9

—Supongo que ahora te irás —dijo Sunshine en voz baja a pesar de que parte de ella no quería que se fuera. El espacioso ático se le antojaba de repente un poco desolado al pensar en su marcha.

Se lo habían pasado genial en su cabaña preparando la bandeja de comida y haciendo el amor.

Sin embargo, la sexcapada con él había llegado a su fin. Ya era hora de que ambos retomaran sus respectivos caminos.

Entonces ¿por qué le dolía tanto pensar que no volvería a verlo?

Talon asintió.

—Sí, supongo que sí.

Le soltó la mano y comenzó a caminar hacia la puerta. Ya encontraría un lugar donde dormir en el edificio abandonado que había junto al de Sunshine. Buscaría una planta que no estuviera demasiado lejos de la suya, de modo que pudiera vigilarla hasta el amanecer. Después podría dormir en el edificio hasta la noche siguiente.

Sería más fácil de esa manera. Más fácil para ambos que rompiera la relación en ese momento.

No tenía sentido pasar otro día con ella. No cuando sabía que no podía ofrecerle nada más.

No mientras representara un peligro para ella.

A Sunshine le dolió ver que extendía la mano hacia el picaporte.

Se iba.

Todo había acabado.

No podía respirar. Una dolorosa punzada le atravesó el estómago al pensar que no volvería a verlo.

No podía quedarse allí sentada y dejar que se marchara así.

—¿Talon?

Él se detuvo y se giró para mirarla.

—¿Por qué no te quedas a pasar la noche? Sé que no puedes volver a casa antes del amanecer.

—No, será mejor que no lo haga.

—Pero ¿adónde vas a ir?

Talon se encogió de hombros.

Déjalo ir…

No podía. Así no. No le parecía correcto.

—Venga. Saldré de aquí mañana temprano y tendrás todo el ático para ti mientras trabajo. Nadie te molestará. Te lo prometo.

Talon titubeó.

Vete.

La orden resonó en su cabeza. Tenía que hacerlo.

No podía.

—¿Seguro que no te importa? —le preguntó él.

—En absoluto.

Talon respiró hondo y regresó junto a ella.

Su esposa.

Su salvación final.

Su destrucción final.

Ninia lo había significado todo para él. Durante todos esos siglos, había creído que estaba a salvo de sus propias emociones. A salvo del dolor que traían consigo los recuerdos de su esposa.

En esos momentos todo había regresado. Y resultaba incluso más doloroso que antes.

—¿Pasa algo malo? —preguntó Sunshine.

—Estoy cansado, supongo —respondió él antes de quitarse la cazadora y dejarla a un lado.

Sunshine tragó saliva con fuerza al ver esa camiseta ajustada que marcaba su bien desarrollado cuerpo. Esa impresionante anatomía la fascinaba. El hombre tenía el mejor culo que el cuero había rozado jamás. Tenía unas piernas largas, bien torneadas y gloriosas, y ella recordaba muy bien lo que se sentía cuando estaban enredadas con las suyas.

La sensación de toda esa fuerza y belleza masculinas entre sus brazos… empujando entre sus piernas…

Estuvo a punto de soltar un gemido al imaginárselo.

Sin embargo, en ese momento se alzaba un muro entre ellos. Como si él le ocultara parte de sí mismo.

Había desaparecido el hombre tierno que había compartido su cuerpo y sus risas con ella. En esos momentos Sunshine solo veía a la poderosa bestia que había vapuleado a sus atacantes y había conseguido que huyeran con el rabo entre las piernas.

Echaba mucho de menos su parte más dulce.

—Vas a ponerte duro conmigo, ¿no es así?

Él enarcó una ceja con expresión confundida y pareció desconcertado por su pregunta.

—Milady, me pongo duro cada vez que se acerca a mí.

El rubor cubrió las mejillas de Sunshine, que soltó un resoplido.

—No me refería a esa clase de dureza. Aunque esa dureza es mucho mejor que la otra. Al menos con esa sé que te gusto.

Talon soltó un gemido cuando ella bajó la mirada hacia sus pantalones, los cuales estaba seguro de que no ocultaban su erección. Notó que sus defensas se desmoronaban. Sintió el deseo de ser con ella el hombre que siempre había sido con Ninia.

Con Ninia había sido él mismo. Ella jamás había esperado que fuera otra cosa que su amigo.

Nin jamás había visto al niñito patético al que todos escupían y rechazaban. Al niño al que habían obligado a barrer el suelo que pisaban sus superiores.

Al niño al que habían forzado a arrastrarse.

Jamás había visto al chico insensible en quien se había convertido cuando se hartó de las palizas y de los abusos.

De niño había endurecido su corazón y había aprendido a soportar los puñetazos. Había aprendido a devolver los escupitajos y a derribar a cualquiera que lo mirara con desprecio o que hiciera un comentario acerca de él, de su madre o de su hermana.

Se dijo a sí mismo que no necesitaba el amor ni la preocupación de nadie. Y así había aprendido a vivir como un animal salvaje, siempre preparado para atacar cuando alguien trataba de tocarlo.

Hasta que apareció Ninia. Ella había domado a la bestia que había en él. Le había permitido mostrarse amable con ella. Ser algo distinto a una persona fría e inconmovible. A la defensiva y brutal.

Con ella solo había sido Speirr. Ese ser mitad niño y mitad hombre que quería que alguien lo amara. Que quería amar a alguien.

Había pasado mucho tiempo desde que fue él mismo con alguien.

Sus hermanos Cazadores acudían a él en busca de consejo. Aquerón confiaba en él por su fuerza, su inteligencia y su serena capacidad de liderazgo.

Ninguno de ellos, ni siquiera Wulf, lo conocía en realidad. Jamás le había abierto su corazón a nadie que no fuera la mujer que en esos momentos se sentaba frente a él.

Una mujer ante la cual no se atrevía a sincerarse en esa época.

—Eres insaciable, ¿verdad? —preguntó ella.

—Solo contigo —susurró y se acercó a ella mientras trataba de reconciliar la imagen de la mujer que había sido con la de la que era en esos momentos—. Jamás pude resistir la tentación de tocarte. De estar dentro de ti. De sentir tu aliento sobre mi piel y tus hermosas manos sobre mi cuerpo.

Sunshine se estremeció al escuchar sus palabras. Se aproximó a ella como un enorme felino al acecho. Su cuerpo era una sinfonía de movimientos.

El aroma a cuero y hombre de Talon invadió sus sentidos y consiguió que se le hiciera la boca agua.

La cabeza comenzó a darle vueltas con el beso, pero se apartó de él, perpleja por sus comentarios.

—Lo dices como si me conocieras de toda la vida. ¿A qué se debe?

—Me da la sensación de que te conozco desde siempre. Como si te llevara en el corazón desde hace siglos.

Ella tembló ante esas palabras. Ese era el hombre que aparecía en sus sueños. El poeta y jefe celta. El hombre al que recordaba cabalgando hacia la batalla y luego cabalgando de vuelta a casa para amarla.

Sin embargo, no podía ser ese hombre… ¿O sí?

Con todo, se dio cuenta mientras lo pensaba de lo extraños que eran sus sueños. En ellos, era rubia y de ojos azules, pero Talon…

Talon tenía el mismo aspecto.

El tatuaje era el mismo. Las trenzas en la sien. Incluso llevaba el mismo colgante. La única diferencia era el color de sus ojos.

No podía ser cierto. Había algo extraño en todo aquello. Algo que la asustaba a un nivel que ni siquiera sabía que existía.

¿Podría ser el mismo hombre?

¿Sería posible?

No, no lo era; sin embargo, al vivir con sus padres había visto un montón de cosas imposibles. Había poderes sobrenaturales en el mundo.

Se alejó del beso de Talon e inclinó su cabeza para poder ver la piel que había justo debajo de su oreja derecha.

Allí estaba la pequeña cicatriz. Una pequeña cicatriz que ella, siendo Ninia, le había hecho en una ocasión cuando pescaban en el lago. Había echado hacia atrás la caña para lanzarla de nuevo y el anzuelo se le había enganchado en la oreja.

La cicatriz en forma de estrella todavía se encontraba allí.

Donde había estado siempre.

Donde estaba en esos momentos.

No, no era posible.

¿O sí?

Tembló por la incertidumbre.

Los ojos entrecerrados de Talon la contemplaban con una mirada voraz. Su aliento le caía sobre el rostro con suavidad. Podía sentir el corazón del hombre latiendo bajo su palma, la fuerza y la calidez que llegaban hasta ella.

—Te he echado mucho de menos, Nin… Nin… Niña mía.

Sunshine se quedó helada cuando él se apartó de inmediato. A juzgar por la expresión de su rostro, Talon estaba tan sorprendido como ella por lo que había dicho.

—¿Cómo me has llamado?

—Niña mía —respondió él con rapidez.

—Antes de eso.

—Nada.

Joder, todo aquello era muy extraño. Y ella deseaba… mejor dicho, necesitaba una explicación.

—Talon —dijo al tiempo que se levantaba de la silla para ponerse de pie frente a él—, dime qué está pasando. Sabes quién es Ninia, ¿verdad?

Esos ojos negros como el azabache resplandecieron.

—¿Y tú?

¡Por el amor de Dios, era cierto! Él la conocía. De alguna forma, también recordaba el pasado.

No había cambiado ni un ápice. No podía permanecer bajo la luz del sol. No era un ciudadano americano, y aun así…

Bueno, no era necesario ser un científico de la NASA para descubrirlo. De algún modo, Talon era Speirr.

Era un vampiro, un inmortal o algo así. No le cabía duda.

—¿Cómo es posible que me recuerdes? —le preguntó.

—¿Cómo podría haberte olvidado?

Ella apartó los labios y se separó de él una vez más.

—Muy bonito, pero eso no responde mi pregunta. Hay algo de lo más extraño en ti, Talon. Y no tiene sentido que tengas el mismo aspecto que en mis sueños. Yo no soy la misma, pero tú sí. ¿Por qué?

Talon quería contárselo, pero no fue capaz de encontrar las palabras adecuadas.

Después de tu muerte, vendí mi alma a cambio de venganza a una diosa griega que ahora es mi dueña, de modo que tendré que pasar la eternidad cazando y matando vampiros en su nombre, pensó.

Él mismo tenía ciertas dificultades para creer que esa afirmación fuera verdad y eso que llevaba viviendo en esa realidad durante quince siglos.

Ella refunfuñó:

—Ya te estás haciendo el duro otra vez.

—¿Es que no puedes limitarte a disfrutar del momento? ¿No puedes aceptarme como soy?

—Está bien. Pero respóndeme a una cosa.

—¿Qué?

—¿Cuándo te graduaste en el instituto?

Él pareció incómodo con la pregunta.

—No lo hice.

—Pues dime en qué año lo dejaste.

Talon se apartó de ella. Había cosas que no podía responder. Cosas que se negaba a responder. El dolor que vio en los ojos de Sunshine le produjo una punzada en el corazón.

—¿Qué está pasando, Talon? No soy ninguna estúpida. Nadie tiene una alergia tan intensa al sol que ni siquiera pueda caminar delante de la ventana. Y no te creas que no me he dado cuenta de que jamás enseñas los dientes. Si me acerco demasiado a ellos cuando nos besamos, te apartas de inmediato.

Talon deseó atreverse a utilizar sus poderes para que lo olvidara. Para cambiar de tema a otro menos inflamable.

—¿Qué? ¿Quieres que admita que soy un vampiro? ¿Que me pongo a aullar a la luna llena?

—¿Lo eres? ¿Lo haces? —Dio un paso hacia él y colocó la mano sobre su barbilla, como si estuviera dispuesta a echarle un vistazo a su boca—. Enséñame los dientes, Talon.

Él se echó hacia atrás.

—No puedo hacerlo.

Ella lo fulminó con la mirada.

—Eres Speirr, ¿no es así? De alguna forma, es a ti… a ti… a quien veo en sueños, ¿verdad?

Él apartó la mirada.

—No se lo diré a nadie —insistió Sunshine, bajando la voz—. Pero necesito saberlo.

—¿Y qué diferencia habría? —masculló él, cansado de la conversación—. ¿Me echarías a la calle?

—No —susurró con tono conciliador—. No creo que pudiera echarte a la calle nunca.

—Entonces ¿por qué quieres saberlo?

El fuego regresó a la mirada de Sunshine, que entrecerró los ojos para observarlo.

—Porque quiero que seas directo y sincero conmigo, porque quiero compartir tu vida.

Esas palabras lo desgarraron. Una amarga añoranza se adueñó de su corazón mientras recordaba lo imposible que le había parecido Ninia cuando era un hombre mortal. En aquella época lo único que se interponía entre ellos eran el estatus social y los rumores. En esos instantes el universo entero se había confabulado para mantenerlos separados.

—¿Qué te hace creer que quiero compartir mi vida? Puede que solo te esté utilizando para el sexo.

Con la angustia pintada en el rostro, ella se apartó de él.

—¿Lo estás haciendo?

El dolor que reflejaban sus ojos lo hizo trizas. No quería hacerle daño.

—¿Y qué me dices de ti? —inquirió, devolviéndole la pregunta—. Dime qué es lo que quieres de mí, Sunshine.

—Para serte sincera, no lo sé. En parte me siento atraída por ti; pero hay otra parte que se siente aterrada en tu presencia. Hay algo muy siniestro en tus ojos. Si deseara conocerte mejor, ¿me lo permitirías?

—No —respondió él entre dientes—. No podemos hacerlo.

—Entonces dame una razón por la que no podemos. Sabes muy bien que no soy ninguna chiquilla que necesite que su padre tome decisiones por ella. Creí que me respetabas.

—Y así es.

—Pues trátame como a una persona adulta. Dime cuál es la razón de que te niegues a responder incluso las preguntas más sencillas sobre ti mismo.

Lo que pedía era imposible. Jamás podría hablarle sobre su vida presente; no a menos que Aquerón o Artemisa lo liberaran de su juramento.

—Si te digo quién soy, tu vida correrá peligro.

—Vivo en Nueva Orleans, sobre uno de los clubes más populares de la ciudad, y aparco el coche en un callejón donde anoche asesinaron a dos hombres. Mi vida siempre corre peligro.

—Los de anoche no eran hombres y no fueron asesinados. —Talon no sabía por qué se le había escapado eso.

—Entonces ¿qué eran?

Díselo…

Se trataba de una orden perentoria. Nunca había roto el Código de Silencio. Jamás.

«Los daimons querían montarse una fiestecita con tu novia, celta. No la dejes desprotegida.»

Sunshine tenía derecho a saber qué había ahí fuera acechándola.

—Talon. —Ella dio un paso para situarse entre sus brazos y le cogió el rostro con las manos. Su contacto era relajante y cálido. Estuvo a punto de lograr que Talon se viniera abajo—. Confía en mí. Sea lo que sea, no se lo contaré a nadie.

—No puedo hacerlo, Sunshine. No puedo.

—No quieres, Talon. No quieres hacerlo. —Suspiró con irritación y apartó las manos—. Está bien. Guárdate tus secretos. Adelante, deshazte de mí. Vive una vida feliz y sigue haciendo lo que quiera que hagas.

Se alejó de él.

Talon extendió el brazo, pero ella pasó de largo.

—Sunshine…

—No me toques. Estoy cabreada contigo.

—Por favor, no te cabrees conmigo.

Ella meneó la cabeza.

—Vaya, se te da muy bien poner esos ojitos de cordero degollado. Y ese timbre profundo de voz. Pero ahora estoy demasiado enfadada para que me importe. Lárgate de una vez.

Talon se encogió ante el dolor de su voz y la orden. Ambos le llegaron al corazón.

En ese instante se dio cuenta de una cosa: Zarek y Aquerón estaban en lo cierto. Tenía miedo. Miedo de marcharse y miedo de quedarse.

Lo último que deseaba era perder a Ninia de nuevo; no obstante, cada vez que miraba a Sunshine se daba cuenta de que, pese a tener el alma de su esposa, no lo era.

Era otra persona. Alguien distinto y exasperante. Ninia jamás se habría cabreado con él. Ni siquiera cuando se hubiera merecido su furia. Siempre había sido tímida y apocada. No atrevida y exigente como Sunshine.

Cuando decía que dejara un asunto en paz, Ninia asentía y no volvía a hablar del tema. Jamás le habría dado un rodillazo a un daimon ni habría peleado con un caimán.

Aunque Talon tenía que admitir que lo más sorprendente de todo era que le gustaba la pasión de Sunshine. Su capacidad de enfrentarse a él y al mundo que la rodeaba.

—¿Qué? —preguntó ella, abriendo y cerrando los ojos como si no pudiera creer lo que veía—. ¿Todavía estás ahí? Creí que te había dado una orden.

Talon no pudo evitar sonreír.

—No quiero dejarte, Sunshine. ¿No puedes aceptarme como soy?

Ella apartó la mirada.

—Me gusta lo poco que sé de ti, Talon; pero el problema es que sé muy poco de ti. Vives en el pantano, pareces tener un montón de dinero y careces de apellido; te gustan esos caimanes grandes y espeluznantes y tienes a un chico llamado Nick que te hace los recados. Eso es todo. Hasta ahí llegan mis conocimientos acerca de Talon, y a decir verdad, es una lista muy corta. —Enfrentó su mirada—. Me niego a mantener una relación con un hombre que ni siquiera confía en mí lo suficiente como para contarme su biografía más básica. Si lo único que quieres es echar un polvo, ahí tienes la puerta. Si de verdad quieres quedarte, tendrás que contarme algo sobre ti mismo. Algo importante.

—¿Como qué?

—Dime el nombre de tu mejor amigo.

—Wulf Tryggvason.

Sunshine se quedó con la boca abierta, estupefacta.

—¡Dios mío, has respondido a una pregunta! Es posible que el mundo se venga abajo.

—No tiene gracia. ¿Ya puedo quedarme?

Ella frunció los labios mientras lo meditaba un instante.

—Está bien, pero solo porque sé que no puedes regresar a casa antes del amanecer.

Decidida a mantener las distancias entre ellos hasta que respondiera a sus preguntas, Sunshine se encaminó hacia el dormitorio. Cogió una almohada y una manta de su cama y regresó al salón para entregárselas a Talon.

Él pareció completamente anonadado cuando le ofreció la colcha rosa y la almohada.

—¿Qué es esto?

—Hasta que te sinceres conmigo, dormirás en el sofá.

—Estás bromeando.

—En absoluto. Ni en lo más mínimo. No pienso volver a dejar que te metas en mi cama hasta que me permitas entrar en tu cabeza.

Talon siguió presa de la estupefacción cuando ella se acercó a la pared de enfrente y bajó las persianas.

—Te he dicho lo de Wulf —señaló.

Sunshine se giró hacia él con expresión seria.

—Me has dicho un nombre… ¡Oooh! Eso me dice muchas cosas sobre ti, ¿no te parece? Bueno, mis mejores amigas son Trina Devereaux y Selena Laurens. ¿Qué te dice eso acerca de mí? Niente. Zilch. Nada. Solo significa que tengo a alguien a quien puedo llamar cuando estoy cabreada; y, créeme, si no fuera tan tarde estaría marcando el número de una de ellas como una posesa.

Talon soltó un gruñido, pero no pareció afectarla en lo más mínimo. La mujer tenía demasiada desfachatez.

—Bueno, cuéntame algo sobre Wulf —dijo Sunshine muy despacio al tiempo que daba un paso hacia él—. ¿A qué se dedica? ¿Vive aquí, en Nueva Orleans? ¿Está casado? ¿Cuánto tiempo hace que lo conoces?

—Vive en Minnesota y no está casado.

Eso pareció complacerla y sin embargo algo en su expresión le dijo que también había despertado su curiosidad.

—¿Cómo lo conociste?

Durante el Mardi Gras, hacía ciento dos años, cuando Wulf se trasladó a la ciudad de modo temporal… algo que jamás podría contarle a Sunshine.

Talon dejó escapar un suspiro de exasperación.

—Lo conozco desde hace mucho tiempo.

—¡Oooh! —repitió ella—. Con respuestas como esas conseguirás algunos puntos, pero no te servirán para regresar a mi cama. Y desde luego no te permitirán acercarte a mi cuerpo.

—Te estás mostrando de lo más irrazonable.

—¡Ja!

Era del todo injusto. Estaba tratando de protegerla y ella insistía en pedirle algo que no podía darle. En negarle su cuerpo porque no quería que le hicieran daño.

¿Cómo podía hacerle algo así? Furioso por su insistencia, le espetó:

—Soy tu marido.

Ella soltó un bufido y lo miró con sorna de arriba abajo.

—No en esta vida, chaval. —Levantó la mano izquierda para que pudiera verla—. No veo ninguna alianza en mi dedo; y la última vez que me fijé, tú no llegabas a la ciudad a lomos de tu caballo negro para cogerme en brazos y pedirme que fuera tuya.

Talon se quedó helado al escuchar sus palabras.

—¿Recuerdas eso?

Parte de su ira pareció disiparse cuando asintió.

—Y quiero saber cómo es posible que tú lo recuerdes.

Él arrojó la colcha y la almohada sobre el sofá y se tumbó con una postura rígida.

—Ya te he dicho que no puedo hablarte de eso.

—En ese caso buenas noches, encanto. Que tengas dulces sueños.

Se inclinó hacia delante para darle un beso en la frente y se marchó a su habitación.

Molesto hasta niveles insospechados, Talon contempló cómo ella convertía en todo un espectáculo el simple hecho de correr las cortinas. A esa mujer se le daba de maravilla hacerlo estallar en llamas y en esa ocasión las llamas no eran de las buenas.

Estaba furioso.

Sobre todo cuando ella encendió la luz de la mesilla y pudo ver su cuerpo a la perfección a través del delgado tejido.

Su corazón comenzó a latir con fuerza. No pudo apartar la mirada de Sunshine mientras ella despojaba ese voluptuoso cuerpo de la ropa antes de meterse desnuda en la cama.

Podía imaginársela allí tumbada, con las sábanas rosas arrugadas entre sus cálidos y húmedos muslos. Sus pechos se apretarían el uno contra el otro mientras yacía de costado con el brazo rozando y ocultando parcialmente la oscura cumbre de su seno derecho. Esa espalda desnuda estaría expuesta a su hambrienta mirada y tendría el cabello acomodado alrededor de la cabeza, a la espera de que él se tumbara tras ella y la estrechara contra su cuerpo.

A continuación, deslizaría la mano muslo arriba para poder cubrir esa carne suave y le levantaría la pierna con el fin de abrir su cuerpo e introducirse en su interior desde atrás.

Sí, casi podía sentir su suave trasero contra la entrepierna mientras se movía dentro y fuera de su cálido cuerpo. Sentir su cabeza acurrucada bajo la barbilla mientras hundía la mano entre sus piernas y la acariciaba con los dedos al tiempo que le hacía el amor de la forma más dulce y tierna.

La esencia amaderada del pachulí lo envolvería mientras ella se retorcía bajo sus caricias y gemía de placer.

Todas las hormonas de su cuerpo despertaron de golpe y su entrepierna se tensó, exigiendo que la tomara.

Ninia jamás le habría hecho una cosa así. Jamás le habría negado el acceso a su cuerpo. Nunca. Solo tenía que señalárselo con un dedo o arquear una ceja, y su esposa corría de buena gana a sus brazos.

En esos momentos la echaba de menos más que nunca.

—¿Sunshine?

—No, Talon —dijo ella con firmeza antes de apagar la luz—. La respuesta sigue siendo no.

—No te he preguntado nada.

—Sé muy bien lo que quieres cuando pronuncias mi nombre de esa forma, y tú sabes lo que quiero. ¿Adivinas quién de los dos va a darse por vencido? —Hizo una pausa antes de añadir—: Y, para que quede constancia, no voy a ser yo.

Talon soltó una maldición entre dientes. Ella era demasiado testaruda en esa vida. ¿Qué le había ocurrido a su amable Ninia, que siempre le había dado lo que deseaba en el momento en que lo deseaba?

Muy bien, que se quedara allí tumbada y desnuda.

Su cuerpo dio un respingo ante la última palabra.

Con un gruñido, se dio la vuelta para colocarse de frente al respaldo del sofá, de modo que no pudiera verla.

Era un hombre adulto, podría manejar esa situación. Mantendría el control.

¡Me cago en diez!, exclamó para sus adentros. Ninguna mujer lo había rechazado antes. Resultaba intolerable y exasperante.

Estampó el puño en la almohada cuando sintió que se endurecía más aún. Era demasiado grande para ese sofá y resultaba de lo más incómodo, pero dormiría allí o moriría en el intento.

Sunshine escuchó los movimientos de Talon en el sofá. Estuvo a punto de compadecerse de él. Más que a punto.

El problema era que estaba harta de sus secretos. Harta de tanto secretito. Había fisgoneado lo suficiente por su casa como para darse cuenta de que no era muy probable que fuese un camello; sobre todo porque no tenía ni siquiera un frasco de paracetamol, a pesar de poseer todo tipo de artilugios electrónicos. Montones de cuero, cerveza de importación y bastantes DVD para hundir a un acorazado. Por no mencionar las extrañas armas que había descubierto. Alguna de ellas con un diseño bastante antiguo.

Había algo muy raro en ese hombre y hasta que supiera de qué se trataba, no iba a permitirse intimar más con él. Tenía derecho a saber más antes de mirarlo con ojitos tiernos y permitir que la llevara por el mal camino de nuevo.

Se dio la vuelta y se obligó a dormir. Tenía que trabajar al día siguiente. Al contrario que él, ella no tenía una fuente inagotable de ingresos.

—Vaya, mira quién ha vuelto.

Sunshine dejó a un lado el libro que estaba leyendo y esbozó una sonrisa en dirección a Selena mientras su amiga se acercaba a ella tirando del carrito. Ataviada con un vestido púrpura holgado y una capa negra, Selena dejó el carrito a la derecha del puesto de cerámica y dibujos de Sunshine y comenzó a colocar su mesita de cartas y todos los artilugios psíquicos.

—Lo sé —dijo Sunshine con tristeza mientras marcaba la página de la novela romántica Nacido en pecado antes de dejarla a un lado—. Estos últimos días han sido de locos. Lo siento.

Selena extendió una tela morada sobre la mesita.

—¿Quieres que descubra algo sobre ese tipo? ¿Quieres que te eche las cartas?

Sunshine suspiró y apartó el taburete para ayudar a Selena a colocar sus carteles.

—No sé mucho acerca de él aparte de que es un motero gigante rubio y un dios del sexo que solo se alimenta a base de comida basura, que tiene un montón de dinero, que vive en el pantano y que conoce a tu cuñado Kirian… Ah, y también al marido de Grace.

El rostro de Selena perdió el color. Levantó la mirada, sorprendida.

—¿Talon? ¿Has quedado con Talon? ¿En más de una ocasión?

Sunshine se quedó helada, a camino entre el entusiasmo y el miedo. Selena no tenía buen aspecto. Parecía bastante alarmada por las noticias.

—¿Lo conoces? —preguntó con incredulidad.

Incómoda, Selena comenzó a mirar a su alrededor.

—¡Ay, Señor! Por favor, por favor, dime que no es el atleta sexual al que hirieron con la carroza del Mardi Gras. Por favor, dime que el tipo con el que he estado fantaseando no es Talon. He cenado con él, por el amor de Dios.

—Está bien, no te lo diré… pero es él. ¿No te parece un tipo genial?

Selena soltó un gemido.

—¡Mierda! He escuchado rumores acerca de él, pero ¿quién iba a imaginarse que eran ciertos? No me lo puedo creer.

Sunshine se sintió aliviada. Por fin alguien podía proporcionarle algunas respuestas, siempre que pudiera sonsacárselas a Selena. Si bien le daba la impresión de que su amiga no iba a mostrarse muy habladora.

—Lainie, será mejor que sueltes todo lo que sabes sobre él.

Selena abrió la boca pero, a juzgar por la tirantez de su mandíbula, Sunshine supo lo que estaba a punto de decir.

—No te atrevas a decirme que no puedes contarme nada —le advirtió antes de que Selena comenzara a hablar—. Ya se lo he escuchado decir a él suficientes veces.

Selena cerró la boca.

—Bueno, por una vez has encontrado a un buen chico. No es uno de esos coleguitas tuyos moteros sin empleo y tiene un futuro por delante. Un futuro muy largo, a decir verdad.

—¿Y qué más?

Selena eludió la pregunta.

Sunshine abrió la silla plegable que su amiga utilizaba para los clientes y se sentó a su lado.

—Vamos, Lainie. Este tío me gusta mucho, muchísimo, y me está volviendo loca que no quiera contarme nada sobre él; ni siquiera la fecha de su cumpleaños. ¿Qué es lo que sabes tú?

—Se supone que no puedo decir nada, Sunny. Juré guardar el secreto.

—¿Se lo juraste a quién?

Selena colocó la baraja de cartas del tarot sobre la mesa.

—Se supone que no puedo decirlo —repitió.

—Pero ¿qué pasa? ¿Es de la mafia o qué?

—No, no —respondió con un deje de advertencia en la voz—. Ellos consiguen que la mafia parezca una reunión de Boy Scouts. Nadie se interpone en el camino de esos tipos y sale indemne.

¿Algo peor que la mafia?

—¿Quiénes son?

—Mira —dijo Selena—, digamos que se dedican a lo mismo que Tabitha, ¿vale?

Sunshine frunció el ceño.

—¿A la lencería femenina? No tiene ninguna pinta de vender eso.

—No, idiota. A lo que se dedica Tabitha por las noches.

Sunshine formó un círculo perfecto con sus labios al comprenderlo.

—¿Es un cazavampiros?

—Sí, y uno de los buenos.

Eso explicaba lo de su encuentro en el callejón. Más o menos, ya que las personas que la habían atacado no tenían pinta de vampiros. A decir verdad, parecían yuppies.

—Hay mucho más en todo esto, ¿verdad? —preguntó Sunshine. Selena asintió y ella esbozó una sonrisa perversa—. Y tú, mi mejor amiga en este mundo, mi hermana del alma con la que comparto cucharadas de helado de plátano y correos electrónicos de tíos buenos en cuanto llegan, la mujer que me hizo ponerme un vaporoso vestido de dama de honor color lima lleno de frunces que añadió casi siete kilos a mis caderas, va a desembuchar todo lo que sabe, ¿no es así?

Selena se puso rígida.

—No es justo, y el vestido no era de color lima; era de color menta.

—Tenía un verde horroroso y me daba el aspecto de un pistacho pocho. Pero nos estamos desviando. Vas a desembuchar todo lo que sabes porque estoy enamorada.

Sunshine no estaba segura de a quién de las dos había sorprendido más la última parte de ese discursito.

Selena se giró para mirarla.

—¿Qué? ¿Me estás diciendo que amas a Talon?

Sunshine se reclinó en la silla mientras trataba de descifrar sus sentimientos por Talon. Había muchas cosas que le encantaban de él, muchas cosas que anhelaba; y al mismo tiempo no sabía nada acerca de quién y qué era en esos momentos.

Lo único que tenía claro era la sensación que despertaba en ella cada vez que lo miraba. Y el tremendo deseo de regresar a casa en ese instante y estar con él.

—Para serte sincera, Selena, no lo sé. Cada vez que estoy cerca de él me siento viva. Cálida y protegida… como si nada en el mundo pudiese afectarme ni enturbiar mi felicidad. Podría decirse que encaja conmigo. Sé que parece una locura…

Se detuvo un momento cuando echó un vistazo al tenderete psíquico de Selena, que estaba lleno de baratijas, runas y cartas del tarot. Pensándolo mejor, la locura no era algo desconocido para su amiga.

Sunshine la miró y trató de explicárselo.

—Talon y yo estuvimos casados en otra vida.

Un brillo oscuro apareció en los ojos de Selena. Cuando habló, lo hizo con un hilo de voz.

—¿Lo sabe Talon?

Sunshine asintió con la cabeza.

—Anoche incluso me dijo que era su esposa, cuando lo mandé a dormir al sofá.

—¿Duerme en el sofá?

—Es una larga historia.

Selena le dio la vuelta a una de sus cartas. Contempló la carta de la Muerte y después miró a Sunshine.

—¿Dijo él que fue en una vida anterior?

—No. De hecho, cuando sueño con él yo tengo un aspecto diferente, pero él no. Incluso tiene los mismos tatuajes y eso resulta de lo más extraño. Hasta recuerdo cuándo se hizo esos tatuajes. En estos momentos no estoy segura de si estoy loca o qué.

Selena cubrió la mano de Sunshine con la suya para darle un suave y comprensivo apretón.

—No, cariño. No estás chalada; al menos, no en lo que a esto se refiere.

—Pues dime qué está pasando.

Selena miró a su alrededor antes de inclinarse hacia ella y bajar la voz de nuevo, como si temiera que alguien pudiera escucharlas.

—Sunny, dime la verdad, ¿cuáles son tus intenciones con Talon?

La pregunta irritó a Sunshine.

—¿Qué eres tú? ¿Su madre? Te prometo que lo respetaré por la mañana.

Selena puso los ojos en blanco.

—Esto es muy serio, Sunshine. El motivo de tu interés está metido en cosas relacionadas con entes perversos que no dudarían en mataros a cualquiera de los dos si creen que él o tú sois capaces de traicionarlos.

Sunshine se encogió al notar el tono absolutamente serio de la voz de su amiga. Aquello no pintaba bien.

—Es un vampiro, ¿verdad? ¡Lo sabía!

—No exactamente.

—Eso es lo mismo que dijo él. De modo que te preguntaré a ti lo mismo que a Talon: ¿Cómo se puede ser «no exactamente» un vampiro?

—Siendo un Cazador Oscuro.

Sunshine se quedó perpleja al recibir por fin una respuesta. Desde luego la respuesta no tenía el más mínimo sentido, pero de todos modos era un comienzo largo tiempo esperado.

—¿Y qué es eso…?

—Un cazavampiros inmortal que ha vendido su alma a cambio de un Acto de Venganza.

Un escalofrío recorrió la espalda de Sunshine.

—¿Que le ha vendido su alma a quién, al Demonio?

—A la diosa Artemisa.

Sunshine frunció el ceño. Eso era lo último que esperaba oír. Pero a decir verdad, dado lo rara que era toda la conversación, nada debería sorprenderla.

—Estás bromeando, ¿verdad? —Selena movió muy despacio la cabeza en un gesto negativo—. Pero no tiene el menor sentido. Quiero decir que no hay tantos vampiros en el mundo, ¿o sí? ¿Cuántos Cazadores Oscuros puede haber? ¿Es el único?

Por la expresión de Selena supo que la respuesta no sería agradable.

—Hay miles de Cazadores Oscuros e incontables vampiros. Para decirlo con más corrección, se les denomina «daimons», ya que existen desde hace mucho más tiempo que la palabra «vampiro».

Sunshine se quedó sentada, sumida en el estupor mientras trataba de asimilar todo aquello.

—No lo pillo… Verás, en teoría siempre he creído en los vampiros, pero no en la práctica; así que me está costando mucho creer que haya tantos por ahí que se necesiten cazadores reales para detenerlos. —Intercambió una mirada con Selena—. No te ofendas, pero siempre he creído que tu hermana Tabitha estaba un poco tarada.

Selena dejó escapar una risa extraña.

—Lo está, pero esa no es la cuestión.

Sunshine trató de aceptar lo que su amiga le estaba contando. Todavía no estaba muy segura de si debía creerlo. ¿Podría ser Talon un cazavampiros inmortal de verdad?

No obstante, en un sentido muy raro, eso explicaría un montón de cosas.

Un buen montón de cosas.

Señor, ¡era de verdad un cazador de vampiros!

Comenzó a sentirse fatal.

—¿De dónde vienen los vampiros? —le preguntó a Selena—. ¿Son demonios o son personas transformadas como en las películas?

Selena hizo una pequeña pausa antes de empezar a hablar en voz baja.

—Vale, deja que te dé una breve lección de historia y veamos si eso te ayuda a encontrarle algún sentido a todo esto. Hace eones, se crearon dos razas: los humanos y los apolitas. Los apolitas eran los hijos del dios Apolo, que deseaba crear una raza superior que nos aventajara en todos los aspectos, formas y estilos. Eran personas hermosas, extremadamente altas y tenían increíbles poderes psíquicos.

Sunshine tragó saliva al recordar a sus atacantes. Estaba claro que esa descripción se ajustaba muy bien a ellos.

—Pero al igual que sucede con muchos otros con sus mismos poderes —continuó Selena—, los apolitas abusaron de ellos y comenzaron a luchar contra los hombres con el fin de subyugar a la humanidad.

—¿Los apolitas eran vampiros?

—No —respondió Selena—, no vayas tan deprisa. Durante la guerra entre los griegos y los apolitas, estos últimos mataron a la amante de Apolo y a su hijo. Enfurecido por dichos asesinatos, el dios destruyó la patria de los apolitas: la Atlántida.

»Por su traición, sobre los apolitas recayó una maldición: tendrían que beber la sangre de otros apolitas para sobrevivir y se les prohibió poner un pie bajo un rayo de sol, donde Apolo podría verlos. Puesto que su amante tenía veintisiete años cuando la asesinaron, los apolitas fueron condenados a morir de una forma horrible el día de su vigésimo séptimo cumpleaños.

—¿A morir cómo?

—Se desintegran y se descomponen lentamente en un período de veinticuatro horas.

Sunshine se quedó con la boca abierta.

—Dios, qué cosa más espantosa.

Selena se mostró de acuerdo y cogió la carta antes de devolverla al mazo.

—Eluden su destino de dos formas: se suicidan el día anterior a su cumpleaños o se transforman en daimons y comienzan a matar humanos con el fin de retener las almas en el interior de su cuerpo para prolongar sus vidas.

—¿Cómo?

Selena se encogió de hombros.

—No estoy muy segura. Lo único que sé es que beben nuestra sangre hasta que morimos y después introducen nuestras almas en sus cuerpos. Mientras el alma resista, podrán continuar viviendo. El problema es que un alma humana comienza a morir tan pronto como la capturan. De modo que precisan reunir almas sin parar para continuar existiendo.

—¿Y es ese conjunto de almas lo que los convierte en vampiros?

—Daimons, vampiros, necrófagos, como quieras llamarlos. Te chupan la sangre y el alma y te dejan sin nada. Algo así como los abogados. —Selena sonrió—. Oye, espera… acabo de insultar a mi marido.

Sunshine apreció que intentara hacer una broma, pero todavía no había acabado de digerir todo aquello.

—¿Y los Cazadores Oscuros? ¿De dónde provienen? ¿También son apolitas?

—No, son antiguos guerreros. Después de que la Atlántida se hundiera en el océano, los dioses griegos se enfadaron con Apolo por haber creado a los daimons para después liberarlos entre nosotros, de modo que su hermana Artemisa creó un ejército para atraparlos y destruirlos: los Cazadores Oscuros. Talon es uno de sus soldados.

—¿Y cómo los creó?

—No lo sé. Hace algo para capturar sus almas y luego devuelve al Cazador a la vida. Una vez que regresa como Cazador, se le proporcionan sirvientes y dinero para que pueda concentrarse en la caza y captura de los daimons. Su único trabajo consiste en liberar las almas robadas antes de que mueran.

Sunshine respiró hondo mientras absorbía toda aquella información. La cosa no tenía buena pinta, ni para ella ni para Talon.

—De modo que Talon ha jurado servir para siempre a Artemisa. —Dejó escapar un suspiro entrecortado—. Mierda, de verdad parece que los elijo. Hablando de relaciones sin esperanza que no llevan a ninguna parte…

—No tiene por qué ser así.

Sunshine levantó la vista y descubrió la expresión solapada del rostro de su amiga.

—¿Qué?

Selena barajó las cartas.

—¿Sabes? Kirian fue una vez un Cazador Oscuro…

El corazón de Sunshine dio un vuelco al escuchar aquello.

—¿En serio?

Su amiga asintió.

—Hay una especie de cláusula de rescisión. El verdadero amor les devuelve el alma y los libera del servicio de Artemisa.

—¿Así que hay esperanza?

—Cariño, la esperanza es lo último que se pierde.