Sunshine siguió a Zarek hacia la zona comercial, pero llegar hasta allí en hora punta no era fácil. A buen seguro habría llegado antes andando.
Por regla general el tráfico no la habría molestado, pero Zarek no era lo que se decía amigable y entre su mal humor y los borrachos que seguían de fiesta en las calles y que no dejaban de tambalearse hacia la calzada, estaba al borde de un ataque de nervios.
A decir verdad no acababa de comprender por qué tenían que salir esa noche, pero Zarek le había asegurado que Ash quería que se trasladara por su seguridad. Le había prometido que Talon lucharía mejor si sabía que ella se encontraba lejos de Camulos y de Stig.
—¿Cuánto hace que te convertiste en un Cazador Oscuro? —le preguntó con la intención de aliviar parte de la tensión que existía entre ellos.
—No te importa lo más mínimo, así que, ¿por qué lo preguntas?
—Vaya, ya veo que eres don Osito de Peluche, ¿no?
La miró con frialdad.
—Cuando tu trabajo consiste en matar, olvidas todo lo entrañable y tierno que había en tu vida.
—Talon no es así.
—Pues hurra por él.
Sunshine soltó un gruñido cuando se vio obligada a frenar en seco para no atropellar a un hombre disfrazado de toro. El tipo golpeó el capó de su coche y gritó antes de cruzar la calle a toda prisa.
Sunshine se puso de nuevo en marcha y avanzó incluso con más lentitud que antes a través del tremendo atasco.
—No te cae bien Talon, ¿verdad?
—Le deseo la muerte cada vez que lo veo.
Ella frunció el ceño ante el tono displicente de la voz de Zarek.
—No soy capaz de saber si lo dices en serio o no.
—Lo digo en serio.
—¿Por qué?
—Es un gilipollas y ya he soportado a bastantes gilipollas en mi vida.
—¿También odias a Ash?
—Nena, odio a todo el mundo.
—¿Incluso a mí?
No respondió.
Sunshine no volvió a molestarlo después de eso. Había algo espeluznante en Zarek. Algo frío e inalcanzable. Daba la impresión de que disfrutara ahuyentando a la gente de su lado.
Pasaron al menos veinte minutos antes de que Zarek la sorprendiera haciéndole una pregunta.
—Amas al celta, ¿verdad?
—Sí.
—¿Por qué? ¿Qué tiene para que sientas algo por él?
Sunshine presintió que Zarek preguntaba algo mucho más profundo. Como si el concepto del amor le resultara tan extraño que tuviera que esforzarse por encontrarle sentido.
—Es un buen hombre y me hace reír. Basta una mirada suya para que me derrita. Cuando estoy con él, me siento capaz de volar.
Zarek apartó la vista y contempló a la muchedumbre que disfrutaba del Mardi Gras.
—¿Has estado enamorado alguna vez? —intentó ella de nuevo.
Y él siguió sin contestar. En cambio le indicó cómo llegar a un almacén situado en St. Joseph Street.
El lugar estaba oscuro y resultaba aterrador.
—¿Aquí es donde se supone que tenemos que estar? —le preguntó.
Él asintió.
Sunshine aparcó en el callejón que había detrás del edificio y salieron del coche.
Zarek la condujo por la puerta de atrás y la precedió a través de una serie de escaleras. Abrió una puerta al final de un pasillo y se apartó para dejarla pasar.
Sunshine entró. En un principio creyó que el hombre alto y rubio que se encontraba en el interior era Aquerón con el pelo teñido de otro color. Sin embargo, cuando vio a Camulos a su lado, supo que no era él.
Era Stig quien estaba entre Camulos y el desconocido de pelo castaño.
Sunshine se giró para echar a correr.
Zarek cerró la puerta de un modo que no presagiaba nada bueno y se colocó delante para bloquearla. La expresión de su rostro le indicó que no tenía intención alguna de dejarla pasar.
—Adelante, adelante, le dijo la araña a la mosca —dijo Camulos.
Sunshine alzó la barbilla para enfrentarse a los hombres. Camulos era extremadamente atractivo, pero tenía una sonrisa de lo más malévola.
Incluso peor que la de Zarek y ya era decir.
El desconocido era casi un gigante, tenía el pelo castaño claro y llevaba perilla. Su aspecto era el de alguien refinado, de buena cuna.
—Así, de buenas a primeras, diría que eres Dioniso —se aventuró Sunshine, que recordó lo que le había dicho Selena en cierta ocasión sobre del dios en cuyo honor se celebraba el Mardi Gras.
El hombre sonrió, como si lo halagara que ella lo conociera.
—Culpable.
Camulos dejó escapar un largo suspiro.
—Es tan brillante… Casi me da pena matarla. Pero bueno…
—No puedes hacerle daño —dijo Zarek desde la puerta—. Me prometiste que no sufriría daño alguno si la traía aquí.
—Pues mentí —replicó Dioniso—. Demándame.
Zarek hizo ademán de abalanzarse sobre el dios, pero Sunshine lo detuvo.
No estaba segura de por qué había hecho una cosa así, pero le daba la impresión de que Zarek era lo más parecido a un aliado que tenía en esa habitación.
Se volvió hacia Camulos, sabiendo a ciencia cierta el modo en que había planeado hacerle daño a Talon esa noche.
—No dejaré que me mates delante de Talon.
Todos se echaron a reír. Todos salvo Zarek.
—No puedes detenernos —replicó Camulos.
Zarek miró un instante a Sunshine antes de clavar su oscura mirada en el colgante que llevaba.
—Vaya, vaya… Queridos dioses, creo que habéis pasado por alto un pequeño detalle.
Dioniso frunció los labios.
—No hemos pasado por alto ningún detalle.
—Bueno, vale —dijo Zarek con tono sarcástico—; entonces asumiré que os habéis dado cuenta de que lleva un Medallón Identificador.
Los tres hombres dejaron de reírse al instante.
—¿Qué? —masculló Camulos.
Sunshine se sacó el medallón de su abuela de debajo de la camisa y lo sostuvo para que lo vieran. No terminaba de creerse que pudiera ayudarla, aunque llegados a ese punto bien merecía la pena intentarlo.
—Mi abuela me dijo que Morrigan siempre me protegería.
Camulos soltó una maldición.
—Esto se pone feo.
El dios maldijo de nuevo.
—¿Esta cosa funciona de verdad? —le susurró Sunshine a Zarek.
—Mejor de lo que crees —le contestó también en un susurro—. Camulos no puede matarte sin desatar la ira de Morrigan.
—Vaya, quién lo iba a decir… —comentó, asombrada por el descubrimiento—. Genial.
—Ajá —convino Zarek—. Mucho mejor que enseñarle una cruz a Drácula.
Sunshine sonrió de oreja a oreja.
—¿También funciona con Dioniso?
Zarek asintió.
Sí, la cosa pintaba bien. Muy pero que muy bien.
—Vale, en ese caso vamos a hablar.
—¿Hablar de qué? —siseó Dioniso.
—Tú no. Él. —Señaló a Camulos con la cabeza—. Quiero hablar sobre la maldición de Talon.
Camulos la fulminó con la mirada.
—¿Qué pasa con la maldición?
—Quiero que la anules.
—Jamás.
Sunshine alzó de nuevo el medallón en su dirección.
—Hazlo o… —Miró a Zarek de reojo—. ¿Tiene algún poder para herirlo?
—Solo si él te hiere primero.
Joder. ¿Qué tipo de protección era esa? Tendría que decirle unas cuantas cosas a quienquiera que hiciera las reglas.
Un brillo calculador iluminó los ojos de Camulos antes de que el dios soltara un suspiro de fingido aburrimiento.
—Bueno, dado que no puedo matarte, supongo que tendré que contentarme con matar a Talon en tu lugar.
El terror se apoderó de ella.
—¿Qué?
Camulos se encogió de hombros con indiferencia.
—No tiene sentido que seáis felices y comáis perdices cuando mi intención siempre ha sido la de hacerlo sufrir. Puesto que no puedes morir, tendrá que hacerlo él.
La mano que sujetaba el medallón comenzó a temblarle y a sudar de repente.
—¿No se enfadará Artemisa si matas a uno de sus soldados?
Camulos miró a Dioniso, que se echó a reír.
—Artemisa, tan encantadora como es, se enfadará muchísimo. Aunque no se arriesgará a desatar una guerra con el panteón celta por ello. A diferencia de mí, Cam está a salvo de su ira.
—¿A que apesta? —preguntó Camulos. Su sonrisa de felicidad desmentía sus crueles palabras.
Sunshine sintió ganas de echarse a llorar. Aquello no podía estar sucediendo. Al salvarse ella, había condenado a Talon. ¡No! No dejaría que muriera.
—Vale, tiene que haber otra manera.
Camulos entrecerró los ojos como si sopesara el asunto.
—Tal vez la haya. Dime, Sunshine, ¿cuánto significa para ti la felicidad de Talon?
—Todo —respondió ella con sinceridad.
—Todo. Bueno, desde luego eso es mucho. —El rostro del dios se tornó tan frío como el acero, aterrador—. ¿Tanto como tu propia alma?
—Sunshine —le advirtió Zarek—. No.
—Tú, atrás —gruñó Dioniso.
Zarek hizo crujir los dedos.
—No me digas lo que tengo que hacer. No me gusta.
Sunshine hizo oídos sordos al intercambio.
—¿Qué estás tratando de decirme, Camulos?
El dios se metió las manos en los bolsillos y actuó con la tranquilidad propia de alguien que estuviera charlando acerca del clima y no sobre el destino del alma inmortal de Sunshine.
—Un simple trato. Yo anulo la maldición. Tú me das tu alma.
Sunshine vaciló.
—Parece muy fácil.
—Lo es.
—¿Y qué harás con mi alma una vez que la tengas?
—Nada de nada. La guardaré, de la misma manera que Artemisa guarda la de Talon.
—¿Y mi cuerpo?
—Un cuerpo no necesita alma para funcionar.
Zarek le puso una mano sobre el hombro.
—No lo hagas, Sunshine. No se puede confiar en un dios.
—Claro que se puede —dijo Stig—. Confiar en un dios es lo mejor que he hecho jamás.
—No estoy segura… —murmuró ella mientras escuchaba lo que le decían el corazón y la cabeza antes de decidir lo que debía hacer.
Aquerón y Talon se encontraban en una calle llena de gente. Había personas por todas partes, casi todas borrachas e inmersas en la celebración del Mardi Gras.
Talon miró de arriba abajo a un hombre que pasó a su lado con un enorme pañal y un falso par de alas doradas. Llevaba el largo cabello rubio recogido con una cinta dorada y tenía un arco en una mano y una botella de Jack Daniel’s en la otra. Borracho, el hombre disparaba sin ton ni son sus flechas doradas a la gente que pasaba.
—¡Eros! —gritó Talon al tiempo que lo agarraba por el codo—. ¿Qué estás haciendo?
—Estoy de fiesta.
Aquerón echó una mirada poco menos que alegre al «disfraz» de Eros.
—¿Y ese atuendo?
Eros se encogió de hombros.
—Si no puedes vencerlos, únete a ellos. Esperan ver a Cupido en pañales, así es que aquí estoy. Un Cupido muy mono en pañales. —Le pasó un brazo a Talon por los hombros. El dios estaba tan borracho que apenas podía mantenerse en pie—. Oye, he descubierto algo muy interesante: Dioni se ha unido a otro dios para la celebración de esta noche. Y aunque no te lo creas, es el mismo tipo por el que me preguntaste. ¿Cómo se llamaba? ¿Camulolo?
Talon se quedó helado al oír el nombre.
—¿Camulos?
—Sí, el mismo. Escuché que Dioni decía que iban a celebrarlo con tu mujer y que ese Cazador psicópata de Alaska iba a entregársela.
Con la sangre hirviendo, Talon apartó a Eros y comenzó a correr hacia su coche.
Aquerón lo detuvo. Por la expresión del rostro de Ash, supo que este estaba al tanto de todo.
—Talon…
—¡Lo sabías! —masculló Talon, que se sentía traicionado—. ¿Cómo has podido?
Ash lo miró con expresión adusta.
—Todo va bien, Talon.
—Y una mierda.
La rabia se apoderó de él. ¿Cómo había podido Aquerón traicionarlo de esa manera? ¿Cómo podía haber dejado a Sunshine en manos de un hombre que sabía que iba a entregarla al mismo dios que quería castigarlo?
—¡Maldito seas! ¡Ojalá te pudras en el infierno!
Le asestó un puñetazo en la mandíbula.
Ash lo encajó sin inmutarse, aunque cuando Talon hizo ademán de golpearlo de nuevo, le sujetó la mano.
—Esto no sirve para nada.
—Hace que me sienta mejor.
Ash lo agarró del hombro de la chupa de cuero y lo inmovilizó.
—Escúchame, Talon. La única manera de salvaros a ambos es manteniendo la calma. Confía en mí.
—Estoy cansado de confiar en ti, Ash. Sobre todo porque tú no haces lo mismo. Dime qué está pasando y por qué mandaste a Zarek a cuidar de Sunshine sabiendo que la entregaría.
—Ese es el rumbo que deben tomar las cosas.
La furia volvió a adueñarse de él. No era ningún niño al que tuvieran que echarle un sermón sobre el destino.
—¿Y quién coño te crees que eres para decir eso? No eres un dios, aunque finjas serlo con esos estúpidos y vagos comentarios y tus aterradores poderes. Conoces el futuro tanto como yo —le gritó Talon—. Si ella muere, te juro que te mataré.
—Escúchame, celta —le dijo con voz desabrida—. Si quieres romper la maldición de Camulos, tenéis que enfrentaros los dos a él esta noche. Es la única oportunidad que tendrás para librarte de él.
A Talon no le gustaba nada ese asunto. Maldito fuera Ash por sus secretos.
—¿Dónde están?
—En un almacén. Si te calmas, te llevaré hasta allí. La noche no ha hecho más que comenzar, Talon. Busca en tu interior y encuentra la paz que solías tener. Si no lo haces, habrás perdido antes de comenzar la pelea.
Talon obedeció, aunque no le resultó fácil. Más bien fue casi imposible. Pero no le quedaba otro remedio. Tenía que controlarse o no podría ayudar a Sunshine.
Cuando se le despejó la cabeza, Aquerón lo soltó.
—Contrólate.
La voz parecía provenir del interior de su propia cabeza.
Ash le colocó una mano en el hombro. En un instante estaban en Bourbon Street y al siguiente, fuera de un almacén.
—¿Qué has hecho? —inquirió Talon, preguntándose cuánta gente los habría visto desaparecer.
—Lo que tengo que hacer. No te preocupes, nadie nos vio marcharnos ni tampoco llegar. No cometo ese tipo de errores.
Eso esperaba Talon.
Ash sostuvo la puerta y se hizo a un lado para que Talon encabezara la marcha al interior del edificio.
Habían atravesado la mitad de la estancia principal cuando algo parecido a un rayo iluminó el piso superior. Los gritos inundaron el aire.
Talon perdió los nervios y empezó a correr hacia las escaleras con Ash pisándole los talones.
Atravesaron una puerta y estuvieron a punto de darse de bruces con Zarek, que estaba cubierto de sangre y llevaba a Sunshine en brazos.
—¿Qué coño pasa? —preguntó Talon, aterrado por la visión—. ¿Qué le ha pasado?
Antes de que Zarek pudiera responder, la puerta salió despedida de los goznes.
—¡Corred! —gritó Zarek.
No tuvieron la menor oportunidad. Una horda de repugnantes demonios alados entró en la nave. Talon lanzó una maldición. Nunca había visto nada semejante. Eran del color del óxido y gritaban como banshees cuando se lanzaron hacia ellos.
Tenían tres colas con púas que blandían como látigos.
Aquerón alzó las manos y los golpeó con una descarga eléctrica. Los demonios se detuvieron tan solo un instante antes de seguir avanzando.
—Sacad a Sunshine de aquí —ordenó Aquerón.
Se encaminaron hacia las escaleras para descubrir que un grupo de daimons ya había empezado a subirlas.
Talon lanzó dos srads y mató a cuatro de las criaturas, pero ni siquiera eso los frenó.
—Estamos rodeados.
Aquerón dijo algo en un idioma que Talon no conocía. Los demonios se detuvieron y se dispersaron como si su orden los hubiera aturdido.
—Eso no los detendrá durante demasiado tiempo —gritó Ash, su voz apenas audible entre el etéreo fragor de las alas y el restallido de los truenos.
Ash alzó las manos y los daimons se dieron de bruces con lo que parecía ser una barrera invisible entre ellos.
Talon condujo a Zarek por el corredor con la esperanza de encontrar otra salida.
Abrió de golpe una puerta que daba a una habitación más pequeña.
—Creo que se está muriendo.
La voz de Zarek le provocó un escalofrío.
—No se está muriendo.
—Talon, creo que se está muriendo —repitió.
Olvidados los demonios, Talon cogió a Sunshine de los brazos de Zarek y la depositó con cuidado en el suelo.
La intensa palidez de su rostro lo asustó muchísimo.
—¿Sunshine? —dijo en un susurro con el corazón desbocado—. Nena, ¿puedes mirarme?
Ella así hizo, pero en lugar de la vitalidad a la que estaba acostumbrado, vio dolor y un profundo remordimiento en sus ojos.
—Eres libre, Talon —susurró—. Conseguí que anulara la maldición.
—¿Qué?
—Le entregó su alma a Camulos para que te liberara de la maldición. —Zarek lo miró con los labios fruncidos—. Le dije que no lo hiciera, que era un truco. No me escuchó y en cuanto accedió, el cabrón le lanzó una descarga astral.
Talon estuvo a punto de ahogarse.
—¡No! —rugió a ambos—. Sunshine, ¿por qué?
—Dijo que te mataría. Creí que solo tomaría mi alma, Talon. No sabía que haría esto. No sabía que le sería imposible apoderarse de mi alma sin haberme matado.
Talon arrancó el medallón del cuello de Sunshine.
—Maldita seas, Morrigan —gritó al tiempo que arrojaba el medallón contra la pared—. ¿Cómo has podido abandonarla a ella también?
Sunshine le colocó una fría mano sobre los labios.
—No, cariño, no digas eso. Es culpa mía.
—Le dije que siempre había una trampa. Pero no hizo las preguntas adecuadas.
Las lágrimas se deslizaban por las mejillas de Talon mientras observaba cómo ella se esforzaba por respirar. Por su cabeza pasaban una y otra vez los recuerdos de los momentos que habían pasado juntos, tanto en esa vida como en la anterior.
Vio el resplandeciente y dulce rostro de Sunshine la primera vez que hicieron el amor. La vio forcejear por su caballete con Beth.
La escuchó cantar «Puff, el dragón mágico» mientras hacía bosquejos.
Le cogió las manos y se las besó, con su aroma a pintura, a trementina y a pachulí. Esas manos que habían creado maravillosas obras de arte.
Unas manos que podían hacerlo pedazos con una simple caricia…
—No pienso perderte de nuevo —murmuró—. Así no.
Zarek se acercó.
—¿Qué vas a hacer, celta?
—Aléjate de mí.
Talon le colocó las manos sobre la herida del pecho y cerró los ojos. Se obligó a tranquilizarse, obligó a sus emociones a abandonarlo y acto seguido convocó sus poderes de Cazador Oscuro y dejó que se adueñaran de él. Su fuerza inmortal fluyó con un ímpetu rebosante. Surgió de él y se trasladó de sus manos al cuerpo de Sunshine.
Comenzaron a arderle los brazos cuando, con el intercambio, la herida de ella apareció en su propio pecho.
Por regla general, el proceso le resultaba doloroso. Esa noche el dolor lo dejaba incapacitado, puesto que no se trataba de una herida menor; era mortal.
Jadeando a causa de la terrible agonía que sintió cuando su corazón fue atravesado, Talon cayó hacia atrás, lejos de ella.
Sunshine yació inmóvil, a la espera de que el dolor regresara.
No lo hizo.
Asustada por la posibilidad de que ya estuviera muerta se llevó la mano al pecho, allí donde la había golpeado el rayo de Camulos. Ya no había herida.
—¿Talon? —Se sentó para ver cómo lo miraba Zarek—. ¡Dios, no! —gritó cuando vio que Talon estaba en el suelo, sangrando. Se acercó a rastras hasta él y lo rodeó con los brazos—. ¿Qué has hecho?
—Trasladó tus heridas a su cuerpo —explicó Zarek—. Ahora morirá él en tu lugar.
—¡No, Talon, no! Por favor, no te mueras —suplicó.
—Tranquila —dijo Talon en voz baja—. No pasa nada.
Ash apareció de repente por la puerta, les echó un vistazo y lanzó una maldición.
—¿Qué ha pasado?
—El celta absorbió sus heridas.
La voz de Zarek apenas era un susurro y estaba cargada de incredulidad.
Algo golpeó la puerta. Con fuerza.
—No os preocupéis —los tranquilizó Ash—. He rodeado la habitación con una barrera protectora. Los dioses no pueden aparecer aquí dentro a menos que consigan traspasarla.
—Sí, pero al paso que van derribarán esa puerta en cualquier momento —dijo Zarek. Empujó a Ash en dirección a Talon—. Vamos, sácalo de aquí. Te cubriré las espaldas.
—¿Estás seguro? —preguntó Ash.
Zarek asintió.
—Te lo juro, esclavo —farfulló Dioniso desde el otro lado de la puerta—. Haré que te aniquilen por esto.
Zarek soltó una desagradable risotada.
—Ven, te estoy esperando.
Ash abrió la puerta que había al otro lado de la habitación.
Sunshine estaba aterrada. No sabía lo que estaba pasando. No podía creer que Zarek hubiera cambiado de idea y estuviera ayudándolos. Y tampoco quería ahondar en la imagen de Talon cubierto de sangre.
Todo estaba sucediendo tan deprisa que lo único que quería era echar a correr y esconderse. Aunque era imposible.
Talon necesitaba que se mostrara fuerte por él y se negaba a defraudarlo.
Cuando comenzaron a alejarse de Zarek, este la llamó.
—Oye, Sunshine.
Ella miró atrás.
—Gracias por el cuenco.
Dicho eso, se giró a esperar que los dioses rompieran la barrera protectora de Aquerón y la puerta.
Asombrada por sus actos, Sunshine corrió para ayudar a Aquerón a trasladar a Talon por el pasillo hacia la última habitación emplazada a la izquierda.
Ash lo dejó con mucho cuidado en el suelo y luego utilizó sus poderes para sellar la estancia.
A Sunshine le temblaba la mano cuando se arrodilló junto a Talon. Estaba muy pálido y no dejaba de estremecerse. Todo su cuerpo estaba cubierto de sudor y sangre.
—Aguanta, cariño —susurró, aunque no estaba segura de que pudiera escucharla—. Es inmortal, ¿no? —le preguntó a Ash—. Se pondrá bien.
Ash negó con la cabeza.
—Tiene un agujero en el corazón. Cuando deje de latir, morirá. De nuevo.
Con una expresión implacable en el rostro, Ash levantó la vista al techo.
—¡Artemisa! —gritó—. Mueve el culo hasta aquí ahora mismo.
Un destello de luz estuvo a punto de cegar a Sunshine cuando la diosa apareció junto a ella.
Artemisa fulminó a Aquerón con la mirada.
—¿Qué es lo que te pasa?
—Necesito el alma de Talon. Ya.
Artemisa rió con incredulidad ante semejante orden.
—Perdóname, Aquerón, pero no has pagado el precio.
—Joder, Artie, se está muriendo. No tengo tiempo para negociar.
Ella se encogió de hombros.
—Pues cúralo.
—No puedo y lo sabes. Fue la descarga astral de un dios lo que infligió la herida mortal. No me está permitido interferir en este caso.
Sunshine sintió que una descarga eléctrica atravesaba la habitación.
La furia la cegó mientras contemplaba a la interesada diosa. Hizo ademán de lanzarse hacia ella, pero Ash la atrapó y la contuvo.
Sunshine temblaba de miedo y de ira.
—Dámela. Ahora. —La profunda voz de Aquerón resonó como un trueno—. Hazlo y te daré una semana de completa sumisión.
Un brillo calculador asomó a los ojos de Artemisa.
—Que sean dos.
Sunshine vio la furia y la resignación en el rostro de Ash.
—Hecho.
La diosa extendió la mano y una gran piedra de color marrón apareció en su palma.
Cuando Ash fue a cogerla, Artemisa la retiró.
—Te reunirás conmigo al amanecer.
—Lo haré, lo juro.
Artemisa sonrió con satisfacción antes de tenderle la piedra a Ash. Este se acercó de nuevo a Talon. Buscó la mirada de Sunshine de inmediato.
—Sunshine, vas a tener que coger esto en la mano y sostenerlo sobre el escudo doble hasta que el alma regrese a su cuerpo.
Ella extendió la mano para coger la piedra, pero Talon la agarró por la muñeca. Ni siquiera se había percatado de que seguía consciente hasta que sintió su débil apretón en el brazo.
—No puede hacerlo, Ash.
—¡Talon! —dijo ella, enfurecida por el hecho de que la hubiera detenido—. ¿Qué haces?
—No, Sunshine —susurró Talon con voz tensa—. Si coges eso, te dejará una horrible cicatriz en la mano. Tal vez te resulte imposible volver a pintar o dibujar de nuevo.
Su gran temor.
Contempló los ojos rebosantes de dolor de Talon.
Su gran amor.
No había comparación.
Cogió la piedra de la mano de Ash y gritó cuando le abrasó la piel.
—Mira a Talon a los ojos. —La voz de Ash resonaba dentro de su cabeza—. Y por el amor de Zeus, no sueltes su alma. Concéntrate…
Sunshine obedeció y el dolor disminuyó un poco, aunque aún podía sentir cómo el fuego de la piedra le quemaba la mano.
El tiempo se detuvo cuando clavó la mirada en los ojos color azabache de Talon. Los recuerdos de la vida presente y de la anterior se mezclaron en su cabeza. Retrocedió hasta el día de su propia muerte, al instante en el que Talon la estrechaba con fuerza entre sus brazos.
Se inclinó hacia delante y lo besó.
—No te dejaré, amor.
Talon exhaló su último aliento y se relajó. Su propio corazón dejó de latir cuando el pánico la asaltó.
¡Por favor, por favor, que esto funcione!, suplicó para sus adentros.
Ash le colocó la mano sobre la marca con forma de arco y flecha de Talon. El calor se desvaneció muy despacio y la piedra adquirió un color deslustrado.
Pese a todo, la mano seguía ardiéndole.
Cuando la piedra perdió por completo el calor, la soltó y esperó.
Talon no se movió.
No respiró.
Permaneció allí tendido, inmóvil y sin reaccionar a su presencia.
—¿Talon? —preguntó, entre los continuos temblores provocados por el miedo de que se hubiera marchado.
Justo cuando estaba segura de que había muerto, él inspiró con fuerza y abrió los ojos.
Sunshine dejó escapar un grito de alegría cuando vio sus ojos ambarinos. Lo abrazó con fuerza en el mismo instante en que la puerta se abría de par en par.
Los daimons, los demonios y los dos dioses entraron en la estancia. No había ni rastro de Zarek. Sunshine esperaba que no lo hubieran matado.
Talon se puso en pie de un brinco y se interpuso entre Sunshine y los recién llegados.
Ash también se incorporó, listo para la pelea.
—Es medianoche —dijo Dioniso con una carcajada—. Que empiece el espectáculo.
Los demonios se apartaron y de entre la niebla surgió el «gemelo» de Aquerón.
—Hola, Aquerón —dijo Stig con un tono que distaba mucho de ser amable y cordial—. Ha pasado bastante tiempo, ¿no? Unos once mil años, más o menos.
Talon contuvo el aliento. No podía creer lo que estaba viendo.
Había sospechado algo así, pero en ese momento la realidad cayó sobre él como un jarro de agua fría. Ash tenía un hermano gemelo.
¿Por qué lo había ocultado? ¿Y cómo podía Stig seguir vivo si no era un Cazador Oscuro? No tenía sentido.
Stig se acercó a Aquerón.
—Quédate ahí, Stig —dijo Ash con firmeza—. No quiero hacerte daño, pero lo haré si no me dejas otra alternativa. No permitiré que la liberes.
Stig miró a Talon a los ojos y se echó a reír.
—Es como un culebrón de los malos, ¿verdad? El gemelo bueno y el gemelo malo. —Su mirada furiosa regresó a Aquerón—. Claro que no somos gemelos de verdad, ¿no es así, Aquerón? Tan solo compartimos el mismo útero durante un tiempo.
Stig se movió para colocarse detrás de Ash, que se tensó de manera visible. El atlante no solía permitir que nadie hiciera eso, pero al parecer alguna fuerza invisible lo mantenía paralizado.
Stig estaba tan cerca de él que apenas los separaba un palmo.
No se tocaron.
Stig se inclinó para susurrarle al oído a su hermano:
—¿Les decimos quién es el bueno, Aquerón? ¿Les decimos cuál de los dos vivió con dignidad? ¿Cuál de los dos era respetado por los griegos y los atlantes y de quién se burlaban?
Stig colocó la mano en el cuello de Ash, justo sobre el lugar donde la extraña marca aparecía de vez en cuando y tiró de él hacia atrás para poder susurrarle algo al oído en un idioma desconocido para Talon.
Ash jadeó como si estuviera inmerso en una pesadilla.
Tenía la mirada perdida y vidriosa y respiraba de forma agitada. Pese a todo, no se movió para zafarse de Stig.
Talon contempló la escena sin saber qué hacer. No le cabía ninguna duda de que Ash podría hacerse cargo de la situación. No sabía de nada de lo que Ash no pudiera encargarse.
—Eso es, Aquerón —dijo Stig entre dientes, olvidada la lengua extraña—. Recuerda el pasado. Recuerda lo que eres. Quiero que lo revivas todo. Revive todas las barbaridades que hiciste. Todas las lágrimas que hiciste derramar a mis padres. Todos los momentos en los que te miré y me avergoncé de que llevaras mi rostro.
Talon observó cómo las lágrimas asomaban a los ojos de Ash y se echaba a temblar. Desconocía los secretos de Ash, pero debían de ser espantosos para que lo afectaran de semejante manera.
A título personal, le importaba un comino lo que Ash hubiera hecho en el pasado. Durante quince siglos se había comportado como una persona abnegada y decente.
Con secretos o sin ellos, eran amigos.
—Suéltalo —ordenó Talon.
Stig ladeó la cabeza, pero se negó a dejar marchar a Ash. Aumentó la presión sobre la garganta de su gemelo.
—¿Recuerdas cuando Estes murió, Aquerón? ¿El modo en que te encontramos mi padre y yo? Jamás he podido olvidarlo. Cada vez que pienso en ti, es esa la imagen que me viene a la cabeza. Eres repugnante. Asqueroso.
—Mátalo —ordenó Dioniso— y abre el portal.
Stig no pareció escucharlo, puesto que toda su atención se centraba en Ash.
Camulos comenzó a acercarse a ellos con una daga. Talon se abalanzó sobre él y se enzarzaron en una lucha por el arma.
Los demonios atacaron mientras Stig seguía burlándose e insultando a Ash.
—Mátalo, Stig —repitió Dioniso—. O perderemos la oportunidad de abrir el portal.
Stig sacó una daga de su abrigo.
Olvidada su lucha con Camulos, Talon intentó llegar hasta ellos.
Aunque no pudo.
Stig alzó la mano y clavó la daga justo en el corazón de Ash. Se la hundió en el pecho hasta la empuñadura.
Ash jadeó y arqueó la espalda como si algo lo hubiera poseído. La daga salió disparada y golpeó la pared que había detrás de Dioniso, justo por encima de su cabeza. Un haz de luz brotó de la herida antes de que esta se cerrara.
Al instante una especie de onda expansiva atravesó la habitación, tirándolos a todos al suelo. Stig acabó en el rincón más alejado mientras que los dioses quedaron inmovilizados en el suelo.
Aquerón se alzó en el aire y quedó suspendido a varios centímetros del suelo con los brazos en cruz.
Incapaz de permanecer de pie bajo esa fuerza invisible, Talon gateó hasta Sunshine y la apretó contra su cuerpo para poder protegerla de lo que estuviera sucediendo.
Nadie era capaz de ponerse en pie. Ni siquiera los dioses.
Del cuerpo de Ash brotaron unos cuantos rayos que hicieron añicos los cristales y las bombillas. El aire se cargó de energía eléctrica y comenzó a crepitar. Aquerón dejó caer la cabeza hacia atrás cuando los haces de luz atravesaron sus ojos y su boca. La energía parecía recorrerle todo el cuerpo antes de irrumpir en la habitación en forma de cegadores rayos.
Los daimons y los demonios explotaron al unísono, ocasionando un enorme resplandor.
Un dragón alado, que pareció salir de debajo de la manga de Aquerón, se enroscó a su alrededor como si lo estuviera protegiendo.
O tal vez devorando.
Talon jamás había visto algo parecido en toda su vida.
—¿Qué coño es eso? —preguntó Camulos—. Stig, ¿qué has hecho?
—Nada. ¿Es el portal al abrirse?
—No —respondió Dioniso—. Es algo totalmente distinto. Algo de lo que nadie me dijo nada. —Levantó la vista al techo y gritó—: ¡Artemisa!
Artemisa apareció y de inmediato acabó inmovilizada contra el suelo, como todos los demás.
Talon apretó aún más a Sunshine, que se aferró con fuerza a él mientras temblaba contra su cuerpo.
Artemisa le echó un vistazo a Aquerón y su rostro se enrojeció por la ira.
—¿Quién ha sido el idiota que ha cabreado a Aquerón? —exigió saber.
Los dos dioses señalaron a Stig.
—¡Estúpidos! —masculló—. ¿En qué estabais pensando?
—Teníamos que matar a un atlante para despertar a la Destructora —dijo Dioniso—. Aquerón es el único que queda.
—¡Sois unos imbéciles! —rezongó la diosa—. Sabía que vuestro plan sería una bazofia. No podéis matarlo con una simple daga. Por si no os habéis dado cuenta, no es humano. ¿Dónde teníais el cerebro?
Dioniso frunció los labios.
—¿Cómo iba a saber que tu mascota era un exterminador de dioses? ¿Qué clase de idiota se vincula con alguien así?
—Ya, ¿y qué se suponía que debía hacer? —replicó Artemisa—. ¿Unirme al Todopoderoso Exterminador de Dioses o conseguir una carroza del Mardi Gras y hacerle compañía a ese? —Señaló a Camulos, que parecía de lo más ofendido por su comentario—. Eres un tarado —le dijo a su hermano—. No me extraña que seas el dios de los niñatos borrachos de las hermandades.
—Disculpadme —masculló Talon—, ¿podéis centraros un segundo? Tenemos un ligero problemilla entre manos.
—Cállate de una vez —farfulló Dioniso—. Sabía que debería haber dado marcha atrás cuando te atropellé.
Talon se quedó boquiabierto.
—¿Fuiste tú quien me atropelló con la carroza?
—Sí.
—Joder, tío —le dijo Camulos a Dioniso—. Sí que has caído bajo. Ayer eras un dios griego… hoy, un conductor de carrozas incompetente. ¡Por todos los dioses! ¿Cómo he acabado haciendo tratos contigo? ¿En qué estaría pensando? Artemisa tiene razón, ¿qué clase de idiota utiliza una carroza para atropellar a un tío para que este pueda volver a casa con su difunta esposa? Tienes suerte de que no acabara muerto y arruinaras todo el plan.
—Oye, ¿has intentado alguna vez conducir uno de esos cacharros? No es lo que se dice fácil. Además, es un Cazador Oscuro. Sabía que no lo mataría. Solo tenía que herirlo lo suficiente para que ella se lo llevara a casa. ¿Tengo que recordarte que funcionó?
Artemisa rezongó:
—Sois patéticos a más no poder. No puedo creer que tengamos genes en común.
Tras dirigirle una mirada de desprecio a su hermano, Artemisa luchó contra la fuerza invisible que los mantenía contra el suelo. Al igual que los demás, tampoco pudo llegar hasta Ash.
—¡Aquerón! —gritó—. ¿Puedes oírme?
Una risa incorpórea resonó en la estancia.
Ash inclinó la cabeza hacia delante y otra serie de rayos atravesó su cuerpo. La bestia con aspecto de dragón estrechó su abrazo y siseó con fiereza en dirección a la diosa.
Artemisa intentó ponerse en pie aferrándose a la pierna de Ash, pero algo la obligó a retroceder y a alejarse de él.
—¿Qué queréis que os diga, tíos? —gritó Camulos—. La idea era matar a Aquerón, liberar a Apolimia y reclamar nuestro lugar como dioses; no mosquearlo y hacer que el mundo llegara a su fin. A título personal, no quiero ser el gobernante de nada. Pero si no paramos a este tío, el cántico que está entonando acabará con la vida tal y como la conocemos y deshará la creación.
—¿Qué hacemos? —le preguntó Sunshine a Talon.
Solo se le ocurría una cosa.
Tenía que lograr que Aquerón recobrara el sentido.
Besó a Sunshine en la boca antes de apartarse de ella. No estaba dispuesto a perder a su esposa cuando había vencido a la muerte para regresar junto a ella.
Convocó los poderes que aún tenía y permitió que lo rodearan. Ya no contaba con la inmortalidad que le confería ser un Cazador Oscuro, pero sí retenía todos los poderes psíquicos que le habían sido concedidos.
Con suerte serían suficientes.
Se puso en pie despacio.
Un rayo salió disparado hacia él.
Talon lo desvió. Avanzó despacio a través de la vorágine hasta llegar junto a Ash. Al parecer mientras permaneciera tranquilo estaría a salvo de la ira del atlante.
—Déjalo ya, T-Rex.
Ash le habló en un idioma que no comprendía.
—Dice que te apartes o morirás —tradujo Stig—. Está invocando a la Destructora.
—No puedo dejar que lo hagas —dijo Talon.
La risa resonó de nuevo.
Puesto que su intención era distraer a Aquerón para que dejara de entonar el cántico, Talon se abalanzó sobre él como último recurso.
Lo atrapó por la cintura y lo tiró al suelo. El dragón se alzó con un alarido.
Talon hizo caso omiso de la bestia y comenzó a golpear a Ash.
Sunshine contuvo el aliento mientras observaba la lucha. El edificio entero parecía estar a punto de derrumbarse.
El suelo comenzó a temblar.
Estaban enzarzados como dos enormes bestias salvajes y el destino del mundo dependía de quién resultara ganador y quién perdedor.
Musitó una plegaria sin dejar de observarlos, asombrada por la morbosa belleza y la elegancia de su lucha.
Zarek apareció sangrando por la puerta y se vio arrojado de inmediato de espaldas contra la pared.
Artemisa intentó llegar hasta Aquerón de nuevo y una vez más este la arrojó al suelo mientras seguía enzarzado en su lucha con Talon.
—Tengo que reconocerlo —dijo Camulos—. Este chico siempre fue un luchador.
Talon dejó de luchar al oír esas palabras.
«Nunca aprendiste cuál era tu sitio, Speirr. Nunca supiste cuándo debías dejar de luchar para razonar.»
Camulos había estado en lo cierto. Hasta ese preciso momento Talon no había sabido cuándo debía luchar y cuándo retirarse.
La calma le había permitido llegar hasta Ash.
Entonces recordó lo que Aquerón le dijera la noche en que se convirtió en Cazador Oscuro.
«Puedo enseñarte a enterrar ese dolor a un nivel tan profundo que jamás volverá a molestarte. Pero ten presente que todo tiene un precio y que nada dura eternamente. Algún día sucederá algo que te obligue a sentir de nuevo; y cuando eso ocurra, el dolor caerá sobre ti con todo el peso de los siglos. Todo lo que ahora ocultes resurgirá y correrás el riesgo de que no solo te destruya a ti, sino también a cualquiera que esté a tu lado.»
En esos momentos se preguntó a quién iban dirigidas esas palabras: ¿a él o a Ash?
Levantó la vista hacia Aquerón y vio la furia del hombre que lo estaba atacando. A eso se había referido Ash aquella noche.
Los dos habían mantenido durante tanto tiempo un control tan férreo sobre sus emociones que a ambos los cegaba la ira. Los instaba a atacar cuando necesitan retirarse y replantearse la estrategia.
Talon cerró los ojos y convocó la calma que albergaba en su interior, tal y como Aquerón le había enseñado.
Ash lo atacó de nuevo.
En esa ocasión Talon lo abrazó como a un hermano en lugar de pelear.
Poseído por una fuerza y un poder desconocidos para él hasta ese momento, Talon le rodeó la cara con las manos e intentó que su viejo amigo lo viera.
Las facciones de Ash habían dejado de ser hermosas y humanas. Eran las de un demonio malévolo. Sus ojos eran de un rojo intenso mezclado con amarillo, y no había ni pizca de compasión en ellos. Eran fríos. Crueles.
Los colores se arremolinaban y temblaban como las llamas de una hoguera.
Talon jamás había visto nada parecido en su vida.
¿Quién podía imaginarse que Ash tuviera semejante poder?
Sin embargo, debía detenerlo.
De una manera o de otra.
—Aquerón —dijo con voz tranquila y muy despacio—. Ya basta.
En un primer momento no creyó que Ash lo hubiera escuchado. No hasta que el atlante giró la cabeza y vio a Sunshine en el suelo.
—Talon —dijo con voz ronca y áspera. Sus ojos volvieron a resplandecer antes de clavarse de nuevo en Talon.
De repente otra onda expansiva sacudió la habitación, aunque esa vez en dirección contraria a la anterior. Fue como si el poder que se había liberado estuviera regresando a Aquerón.
El dragón se lanzó hacia el techo y luego desapareció.
Las facciones de Ash se transformaron de nuevo en el rostro que Talon había conocido a lo largo de los siglos.
Parpadeó y paseó la mirada, plateada una vez más, a su alrededor como si estuviera despertando de una pesadilla. Sin emitir palabra alguna, se apartó de Talon, cruzó los brazos sobre el pecho y atravesó la estancia como si nada hubiera sucedido.
Cuando pasó junto a Artemisa, la diosa extendió la mano para tocarlo, pero él se apartó y siguió su camino.
Artemisa se giró hacia su hermano con un gruñido.
—Espera a que papá te ponga las manos encima.
—¿A mí? Sabía lo que tenía planeado. ¡Espera a que le cuente lo de Aquerón!
Artemisa frunció los labios.
—¡Cállate, quejica! —Levantó la mano e hizo que su hermano se desvaneciera. Stig se encogió cuando la diosa lo miró—. ¡Tú! —dijo con una voz rebosante de odio.
Stig tragó saliva de forma audible.
—¿Cómo puedes proteger a un ser semejante? Después de mi muerte, me enviaron a los Campos Elíseos mientras que a él…
—No es asunto tuyo —lo interrumpió Artemisa—. Tu preciosa familia y tú le disteis la espalda y lo condenasteis por algo de lo que no era culpable.
—¿Que no era culpable? Por favor… —Stig intentó decir algo más, pero su voz se desvaneció.
—Eso está mejor —dijo Artemisa—. Resulta curioso que vuestras voces se parezcan tanto, pero que tú no dejes de gimotear. Doy gracias a Zeus porque Aquerón no comparta esa repugnante cualidad. Claro que él siempre ha sido un hombre y no un niñito llorón. —Acorraló a Stig contra la pared—. No acabo de creerme lo que has hecho. Te concedí una existencia perfecta. Tu propia isla, llena con todo lo que pudieras desear, y ¿a qué te has dedicado? A malgastar la eternidad odiando a Aquerón, maquinando distintas formas de matarlo. No mereces compasión alguna.
—No puedes matarme —chilló Stig—. Si lo haces, Aquerón morirá también.
—Y maldigo el día en que las Moiras unieron tu fuerza vital a la suya. —Lo miró con los ojos entrecerrados, como si lo que más deseara fuera hacerlo añicos allí donde estaba—. Tienes razón. No puedo matarte, pero sí puedo convertir tu vida en el peor infierno que puedas imaginar.
—¿Qué vas a hacer conmigo? —preguntó Stig.
La diosa esbozó una sonrisa cruel.
—Espera y verás, humano despreciable, espera y verás.
Stig desapareció de la estancia.
Artemisa se volvió para mirarlos. Inspiró con fuerza y pareció calmarse poco a poco.
—Cuida tu alma, Speirr —le dijo a Talon—. Debes saber que pagaron un precio muy alto por ella. —Dicho eso, ella también se desvaneció.
Lo que los dejó a solas con Camulos.
—Bueno —le dijo Talon al dios celta—, al parecer tus amigos te han abandonado.
Camulos suspiró.
—Una lástima. Exceso, Guerra y Destrucción. Juntos nos lo habríamos pasado de vicio en la tierra. Bueno, qué se le va a hacer. Tendré que conformarme con arrebatártela de nuevo. Después de todo me dio su alma y deseo reclamarla ahora. Y por supuesto, lo más divertido que tienen las almas es que solo se pueden reclamar de un cadáver.
Camulos se lanzó hacia Sunshine.
Talon sacó sus srads, listo para el combate.
Un brillante destello surgido de la nada iluminó la estancia. Al desvanecerse adoptó una forma que le era casi tan preciada a Sunshine como la de Talon.
—¿Nana? —preguntó Sunshine con incredulidad.
Su abuela se interpuso entre ellos y Camulos. Se enfrentó al dios celta con una mirada colérica.
—Nada de eso, encanto. No te pertenece ni de coña.
Camulos estaba estupefacto por su aparición.
—¿Morrigan? ¿Qué haces aquí? Esto no te incumbe.
—Por supuesto que sí.
La abuela de Sunshine abandonó la forma de anciana para transformarse en la hermosa diosa de la guerra que Talon conociera en sus días como mortal.
Talon se quedó helado.
Sunshine balbució:
—¿Abuela? ¿Te importaría explicarme de qué va todo esto?
Su abuela la miró con expresión contrita.
—No quería que te enteraras de esta manera, cielo, pero Aquerón y yo teníamos que evitar que liberaran a Apolimia. Y para que Talon quedara libre, era necesario que los dos os enfrentarais a Camulos.
Talon se quedó con la boca abierta.
¿Ash lo sabía todo desde un principio? ¿Por qué no le había dicho nada?
Morrigan se giró hacia Camulos.
—Lo siento, Cam. Esta vez fuiste tú quien se olvidó de leer la letra pequeña. Acordaste con Bran que Ninia renaciera de padres mortales para encajar en tu plan. Nunca especificaste que sus abuelos también debieran serlo.
»Puesto que no podía ayudar a Speirr a escapar de tu maldición ni de su juramento sin acabar enzarzada en una guerra contigo y con Artemisa, supuse que lo menos que podía hacer era devolver a la vida a su esposa en el cuerpo de alguien a quien no pudieras tocar. Ninia ha renacido como Sunshine, que es carne de mi carne y sangre de mi sangre. Cuando Speirr bebió su sangre, también tomó la mía, por lo que ahora se halla bajo mi protección.
Camulos soltó un juramento.
Morrigan frunció la nariz.
—Apesta, ¿verdad? No puedes matarlos a ninguno de los dos a menos que quieras enfrentarte a mí.
Talon intercambió una mirada estupefacta con Sunshine.
—Ya llegará el día, Morrigan. Ya llegará el día… —Camulos desapareció de la estancia con un destello.
Morrigan respiró hondo antes de darse la vuelta para mirarlos.
—Felicidades, chicos.
—¿Soy libre? —preguntó Talon, que aún no podía creérselo.
Morrigan asintió.
—Con tus poderes de Cazador Oscuro intactos.
Sunshine titubeó.
—¿Sigue siendo un Cazador Oscuro?
—No —respondió su abuela—. Artemisa lo liberó de su juramento cuando le entregó su alma. Una vez que se le conceden poderes psíquicos a alguien, permanecen con esa persona para siempre.
Sunshine sonrió.
—¿Así que ahora podrá salir a la luz del día?
—Sí. —Morrigan pareció incómoda de repente—. Y ya que estamos, tengo que deciros algo.
—¿Qué? —preguntaron al unísono, temerosos de lo que pudiera añadir.
—Dada la forma en que funciona nuestro panteón, ahora los dos sois… —Se mordió el labio y comenzó a retorcerse las manos.
—¿Qué es lo que somos? —la apremió Talon, aterrado de lo que se avecinaba.
Cuando se trataba con un dios nunca se era lo bastante precavido.
—Sois inmortales, a menos que renunciéis a serlo.
Sunshine parpadeó.
—¿Qué?
Su abuela carraspeó.
—Tus hermanos y tú nacisteis inmortales, cariño. Esa es la razón de que sigas pareciendo una niña a pesar de que rondas los treinta.
—¿Significa eso que mamá también es inmortal? —preguntó.
—No. Dado que tu padre no lo es, decidió renunciar a su inmortalidad para envejecer con él. Pero como es mi sangre lo que otorga la inmortalidad, ella te la ha transmitido y tú se la has dado a Talon.
La alegría se apoderó de Talon.
—¿Quieres decir que no tendré que verla morir de nuevo?
—Nunca. A menos que elijas hacerlo.
—Joder, no —dijo Talon entre carcajadas.
—Ya me lo imaginaba. —Morrigan retrocedió—. Bueno, estoy segura de que vosotros dos tenéis muchas cosas que hacer. Como planear una boda. Vamos, id a encargar unos cuantos bebés. —Los tomó de las manos y se las unió con un apretón—. Espero que me deis una enorme cantidad de biznietos.
Morrigan se desvaneció y los dejó mirándose, maravillados.
Sunshine se humedeció los labios mientras contemplaba a Talon. No podía creer todo lo que había sucedido esa noche.
Sobre todo no podía creer que tuviera a Talon para ella sola.
—¿Y qué será lo primero que hagamos?
Esa expresión tan familiar para Sunshine apareció en sus ojos ambarinos.
—¿Intentar concebir un bebé?
Ella soltó una carcajada.
—Suena bien, aunque es posible que regresar a tu cabaña nos lleve lo que queda de noche.
—Cierto, aunque tu casa no está tan lejos…
Sunshine sonrió.
—No, no lo está.
Le besó la mano antes de conducirla fuera de la habitación.
Dejaron el edificio y se internaron en la ingente multitud de juerguistas del Mardi Gras que regresaban a casa. Sunshine sentía una inmensa alegría mientras caminaba de la mano de Talon en dirección a la calzada.
Con un jadeo, tiró de Talon para hacerlo retroceder cuando una enorme carroza pasaba rozándolo. Acto seguido se deshizo en carcajadas.
—¿Qué te pasa con las carrozas del Mardi Gras?
—No son las carrozas, amor, eres tú. Cuando te tengo cerca todo lo demás se desvanece.
Ella se mordió el labio con picardía.
—Si sigues hablando así, no te quepa duda de que te llevaré a casa, te encerraré y tiraré la llave.
—Me parece estupendo, pero asegúrate de que estás desnuda cuando lo hagas.