13

Zarek permaneció a la intemperie en el paso peatonal elevado de Jackson Brewery, con la vista clavada en Wilkinson Street. Tenía las manos apoyadas sobre la barandilla de hierro mientras contemplaba a la gente que caminaba más abajo, a lo largo de Decatur Street, entrando y saliendo de las tiendas, restaurantes y clubes.

Aquerón le había informado de que debía permanecer en casa hasta el Mardi Gras. Sin duda debería haberle hecho caso, pero acatar órdenes era algo que ya no se le daba muy bien.

Además, el duro clima de Alaska en febrero lo había obligado a encerrarse en casa durante demasiado tiempo. Odiaba sentirse atrapado.

Cuando salió de Fairbanks, había una temperatura de veinticinco grados bajo cero. En esos momentos estaban a unos trece grados en Nueva Orleans y pese a la gélida brisa que llegaba desde el río, la sensación de frío no tenía nada que ver con lo que él estaba acostumbrado.

En comparación aquello era como una agradable noche de verano.

Aunque a finales de junio y durante el mes de julio la temperatura en Fairbanks podía alcanzar los treinta grados durante el día, cuando por fin se ponía el sol y podía salir a contemplar ese extraño crepúsculo que nunca acababa de oscurecerse, podía considerarse muy afortunado si era una noche tan cálida como esa.

Por no mencionar que en pleno verano en Fairbanks se consideraba afortunado si podía abandonar su refugio durante meros minutos antes de que el sol saliera de nuevo y lo obligara a entrar.

Durante novecientos años había permanecido desterrado en aquella tierra agreste y de condiciones extremas.

Y por fin tenía un momento de respiro.

Cerró los ojos e inhaló el aire cargado de vida. Percibió la mezcla de olores de la comida y del río. Escuchó el sonido de las risas y el jolgorio.

Le gustaba esa ciudad. No era de extrañar que Kirian y Talon la hubieran reclamado.

Lo único que deseaba era poder quedarse allí un poco más de tiempo. Quedarse donde había otros como él. Donde había gente con la que podría hablar.

De cualquier forma, estaba acostumbrado a desear cosas que no podía tener.

La puerta de su derecha se abrió y apareció un niño pequeño. El chiquillo era bastante mono para ser un mocoso. Tenía pelo corto castaño y estaba llorando. Cuando vio que Zarek se encontraba allí se detuvo en seco.

Zarek ni se inmutó.

—Oiga, señor —dijo el niño con voz trémula—, ¿podría ayudarme? Me he perdido.

Zarek respiró hondo y se apartó de la barandilla.

Ocultó la mano con las garras en el bolsillo del pantalón y se dio la vuelta.

—Créeme, chaval, conozco esa sensación.

Le ofreció al niño la mano desnuda y se sorprendió al notar lo pequeño y confiado que era el muchacho. Era incapaz de recordar una época de su vida en la que hubiera extendido la mano hacia alguien sin temer que le hicieran daño.

—Y bien, ¿a quién buscas? ¿A tu mamá o a tu papá?

—A mi mami. Es muy grande y guapa.

Zarek asintió.

—¿Cómo se llama?

—Mami.

Vaya, eso sí que sería de ayuda…

—¿Cuántos años tienes, pequeño?

—Tengo todos estos. —Sorbió unas cuantas veces por la nariz y mostró cuatro deditos—. ¿Cuántos tiene usted?

—Muchos más que tus cuatro dedos.

El niño mostró los diez con ambas manos.

—¿Todos estos?

Zarek sonrió a su pesar.

—Vamos —dijo antes de abrir la puerta—. Estoy seguro de que ahí dentro habrá alguien que pueda ayudarnos a encontrar a tu mami.

El niño se limpió la cara con la manga mientras Zarek lo conducía al interior del Brewery. No habían andado mucho cuando escucharon el jadeo de una mujer.

—¿Qué está haciendo con mi hijo?

—¡Mami! —El niño salió disparado hacia la mujer.

La señora cogió al niño en brazos, y la mirada feroz y suspicaz que le dirigió a Zarek le dijo a este que sería muy inteligente por su parte largarse de allí de inmediato.

Tener un aspecto peligroso y siniestro no compensaba según qué noches.

—¡Seguridad! —gritó ella.

Zarek soltó una maldición y corrió de vuelta hacia la puerta. Saltó por encima de la barandilla hasta las escaleras de la planta inferior y se perdió con rapidez entre la multitud.

O eso creyó.

Tan pronto como llegó a la mitad de Wilkinson, vio que Aquerón lo esperaba entre las sombras.

Joder, aquello era justo lo que necesitaba… que Aquerón le echara la bronca por encerrar a Nick en el armario y salir de la casa cuando tenía órdenes de permanecer allí.

Zarek soltó un gruñido.

—No empieces a darme la vara, Ash.

Aquerón enarcó una ceja al escuchar aquello.

—¿Que no empiece a darte la vara con qué?

A Zarek se le erizó el vello de la nuca. Aquerón parecía demasiado relajado y no había ni rastro de la tensión en los hombros que solía manifestar cuando se encontraban.

Se habían dejado claro su mutuo desagrado unos dos mil años atrás.

El hombre que tenía delante actuaba como si fuera uno de los Cazadores Oscuros con los que mantenía una relación amistosa.

Y eso le provocó un escalofrío en la espalda.

Sabía cómo manejar el odio y la ira; pero ese Aquerón amigable lo ponía nervioso.

—¿No vas a echarme la bronca? —preguntó Zarek.

—Vaya, ¿y por qué iba a hacerlo? —Le dio unas palmaditas en el hombro.

Zarek siseó al tiempo que se apartaba de él.

—¿Quién coño eres tú?

—¿Qué te pasa, Zarek?

Ese tío no era Aquerón ni de coña.

Zarek utilizó la telequinesia para quitarle las gafas de sol al hombre. En lugar de unos ojos como el mercurio, los de ese tipo eran azules.

El desconocido entrecerró sus ojos humanos para mirarlo.

—Eso no ha sido muy inteligente.

Lo siguiente que Zarek supo fue que le lanzaban una descarga astral.

Talon estaba atado a su barra de ejercicios, haciendo abdominales invertidos cuando Sunshine se despertó por fin.

Dejó escapar un siseo y se incorporó en la cama muy despacio. Con languidez.

—Qué calor hace aquí —dijo con voz grave y ronca.

Talon relajó el cuerpo mientras la contemplaba y se quedó colgado cabeza abajo rozando el suelo con los dedos.

—¿Cómo te encuentras?

Ella se sacó la camisa por encima de la cabeza y Talon se tensó al instante ante la visión del sujetador de encaje negro que le cubría los pechos.

—Hambrienta —susurró Sunshine al tiempo que soltaba el cierre del sujetador—. Y no de comida.

Talon enarcó una ceja al escuchar el comentario y ver el modo en que se acariciaba los pechos antes de que sus manos descendieran hasta las braguitas.

¡Por los dioses! Qué crueldad.

Se quitó las braguitas con lentitud, de forma sensual.

—Te necesito, Talon.

—Creo que lo que necesitas es una ducha fría.

Ella se acercó como una leona al acecho.

Hipnotizado, Talon no se movió hasta que Sunshine extendió una mano hacia él para acariciarle los muslos. Al instante inclinó la cabeza y comenzó a lamerle la parte posterior de las rodillas.

La delicadeza de la caricia le hizo soltar un gemido. Su cuerpo se endureció y comenzó a palpitar mientras se alzaba con la intención de desatar sus botas de la barra. Aunque no tuvo la oportunidad. Ella tomó al asalto sus labios y lo besó con pasión.

Sunshine no podía pensar con claridad cuando se apartó y contempló esos ojos negros como el azabache. Su cuerpo había cobrado vida. Estaba en llamas. No podía concentrarse en otra cosa que no fuera la necesidad de sentirlo dentro de ella. En el anhelo abrasador de tener esas manos sobre su cuerpo.

Jamás había sentido una lujuria tan potente. Semejante avidez por saborear cada centímetro del cuerpo de un hombre.

Cómo lo deseaba…

Le cogió las manos y se las llevó a los pechos.

—Hazme el amor, Talon. Por favor.

Talon titubeó.

—No sé si deberíamos hacerlo mientras estás bajo la influ… —Se detuvo a media frase cuando ella le bajó los pantalones cortos hasta las rodillas.

Poseída por una lascivia que no había sentido jamás, Sunshine comenzó a mordisquear con cuidado la sensible zona de la cadera. Él soltó un gemido grave, instándola a continuar mientras Sunshine deslizaba la mano a través de los cortos rizos de su entrepierna, dejando que se le enredaran en los dedos hasta que lo cubrió con la palma.

Talon ni siquiera pudo moverse, asaltado por una oleada tras otra de placer.

Sunshine le acarició el miembro en toda su longitud, consiguiendo que se endureciera aún más.

—Vaya, vaya —murmuró—, ¿qué tenemos aquí?

Tomó el extremo entre los labios y empezó a rodearlo con la lengua antes de introducirlo más profundamente en la húmeda calidez de su boca. Talon extendió una mano hacia sus piernas desnudas y gimió de placer antes de atraerla hacia sí.

Ella comenzó a succionarlo con más fuerza mientras le acariciaba los testículos con los dedos, enviando punzadas de placer por todo su cuerpo.

Menuda suerte que estuviera colgado de ese modo. Con lo maravillosas que eran sus caricias, no le cabía la menor duda de que si hubiera estado de pie, a esas alturas ya estaría tirado en el suelo.

Cerró los ojos y disfrutó de las caricias de la lengua y los labios de Sunshine, que lo lamía y lo succionaba sin dejar de aumentar el placer con la mano hasta unos niveles peligrosos.

Talon le rodeó la cintura con el brazo y comenzó a mordisquear la suave zona que se encontraba sobre el hueso de la cadera. Ella dejó escapar un profundo gemido desde el fondo de la garganta. Talon sintió cómo la vibración atravesaba todo su cuerpo.

Sunshine se estremeció cuando él le separó las piernas. Le rodeó la cintura con los brazos y se dio un festín mientras él la acariciaba suavemente con los dedos. Sentía las contracciones de los abdominales de Talon con cada uno de sus movimientos. La dureza de esos músculos la llevó al delirio y cuando él la tomó en la boca, se le escapó un fuerte gemido.

A pesar de que le daba vueltas la cabeza siguió estimulándolo con la lengua y los labios mientras la boca de Talon continuaba obrando magia sobre su cuerpo. Jamás había experimentado algo parecido a esa entrega mutua. A esa necesidad recíproca de tocar al otro y darle placer.

La lengua de Talon se deslizó sobre su sexo, acariciándola y excitándola de tal manera que sintió que le flaqueaban las rodillas. Le deslizó las manos por la espalda en dirección a los hombros y lo acercó más a ella. Se balanceó sin pudor alguno contra él, sin dejar de lamerlo y estimularlo a su vez, saboreando el gusto salado de su cuerpo.

Un estremecimiento de placer la recorrió poco antes de que el éxtasis se adueñara de su cuerpo en continuas oleadas. Con un grito, se dejó llevar por el orgasmo.

Con todo, Talon siguió mordisqueándola y estimulándola hasta que el último estremecimiento hubo pasado.

Solo entonces se apartó Sunshine de él. Talon alzó la mirada y sonrió.

—Me encanta tu sabor —dijo él con voz ronca.

Ella le devolvió la sonrisa.

—Tienes la cara muy roja, por si no lo sabías.

Talon estalló en carcajadas mientras incorporaba el torso para desatar las botas de la barra.

—Y me duele la cabeza, aunque me da exactamente igual si explota. Por ti, merece la pena.

Comenzó a subirse los pantalones cortos, pero ella lo detuvo.

Sunshine recorrió esos abdominales tan duros como el acero con las manos y los labios hasta llegar a las piernas, y le quitó las botas y los pantalones.

—Voy a lamerte de la cabeza a los pies.

Él arqueó una ceja.

Sunshine le deslizó los dedos entre los dedos de los pies y Talon sintió una miríada de escalofríos.

—Voy a hacer que me pidas clemencia a gritos antes de acabar contigo.

Vaya, esa sí era una promesa que Talon quería ver cumplida. Cerró los ojos y gimió cuando ella comenzó a lamerle los dedos de los pies uno a uno. Su lengua se deslizaba con sensualidad entre ellos, provocándole una especie de pequeñas descargas eléctricas que aumentaron su erección hasta límites desconocidos.

A continuación ascendió por su cuerpo mientras lo acariciaba con las uñas.

—Eres mío y puedo jugar contigo si quiero —dijo ella con una pésima imitación del acento eslavo.

Talon siseó al sentir que Sunshine ascendía por sus piernas dejando un rastro de pequeños mordiscos. El roce de su lengua y de sus dientes le estimulaba la piel de las piernas y de la cara interna de los muslos.

Con una carcajada gutural, ella se apartó y le sonrió.

Talon le dirigió una mirada abrasadora cuando ella se cubrió los pechos con las manos y le rodeó el miembro con ellos. Apretó los puños cuando Sunshine comenzó a frotarse arriba y abajo contra él.

—¿Te gusta esto? —le preguntó con un tono erótico.

—Sí —respondió él con voz profunda y entrecortada.

—En ese caso veamos si puedo descubrir otra cosa que te guste.

Sunshine lo llevó hasta el futón y lo empujó hasta dejarlo tendido, tras lo cual gateó lentamente sobre su cuerpo para colocarse a horcajadas sobre sus caderas.

Jadeó cuando él deslizó los dedos en su interior. Estaba tan mojada, tan excitada… Necesitaba sus caricias.

Talon la tumbó sobre el colchón y se arrodilló entre sus piernas.

Con el corazón desbocado, Sunshine alzó la vista para mirarlo a los ojos.

—Coloca los pies en la pared que hay a mi espalda.

Ella obedeció.

Talon le levantó las caderas y se hundió en su interior.

Sunshine gritó cuando la colmó de placer. Su miembro estaba muy duro y grueso, y cada vez que él mecía las caderas entre sus piernas para penetrarla, el roce resultaba maravilloso. Desde esa posición Talon podía hundirse en ella por completo, puesto que el apoyo le permitía elevar más las caderas para acompasar cada una de sus embestidas, haciendo que la penetración fuese aún más profunda y poderosa.

Talon gruñó por las sensaciones tan increíbles que le provocaba Sunshine. La sujetó por las caderas y comenzó a moverse más deprisa.

Colocó una mano sobre el colchón por encima de su cabeza y la besó en los labios mientras deslizaba la mano libre hasta el húmedo triángulo de vello negro y utilizaba los dedos para acariciarla.

El cuerpo de Sunshine se estremeció de la cabeza a los pies cuando él acompasó las caricias de los dedos al ritmo de las embestidas. Se hundió más profundamente en su interior y se detuvo un instante para saborear la calidez y la humedad que lo rodeaban. Cómo necesitaba a esa mujer… Necesitaba esa conexión con ella.

No se trataba de algo meramente físico. Era mucho más.

Sunshine gimió y comenzó a balancearse muy despacio contra él.

—Eso es, nena —le susurró Talon al oído—. Muévete todo lo que quieras.

Y así lo hizo.

Con los ojos cerrados, Talon apretó los dientes para retrasar el orgasmo y así poder sentir cómo ella conseguía su propio placer. Le encantaba verla así. Fuera de control y exigente. Sin el menor asomo de pudor entre sus brazos.

Nadie sabía lo mucho que la había echado de menos y lo agradecido que se sentía por tenerla de nuevo.

Quería poseerla. Encadenarla a él para el resto de la eternidad.

Ojalá supiera cómo lograrlo.

Presa de una necesidad desesperada, volvió a colocarse de rodillas y recuperó el control.

Sunshine gimió de placer cuando Talon la embistió con fuerza y se introdujo aún más profundamente. Ella lo acogió con un deseo frenético.

Y cuando se corrió de nuevo, gritó su nombre.

Escuchó que Talon se reía junto a su oído antes de unirse a ella.

Sunshine sonrió cuando él salió de su cuerpo y se tumbó sobre el futón. Le dio un beso y se tendió sobre él como si fuera una manta.

—Mmm —murmuró—. Esto es lo que quise hacerte la primera noche.

—¿El qué? ¿Matarme de placer?

Ella le dio un puñetazo juguetón en el estómago.

—Eso también; pero no, me refería a servirte de manta.

Talon enredó los dedos en su cabello y le sujetó la cabeza.

—Nena, puedes ser mi manta siempre que sientas la necesidad.

Y no cabía la menor duda de que estaba sintiendo la necesidad. Con una sonrisa perversa, se frotó contra él y le dio un profundo y apasionado beso.

—¿Sabes que no he acabado contigo? —le dijo, utilizando sus mismas palabras.

—¿No?

Ella negó con la cabeza.

—No he hecho más que empezar.

Al amanecer, Talon estaba exhausto y cubierto de sudor. Y le dolían algunas partes que no sabía que pudieran dolerle a un hombre.

No estaba muy seguro de si volvería a tener ganas de echar un polvo de nuevo…

Se rió al pensarlo. Ya, claro. Lo que sí deseaba al menos eran unas cuantas horas de descanso antes de otro maratón.

Todavía respiraba con dificultad cuando por fin Sunshine se durmió, tumbada junto a él, con una mano enredada en su pelo y una pierna colocada sobre sus muslos desnudos.

Joder, Ash no bromeaba cuando le habló del deseo que sentiría Sunshine al despertar. Lo había obligado a adoptar posiciones de las que ni se sabía capaz. En ese mismo instante no le quedaban fuerzas. De hecho, no sentía deseo alguno de volver a abandonar esa cama en la vida; y si ella se hubiera dado la vuelta y le hubiera echado el guante una vez más, lo más probable habría sido que rompiera a llorar.

Soltó un gemido ante semejante idea mientras extendía el brazo hacia la mesilla y cogía el teléfono. Llamó a Aquerón para saber cómo iban las cosas. Solo esperaba que el teléfono funcionara en esa ocasión.

Y así fue.

Como siempre, Aquerón respondió al primer tono.

—Oye, ¿eres el Ash bueno o el Ash malo?

—Bueno o malo, soy el que tiene la escopeta.

Talon resopló al escuchar la respuesta. Era una cita de la excéntrica película El Ejército de las tinieblas, que Aquerón adoraba.

—Solo el verdadero Ash habría sido lo bastante rarito como para soltar eso.

—Vaya, gracias, celta. ¿Cómo va todo? ¿Se ha despertado ya Sunshine?

—Sí.

—¿Y todavía eres capaz de caminar y de moverte?

—Mejor no entrar en detalles.

Ash soltó una breve carcajada.

—Ya, vale. Dime qué necesitas.

—Recibí una llamada del impostor no mucho después de llegar aquí con Sunshine.

Se hizo un silencio sepulcral al otro lado. Ni siquiera podía escuchar la estática de la línea del móvil.

—Oye, T-Rex, ¿sigues ahí?

—Estoy aquí. ¿Qué te dijo?

—Sobre todo que te odiaba. Al principio creí que eras tú, pero dijo un par de cosas que me parecieron absurdas en ti.

—¿Qué cosas?

—Dijo que él (refiriéndose a ti) había sido adicto a la droga que le había suministrado a Sunshine. Sacarte a ti algo tan personal sería como arrancarle un diente a un león sin tranquilizantes.

Aquerón guardó un silencio absoluto una vez más.

—Oye, colega, ¿sigues conmigo? —preguntó Talon.

—¿Dijo algo más?

—Sí, dijo que tenías una hermana a la que dejaste morir. Le dije que era un mentiroso e intercambiamos unos cuantos insultos antes de que me colgara el teléfono.

Talon escuchó la voz de Nick de fondo llamando a Ash mientras Zarek gruñía que lo soltara.

—¿Algo va mal?

—Nick acaba de traer a Zarek. Está herido. Tengo que irme.

—De acuerdo, pero llámame después y cuéntame lo que ocurre.

—Lo haré.

El teléfono se quedó en silencio.

Vaya, todo aquello resultaba de lo más extraño. Con el ceño fruncido, Talon volvió a dejar el teléfono en la mesilla y se giró hacia Sunshine.

Ella se despertó gritando. Talon la sujetó cuando comenzó a retorcerse sobre el futón.

—Tranquila —susurró contra su cabello—. Soy yo, Talon. Estás a salvo.

Sunshine comenzó a temblar contra su cuerpo.

—Creí que estaba todavía… —Tensó los brazos a su alrededor—. Dios, Talon, tenía tanto miedo…

La furia le atravesó el corazón.

—Siento mucho no haber podido protegerte. ¿Te hicieron daño?

Ella negó con la cabeza.

—Se limitaron a asustarme. Sobre todo uno al que llamaban Stig o Estigio o algo así.

—¿Estigio? ¿Como el río griego?

Ella asintió.

—Tenía el aspecto de un lunático. Espeluznante. Su mirada estaba cargada de odio y lo contemplaba todo con una mueca de desprecio. Camulos tenía que tranquilizarlo continuamente.

Talon tensó la mandíbula. Tenía toda la intención de encontrar a esos dos capullos y hacerles verdadero daño.

—Lo siento, nena. Te prometo que jamás volverán a ponerte las manos encima.

Sunshine lo estrechó con más fuerza.

—Me alegro muchísimo de que me encontraras, pero ¿cómo supiste dónde estaba?

—Camulos me llamó por teléfono.

Las noticias parecieron dejarla estupefacta.

—¿Por qué?

—No lo sé. Creo que lo único que quería era jugar con mi mente. Es así de retorcido.

Ella se sentó; tenía ganas de vomitar.

—¿Qué es lo que me dieron?

—Un tipo de droga. Un afrodisíaco. ¿Se propasaron contigo?

—No —respondió Sunshine—. Me obligaron a beberlo y después me dejaron a solas. Estaba asqueroso. Todavía estoy un poco mareada y tengo una sensación extraña. —Lo miró y esbozó una sonrisa—. Pero recuerdo muy bien lo que hice contigo.

—Sí, yo también.

Ella se echó a reír y su cuerpo se quejó por el movimiento.

—¿Estás tan dolorido como yo?

—Digamos que no tengo prisa por salir de la cama.

Sunshine trazó el contorno de su tatuaje mientras se consolaba con la idea de estar a salvo con él. Resultaba delicioso tenerlo a su lado de nuevo. Escuchar el sonido de su voz. Recordaba los disparos que lo habían alcanzado y lo aterrorizada que se había sentido ante la posibilidad de que muriera a causa de las heridas.

Ya no quedaba ni una leve señal de ellos.

—Me alegro mucho de que no te mataran —susurró.

—Créeme, yo siento lo mismo por ti.

Sunshine le pasó la mano por el pezón y se detuvo cuando sintió una repentina oleada de náuseas.

—¿Sunshine?

Salió de la cama y corrió en dirección al baño.

Talon la siguió y la sujetó mientras ella eliminaba de su organismo los residuos de la droga.

Sunshine no fue consciente del tiempo que pasó allí. Tenía la sensación de que nunca dejaría de vomitar.

Talon se quedó a su lado todo el tiempo, sujetándole el cabello y limpiándole la cara con un paño húmedo y frío.

—¿Estás bien? —le preguntó cuando ella se detuvo por fin.

—No lo sé. Me encuentro fatal.

Talon le dio un beso en la coronilla.

—Te traeré una Coca-Cola y unas galletas saladas. Te ayudarán a asentar el estómago.

Ella le dio las gracias y se acercó al lavabo para lavarse los dientes mientras Talon iba en busca del refresco.

Cuando salió del cuarto de baño, encontró a Talon esperándola en la cama.

Se sentó a su lado y se arropó con las sábanas. Todavía temblaba y tenía náuseas.

Talon le ofreció una galleta y una lata de Coca-Cola.

—Vaya —dijo ella al tiempo que cogía ambas cosas—, debo de gustarte mucho para que me permitas comer galletas saladas en tu cama.

Él le apartó el pelo de la cara. La intensidad de su mirada la abrasó.

—Sí, es cierto.

Sunshine sintió un escalofrío al escuchar esas palabras.

—¿De verdad, Talon? ¿O es a Ninia a quien amas? Cuando me miras, ¿ves a Sunshine o a tu esposa?

—Os veo a ambas.

Sunshine se encogió ante semejante respuesta. No era eso loque quería oír. Durante toda su vida se había esforzado por ser ella misma. Sus padres la habían aceptado, pero los chicos con los que había salido siempre habían tratado deque cambiara. Incluso Jerry.

El último tipo con el que había salido, solo estaba interesado en ella porque le recordaba a su ex novia.

Y a Talon le recordaba a su difunta esposa.

No se sentía ganadora de ese modo.

¿Por qué no podía nadie amarla por ser Sunshine?

¿Se mostraría Talon tan tierno y atento en esos momentos si ella no fuera su esposa reencarnada?

—¿Qué es lo que te gusta de mí? —le preguntó al tiempo que mordisqueaba la galleta.

—Me gusta tu pasión y adoro tu cuerpo.

—Vaya, gracias. ¿Significa eso que si fuera gorda y horrible saldrías corriendo hacia la puerta?

—¿Saldrías corriendo tú si yo lo fuera?

Touché. El hombre era rápido con las réplicas.

—Es muy probable. Sin duda, la echaría abajo tratando de escapar de ti.

Él se echó a reír al escuchar aquello.

—Te perseguiría si lo hicieras.

—¿Lo harías?

—Sí, lo haría.

Pero ¿iría en pos de Sunshine o de Ninia?

Esa pregunta no la dejaba en paz.

Sunshine se inclinó hacia delante y le dio un beso en la frente.

—Tienes que dormir un poco. Pareces exhausto.

Y lo estaba.

Era casi mediodía y al contrario que ella, no estaba acostumbrado a estar despierto todo el día.

—De acuerdo. Recuerda: solo tienes que pulsar el cuatro y la almohadilla para llamar a Nick si necesitas cualquier cosa. Y no te alejes demasiado. Camulos volverá, pero no sé cuándo. Al menos aquí sé que los caimanes los retrasarán. De modo que asegúrate de quedarte lo bastante cerca como para que pueda llegar hasta ti en caso de que ocurra algo.

Ella asintió.

—Si no estoy en la cabaña, estaré al otro lado de la puerta pintando. Te lo prometo.

—Está bien. —Cediendo a la ternura, le acarició la mejilla con la nariz antes de besarla—. Te veré dentro de unas horas.

Sunshine lo arropó, se vistió, apagó las luces y salió de la cabaña en silencio para pintar.

A medida que la tarde avanzaba mientras ella trabajaba en el porche, se dio cuenta de que Talon había vivido allí durante siglos y en todo ese tiempo jamás había visto lo hermoso que estaba el pantano a la luz del día. Nunca había visto cómo la luz del sol moteaba el agua. Ni el intenso verde del musgo que cubría el tocón que había junto a su embarcadero. Durante la noche, la orilla perdía todo rastro de color.

Era una lástima que tuviera que vivir de ese modo. Solo en un mundo sin…

Se encogió cuando se le vino a la mente el brillo del sol, que era lo que significaba su propio nombre.

—¡Señor! —murmuró—. Qué patético suena eso.

Aun así, no pudo evitar que su corazón se apenara por él.

Era la viva imagen de la soledad.

Talon no permitía que nadie se le acercara a causa de Camulos. Debía de ser terrible.

Cuando oscureció, comenzó a recoger sus cosas y regresó al interior de la cabaña con Beth vigilándola desde el embarcadero. Sunshine le hizo una mueca al autoritario animal y le arrojó los restos de las galletas.

Físicamente se sentía mucho mejor; pero en el plano psicológico estaba muy afectada.

Contempló a Talon mientras dormía. Era una criatura de la noche. Literalmente. No podría cambiarlo. Jamás.

Él era inmortal.

Ella era humana.

No había esperanza para ellos.

La simple idea era suficiente para echarse a llorar.

«Tienen una cláusula de rescisión.»

No obstante, Talon tendría que estar dispuesto a ello y ¿después qué? ¿Tendría que convertirse en su esposa? ¿Esperaría él que fuera como Ninia?

Se estremeció ante esa idea. Sin ánimo de ofender, Ninia había sido una pánfila.

Vivir para complacer al marido no estaba mal, pero Ninia lo había llevado hasta extremos insospechados. Jamás había puesto en duda las decisiones de Talon, jamás había discutido con él. Talon le decía que saltara y ella se limitaba a hacerlo sin preguntar siquiera hasta dónde. Había hecho todo lo que él quería sin importar cuáles fueran sus propias ideas o deseos.

Había sido una esposa perfecta. ¡Puaj!

Sunshine no creía poder comportarse de la misma manera si tuviera que hacerlo. Era demasiado franca y testaruda. Y en ocasiones incluso un poco egoísta.

Quería una relación de igual a igual con un hombre. Alguien que pudiera aceptar sus necesidades como artista. Alguien que pudiera apreciarla en la misma medida que ella lo haría, incluyendo los defectos.

Le gustaba cómo era. Le gustaba su vida.

Con Talon jamás estaría segura de si la amaba por ella misma o si la toleraba a causa de Ninia.

¿Cómo podría averiguar la verdad?

Talon se despertó al sentir la suavidad de la mano que le acariciaba el pelo. No le hizo falta abrir los ojos para saber quién era la persona que lo tocaba. Podía sentirla en lo más profundo de su corazón.

Sunshine.

Parpadeó varias veces antes de abrir los ojos del todo y la vio sentada a su lado.

—Buenos días —dijo ella.

—Buenas noches.

Sunshine le ofreció una taza de café. Talon le dio un sorbo a la espera de encontrarse con un sabor repugnante, pero estaba bueno de verdad. Muy bueno.

Al ver su expresión de sorpresa, ella se echó a reír.

—Mis padres sirven café en el bar. Puede que no lo tome, pero sé cómo prepararlo.

—Lo haces muy bien.

Ella sonrió de oreja a oreja.

Talon se recostó en la cama para observarla.

—¿Qué has hecho mientras dormía?

—Trabajar. He quedado con un cliente para enseñarle las piezas que me encargó. Si le gustan, firmaremos un contrato gracias al cual me encargaré de los grabados y los murales de su cadena de restaurantes.

—¿En serio? —preguntó Talon, impresionado por las noticias.

Los ojos de Sunshine resplandecieron por la emoción y sus mejillas se sonrosaron. Estaba claro que significaba mucho para ella.

—Si consigo ese contrato, no tendré que volver a vender en la plaza. Por fin tendré el dinero suficiente para abrir mi propio estudio.

—Bueno, yo podría darte el dinero para eso.

La tristeza ensombreció el rostro de Sunshine.

—Mis padres también, pero esto es algo que quiero hacer por mí misma. No quiero que nadie me ayude en nada.

Talon lo entendía muy bien. Había pasado la mayor parte de su vida como mortal tratando de demostrar su valía a los demás.

—Nunca viene mal recibir ayuda.

—Lo sé, pero no sería lo mismo. Además, creo que sería genial entrar en un restaurante y ver mis cosas colgadas allí.

—Desde luego que sí. Espero que consigas el contrato.

Ella volvió a sonreír.

—¿Y tú? ¿Cuáles son tus sueños?

—Mi sueño es que un huracán no derribe jamás mi cabaña durante el día.

Sunshine soltó una carcajada.

—Venga, en serio.

—Te lo digo muy en serio. Las cosas se pondrían muy feas si ocurriera algo así.

Ella se sentó sobre los talones.

—No tienes ningún plan para el futuro, ¿verdad?

—No hay nada que planear, Sunshine. Soy un Cazador Oscuro.

—¿Has pensado alguna vez en renunciar?

—Jamás.

—¿Ni siquiera ahora?

Él guardó silencio mientras lo meditaba.

—Si pudiera derrotar a Camulos, quizá. Pero…

Sunshine asintió, ya que comprendía demasiado bien ese obstáculo. Camulos se había reído de ella cuando le había preguntado si podría o querría perdonar a Talon.

«La Tierra perecerá antes de que yo lo deje tranquilo. Mientras viva, pagará por haber arrebatado la vida de mi hijo.»

Aunque no se lo había contado a Talon. No quería que se enfadara.

Encontraría alguna otra forma de convencer a Camulos.

—De acuerdo —dijo—. No volveré a mencionarlo. Disfrutemos del tiempo que tenemos.

—Me parece un plan perfecto.

Pasaron la noche muy tranquilos, entre juegos y charlas. Sunshine rebuscó en la cocina y consiguió encontrar los elementos necesarios para fabricar pintura corporal comestible.

Talon le enseñó los usos de la crema de chocolate y se deleitó con la expresión de placer de su cara mientras ella comía esa perversa sustancia.

Y consiguió por fin cubrirla de chocolate y quitárselo a lametones.

¿Quién habría pensado que acostarse con una artista sería tan divertido?

Jamás había disfrutado tanto como aquella noche. Jamás se había reído tanto. Se sentía cómodo y relajado. Ya no tenía que ocultarle nada. Ella sabía lo que era, conocía al Cazador Oscuro y al hombre.

Sunshine se quedó dormida poco después de la medianoche y lo dejó solo para pensar en su relación.

Salió de la cabaña y se sentó en el porche. La noche era tranquila y fresca. La niebla del pantano era densa y podía escuchar el sonido del agua a su alrededor.

Durante siglos esa había sido su solitaria existencia.

No podía recordar cuántas veces se había sentado allí solo con el único fin de escuchar los sonidos en la oscuridad.

Y al otro lado de esa puerta cerrada lo aguardaba el paraíso.

Ojalá pudiera quedarse con ella.

¿Cómo podía un hombre derrotar a un dios? ¿Sería posible siquiera?

Como mortal jamás se le había ocurrido plantearse algo así, pero en esos momentos…

En esos momentos se preguntaba…

Se fue a la cama pocas horas después del amanecer. Apenas había dormido una hora cuando escuchó a Sunshine rebuscando en su escritorio.

—¿Qué haces? —le preguntó medio dormido.

—Busco las llaves del catamarán.

—¿Por qué?

—Ya te lo dije, tengo que reunirme con un cliente.

Talon se frotó los ojos y trató de concentrarse en lo que ella decía.

—¿Qué?

—Te lo conté anoche, ¿recuerdas? Se supone que tengo que reunirme con él en mi puesto a las once. Te prometo que me reuniré con él y luego volveré aquí lo antes posible.

—No puedes hacer eso.

Ella guardó silencio mientras lo observaba.

—Ya te he dicho lo importante que es esto para mí. Para mi carrera.

—Sunshine, no seas estúpida. Es tu vida lo que está en juego.

—Sí, así es. —Reanudó su búsqueda por el escritorio—. Y no pienso dejar que ningún psicópata enfermo arruine la única oportunidad de conseguir lo que quiero. Créeme, si ese chalado se acerca a mí hoy, me aseguraré de que sea el último error que comete. Antes no sabía que me perseguían. Pero ahora sí y puedo cuidar de mí misma.

Enfurecido por el hecho de que se atreviera a desobedecerlo, Talon se levantó.

—No pienso dejar que te vayas de aquí.

—No me digas lo que puedo o no puedo hacer, Talon. Ni siquiera mi padre me da órdenes. Soy una mujer adulta con ideas propias y no permitiré que nadie me diga cómo tengo que vivir.

—Joder, Sunshine, sé razonable. No quiero que te hagan daño.

—¿Por qué? ¿Porque me amas?

—Sí, te amo.

Ambos se quedaron inmóviles en cuanto masculló las palabras.

Sunshine sintió un cosquilleo en el corazón. Quería creerlo. Con desesperación. Pero ¿era cierto?

—¿De verdad? —preguntó con voz ronca y seria.

Talon la contempló mientras ella abría el cofre de plata forrado de terciopelo que había sobre su escritorio y que contenía un colgante idéntico al suyo, aunque más pequeño.

El colgante de una mujer.

El colgante de Ninia.

Ella le tendió la cajita abierta.

—¿O es a Ninia a quien amas?

Talon cerró los ojos, incapaz de soportar la visión del colgante de su esposa. Tendría que haberlo destruido siglos atrás.

Aunque no había sido capaz.

Lo había guardado y dejado fuera de la vista.

Jamás había abandonado sus pensamientos.

Sunshine cerró la caja y volvió a colocarla sobre el escritorio.

—Tengo que hacer esto. Por mí. No quiero vivir con miedo. Camulos sabe que estamos juntos. Puede atraparme y matarme aquí con tanta facilidad como en la ciudad. Es un dios, Talon. En realidad no podemos escondernos de él.

Talon se encogió cuando esas palabras lo golpearon. En su mente, vio a su tío abatido mientras él luchaba por llegar a su lado. Vio la estocada letal que derribó a Idiag antes de que pudiera llegar hasta él.

El dolor le desgarró el pecho. Comprendía muy bien la necesidad de Sunshine de probarse a sí misma, de tener algo propio. Pero no podía permitir que se fuera sola, desprotegida.

Además, necesitaba todas sus fuerzas para luchar y defenderla, lo que significaba que debía descansar un poco más. Si salía esa noche estando exhausto, lo único que conseguiría sería que los mataran a ambos. Si volvía a la cama mientras ella estaba allí, no le cabía la menor duda de que en cuanto cerrara los ojos Sunshine se escabulliría de la cabaña.

Y si se llevaba el catamarán, estaría atrapado allí hasta que Nick le trajera el otro del cobertizo.

Joder.

—Está bien —dijo con irritación antes de coger el teléfono móvil. Había tan solo una persona además de Ash con la fuerza y los poderes necesarios para luchar contra un dios y tener alguna posibilidad de salir indemne—. Puedes ir, pero te acompañará alguien.

—¿Quién?

Talon alzó una mano para que guardara silencio cuando Vane respondió.

El katagario no parecía muy contento de escuchar su voz.

—No te he dado permiso para que me llamaras, celta.

—Muérdeme el culo, lobezno. Necesito un favor.

—Me deberás una.

Talon miró a Sunshine.

Por ella, cualquier cosa.

—Y te la devolveré encantado —le dijo a Vane.

—De acuerdo, ¿qué necesitas?

—¿Puedes adoptar la forma humana durante el día?

Vane resopló.

—Es obvio que sí. ¿Has tratado alguna vez de responder al teléfono sin pulgares oponibles? Por no mencionar el hecho de que estoy hablando contigo en una lengua humana en lugar de aullar o gruñir.

Talon emitió un gruñido bronco ante el sarcasmo.

—Ya, pero ¿puedes mantener la forma y luchar como humano a la luz del día?

Vane volvió a resoplar.

—Claro que sí. La luz del sol no me afecta.

—Bien. Sunshine necesita ir esta mañana a Jackson Square un rato.

—¿Lo has hablado con Ash?

—No.

Vane se echó a reír.

—Viviendo al límite. Me encanta. De acuerdo. Dime qué quieres que haga.

—Quiero que la protejas hasta que yo pueda relevarte cuando se ponga el sol.

—Marchando un perro guardián. Estaré ahí en media hora.

—Vale, gracias.

—Diría que no hay de qué, pero me debes una.

—Sí, lo sé.

Sunshine frunció el ceño cuando él colgó el teléfono.

—¿Quién era ese?

—Ese era Vane.

—¿También es un Cazador Oscuro?

—No, amor. Estás a punto de conocer a tu hombre lobo.