12

Talon estaba furioso. Llevaba un tiempo llamando a Ceara y esta todavía no había respondido. Había tratado de entrar al plano espiritual y no había podido.

El hecho de que sus emociones estuviesen fuera de control estaba mermando sus poderes y debía someterlas para poder pensar de forma adecuada.

Sin embargo, le resultaba imposible.

Tenía que encontrar a Sunshine.

Estaba sola en alguna parte, sin nadie que la protegiera. Si le había ocurrido algo, encontraría la manera de hacérselo pagar a Camulos; dios o no de por medio, nadie volvería a hacerle daño de nuevo.

Se paseó por la zona que había al otro lado de la puerta trasera del Runningwolf’s como un león enjaulado. La ira hacía que le hirviera la sangre en las venas. Era un sentimiento afilado y tangible. Quería despedazar algo con las manos. Destrozar algo con los colmillos.

La parte más siniestra del Cazador Oscuro había sido liberada y por primera vez alcanzaba a comprender en cierta medida lo que sentía Zarek.

Era una furia tan visceral, tan poderosa, que lo dominaba por completo.

Estampó la mano contra el muro de ladrillos que había junto a la puerta.

—¡La traeré de vuelta! —gritó.

Pese a tener el cuerpo destrozado y seguir sangrando, no tenía la menor intención de volver a subir al ático de Sunshine, aun cuando las heridas le dolían tanto que sentía una abrumadora necesidad de dormir.

No iba a tumbarse para atender sus heridas.

Permanecería despierto aunque eso lo matara de nuevo.

En su mente, no dejaba de ver una y otra vez cómo Ninia moría en sus brazos, solo que en esos momentos era el rostro de Sunshine el que veía. Escuchaba su dulce acento sureño llamándolo.

Tan pronto como se pusiera el sol, saldría a buscar a Sunshine para traerla de vuelta a casa. Sin importar lo que le costara.

Que los dioses ayudaran a cualquiera que fuese lo bastante imbécil como para interponerse en su camino.

Faltaba un cuarto de hora para la puesta de sol cuando Aquerón y Nick llegaron hasta la puerta trasera y se adentraron en el oscuro vestíbulo del club. Talon se echó hacia atrás, lejos de la mortecina luz del sol que se derramaba desde el vano.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Ash cuando Nick cerró la puerta.

Talon luchó por controlar la furia y la preocupación que lo embargaban. Sus emociones eran tan fuertes que si sus poderes no hubieran estado menguados, es muy probable que hubiera alzado el edificio de sus cimientos tan solo con el pensamiento.

—Camulos entró por la fuerza con una docena de humanos. Venían preparados para encontrarse con un Cazador Oscuro y llevaban linternas halógenas.

—¿Estás sangrando? —preguntó Nick en cuanto sus ojos se adaptaron a la oscuridad. Pálido y horrorizado, entornó los ojos para observar las heridas de Talon—. Joder, estás sangrando como un cerdo.

Talon no prestó atención al tono nervioso de Nick.

—Me dispararon.

—No, tío —dijo Nick—. Te convirtieron en un queso suizo. Ash, mira su espalda.

Ash soltó un gruñido al verla.

—¿Te encuentras bien?

—Estoy dolorido, pero lo bastante bien como para cazar y muy capaz de matar.

—Mierda —susurró Nick—. Creí que tus poderes incluían la curación.

Talon lo miró con sorna.

—Y así es, pero yo curo absorbiendo el dolor y las heridas en mi propio cuerpo. Resulta bastante difícil hacerlo cuando soy yo el que está herido.

—Nick —ordenó Ash—. Tráele más ropa a Talon. Ahora mismo.

Nick se marchó al instante para llevar a cabo el encargo.

Ash clavó sus escalofriantes ojos plateados en Talon.

—No puedes salir ahí fuera cubierto de sangre y con docenas de agujeros de bala en el cuerpo. Creo que la gente comenzaría a albergar ciertas sospechas y se preguntaría cómo es posible que puedas ponerte en pie y no estar… digamos… muerto. Lo último que me hacía falta es que otro Cazador Oscuro saliera en las noticias de la noche.

Talon se mantuvo firme contra esa orden.

—Ya te lo he dicho, T-Rex. Voy a salir tan pronto como se ponga el sol. Y ya quedan menos de trece minutos.

Ash lo fulminó con la mirada.

—Joder, celta. Será mejor que te controles un poco y te pares a pensar en la situación.

—Estoy bien, Aquerón. No me pasa nada que no se pueda solucionar matando a unas cuantas personas.

Ash entrecerró los ojos un poco más.

—Date la vuelta y ponte de cara a la pared.

Sin estar muy seguro de lo que pretendía Ash, pero con confianza ciega en él, Talon obedeció.

Sintió que Ash le colocaba la mano en el centro de la espalda. Su contacto resultaba cálido y electrizante, e irradiaba un calor que se extendió por todo su cuerpo. Talon siseó cuando el palpitar de sus heridas aumentó todavía más. Acto seguido, en el transcurso de un par de segundos, las balas comenzaron a salir de su piel y los agujeros que habían dejado comenzaron a cerrarse por sí solos.

Qué hijo de puta; no tenía ni idea de que Ash poseyera ese tipo de poder. Estaba muy impresionado.

Mientras sus heridas sanaban, el teléfono de Talon comenzó a sonar.

Ash se alejó de él mientras respondía.

—¿La echas de menos, Speirr?

—Maldito seas, Camulos. ¡Maldito seas!

Obtuvo una carcajada por respuesta.

—Dime, ¿es mejor conocer el amor y perderlo a no haberlo conocido jamás?

Talon comenzó a verlo todo rojo.

—¿Dónde está?

—¿Talon?

Se le hizo un fuerte nudo en el estómago al escuchar la voz aterrorizada de Sunshine.

—¿Estás bien, nena? —le preguntó con la voz rota.

—No me han hecho daño, pero quieren que vengas a un almacén en Commerce Street. Yo…

—¡Sunshine! —gritó Talon con el corazón desbocado—. Sunshine, ¿estás ahí?

—Claro que está aquí, Speirr. Pero te necesita. Si la quieres, preséntate en el 609 de Commerce Street a las siete en punto. Tráete a todos los amigos que quieras y veremos quién se lleva a Sunshine a casa esta noche y en cuántos pedazos.

La línea se quedó en silencio.

Una furia ciega y abrasadora lo atravesó de arriba abajo. Sin tener en cuenta la amenaza del sol, se dirigió hacia la puerta.

Ash lo cogió a tiempo.

—Talon, mírame.

Él se negó a hacerlo. Lo único que veía era a Sunshine muerta.

—¡Talon! —gritó Ash—. Contrólate, joder. Si sales así ahí fuera, estás muerto.

—¿Y qué coño sabes tú del asunto?

—Celta —dijo Ash al tiempo que lo sujetaba con más fuerza—, estás haciendo justo lo que quieren. Estás a punto de salir corriendo para darte de bruces con los últimos minutos de luz solar. Piensa. De todos los Cazadores Oscuros, tú eres en quien más confío a la hora de pensar con lucidez. No dejes que te hagan esto.

Talon respiraba de forma entrecortada mientras trataba de atemperar el miedo y la furia.

—No puedo dejarla morir.

—No lo hará si te controlas. Tienes que controlar tu temperamento. —Ash lo liberó.

Talon apretó y aflojó los puños mientras contemplaba la puerta.

—Piensa, Talon —dijo Ash con una voz extrañamente relajante—. Recuerda lo que te enseñé. Recuerda que te convertiste en un Cazador Oscuro porque no pudiste controlar la furia. Tienes que encontrar tu paz espiritual. Tu equilibrio.

Talon respiró hondo y expulsó la furia con lentitud. Con mucha lentitud.

—Vale, ya estoy casi calmado.

—Bien, porque no quiero que estés casi muerto. —Ash se apartó de él—. Esperaremos a que regrese Nick con tu ropa y luego iremos juntos a buscarla.

Talon asintió, aunque la idea de esperar no hacía sino agrandar el nudo que sentía en el estómago. Pero Ash tenía razón. Si no hacían con exactitud lo que Camulos había dicho, la mataría tan solo por despecho.

Se encogió al pensarlo.

—Va a matarla ahora mismo, ¿verdad?

—No lo sé, Talon. Espero que no.

Talon se detuvo un momento para recordar la dirección que le había dado Camulos.

—Commerce Street. ¿No fue justo al lado donde asesinaron a esa mujer?

Aquerón parecía perplejo.

—¿A qué mujer?

—A esa que me dijiste que fuera a ver. —Ash lo miró con una expresión inescrutable—. Ya sabes —insistió Talon— la mujer que según tú podría haber matado Zarek.

Aquerón frunció el ceño.

—No te he llamado para que fueras a ver a una mujer asesinada y estoy muy seguro de que jamás he creído que Zarek fuera capaz de matar a una mujer.

—Sí, sí que lo hiciste.

Aquerón sacudió la cabeza muy despacio.

—No, no lo hice.

Talon frunció aún más el ceño. ¿Qué cojones le pasaba a ese tío? ¿Es que Aquerón se estaba volviendo senil? No era propio de él mostrarse tan olvidadizo. Debería ser él quien actuara de ese modo, no Ash.

—T-Rex, me reuní contigo allí, ¿lo recuerdas? Me llamaste y mientras estaba contigo, Zarek se montó su fiestecita con la policía. Sé que eras tú. No hay otro hombre en este mundo de tu estatura que se te parezca.

El color abandonó las mejillas de Aquerón. Si Talon no supiera a qué atenerse, habría jurado que era verdadera preocupación lo que mostraban los ojos de Ash.

Algo iba muy mal.

—¿Qué pasa, Ash?

Aquerón se alejó de él.

—Tengo que encargarme de algo. Quédate aquí; regresaré con tiempo de sobra para ir en busca de Sunshine.

Talon atrapó el brazo de Ash cuando este se dirigía hacia la puerta.

—Será mejor que me pongas al tanto de lo que ocurre. Ahora.

—No puedo.

—Aquerón, no es el momento de jugar al Oráculo. Si sabes lo que está pasando y a qué nos estamos enfrentando, tienes que desembucharlo.

Para el más absoluto asombro de Talon, Ash se desvaneció.

Aquerón era incapaz de respirar cuando se teletransportó a Katoteros, una pequeña región inferior situada entre dimensiones. Aquel era su dominio privado, que se suponía que nadie salvo él había pisado jamás.

Siglos atrás, Hades lo había relegado a ese lugar inexistente. O, para decirlo con mayor corrección, Hades lo había encarcelado allí. Desde el día que Artemisa lo liberara, Ash había utilizado ese lugar como un indicador que le recordaba lo que era. Lo que había sido…

En esos momentos le tocaba a él luchar por recuperar el control. Tenía pocos minutos para dominar sus pensamientos. Y sus emociones.

Tenía un nudo en el estómago y le entraron ganas de vomitar cuando los recuerdos y el dolor comenzaron a asaltarlo. El aire que lo rodeaba chisporroteaba y crepitaba al son de su voluble estado.

Tenía que recuperar el control de sí mismo. No podía permitirse el lujo de dar rienda suelta a sus emociones.

Si lo hacía, no habría nadie que pudiera detenerlo. Ash se pasó las manos por el largo cabello negro y emitió su antiguo grito de batalla. Un relámpago zigzagueó en lo alto y unas cuantas nubes grises de tormenta enturbiaron el escalofriante cielo negro azulado que había sobre su cabeza.

Aquello no podía estar ocurriendo. No en esos momentos. Y sin embargo, no había otra explicación. Stig estaba libre. Había logrado escapar de alguna forma de la Isla del Retiro y andaba suelto por Nueva Orleans. ¿Cómo era posible que hubiera ocurrido algo así?

Y Stig se estaba haciendo pasar por él. Se estaba relacionando con sus hombres y hablándoles… Sintió una punzada de horror en el pecho.

Tenía que detenerlo antes de que revelara su pasado a alguien. No podía soportar la idea de que alguien conociera los hechos de su vida como mortal. De que alguien se enterara de lo que había sido. De lo que había hecho…

—¿Aquerón?

Dio un respingo al escuchar la voz de Artemisa.

—Este es un lugar íntimo para mí, Artie. Me prometiste que jamás vendrías aquí.

Ella se materializó frente a él.

—Percibo tu dolor.

—Como si te importara…

La diosa estiró una mano para tocarle la cara, pero él cruzó los brazos sobre el pecho y se apartó de ella. Artemisa suspiró y dejó caer la mano.

—Me importa, akribos. Más de lo que crees. Pero esa no es la razón de que haya venido. Me he enterado de lo de Zarek.

Ash soltó un ronco gruñido. Por supuesto que ella jamás acudiría porque él sintiese dolor. Le había enseñado mucho tiempo atrás que su sufrimiento no significaba nada para ella.

—Me estoy encargando de ello.

—¿Y cómo? Ha sido descubierto y ahora lo persiguen las autoridades humanas. Lo ha puesto todo en peligro. Debe morir.

—No —masculló—. Yo me encargaré del asunto. Solo necesito un poco más de tiempo.

El rostro de la diosa lucía su característica expresión calculadora.

—¿Y qué me darás a cambio de ese tiempo que solicitas?

—Joder, Artemisa, ¿por qué contigo todo tiene que hacerse en forma de trato? ¿Es que no puedes por una sola vez hacer algo tan solo porque yo te lo pido?

—No hay nada gratis —replicó mientras caminaba en círculos a su alrededor. Ash se encogió cuando ella recorrió su espalda con la mano—. Tú deberías saberlo mejor que nadie. Un favor requiere otro favor.

Aquerón respiró hondo y se preparó para lo que vendría a continuación. Le gustara o no, tendría que suplicar para mantener a salvo a Zarek.

—¿Qué quieres?

Ella le apartó el cabello de la nuca y lo acarició con los labios y la nariz. El cuerpo de Ash se vio recorrido por los escalofríos y se endureció contra su voluntad.

Cuando habló, la voz de la diosa sonó grave y ronca.

—Ya sabes lo que quiero.

—Está bien —dijo él con resignación—. Puedes tenerme, pero no envíes a Tánatos todavía. Deja que lleve a Zarek de vuelta a Alaska.

—Mmm —suspiró ella contra su cuello—. ¿Ves…? Es mucho mejor cuando colaboras.

Ash se puso rígido cuando ella lamió su piel.

—Una pregunta —dijo con frialdad—. ¿Liberaste a Stig para poder joderme?

Ella se apartó con brusquedad y caminó a su alrededor con una mirada perpleja.

—¿Qué?

Ash la observó con detenimiento; quería saber la verdad.

—Stig está en Nueva Orleans.

Artemisa pareció anonadada.

—Jamás te habría hecho una cosa así, Aquerón. No tenía ni idea de que había escapado. ¿Estás seguro?

Pese a todo, le alivió saber que ella no lo había traicionado. Otra vez.

—Talon lo vio y creyó que era yo.

Artemisa se apretó la mano contra los labios. Sus ojos verdes estaban aterrorizados.

—Vendrá a por ti.

—Ya lo está haciendo. Estoy seguro de que el bailecito de Zarek frente al club no fue más que una trampa para conseguir que tú mataras a Zarek. Sin duda, Stig está tratando de neutralizar a mis hombres. Bien para evitar que me protejan o bien para mantenerme distraído.

—No dejaré que te tenga —dijo ella con énfasis.

—Esto es entre mi hermano y yo, Artie. Quiero que te quedes al margen. —Ash aumentó la distancia entre ellos—. Volveré al amanecer para cumplir mi parte del trato. Entretanto, déjame a Zarek a mí.

Vane todavía conservaba su forma humana mientras ayudaba a su hermana a comerse su quingombó.

Era la única criatura viviente a la que le había permitido ver el lado tierno de su carácter. Para el resto del mundo debía comportarse siempre de forma implacable y dura, si noquería que su manada se abalanzara sobre Anya y Fang a causa de su herencia híbrida.

Vane agarró con fuerza el suave y espeso pelaje de Anya y reprimió el dolor que lo embargaba. Fang y ella eran todo lo que tenía en el mundo.

Lo único que significaba algo para él.

El día que Anya se emparejó con Orian, el guerrero strati, a Vane le había dado un ataque. Siempre había sabido que su estúpido e imprudente compañero moriría pronto.

Unas cuantas semanas atrás las Moiras habían demostrado que estaba en lo cierto.

Aún podía escuchar la voz de su hermana cuando se enteró de la muerte de Orian y le dijo que estaba algo más que emparejada con Orian. Había permitido que el lobo la vinculara a él también. Puesto que sus fuerzas vitales estaban unidas, la muerte de Orian debería haber conllevado también la suya, pero ella llevaba la camada de Orian en su vientre.

Sin embargo, tan pronto como nacieran los cachorros, se uniría a su compañero al otro lado de la eternidad.

Con el corazón roto, Vane parpadeó para reprimir las lágrimas.

Anya levantó la mirada y le lamió la cara.

—Te gusta el quingombó, ¿verdad? —le preguntó a su hermana al tiempo que le acariciaba las orejas con ambas manos.

Escuchó la risa de Anya en su cabeza.

«Gracias por conseguirlo», le dijo mentalmente.

Vane asintió. Por ella, atravesaría los fuegos del infierno para reclamar un simple sorbo de agua.

Ella se tumbó a su lado y apoyó la cabeza en su regazo.

«Deberías adoptar la forma de lobo antes de empezar a levantar sospechas entre los demás», le dijo a Vane.

Vane observó el modo en que el pelo de su hermana se ondulaba entre sus dedos. Cómo iba a echarla de menos cuando se marchara. Era la loba más hermosa que había visto jamás y no se refería a su apariencia física. Lo que más echaría de menos sería su dulce corazón. El modo en que se preocupaba por él.

—Lo haré, Anya. Solo quiero esperar unos minutos más.

Percibió que Fang se acercaba por detrás en su forma de lobo. Su hermano le dio un topetazo en la espalda con la cabeza antes de darle un mordisco juguetón en el hombro.

Una luz apareció de repente a su derecha. Vane levantó la mirada y descubrió a Aquerón, de pie en mitad del pantano. El atlante miró a su alrededor para asegurarse de que estaban solos y a continuación dijo muy despacio:

—¿Tienes un minuto?

Fang gruñó.

—No pasa nada, adelfos —señaló Vane al tiempo que apartaba a su hermano—. Vigila a Anya.

Vane se puso en pie y acompañó a Aquerón hacia los árboles, lejos de la guarida. Si algún miembro de la manada descubría que había llevado allí a un Cazador Oscuro, podía darse por muerto.

—Deberías haberme llamado, Ash.

—Esto no puede esperar. Tengo un problema y eres el único en quien confío para que me eche una mano.

Eso lo dejó estupefacto. Absolutamente.

—¿Confías en mí?

Ash lo miró con una expresión irónica.

—No, en realidad no. Pero tengo un renegado que se está haciendo pasar por mí y que está amenazando a mis Cazadores.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

—Me lo debes, Vane, y necesito que Fang y tú me cubráis las espaldas. Necesito a alguien musculoso a quien no vean llegar.

—¿Cuándo?

—Ahora.

Talon se paseaba de un lado a otro del ático de Sunshine. Se había dado una ducha para deshacerse con rapidez de la sangre que cubría su cuerpo y se había puesto la ropa que le había traído Nick. Mantenía la calma, pero le estaba costando la misma vida.

—Está ilesa, Speirr —dijo Ceara—. Te lo juro.

Talon dejó escapar un largo y cansado suspiro de alivio. Le agradecía mucho a Ceara que hubiera logrado llegar hasta él en esa ocasión, cuando le resultaba extenuante permanecer a su lado. El poder que la estaba bloqueando era uno al que nunca se habían enfrentado con anterioridad.

Solo esperaba que Ceara pudiera hacerle frente un poco más para continuar ayudándolo a proteger y a vigilar a Sunshine.

—¿Puedes decirme con exactitud dónde se encuentra? —le preguntó a su hermana.

—Mierda —dijo Nick desde la encimera de la cocina junto a la que estaba sentado mientras esperaba a que Ash regresara—. No estarás hablando con los muertos otra vez, ¿verdad? Detesto que hagas eso.

—Cállate, Nick.

El escudero frunció los labios.

—«Cállate, Nick. Dame la patita. Siéntate. Busca». Yo también te quiero, celta.

Talon lo fulminó con la mirada.

—¿Por qué no te vas a pillar algo de comida que te haga mantener la boca cerrada?

—Eso sí que lo puedo hacer. —Nick se levantó del taburete y se dirigió a la cocina.

Nae, no puedo encontrarla —dijo Ceara—. No puedo determinar su localización exacta. Ya te lo he dicho, algo poderoso la protege. Algo que me está recordando a los poderes de un dios.

—¿Camulos?

—No estoy segura. Hay parte que podría ser un dios celta, pero hay algo más.

—¿Qué?

—Es como si los poderes estuviesen mezclados. Como si dos dioses se estuvieran protegiendo entre sí.

—¿Por qué?

Ella se encogió de hombros.

Nick soltó un taco.

—Aquí no hay comida. No hay nada salvo hierba, tofu y mierda. Ni siquiera hay una Coca-Cola. Joder, T, tu novia está tarada. —Nick sacó el trozo de queso de soja y lo olió—. Esto parece bastante comestible. Me refiero a que es difícil cagarla con un queso, ¿no os parece?

—Claro, Nick. Cómete el queso. —Talon se giró hacia Ceara mientras Nick buscaba un cuchillo para partir unas lonchas—. ¿La liberarán?

—No puedo decirte el futuro, Speirr, ya conoces las reglas.

—Tengo que saber si va a vivir.

Ceara titubeó antes de contestar.

—Hoy vivirá.

—¿Y mañana?

Ceara apartó la mirada.

—Eso no puedo decírtelo.

Talon soltó una maldición.

De repente un brillante destello iluminó la habitación. Talon se protegió los ojos del resplandor y vio cómo Aquerón y dos hombres aparecían justo por delante del vano de la puerta. Jamás había visto a esos dos hombres con anterioridad, pero le bastó un vistazo para saber que eran katagarios. El aire que los rodeaba estaba cargado de poderes espirituales y animales.

—Venga, tío… —masculló Nick—. Odio la mierda esta de las apariciones. Me has pegado tal susto que has conseguido que me coma esta porquería de queso, Ash. —Volvió a mirar a Talon—. ¿Qué es esta cosa, ahora que lo pienso?

—Queso de soja.

El katagario compuso una expresión de asco.

—Ya no podré cenármelo —dijo el más alto de los katagarios—. Ahora todo su organismo está contaminado. Pasará al menos una semana antes de que abandone el tejido celular y sea comestible de nuevo.

Nick palideció de forma considerable.

—¿Estás listo para ir en busca de Sunshine? —le preguntó Aquerón a Talon.

Talon asintió con férrea determinación.

—Vamos allá.

Aquerón dirigió su mirada hacia Nick, que estaba en la cocina.

—Nick, quiero que vayas a casa de Zarek y lo mantengas fuera de la vista de momento. Está bajo arresto domiciliario, así que si lo pillo danzando por ahí, acabará de mierda hasta el cuello; y tú también.

Nick hizo una mueca.

—Vale, pero que conste en acta: quiero que sepas que si la vida de una mujer no estuviera en peligro, te diría dónde puedes meterte esa orden.

Nick atravesó la puerta, dejando atrás a los katagarios sin dejar de farfullar:

—«Nick, ve a buscar mi coche. Ve a buscar mi ropa. Limpia la chimenea. Hazme la cama. Vigila al psicópata. Tráeme las zapatillas.» Sí, iré a buscar esas zapatillas y las meteré en un lugar de lo más incómodo.

Justo cuando Talon pensaba que había acabado con la perorata, escuchó un último comentario de despedida.

—Te lo juro, mi madre debería haberme llamado Sultán.

—Oye, que sepas que mi mejor amigo se llama Sultán —dijo el más alto de los katagarios por encima del hombro.

El otro katagario le dio un pequeño codazo.

—¿Quieres dejarlo ya?

Aquerón señaló al katagario alto de pelo negro y corto que había hecho el primer comentario.

—Talon, te presento a Fang. —Y acto seguido hizo un gesto hacia el tipo que tenía el pelo más largo y los ojos verdes—. Y a su hermano, Vane.

—¿Por qué están aquí? —le preguntó Talon a Ash.

—Digamos que si los tipos malos están armados con luces halógenas otra vez, no tendrán el mismo efecto sobre los katagarios que el que tuvieron sobre ti.

—Sí —dijo Vane con una sonrisa perversa—. Las luces solo consiguen que ataquemos mejor.

Bien, al menos tenían un as en la manga.

Ahora lo único que tenía que hacer era ponerle las manos encima a Camulos.

—Y bien ¿cuál es el plan, «chicas»? —preguntó Fang.

—Que ninguno de nosotros acabe muerto —respondió Aquerón.

Vane los precedió mientras abandonaban el ático en dirección al coche de Talon, quien pudo ver las dos motocicletas Ninja negras y grises que debían de pertenecer a los katagarios. Al tratarse de animales que se transformaban en humanos y que tenían que moverse con rapidez con el fin de evitar a sus enemigos, preferían viajar en moto a correr o caminar, cosa que les restaba las fuerzas que necesitaban para la lucha.

Talon miró el reloj. Faltaban veinte minutos para la cita. Una parte de él deseaba que Ash los teletransportara hasta el almacén, pero sabía muy bien que no debía pedirlo.

Ash se mostraba muy caprichoso con ese poder en particular y se ponía bastante irritable cuando le pedían que lo usara.

Talon se metió en el Viper mientras los otros tres arrancaban las motos. Salió del callejón en primer lugar con los chicos pisándole los talones y se dirigió hacia Commerce Street.

Llegaron a la zona comercial unos minutos más tarde.

Las calles eran un hervidero de actividad, tanto turista como local. Esa popular área era el principal distrito de arte de Nueva Orleans y a menudo se referían a él como el SoHo del Sur.

A Talon no le llevó mucho tiempo encontrar el almacén abandonado que fuera una popular galería de arte durante los ochenta. Se había cerrado a principios de los noventa y había estado vacío desde entonces. Las enormes ventanas acristaladas estaban a oscuras; algunas parcialmente rotas y selladas con tablones. Las puertas que una vez fueran rojas estaban en esos momentos agrietadas y desconchadas, y se mantenían unidas gracias a una gruesa cadena con candado.

No se escuchaba un solo sonido proveniente del interior cuando los hombres abandonaron sus vehículos y formaron un grupo.

—Una cosa, chicos —dijo Fang con lentitud al tiempo que se quitaba el casco—. ¿Os habéis dado cuenta de que es muy probable que sea una trampa?

—No me digas… —replicó Talon con sarcasmo.

Fang puso los ojos en blanco.

Talon invocó sus poderes y permitió que se extendieran, dándose cuenta de lo fragmentados que estaban. No era una buena señal.

No sabía qué los aguardaba en el interior del edificio, pero se abriría camino a través del Infierno para mantener a Sunshine a salvo. Con o sin poderes.

Se encaminaron hacia el edificio con Ash en la retaguardia.

—Ay… —dijo Fang mientras Talon se encargaba del candado—. Allanamiento y robo con violencia. Trae a colación gratos recuerdos, ¿eh, Vane?

—Cierra la boca, Scooby —replicó Vane, utilizando el insulto katagario con el que se referían a los cachorros descerebrados o cobardes—. Y vigila tu espalda.

Talon partió el candado y abrió la puerta. Esta se salió de los goznes con un fuerte crujido.

Talon soltó un taco antes de empujar la hoja con irritación.

Entraron en el edificio uno a uno, se abrieron en abanico y se detuvieron en medio de la oscura y vacía habitación, que estaba cubierta con el polvo, las telas de araña y la mugre de al menos una década.

De vez en cuando pasaba un coche por allí, e iluminaba con los faros parte del deteriorado interior.

El lugar estaba sumido en el silencio, salvo por un extraño y rítmico golpeteo que provenía de la planta de arriba y el ruido que hacían los roedores al deslizarse por el suelo.

—Yuuuuujuuuuuu —canturreó Fang con una voz que recordaba a la banda sonora de una película de serie B—. Oye, Ash, ¿te molaría chuparme la sangre?

Ash le dirigió una mirada vacía y jocosa.

—No, gracias. Lo último que me hacía falta es que me contagies la parvo o alguna otra rara enfermedad de los perros que me haga levantar la pierna sobre las bocas de incendio.

Vane le dio un coscorrón a su hermano en la cabeza.

—La próxima vez te dejaré en casa.

—Oye, que eso ha dolido —dijo Fang al tiempo que se frotaba la cabeza.

—Sí, pero no tanto como te dolerá esto. —La voz incorpórea había salido de la nada.

Talon escuchó que algo giraba en el aire. Movió la cabeza bruscamente hacia la izquierda para evitar su trayectoria y lo atrapó cuando pasaba junto a su hombro.

Enarcó una ceja al contemplar la enorme hacha medieval que sujetaba y se la tendió a Vane.

El katagario frunció los labios. Al parecer no le había hecho mucha gracia.

—Oye, gilipollas, deberías saber una cosa. —Vane evaluó el filo de la hoja con el pulgar—. Si atacas a mi hermano, me cabreo de verdad.

Vane le arrojó el hacha al mismo que la había lanzado.

Talon escuchó un gruñido un instante antes de que la luz de los focos atravesara la oscuridad.

Talon y Ash sisearon de dolor, se agacharon y se protegieron los ojos.

Un segundo después, algo crujió y las luces se apagaron.

Ash lanzó una descarga astral hacia un rincón y debió de acertar en el objetivo, ya que Talon escuchó que alguien chillaba. El hedor de la carne quemada inundó la habitación.

Fue entonces cuando los daimons salieron de la oscuridad y los atacaron. Talon atrapó al primero que se puso a su alcance y lo levantó del suelo. Accionó el mecanismo que liberaba la hoja de su bota, pero antes de que pudiera utilizarlo para matar al daimon, otro lo sujetó por la cintura y tiró de él hacia atrás.

—¡Mira qué bien, comida daimon! —exclamó Fang con una carcajada—. Oye, Vane, ¿te apetece carne roja o blanca?

Vane le acertó a uno de los daimons en el pecho con un cuchillo, justo en el corazón. El daimon se desintegró. El katagario se echó a reír cuando vio a su hermano, que estaba dándose de porrazos con otro daimon.

—¿Qué te parece si le sujeto una pierna y tú la otra y pedimos un deseo antes de tirar?

Talon puso los ojos en blanco y a continuación se dio la vuelta y utilizó el tacón de su bota para acabar con el daimon que lo había agarrado.

Fue detrás del primer daimon, que se dirigía a la espalda de Fang. Lo atrapó justo antes de que alcanzara al katagario.

El daimon se giró con un siseo e intentó apuñalarlo. Talon le retorció la muñeca y le quitó el cuchillo de la mano de un golpe.

—Mala jugada, lamparón —dijo Talon antes de golpear al vampiro.

El demonio se tambaleó hacia atrás. Talon utilizó la daga para terminar con él. El daimon se desintegró al tiempo que las almas robadas abandonaban su cuerpo y se elevaban hacia el techo.

Vio algo por el rabillo del ojo que le llamó la atención. Se giró y descubrió que Ash estaba siendo acorralado por un grupo de daimons.

Ash luchaba con su vara de guerrero, pero lo atacaban tantos a la vez que era como tratar de librarse de las hormigas en medio de un hormiguero.

Talon fue en su ayuda.

¿De dónde habían salido todos aquellos daimons?

Por lo general se congregaban en Nueva Orleans en esa época del año, pero joder… parecía que la mitad de su población se encontraba en esa estancia.

Juntos, Talon, los katagarios y Ash, acabaron con ellos.

—Gracias —dijo Ash una vez que el último se desintegró.

Talon asintió y plegó su srad para convertirlo en una única daga antes de volver a colocársela en la bota.

—Bien —dijo Fang imitando el fuerte acento sureño—. Tengo que decir que me parece muy amable por parte de los daimons no dejar nada sucio cuando los matas. Es mucho mejor que matar a un arcadio. —Alzó las manos para que las vieran—. Mira, mami, no me he ensuciado.

—¿Tiene Fang un botón de apagado? —le preguntó Talon a Vane.

Con una expresión de disculpa, Vane hizo un gesto negativo con la cabeza.

Sin embargo, Talon ya no les prestaba atención.

Tenía cosas más importantes en las que concentrarse.

—Tenemos que encontrar a Sunshine —dijo antes de dirigirse a las escaleras.

—Espera —le advirtió Ash—. No tienes ni idea de lo que hay ahí arriba.

Talon no aminoró la marcha ni un ápice.

—Y no lo descubriré hasta que llegue.

Sin otro pensamiento que el de salvarla, Talon siguió el ruido del golpeteo hasta una puerta situada al otro extremo del vestíbulo superior. Para el momento en que llegó hasta allí, Vane, Fang y Ash ya estaban a su lado.

Talon abrió la puerta de golpe, listo para la batalla.

En lugar de un grupo de daimons, lo que descubrieron fue a Sunshine atada a una cama en mitad de una habitación iluminada por una pequeña bombilla. Entre gemidos, la mujer se retorcía una y otra vez, como si se estuviese quemando.

Aterrado ante la posibilidad de que le pasara algo malo, Talon se apresuró a acercarse a ella mientras Vane y Fang recorrían la estancia en busca de daimons.

¿Qué le habían hecho a Sunshine?

Si la habían tocado o le habían hecho daño, los perseguiría hasta dar con ellos y los despedazaría.

Tan pronto como Talon la liberó de la cama, ella se agarró a él con todas sus fuerzas.

—Hola, nene —susurró Sunshine con voz ronca al tiempo que se frotaba contra él y deslizaba las manos por su cabello y su cuerpo—. He pensado mucho en ti; estaba deseando que vinieras a buscarme.

Ajena a la presencia del grupo que se encontraba en la habitación, lo besó con fervor y empezó a quitarle la ropa. Durante todo un minuto Talon se sintió demasiado desconcertado como para moverse.

Y de repente sus hormonas cobraron vida y comenzó a desearla con la misma intensidad que ella a él.

Ella lo empujó hacia la cama y se encaramó a su cuerpo, como si estuviera dispuesta a hacerlo con él allí mismo.

Con el cuerpo enfebrecido, Talon reconoció que jamás había visto algo semejante. Tenía que luchar literalmente por mantener la ropa en su lugar. Desde luego no hubiera ocurrido lo mismo si hubieran estado a solas. Pero no estaba en absoluto dispuesto a dar un espectáculo con público incluido.

Aquerón la observó con una extraña expresión en los ojos.

Algo en la mirada de Ash hizo que Talon tuviera la impresión de que estaba reviviendo una horrible pesadilla.

—¿Sunshine? —dijo Talon mientras trataba de descubrir si había sufrido algún daño—. ¿Te encuentras bien?

—Mmm… Mmm —gimió Sunshine al tiempo que trazaba un sendero de pequeños mordiscos desde la barbilla al cuello.

El cuerpo de Talon se puso duro y caliente al instante.

—Vamos, cielo —le susurró ella al oído—, te necesito. Ahora mismo.

—Oye, Vane —dijo Fang—. No sabía que las mujeres humanas podían entrar en celo, ¿tú sí?

Vane miró a su hermano con sorna. Sin embargo, Fang siguió en su línea.

—¿Crees que necesitará un sustituto después de agotar a Talon, como le ocurriría a una hembra katagaria? Por lo general no me lo hago con humanas, pero puede que una pieza como ella lograra tentarme.

Talon se enfureció.

Vane colocó la mano sobre la boca de su hermano y lo empujó hacia atrás.

—Fang, creo que será mejor que te calles, o puede que Talon te convierta en kebab de lobo.

Ash meneó la cabeza como si tratara de librarse de un trance. Tiró de Sunshine hacia atrás, lejos de Talon. Ella luchó y siseó como una gata salvaje para liberarse. Ash susurró algo en un idioma que Talon no pudo comprender y Sunshine se quedó lánguida entre sus brazos al instante.

—¿Qué le has hecho? —le preguntó Talon con tono airado.

—Nada peligroso. —Colocó a Sunshine una vez más sobre el regazo de Talon con mucho cuidado—. No es más que un pequeño hechizo de sueño que la mantendrá tranquila y te permitirá llevarla sana y salva a casa. —Levantó la mano de Sunshine y olisqueó su piel.

Talon ya había percibido un extraño e intenso olor a naranja que parecía proceder del cuerpo de Sunshine.

Ash se giró hacia Vane y Fang.

—¿Os importaría esperar abajo, chicos?

Vane inclinó la cabeza.

—Haremos otro barrido del edificio para asegurarnos de que no hay más daimons escondidos por ahí.

Precedió a su hermano de camino al exterior. Talon acunó a Sunshine contra su pecho, agradecido por tenerla de nuevo, pero preocupado por lo que le habían hecho. También había notado el extraño comportamiento de Ash; el hombre estaba mucho más raro que de costumbre.

—¿Qué le pasa?

Ash dejó escapar un largo y hastiado suspiro.

—Le han administrado una droga llamada Eycharistisi. —Al ver el ceño fruncido de Talon, tradujo la desconocida palabra—. Placer.

—¿Cómo dices?

—Es un afrodisíaco muy potente. Llena el torrente sanguíneo de endorfinas y destruye cualquier tipo de inhibición. Un chute y el consumidor no puede pensar en otra cosa que en encontrar a alguien que lo lleve al orgasmo.

La furia se abatió sobre Talon cuando comenzó a reflexionar sobre los motivos que los habrían llevado a administrársela.

—¿Crees que Camulos se ha acostado con ella?

—No, creo que otra persona quería enviarme un mensaje a mí y una advertencia a ti.

—¿Y eso por qué?

Las mejillas de Ash se cubrieron de motitas rojas… algo que solo ocurría cuando el tipo se enfadaba de verdad. En mil quinientos años, Talon solo había visto aquellas motitas en tres ocasiones.

—Placer era la droga de moda en la Atlántida y no se ha fabricado de nuevo desde que el continente se hundió en el fondo del Egeo.

Un mal presentimiento se asentó en las entrañas de Talon. Aquello iba más allá de Sunshine y de él.

Entrecerró los ojos para observar a Aquerón.

—¿Qué está pasando aquí, T-Rex? Primero alguien que se parece a ti pero que no eres tú me cuenta una película. Y ahora alguien tiene acceso a una droga que desapareció hace once mil años, junto con tu patria, y se la administra a Sunshine, quien fue raptada por Camulos. ¿Qué es lo que ocurre?

—A primera vista diría que Camulos ha formado equipo con alguien más.

—¿Con quién?

Como era de esperar, Aquerón no respondió.

—Necesito que te mantengas al margen de esto.

—Me resulta bastante difícil mantenerme al margen cuando esa persona sigue insistiendo en que participe. Y no me mantendré al margen mientras amenacen a Sunshine.

—Harás lo que te diga, Talon.

—No soy tu criado, Ash. Será mejor que utilices otro tono conmigo. Y rápido.

Las mejillas de Aquerón se tornaron aún más rojas.

—¿Estás cuestionando mi autoridad?

—No, estoy cuestionando tu sentido común. Quiero que seas sincero conmigo y me digas a quién y a qué nos enfrentamos y cuál es la razón de que ese hombre le administrara semejante droga a Sunshine.

—No te debo ninguna explicación, celta. Lo único que necesitas saber es que tengo un viejo enemigo que finge ser yo.

—¿Por qué?

—Bueno, es obvio que no pretende ser amable conmigo y ganarse a mis amigos, ¿verdad?

Talon soltó un gruñido por la imposibilidad de arrancarle a Aquerón algo acerca de su pasado. ¿Por qué coño era tan reservado ese hombre?

—¿Puede cambiar de forma o es un semidiós?

—La última vez que lo comprobé era humano.

—En ese caso ¿por qué se parece a ti? ¿Es un pariente?

—No voy a jugar al Trivial contigo, Talon. Ese tipo no es asunto tuyo. Solo mío.

—¿Me explicarás al menos cómo voy a distinguiros en el futuro?

Aquerón se quitó las gafas de sol.

—Nuestros ojos. Soy el único humano que ha nacido con unos ojos como estos. Él no los tiene así y no se quitará las gafas por miedo a que lo descubran.

—¿Por qué te busca ese tío?

—Me quiere muerto.

—¿Por qué?

Aquerón se apartó de él.

—Tus órdenes son sencillas. Llévatela de vuelta al pantano. No sé cuánta droga le han administrado, pero estoy seguro de que todavía tendrá efecto cuando se despierte. Confía en mí, cuando lo haga te pondrá una enorme sonrisa en los labios.

—Que confíe en ti… —repitió Talon—. Resulta gracioso que sigas diciendo eso cuando tú nunca le confías a nadie las cosas más básicas sobre ti mismo. ¿Por qué, Ash?

Como era de esperar, Ash no respondió. Y en ese mismo instante Talon se dio cuenta de cómo debía de sentirse Sunshine cuando estaba con él.

Era increíble que todavía le hablara.

—Oye, Ash —llegó la voz de Vane desde las escaleras—. Hay algo abajo que quiero que veas.

Talon cogió en brazos a Sunshine y la llevó escaleras abajo. Ash los siguió.

Vane y Fang se encontraban en una pequeña habitación lejos de la principal. En la pared del otro extremo alguien había dibujado un escalofriante símbolo griego consistente en tres mujeres y una bandada de palomas. Había tres notas pegadas sobre él, una sobre la cabeza de cada mujer.

Talon se percató de que una era para él, otra para Sunshine y otra para Ash.

Tras cruzar la habitación, Aquerón despegó las notas, abrió la que estaba dirigida a Talon y la leyó en alto.

—«No me hiciste caso, celta. Te advertí que te quedaras en tu pantano, donde ella estaría a salvo. Apostaría cualquier cosa a que ahora te tiene en vilo no saber cuándo, dónde ni cómo voy a matarla. Pero quédate tranquilo, la mataré.»

A continuación, abrió la que estaba dirigida a Sunshine y también la leyó en alto.

—«Talon, ¿estás leyendo las cartas de Sunshine? ¿Qué? ¿No confías en tu novia? No te preocupes, no te ha sido infiel. Al menos, todavía no; aunque ha sido difícil. Tuvimos que atarla para evitar que tratara de follarnos a todos.»

Talon estuvo a punto de estallar de furia.

—Te lo juro, encontraré a ese hijo de puta y le arrancaré el corazón.

Furioso, Ash abrió la última nota, pero en esa ocasión no la leyó en alto.

La nota iba dirigida a él. La letra era diferente.

Te conozco, hermanito. Sé todo lo que has hecho. Sé cómo vives.

Pero, sobre todo, conozco las mentiras que te cuentas a ti mismo para poder dormir.

Dime una cosa, ¿qué pensarían tus Cazadores Oscuros de ti si descubrieran alguna vez la verdad?

Mantenlos apartados de mi camino o me encargaré de matarlos a todos.

Tú y yo nos veremos en el Mardi Gras.

Ash hizo una bola con el trozo de papel y la desintegró con un simple pensamiento. Se había adueñado de él una furia impotente que le hacía hervir la sangre en las venas. Si Stig quería guerra, sería mejor que reuniera a muchos más daimons.

Stig no tenía la menor idea de contra quién estaba jugando.

—¿Qué dice esa? —preguntó Talon.

—Nada. Llévate a Sunshine a tu casa y mantenla allí hasta que se pase el efecto de la droga; después, llámame. —Ash se frotó los ojos cuando los katagarios los condujeron fuera del edificio.

Una vez en el exterior, Talon colocó a Sunshine en el coche mientras los demás permanecían cerca.

Vane tenía los brazos cruzados sobre el pecho mientras contemplaba a Ash.

—Y bien, Ash, ¿cómo te deja todo esto?

—Básicamente jodido. En las próximas veinticuatro horas tendré que encontrar una forma de sacar a Zarek de aquí antes de que lo encuentren los polis; y, a menos que haya perdido mis dotes de adivinación, el siguiente acto de mi adversario consistirá en decirle a Kirian y a Julian quién es su nuevo vecino.

Talon intercambió una mirada con Ash.

—Quiere mantenerte distraído.

Ash asintió.

—Sí, y lo está logrando con mucho éxito.

A Talon se le ocurrió una idea.

—¿Sabes? Creo que todos hemos olvidado algo.

—¿Qué?

Talon señaló a los dos hermanos para recordarle a Aquerón que los lobos no eran el único grupo de katagarios que se encontraban en la ciudad.

—Que tu colega no sabe nada del Santuario. Creo que es necesario poner en alerta al clan de los osos. Estoy seguro de que a Papá Peltier y a los chicos les encantaría echarnos una mano en el Mardi Gras. Me deben unos cuantos favores y si los daimons aparecen como esta noche, necesitaremos tanta ayuda como podamos reunir.

—Cierto.

—Y si estuviera en tu lugar —continuó Talon—, iría de cabeza a contarle a Kirian las noticias sobre Valerio, como tenías pensado hacer. Y dile a Zarek que vigile la ciudad.

—¿Qué pasa con la policía?

—Créeme, T-Rex, conozco mi ciudad. Los policías estarán tan distraídos durante el Mardi Gras que Zarek podría mezclarse con ellos y no se darían cuenta de que es él. Pero si fuera tú, fingiría que me estoy limitando a quitar a Zarek de en medio por si acaso tu «amiguito» está mirando. Llama a Mike y dile que vuele hasta aquí y que se lleve a Eric al amparo de la oscuridad para que piensen que se trata de Zarek. Mantén al griego escondido y encierra a Valerio hasta esa noche.

Aquerón tensó la mandíbula.

—Es arriesgado.

—También lo es vivir en el pantano.

Vane dio un paso hacia delante.

—Puedo situar vigilantes alrededor de la casa de Talon. Si tratan de atacarlo de nuevo, Fang y yo estaremos allí en un santiamén.

—¿Por qué estás dispuesto a ayudarnos? —preguntó Talon—. Creí que vuestra política consistía en dejar que los Cazadores Oscuros se pudrieran.

—Y así es. Pero todavía estoy en deuda con Aquerón. —Se volvió hacia Ash—. Cuando esto acabe, consideraré la deuda saldada.

Aquerón asintió.

—Hecho.

Talon se despidió del grupo y se montó en el coche para dirigirse a su casa.

Mientras se alejaba del barrio, extendió una mano para tomar la de Sunshine y darle un fuerte apretón. Sus huesos parecían muy frágiles contra su palma y pese a todo, sabía muy bien la fuerza que poseía esa mujer. La elegancia y la determinación de las que hacía gala.

El pánico se había apoderado de él cuando Camulos se la llevó.

No le gustaba vivir con ese miedo. Tampoco le gustaba sentir nada. Llevaba tanto tiempo viviendo sin emociones que tenerlas en esos momentos resultaba aún más doloroso.

Cuánto echaba de menos su serena tranquilidad. Estaba acostumbrado a tener un completo control y a pesar de todo, cada vez que la miraba sentía que sus emociones pugnaban por liberarse.

Sunshine lo conmovía a un nivel tan profundo que sabía muy bien que jamás volvería a ser el mismo. Y no solo porque fuera Ninia. Sino porque era ella.

Sunshine tenía fuerza, coraje y pasión. Era ella misma y a Talon le encantaba el desafío que suponía.

Significaba muchísimo para él.

La amaba más de lo que nunca la había amado como mortal. Y el dolor que le causaba ese pensamiento bastaba para hacerlo pedazos.

La llevó de vuelta a su casa y la tumbó con cuidado sobre el futón. No estaba seguro de qué había hecho Aquerón con ella, pero dormía en paz.

Sonó su teléfono.

Respondió y descubrió que era Ash.

—¿La has llevado a casa?

—Sí, todavía está dormida.

—Bien; me teníais preocupados.

Talon frunció el entrecejo. Era la voz de Aquerón, pero este no solía hacer ese tipo de admisiones con frecuencia.

Todos sus instintos se pusieron en alerta. Estaba claro que aquel no era Aquerón. La voz y el tono eran los mismos, pero sabiendo que había dos iguales, podía detectar las diferencias entre sus personalidades.

Aquel era el impostor.

—¿Cuánto crees que tardará la droga en eliminarse de su organismo? —preguntó Talon.

—No lo sé. Una dosis puede actuar de uno a tres días.

—¿En serio? Pareces saber mucho al respecto.

—Sí, bueno, en mi vida como mortal era tan adicto a ella que habría estado dispuesto a vender mi alma a cambio.

—¿Y quién eres tú? —preguntó Talon.

—¿Cómo dices?

—Sé que no eres Aquerón.

Una carcajada siniestra resonó en su oído.

—Muy bien, Cazador Oscuro, muy bien. Por esta demostración dejaré que Sunshine y tú viváis un día más.

Talon soltó un bufido.

—Chaval, tienes mucho que aprender sobre mí si crees que puedes amenazarme a mí o a lo que es mío. Si vuelves a acercarte a ella, me haré unas botas con la piel de tu espalda.

—Bueno, yo no lo creo. Pero me impresiona que esta vez me hayas descubierto. Comenzaba a preguntarme si serías capaz de distinguirnos alguna vez.

Talon sujetó el teléfono con más fuerza.

—Sí, claro… Si vas a fingir que eres Aquerón, más te vale tratar de aprender un poquito más sobre él.

—Confía en mí, Cazador Oscuro —dijo con una voz cargada de certidumbre y maldad—, conozco a Aquerón mucho mejor que tú. Sé cosas sobre él que te dejarían sin habla y que conseguirían que lo odiaras para siempre. Él no es lo que los demás y tú creéis.

—Lo conozco desde hace mil quinientos años. Creo que a estas alturas sé unas cuantas cosas acerca de su carácter.

—¿De verdad? —preguntó él con sarcasmo—. ¿Sabías que tenía una hermana a la que dejó morir? ¿Que ella se encontraba tan solo a unos metros en el vestíbulo y que gritaba pidiéndole ayuda? ¿Y que mientras él yacía sumido en el estupor provocado por las drogas y el alcohol a ella la hicieron pedazos?

Talon se sintió horrorizado por lo que describía el hombre. Sin embargo, conocía a Aquerón. Ash, drogado o no, jamás llegaría tan lejos como para negarle su ayuda a un desconocido. Cuando se trataba de aquellos que se encontraban bajo su protección, Aquerón estaría dispuesto a mover cielo y tierra para mantenerlos a salvo.

—No te creo.

—Ya lo harás. Antes de que haya acabado aquí, todos vosotros sabréis la verdad sobre él. —El impostor colgó el teléfono.

Talon arrojó su móvil sobre la mesilla y se pasó las manos por la cara. Aquello era una pesadilla.

Se sentía dividido entre la necesidad de proteger a un amigo al que conocía desde hacía un millar de vidas y la de proteger a una mujer cuya alma significaba para él más que su propia vida.

Y jamás se había sentido más impotente. Ni siquiera cuando contempló cómo asesinaban a su tío. Al menos entonces tenía un arma y veía a sus atacantes.

En esa ocasión no había nada sólido a lo que aferrarse. Había dos enemigos ahí fuera. Uno fingía ser Aquerón y el otro era un dios cobarde que quería llevar a cabo una cruel venganza.

¿Qué iba a hacer?

Se dio la vuelta y miró a Sunshine.

Su cabello formaba una nube negra sobre la almohada. Su rostro parecía sosegado y plácido; y su piel bronceada producía un efecto relajante en contraste con las sábanas. Incluso en esos momentos podía sentirla entre sus brazos; sentir el calor de su cuerpo bajo él, la calidez de sus caricias sobre la piel.

¿Cómo podría protegerla?

«Confía en Morrigan, Speirr. Nunca dudes de la lealtad de la diosa hacia ti. Nunca cuestiones sus actos. Tan solo sé consciente de que, en cuanto pueda, te ayudará.» Esas habían sido las últimas palabras que le dirigiera su padre.

Si cerraba los ojos, Talon todavía podía ver el rostro de su padre la noche en que pronunciara esas palabras, iluminado por la luz del fuego. Veía el orgullo del hombre y el amor que le profesaba cuando lo abrazaba antes de enviarlo a la cama.

Había tenido muy en cuenta esas palabras y nadie lo había derrotado jamás en la batalla. Ni siquiera en una emboscada o en una trampa.

A la postre, había sido el enemigo que tenía en su hogar quien lo había destruido. La última persona de quien habría desconfiado.

Su primo deseaba tanto ser rey que sabía que la única opción de llegar al poder sería matarlos a él y a Ceara.

Talon jamás había sospechado de su primo como organizador de la muerte de sus tíos.

Se había enterado de la traición del hombre solo después de que los druidas los asesinaran a él y a Ceara.

La noche que Talon apareció para vengarse del clan, su primo lo había confesado todo con la intención de que lo perdonara.

No había servido de nada. Joven, furioso y herido, Talon se había vengado de todos ellos y después había eliminado sus sentimientos y endurecido su corazón.

Endurecido hasta que una belleza con rostro de duende lo había mirado en medio de una calle tranquila con aquellos ojos castaños que lo abrasaban. La amaba. Su risa, su ingenio. Ella había conseguido que sintiera de nuevo. Lograba que se sintiera completo. No quería seguir viviendo sin ella. Sin embargo, se negaba a que la mataran por su culpa.

—Tengo que dejarla marchar.

No le quedaba otro remedio.