladrones, y me pareció que el robo tenía por único motivo interrumpir los suministros. Como todos los demás, ignoré el carruaje. —Se detuvo para mirar a Vivenna—. Le has salvado la vida a la niña.

—Por casualidad —contestó ella. No podía verse el pelo en la oscuridad, pero notó que enrojecía.

—Da igual.

Vivenna sonrió, pues el cumplido la afectaba intensamente.

—Gracias.

—Lamento haber perdido la calma —dijo él—. Allá en el cubil. Se supone que un guerrero debe estar tranquilo. Cuando combates o libras un duelo, no puedes dejar que la ira te domine. Por eso nunca he sido un buen duelista.

—Hiciste el trabajo —respondió ella—, y Denth ha perdido otro peón. —Salieron a la calle—. Aunque —añadió—, ojalá no hubiera visto esta lujosa mansión. No mejora mi opinión sobre los sacerdotes de Hallandren.

Vasher sacudió la cabeza.

—El padre de Nanrovah fue uno de los mercaderes más ricos de la ciudad. El hijo se dedicó a servir a los dioses por gratitud. No cobra por su servicio.

Vivenna vaciló.

—Oh.

Vasher se encogió de hombros.

—Siempre es fácil echar la culpa a los sacerdotes. Son chivos expiatorios muy convenientes: después de todo, cualquiera que tenga una creencia fuerte distinta a la de uno, es tachado de loco fanático o mentiroso manipulador.

Vivenna volvió a ruborizarse.

Él se detuvo y se volvió hacia ella.

—Lo siento —dijo—. No pretendía decirlo de esa forma. —Se dio media vuelta y siguió caminando—. Ya te dije que no soy bueno en esto.

—No importa. Me estoy acostumbrando.

Él asintió en la oscuridad, como distraído.

«Es un buen hombre —pensó Vivenna—. O, al menos, un hombre que intenta ser bueno». Una parte de ella se sintió como una tonta por hacer un nuevo juicio de valor.

Sin embargo, sabía que no podía vivir ni interactuar con nadie sin hacer algunos juicios. Así que juzgaba a Vasher. No es que hubiera juzgado a Denth, que había dicho cosas divertidas y le había mostrado lo que ella esperaba ver. Juzgaba a Vasher por lo que le veía hacer: llorar por una niña cautiva; devolverle esa niña a su padre, su única recompensa una oportunidad para hacer un burdo gesto por la paz; vivir sin apenas dinero; empeñarse en impedir una guerra.

Era duro, brutal, y tenía un temperamento terrible. Pero era un buen hombre. Y, caminando junto a él, ella se sintió a salvo por primera vez en semanas.