17

Sunshine no tenía ni idea de qué hacer con Aquerón cuando entraron en su ático. Era un hombre esbelto y de estatura descomunal, y esos ojos… Se echó a temblar. Había algo en sus ojos que parecía otorgarle la capacidad de ver a través de ella. Como si pudiera escuchar todos sus pensamientos.

Sunshine dejó caer la mochila junto al sofá y lo observó mientras se daba una vuelta por su casa, como si pretendiera asegurarse de que no había nadie más; aunque presintió que se debía más a la costumbre que a la necesidad de verificar que se encontraran solos.

Caminaba con zancadas pausadas y elegantes. Tal y como lo haría un depredador. Había algo intrínsecamente sexual en Aquerón. Algo fascinante, tentador. El mero hecho de estar cerca de él despertaba en ella el deseo de extender el brazo para tocarlo.

Ese hombre parecía desprender unas potentes feromonas, aunque al mismo tiempo le tuviera pavor. Era como desear acariciar a un animal salvaje, letal y hermoso, al que se quisiera acariciar a sabiendas de que al devolver la caricia podría arrancarle el brazo.

Era carismático e indomable, y a Sunshine le entraban ganas de salir pitando hacia la puerta.

Cuando por fin habló, el poderoso sonido de su voz hizo que diera un respingo, si bien lo que más la sorprendió fue la sensualidad que destilaba. Tenía una voz tan profunda que parecía reverberar y era como si cada sílaba que pronunciaba se deslizara por su espalda como en una seductora caricia. Jamás había conocido a un hombre cuyo cuerpo y mente parecieran haber sido creados con el único propósito de atraer sexualmente a una mujer.

Señor, y vaya si funcionaba.

—Tu hermano Storm está abajo limpiando. Tal vez quieras pasar la noche con él.

—¿Cómo sabes que Storm está abajo?

—Lo sé y punto.

Sunshine frunció el ceño; era incluso más extraño que su abuela.

—¿Por qué no te quedas tú?

—¿Quieres que lo haga?

A decir verdad… no. Aunque no quería ofenderlo.

—Seguro que tienes cosas que hacer.

Ash le dirigió una sonrisa sin despegar los labios, lo que sin duda indicaba que había escuchado su verdadera respuesta.

—En ese caso, buenas noches, Sunshine.

Comenzó a caminar hacia la puerta.

—Aquerón, espera.

Él se detuvo y la miró.

—¿Estoy haciendo lo correcto dejando que Talon se marche? —preguntó—. Tú lo necesitas, ¿verdad?

Esos ojos tan similares al mercurio parecieron inmovilizarla.

—Creo que tienes que seguir el consejo de tu abuela, Sunshine. Haz lo que te dicte el corazón.

—¿Cómo sabes eso?

Ash esbozó una leve sonrisa.

—Sé un montón de cosas.

Ese hombre era de lo más espeluznante. Se preguntó si no sería un miembro perdido de la familia Addams.

Aquerón dio media vuelta y salió por la puerta.

Sunshine permaneció allí de pie unos minutos mientras reflexionaba acerca de lo que debía hacer con Talon.

Aunque a fin de cuentas sabía de sobra lo que su corazón le exigía…

Le había preguntado a Psiqué si era posible invocar a una diosa. No estaba segura de que Psiqué hubiera sido sincera, pero solo había una manera de averiguarlo.

—Artemisa —dijo en voz alta—, te invoco en tu forma humana.

No sucedió nada.

No se escuchó ningún sonido ni hubo ningún destello cegador. Nada.

Deprimida, se encaminó hacia su dormitorio.

—¿Quién eres? ¿Y por qué me has llamado?

Sunshine se detuvo en seco al escuchar a sus espaldas esa voz enojada y con un marcado acento.

Al darse la vuelta, vio a una mujer increíblemente alta y hermosa junto a su sofá. Artemisa tenía una larga y rizada melena cobriza que enmarcaba el rostro de un ángel, y unos ojos de un color verde intenso que mostraban la poca gracia que le hacía estar allí.

La diosa estaba ataviada con un vestido blanco, largo y ajustado, y la miraba con los brazos en jarras.

—¿Eres Artemisa?

—Vaya, deja que lo piense… ¿Has llamado a Artemisa o a Peter Pan?

Bueno, estaba claro que a Artemisa no le gustaba que la despertaran a deshoras. La diosa le daba un nuevo sentido a la palabra «irritable».

—Invoqué a Artemisa.

—En ese caso, puesto que no voy vestida de verde y tengo el cuerpo de una mujer en vez del de un preadolescente, supongo que debo de ser ella.

—¿Siempre eres tan quisquillosa?

—¿Y tú siempre eres tan imbécil? —Cruzó los brazos a la altura del pecho y miró a Sunshine con desdén—. Mira, humana insignificante, no tengo paciencia para alguien como tú. No eres mi sirviente y ese medallón que llevas en el cuello me ofende sobremanera. Limítate a decirme lo que quieres para que pueda mandarte a paseo.

Aquello no pintaba bien. La jefa de Talon era una auténtica zorra.

—Quería preguntarte si estarías dispuesta a entregarme el alma de Talon.

La diosa ladeó la cabeza ante la pregunta.

—¿Te refieres a Speirr de los Morrigantes? ¿Al jefe celta que le arrebaté a Morrigan?

—Sí.

—No.

—¿No? —preguntó Sunshine con incredulidad.

—¿Es que hay eco? No, humana, su alma me pertenece y tú no puedes tenerla.

—¿Por qué no?

—Porque lo digo yo.

Sunshine estaba estupefacta. Y furiosa también. Artemisa jamás conseguiría el título de Miss Simpatía. A la diosa no le vendría nada mal recibir unos cuantos cursillos sobre relaciones interpersonales.

—Bueno, supongo que eso lo hace oficial, ¿no?

Artemisa arqueó una ceja en un gesto arrogante.

—Oye, niña, ¿es que no tienes la más mínima idea de con quién o con qué estás tratando?

Sunshine respiró hondo al tiempo que imploraba un poco de paciencia. No podía permitirse el lujo de perder el control con la persona que, casualmente, poseía el alma de Talon. No si quería recuperarla.

Por no mencionar el pequeño detalle de que al ser una diosa, Artemisa podría matarla si la cabreaba demasiado.

—Lo sé, Artemisa. Lo siento. No pretendía ofenderte. Estoy enamorada de Talon y quiero compartir un futuro con él. Haría cualquier cosa para estar junto a él. ¿No puedes comprenderlo?

El rostro de Artemisa se suavizó un tanto, como si supiera de lo que estaba hablando.

—Sí, lo comprendo.

—Entonces, ¿puedo…?

—La respuesta sigue siendo no.

—¿Por qué?

—Porque nada en este mundo es gratis. Si quieres recuperar su alma, tienes que ganártela o pagar para conseguirla.

—¿Cómo?

Artemisa se encogió de hombros.

—No puedes. No posees nada que me interese ni que me resulte de valor; por lo tanto no tienes nada con que negociar.

—Venga ya, ¿estás hablando en serio?

—Totalmente.

Artemisa se desvaneció entre una nube de humo.

¡Menuda mierda! Sunshine ardía en deseos de estrangular a la diosa. ¿Cómo podía ser tan egoísta?

—¡Artemisa! —gritó antes de poder detenerse—. ¡Eres un asco!

Cerró los ojos y suspiró. ¿Qué podía hacer? No había manera de que esa pedorra egoísta entregara el alma de Talon.

¿Qué iban a hacer?

Amanda Deveraux-Hunter se despertó a las siete y media de la mañana. Miró por costumbre el reloj y volvió a cerrar los ojos antes de levantarse de un brinco al darse cuenta de la hora que era.

Eran las siete y media de la mañana y su hija, Marissa, no se había despertado para la toma de las cinco.

Sin dejarse arrastrar por el pánico, aunque ciertamente estaba preocupada por su bebé, se levantó para ir a la habitación de la pequeña, situada junto a la suya.

Cuando se acercó a la cuna se le detuvo el corazón.

Estaba vacía.

Con tan solo tres semanas de vida, no había manera alguna de que Marissa se hubiera levantado para marcharse por su propio pie.

¡Dios, había sido Desiderio!

¡Había vuelto a por ellos!

El pánico la consumió al pensarlo. Desde el día en que Kirian y ella derrotaran a semejante monstruo, la asaltaban continuas pesadillas en las que el daimon regresaba de entre los muertos para vengarse.

—¡Kirian! —Corrió de vuelta a la cama y despertó a su marido.

—¿Qué pasa? —preguntó él con voz malhumorada.

—Es Marissa. Ha desaparecido.

Kirian se incorporó, totalmente despejado.

—¿Cómo que ha desaparecido?

—No está en su cuna. No sé dónde está.

Kirian bajó de un salto de la cama y cogió sus pantalones del suelo. Sin detenerse a esperarlo y con el corazón en un puño, Amanda recorrió como una exhalación todo el piso superior.

¿Dónde podría estar su bebé?

Perder a su hija era la peor de sus pesadillas.

Bajó las escaleras a toda prisa para comprobar si la puerta delantera estaba abierta. Tal vez alguien hubiera entrado y se la hubiera llevado.

Se detuvo en seco al llegar al salón. Presa del más absoluto estupor, clavó la mirada en la escena más increíble que había visto en toda su vida.

Aquerón yacía en el sofá de piel con Marissa felizmente acurrucada sobre su musculoso pecho, justo por debajo de la barbilla.

Sobre el ataúd que hacía las veces de mesita de café había un paquete de pañales y un biberón vacío.

El alivio y la incredulidad la inundaron al mismo tiempo.

Cuando conoció a Aquerón hacía ya casi un año, le había parecido el ser más terrorífico que hubiera visto jamás. Un hombre enormemente contradictorio y con increíbles poderes que a buen seguro podría mandarlos a todos al otro barrio… y que yacía con su hija acurrucada con ternura entre esas enormes manos.

—¿Qué pas…? —Kirian dejó la pregunta en el aire cuando él también los vio.

Amanda miró a su marido por encima del hombro.

—No sabía que a Ash le gustaran los niños.

—Yo tampoco. Por la forma tan rara en que se comporta cuando Marissa está en casa, pensé que no estaba acostumbrado a ellos.

Kirian tenía razón. Ash había evitado acercarse a Marissa por todos los medios. Cada vez que la niña se echaba a llorar, él se encogía literalmente y hacía mutis por el foro. A Amanda jamás se le habría pasado por la cabeza que Ash fuese capaz de cuidar a su hija.

Cruzó la habitación y extendió las manos para coger a la pequeña.

Ash se despertó con una expresión tan amenazadora y salvaje que Amanda retrocedió con un jadeo.

El atlante se sentó en el sofá, pero no hizo ningún otro movimiento. Al ver a Kirian y a Amanda parpadeó varias veces.

—Lo siento —murmuró—. No me di cuenta de que eras tú.

—Solo iba a quitártela de encima.

Ash bajó la vista hasta la pequeña, que seguía dormida, protegida por sus manos.

—Vaya, he debido dormirme mientras la hacía eructar.

La forma en que le pasó la niña a Amanda era de lo más elocuente. Semejante habilidad dejaba bien claro que había cuidado de un bebé en más de una ocasión.

—Espero no haberte asustado —se disculpó—. Cuando llegué estaba llorando, así que subí las escaleras para asegurarme de que estaba bien. —Su semblante tenía una extraña palidez, como si el simple hecho de pensar en el llanto de un niño fuera algo doloroso para él—. Dado que los dos seguíais dormidos y yo estaba despierto, supuse que mi ayuda os daría un respiro.

Amanda se inclinó y le dio un beso en la mejilla.

—Eres un buen hombre, Ash. Gracias.

Cuando se apartó de ella, el rostro del atlante mostraba una expresión cargada de dolor. Se levantó del sofá y recogió su mochila del suelo.

—Me iré a la cama.

Kirian lo detuvo cuando se encaminaba hacia el pasillo.

—¿Estás bien, Aquerón? Pareces un poco aturdido.

Ash se echó a reír ante el comentario.

—¿Me has visto aturdido alguna vez?

—Ahí me has pillado.

El atlante le dio unas palmaditas en el hombro.

—Solo estoy cansado.

—Lo que tú digas. Por cierto, me preguntaba dónde te metiste ayer. No volviste para dormir.

—Tenía que encargarme de un asunto. Algo que no podía esperar.

Amanda suspiró.

—Algún día vas a tener que aprender a confiar en alguien, Ash.

—Buenas noches, Amanda —dijo. Se despidió de Kirian con una leve inclinación de cabeza y se marchó hacia las escaleras.

Amanda se acercó a su marido cuando Aquerón llegó a la planta superior.

—No puedo creer que lo conozcas desde hace veintiún siglos y que ni siquiera seas capaz de decirme de qué color tiene el pelo.

Él se encogió de hombros.

—Ash es tan independiente y posee tanto autocontrol que dudo mucho que alguien consiga averiguar algo más aparte de su nombre.

Sunshine se quedó en la cama hasta bien entrada la mañana, recordando el sonido de la respiración profunda y regular de Talon mientras dormía. Recordando lo mucho que a él le gustaba meter la rodilla entre sus muslos, rodearla con el brazo en un gesto posesivo y enterrar la mano izquierda en su cabello.

Cuánto lo echaba de menos.

Mientras recordaba, sus pensamientos regresaron al pasado. A su otra vida…

«—No vayas, Speirr. Hay algo malévolo tras esto. Lo sé. —Enfadado, Talon apartó de un tirón el brazo que ella le sujetaba.

»—Han asesinado a mi tío, Ninia. Lo mataron delante de mis ojos. No descansaré hasta haberme vengado.»

En su vida como Ninia, la posibilidad de perderlo si proseguía la discusión la asustaba muchísimo. Siempre se sometía a sus dictados. Era su marido. Sin embargo, en su corazón siempre había sabido que él estaba a punto de poner en marcha una cadena de acontecimientos que jamás se podría deshacer.

Y había estado en lo cierto.

Del mismo modo que sabía que esa noche todo acabaría de una manera o de otra.

¿Qué pasaría si perdía a Talon?

La posibilidad le resultaba tan insoportable como la idea de pasar la vida sin él.

Echó un vistazo a su alrededor, a los objetos tan familiares que tenía en su apartamento. Desde que se divorció de Jerry, se había concentrado en su carrera profesional, en su arte.

Sin embargo, en ese instante, a solas con sus cosas, ya no le parecía tan importante.

Su arte no la abrazaría por la noche. No la haría reír ni la engatusaría hasta acabar en la cama. No haría que su cuerpo ardiera de deseo o se estremeciera en mitad de un orgasmo.

No le aplastaría la nariz a Jerry por ser un cretino.

Solo Talon lo había hecho.

Solo Talon podría hacerlo.

Sus ojos se posaron en Snoopy y comenzó a llorar.

—No puedo dejarlo marchar.

Ojalá supiera cómo retenerlo…

Zarek estaba sentado en un rincón oscuro de la sala de estar, escuchando cómo la ciudad se despertaba en el exterior. Tendría que haber estado durmiendo, descansando para la noche que le esperaba, pero al parecer no era capaz de encontrar la paz necesaria.

Sonó el teléfono.

Contestó y descubrió que era Dioniso quien se encontraba al otro lado de la línea.

—¿Estás preparado para lo de esta noche?

Zarek le dio un sorbo a su vodka antes de contestar.

—Siempre estoy preparado para causar problemas.

—Bien. Puesto que ahora Talon va detrás de Stig, los preparativos de esta noche requerirán un poco más de esfuerzo. Necesito que alejes a Sunshine del celta y me la traigas. Tiene que estar en el almacén a las once y media. Ahora descansa y prepárate para matar a Talon y a Valerio.

Eso no le supondría ningún problema.

—¿Qué pasa con Aquerón?

—Déjanoslo a nosotros.

La llamada se cortó.

Zarek arrojó el móvil a un lado y se concentró de nuevo en el vodka. Ya se había bebido tres cuartos de la botella. Era una lástima que los Cazadores Oscuros no pudieran emborracharse. De hecho, el alcohol ni siquiera los aletargaba. El único placer inducido del que podían disfrutar era la sangre humana.

Cerró los ojos y recordó a la mujer que había saboreado la noche anterior. Estaba rebosante de pasión. De alegría. Incluso de amor. Y durante un breve período de tiempo había sentido algo más que el dolor que lo aprisionaba.

Recostó la cabeza contra la pared y apuró el vodka, dejando que su suave sabor le quemara la garganta. Y mientras estaba sentado allí solo, no pudo evitar preguntarse a qué sabría Sunshine…

Talon se despertó a solas con el aroma a trementina en las sábanas. Debería haberlas lavado, pero no soportaba la idea de perder ese último pedacito de ella.

Deseaba a su Sunshine. La necesitaba.

Y la había perdido para siempre.

Con un suspiro, se levantó, se duchó, se vistió y puso rumbo a la ciudad.

En esa noche se decidiría todo.

Tan pronto como el sol se puso, se dirigió en moto al Santuario, donde Ash le había ordenado que se reuniera con el resto.

En lugar de encontrarse con ellos en el bar, se encaminó al edificio contiguo, que también era propiedad del clan de los osos.

Unido al establecimiento por una puerta en la cocina que siempre permanecía cerrada, el edificio era la residencia de los osos y de ciertos miembros del personal con idénticos poderes. La casa estaba equipada con un improvisado hospital que contaba con un médico y un veterinario.

El Santuario era mucho más que un bar. Era un refugio seguro para cualquier Cazador, ya fuera Cazador Oscuro, katagario o arcadio.

Cuando a Talon se le permitió entrar en la sala de estar de la casa de los Peltier, los cuatrillizos ya se habían marchado para mezclarse entre la multitud del Mardi Gras en busca de daimons.

Julian y Kirian estaban encerrados en una celda de retención en la planta alta, vigilados por Mamá Lo Peltier hasta que llegara la mañana. Incluso desde la sala de estar, Talon podía escuchar los gritos que amenazaban con matar a Valerio, que se encontraba junto a la chimenea con una mueca de desprecio en los labios.

Nick estaba sentado en un mullido sillón devorando una bolsa de patatas fritas mientras que Eric St. James se encontraba en el sofá con la mirada perdida en el vacío.

Aunque rondaba la treintena, Eric parecía mucho más joven. Tenía una larga melena negra y también formaba parte del movimiento gótico.

Había llegado a la comunidad como un escudero de segunda generación, pero prefería el estatus de Dorio, ya que no servía a un Cazador en concreto. Prestaba sus servicios a cualquiera que lo necesitara.

—Aquerón, será mejor que me dejes salir de aquí —gritó Kirian desde la planta alta—. ¿Me oyes?

—Tengo la impresión de que me he perdido una fiesta —le dijo Talon a Ash, que estaba de pie con la espalda apoyada contra la pared del fondo.

—Ni te lo imaginas. Decidí que sería mejor mantener a Kirian y a Julian encerrados hasta que amaneciera. Ya he llamado a Amanda y a Grace para que no se preocupen.

—Me encantaría que los dejaras salir —le dijo Valerio a Ash.

El atlante ni siquiera se molestó en contestarle. En cambio, observó con detenimiento a Talon.

—Pareces casi normal esta noche. ¿Vas a seguir así?

—Te dije que podía controlarme. —Por el momento, lo estaba consiguiendo.

Talon tenía muy claro que cuando llegara el alba se enfrentaría a Camulos.

Cuando Ash dio un paso adelante para hablar, Talon se percató de que Zarek no estaba por ningún sitio.

¿Estaría también arriba?

—¿Dónde está Zarek? —le preguntó a Ash.

—Le ordené proteger a Sunshine.

Eso hizo añicos su serenidad.

—¡Y una mierda! —rugió Talon.

—Confía en mí, Talon. Sé que Zarek hará lo correcto.

La réplica de Talon fue de lo más rotunda.

—No confío él. Ni lo más mínimo. Y después de esto no estoy seguro de que siga confiando en ti.

—Se acabaron las discusiones —dijo Ash—. Limítate a hacer lo que te ordene y es posible que todo salga bien.

—¿Es posible? —preguntó Talon.

Cuando Ash volvió a hablar, Talon captó una nota extraña en su voz que le indicó que el atlante sabía mucho más de lo que estaba dispuesto a decirle.

—Nuestros destinos están marcados, Talon, pero la voluntad humana puede eludir ese destino. Si todos obedecéis mis órdenes, es posible que las cosas salgan tal y como deben salir.

Talon tensó el mentón.

—¿Y si no lo hacemos?

—Estamos jodidos.

—Coño, Ash —dijo Nick con sarcasmo—, tú sí que sabes tranquilizar al personal.

Ash le dirigió una mirada burlona.

—Hago todo lo que puedo.

Nick contestó sin tapujos.

—Pues eres un fracaso.

Talon seguía hirviendo de furia.

Ash se dirigió al grupo.

—Necesito que sepáis que tenemos una noche catastrófica por delante. Al parecer Dioniso y Camulos han unido sus fuerzas para intentar recuperar su antiguo estatus de dioses todopoderosos.

—¿Cómo planean hacerlo? —preguntó Valerio.

—Los dos juntos no son lo bastante poderosos para conseguirlo. Necesitan el poder de un tercer dios que los ayude.

—¿Qué dios? —preguntaron todos al unísono.

—Apolimia.

—¿Quién coño es Apolimia? —preguntó Talon—. Nunca he oído hablar de ella.

Ash esbozó una sonrisa irónica.

—Es una antigua diosa anterior a mi propia época. Una que tiene poder sobre la vida, la venganza y la muerte. Los atlantes se referían a ella con el apelativo cariñoso de «Destructora».

—¿Es como Hades? —preguntó Valerio.

—En absoluto —respondió Ash con tono funesto—. Hades parece un Boy Scout al lado de esta diosa. Apolimia remata a sus víctimas con un martillo de hierro y comanda un ejército de demonios grotescos.

»La última vez que alguien la liberó, las plagas y el sufrimiento inundaron el mundo y envió la Atlántida al fondo del mar. Atravesó Grecia devastando a su paso toda la zona y haciendo que retrocediera culturalmente miles de años antes de que por fin regresara a su prisión. La Destructora liberará el infierno en la tierra. Empezando por Nueva Orleans.

—¡Genial! —exclamó Nick con sarcasmo—. Me encanta enterarme de este tipo de cosas.

Ash pasó de él.

—¿Y cómo pretenden liberar a la Destructora? —preguntó Talon.

Aquerón inspiró hondo.

—La única manera de lograrlo es derramando la sangre de un atlante.

—Tu sangre —dijo Talon. Estaba claro, ya que Ash era el único atlante que quedaba con vida.

Aquerón asintió.

—A medianoche el portal entre este plano y aquel en el que ella vive será lo bastante débil como para romperlo. Si la liberan…

—¿Alguien más tiene una úlcera? —preguntó Nick.

Talon pasó por alto su pregunta.

—¿Cómo podemos detenerlos?

—Con mucha fe y haciendo exactamente lo que os ordene.

Nick resopló ante ese comentario.

—¿Alguien más aparte de mí tiene la impresión de que Ash está siendo un poquitín vago al respecto?

Todos salvo Ash levantaron las manos.

—No tiene gracia —les dijo. Clavó la mirada en Valerio—. Te necesito en las calles con los Peltier. Dioniso planea soltar a sus daimons en medio de la población a las once y media para distraernos. Mata a todos los que te encuentres. Nick —continuó Ash—, quiero que Eric y tú estéis listos en caso de que se os necesite. —Los escuderos asintieron. Ash se puso las gafas de sol—. Talon, te quedas conmigo. Tú y yo vamos tras Dioniso y su peña.

—Solo por curiosidad —dijo Talon—: ¿cómo sabes todo esto?

Ash hizo oídos sordos a su pregunta.

—Muy bien, niños —dijo Ash—, salid y proteged las calles.

—¿Puedo hacer una pregunta? —intervino Eric.

—Claro.

—A lo mejor es que soy un poco lento, pero ¿por qué van estos tíos en busca de poder precisamente ahora? ¿Por qué no lo hicieron el año pasado o en cualquier otro momento? ¿Por qué esperar?

La respuesta de Ash no los tranquilizó en lo más mínimo.

—No es la primera vez que han intentado recuperar sus poderes. Lo que ocurre es que en esta ocasión tienen más probabilidades de conseguirlo.

—Vale —dijo Eric despacio—. ¿Y qué sucedió con sus poderes para empezar?

Talon respondió por Ash.

—Cuando se deja de adorar a un dios, sus poderes disminuyen. Si un dios es derrotado por otro, el vencedor absorbe sus poderes y el perdedor pierde la habilidad de recuperar su anterior estatus.

Eric asintió.

—De acuerdo. Y una cosa más, ¿qué pasaría si recuperaran sus poderes?

Ash desvió la mirada.

—Esperemos no tener que descubrirlo.

—¿Por qué?

—Porque de acuerdo con la mitología atlante, se supone que será la Destructora quien origine el Telikos… el fin del mundo. Sin duda, Dioniso y Camulos creen que Apolimia se sentirá tan agradecida cuando la liberen que se unirá a ellos sin pensárselo dos veces y les cederá parte de su poder.

»Lo que no saben es que hubo una buena razón por la que los dioses atlantes encerraron a Apolimia. Incluso los demás dioses temían su ira y al final acabó por matarlos a todos. Pase lo que pase, no podemos permitir que escape a su confinamiento. Si la liberan esta noche, la existencia que conocemos desaparecerá. Todo cambiará.

—Me encanta salvar el mundo —dijo Talon—. Una vez más.

Ash respiró hondo.

—Y ahora que lo dices, tenemos cosas que hacer.

Talon asintió, pero en su corazón deseaba poder ver a Sunshine una vez más.

No quería morir sin ver su rostro de nuevo.

El deber… Menuda mierda.

Valerio abandonó el edificio en primer lugar.

Talon, Nick y Eric salieron por la puerta trasera con Ash a la zaga.

Cuando el atlante salió de la casa, la puerta se cerró de golpe y pilló el bajo de su abrigo negro.

Ash se paró en seco y soltó un taco.

Nick prorrumpió en carcajadas al ver atrapado a Aquerón.

—¿No te dan ganas de liarte a hostias?

Ash arqueó una ceja.

La puerta se abrió sola para liberar el abrigo y se cerró de golpe otra vez.

Nick dejó de reírse al instante.

—Ya veo que no.

Ash le alborotó el cabello a Nick como lo haría un hermano mayor.

—Cúbrenos las espaldas esta noche y tranquiliza a Amanda hasta que Kirian vuelva.

—Hecho.

Ash y Talon abandonaron el patio, adornado con una profusa decoración, y se internaron en la multitud de turistas y lugareños que conformaban una masa tan densa como la niebla.

Había cientos de personas en la calle. Cientos de personas que no tenían la menor idea de que el destino del mundo descansaba en las manos de esos dos hombres vestidos de negro que se abrían paso con lentitud a través de ellos.

Dos hombres que estaban muy cansados esa noche. Exhaustos. Uno porque desde hacía mucho tiempo no sentía otra cosa que la pesada carga de la responsabilidad. Lo único que Ash deseaba era un día para tumbarse y descansar. Un día en el que pudiera encontrar un momento de solaz.

Llevaba toda una eternidad esperando una segunda oportunidad. Esperando el modo de escapar de las ruinas de su pasado y de la condena que suponía su futuro.

Esa noche tendría que enfrentarse a su hermano por primera vez en once siglos.

Jamás habían estado en una situación de igualdad. Stig lo había odiado desde el día de su nacimiento. Para él iba a ser una noche muy, pero que muy larga.

Los pensamientos de Talon estaban centrados en Sunshine. En el dulce contorno de su rostro. En la belleza de sus caricias. ¿Estaría en su casa pintando? ¿O estaría pensando en él?

«Te amo.»

Sus palabras lo desgarraron. Apretó los dientes, deseando con todas sus fuerzas poder acariciarla. Deseando que cuando la noche acabara, ella estuviera a salvo de Camulos de una vez por todas.

—Ten fe, Talon —dijo Ash como si supiera lo que estaba pensando.

—Lo intento.

Talon respiró hondo.

No le preocupaba morir. Era la muerte de Sunshine lo que no podía permitir que ocurriera. Para bien o para mal, pondría fin a la situación de una vez por todas y cuando llegara la mañana, ella estaría a salvo. Costara lo que costase.