Después de sonsacarle a Selena todos los detalles jugosos que pudo, Sunshine cerró su tenderete temprano y decidió regresar a su casa. Cuando llegó, Talon seguía durmiendo en el sofá.
Esbozó una pequeña sonrisa mientras lo observaba. Tenía un aspecto tan adorable y parecía tan incómodo… Estaba claro que era demasiado grande para el sofá rosa y blanco; los brazos y las piernas le colgaban por el borde.
Se había quitado la camisa y la cazadora y las había dejado pulcramente dobladas sobre la mesita auxiliar bajo la que descansaban sus enormes botas.
Tenía el cabello rubio enredado y las facciones relajadas, lo que ponía de manifiesto lo increíblemente largas que tenía las pestañas. Las dos trenzas yacían sobre la almohada mientras respiraba sumido en un pacífico sueño.
Una de esas grandes, bronceadas y masculinas manos estaba apoyada sobre la cara.
Al verlo de esa manera le costaba trabajo creer que se tratara de un antiguo guerrero inmortal cuyo mero nombre era sinónimo de muerte. Si bien era un guerrero que ablandaba su corazón y le aceleraba el pulso.
Estaba para comérselo.
Sunshine observó el intrincado tatuaje tribal de su cuerpo. De modo que era un verdadero celta… Un celta vivito y coleando de los que corrían desnudos por los brezales y los páramos.
A su abuela le encantaría.
Sunshine cerró los ojos y dejó que sus recuerdos como Ninia la inundaran. En realidad esos recuerdos no eran suyos. Se parecían más a los recuerdos de una película que hubiera visto en alguna ocasión.
Eran reales para ella, pero al mismo tiempo no lo eran. Había dejado de ser Ninia y Talon…
Él tampoco era el mismo hombre que fuera antaño.
Speirr había estado lleno de furia y de emociones volátiles. Talon tenían arrebatos de carácter, pero durante la mayor parte del tiempo permanecía tranquilo y ajeno a sus sentimientos.
Ninguno de los dos era el mismo y sin embargo, ella no podía desterrar la sensación de que su destino era estar juntos.
No obstante, si lo que Selena había dicho era verdad, el destino de Talon iba mucho más allá del simple hecho de ser su amante.
Por no mencionar que ella ya no era Ninia. Partes de Ninia seguían viviendo en su interior, pero ella era una persona muy diferente.
¿Amaba a Talon porque era Sunshine o porque le quedaban reminiscencias de una vida anterior?
¿Lo sabría alguna vez a ciencia cierta?
«No amaré a nadie más, Nin.» Esas palabras, pronunciadas en celta, resonaron en su cabeza.
Retazo a retazo, todos los recuerdos de la vida pasada que habían compartido regresaban a ella. Era como si alguien hubiera abierto una puerta sellada y los recuerdos se estuvieran filtrando.
Conocía a la hermana de Talon, sabía de su madre y de su padre. Incluso de sus tíos y del primo bastardo.
Recordaba el aspecto de Talon cuando, siendo aún un niño, se habían escapado por primera vez para jugar junto al lago.
Recordaba la manera en la que el clan lo había tratado. El escándalo que había ocasionado que su madre, la reina, fuera seducida por su padre, el druida. Sabía de la huida de la pareja durante la noche para evitar que el clan matara a su padre y golpeara a su madre como castigo por su relación ilícita.
Todos habían odiado a Talon por esa razón. Lo habían culpado por la debilidad de su madre, por el hecho de que hubiera seducido al Sumo Sacerdote y los hubiera privado de su liderazgo. Lo culpaban por el hecho de que su madre hubiera antepuesto sus necesidades y deseos a los de su pueblo.
Para expiar las acciones de su madre, Talon había supeditado sus necesidades y deseos a los de cualquier otra persona.
Sunshine sintió un nudo en la garganta al recordar todo lo que había padecido.
Ninia había estado presente la gélida noche en la que Talon había aparecido tambaleándose en el salón, congelado y con un bebé que no paraba de llorar entre los brazos. Había envuelto a su hermana con su manto para mantenerla caliente. Había vendido sus zapatos para comprarle a Ceara leche que la pequeña había rechazado.
Talon se había erguido con actitud desafiante delante de todos ellos. Su joven cuerpo estaba preparado para aceptar cualquier castigo que dictaminaran. Sunshine aún recordaba la firme determinación que había hecho brillar sus cándidos ojos ambarinos.
«—¿Tu madre? —había preguntado el rey Idiag—. ¿Dónde está?
»—Lleva muerta casi dos semanas.
»—¿Y tu padre?
»—Lo mataron en una incursión hace seis meses, mientras nos protegía de los sajones. —Talon había bajado la vista hasta el bebé lloroso que sostenía para luego volver a fijarla en su tío. Su expresión se había suavizado, delatando su miedo. Fue el único resquicio que mostró su valerosa apariencia—. Por favor, Majestad, por favor, apiadaos de mi hermana. No la dejéis morir.
»—¿Y qué hay de ti, muchacho? ¿No pides piedad también para ti? —le preguntó entonces Idiag, observándolo con una extraña expresión.
»—No, Majestad. No pido nada para mí —contestó él al tiempo que negaba con la cabeza.»
Su tío había adoptado a Ceara como su hija, pero jamás llegó a reconocer a Talon. Lo había despreciado al igual que todos los demás.
Idiag jamás lo protegió de la maldad del clan ni de sus golpes.
En cambio le había dicho a Talon que nunca se quejara y que lo soportara como un hombre, porque eso era lo que merecía. Y eso había hecho.
Sunshine era incapaz de recordar las ocasiones que había encontrado a Talon junto al lago practicando con su espada.
«Haré que me acepten, Nin. Seré el mejor guerrero que haya nacido y jamás se atreverán a dirigirme la palabra con otra cosa que no sea el más profundo de los respetos.»
Ella había sido testigo de cómo aquel muchacho furioso y herido se convertía en un hombre amargado y aguerrido, de andares peligrosos y un ceño tan austero que incluso el corazón más valiente se encogía al verlo acercarse.
Había luchado hasta abrirse camino en el corazón de su tío. Había luchado hasta que el clan que lo odiaba lo reconoció como el único capaz de liderarlos contra sus enemigos.
Nadie se había atrevido a mirar a Talon a los ojos y solo osaban despreciarlo a él o a su madre entre temerosos susurros.
A su tío no le había quedado más alternativa que aceptarlo. O lo aceptaba o perdía su trono en una guerra.
Talon había sido invencible. Fuerte. Inquebrantable.
Un hombre poderoso.
Hasta que se quedaban a solas. Solo entonces sus facciones se suavizaban.
Solo entonces se atrevía a reír y a sonreír.
Y el recuerdo que más la atormentaba era la imagen de Talon susurrándole al oído que la amaba mientras ella moría entre sus brazos…
Con un nudo en la garganta, Sunshine dejó el bolso y el termo de café sobre la mesa antes de arrodillarse junto a su cabeza. La embargaba una oleada de ternura.
Había amado profundamente a ese hombre.
Ella había cambiado en muchos aspectos.
Y en muchos aspectos, Talon seguía siendo el mismo.
Seguía siendo el mismo guerrero despiadado que caminaba en solitario. El mismo hombre que ponía a los demás por delante de él.
Delineó sus cejas con la punta de los dedos. Después se inclinó hacia él y le besó la mejilla.
Sobresaltado, Talon se apartó con tanta rapidez que se cayó al suelo.
Sunshine contuvo una carcajada.
—Lo siento.
Medio dormido, echó un vistazo a su alrededor mientras volvía a sentarse en el sofá. Tardó unos segundos en recordar dónde se encontraba. Tras aclararse la garganta, frunció el ceño y miró a Sunshine. Estaba sentada sobre los talones, observándolo con una extraña y apenada expresión en el rostro.
—¿Qué haces? —le preguntó.
—Darle un beso al Bello Durmiente para que se despierte.
Él no dejó de fruncir el ceño hasta que olió algo casi tan atrayente como su aroma a pachulí.
—¿Café?
Sunshine le tendió el termo que había en la mesita auxiliar.
—Y beignets. Supuse que los preferirías al zumo de guayaba y a las magdalenas de arándanos.
Talon la miró con suspicacia y se preguntó si algún ente habría poseído su cuerpo y estaba suplantando su personalidad. Esa no podía ser la misma mujer que había saqueado su cabaña durante horas en busca de algo «no tóxico» para comer. Ni tampoco la furiosa seductora que lo había condenado a pasar un día miserable en su sofá.
—¿Ya no estás enfadada conmigo?
—Quiero que confíes en mí, Talon. Eso no ha cambiado.
Talon apartó la mirada, incapaz de soportar el dolor que veía en sus ojos. No quería hacerle daño, no quería guardar secretos. Aunque no le quedaba más remedio.
En muchos aspectos era su mujer, pero en otros muchos ya no lo era. Tendría que volver a conocerla desde cero.
Sin embargo, lo que más le sorprendía era lo mucho que disfrutaba del proceso de conocerla.
Resultaba maravilloso poder pasar el tiempo con una mujer tan sexy, graciosa y divertida.
Ella sacó un beignet recubierto de azúcar de la bolsa.
—¿Tienes hambre?
Sí, tenía hambre, pero no solo de comida. Anhelaba su cuerpo, anhelaba su compañía.
Y sobre todo anhelaba ver que sus ojos le sonreían de nuevo en lugar de estar ensombrecidos por el dolor.
Ella extendió la mano en dirección a sus labios para ofrecerle el dulce. En lugar de quitárselo de las manos, Talon se inclinó hacia delante y le dio un mordisco sin dejar de observar cómo ella lo miraba.
Sunshine sintió un escalofrío cuando Talon se acercó para besarla después de haber mordido el beignet. El sabor azucarado de la boca del hombre le arrancó un gemido.
Con un suspiro satisfecho, lo empujó para obligarlo a sentarse de nuevo en el sofá y así poder colocarse a horcajadas sobre él.
—Mmm —jadeó Talon—. Me gusta que me despierten así.
Sunshine dejó el dulce a un lado y le sirvió con cuidado una taza de café del termo. Él vigiló todo el proceso con una expresión un tanto nerviosa.
—Por favor, no me lo tires encima.
Ella lo miró con las cejas enarcadas.
—Soy despistada, Talon, no torpe.
Aun así, Talon le quitó la taza de las manos tan pronto como pudo y se bebió el café de achicoria. Ella le puso el tapón al termo y volvió a dejarlo sobre la mesa.
Mientras bebía, Sunshine le pasó una mano por el enmarañado cabello y dejó que sus mechones dorados se le enredaran en los dedos. Sus músculos se contraían con cada movimiento, haciéndola arder de deseo. Era un hombre irresistiblemente apuesto.
—Imagínate lo agradable que podía llegar a ser si me contaras algún detalle personal.
Talon apretó los dientes.
—Eres implacable.
Sunshine trazó con un dedo la línea de su mentón y comprobó que se le oscurecían los ojos y que su miembro se endurecía.
—Solo cuando veo algo que me interesa.
Talon sacó otro beignet de la bolsa y lo sostuvo en alto para que ella se lo comiera.
Ella se apartó con una mueca.
—Esa porquería es peligrosa para tu salud.
—Cariño, la vida es peligrosa para la salud. Si le das un mordisquito, te responderé.
Insegura, aunque con ganas de darle una oportunidad, Sunshine le dio un mordisco y dejó escapar un gemido al paladear el maravilloso y adictivo sabor. Le recordaba mucho al hombre que tenía delante.
Talon sonrió mientras observaba cómo saboreaba su beignet. Hasta que se percató del azúcar que le había caído sobre el pecho. Su cuerpo se endureció todavía más.
Sunshine le dio otro mordisco al dulce y el azúcar volvió a caer sobre la parte superior de sus pechos.
Se le secó la garganta.
Sin poder evitarlo, Talon bajó la cabeza y lamió el azúcar glasé espolvoreado sobre la piel que dejaba a la vista el generoso escote de su jersey.
Sunshine gimió de placer y le tomó la cabeza entre las manos para acercarlo aún más a su cuerpo. Tras apoyar la frente sobre él, le preguntó:
—¿Cuánto hace que conoces a Wulf?
Distraído por su sabor y su aroma, Talon respondió sin pensar.
—Unos cien años. —Todo su cuerpo se tensó en cuanto se dio cuenta de lo que había dicho—. Quiero decir… yo…
—No pasa nada —susurró ella antes de lamerle la oreja, gesto que provocó en Talon una oleada de escalofríos—. Sé que eres un Cazador Oscuro.
Él se apartó y frunció el ceño.
—¿Cómo sabes eso?
—Me lo dijo una amiga.
—¿Quién?
—¿Qué más da? —Se deslizó sobre su cuerpo y le colocó las manos sobre los hombros para poder mirarlo a la cara. Sus oscuros ojos castaños lo abrasaron con su sinceridad—. Te dije que jamás te traicionaría. Lo dije en serio.
—Se supone que no debes conocer ese término.
—Lo sé.
Talon apartó la vista mientras sopesaba con temor lo que podría sucederle si alguien descubría que Sunshine sabía de la existencia de los Cazadores Oscuros y su mundo.
—¿Qué más te dijo esa amiga?
—Que eres inmortal. Que no sabe la edad que tienes, pero que vendiste tu alma para vengarte de tu clan.
Talon entrecerró los ojos.
—¿Te dijo el motivo?
—Ella no lo sabía.
—¿Qué más te contó?
—Que el amor verdadero podía devolverte tu alma y liberarte del juramento que te ata a Artemisa.
Era cierto, pero en su caso no importaba. Libre o no, Sunshine jamás podría ser suya.
—Siempre que yo quiera mi libertad, querrás decir.
—¿No la quieres?
Él bajó la vista al suelo.
Sunshine le colocó la mano bajo la barbilla y le alzó la cabeza para obligarlo a mirarla.
—¿Talon?
Él le cogió las manos y se las besó antes de darle un apretón. Cómo deseaba pasar toda la vida con esa mujer. Era lo que siempre había deseado.
Lo que jamás podría tener.
—No hay una respuesta sencilla para esa pregunta, Sunshine. Hice un juramento y siempre me mantengo fiel a mis juramentos.
—¿Significo algo para ti?
Talon se arredró ante semejante pregunta. Volvería a vender su alma sin pensárselo con tal de pasar el resto de la eternidad junto a ella.
—Sí, mucho; aunque debes admitir que apenas nos conocemos.
—Lo sé; pero cuando te miro, sé que te conozco, Talon. Te llevo tan dentro de mi corazón que me duele. ¿No lo sientes tú también?
Sí, lo hacía. Aunque no podía decírselo. No se atrevía. Entre ellos se interponía algo mucho más poderoso que los sentimientos. Debía tener en cuenta la ira de dos antiguos dioses que se cabrearían muchísimo si decidiera permanecer a su lado.
—Mi vida es muy peligrosa, Sunshine. No hay garantías de que Artemisa libere alguna vez mi alma. En el pasado hubo muchos Cazadores que se encontraron con la negativa de la diosa ante semejante petición; e incluso si accediera, no hay ninguna garantía de que pudieras superar su prueba y me liberaras.
»Por no mencionar el pequeño detalle de que cabreé a un dios celta hace siglos y cada vez que me permito amar a un humano, él acaba matándolo. ¿Por qué crees que vivo en el pantano? ¿Crees que me gusta ser un ermitaño? Nada me gustaría más que tener un escudero o un amigo humano, pero no me atrevo.
Como si acabara de trazar un plan, la mirada de Sunshine adquirió esa firmeza que comenzaba a resultarle tan familiar.
—¿A quién cabreaste?
—A Camulos.
—¿Qué hiciste…? —Su voz se desvaneció y su mirada se perdió en el vacío, como si estuviera recordando algo—. Mataste a su hijo.
Talon cerró los ojos. Cómo deseaba poder retroceder en el tiempo y deshacer los actos de aquel día. Si se hubiera quedado en casa con Ninia llorando por su tío, nada de aquello habría sucedido.
—Sí —murmuró—. Creí que su hijo había liderado el grupo que mató a Idiag.
—Porque elegiste casarte conmigo en lugar de hacerlo con su hija.
Él asintió.
—Estaba cegado por el dolor y no me paré a pensar que su hija se había casado con otro. —Tragó saliva al recordar aquel día y la agonía que seguía anidando en su corazón—. Ninia intentó detenerme, pero no le hice caso. Una vez que hube acabado con sus guerreros y su rey, Camulos se me apareció en el campo de batalla y me maldijo. Pasó mucho tiempo hasta que descubrí que el ataque de mi tío había sido orquestado por su propio hijo ilegítimo, que estaba intentando librarse de Ceara y de mí para hacerse con el trono. Para entonces ya era demasiado tarde. Ya estaban muertos y nuestros destinos estaban sellados. La verdad no salió a la luz hasta después de mi muerte.
Tomó la cara de Sunshine entre las manos cuando la agonía de aquel día volvió a asaltarlo.
—Siento mucho todo lo que te hice. Lo que nos hice a los dos. No ha habido un solo día de mi vida en el que no deseara retroceder en el tiempo para arreglarlo todo.
—No fue culpa tuya, Talon. Hiciste lo que te pareció correcto. —Sunshine lo abrazó con fuerza, intentando apaciguar su culpa y su dolor—. Seguro que hay una manera de romper la maldición de Camulos. ¿Verdad?
—No —respondió—. No puedes hacerte una idea de lo poderoso que es.
Ella se apartó para mirarlo a los ojos.
—¿No has intentado nunca apaciguarlo o hablar con él?
Antes de que pudiera responder, la puerta del piso estalló en pedazos.
Sunshine jadeó antes de saltar del regazo de Talon. El corazón se le desbocó al ver que un hombre entraba en su casa con total tranquilidad, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
No era ni de lejos tan alto como Talon; tal vez midiera poco más de un metro ochenta. Llevaba el cabello, largo y oscuro, suelto a ambos lados del rostro y vestía unos pantalones de cuero negro, una camiseta gris y un jersey negro de cuello de pico.
Era increíblemente apuesto, aunque estaba rodeado por un aura oscura y siniestra. Una que proclamaba a gritos lo mucho que le gustaba hacer sufrir a las personas. Talon se levantó, preparado para la pelea.
El extraño esbozó una sonrisa arrogante.
—Espero que no os importe la intromisión, pero comenzaban a zumbarme los oídos. Como es natural, tenía que pasarme para saber de qué hablabais.
Sin que nadie se lo dijera, Sunshine supo que se trataba de Camulos.
Talon dejó escapar una maldición y acto seguido llegaron hasta sus manos dos dagas que salieron de debajo de la chupa, que se encontraba en la mesita auxiliar.
Él activó el mecanismo con el pulgar, haciendo que las tres cuchillas de cada daga formaran un círculo y se agazapó en una postura amenazadora, dispuesto a enfrentarse al dios.
—¡Espera! —gritó Sunshine con la esperanza de evitar una pelea que podría costarle la vida a Talon. Miró a Camulos—. ¿Por qué has venido?
El dios celta dejó escapar una carcajada siniestra. Cruel.
—He venido tan solo para torturar a Speirr con tu muerte. ¿Por qué otro motivo me molestaría en venir?
Horrorizada, retrocedió un paso.
No, no se podía negociar con ese hombre. Era la encarnación del mal.
Talon saltó por encima del sofá, directo a la garganta del dios.
Camulos hizo que se materializara una espada de la nada.
—Speirr, cuánto te he echado de menos. Nadie pelea como tú.
Los ojos de Sunshine se abrieron de par en par cuando los vio batirse. Jamás había visto nada parecido en toda su vida. Hollywood quedó olvidado. Imposible compararlo con esos dos hombres. Luchaban con rencor y consumada destreza.
Talon desvió la espada de Camulos con sus srads antes de esquivar el siguiente golpe. Mientras el dios se preparaba para el nuevo asalto, Talon giró sobre sí mismo y le clavó una de las dagas en el brazo.
Camulos siseó cuando la sangre comenzó a manar de la herida.
—No dejaré que te la lleves —dijo Talon entre dientes—. Antes te mataré.
Camulos lo atacó con renovadas fuerzas. Con más rapidez.
Talon devolvió golpe por golpe. Asalto mortal por asalto mortal.
—Nunca aprendiste cuál era tu sitio, Speirr. Nunca supiste cuándo debías dejar de luchar para razonar.
Talon atrapó la espada del dios entre los dos srads.
—No negocio con mis enemigos. Los ejecuto. —Golpeó con la cabeza a Camulos, que se tambaleó hacia atrás.
El dios meneó la cabeza.
—Has mejorado.
—He tenido quince siglos para perfeccionar mi estilo.
Justo cuando Talon atacaba, otros seis hombres atravesaron la puerta.
Dos de ellos llevaban un par de potentes linternas cuya luz cayó directamente sobre los ojos de Talon. Este maldijo y se agachó, cubriéndose los ojos como si las luces lo abrasaran.
—Me gustaría muchísimo poder quedarme más tiempo —dijo Camulos—, pero me temo que ya estoy aburrido.
Talon se giró hacia Sunshine, que acababa de coger la lámpara de la mesa auxiliar para estamparla contra la cabeza del primer hombre que había llegado hasta ella.
—¡Maldito seas, Camulos! —gruñó Talon.
—Och, vamos, Speirr. Eres tú quien está maldito.
Talon intentó llegar hasta Sunshine, pero uno de los hombres le disparó. Las balas no eran mortales, pero sí le causaron un dolor indescriptible cuando le atravesaron el pecho, la espalda y los brazos. Se tambaleó antes de caerse.
Sunshine gritó al ver cómo Talon se desplomaba en el suelo. Aterrada, se abalanzó hacia él, momento en el que sintió que una bala la alcanzaba en la parte trasera del hombro. No podía pensar en otra cosa que no fuera salvar a Talon y salvarse ella misma. No tenía armas en casa, pero sí un bate de béisbol en su dormitorio.
Tenía que llegar hasta él.
Resultaba una pobre protección frente a un dios. Pero aun así, por nimia que fuera la oportunidad, era mejor que nada.
A medida que corría hacia su dormitorio se dio cuenta de que no la había alcanzado una bala.
Era un tranquilizante muy potente.
La estancia giró ante sus ojos mientras se esforzaba por caminar. Sentía las piernas pesadas, le costaba moverlas y tenía la sensación de estar andando a través de una capa de hormigón.
Avanzar suponía un esfuerzo enorme.
En un momento dado, todo se volvió negro.
Herido y sangrando, Talon luchó todo lo que pudo. Cada vez que se levantaba, alguien dirigía un haz de luz hacia sus ojos y volvían a dispararle. Los ojos le ardían y apenas era capaz de abrirlos.
Trató de llegar hasta Sunshine.
Camulos lo hirió con una descarga astral y lo lanzó contra la pared más lejana.
Talon lo fulminó con la mirada mientras un palpitante dolor le recorría todo el cuerpo y la sangre seguía manando.
Con total despreocupación, Camulos cogió a Sunshine en brazos para observarla.
—Es una cosita muy mona, ¿verdad? Aun más encantadora que la primera vez. —Volvió a mirar a Talon con los labios curvados en una siniestra sonrisa—. No tienes ni idea de lo que le tengo reservado. —La besó en la mejilla—. Pero te prometo que te enterarás.
Talon rugió con toda la fuerza de la rabia que sentía.
—Te juro que te mataré si le haces daño, Camulos.
El dios echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada antes de abandonar la habitación como si tal cosa.
El dolor apenas lo dejaba respirar cuando Camulos lo liberó y cayó de rodillas. Estaba cubierto de sangre, lo que dificultaba sus movimientos sobre el resbaladizo parquet. De todos modos, eso no impidió que lo intentara.
Lo único que importaba era mantener a salvo a Sunshine.
Alguien comenzó a arrancar las persianas de las ventanas, haciendo que la luz del sol inundara la estancia.
Talon dejó escapar un gruñido cuando la luz del sol le abrasó la piel y se lanzó en dirección a la puerta por la que Camulos se había marchado.
Tres hombres se abalanzaron sobre él y lo obligaron a retroceder.
Se abrió camino entre puñetazos y patadas para seguir al dios.
Corrió en pos de Camulos hasta la puerta trasera del club, que este ya había atravesado para salir al callejón.
Sin otro pensamiento que el de salvar a Sunshine, Talon no se percató de que estaba a pleno sol hasta que su piel estalló en llamas. Lanzando una maldición, volvió al interior del club y observó con impotencia cómo Camulos se detenía junto al coche y sostenía la cabeza de Sunshine en alto para que él pudiera verle el rostro.
—Dile adiós a tu esposa, Speirr. No te preocupes. Me ocuparé muy bien de ella.
Camulos la metió en el coche y se marchó.
—¡No! —gritó Talon. No sería el causante de la muerte de Sunshine.
Otra vez no.