15

Ash rechinó los dientes cuando Artemisa le pasó los dedos por el largo cabello rubio. Cerró los ojos con fuerza cuando la vio enredar un mechón entre los dedos y acariciar las hebras con las yemas.

—Tengo que irme —dijo él.

Ella compuso un mohín seductor al tiempo que le recorría el pecho desnudo con una elegante mano y usaba las uñas para arañarle la piel con suavidad.

—No quiero que te vayas.

—Libérame, Artie. Tengo que encontrar a Stig antes de que le haga daño a alguien. Estuvo a punto de matar a Zarek anoche.

—¿A quién le importa? Zarek está mejor muerto.

—Eso se podría decir de la mayoría de nosotros.

La diosa le deslizó las uñas con saña por los brazos, atados a los postes de su cama con unas suaves cuerdas doradas.

—Detesto que hables así. Eres tan desagradecido después de lo que he hecho por ti…

Sí, claro, había hecho mucho por él. En realidad le había hecho mucho a él y pocas cosas habían sido agradables o placenteras.

—No me obligues a romper tus ataduras, Artie.

Si utilizaba sus poderes para zafarse de las cuerdas «especiales», enviaría una señal por todo el Olimpo que alertaría a los dioses de su presencia en el templo de Artemisa. Cada vez que la «visitaba», sus poderes se veían severamente restringidos. Solo podía hacer truquitos de magia como abrir puertas y vestirse o desvestirse, pero cualquier otra cosa habría llamado la atención de los dioses del Olimpo y los habría instado a investigar la desconocida fuente de poder.

Eso era lo único a lo que Artemisa temía.

—Eso te gustaría, ¿verdad? Que Zeus o cualquier otro te encontrara en mi cama.

—Pues libérame.

Las cuerdas doradas cayeron solas de sus muñecas. Ash suspiró cuando movió los brazos por primera vez desde que amaneciera y dejó que la circulación volviera a sus manos.

Una oleada de cansancio lo asaltó, pero la pasó por alto.

Como era habitual, Artemisa no le había permitido dormir mientras estaba con ella, por lo que llevaba despierto dos días.

Estaba tan cansado que lo único que quería era dormir.

—¡Ah! Adivina lo que averigüé para ti —dijo Artemisa—: el inútil de mi hermano, Dioni, se ha aliado con el tuyo y con el dios galo de la guerra, Camulos, para obtener el poder. ¿No es lo más estúpido que has escuchado?

Aquerón se quedó helado.

—¿Qué has dicho?

—Dioni y Cam creen que pueden recuperar su estatus de dioses y están utilizando a tu hermano como cabecilla. ¿Puedes imaginarte algo más absurdo? —Se echó a reír—. Un dios galo de la guerra caído en el olvido; mi hermano, cuyo único galardón es ponerse ciego de vino y acostarse con todo lo que se ponga por delante; y tu hermano, cuya única cualidad es parecerse a ti. Y creen que el estúpido puede conducirlos a la gloria. —Resopló antes de reír de nuevo—. Me muero por ver qué tienen planeado esos perdedores.

Aquerón la miró sin pestañear. Tal vez ella subestimara su capacidad, pero él ya tenía una leve sospecha de lo que intentaban hacer.

En el Mardi Gras la barrera entre ese mundo y aquel en que estaba encerrada la Destructora atlante sería muy tenue.

Solo podía haber una razón por la que quisieran incluir a Stig en sus planes…

Querían liberar a la Destructora y la única manera de hacerlo sería matándolo a él.

Ya se aseguraría de que eso no sucediera, costara lo que costase.

Cuando llegara el Mardi Gras, todos se encontrarían con una enorme sorpresa.

No tenían ni idea de con quién y con qué estaban tratando. Ninguno de ellos tenía la capacidad de dirigir ni de controlar a la Destructora. Si se le daba rienda suelta, era la más inmisericorde de las antiguas deidades que se podía imaginar. Una que había masacrado a todos los miembros de su propia familia y que después habría destruido el mundo por completo si no la hubieran detenido y encerrado.

Si Camulos y Dioniso pensaban negociar con ella después de haberlo matado, estaban lamentablemente equivocados.

Estuvo a punto de esbozar una sonrisa al imaginarlos tratando de razonar con ella. La noche del Mardi Gras sería interesante, de eso no cabía duda.

—Por cierto —dijo Artemisa cuando se recostó desnuda en la cama y le recorrió la espalda con el pie en una larga y fría caricia—, tus niños han sido muy malos mientras tú estabas aquí.

Ash dejó de frotarse la muñeca y la miró.

—¿Qué quieres decir?

—En abierta desobediencia a tus órdenes, Zarek salió temprano esta noche y se enzarzó con Talon en una pelea en el Barrio Francés.

La furia se adueñó de Ash.

—¿Qué? ¿Cuándo?

—Hace unas dos horas.

—Joder, Artemisa —masculló—, ¿por qué no me lo has dicho?

Ella se encogió de hombros y se recorrió los pechos desnudos con una mano en un intento por llamar su atención.

—Me gustaba donde estabas y sabía que si te lo decía, te marcharías.

Ash le lanzó una mirada furibunda. El egoísmo de la diosa no conocía límites. Enfurecido con ella, chasqueó los dedos y se vistió. Volvió a adoptar el negro como color de pelo y recogió su mochila del suelo.

—Odio verte con ese color —dijo Artemisa con petulancia antes de volver a ponerlo rubio.

Él se tensó.

—Sí, vale, pues resulta que el único color que odio más que el rubio es el pelirrojo.

Volvió a cambiar al negro antes de hacer que el cabello de la diosa adquiriera la misma tonalidad. Su airado chillido resonó por el templo justo cuando Ash se trasladaba con un simple pensamiento a Nueva Orleans.

Sunshine sintió una descarga de adrenalina mientras se acercaban al bar de moteros en el 688 de Ursulines Avenue. Era el mejor lugar de la ciudad para hacer amigos, comer bien y encontrar cualquier tipo de diversión.

—No me dijiste que íbamos al Santuario.

Talon frunció el ceño.

—¿Conoces el Santuario?

—Cariño, no hay una sola mujer en esta ciudad que no haya oído hablar del Santuario, el territorio de los maravillosos dioses. Señor, mis amigas y yo pensamos en reunirnos y otorgarle a Mamá Lo un premio por su política de no contratar a ningún hombre que no esté como un verdadero tren.

Se percató de la mueca ofendida en el rostro de Talon y no pudo evitar echarse a reír.

—No quiero decir que tú no lo estés. Desde luego que eres digno rival de los Bombones del Santuario. Aunque, sé sincero: ¿no te has dado cuenta de que este lugar es como un faro para las mujeres?

—No. Puedo decir con total sinceridad que nunca me he fijado en lo guapos que son los hombres del Santuario. Y tampoco es que me importe.

La fachada del club era la típica de cualquier edificio de Nueva Orleans construido en 1801. Los ladrillos eran del color del óxido y sobre las puertas batientes que parecían sacadas de un saloon del antiguo Oeste colgaba un enorme cartel. Una luna llena sobre una colina en la que había una moto aparcada proclamaba con orgullo que aquel lugar era el Santuario, hogar de los Howlers. Y los Howlers no eran ni más ni menos que la banda que tocaba en el club… un increíble grupo de hombres apuestos allá donde fueran.

El bar estaba abierto las veinticuatro horas del día, siete días a la semana, y era propiedad de la familia Peltier. La propietaria, Mamá Lo, tenía once hijos impresionantes que la hacían merecedora de otro premio por embellecer la ciudad.

Cada uno de esos hijos era un espécimen masculino garantizado para acelerar la respiración de cualquier mujer.

Dev Peltier estaba en la puerta cuando entraron. Encargado por regla general de ser el gorila del club, formaba parte de un grupo de cuatrillizos idénticos. Sunshine jamás había conocido a una mujer que no quisiera llevarse a cualquiera de ellos a casa. Pensándolo mejor, todas querían llevárselos a casa y usarlos de dos en dos como sujetalibros en el dormitorio. Aunque no eran precisamente libros lo que sus amigas querían meter entre ellos…

Dev tenía unos penetrantes ojos azules y una melena rubia y rizada que le caía hasta media espalda. El único modo de que Sunshine distinguiera a Dev de sus otros tres hermanos era el tatuaje en forma de arco y flecha que llevaba en el brazo.

Se detuvo al darse cuenta de que era idéntico al del hombro de Talon.

—Hola, tío —saludó Dev a Talon con ese ronco y profundo acento que era una mezcla entre el francés y el cajún. Alzó una mano y chocaron los cinco—. ¿Dónde te has metido?

—Arriba y abajo. ¿Y tú?

Dev le sonrió con picardía.

—Definitivamente dentro y fuera.

Talon se echó a reír.

—No pienso preguntar.

Dev la miró y le guiñó un ojo.

—Oye, Sunshine, cariño, ¿qué haces con este perdedor? ¿Es que has perdido una apuesta o algo así?

—Algo así —le contestó ella con una sonrisa.

—¿Conoces a Dev? —le preguntó Talon, que se tensó como si la idea lo pusiera celoso.

—Claro —respondió Dev por ella—. Se deja caer muy seguido. Aimee y ella juegan al billar en la parte de atrás.

—¿Vienes sola?

Sunshine le dio un empujón a Talon en el hombro.

—¿Quieres dejarlo ya? No eres mi padre y aquí nadie me molesta gracias a Dev y sus hermanos.

—Es cierto, Talon, ya conoces mi política: nadie molesta a una mujer en el Santuario a menos que ella quiera que la molesten.

—Con excepción de Aimee —añadió Sunshine sin poder contenerse. Como única fémina del numeroso clan Peltier, Aimee no podía acercarse a un hombre sin que a uno de sus hermanos o al gigante y forzudo de su padre le diera un infarto.

—Qué cojones, por supuesto. —Dev inclinó la cabeza hacia el ataúd que había en un rincón del club, justo a la derecha de la entrada—. Ahí está el último cretino que le pidió una cita a mi hermana.

Talon se echó a reír otra vez.

—Tampoco pienso preguntar. Estoy buscando a Eros, ¿ha estado aquí?

—En la sala de juegos de arriba, jugando al póquer con Rudy, Justin y Etienne.

—Gracias.

Talon la condujo por la parte delantera del bar, donde estaban empezando a preparar las mesas y los reservados para la cena. El lugar estaba abarrotado esa noche y la música de los Howlers sonaba con fuerza.

—Oye, Talon —le gritó Sunshine al oído—, ¿por qué tiene Dev la misma marca con el arco y la flecha que tú?

Él volvió la vista en dirección a Dev, que seguía junto a la puerta.

—A Dev le parece gracioso llevar la marca de un… —Dejó la frase en el aire, pero Sunshine captó el significado implícito por el brillo de sus ojos.

El tatuaje del arco debía ser la marca distintiva de un Cazador Oscuro.

—¿También lo es?

—No, es de una raza totalmente distinta.

Lo comprendió de golpe y porrazo.

—¿Una raza como Vane?

Él se detuvo y bajó la cabeza de manera que pudiera hablar con ella sin que nadie los escuchara.

—Sí y al mismo tiempo no.

Lo que quería decir que el animal en el que se transformaba era distinto.

—¿Significa eso que toda su familia tiene la habilidad de cambiar…? —echó el freno cuando un cliente se acercó demasiado a ellos— ¿… de ropa y convertirla en algo totalmente distinto? —terminó.

Él asintió.

¡Caray! ¿Quién lo hubiera dicho? Toda una familia capaz de transformarse en animales que regentaba uno de los lugares más conocidos de la ciudad… Muy chic.

Talon se enderezó antes de encaminarse hacia la parte trasera donde estaban las mesas de billar. Una escalera de madera de pino tallada conducía a la planta alta, donde había más mesas para que la gente comiera y disfrutara de la banda que tocaba abajo.

Incluso la planta superior estaba abarrotada esa noche. Sin detenerse, Talon se abrió camino con ella a la zaga a través de los clientes, con rumbo hacia la última mesa del rincón de la izquierda.

Había cinco personas sentadas y cuatro de ellas jugaban al póquer. Etienne Peltier era más delgado que su hermano mayor Dev, pero igual de musculoso. Tenía una melena lacia y rubia que le llegaba hasta los hombros y un rostro que solo se podía calificar de angelical. Aunque Sunshine había podido comprobar en más de una ocasión que el diablo vivía en ese increíble cuerpo. Todo el mundo se cuidaba muchísimo de molestar a Etienne.

Rudy St. Michel se sentaba junto a Etienne. De aspecto corriente, parecía un vagabundo típico de Nueva Orleans con una melena negra y una increíble cantidad de coloridos tatuajes que cubrían cualquier palmo de piel visible. Llevaba trabajando en el bar desde hacía un año y era responsable de las máquinas de juego de la planta baja.

Otro gorila, Justin Portakalian, tenía la espalda pegada a la pared y apoyaba una de sus largas piernas enfundadas en pantalones de cuero sobre una silla de madera mientras le pasaba dos cartas a Rudy. Estaba tan bueno como cualquiera de los Peltier, con esa melena de color castaño oscuro y unos ojos verdes de brillo malévolo. Con sus casi dos metros de altura y un comportamiento agresivo que redefinía el concepto, era alguien a quien Sunshine siempre había intentado evitar. No hablaba mucho y había arrojado a su último novio por la puerta trasera. Literalmente.

También había escuchado el rumor de que Justin acababa de salir de la cárcel tras cumplir condena por asesinato y el aura letal que rodeaba al hombre dotaba al rumor de cierta credibilidad.

Los otros dos le resultaban desconocidos. Uno era un motero rubio que sostenía a una hermosa y escasamente vestida pelirroja sobre el regazo. El tipo levantó la vista, vio a Talon y la sonrisa se desvaneció de sus labios.

—¿Qué haces aquí, celta?

—Tengo que hablar contigo.

—¿Es que no ves que estoy ganando?

Talon miró las fichas de póquer que tenía junto al codo.

—Sí, y también que estás haciendo trampas.

—¿¡Qué!? —Los restantes jugadores se animaron de repente.

—Talon, ¡serás cabrito! —El rubio carraspeó—. Solo está bromeando. Dadme un minuto, ¿vale?

Rudy resopló en dirección a Justin y Etienne mientras ordenaba las cinco cartas que tenía en las manos.

—No sé de qué os quejáis vosotros dos. También estáis haciendo trampas.

Etienne esbozó su acostumbrada sonrisa despreocupada mientras que Justin se limitó a mirar a Rudy con cara de pocos amigos.

El motero rubio comenzó a alejarse de la mesa, aunque a medio camino regresó para recoger sus cartas.

—Por si acaso —les dijo a los demás.

Tan pronto como se acercó a ellos, Talon los presentó.

—Sunshine, estos son Eros y Psiqué.

Sunshine los miró con curiosidad.

—Se llaman así porque les gustan esos nombres, ¿verdad? En realidad no son Eros y Psiqué.

Eros la contempló con irritación.

—¿Por qué se dirige a mí?

—Cupido —dijo Talon con un deje de advertencia en la voz—. Compórtate. —Se giró hacia Psiqué—. Psiqué, ¿te importaría hacerme el favor de entretener a Sunshine mientras hablo con tu marido?

—Claro, encanto. —Psiqué le pasó el brazo por los hombros a Sunshine—. Veamos en qué clase de problemas nos podemos meter ahí abajo.

Sunshine siguió a Psiqué hacia la escalera tallada que conducía a la planta baja, no muy lejos del escenario. La zona estaba atestada de gente bailando y de otros que querían escuchar tocar a los Howlers, además de un buen número de mujeres que se comían con los ojos a los increíbles componentes del grupo.

Psiqué y Sunshine se acercaron a una mesa de billar donde un chico llamado Nick Gautier jugaba una partida con Wren, uno de los camareros que atendía las mesas del Santuario. Wren era un muchacho callado y tímido, rodeado por un aura que decía a voz en grito que preferiría ser invisible. De todos modos, había algo peligroso en él. Como si estuviera más que dispuesto a pelear con cualquiera que fuese lo bastante estúpido como para invadir su espacio.

Tenía el cabello largo y de color rubio oscuro y lo llevaba arreglado con una especie de rastas extrañas. Sus ojos eran de un gris tan pálido que casi parecían estar descoloridos.

En cuanto a Nick Gautier, Sunshine ya se lo había encontrado en varias ocasiones. Su madre era una de las cocineras y el tipo solía acudir al bar para cenar y echar una partidita de billar con Wren.

—Hola, señoras —las saludó Nick con su ligero acento cajún.

Psiqué le quitó el taco de las manos.

—Coge tus bolas, Nick. Queremos jugar.

Nick soltó una carcajada.

—Psic, una mujer jamás debe decirle a un hombre que se coja las bolas.

Sin hacerle el menor caso, Psiqué desvió la vista hasta Wren.

—No te importa, ¿verdad?

Wren negó con la cabeza y le tendió el taco a Sunshine. Sin decir ni una palabra desapareció con presteza entre la multitud.

—No quería molestaros —le dijo Sunshine a Nick.

—No te preocupes. Wren y yo jugamos a menudo. Además, él tenía que volver a la cocina. ¿Las damas quieren algo de beber?

—Cerveza —respondió Psiqué.

—Agua.

Nick asintió y se fue.

Sunshine observó cómo Nick se abría paso entre el gentío antes de mirar de nuevo a Psiqué.

—¿Eros y tú venís mucho por aquí?

Ella asintió.

—Te he visto alguna que otra vez. Sueles quedar con Aimee y una chica de pelo oscuro.

—Trina.

—Esa.

Psiqué cogió la bola blanca y la colocó en posición.

—Sí —dijo cuando golpeó la bola y envió otras seis a las troneras—: soy una diosa y Eros es un dios.

—¿Cómo sabías que…?

—Soy una diosa. Puedo escuchar todo lo que pase por tu cabeza.

Sonrió a Sunshine mientras le ponía tiza al taco.

—Un detalle un tanto incómodo de saber.

—¿A que sí? —Psiqué sopló el extremo del taco, dejó la tiza a un lado y golpeó de nuevo para enviar tres bolas más a las troneras—. Y puesto que sé lo que estás pensando, te diré que la respuesta es sí.

—¿La respuesta a qué?

—A si Talon te ama o no.

Sunshine compuso una mueca cuando Psiqué limpió la mesa de bolas.

—No estoy segura. En ocasiones tengo la impresión de que me confunde con Ninia. Creo que la ama más que a mí.

Psiqué volvió a colocar las bolas.

—No te ofendas, pero eso es una estupidez. Talon y tú sois almas gemelas. Siempre te amará sin importar quién o qué seas. Tú, amiga mía, podrías renacer como una ballena jorobada y seguiría amándote. No puede evitarlo. Estáis destinados a estar juntos.

—Sí, pero…

—No hay peros que valgan, Sunshine. —Se colocó frente a ella—. Soy la diosa de las almas y las almas gemelas. A diferencia de otros dioses del Olimpo, reconozco cuando dos personas fueron creadas para estar juntas. Si Talon o tú murierais esta noche y volvierais a renacer cada uno en un extremo del planeta, tarde o temprano os reuniríais de nuevo. Es lo que tiene esto de las almas gemelas: solos podéis sobrevivir, joder, incluso podéis estar con otras personas; pero ninguno de los dos estará completo sin el otro. —Levantó la vista hasta la planta superior donde se habían quedado los hombres—. Podéis luchar contra este sentimiento cuanto queráis. Pero solo conseguiréis sufrir. —Le dio unos golpecitos en el hombro—. Sé que no me crees. Sé que te llevará tiempo aceptarlo. Y ya que estamos, el problema de esta relación no es si te ama o no. El problema es que ni siquiera puede permitirse el lujo de pensarlo.

—¿Por qué?

—Porque en el instante en que lo haga, Camulos te matará. Talon lo sabe. No se permitirá amarte por temor a verte morir de nuevo.

Sunshine tragó saliva al escucharla. Todo volvía una y otra vez a ese irritable e irritante dios celta.

—¿Hay alguna manera de eludir a Camulos?

—Es posible.

—«¿Es posible?» ¿Eso lo mejor que puedes hacer?

—Oye, es mejor que «no».

Cierto, aunque ella quería una posibilidad más real.

—¿Y qué pasa con Artemisa? —preguntó Sunshine—. Si llegamos a librarnos de Camulos, ¿qué pasa con ella?

Psiqué le dio vueltas al taco entre las manos como si estuviera recapacitando sobre el dichoso asunto.

—Es traicionera. Tendrás que negociar con ella con mucho cuidado.

—¿Podría hablar con ella de verdad?

—Sí, es posible.

A Sunshine le dio vueltas la cabeza de solo pensarlo. ¿Habría esperanza para ellos?

Talon condujo a Eros al almacén y cerró la puerta. Quinn Peltier había insonorizado la estancia unas décadas atrás para asegurarse de que los Peltier y otros amigos especiales pudieran tener a mano un lugar que les asegurara absoluta privacidad si así lo necesitaban.

En un principio la estancia se ideó como celda para utilizar en caso de que alguno de ellos se convirtiera por accidente en un oso mientras el club estuviera abierto al público; sin embargo, con el paso del tiempo se utilizaba como picadero para cualquier hermano que sufriera una picazón repentina por una mujer dispuesta a lo que fuese.

De cualquier forma, esa era otra historia.

Talon encendió la tenue luz y se volvió hacia Eros.

—Necesito un favor.

—¿Un favor? Y una mierda. ¿No sabes que se supone que tengo que desintegrar a cualquier Cazador Oscuro que se me acerque?

Talon lo miró con sorna.

—Te lo recordaré la próxima vez que me pidas un préstamo para jugar sin que Psiqué se entere.

Eros esbozó una sonrisa amistosa.

—Apúntate una. Vale, ¿qué puedo hacer por ti?

Talon vaciló. En silencio rezó para que Eros le diera otra respuesta diferente de la que él se temía.

—¿Conoces al dios celta Camulos?

Eros se encogió de hombros.

—No mucho. Suele ir con Ares, Kel, Ara y los restantes dioses de la guerra. Como soy el dios del amor y la lujuria no suelo juntarme mucho con ellos. ¿Por qué?

—Porque me maldijo y quiero saber si hay alguna manera de romper la maldición.

—¿Quieres que te sea sincero?

—Sí.

—Me da que no. Los dioses de la guerra no suelen ser muy condescendientes. Es lo típico con su mentalidad de destrucción total y todo ese rollo. Claro que depende de lo que hicieras y de la esencia de la maldición.

—Maté a su hijo y me prohibió amar a un humano. Cuando lo hago, los mata.

—Vaya, vaya —susurró Eros—. Lo siento, tío, pero para algo semejante tienes que aferrarte a una cláusula de rescisión. Los dioses de la guerra llevan la venganza en los huesos. Claro que si la sangre de un dios corriera por tus venas, podrías contrarrestarlo. ¿Tienes sangre de un dios?

—No, soy totalmente humano, al menos en cuanto a la sangre.

—En ese caso estás bien jodido.

Talon tensó el mentón al escuchar la verdad, si bien esta no lo sorprendía. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que había empezado a imaginar un futuro con Sunshine. De que en lo más profundo de su mente había albergado un resquicio de esperanza. Pero era inútil.

—No hay modo de mantener a Sunshine a mi lado.

No se percató de que había hablado en voz alta hasta que Eros respondió.

—Si la amas, estoy seguro de que ella pagará el precio.

Talon se mentalizó para lo que debía hacer. Aun cuando le destrozara el corazón y le provocara unas enormes ganas de echarse a llorar. Sabía lo que tenía que hacer.

Era la única manera de protegerla.

—Muy bien. Tengo una última petición.

Eros le dirigió una mirada perspicaz.

—Quieres que os dispare una flecha de plomo para matar vuestro amor.

Talon asintió.

Eros se quitó del cuello la cadena de la que pendía su arco cuando lo llevaba a modo de colgante e hizo que este volviera a su tamaño normal.

Talon lo agarró de la mano cuando le apuntó.

—Todavía no, si no te importa. Me gustaría pasar un poco más de tiempo con ella. ¿Puedes esperar hasta medianoche?

Tras devolver el arco a su tamaño anterior, Eros asintió y le dio unos golpecitos en el hombro.

—El amor duele, tío. Créeme, lo sé.

Talon pensó en Psiqué y sintió un ramalazo de celos.

—Sí, pero tú puedes estar con la persona que amas.

—Cierto. Tengo una suerte increíble en ese sentido. —Eros se movió inquieto, como si algo lo incomodara—. ¿Dónde quieres que te dispare?

—Donde no duela.

Eros puso los ojos en blanco.

Talon le dio una respuesta seria.

—En el Club Runningwolf’s. La llevaré allí a medianoche.

Eros asintió y se alejó unos pasos.

—Te veré a medianoche.

—Gracias, Eros. Te debo una.

—Sí, me la debes.

Talon inclinó la cabeza en señal de mutuo acuerdo. Eso significaba que estaba en deuda con Vane y con Eros. Al paso que iba cabía la posibilidad de que perdiera mucho más que su alma antes de que todo acabara.

Ojalá Sunshine no perdiera la vida cuando todo llegara a su fin.

Sin embargo, no podía contemplar esa posibilidad en ese instante. Le quedaban apenas unas horas en compañía de la mujer que amaba.

Quería disfrutar de ese tiempo antes de que ella aprendiera a odiarlo.

Talon salió de la habitación y se detuvo al ver a Sunshine en la planta baja, jugando al billar con Psiqué.

Estaba tan hermosa… Las luces del escenario arrancaban destellos a su cabello azabache. Y ese cuerpo voluptuoso y cautivador… Era perfecta.

Sunshine lo era todo para él.

Sus pensamientos se dispersaron cuando se dio cuenta de que un tipo delgado y de estatura media estaba hablando con Sunshine y de que ella no parecía muy contenta.

De repente su conversación subió de tono hasta convertirse en un enfrentamiento verbal. Sunshine tenía una apariencia furibunda mientras le clavaba el dedo al tipo y lo empujaba sin dejarse intimidar.

Psiqué dejó el taco y se interpuso entre ellos.

Talon lo vio todo rojo.

Sin pensar en los clientes ni en otra cosa que no fuera Sunshine, colocó una mano sobre la barandilla y saltó por encima hasta la planta inferior. La gente soltó unas cuantas exclamaciones mientras se dispersaban. Un ramalazo de dolor le ascendió por la pierna y fue empeorando a medida que caminaba. A Talon no le importaba. Solo veía el rostro enojado de Sunshine. Solo escuchaba el sonido indignado de su voz.

—¡Cerdo asqueroso! ¿Cómo has podido hacerlo, Jerry?

—Ya te lo he dicho muchas veces, Sunshine: todo vale en los negocios.

—Pero él era mi cliente. Estuve todo el día sentada esperando a que apareciera.

—Bueno, a quien madruga, Dios le ayuda.

—Aquí tienes otro refrán —dijo Talon, que lo agarró y lo obligó a volverse para quedar cara a cara—: Nadie se mete con mi chica.

Sunshine se quedó helada al ver la expresión de Talon. Resultaba de lo más aterradora. Estaba mirando a Jerry como si estuviese a punto de convertirlo en papilla.

—No pasa nada, Talon —le dijo, ya que no quería que se metiera en líos o, lo que era peor, que lo arrestaran por golpear a esa sabandija.

A juzgar por la expresión de Jerry supo que se moría por soltar un comentario sarcástico, pero el tamaño y la ferocidad de Talon mantuvieron sus labios sellados.

Sunshine cogió a Talon del brazo.

—Vamos, cariño, salgamos de aquí.

Talon deseaba con todas sus fuerzas despedazar a ese tipo. ¿Cómo se atrevía a robarle un cliente a Sunshine? Con lo que esa oportunidad significaba para ella…

Su ira restalló y siseó, poniendo a prueba todos sus esfuerzos para refrenarla.

—¿Quién es este capullo? —le preguntó Talon a Sunshine.

—Solía ser su marido. ¿Y tú?

Los ojos de Talon relampaguearon.

—Ídem de ídem.

Jerry no habría quedado más sorprendido si Talon lo hubiera golpeado de verdad.

Talon desvió la vista hacia Sunshine. En parte se sentía muy traicionado por el hecho de que se hubiera atrevido a casarse con otro. Daba igual que en aquel entonces no supiera nada de la vida que compartieron en el pasado. Seguía doliendo.

Ella se disculpó con una mirada.

—Iba a decírtelo.

—¿Cuándo, Sunshine?

Ella se giró hacia Jerry y lo fulminó con la mirada.

—Eres un cretino integral. No sé cómo pude ser tan tonta como para casarme contigo.

Dicho lo cual comenzó a abrirse paso entre la multitud, que se había quedado en silencio.

—Oye, Sunny —gritó Jerry a su espalda—, acuérdate de ir a Fallini’s para admirar mi trabajo. Cuando lo mires recuerda que ganó el mejor artista.

Talon vio cómo los ojos de Sunshine se llenaban de lágrimas.

Su temperamento explotó.

Tras rotar los hombros para tomar impulso, giró y golpeó a Jerry con tanta fuerza que lo levantó del suelo. El ex marido de Sunshine fue a parar sobre la mesa de billar con un sonoro porrazo, y las bolas salieron disparadas en todas las direcciones.

Varios miembros del clan oso maldijeron al ver los flashes de unas cuantas cámaras.

—Bonita manera de no llamar la atención, celta —comentó Justin con sarcasmo a su lado.

Talon hizo oídos sordos a la pantera. Cogió a Sunshine de la mano y se abrió paso a través del gentío.

Nick se reunió con ellos en la puerta.

—Tío, Ash va a pillar un mosqueo de cojones cuando se entere de esto. No me puedo creer que montaras este numerito en pleno Mardi Gras con un montón de turistas como testigos. Eres peor que Zarek.

—Asegúrate de eliminar las pruebas.

—¿Que elimine las pruebas? ¡Y una mierda! ¿Tienes idea de cuántas cámaras te han pillado saltando desde arriba? Ahora mi madre cree que consumes las drogas que sospecha que vende Kirian. Estamos jodidos. Mi vida ha llegado a su fin. Estoy a punto de sufrir un sermón acerca de trabajar para traficantes de drogas… de nuevo. Mi madre, dios bendiga su alma, es tan boba que ni siquiera se da cuenta de que trabaja para una familia de osos. Estoy bien jodido.

—No te preocupes por eso —le dijo Dev cuando se reunió con ellos—. Te tenemos cubierto, celta. Eliminar indiscreciones es nuestra especialidad. Ningún humano lo recordará por la mañana y nos aseguraremos deque esos cacharros electrónicos tampoco muestren nada. Todos acabarán molestos porque lo único que habrán captado sus cámaras será un enorme borrón negro.

—¿Y qué pasa conmigo? —preguntó Nick—. No quiero que me hagáis ningún truquito borramentes.

—He dicho humanos, Nicky.

El escudero se mostró sumamente ofendido.

—Gracias —le dijo Talon a Dev.

—De nada. Te veré mañana para el Mardi Gras.

Talon se despidió del oso con una inclinación de cabeza y guió a Sunshine hacia el exterior, a pesar de que le dolía la pierna izquierda como si se la hubiera roto con el salto.

En cuanto salieron a la calle, se enfrentó a ella.

—¿Estuvisteis casados?

—Fue hace siete años, Talon. Era joven y estúpida.

—Estuvisteis casados —repitió—. Te casaste con él.

Sunshine inspiró hondo y suspiró.

—Sí.

—No puedo creerlo.

—Vamos, Talon, dame un respiro. Ni se te ocurra echármelo en cara cuando ni siquiera sabía que existías. Si alguien tiene derecho a estar enfadado, debería ser yo.

—¿Cómo dices?

—Selena me lo contó todo acerca de tu reputación, colega. Ya sé que te has cepillado a casi todas las mujeres de Nueva Orleans. ¿Quieres contármelo?

—Eso era diferente.

—¿Por qué? ¿Porque soy una mujer? Sabías que no era virgen, Talon. ¿Qué te esperabas?

No estaba seguro. Aunque tampoco es que importara. Una vez que llegara la medianoche, ella lo odiaría. Lo último que quería era pasar discutiendo lo que les quedaba de noche. Jamás dispondrían de más tiempo.

—Vale, Sunshine, tienes razón. Lo siento.

Sunshine se quedó pasmada. Que ella supiera, era la primera vez que un tío se rendía tan pronto.

—¿Lo sientes de verdad?

—Sí —respondió con una mirada sincera—. Mira, no quiero pelear. Olvidémonos de él y vayamos a comer.

Ella lo tomó de la mano y se la llevó a los labios para besarle los nudillos.

—Me parece bien.

Mientras caminaban rumbo a una cafetería en Iberville, se percató de que Talon cojeaba un poco.

—¿Estás bien?

—Sí, me hice daño en la pierna cuando salté por la barandilla —contestó—. Suelo perder mis poderes de Cazador Oscuro cuando me enfado y sin ellos mi cuerpo es humano.

—¿Necesitas un médico?

Él negó con la cabeza.

—Siempre y cuando permanezca calmado, se curará mientras comemos.

Talon la mantuvo muy cerca de él durante todo el trayecto de camino al restaurante, hasta que se sentaron. Memorizó todos los detalles de Sunshine. Siempre la evocaría tal y como estaba en esos momentos y los recuerdos vivirían en su interior junto a aquellos que guardaba de su vida como Ninia.

¿O los perdería cuando Eros le disparara?

¿Los deformaría su mente de alguna manera para que no pudiera seguir amándola?

Se le hizo un nudo en el estómago con solo pensarlo. ¿Cómo sería la vida sin los recuerdos de Ninia y Sunshine para consolarlo?

¿Sin recordar la ternura de sus caricias ni el aroma a pachulí sobre su piel?

¿Sin recordar la forma en que sus ojos se iluminaban cada vez que lo miraba?

Rechinó los dientes e intentó no pensar en eso ni sentir el dolor que le atenazaba el corazón.

Ni él ni lo que estaba a punto de perder importaba.

Lo importante era Sunshine.

Tenía que hacerlo por ella.

Sunshine se sentó en el reservado frente a él, con la cabeza agachada mientras comía. La luz de las velas se reflejaba sobre el cabello negro y le confería a su piel un cremoso bronceado. Tan cremoso que se le estaba haciendo la boca agua por el deseo de probarla.

Talon observó los elegantes movimientos de sus manos mientras removía su ensalada de legumbres y procedía a dar buena cuenta de ella. Adoraba esos dedos largos y delgados. Adoraba mordisquearlos y sentirlos sobre su cuerpo.

—¿Qué te motivó a ser artista? —le preguntó.

—Adoro trabajar con las manos.

Él extendió el brazo por encima de la mesa y le cogió la mano izquierda. Estudió su delicada curva y el aspecto delicado que tenía contra su palma.

—Tienes unas manos muy hermosas.

Ella esbozó una sonrisa y le dio un apretón.

—Gracias. Son el mayor tesoro que un artista pueda tener. Solía tener pesadillas en las que algo les sucedía a mis manos, una cicatriz profunda o una quemadura, y me impedía volver a trabajar con la arcilla o dibujar. El arte es mi vida. No sé lo que haría si no pudiera crear.

Talon cerró los ojos cuando la agonía se apoderó de él. Sus emociones se agitaron, aunque consiguió sofocarlas. Tenía que hacerlo. El reloj seguía su curso. Sunshine le ofreció un poco de su ensalada y él hizo cuanto pudo por sofocar las náuseas.

—¿Por qué ya no tienes los ojos de color ámbar? —preguntó.

Talon tragó y bebió un sorbo de vino.

—Forma parte de los cambios que sufre un Cazador Oscuro. Nos convertimos en depredadores para poder rastrear y matar daimons. Nuestros ojos adoptan el color negro y las pupilas se dilatan mucho más que las de los humanos para poder ver en la oscuridad.

—¿Y tus colmillos? ¿Los utilizas para beber sangre?

Él sacudió la cabeza.

—No. Nunca me ha gustado la sangre. Los colmillos también forman parte del paquete.

—¿Y te gusta lo que haces?

—Hay momentos en los que es divertido y estimulante, y otros en los que es bastante aburrido. La mayor parte del tiempo no me molesta.

Ella pareció aceptar la explicación. Comió varios minutos en silencio antes de volver a hablar.

—Talon, ¿por qué renunciaste a tu alma?

Él apartó la mirada. En su mente podía recordar aquel día con total claridad. Yacía sobre el altar con las manos atadas por encima de la cabeza, y sobre el pecho desnudo le habían marcado con sangre los símbolos del sacrificio. El día era tranquilo y todos los miembros de su clan estaban presentes.

Vestido con un manto negro, el sacerdote druida lo había mirado y le había sonreído con crueldad.

«Coged a Ceara.»

Las palabras de su primo resonaron un instante en su cabeza. Le llevó todo un minuto comprender lo que iba a suceder. Horrorizado, Talon vio cómo sus hombres cogían a su hermana por los brazos.

«¡Speirr, ayúdame, bràthair, por favor!»

Luchó contra las cuerdas hasta que le desgarraron las muñecas y comenzó a sangrar. Pidió a voz en grito que la liberaran. Había intentado llegar hasta ella como lucharía un animal enjaulado. Su hermana no había parado de llamarlo.

«Es el deseo de los dioses que ambos muráis por lo que hizo vuestra madre.»

Su primo le clavó a Ceara una daga en el corazón.

Ella lo miró con expresión aterrada y los ojos anegados de lágrimas mientras se esforzaba por respirar.

Sin embargo, lo peor había sido contemplar la decepción en esos ojos.

Ceara había creído en él, había confiado en él para que la protegiera.

Los hombres la soltaron y cayó al suelo sobre las manos y las rodillas.

«¿Speirr? —Su voz tembló mientras extendía una mano ensangrentada hacia él—. No quiero morir —susurró, con la voz de una niña.»

Murió delante de sus ojos.

Jadeando con furia, dejó escapar su grito de guerra antes de maldecirlos a todos. Invocó la ira de Morrigan, pero la diosa no lo escuchó.

Fue Artemisa quien respondió a su grito de venganza.

Lo último que vieron sus ojos fue al druida mientras le echaba la cabeza hacia atrás para rebanarle la garganta con saña.

Talon respiró hondo una y otra vez, intentando enterrar los recuerdos. Ese era el pasado y en el presente tenía que cuidar de Sunshine.

—Fue por la furia de la juventud —respondió con una tranquilidad que no sentía—. Había perdido mucho en muy poco tiempo: a mis tíos, a ti y a nuestro hijo. Después de perderte a ti, el dolor me envolvió. Me esforcé por superar cada minuto de cada día. Lo único que me hacía seguir adelante era el hecho de que tanto el clan como Ceara me necesitaban. Cuando los druidas vinieron a mí y me dijeron que tendría que ofrecer mi vida a los dioses como sacrificio para proteger al clan, fue una verdadera liberación. Ni siquiera protesté cuando me colocaron sobre el altar.

Talon rechinó los dientes al recordar de nuevo a su hermana. El aspecto que tenía aquel día.

—Ceara estaba llorando, pero intentaba mostrarse fuerte. Todo estaba saliendo como debía, hasta que Murrdid se volvió contra ella y ordenó a los hombres de mi clan que la sujetaran. Dijo que los dos debíamos morir para aplacar a los dioses.

—¿Era cierto?

—No. Quería ser rey. Necesitaba que tanto yo como Ceara desapareciéramos, ya que éramos los legítimos herederos. Entiendo que quisiera verme muerto, pero no tenía por qué matar a Ceara. Fue esa injusticia lo que no pude soportar.

Sunshine le cubrió la mano.

—Cariño, no sabes cuánto lo siento.

Él le dio un apretón mientras parpadeaba para controlar la angustia. El único consuelo que jamás había conocido eran las caricias de esa mujer.

—Ellos también acabaron por sentirlo.

—¿Qué hiciste?

Talon carraspeó mientras intentaba silenciar los recuerdos de aquella noche. Los remordimientos. Había atravesado la aldea como un monstruo encolerizado con un solo pensamiento en mente.

Llegar hasta su primo.

Hacer que el cabrón pagara.

—Asolé el poblado matando a cualquier hombre dispuesto a impedir que llegara hasta aquellos que habían asesinado a Ceara. Las mujeres y los niños huyeron mientras yo me abría camino para llegar a Murrdid. Cuando me vengué de él, reduje el poblado a cenizas.

—¿Y has servido a Artemisa desde entonces?

Él asintió.

—¿La has visto alguna vez?

—Solo cuando acudió a mí para que le entregara mi alma. Se reunió conmigo en la región donde quedan atrapadas las almas que han dejado este mundo antes de pasar al siguiente.

—¿La has vuelto a ver?

Él negó con la cabeza.

—No se nos permite estar en contacto con los dioses. Nos consideran una abominación.

—¿Y qué pasa con Eros?

Talon respiró hondo y sintió una punzada de buen humor al pensar en el irreverente dios del amor y su afición por las diversiones.

—Es un pelín diferente. No sé por qué le gusta mezclarse con nosotros.

Sunshine reflexionó acerca de las palabras de Talon mientras terminaban de cenar. Pobre Talon. Había soportado tanto dolor… Tanto pesar…

Hasta cierto punto le molestaba que la siguiera confundiendo con Ninia. Tal vez compartieran el alma, pero en el fondo eran dos personas completamente distintas. Aunque tampoco es que importara. Mientras estuviera atado a Artemisa y bajo la maldición de Camulos, Talon jamás podría ser libre. Jamás podría tener un futuro.

Mientras hablaba con Psiqué, la diosa le había dicho cómo invocar a Artemisa.

Estaba deseando tener una larga charla con esa diosa para saber si había alguna manera de que Talon pudiera recuperar su libertad. Si lo conseguía, quizá también pudieran hacer algo para detener a Camulos.

Tras pagar la cuenta, salieron del restaurante y se dirigieron al club de su padre.

Sunshine no sabía por qué Talon quería llevarla de vuelta a casa, pero consiguió entrar a hurtadillas con el fin de poder disfrutar de algo más de tiempo a solas.

Talon la llevó a la pista de baile.

Jamás se había dado cuenta de lo excitante que podía resultar un hombre cuando bailaba. A título personal, siempre le había parecido que los hombres eran muy patosos.

No así Talon. Ese hombre era lo más sexy que había visto en su vida.

Cuando la canción terminó, Talon se empeñó en conocer a su padre y a su hermano. Ambos estaban sentados cerca, revisando el papeleo y la contabilidad del club mientras que Wayne los ayudaba.

—Hola, papá, Storm. Hola, Wayne.

Los tres hombres levantaron la vista y sonrieron hasta que vieron a Talon detrás de ella.

—¿Estás bien, Sunshine? —preguntó su padre.

—Perfectamente. Solo quería presentaros a Talon. Talon, este es mi padre, Daniel Runningwolf.

Talon le ofreció la mano, pero su padre no se la estrechó.

—Soy un chamán, no puedo tocarte.

Talon asintió con una expresión contrita.

—Lo siento, estaba distraído.

Wayne se disculpó.

En cuanto se hubo marchado, los ojos oscuros de su padre la observaron de pies a cabeza con un brillo acerado.

—Starla no me dijo que tu novio no tenía alma, cariño.

—Seguro que pensó que te subirías por las paredes. ¿Estaba en lo cierto?

—Sí.

Sunshine cambió el tema de inmediato.

—Esto… ¿cómo está mamá?

—Está bien. ¿Y tú?

—Estoy bien, papá. No te preocupes.

—Soy tu padre, Sunshine. Preocuparme por ti es mi trabajo a tiempo completo.

Ella le sonrió.

—Y lo haces muy bien.

Con todo, no parecía muy apaciguado.

Talon dio un paso hacia delante.

—Daniel, ¿podría hablar contigo un momento?

Sunshine frunció el ceño al percibir el tono funesto de la voz de Talon. Su padre entrecerró los ojos aún más antes de hacer un leve gesto de asentimiento.

—Sunshine, quédate con Storm.

Los observó mientras se alejaban y una oleada de pánico la tomó por asalto. Algo andaba mal, muy mal.

Talon condujo a su padre a la otra punta del bar. Echó un vistazo hacia el lugar donde se encontraba Sunshine y se le encogió el corazón.

—¿Qué quieres decirme? —preguntó Daniel.

—Ya sé que no te gusto.

—¿Que no me gustas? Eres un asesino sin alma. Sé que lo haces para proteger a los demás, pero eso no cambia el hecho irrefutable de que ya no eres humano.

—Lo sé. Por eso estamos aquí. Voy a dejar a Sunshine bajo tu cuidado esta noche. Hay gente ahí afuera que quiere hacerle daño y te agradecería muchísimo que la protegieras. Me quedaré cerca, aunque fuera de su vista, hasta pasado mañana, por si el ser que va tras ella intenta llevársela de nuevo.

—Por lo que me ha dicho mi esposa, Sunshine no te dejará por su propia voluntad.

—Dentro de cuatro minutos no querrá ni mirarme. Te lo prometo.

El padre de Sunshine frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir?

Talon carraspeó al tiempo que clavaba la vista en el enorme reloj de Budweiser que colgaba de la pared del bar.

Su tiempo casi se había agotado.

Malditas fueran las Moiras.

—Nada —contestó en voz baja—. Confía en mi palabra, tu hija es toda tuya.

Daniel asintió.

A medida que regresaba junto a Sunshine, todo su ser gritaba de dolor. No soportaba la mera idea de lo que Eros estaba a punto de hacer. Era un sufrimiento tan profundo que resultaba inconmensurable.

Aunque era necesario.

No podían estar juntos. Sería una estupidez creer otra cosa.

Tenía que hacerlo para salvarle la vida.

Por el rabillo vio que Eros aparecía en su forma de dios. Invisible para los humanos, el dios del amor quedaba al descubierto bajo los poderes de Cazador Oscuro de Talon.

—¿Estás seguro? —La voz de Eros resonó en su cabeza.

Talon se inclinó para depositar un dulce beso sobre los labios de Sunshine y luego asintió.

Le sostuvo la cara entre las manos y se perdió en sus ojos castaños, a la espera del momento en que se ensombrecieran por el odio. A la espera de que ella se tensara y lo maldijera.

Eros tensó el arco y disparó directo a Sunshine.

Talon tragó saliva mientras la dolorosa espera hacía mella en él.

Adiós, amor mío, pensó.

Ella compuso una mueca.

—¡Ay! Talon, ¿me has golpeado?

Él sacudió la cabeza y esperó a que el odio asomara a sus ojos.

No lo hizo.

El segundero siguió su curso despacio mientras el ceño de Sunshine se acentuaba.

—No me encuentro bien. —Se frotó el pecho allí donde Eros le había disparado. Después, por increíble que pareciera, alzó la vista y la clavó en Eros—. ¿Cupido?

Eros miró a su alrededor con nerviosismo.

—¿Puedes verme?

—Pues… sí —contestó ella.

Eros se movió inquieto y su rostro adquirió un tono macilento.

Talon frunció el ceño, asaltado por un mal presentimiento.

—¿Qué ha pasado, Eros? ¿Por qué no me odia?

La expresión de Eros se tornó aún más incómoda.

—Por casualidad no seréis almas gemelas, ¿verdad?

—Sí —respondió Sunshine—. Psiqué dijo que lo éramos.

Eros esbozó una sonrisa tímida.

—Oh, oh. Creo que tengo que hablar con mi mujer. Joder, tendría que habérmelo dicho.

—«¿Oh, oh?» —repitió Talon—. Eros, será mejor que «Oh, oh» no esté en tu vocabulario.

Eros carraspeó.

—Nadie me dijo que erais almas gemelas. Mirad, esto —dijo, levantando el arco— solo funciona con la lujuria y el enamoramiento. Las almas gemelas pertenecen a otra liga. Esa clase de amor no puedo matarlo. Nada puede hacerlo.

Sunshine jadeó al comprender lo que estaba sucediendo. En ese instante quiso estrangular a Talon.

—¿Intentaste que Eros me hiciera odiarte?

Talon compuso la misma expresión contrita que Eros.

—Cariño, puedo explicártelo.

Sunshine lo miró echando chispas por los ojos mientras la ira se apoderaba de cada rincón de su cuerpo.

—Ya lo creo que vas a explicármelo. ¿Cómo te atreves a tratar de jugar con mi mente y con mi corazón? No me hace ni pizca de gracia que recurras a algo tan rastrero.

—Sunshine —intervino su padre—, tiene razón. No tienes un futuro con él. No es humano.

—No me importa lo que sea. Él y yo estamos unidos y no puedo creer que hiciera algo semejante.

—Te prohíbo que vuelvas a verlo. —El tono de su padre era severo.

Sunshine dirigió su furia contra su progenitor.

—Ya no tengo trece años. Me da igual lo que prohíbas o dejes de prohibir, papá. Esto es algo entre él y yo.

—Me niego a verte morir otra vez —dijo Talon despacio, enfatizando cada palabra.

—Y yo me niego a que me manipulen. Y me niego a dejarte marchar.

Talon se giró y salió en tromba del club con las emociones a flor de piel. No podía hacer eso. No podía. Tenía que dejarla marchar. Por el bien de los dos.

Se dirigió hacia su moto sin mirar atrás. Se montó en ella, pero antes de que pudiera arrancarla, Sunshine lo cogió del brazo.

—No te vas a librar de mí de esta manera.

Él le mostró los colmillos.

—¿Es que no comprendes lo que soy?

Sunshine tragó con fuerza. De repente todo lo que había dicho Psiqué cobró sentido. Ese no era Speirr, el líder de su pueblo. El chiquillo asustado que había convertido su corazón en piedra para sobrevivir. El hombre que había robado el corazón de Ninia y que después la reclamó para sí cuando ningún otro lo habría hecho.

El hombre que tenía delante era Talon, el Cazador Oscuro que había pasado una eternidad protegiendo a extraños de la malévola oscuridad de la noche.

Y lo amaba aun más que antes.

Lograba hacerla volar. Ni siquiera podía imaginarse un futuro sin él.

No sabía cómo vencer todos los obstáculos que se interponían entre ellos, pero Talon bien merecía cualquier batalla que tuviera que librar.

—Sé lo que eres, Talon. Eres el hombre al que he estado destinada a amar desde que nací. El único hombre al que he estado destinada a amar desde que nací.

—No soy un hombre. Ya no.

—Eres mío y no te dejaré marchar sin pelear.

Talon no sabía qué hacer. El tono de su voz lo estaba desgarrando.

Quería aplastarla contra su cuerpo y abrazarla para siempre.

Quería apartarla y maldecirla. Obligarla a que lo odiara.

Sunshine se coló entre sus brazos y lo besó con ansia.

Talon gruñó al saborearla. Aunque sabía que no debía hacerlo, la subió en la moto delante de él, arrancó y después se internó en el tráfico.

Con el amor y la furia a flor de piel, se alejó de la ciudad directo hacia el límite de su pantano. El aroma y el roce de Sunshine invadieron todos sus sentidos durante el trayecto, logrando que sus emociones fueran aun más volátiles. Estaba tan cerca de él que no podía concentrarse en nada más.

En su ternura, en su amor.

Tenía que poseerla.

Incapaz de soportarlo, se detuvo entre los árboles y apagó el motor.

Sunshine se asustó en cierta medida al ver la expresión salvaje con la que Talon la miraba. El deseo y la pasión brillaron en sus ojos cuando la abrazó y la besó sin miramientos.

Su ansia la consumió, la excitó. Rodeó los hombros de Talon con los brazos mientras él la reclinaba sobre el depósito de combustible.

Nunca lo había visto de esa manera. Como si todas sus emociones estuvieran fuera de control, como si solo viviera para tocarla. Le besó el cuello y la cara al tiempo que sus manos le desabrochaban la blusa para poder acariciarle el pecho.

Se comportaba como un salvaje, totalmente fuera de control, y a Sunshine le dio la sensación de que tenía más de dos manos. Parecía que la estuviera tocando en todas partes al mismo tiempo.

Lo deseaba con desesperación. Lo deseaba con la misma necesidad que él tenía de ella.

Lo besó en los labios, frotándose a un tiempo contra su excitado miembro mientras le sacaba la camiseta por la cabeza. Deslizó las manos sobre su amplio torso, deleitándose por el modo en que sus músculos se contraían y se flexionaban.

Talon le subió la falda hasta las caderas.

—Te necesito, Talon —susurró ella.

Talon quería poseerla. Cada molécula de su ser le gritaba que lo hiciera. Jamás en su vida se había sentido de esa manera. Tenía que entrar en ella. Tenía que tocarla. Tenía que sentir sus manos sobre la piel, su aliento contra el cuello. Era una necesidad tan poderosa que lo desconcertaba.

Sunshine forcejeó con la cremallera de los pantalones hasta que logró bajarla y así liberar su erección.

Talon se echó a temblar cuando lo rodeó con las manos. La maravillosa sensación de esas manos sobre su piel lo dejó sin aliento.

—Eso es, Sunshine —murmuró contra su cabello—. Llévame a casa.

Ella arqueó la espalda y lo guió con suavidad hacia la cálida humedad de su cuerpo. Talon soltó un feroz gruñido cuando la sintió a su alrededor.

Como un animal, le hizo el amor con furia.

Jadeando y debilitada por el deseo, Sunshine lo abrazó contra su cuerpo mientras arremetía contra ella una y otra vez hasta dejarla mareada de placer. Por primera vez desde que se conocieran, Talon no le ocultó los colmillos. Dejó que lo viera tal y como era.

Dejó que conociera a la bestia indómita que moraba en ese cuerpo de hombre.

Con las miradas entrelazadas, Sunshine contempló el éxtasis en el rostro de Talon mientras seguía moviéndose entre sus muslos. Le rodeó el rostro con las manos, hipnotizada tanto por el hombre como por el depredador que era.

Durante toda su vida había escuchado historias sobre seres inmortales, sobre vampiros que poseían a sus víctimas.

Esa noche quería ser suya.

Talon había perdido el control. Lo sabía. Las emociones se adueñaron de su cuerpo hasta que fue incapaz de pensar. Solo podía sentir. Sunshine era lo único que importaba. Lo era todo para él.

Su aroma le invadía la mente, le cubría el cuerpo, exaltaba sus sentidos.

Escuchaba la sangre correr por sus venas, sentía cada latido de su corazón contra su propio pecho. El calor de su suave y femenina piel al deslizarse contra su cuerpo.

¡Tómala!, resonó una voz en su cabeza.

Era una exigencia brutal.

Básica.

Implacable.

De haber estado en su sano juicio, habría podido controlarse. Pero tal y como se encontraba, le resultó imposible.

En ese momento era la bestia que acechaba en la noche. Solo pensaba en poseerla, en penetrarla hasta lo más hondo antes de clavarle los colmillos en el cuello.

Sintió la sorpresa que recorrió el cuerpo de Sunshine un instante antes de que el éxtasis sexual los consumiera a ambos.

Sus cuerpos y mentes estaban unidos. Eran uno solo.

Sintió todo lo que pensaba Sunshine. Todas sus emociones. Todos sus temores. Todas sus alegrías.

Vio lo que albergaba su corazón y descubrió el miedo de que no la amara tanto como había amado a Ninia. De que jamás llegara a amarla tanto. Sintió su desesperación y su determinación.

Pero sobre todo, sintió su amor.

Con un gruñido salvaje, dejó que la esencia de Sunshine lo inundara. Dejó que invadiera hasta lo más recóndito de su ser. No habría más secretos entre ellos. No quedarían lugares en los que esconderse.

Sunshine estaba tan expuesta a él como él lo estaba a ella.

Y su amor por él era el sentimiento más increíble que jamás hubiera experimentado.

Talon se hundió en ella con fuerza al tiempo que su mente y su cuerpo explotaban. Sus orgasmos fueron tan intensos que no fue capaz de mantener la moto en pie. Antes de que supiera lo que había pasado, ambos yacían sobre el suelo todavía unidos, mientras recuperaba el sentido común.

Sunshine alzó la vista para contemplarlo a la luz de la luna; tenía la ropa desordenada y una expresión arrobada en el rostro.

Todavía podía escuchar los pensamientos de Talon en su cabeza. Su miedo a perderla, su necesidad de protegerla.

Había visto la culpabilidad que lo embargaba por haber permitido que su hermana muriera. Su necesidad de corregir el daño que se le había hecho a Ninia. La tristeza y el dolor que moraban en él como sus constantes compañeros.

Pero sobre todas las cosas, había visto su necesidad de protegerla. Su necesidad de no defraudarla.

Había sentido su poder y su fuerza, ambos totalmente inimaginables para ella hasta ese momento. Era un depredador.

Y era el hombre al que amaba. El hombre que la amaba y que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella.

Hasta renunciar a su propia vida.

—Te amo, Talon —murmuró.

Talon no podía creer lo que había hecho mientras le acariciaba el cuello con la mano y eliminaba los rastros de sangre. Su sabor le invadía la mente, los sentidos.

Zarek estaba en lo cierto; era el subidón más increíble que había experimentado jamás. Y después de haber visto lo que había en el corazón de Sunshine…

Por todos los dioses, ¿qué había hecho?

En un momento de pasión desenfrenada había sembrado las semillas de la destrucción de ambos.