Vane no era un hombre lobo cualquiera, se dio cuenta Sunshine. Era el hombre lobo por antonomasia, a juzgar por el aura cruel e inconfundible que proyectaba.
Entró en la cabaña vestido con unos vaqueros desgastados, una camiseta blanca de manga corta, una ajada chupa de motero, botas negras de vaquero y un cuerpo que causaría todo un atasco.
Y cuando se quitó las gafas de sol, Sunshine se quedó sin aliento.
De la misma estatura que Talon, era asombrosamente apuesto. Sus increíbles ojos verdes eran el contraste perfecto para su cabello, que a primera vista parecía muy oscuro, pero que si se observaba desde más cerca parecía contener todos los colores conocidos. Había reflejos de color ceniza y oro, de rojo y de negro. No había visto un pelo semejante en toda su vida.
Al menos no en un humano…
Lo llevaba largo, cortado justo por debajo del cuello. Estaba claro que no le dedicaba mucho tiempo; a buen seguro que se limitaba a peinárselo con las manos y punto.
Sin embargo, lo que más la cautivó fue la manifiesta sexualidad masculina que exudaba. Una que rivalizaba con el atractivo de Talon. Vane se movía con la elegancia innata de un depredador, con la cabeza algo gacha como si estuviera listo para atacar.
¡Grrr!, gruñó la mente de Sunshine. Era una bestia de lo más atractiva.
—Llegas pronto —dijo Talon.
Vane se encogió de hombros y su cuerpo pareció una sinfonía de movimientos.
—No me llevó tanto tiempo dejar a la manada como creí en un principio.
El hombre lobo la miró y le dirigió una sonrisa capaz de derretirle las rodillas.
—¿De verdad me vas a confiar a tu mujer, celta?
—Sí, voy a hacerlo, porque en el pantano soy yo quien manda.
Vane arqueó una ceja con escepticismo.
—¿Es una amenaza?
—Es una promesa, Vane. Tengo un ejército acampado a tu puerta para proteger a tu familia. Yo te pido que hagas lo mismo.
—Respetaré la confianza que depositas en mí, celta. Pero solo porque sé que no sueles darla a menudo.
Intercambiaron una mirada de mutua comprensión.
Vane volvió a ponerse las gafas de sol.
—¿Estás listas, nena?
Sunshine se tensó al escuchar el apelativo cariñoso tan fuera de lugar. El tipo podía ser guapo, pero no tenía la más mínima intención de que se fuera de rositas después de eso.
—No eres mi novio ni mi hermano, así que ahórrate lo de «nena», ¿vale?
Él la miró con una sonrisa que dejaba a la vista un par de hoyuelos letales.
—Sí, señora. —Mantuvo la puerta abierta hasta que ella pasó a su lado—. Nos vemos cuando anochezca, celta.
—Que no te quepa duda.
Sunshine se detuvo en el porche y buscó con la mirada su medio de transporte.
—¿Dónde está tu lancha?
—Yo no vengo en lancha. Es demasiado ruidoso y lleva demasiado tiempo.
—¿Y cómo vamos a salir de aquí?
Vane esbozó una sonrisa perversa y le tendió la mano.
—¿Confías en mí?
¿Estaba de guasa?
—No, ni siquiera te conozco.
Él soltó una carcajada, un sonido cálido y cadencioso que resultaba seductor y atractivo y que no tuvo el menor efecto en Sunshine por raro que pareciera. Era capaz de apreciar lo atractivo que era, pero su corazón y su lealtad pertenecían a Talon.
—Muy bien, Dorothy —dijo—, cierra los ojos, junta los talones tres veces y di «No hay nada como el hogar».
—¿Qué?
En un abrir y cerrar de ojos, Vane la tomó de la mano y desaparecieron del porche para reaparecer en un bosquecillo del que partía un sendero que atravesaba la espesura. No tenía la menor idea de dónde se encontraban, pero la cabaña de Talon no se veía por ningún sitio.
Sunshine jadeó.
—¿Qué has hecho?
—Te he transportado.
—¿Qué eres, Scotty?
Él le dirigió una mirada burlona, como si disfrutara de su incomodidad.
—El término correcto sería salto lateral en el tiempo. Me he limitado a trasladarte de manera horizontal en el tiempo desde el porche de Talon, a través del pantano, hasta donde está escondida mi moto. Sencillo.
—¿De manera horizontal en el tiempo? No entiendo nada.
—El tiempo fluye en tres direcciones —explicó—: hacia delante, hacia atrás y hacia los lados. Si no haces nada, el tiempo siempre fluye hacia delante; pero si consigues atrapar el Retis como se debe, puedes elegir cualquiera de las direcciones.
Confundida a más no poder, Sunshine lo miró con el ceño fruncido mientras intentaba asimilar lo que le estaba diciendo.
—¿Qué es el Retis?
—A falta de una definición mejor, es una red de ondas en el espacio.
Al ver que ella seguía con el ceño fruncido, Vane se quitó la chaqueta.
—Deja que te lo explique de otra manera. —Sujetó el hombro de la chupa con la mano derecha y el puño de la misma manga en la izquierda—. El tiempo es como esto… Si quieres ir de aquí —dijo, moviendo la mano derecha— hasta aquí —continuó, moviendo la mano izquierda en esa ocasión—, ¿ves la distancia que tienes que recorrer?
Ella asintió al tiempo que se percataba de la longitud de las mangas. Ese hombre tenía unos brazos enormes.
—El Retis es en esencia una sucesión de ondas invisibles que se mueven a nuestro alrededor de forma continua. A través de todo el planeta. Reverberan, fluyen y en ocasiones incluso llegan a enlazarse. En resumen, hacen esto. —Plegó la manga de manera que sus manos llegaran a tocarse—. De esta forma, viajar de una mano a otra lleva segundos y no horas.
—Caray —susurró Sunshine cuando lo entendió—. ¿Así que puedes viajar en cualquier dirección temporal? ¿Incluso puedes retroceder?
Él asintió.
—¿Y cómo lo haces? ¿Cómo puedes subirte a ese Retis?
Él volvió a colocarse la chupa.
—Nena, en este mundo yo soy el todopoderoso mago de Oz y hay muy pocas cosas que no pueda hacer.
Señor, ese tipo comenzaba a resultar irritante.
—Deja de llamarme «nena».
Vane le hizo una breve inclinación de cabeza antes de acercarse a un árbol. Dos segundos más tarde, una elegante moto de color gris oscuro apareció de la nada.
—Muy bien, ¿cómo lo has hecho?
—En pocas palabras, soy un hechicero. Puedo doblegar cualquier ley física conocida por la humanidad, así como unas cuantas que todavía no se han descubierto.
Estaba impresionada.
—Eso sí que es tener talento…
El tipo dejó escapar una vez más esa carcajada enigmática y profunda.
—Nena, si no estuvieras con Talon, te enseñaría cuál es mi verdadero talento.
Sunshine habría apostado cualquier cosa a que el tipo sería capaz.
Vane le tendió un casco.
—Me estás llamando «nena» con el único propósito de molestarme, ¿verdad?
—Mi padre siempre decía que había nacido para tocarle las partes bajas. Supongo que no puedo evitarlo.
—Pues hazme un favor: inténtalo.
Con un nuevo despliegue de hoyuelos, él se quitó las gafas de sol, se las metió en el bolsillo de la chupa y se colocó el casco.
—Dime —dijo ella—, si eres capaz de hacer todos estos trucos mágicos, ¿por qué vamos a la ciudad en moto? ¿No podemos saltar en el tiempo y llegar a la plaza sin más?
Vane se ajustó el casco mientras le respondía.
—Podría. Pero tal y como suele decir Aquerón, el simple hecho de que puedas hacer algo no significa que tengas que hacerlo. En lo que a mí respecta, no quiero convertirme en el conejillo de Indias de nadie, así que trato de no aparecer y desaparecer en medio de zonas habitadas si puedo evitarlo.
Eso le parecía lógico.
—Ya que puedes viajar en el tiempo, ¿nunca se te ha ocurrido cambiar el pasado?
—Sí.
—¿Lo has hecho alguna vez?
Él negó con la cabeza y una taciturna seriedad veló sus facciones.
—Es mejor no jugar con algunos poderes de este mundo. Alterar el destino de alguien es sin duda uno de ellos. Créeme, las Moiras tienen métodos muy desagradables de castigar a cualquiera lo bastante estúpido como para inmiscuirse en sus dominios.
Las funestas palabras resonaron en los oídos de Sunshine. Daba la impresión de que Vane hubiera cometido ese error en alguna ocasión y deseó poder preguntarle si esa suposición era cierta, pero algo le dijo que lo dejara estar.
Se puso el casco antes de subir a la moto detrás de él e hizo todo lo posible por dejar espacio entre los dos. Vane era un hombre atractivo, pero poseía una cualidad que la ponía de lo más nerviosa, y no tenía nada que ver con el hecho de que fuera un hombre lobo ni de que pudiera viajar en el tiempo.
Ese hombre tenía algo en lo que ella no acababa de confiar.
A petición propia, la llevó a la pequeña galería de arte donde guardaba el carrito con sus trabajos y la ayudó a llevarlo a Jackson Square.
Pasaban pocos minutos de las diez cuando llegaron, aunque ya se había congregado una enorme multitud.
—No lo entiendo —le dijo Vane mientras conducía el carrito hasta el puestecillo donde Selena echaba las cartas—. ¿Para qué vas a montar tu tenderete si solo quieres encontrarte con un cliente?
—Cameron dijo que quería ver todos los artículos que tengo a la venta. Si tengo que enseñárselo todo, bien puedo aprovechar y vendérselo a los demás también.
Le indicó dónde montarlo.
Vane se dispuso a hacerlo, aunque no parecía muy complacido con la tarea.
Selena los miró con los ojos como platos en cuanto los vio aparecer.
—¿Uno nuevo, Sunny?
—No, es solo…
—Un perro guardián —dijo Vane al tiempo que le tendía la mano—. Eres Selena Laurens, ¿no? ¿La hermana mayor de Amanda?
Selena asintió mientras le estrechaba la mano.
—¿Conoces a Amanda?
—Conozco a Kirian.
—¿Me lo parece a mí o todo el mundo conoce a Kirian? —preguntó Sunshine.
Selena se echó a reír antes de girarse en dirección a Vane, que estaba abriendo la mesita plegable donde Sunshine solía colocar las piezas de cerámica más baratas.
—Es pleno día, así que sé que no eres un Cazador Oscuro. ¿Eres un escudero?
Él se tensó.
—No me insultes. No sirvo a nadie.
—No es nada amigable —explicó Sunshine mientras montaba el tenderete—. Creo que tiene la rabia o algo así.
Vane la miró con una sonrisa a medio camino entre el desconcierto y el buen humor.
—¿Sabes, Sunshine? Me gusta tu carácter.
Ella estaba a punto de replicar cuando sintió que alguien la observaba.
Asustada y nerviosa, escudriñó la multitud hasta que vio un perspicaz y sonriente rostro que le resultaba tan conocido como el suyo.
Sunshine sonrió de oreja a oreja.
A pesar de no ser demasiado alta, la anciana destacaba entre la multitud y no solo por la incongruente camisa roja que vestía. La mujer tenía una esencia y una presencia tan poderosas y formidables como las de Talon o las de Vane.
Llevaba el cabello gris trenzado y recogido alrededor de la cabeza. Su rostro estaba surcado por toda una vida de felicidad y sonrisas; y sus oscuros ojos castaños eran brillantes y cariñosos. La clase de ojos que atraía a todo tipo de personas hacia aquella anciana increíblemente sabia.
—¡Nana! —gritó Sunshine cuando la anciana se acercó—. ¿Qué haces aquí? Creí que habías jurado no volver a pisar Nueva Orleans durante el Mardi Gras.
Su abuela la abrazó con fuerza antes de apartarla para echarle un vistazo. Había pasado casi un año desde la última vez que se vieran.
¡Qué maravilloso era volver a ver a su abuela!
La anciana le pasó la mano una y otra vez por el brazo, como si quisiera asegurarse de que se encontraba bien.
—Bueno, esa era mi intención, pero tu madre me llamó y me dijo que le estabas haciendo un montón de preguntas acerca de tus orígenes celtas. Así que decidí dejarme caer y darte una sorpresa.
—Pues te puedo asegurar que lo has hecho. Pero me alegro de que estés aquí.
Su abuela arqueó una ceja con desaprobación al ver a Vane.
—¿Quién eres tú?
—Vane Kattalakis.
Desvió la vista de nuevo hacia su nieta.
—¿Dónde está ese Talon del que tanto me habla tu madre?
—Llegará más tarde, nana.
La anciana asintió antes de sacarse un pequeño medallón de debajo de la camisa y colocárselo a Sunshine alrededor del cuello.
—¿Qué es esto?
Su abuela se lo colocó de manera que cualquiera que la mirara pudiera verlo sin dificultad.
—Mantenlo junto a tu corazón, pequeña. Si ese hombre vuelve a acercarse a ti, deja que sepa quién te protege.
—¿Qué hombre? —le preguntó con la esperanza de que su abuela no supiera nada sobre el secuestro.
Lo sabía.
—Sé lo que ha sucedido, Sunny. Sabes que lo sé.
¡Joder! Esa mujer tenía unos dones psíquicos que ponían los pelos de punta.
—No creo que tu amuleto lo espante, nana.
—Te sorprendería. Y si no es así, se merece lo que le suceda. —Su abuela le dio unas palmaditas en el hombro y se volvió hacia Selena—. ¿Ha estado practicando los ejercicios que le enseñé, señora Laurens?
—Sí, señora. Y noto que mis poderes crecen día a día.
—Bien. Ahora será mejor que vuelva a casa de Starla. Si ese cabrón apestoso se acerca a mi niña…
—¡Nana! —exclamó Sunshine. Jamás había escuchado a su abuela pronunciar esa palabra.
—Bueno, lo es. Meterse con mi nieta… Herviré sus verrugas en aceite y arrojaré su cabeza a los lobos.
Vane se atragantó al escuchar la última parte.
—En realidad, señora, a los lobos no les gustan las cabezas. La carne sí, pero las cabezas son duras de roer. Por no mencionar que el cráneo se te mete entre los dientes.
Su abuela le dirigió una mirada mordaz.
—¿Te estás haciendo el listillo conmigo, muchacho?
—Sí.
—Joven —comenzó su abuela con voz altanera—, ¿acaso tu madre no te enseñó modales?
—Mi madre solo me enseñó una cosa, y le puedo asegurar que no fueron buenos modales.
La anciana asintió.
—Ya me doy cuenta. Pero aún te queda una lección muy importante que aprender en la vida.
—¿Y cuál es?
—Llegará el día en que tendrás que dejar que alguien se acerque a ti, aparte de tu hermana y de tu hermano.
El rostro de Vane adoptó una expresión pétrea y sus ojos se tornaron fieros y salvajes.
—¿Qué sabe acerca de mis hermanos?
—Más de lo que te gustaría. Tienes un camino muy duro por delante, Vane Kattalakis. Desearía poder facilitártelo, pero debes recorrerlo en solitario. Solo recuerda que eres mucho más fuerte de lo que crees.
—Créame, señora, mi fuerza es lo único que jamás pongo en duda.
Su abuela sonrió ante esa afirmación.
—Es increíble las mentiras que les contamos a los demás, ¿no es cierto? —La anciana le dio la espalda—. Selena, Sunshine: tened cuidado. Y Sunshine, cuando llegue la noche, sigue los dictados de tu corazón. Haz lo que te diga y no te defraudará.
—Así lo haré, nana.
Su abuela la besó en la mejilla antes de marcharse en dirección a St. Anne.
Cuando se hubo perdido de vista, Sunshine se dio la vuelta y se dio cuenta de que Vane parecía nervioso.
—Lo siento. Suele hacerle eso a la gente. Tiende a decir lo primero que se le pasa por la cabeza.
Vane no dijo nada, se limitó a cruzar los brazos por delante del pecho y a apoyar la espalda contra la verja negra de hierro que rodeaba la plaza.
Sunshine terminó de montar el puestecillo y luego miró el reloj.
Todavía faltaba un poco para que llegara Cameron, de manera que sacó su cuaderno de bocetos y comenzó a hacer garabatos.
Antes de que se diera cuenta, había dibujado el rostro del hombre que la había secuestrado.
Vane echó un vistazo al bosquejo.
—Joder, es igualito.
Sunshine se quedó helada.
—¿Conoces a este tipo?
—Bueno, sí. Claro que lo conozco. Al igual que Talon. Es posible que Selena también sepa quién es.
—Selena —la llamó Sunshine al tiempo que se acercaba a su amiga—. ¿Sabes quién es?
—Claro, es Aquerón.
—¿Quién es Aquerón? —preguntó. Todos se empeñaban en repetir su nombre, pero ella seguía sin tener ni la menor idea de quién o qué era.
—A falta de una explicación mejor —respondió Vane—, digamos que es el jefe de Talon.
—¿Y por qué querría secuestrarme el jefe de Talon? ¿Crees que es para mantenerme lejos de él?
Vane se echó a reír ante semejante idea.
—No es su estilo. Si Ash quisiera mantenerle alejada de Talon, se limitaría a presentarse en tu casa y a hacer que te cagaras de miedo. Además, fue él quien lideró el grupo de rescate.
Bueno, era agradable saberlo.
Aunque ¿por qué tenía el mismo aspecto que su secuestrador?
Su ceño se acentuó.
—¿Estaba allí cuando Talon me rescató de manos de Camulos?
—Sí, y yo también. ¿No te acuerdas?
Sunshine negó con la cabeza. Solo recordaba a Talon.
—¿Conoces bien a Talon y a Aquerón? —le preguntó a Vane.
Él se encogió de hombros.
—A Talon acabo de conocerlo, pero me he cruzado alguna que otra vez con Aquerón a lo largo de los siglos.
—¿También eres inmortal?
Vane negó con la cabeza.
—Lo que ocurre es que mi especie vive mucho más que los humanos.
—¿Cuánto?
—Unos mil años, siglo arriba o abajo.
Caray. Menuda longevidad…
Sunshine no podía ni imaginarse lo que sería disponer de tanto tiempo para planear su futuro. Sin embargo, algo le decía que podría ser tanto una bendición como una enorme maldición vivir todos esos años, sobre todo si debía hacerse en solitario.
Contempló a Vane mientras este examinaba la multitud que los rodeaba. Esos ojos verdes parecían captarlo todo.
—¿Por qué hablas con tanta libertad de esto cuando Talon se niega a contarme nada?
Él volvió a encogerse de hombros.
—Yo no he jurado guardar el secreto y supongo que durante los últimos días ya has visto bastantes cosas acojonantes como para que te resulte problemático saber algo de mí. Además, te reto a que le cuentes a alguien que en realidad no soy más que un lobo que finge ser humano. —Se detuvo y le sonrió con picardía—. Sí, te desafío a que lo hagas —dijo despacio—. Porque eso, amiga mía, acabaría con tus huesos en una habitación acolchada.
Algo de lo que Sunshine no tenía la menor duda. Y que explicaba por qué ese tipo no tenía problema alguno a la hora de explicarle sus «diferencias».
—¿De verdad eres un lobo?
Él asintió.
—¿Y cómo puedes ser humano?
—Mi especie es distinta a la tuya. Mi raza fue creada hace unos nueve mil años, cuando mi bisabuelo decidió salvar las vidas de sus hijos mezclando su ADN con el de ciertos animales mediante un procedimiento mágico. En ese momento nacimos. Cada hijo dio lugar a dos criaturas mestizas. Una con un corazón humano y otra con un corazón animal. Yo soy un descendiente directo de la línea animal.
—¿De manera que tienes el corazón de un lobo?
Vane volvió a asentir.
—Así como su código ético y su instinto de supervivencia.
—¿Has deseado alguna vez ser humano?
—No, nunca. ¿Por qué iba a hacerlo?
A pesar de todo, Sunshine presentía que le ocultaba algo. Sus sentimientos eran mucho más complejos de lo que estaba dispuesto a admitir y resultaba evidente que no quería que ella ahondara en el asunto.
Así que cambió de tema.
—¿Duele cuando cambias de forma? ¿Es como en las películas que te sale pelo por todas partes y los huesos crujen?
Vane resopló al escuchar aquello.
—No. Eso no es más que la parte teatrera de Hollywood. Dado que nacimos de la magia, el cambio nos resulta prácticamente indoloro. Se podría decir que el dolor es similar al que sentí cuando nos transporté desde la cabaña de Talon hasta mi moto. Lo único que se percibe es una pequeña descarga eléctrica. En realidad es placentero si lo haces bien.
—Debe de ser genial poder hacer todo eso. —Sunshine ladeó la cabeza, entrecerró los ojos y lo miró.
—¿Qué haces?
—Trato de imaginarme qué aspecto tienes en tu forma de lobo.
—Reza para que nunca lo averigües.
Sunshine dio un paso hacia atrás.
—¿Sabes una cosa? Me parece que a vosotros os pone a cien asustar a la gente.
—En ocasiones sí.
Puesto que no estaba muy dispuesta a proseguir por ese camino, Sunshine siguió esperando su visita.
Por desgracia, Cameron no apareció.
Vane intentó llevarla de regreso a casa de Talon, pero ella se negó.
—Tal vez llegue tarde. Tal vez esté en una reunión o algo así. No puedo marcharme sin más.
Vane emitió un gruñido grave y muy lobuno al escuchar su respuesta y se sentó tras el tenderete, apoyando la espalda contra la verja de hierro mientras que ella se sentaba en el taburete para pregonar sus productos y dibujar.
La tarde se estaba haciendo eterna y seguía sin suceder nada.
Cameron todavía no había hecho acto de presencia.
Selena se marchó a las cuatro para tomarse un breve descanso.
Vane se había trasladado al bordillo de la acera, justo detrás de Sunshine. Había extendido esas largas piernas hacia delante y las había cruzado a la altura de los tobillos. Estaba apoyado sobre los brazos. La postura hacía que la camiseta de algodón se ciñera a su magnífico cuerpo.
—¿Haces esto todos los días? —le preguntó a Sunshine.
—Más o menos.
—Joder, qué aburrimiento. ¿Qué haces para no volverte loca?
—Suelo hacer bocetos o pintar, y cuando quiero darme cuenta, el día ha terminado y es hora de volver a casa.
—Pues no lo entiendo.
La gente que no era artista nunca lo hacía.
—Hola, Sunshine, ¿tienes algo nuevo?
Sunshine se giró y descubrió que Bride McTierney se acercaba al puesto. Alta y con un cuerpo de curvas más que voluptuosas, Bride tenía el rostro de uno de los ángeles de Botticelli. Su cabello era de un castaño rojizo tan oscuro que parecía negro a menos que le diera la luz. Cuando estaba al aire libre, esos reflejos rojizos brillaban con intensidad. Solía llevarlo recogido con un pasador, pero dejaba que unos cuantos mechones le enmarcaran el rostro.
Bride era un verdadero encanto, además de uno de los clientes habituales de Sunshine. Incluso había comprado algunas de las pinturas para decorar su boutique.
—No —respondió Sunshine—, lo siento. No he pintado nada de fantasía ni sobre Jackson Square últimamente. He trabajado la mayor parte del tiempo en encargos.
—Lástima, acabo de mudarme a un nuevo apartamento y esperaba que tuvieras algo que convirtiera las aburridas paredes en algo tolerable.
Sunshine frunció el ceño. Bride adoraba su casa de Iberville.
—¿Por qué te has mudado?
—A Taylor no le gusta tener que venir a la ciudad por las noches, así que pensé que sería más fácil vivir más cerca de su lugar de trabajo.
—Pero tú trabajas en el centro.
—Lo sé. Es uno de esos sacrificios que tenemos que hacer por amor. —Esbozó una sonrisa, pero Sunshine supo que no era sincera.
Eso era exactamente lo que ella temía.
¿Por qué siempre era la mujer quien tenía que sacrificarse por amor? ¿Es que no podía hacerlo el chico por una sola vez?
Bride suspiró.
—Llámame si pintas algo nuevo que creas que podría gustarme, ¿de acuerdo?
—Lo haré. Por cierto, estás genial. ¿Has adelgazado?
Bride sonrió de oreja a oreja.
—He bajado a la talla cuarenta y seis. Aunque debo admitir que me paso el tiempo muerta de hambre.
—Ya, pero estás impresionante.
—Gracias. Taylor me apuntó a las clases de aeróbic que imparten en su club cuatro días a la semana y eso ayuda a bajar bastante de peso.
—No parece que lo disfrutes demasiado.
El dolor ensombreció los ojos de Bride antes de que apartara la mirada.
—Es que odio tener que ponerme un chándal para entrar en una habitación llena de mujeres de la talla treinta y dos en mallas… como si necesitaran esas clases. Lo único que consigue es aumentar el deseo de lanzarme de cabeza a por un donut relleno de crema que me provoca la dieta.
Sunshine se echó a reír.
—Dímelo a mí. Creo que no deberían hacer otra cosa que sacos de arpillera para las que no llegan a la talla cuarenta.
Bride volvió a sonreír.
—Y hablando de tallas de ropa y de mujeres esqueléticas, supongo que será mejor que vuelva a la tienda. Cuídate, ¿vale?
—Tú también.
Bride se alejó sin mucha prisa hacia su tienda.
—¿Quién era? —Vane se había puesto en pie y contemplaba a Bride con un brillo hambriento en los ojos.
¿Cómo lo había hecho? Ese hombre, o lobo mejor dicho, se movía con un sigilo espeluznante.
—Se llama Bride McTierney. Es la propietaria de una boutique en Iberville.
—Es… preciosa.
A Sunshine le resultó toda una sorpresa que Vane pensara así. La mayoría de los tíos se mostraban intimidados o indiferentes ante Bride debido a su altura y a su figura, que parecía sacada de un cuadro de Rubens.
Sin embargo, Vane se comportaba como si hubiese visto a una supermodelo en carne y hueso.
Qué interesante…
El hombre parpadeó y volvió a sentarse en el bordillo.
—Podría presentaros, ¿sabes?
Él la miró un momento antes de apartar la vista. Con todo, Sunshine había tenido tiempo de atisbar el pesar en sus ojos verdes.
—Los lobos no se mezclan con los humanos. Soléis comportaros como unos histéricos cuando os dais cuenta de lo que somos. Por no mencionar que las hembras humanas sois bastante frágiles. No me gustaría tener que reprimirme por miedo de hacer daño o de matar a mi compañera durante el apareamiento.
—Y la gente cree que hablo sin pensar… ¡Madre mía! No tienes pelos en la lengua, ¿verdad?
—Ya te dije que no soy humano. No comparto tus inhibiciones.
Eso era bastante cierto. Y una verdadera lástima. A Bride le vendría bien un hombre que la aceptara tal y como era, un hombre que no la obligara a seguir dietas estrictas y a hacer ejercicio todo el tiempo.
—Dime —le pidió Vane pasados unos minutos—, ¿qué hay entre el celta y tú? ¿Vuestra relación es solo carnal o hay algo más?
—¿Por qué me lo preguntas?
—Porque tú me has preguntado por mi vida. Supongo que yo puedo hacer lo mismo.
Sunshine se sentó a su lado.
—No lo sé. Cuando estoy con Talon siento que encajamos. Como si fuera una parte de mí que no sabía que me faltaba hasta que lo encontré.
—¿Él siente lo mismo?
Ella dejó escapar un suspiro melancólico.
—¿Quién sabe? En ocasiones resulta difícil saber lo que piensa. No estoy segura de que sea a mí a quien ama.
—Cierto. Las emociones no parecen ser su fuerte. Sin embargo, debes de significar mucho para él o no me habría llamado.
—¿Cómo lo sabes?
—Contradecir las órdenes de Aquerón no es lo más inteligente para un Cazador Oscuro. Ese hombre controla sus destinos. Además, Talon estaba dispuesto a hacer un trato conmigo para mantenerte a salvo. Otro movimiento nada inteligente.
—Bueno, pero no vas a hacerle daño, ¿verdad?
—Por el momento no; pero si tienes en cuenta el peligro que corre la vida de mi gente, estar en deuda con un asesino katagario es una completa gilipollez.
—¿Un qué?
—Es el término adecuado para lo que soy.
Sunshine lo miró con el ceño fruncido.
—Muy bien, ¿y qué es exactamente un asesino katagario?
—Alguien que mata sin remordimientos.
Un escalofrío recorrió la columna de Sunshine, aunque no acababa de creer que Vane fuera capaz de algo semejante. Era salvaje, de eso no había duda, pero no parecía carecer de conciencia a pesar de sus palabras.
—¿De verdad serías capaz de hacer eso?
—Nena, mataría a mi propia madre sin pensármelo dos veces.
Sunshine recordó lo que su abuela había dicho acerca de los hermanos de Vane.
—Sí, pero ¿matarías a tu hermano o a tu hermana?
Él apartó la mirada.
Ella le dio unos golpecitos en el hombro.
—No eres tan amoral como finges ser, Vane Kattalakis. Creo que posees más humanidad en tu interior de lo que crees.
Sunshine regresó al puestecillo y se sentó en el taburete. No dejó de observar a la gente que la rodeaba, pero cuando el sol se puso y Cameron no apareció, no vio a nadie que pareciera remotamente amenazador.
Bueno, a nadie aparte de su guardián, claro.
Talon estaba despierto y vestido antes de que se pusiera el sol. Se paseaba de un lado a otro de la cabaña, muriéndose de ganas por de salir en busca de Sunshine.
Inquieto, llamó a Vane.
—Sigue sana y salva —respondió Vane sin saludar—. Sunshine —la llamó—, es el celta, que quiere asegurarse de que no te he comido ni nada por el estilo.
Talon se frotó la frente ante el retorcido sentido del humor de Vane y esperó a que Sunshine cogiera el teléfono.
—¿Talon?
—Hola, cariño, ¿estás bien? —preguntó Talon, que de inmediato se vio inundado por el alivio al escuchar su dulce acento sureño.
Era el sonido más maravilloso que jamás había escuchado.
—Estoy bien. No ha pasado nada en absoluto. En realidad ha sido un día de lo más aburrido. Salvo por Vane. Es interesante, al estilo de Cujo.
Talon esbozó una sonrisa. Se sentía mucho mejor ahora que sabía que ella se encontraba bien.
—No me extraña. Ten cuidado. Llegaré lo antes posible.
—De acuerdo. Hasta pronto.
Se le encogió el corazón cuando ella le mandó un beso antes de devolverle el teléfono a Vane. ¡Por los dioses! Cómo amaba a esa mujer.
—Ay, Taloncito, yo también te quiero.
—Cállate, husmeaculos. La única que tiene permiso para hacerme arrumacos es mi amorcito.
Vane resopló.
—¿Sabes una cosa? Algún día me las pagarás todas juntas.
—Sí, me encargaré de llevar encima unos trocitos de carne para ti.
Vane rió de buena gana.
—Por eso, rata de pantano, tendrás que pagarme una ración extra de costillas de primera.
—Hecho. A propósito, ¿cómo vas? ¿Tienes problemas para mantenerte en tu forma humana?
—Estoy perfectamente. Incluso consigo dejarme la ropa puesta y todo.
—Pues sigue así. No me gustaría que tu escuálido cuerpecillo dejara ciega a mi Sunshine.
—Créeme, si no se ha quedado ciega al ver tu enorme culo peludo, el mío no va a hacerle el menor daño.
—¿Peludo? Perdona que te diga, pero está claro que me has confundido con tu hermano. —Vane volvió a soltar una carcajada—. Ya en serio, el sol se pondrá en un cuarto de hora o así. Saldré en cuanto lo haga.
—Guardaré el fuerte, Custer. No te preocupes.
—Gracias, Bull. Nos vemos en un rato.
Talon colgó y esperó a sentir el cosquilleo en la piel que siempre le informaba de que el sol se había puesto y ya era seguro salir.
Unos tres cuartos de hora después de que anocheciera, Sunshine le pidió a Vane que fuera al puestecillo de refrescos que había a la vuelta de la esquina para comprarle algo de beber.
Él se negó en un principio, pero al final pudo convencerlo de que seguiría estando a la vista y de que no se movería hasta que él regresara.
Tan pronto como Vane se marchó, Sunshine escuchó el silbido de Selena.
—Ese hombre da un miedo que te cagas. Lleva escrito «asesino en serie» en la frente.
Sunshine se giró y vio que un hombre muy alto de cabello oscuro doblaba la esquina. Los caballos que se alineaban en Decatur Street bufaron y se encabritaron cuando pasó junto a ellos.
Como si hubieran percibido algo maligno en él.
El tipo tenía un aspecto tan increíblemente siniestro que a Sunshine se le hizo un nudo en el estómago.
—¿Crees que debería llamar a Vane para que vuelva?
—No lo sé. —Selena se levantó de su mesa plegable y se acercó a Sunshine—. Si trata de hacerte algo, yo lo sujeto y tú gritas.
—De acuerdo. Aunque tal vez pase de largo.
No lo hizo.
Echó un vistazo a su tenderete desde la distancia y se detuvo.
Los ojos de Sunshine se clavaron en las horribles garras que llevaba en la mano izquierda.
El tipo no dijo una palabra cuando se aproximó al puesto. Sunshine tragó saliva y se acercó de forma instintiva a Selena. Aquel tipo habría sido increíblemente guapo de no tener un aspecto tan feroz.
Intercambió una mirada nerviosa con Selena.
La siniestra y letal mirada del hombre estaba clavada en los cuencos que había moldeado siguiendo un modelo griego que había visto en el catálogo de un museo. Sunshine observó cómo pasaba la mano por un cuenco rojo con una delicadeza de la que jamás le habría creído capaz.
Un destello de nostalgia ensombreció la mirada del hombre, como si el diseño hubiera despertado un recuerdo agridulce.
—¿Los hiciste tú?
Sunshine se encogió al enfrentarse a esa intensa y oscura mirada. El tipo tenía una voz profunda y provocativa, con un acento tan marcado que tardó todo un minuto en comprender su pregunta.
—Sí, los hice yo.
—Bonito trabajo.
No podría haberse sorprendido más si hubiera sacado una pistola y le hubiera disparado.
—Gracias.
Cuando se metió la mano en el bolsillo, Sunshine se preparó para llamar a Vane a gritos hasta que se percató de que solo estaba sacando la cartera.
—¿Cuánto?
—¿Qué estás haciendo aquí?
Sunshine miró más allá del hombre y vio que Talon se acercaba. Se acercó a ella con unas largas y furiosas zancadas, propias de un depredador. En un abrir y cerrar de ojos.
—Nada que sea de tu puñetera incumbencia, celta —gruñó el extraño.
—Aléjate de Sunshine, Zarek, o te juro que te machaco.
Zarek volvió a guardarse la cartera en el bolsillo y se dio la vuelta para enfrentarse a Talon.
—Inténtalo y te arrancaré el corazón con las manos, celta.
Talon le dio un empujón.
Zarek hizo ademán de devolverle el golpe, pero Talon se agazapó y volvió a empujarlo.
Vane apareció de la nada para separarlos.
—¡Oye, oye, oye! —le gruñó a Talon, obligándolo a separarse de Zarek—. ¿De qué va todo esto?
—Será mejor que no te vuelva a ver cerca de ella, Zarek. Lo digo en serio.
Zarek le hizo un gesto obsceno con la garra antes de darse la vuelta para encaminarse con furiosas zancadas en dirección al presbiterio.
Sunshine se sintió aterrorizada cuando vio la expresión salvaje del rostro de Talon. Parecía dispuesto a matar a alguien.
—¿Talon?
—No te acerques —le advirtió Vane—. ¿Estás bien, celta?
Talon fue incapaz de responder. Lo único que sentía era la creciente furia en su interior. La imperiosa necesidad de despedazar a Zarek.
Al ver a Zarek, su mente había revivido el instante en el que lo había encontrado con su víctima en el callejón.
Que los dioses lo ayudaran si alguna vez atacaba a Sunshine de esa manera.
Lo mataría sin importar las consecuencias.
Sin decir nada, Talon abrazó a Sunshine y la estrechó con fuerza. Cogió un puñado de su cabello, inhaló el cálido aroma a pachulí y se permitió disfrutar de la paz que sentía al abrazarla.
—Se suponía que tenías que vigilarla, Vane —le espetó al Cazador katagario.
—Solo era Zarek, celta. Cálmate. No hacía otra cosa que mirar sus platos.
—Podría haberle hecho daño.
—Pero no lo hizo.
—Sí, y no sabes la suerte que tienes de que haya sido así.
Zarek seguía echando humo por las orejas mientras se abría camino por Pirate’s Alley.
¿Cuándo iba a aprender? Cada vez que intentaba ayudar a alguien, la situación se volvía en su contra y acababa jodido.
Había reconocido a la mujer nada más verla y se había preguntado por qué Talon la habría dejado desprotegida.
Apretó los dientes.
—Perfecto. Que se muera.
¿Qué le importaba a él de todas formas?
Casi había salido del callejón cuando se detuvo. Notaba una sensación fría y extraña. Algo que no había sentido desde la noche en que dejara de ser humano para convertirse en un Cazador Oscuro.
—Zarek.
Al darse la vuelta descubrió nada más y nada menos que a Dioniso. El dios griego llevaba el cabello castaño corto peinado de forma impecable. Llevaba una chaqueta de tweed oscura sobre un jersey azul marino de cuello alto y tenía todo el aspecto de un tiburón empresarial de alto rango.
—Si vas a lanzar una descarga astral, Dioniso, hazlo ya.
Dioniso se echó a reír.
—Por favor, llámame Dioni. Dioniso está tan pasado de moda…
Zarek se tensó cuando el dios se acercó a él. El poder de ese ser era innegable y hacía que el aire a su alrededor crepitara.
—¿Por qué estás hablando conmigo?
Dioniso señaló hacia Pedestrian Mall con el pulgar.
—Escuché tu pequeña discusión con Talon. Me pareció que tú y yo podríamos hacer un trato.
La mera idea hizo que Zarek se echara a reír.
—Eso sería como hacer un pacto con Lucifer.
—Sí, pero yo no huelo a azufre. Y da la casualidad de que visto mejor. Luci tiene pinta de chulo. —Le ofreció un cigarrillo a Zarek—. Vamos, coge uno. Incluso es de la marca que fumas.
Zarek cogió uno y miró a Dioniso con suspicacia mientras encendía el cigarrillo.
—¿Y cuál sería ese trato?
—Es sencillo. Tengo a un chico en la ciudad que me está haciendo algunos favores. Te encontraste con él la otra noche. El que se parece a tu jefe.
—Sí, conozco a ese cabrón. También se la tengo jurada.
—Lo sé. Fue una lástima que os encontrarais de esa manera. Pero si puedes dejar a un lado el cabreo, creo que te gustará lo que voy a proponerte.
—Desembucha.
—Mi chico necesita unas cuantas cosas. Podríamos matarte, pero creo que un hombre de tu… talento y habilidad estaría mucho mejor en nuestro bando que vagando durante toda la eternidad como una Sombra sin cuerpo.
Dioniso hizo una pausa.
—Continúa.
—Lo único que te pido es que no salgas de caza. Vete a casa tal y como Aquerón quiere y quédate allí hasta el Mardi Gras. Durante la celebración en mi honor, Stig se pondrá en contacto contigo. Ayúdalo con los preparativos finales y te concederé lo que más deseas.
—¿Y qué es lo que más deseo?
—Poner fin a tu tormento.
Zarek tenía que reconocerle una cosa al dios: sabía muy bien qué ofrecer, sin duda.
—No estarás intentando engañarme, ¿verdad?
—Juro por el río Estigio que si nos ayudas, te liberaré de tu dolor. Por completo. Sin trucos. Sin trampa ni cartón. Una simple descarga y estarás más allá de la muerte.
—¿Y si no lo hago?
Dioniso esbozó una sonrisa perversa.
—Hades tiene un rinconcito en el Tártaro con tu nombre.
Zarek le dio una calada al cigarro y soltó una risotada.
—Como si eso pudiera asustarme. ¿Qué va a hacerme? ¿Arrancarme la piel a tiras? ¿Romperme los huesos? Mejor aún, ¿por qué no me inmoviliza y me pisotea hasta hacerme sangrar o me obliga a comer mierda? No, espera; eso ya me lo han hecho. Lo tengo grabado en vídeo.
Los ojos verdes de Dioniso lanzaron chispas.
—No puedo creer que Artemisa te permita seguir con vida.
—No puedo creer que seas un dios y no tengas una amenaza mejor. Pero no te preocupes —le dijo cuando Dioniso parecía estar a punto de atacar—, de todas formas odio a estos gilipollas y me importa una mierda a cuántos de ellos conviertas en Sombras.
El dios se calmó de inmediato.
—Supongo que tienes mi número de teléfono —comentó Zarek.
Dioniso asintió.
—Seguiremos en contacto.
—Perfecto. Te veré el martes.
Ante la insistencia de Talon, Sunshine recogió el tenderete y dejó que los hombres trasladaran el carrito de vuelta a la galería de arte. Sin embargo, los detuvo en cuanto se pusieron en marcha.
—¿Qué haces? —le preguntó Talon cuando vio que abría una portezuela lateral del carrito.
—Nada.
El celta frunció el ceño al ver que sacaba el cuenco que Zarek había estado mirando y se lo daba a Vane.
—¿Te importaría entregárselo a Zarek en mi nombre?
Talon se quedó estupefacto.
—¿Es que te has vuelto loca?
—No, Talon. Ese hombre sufre mucho. Creo que le vendría bien que alguien le mostrara un poco de amabilidad.
Vane resopló.
—Lo que le vendría bien es que alguien le diera una buena patada en el culo.
—Vane, por favor. —Sunshine lo instó a coger el cuenco.
Él accedió a regañadientes.
—Muy bien, pero si me lo tira a la cara, tendrás que darme algo en compensación. —Sunshine le dio un beso en la mejilla—. Una compensación poco satisfactoria, pero dado que estamos en presencia de Talon tendré que conformarme.
Vane cogió el cuenco y se alejó calle abajo.
Ella se giró de nuevo hacia Talon, que seguía con el ceño fruncido.
—Zarek lo estampará contra una pared y lo hará añicos a la menor oportunidad.
—No lo creo. Pero aunque así fuera, siempre puedo hacer otro.
Talon la ayudó a guardar el carrito antes de regresar a la calle.
—Tienes un corazón generoso.
—Eso me dicen siempre. Y bien, ¿vas a ir en busca de Stig?
—Joder, no. No pienso arriesgarme a que te hagan daño.
Ella soltó un gruñido.
—Mira, mi abuela me dijo una cosa esta tarde. Me dijo que esta noche siguiera los dictados de mi corazón. No sé lo que quería decir con eso, pero confío en ella. Es una mujer con unas dotes psíquicas asombrosas. Todo lo que me ha dicho se ha hecho realidad.
—Mira, Sunshine, me da igual lo que te haya dicho. No pienso correr el riesgo de que te suceda algo malo. Cuando Ninia murió, me sentí tan perdido y desconectado que desde entonces no he vuelto a sentir nada. No hasta que me pusiste las manos encima. La única manera de estar sin ti sería enterrar lo que siento, pero al parecer ya no puedo hacerlo. Cuando estoy contigo solo soy capaz de sentir y de desear.
—A mí me pasa lo mismo.
—¿Y dónde nos deja eso?
—No lo sé, Talon. Ojalá lo supiera.
Talon le rodeó los hombros con un brazo mientras se encaminaban de vuelta a la plaza. Se dio cuenta de que había otras parejas a su alrededor. Ojalá pudieran ser una de esas parejas felices, sin más preocupaciones que la hipoteca. Pero no estaba escrito que fuera así.
Camulos estaba jugando con los dos y Sunshine acabaría herida.
Sabía que solo había una manera de que ambos salieran con vida.
—¿Adónde vamos? —le preguntó Sunshine.
—Vamos a pedirle a un dios que obre un milagro.