Eran cerca de las cuatro de la tarde cuando Nick dobló la esquina en Pedestrian Mall y vio que Ash lo esperaba a las puertas del Corner Cafe. El atlante estaba apoyado contra la pared de ladrillo rojo con los brazos cruzados sobre el pecho y un pie contra el muro en una pose que parecía despreocupada, si bien Nick sabía que Ash podría entrar en acción a la menor provocación.
Vestido con pantalones de cuero negro, una camiseta negra y una chaqueta larga de estilo pirata, Ash estudiaba la multitud de turistas que se mantenía bien apartada de él.
Estaba rodeado por un aura siniestra y letal. Un aura muy parecida a la de un depredador salvaje que resultara elegante y atractivo a simple vista, pero que proclamara a los cuatro vientos que en cualquier momento podía entrar en acción y merendarse al más pintado.
Nadie sabía muy bien cómo acercarse al más antiguo de los Cazadores Oscuros, razón por la que la mayoría de la gente se enfrentaba a Ash como si de una visita al dentista se tratara.
Para ser sincero, Nick sentía pena por él. Debía de ser muy duro poseer un poder tan enorme y no tener a nadie en quien confiar. Ash mantenía una gran distancia con cualquiera que quisiera acercarse demasiado, tanto física como emocionalmente.
Nick intentaba tratarlo del mismo modo que a cualquier colega y sospechaba que a Ash le gustaba. O al menos parecía mucho más relajado en su presencia que en la de cualquier otro escudero o Cazador.
—¡Mira, mamá, un gigante!
Nick se giró para ver a una niña de unos cinco años que señalaba a Ash.
La mujer echó un vistazo a Ash, cogió a su hija en brazos y se apresuró a cruzar la calle en dirección a la catedral, tan deprisa como se lo permitieron las piernas.
Ash saludó a la niñita, que seguía diciéndole a la madre que lo mirara. Pobre hombre.
Nick salvó la distancia que los separaba.
—No sé si sabes que si te vistieras de una manera menos amenazadora, tal vez la gente no hiciera eso.
Tras bajarse las gafas por el puente de la nariz con el índice, Ash le sonrió con ironía.
—Créeme, Nick, el problema no es la ropa.
Tal vez tuviera razón. Ash exudaba algo que resultaba extrañamente intimidatorio y letal; como si con solo mirarlo la gente supiera que había algo en él que no acababa de ser humano.
Nick se dio cuenta de que había cambiado de color de pelo. Otra vez. Cuando se encontraron en casa de Kirian esa mañana, el cabello de Ash era de color morado.
—Volvemos a ser moreno, ¿no?
—Volvemos a ser un incordio, ¿no? —replicó con sarcasmo.
Nick se echó a reír.
Ash se apartó de la pared y cogió su mochila negra del suelo. Nick jamás lo había visto sin ella y siempre había sentido curiosidad por saber qué contenía.
Aunque carecía del instinto suicida necesario para intentar averiguarlo. Ash vigilaba esa bolsa como si fuera un preciado tesoro.
—¿Qué tal te fue el examen? —preguntó Ash.
—Fatal. Tendría que haber utilizado el microtransmisor para hablar contigo. Estoy en clase de Historia de la Antigua Grecia con Julian Alexander y me está pateando el culo. Ese hombre es un profesor de lo más duro.
—Sí, nunca le gustó mucho el nepotismo.
Nick señaló con la cabeza en dirección al restaurante, que estaba medio lleno.
—¿Te importa que coma algo mientras hablamos? Me salté el almuerzo para estudiar y estoy famélico.
—Claro —respondió Ash antes de abrir la puerta y sostenerla para dejarlo pasar.
Si se paraba a pensarlo, Ash solía hacer eso con frecuencia. No permitía a nadie colocarse detrás de él. Siempre permanecía con la espalda pegada a algo o dejaba que la multitud lo precediera. Su madre lo llamaría el «tic del pistolero». Ese tic nervioso de alguien que esperara enfrentarse a un ataque imprevisto en cualquier momento.
Nick eligió el extremo más alejado de la barra y Ash se sentó a horcajadas en un taburete, de espaldas a la pared, para vigilar a los clientes y a la puerta.
Un corpulento camarero ya entrado en años se acercó a ellos.
—¿Qué vais a tomar? —preguntó con voz profunda y ronca.
—Una Bud Light —dijo Nick.
El camarero asintió antes de dirigirse a Ash.
—¿Y tú?
—Lo mismo.
El camarero entrecerró los ojos y observó a Ash con atención. Nick apretó los dientes para no sonreír. Supo lo que se avecinaba antes de que el camarero abriese la boca.
—¿Tienes carnet, chico? —le preguntó a Ash.
Nick soltó una carcajada.
Ash le dio una patada al taburete de Nick al tiempo que sacaba un carnet falso del bolsillo trasero de sus pantalones y se lo tendía al camarero, quien lo estudió con sumo cuidado.
—No te ofendas —dijo el camarero al fin—, pero con esas gafas de sol puestas no puedo saber si eres tú o no. Si quieres una cerveza, tendrás que quitártelas, chico.
Con un tic nervioso en la mandíbula, Ash se quitó las gafas de sol.
El camarero carraspeó tan pronto como vio el extraño color plateado.
—Tío, lo siento. No me di cuenta de que eras ciego. Aquí tienes tu carnet.
Nick rió con más fuerza cuando el camarero cogió la mano de Ash para devolverle el carnet. Ash era el único Cazador Oscuro que llevaba un carnet de identidad encima.
Cuando el camarero se alejó, Nick no pudo resistir la tentación de meterse con el atlante.
—¿Eso quiere decir que ahora eres discapacitado visual?
—No —replicó Ash al tiempo que devolvía el carnet al bolsillo—, pero si no me dejas tranquilo, voy a hacer que tú padezcas una discapacidad respiratoria.
Nick dejó de reírse al instante. Despacio.
—Colega, es que es para mearse. Me encanta ese carnet que te hizo Jamie. Nacido en 1980. Y yo me lo creo. ¿En qué año naciste de verdad, ya que estamos?
Ash se frotó la frente.
—9548 a.C.
—La hostia… —susurró Nick, impresionado por la fecha. Sabía que Ash era viejo, pero era la primera vez que le decía la fecha exacta—. De verdad eres más viejo que el polvo.
El camarero volvió con sus cervezas.
—¿Vais a comer algo? —les preguntó.
Nick pidió judías pintas y arroz, y retomó la conversación en cuanto el camarero volvió a marcharse.
—¿Qué edad tienes entonces?
Ash le dio un trago a la cerveza antes de responder.
—Once mil quinientos cincuenta y un años y sí, me siento como si tuviera todos y cada uno de ellos.
—Caray, no tenía ni idea. Joder, ni siquiera sabía que había personas por aquel entonces.
—Sí, formé parte de la plantilla original de Piedradura que trabajaba en la cantera a lomos de los dinosaurios y mano a mano con los Picapiedra. Pablo Mármol era un poco bajito, pero jugaba muy bien a los bolos.
Nick resopló antes de soltar una carcajada. Le caía muy bien Ash a pesar de que el tipo fuera de lo más extraño.
—Bueno, dime por qué estoy aquí.
—Quería hablar contigo en un lugar donde Kirian no pudiera escucharnos.
—De acuerdo, ¿por qué?
Antes de que Ash pudiera responder, una morena alta de piernas largas y bien formadas, ataviada con una cortísima minifalda negra recorrió la barra hasta llegar a ellos. Miró a Nick con desinterés antes de colocar una elegante mano de uñas perfectas sobre el pecho de Ash, ponerse de puntillas y susurrarle algo al atlante al oído.
Ash le sonrió con amabilidad.
—Te lo agradezco, cariño, pero estoy con otra persona.
La morena hizo un mohín y le tendió una tarjeta.
—Si cambias de opinión, házmelo saber. Te prometo que no muerdo.
—Ya, pero yo sí —dijo Ash entre dientes cuando ella se marchó.
Nick no estaba seguro de haber escuchado bien, así que decidió dejar pasar el comentario de Ash cuando el camarero le trajo la comida.
—¿Sabes? —le dijo—, es una injusticia. No comprendo cómo puedes vestirte como un pirado y que las mujeres quieran montárselo contigo.
Ash giró la cabeza y le dirigió una sonrisa burlona.
—Cuando tienes estilo, lo tienes.
—Ya, pero es de lo más molesto para los que queremos tenerlo. Lo menos que podrías hacer es compartir. —Nick comió un poco—. ¿Y con quién estás liado si se puede saber?
Ash no contestó. Nunca lo hacía.
—Como te decía, la razón de que estés aquí es que quiero que me ayudes a decirle a Kirian que Valerio está en Nueva Orleans.
Nick se atragantó con el pan.
—Y una mierda.
—Nick, esto es importante. Tarde o temprano se encontrarán y quiero que tanto él como Julian estén preparados. Si uno de ellos matara a Val, y que Zeus no lo quiera, Artemisa tendría una excusa para ir tras ellos. No quiero que ninguno de los dos sufra o muera. Ambos tienen mujeres y niños que los necesitan.
Nick se limpió la boca y tragó.
—¿Qué quieres que haga?
—Quiero que me respaldes. Que me ayudes a convencer a Kirian de que no necesita vengarse de Valerio.
Nick dejó escapar un suspiro hastiado al tiempo que utilizaba el tenedor de plástico para juguetear con las judías. Era mucho más fácil decirlo que hacerlo.
—Me pides mucho, Ash. A título personal, me gustaría ayudar a Kirian a darle una paliza a ese cabrón arrogante.
—¡Nicholas Ambrosius Gautier, cuida tu lengua!
Nick se giró de golpe al escuchar el melodioso acento cajún de su madre. Estaba de pie detrás de él con esa expresión tan suya de «Nick está en un buen aprieto». Aparentaba muchos menos años de los cuarenta que tenía y llevaba el largo cabello rubio recogido en un moño. Vestida con vaqueros y un suéter azul, habría resultado muy atractiva… de no tratarse de su madre.
Ash alejó la cerveza de Nick.
La mujer lo miró y chasqueó la lengua.
—Y no se te ocurra encubrirlo ahora, Ash. —Señaló a su hijo con el dedo—. ¿Conduces?
—No, mamá, estoy sentado.
—No te hagas el gracioso conmigo. Ya sabes a lo que me refiero.
Nick le ofreció su sonrisa más encantadora, la que solía sacarlo de cualquier aprieto.
—Es la primera que tomo y no conduciré si bebo otra.
Su madre miró a Ash con esa expresión maternal que conseguía ser irritante y adorable a la vez.
—¿Y tú? ¿Vas en esa moto tuya?
—No, señora.
—Mamá —comenzó Nick, molesto por su interrupción—, ¿qué estás haciendo aquí?
—Iba camino del trabajo y os vi. Solo quería pararme a saludar dado que no llegaré a casa hasta tarde y tú te fuiste al amanecer sin despedirte siquiera. —Lo miró con una expresión de reproche—. ¿Es que una madre no puede pasar cinco minutos al día con su hijo sin que se convierta en un crimen?
La pregunta logró que Nick se sintiera como un completo cretino.
—Lo siento, mamá. Tenía que hacer unas cuantas cosas esta mañana en el trabajo y quería terminarlas pronto para ponerme a estudiar cuanto antes.
La mujer le alborotó el cabello.
—Está bien, lo comprendo.
A continuación miró a Ash de arriba abajo, le abrió la cazadora y suspiró con preocupación.
—Juraría que estás más flaco que la última vez que te vi. —Le hizo un gesto al camarero y pidió una ración de judías pintas y arroz para Ash—. ¿Quieres otra cosa? —le preguntó.
—No, gracias.
Meneó un dedo en dirección al atlante.
—Y vas a comértelo todo, ¿entendido?
—Sí, señora.
Nick apretó los labios para no echarse a reír por la interpretación que hizo Ash de ese personaje de la serie de Beaver, Eddie Haskell, y por el hecho de que su madre intentara cuidar a un guerrero de once mil años de edad como si de su hijo se tratara. Solo Cherise Gautier sería capaz de cometer semejante imprudencia.
—Mamá, no necesita que lo cuides como si fuera un bebé.
La mujer enderezó el cuello de la chupa de Aquerón y lo alisó con la mano.
—Créeme, Nick, necesita a alguien que lo cuide, igual que tú. Los críos como vosotros creéis que sois hombres hechos y derechos y que estáis listos para enfrentaros al mundo.
Si ella supiera…
—A ver —continuó Cherise—, ¿por qué no llevas a Ash esta noche al Santuario y le preparo mi pastel de frambuesa y mis patatas al estilo cajún para que ponga algo de grasa sobre esos huesos? Puedes estudiar en el almacén si lo necesitas y así hacerme compañía mientras trabajo.
Su madre jamás aceptaría el hecho de que había crecido. Para ella siempre tendría cinco años y necesitaría que lo cuidaran. A pesar de eso, la adoraba.
—Sí, claro. Si no tengo trabajo que hacer pasaré por allí.
—Buen chico. —Buscó en su bolso, sacó dos billetes de veinte pavos y se los dio a Ash—. Puedes pagar las judías y el arroz con eso y si te bebes otra cerveza, será mejor que cojas un taxi de vuelta a casa. ¿Entendido?
—Así lo haré, señora Gautier —respondió Ash al tiempo que cogía el dinero—. Gracias.
La mujer sonrió, besó a Nick en la mejilla y le dio un apretón a Ash en el brazo.
—Comportaos y no os metáis en líos.
Nick asintió.
—No te preocupes.
En cuanto se fue, Nick se giró hacia Ash.
—Tío, lo siento mucho. Gracias por ser tan comprensivo con ella.
—Nick, nunca te disculpes por tu madre. Limítate a dar las gracias por tenerla.
Ash le tendió los cuarenta dólares.
—Créeme, lo hago —replicó antes de guardarse el dinero.
Nick sonrió al pensar en el carácter cariñoso de su madre. Cherise siempre había sentido esa loca necesidad de cuidar de todo el mundo, puesto que su padre la había echado de casa a los quince años al enterarse de que estaba embarazada de Nick. Por esa razón sentía una especie de afinidad con todo aquel al que consideraba otro joven abandonado o desatendido.
El camarero regresó con la comida.
Ash miró el plato antes de tendérselo a Nick.
—Espero que tengas hambre.
Y así era, pero dos raciones eran demasiado incluso para él. De repente se dio cuenta de que jamás había visto comer a Ash.
—¿Comes alguna vez?
—Sí, pero lo que necesito no está en el menú.
Puesto que no quería ahondar en el tema, Nick frunció el ceño.
—Ahora que lo pienso, ¿por qué nos vemos a plena luz del día? ¿Cómo es que puedes exponerte al sol sin estallar en llamas?
—Soy especial.
—Entiendo, así que volvemos al tema del discapacitado visual, ¿no?
Ash negó con la cabeza.
Cuando Ash echó mano a la cerveza, atisbó la televisión por el rabillo del ojo. Giró la cabeza y se quedó paralizado al ver la imagen de Zarek en las noticias de la tarde.
Un camarero subió el volumen.
«… se cree que es el mismo hombre que asesinó a una mujer en la zona comercial la pasada noche…»
Nick soltó un taco.
—¿Es quien yo creo que es?
Ash fue incapaz de hacer otra cosa que asentir mientras observaba las imágenes de la cámara de seguridad que había grabado la pelea de Zarek con los daimons y la llegada de la policía.
«… el departamento de policía ofrece una recompensa por cualquier información acerca del sospechoso.»
Nick y Ash maldijeron a la vez cuando mostraron un retrato robot perfecto del rostro de Zarek.
—Estamos jodidos —murmuró Nick.
—Jodidos hasta el infinito y más allá —gruñó Ash.
Se sacó el teléfono móvil de la chupa y salió del bar para llamar a Zarek. Lo último que le hacía falta era que alguien escuchara esa conversación.
Nick salió tras él.
—¿Qué vamos a hacer?
Ash pulsó el botón de colgar.
—Tiene el teléfono apagado. Debe de estar dormido todavía.
—¿Vas a pasar de mi pregunta o es que no me has escuchado?
—Te he oído, Nick. No lo sé. Tenemos que mantenerlo oculto. Con esas imágenes puede darse por encarcelado.
—¿Puedes modificarlas de alguna manera?
—No lo sé. Mis poderes son inciertos, por decirlo de algún modo, con las tecnologías modernas. Lo mejor que puedo hacer es destruirlas… —Dejó la frase en el aire al ver algo mucho más aterrador que el rostro de Zarek en las noticias.
Ash dejó escapar un suspiro asqueado y levantó la vista al cielo del atardecer.
—¿Te aburres ahí arriba, Artie, o qué te pasa?
—¿Cómo? ¿Qué pasa?
Ash señaló con la cabeza hacia Chartres Street, en dirección a las dos figuras que se encaminaban hacia ellos. De casi la misma estatura que él, los hermanos se movían como dos peligrosos depredadores, despacio y con una marcada cadencia. Miraban a derecha e izquierda y observaban a todo aquel que se cruzaba en su camino como si lo tacharan de oponente, conquista o víctima. Vestidos de negro, llevaban sendos abrigos largos de cuero que se arremolinaban en torno a sus botas de motero. Ambos tenían una mano bajo el abrigo, como si escondieran un arma.
Desde luego que sí, esas eran dos de las criaturas más peligrosas que Ash hubiera conocido jamás. Sobre todo porque no dudarían un instante en matar a cualquiera que los amenazara.
—¿Quién ha soltado a los perros? —gruñó Ash.
Nick frunció el ceño.
—¿Qué?
—Se nos acercan dos katagarios —le explicó a Nick.
Los katagarios eran animales que podían adoptar forma humana y moverse entre la gente en busca de víctimas o de cualquier otra cosa que desearan. Como cualquier otro animal, eran en extremo letales e impredecibles.
—Por Dios —musitó Nick—, no me digas que son asesinos.
—Eso depende de a quién se lo preguntes.
—¿Qué quieres decir?
—Los arcadios dirían que son asesinos. Pero para sus hermanos katagarios, son strati.
Nick volvió a fruncir el ceño.
—¿Y qué significa eso?
—Es el término apropiado para los soldados katagarios. Los asesinos matan de forma indiscriminada a cualquiera que se cruza en su camino. Los strati matan principalmente para proteger, ya sea a ellos mismos, a su manada o su territorio.
—¿Y tienen que estar aquí?
Ash negó con la cabeza cuando los dos lobos se acercaron. Aminoraron la marcha al verlo.
—Aquerón Partenopaeo —dijo Vane al detenerse delante de él—. Ha pasado bastante tiempo.
Ash asintió. Habían pasado al menos doscientos años desde la última vez que los viera. Por aquel entonces los dos hermanos huían de los arcadios que daban caza a los de su especie moviéndose a través del tiempo, mientras intentaban encontrar un lugar seguro en el que esconder a su hermana de sus enemigos.
Vane era el mayor de los dos; el cabello le caía hasta los hombros y era de un color castaño oscuro con reflejos rojizos. Nada escapaba al escrutinio de sus fieros ojos verdes. Fang era unos dos centímetros más alto que Vane; tenía los ojos castaños y el cabello negro y corto. Por separado ya eran peligrosos; juntos resultaban casi invencibles.
—Vane. Fang —dijo Ash, que inclinó la cabeza a modo de saludo—. ¿Qué os trae por Nueva Orleans?
Vane observó a Nick con manifiesta desconfianza, pero debió de decidir que no representaba amenaza alguna.
—Hemos establecido una guarida.
Ash compuso una mueca al oír la respuesta, ya que significaba que los lobos katagarios habían llevado a la manada consigo y que planeaban quedarse en Nueva Orleans una temporada.
—Muy mala idea. Es Mardi Gras y hay un montón de daimons que suelen salir para unirse a la fiesta. Tienes que llevarte a tu manada…
—No podemos —lo interrumpió Vane—. Seis hembras están a punto de parir.
—Y otra lo hizo esta mañana —añadió Fang—. Ya conoces nuestras leyes; estamos varados aquí hasta que los cachorros sean lo bastante mayores como para viajar.
La cosa mejoraba por momentos. Las hembras katagarias preñadas eran como imanes para los daimons debido a la fortaleza de sus almas y a los poderes psíquicos de los cachorros que llevaban en su vientre. Por no mencionar el hecho de que Nueva Orleans era el centro de operaciones de tres grupos de arcadios a los que les habría encantado reclamar las pieles de Vane y Fang.
—¿Sabéis que hay tres grupos de centinelas arcadios aquí? —preguntó Ash.
Los ojos de Vane se oscurecieron de forma amenazadora.
—Pues será mejor que les digas que se mantengan alejados. Tenemos cachorros con nosotros y si veo a alguno cerca de la guarida, lo haré pedazos.
Ash respiró hondo y se habría echado a reír ante lo absurdo de la situación a la que se enfrentaba de no haber sentido náuseas. Sin duda no era su día.
Tenía que lidiar con una diosa enfadada y excitada. Con un celta desaparecido en combate. Con un general romano en una ciudad donde había tres hombres a quienes les encantaría sacarle las tripas. Con un Cazador Oscuro descontrolado al que la policía buscaba por asesinato. Y también con una manada de katagarios que estaba a punto de soltar a siete camadas de cachorros justo en mitad de territorio enemigo.
Sí, qué bien sentaba estar al mando…
Nick olisqueó el aire y miró a su alrededor.
—¿Qué eso? ¿Huelo a quingombó?
Vane y Fang se tensaron cuando Nick se acercó a ellos.
A pesar del grave y bronco gruñido de Vane, Nick apartó un poco el abrigo del lobo para dejar al descubierto una caja rosa de color rosa chillón que llevaba escondida en la mano izquierda.
—¿Qué es eso? —preguntó Nick.
—Quingombó —contestó Vane con voz baja y ronca.
—¿Y desde cuándo los hombres lobo comen quingombó?
Ash se encogió ante la pregunta de Nick.
Fang se abalanzó sobre el escudero, pero Ash lo atrapó y lo obligó a retroceder antes de que pudiera alcanzar la garganta del muchacho.
—No somos hombres lobo, ternero —escupió Fang—. Somos lobos. A secas.
A Nick pareció hacerle gracia el insulto.
—¿Ternero?
—Jerga —explicó Ash—. Derivada del hecho de que ven a los humanos como comida.
Nick retrocedió un paso.
—Así que cajas rosas… —dijo Ash, que encontró graciosa la idea. No era de extrañar que las llevaran escondidas.
Vane desplazó la mirada amenazadora de Nick a Ash.
—Anya tenía antojo de quingombó y chocolate. Y lo quería únicamente de Flamingo Room.
Ash sintió que las comisuras de sus labios se tensaban.
—No puedo creer que le hicieras ese favor a tu hermana.
Fang resopló.
—Bueno, recuerda que el término «perra» se inventó para nuestras hembras.
Vane le gruñó.
—Es nuestra hermana de camada, Fang. Muéstrale el debido respeto.
Los ojos de Fang relampaguearon, pero bajó la cabeza en un gesto de sumisión a su hermano mayor.
Vane le tendió la caja rosa a su hermano antes de sacar un bolígrafo y escribir un número. Se lo dio a Ash.
—Es mi móvil. Si necesitas ayuda con los daimons, házmelo saber. Contamos con una docena de strati en nuestra manada y lo último que queremos es que los daimons vengan en busca de nuestras hembras y nuestros cachorros.
Ash cogió el número y se lo metió en el bolsillo. Acababa de guardarlo cuando apareció el resto de los strati.
Doblaron la esquina con mucho sigilo, como una jauría de perros salvajes. Desplegados en abanico y vestidos de negro, aparentaban ser los asesinos implacables que eran. El resto de peatones se apresuró a alejarse de ellos y a mirarlos con nerviosismo.
Bonita manera de no llamar demasiado la atención. Claro que los Cazadores katagarios nunca se habían preocupado demasiado por la posibilidad de que se conociera su existencia. Si alguien les daba problemas, acababa de merienda.
Los strati rodearon a Ash y a Nick.
—Cazador Oscuro —gruñó Stefan. De la misma estatura que Ash, era el líder de los strati y enemigo acérrimo de Vane. Luchaban juntos cuando la necesidad apremiaba, pero aparte de eso no se soportaban—. ¿Qué haces con nuestros filos?
Ash se percató del rictus de los labios de Stefan al pronunciar el apelativo cariñoso utilizado para designar a un macho de la manada. Vane y Fang no le guardaban cariño alguno a sus compañeros de manada. Sin embargo, Ash era un extraño y la manada siempre se presentaba como una entidad unida ante cualquier extraño.
—Compartía información —respondió Ash.
Stefan miró a Vane con los ojos entrecerrados.
—¿Compraste nuestras provisiones?
Vane resopló y miró a Nick.
—Triste es el día en que el ganado puede olerlo y tú no.
Stefan hizo ademán de atacar, pero la implacable expresión del rostro de Vane mantuvo a raya al lobo. Stefan era el líder por su edad y su experiencia. Vane se había doblegado tan solo porque todavía tenía que desafiarlo. Si se decidiera a desafiar a Stefan para conseguir el mando, no cabía duda de quién ganaría.
—Hasta luego —le dijo Stefan a Ash antes de alejarse con los strati.
Vane y Fang se quedaron atrás.
—Llama si nos necesitas, Ash —le dijo Vane.
El atlante asintió.
Los hermanos se reunieron con el resto de la manada y subieron a las motos que habían aparcado en una calle adyacente.
Ash no se movió hasta que se perdieron de vista.
—Ese sí que es un grupo de tíos que acojonan, ¿eh?
—No, Nick —replicó Ash despacio—. No son tíos. Son animales. Pueden caminar con forma humana durante un corto período de tiempo, pero al final del día todos son lobos.
Su móvil sonó.
Ash contestó. Era Talon, y su voz sonaba desgarrada por el dolor y la rabia.
—Necesito que me ayudes, T-Rex. Estoy en el Club Runningwolf’s. Se ha llevado a Sunshine.
—¿Quién se ha llevado a Sunshine?
—El dios celta, Camulos. En cuanto se ponga el sol voy tras él.