Zarek observó cómo Talon y Sunshine se perdían entre la multitud. Se alegraba por Sunshine, pero no entendía lo que sentían el uno por el otro.
Jamás había conocido ninguna clase de amor.
—Que le den por culo —gruñó mientras se alejaba cojeando del edificio. Tenía que volver a casa.
—Dioniso irá detrás de ti.
Se detuvo al escuchar la voz de Aquerón tras él.
—¿Y qué?
Ash suspiró mientras se acercaba.
—¿No podemos establecer una tregua?
Zarek resopló ante la idea.
—¿Por qué? El desdén mutuo nos sienta muy bien.
—Z, estoy cansado de esto. Dame algo que presentarle a Artemisa. Algo que la motive para darte otra oportunidad.
Zarek soltó una amarga carcajada.
—Sí, claro. Después de lo que he visto ahí dentro, no creerás que me voy a tragar que ella te lleva con correa, ¿verdad? ¿En serio te parezco tan estúpido?
—Las cosas no siempre son lo que parecen.
Tal vez, aunque Zarek no estaba dispuesto a ceder. La había cagado a base de bien esa noche. En cuanto traicionó a los dioses supo que se lo harían pagar.
Aunque tampoco es que le importaran.
Que fueran a por él.
—Mira —dijo al tiempo que le daba la espalda a Aquerón—, estoy cansado, tengo hambre y lo único que quiero es tumbarme hasta que mis heridas se curen, ¿vale?
—Vale.
Zarek se detuvo cuando un grupo de universitarios pasó dando tumbos por su lado entre risas y bromas. Los observó con curiosidad.
Desaparecieron al girar la esquina.
Le echó un vistazo a los turistas borrachos y a los lugareños que no dejaban de chillar y vitorear. Faltaba poco para la una de la madrugada y la ciudad seguía llena de vida a pesar de que la multitud comenzaba a dispersarse.
—¿Cuándo regreso? —preguntó Zarek, si bien temía la respuesta.
—Mañana. Nick te recogerá sobre las dos. Usará una furgoneta con los cristales tintados para llevarte a la pista sin exponerte a la luz del sol.
Zarek cerró los ojos y se encogió ante la idea de regresar a Alaska. Unas semanas más y habría llegado la primavera.
Estaría encerrado entre cuatro paredes de nuevo.
Un destello a su izquierda le llamó la atención. Tres segundos después, un daimon apareció corriendo entre la multitud. El daimon le mostró los colmillos y le gruñó como si no tuviera ni idea de a quién o a qué se estaba enfrentando.
Zarek esbozó una sonrisa malévola, deseando lo que estaba a punto de suceder.
—¿Qué eres? —preguntó el daimon cuando no consiguió asustarlo ni intimidarlo.
Zarek compuso un mohín.
—Por favor, permíteme describirte mi trabajo. Yo, Cazador Oscuro. Tú, daimon. Yo te golpeo, tú sangras. Yo te mato, tú mueres.
—No esta vez.
El daimon atacó.
Guiado por el instinto, Zarek lo atrapó por la garganta y utilizó su garra para matarlo.
El daimon se evaporó justo cuando Valerio aparecía corriendo, sorteando la multitud.
El romano respiraba con dificultad y era evidente que llevaba tiempo persiguiendo al daimon. Valerio miró a Ash e inclinó la cabeza, después desvió la vista a Zarek y se quedó helado.
Zarek aguantó la mirada sorprendida del otro Cazador sin mover un músculo. Siguiendo las órdenes de Ash, se había afeitado la perilla.
El reconocimiento ensombreció los ojos de Valerio, que siguió allí de pie sin parpadear.
Zarek esbozó una sonrisa irónica.
—Sorpresa —dijo en voz baja—. Me apuesto lo que quieras a que no te lo esperabas.
Sin mediar palabra, se perdió entre la multitud y dejó que Valerio y Aquerón se las apañaran solos.