8

Rondaba la medianoche cuando Ash dejó el Club Runningwolf’s.

¿Dónde coño se había metido Talon? Debería estar patrullando las calles.

Llevaba horas tratando de localizarlo.

Volvió a llamar a Nick solo para descubrir que el escudero tampoco lo había visto ni tenía noticias de él.

Era algo muy extraño en el celta. Presentía que Talon se encontraba bien, que estaba a salvo, y si quisiera podría rastrearlo. Sin embargo, nunca había utilizado sus poderes para husmear en la vida de los demás. Tras haber sido perseguido y acosado, no soportaba hacerle lo mismo a otra persona. No a menos que se tratara de una emergencia.

No manipularía el libre albedrío a la ligera.

Mientras volvía a guardarse el teléfono en el bolsillo de la chupa, se le erizó el vello de la nuca.

—Mira lo indefensa que está…

—Sí, pero es lo bastante fuerte como para alimentarnos a todos.

Oía los susurros dentro de su cabeza como le sucedía a Spiderman con su sentido arácnido…

Y ese trepamuros creía tener superpoderes… Por favor…

Ash cerró los ojos y localizó el origen de las voces. Seis daimons, cuatro hombres y dos mujeres, se encontraban en uno de los callejones de Royal Street. Se encaminó hacia su moto, pero se detuvo en seco. No había forma alguna de que pudiera llegar hasta ellos a tiempo por medios tradicionales.

Tras echar un vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie lo observaba, comenzó a reunir los iones del aire que lo rodeaba. Dejó que su cuerpo se desintegrara y utilizó sus poderes para doblegar las leyes del tiempo y la materia.

Invisible, atravesó la ciudad en dirección al callejón donde los daimons habían acorralado a una mujer. Estaba de pie, encorvada, y se rodeaba con los brazos mientras los daimons la acechaban.

—Por favor, no me hagáis daño —rogó—. Coged mi bolso y marchaos.

El daimon más alto le pasó la mano por el pelo y esbozó una sonrisa cruel.

—Pero si no te va a doler. Al menos, no durante mucho tiempo.

Aquerón se materializó. Creó una barrera para proteger y aturdir a la mujer. Lo único que su mente vería y recordaría más tarde sería una figura desconocida que espantaba a sus atacantes.

En la realidad, Ash silbó.

Los daimons se volvieron hacia él al unísono.

—Hola —dijo con despreocupación mientras se acercaba a ellos—. No estaríais planeando chuparle el alma a una humana inocente, ¿verdad, daimons?

Los daimons intercambiaron una mirada antes de echar a correr.

—No, de eso nada —dijo Ash antes de alzar otra barrera por detrás de ellos para evitar que escaparan del callejón—. Ningún daimon saldrá de aquí con vida.

Chocaron contra el muro invisible y rebotaron hacia atrás.

—Joder —comentó Ash, simulando una mueca de dolor—. Ahora entendéis lo que sienten los bichos que se estrellan contra el parabrisas, ¿verdad?

Los daimons se pusieron en pie a duras penas.

El más alto, que casi igualaba la estatura de Ash, entrecerró los ojos.

—No te tenemos miedo, Cazador Oscuro.

—Bien. Eso hace que la pelea sea más justa. —Ash extendió las manos y creó una vara con la mente.

Los cuatro hombres se abalanzaron sobre él mientras que las mujeres retrocedían.

Utilizando la vara, Aquerón lanzó por el aire al primer daimon que lo alcanzó y después le asestó un golpe con el extremo al segundo. A continuación incrustó la vara en el asfalto y la utilizó para guardar el equilibrio mientras saltaba por encima de un tercero para darle una patada. Accionó la afilada hoja oculta en su bota y la clavó justo en el pecho del daimon, que se desintegró al instante.

Ash aterrizó con elegancia en el mismo momento en que los dos primeros daimons conseguían levantarse y las mujeres retrocedían todavía más.

—Vamos, chicas —las llamó con voz burlona—. No seáis tímidas. Al menos yo os he dado la oportunidad de luchar, que es más de lo que vosotras hacéis por vuestras víctimas.

—Oye —dijo el líder con voz temblorosa—, deja que nos vayamos y te daré una información muy valiosa.

Ash resopló.

—¿Y qué información podrías darme que fuera tan valiosa como para dejarte libre a sabiendas de que seguirías matando humanos?

—Información muy valiosa —dijo otro—. Es sobre… —Sus palabras acabaron en un grito estrangulado.

Antes de que Ash pudiera moverse, todos los daimons se desintegraron.

Por primera vez en siglos se encontró demasiado aturdido como para moverse.

¿Qué coño acababa de pasar?

La mujer se enderezó y se lanzó hacia sus brazos.

—¡Me has salvado!

Ash frunció el ceño. No tenía ni idea de cómo era capaz de verlo hasta que lo besó de forma apasionada.

—Joder, Artemisa —gruñó antes de apartarla de un empellón—. Suéltame.

La diosa emitió un gruñido irritado. Tras soltarlo, abandonó su disfraz de humana rubia con un destello para regresar a su esplendor pelirrojo. El rizado cabello cobrizo le cubrió los hombros cuando se alzó frente a él con los brazos en jarras y un mohín en los labios.

—¿Cómo sabías que era yo?

—Después de once mil años es normal que reconozca tu sabor, ¿no te parece?

Malhumorada, cruzó los brazos delante del pecho.

—Te apuesto lo que quieras a que si hubiera sido una humana de verdad, te habrías acostado conmigo esta noche.

Aquerón exhaló un suspiro asqueado y dejó que la vara se desmaterializara.

—No tengo tiempo para tus estúpidos celos. Por si no lo sabes, tengo otras cosas de las que preocuparme.

Artemisa se lamió los labios y se acercó a él para recorrerle los hombros con una mano. Se inclinó para susurrarle al oído.

—Cariño, yo soy una de esas cosas de las que debes preocuparte. Ven conmigo a casa, Aquerón. Haré que te merezca la pena. —Le lamió el lóbulo de la oreja y Ash sintió un escalofrío.

Se zafó de ella con un movimiento de hombros.

—Me duele la cabeza.

—¡Llevas dos siglos con dolor de cabeza!

Ash miró a la diosa con sorna.

—Y tú llevas once con síndrome premenstrual.

La diosa se echó a reír.

—El día menos pensado, cariño, el día menos pensado…

Ash se apartó un poco más de Artemisa. Lo bastante para que ella no pudiera tocarlo de forma fortuita.

—¿Por qué estás aquí?

La diosa se encogió de hombros.

—Quería verte pelear. Me encanta cuando pones esa expresión seria y letal. Adoro la forma en que tus músculos se contraen cuando te mueves. Me pone a diez.

Por una vez, Ash no se molestó en corregirle el mal uso de la jerga. A decir verdad le enfurecía el hecho de que ella pudiera manipularlo de semejante manera. Odiaba sus juegos, sobre todo cuando involucraban las vidas de otras personas.

—¿Así que creaste a los daimons de la nada para matarlos después?

Ella acortó la distancia que los separaba.

—No, no, eran de verdad. Y no fui yo quien los desintegró. Créeme, me vuelve loca la forma en que tu cuerpo se mueve cuando atacas. Jamás se me ocurriría dejarlos dentro de combate mientras tú peleas.

—¿No querrás decir «dejarlos fuera de combate»?

—Bueno… dentro… fuera… —Artemisa le mordisqueó el hombro mientras le recorría el pecho con las manos—. Si sigues hablando de esa manera, seré yo quien te lleve a casa.

Ash comenzó a sentir un dolor de cabeza de lo más real. Apartó la mano de la diosa de su entrepierna, donde ella lo estaba acariciando.

—Artie, ¿te importaría centrarte un segundo? Si tú no los evaporaste, ¿quién lo hizo?

—No lo sé.

Aquerón se apartó de ella. Otra vez.

La diosa estampó el pie contra el suelo como si fuera una niña a la que le hubieran quitado su juguete favorito y lo miró echando chispas por los ojos.

—Odio cuando te haces cosas en el pelo, y ¿qué es eso que llevas en la nariz?

Ash notó que el pendiente desaparecía y que el agujero se cerraba. Apretó los dientes. Sin duda alguna su pelo volvía a ser rubio.

—Joder, Artemisa, no soy de tu propiedad.

Los ojos de la diosa relampaguearon de forma peligrosa.

—Me perteneces, Aquerón Partenopaeo —le dijo con la voz rebosante de rabia y posesividad—. Todo tu ser. Cuerpo, mente y alma. No lo olvides.

Él entrecerró los ojos.

—No tienes verdadero poder sobre mí, Artie. Ambos lo sabemos. A fin de cuentas mis poderes dejan a los tuyos a la altura del betún.

—Nada de eso, cariño. Mientras tu ejército de Cazadores Oscuros y los humanos a los que protege signifiquen más para ti que tu propia persona, siempre tendré poder sobre ti. —Le dirigió una hosca sonrisa antes de desaparecer del dominio de los humanos con un destello.

Ash maldijo y sintió el impulso pueril de lanzar una descarga astral en el callejón. No cabía duda de que la diosa intentaba atraerlo de nuevo a su templo.

Y como un estúpido, él acudiría. Tenía que hacerlo. Seguía sin saber quién se había cargado a los daimons y si no había sido Artemisa, eso quería decir que alguien más estaba jugando con él.

Y pobre de aquel que se atreviera a cruzarse en su camino. Toleraba a Artemisa porque no tenía más remedio. No tenía por qué aguantar a nadie más. Y por el martillo de púas del arconte que le arrancaría la cabeza a la primera persona que lo cabreara.

—Así que —le dijo Sunshine a Talon mientras se sentaba en la cama sobre las piernas, desnuda salvo por una camiseta prestada—, ¿tienes pensado mantenerme encerrada aquí para siempre o qué?

Tendido de costado, Talon rebuscó en la bandeja que ella había preparado hasta encontrar los M&M que él había insistido en que incluyera.

—Eso depende. ¿Tienes pensado hacerme comer esta basura saludable o puedo comerme las sobras del bistec que hay en el frigorífico?

Ella arrugó la nariz mientras masticaba otra frambuesa. Aún estaba sorprendida por la reducida y secreta reserva de fruta fresca que Talon escondía en el cajón inferior del frigorífico. Ese hombre parecía sentir aversión por cualquier comida que no fuera tóxica.

—No entiendo cómo puedes estar sano si comes esa porquería que tienes en los armarios. ¿Sabes que he contado hasta cinco tipos distintos de patatas fritas?

—¿En serio? Pues debería haber seis. ¿Ya se han acabado las de sabor a barbacoa?

—No tiene gracia. —Sin embargo, se echó a reír.

—Relájate —le dijo al tiempo que cogía una de las rodajas de plátano que ella había cortado—. Prueba el plátano.

Sunshine le dirigió una mirada traviesa antes de deslizar la vista de forma impúdica sobre su glorioso cuerpo desnudo.

—Ya he probado el tuyo.

Talon le sonrió.

—Creo que sería más apropiado decir que mi plátano te ha probado a ti.

Sunshine se echó a reír de nuevo al tiempo que se inclinaba para darle una frambuesa. Talon le sujetó la mano junto a su boca para pasarle la lengua sobre los dedos y mordisquearle la piel con suavidad antes de permitirle que la retirara.

Ese hombre no se parecía a ningún otro que hubiera conocido. Aunque era una pena que aquello no pudiera durar. Se le encogió el corazón al percatarse de la verdad. Tenía que largarse de allí antes de que le resultara todavía más difícil abandonarlo. No quería que ninguno de los dos acabara herido.

—¿Sabes, Talon? —dijo mientras buscaba otra frambuesa—. Lo he pasado genial estos dos últimos días, pero en serio que tengo que volver a casa.

Talon se tragó la frambuesa antes de beber un sorbo de agua. Era mucho más fácil decirlo que hacerlo. No podía llevarla a casa, no si los daimons seguían tras ella y no si Ash quería que la protegiera.

La negligencia en el cumplimiento del deber no era algo que el atlante perdonara con facilidad.

La función de los Cazadores Oscuros era la de proteger a los humanos. Si alguien fracasaba a la hora de cumplir el código, no tardaba en encontrarse pasando la eternidad sumido en un doloroso tormento.

Aunque tampoco necesitaba recordar esa amenaza. A decir verdad no quería que le hicieran daño a Sunshine. Esa mujer le gustaba mucho más de lo que debería.

Lo que era peor, le gustaba estar con ella. Había pasado muchísimo tiempo desde la última vez que se limitara a pasar la tarde con alguien. Y resultaba tan fácil hablar con ella… Era tan cariñosa y divertida…

—¿Te quedarías a pasar la noche si te lo pidiera? —leyó la tristeza en los ojos de Sunshine.

—Me gustaría, pero ¿qué pasaría mañana? No podrías llevarme a casa; y si yo utilizara tu embarcación, tú no podrías abandonar la cabaña.

—Podría llevarte a casa mañana por la noche.

Ella extendió el brazo y comenzó a juguetear con sus trencitas. Su sonrisa era tierna, pero triste.

—No, Talon. Por mucho que me guste la idea de quedarme, tengo que volver a casa. Tengo trabajo que hacer y no soy rica. Cada día que paso sin ir a la plaza, es un día en que no gano dinero. Tengo que comer, por si no lo sabías. El germen de trigo no es barato.

—Si se trata solo de dinero…

—No es solo eso, Talon. Tengo que retomar mi vida.

Sabía que ella tenía razón. Que tarde o temprano tendrían que separarse.

La llevaría de vuelta a su casa como ella quería y la protegería cuando oscureciera, escondido entre las sombras.

«Forma parte del mundo, pero nunca te inmiscuyas en él.»

Recordaba muy bien aquella lejana noche en la que Aquerón le dijo esas palabras.

«A causa de lo que somos, nos vemos obligados a relacionarnos con las personas. Pero debemos ser sombras invisibles que se mueven entre ellas.

»Nunca permitas que alguien te conozca. Nunca les des la oportunidad de darse cuenta de que no envejeces. Desplázate entre las sombras siempre atento, siempre alerta. Somos lo único que se interpone entre la humanidad y la esclavitud. Sin nosotros todos morirían y sus almas se perderían para siempre.

»Tenemos una gran responsabilidad. Nuestras batallas son numerosas y legendarias.

»Sin embargo, cuando la noche llegue a su fin, volverás solo a casa donde nadie sabrá lo que has hecho para salvar al mismo mundo que te teme. Nunca disfrutarás de la gloria. Nunca conocerás lo que son el amor y la familia. Somos Cazadores Oscuros. Nuestro poder es eterno. Nuestra soledad es eterna.»

Talon respiró hondo. El tiempo con Sunshine había llegado a su fin.

—Muy bien —dijo—. Te llevaré de vuelta.

Le acunó el rostro con las manos y le dio un profundo beso. Y mientras la saboreaba, su mente vagó hacia el pasado.

»—¿Speirr? —La iracunda voz de su tío lo llamó desde el otro lado de la puerta—. ¿Te importaría separarte de los brazos de tu mujer una sola tarde para que podamos hablar de negocios? Te juro que por la manera en que os comportáis los dos no sé cómo no tenéis ya cinco docenas de hijos.

Ninia se echó a reír mientras se movía sobre él con lentitud.

»—Vuelves a estar en problemas.

»—Sí, pero por ti merece la pena, Nin.

Tal y como solía hacer, Ninia se inclinó para frotar su nariz contra la de él y besarlo con pasión antes de separar sus cuerpos.

»—Será mejor que te vayas antes de que tu tío reclame nuestras cabezas.»

Talon se encogió ante el recuerdo y el dolor que este despertó en su interior.

Sunshine se apartó y le acarició la nariz con la suya tal y como solía hacerlo Ninia. Talon se quedó helado.

Algo no andaba bien. Esos recuerdos, el modo en que Sunshine se comportaba… La forma en que ella despertaba sus sentimientos. Le tomó la cara entre las manos de manera que pudiera mirar esos oscuros ojos castaños. Sus facciones no recordaban en absoluto las de su esposa, pero sus actos…

—¿Talon? ¿Qué pasa?

Era incapaz de hablar. No se atrevía a decirle que le recordaba a la mujer que había amado quince siglos atrás.

—Nada —respondió en voz baja—. Tienes que vestirte.

Ella se levantó.

—¿Speirr?

Talon cogió la sábana y se cubrió con ella cuando Ceara apareció en la cabaña.

—¿Pasa algo? —preguntó Sunshine al percatarse de su repentina incomodidad.

Él negó con la cabeza.

Ceara se detuvo en seco cuando vio a Sunshine. Abrió los ojos de par en par.

—¿Tienes compañía?

Talon no respondió. No podía hacerlo sin que Sunshine se diera cuenta de que Ceara se encontraba con ellos.

—¿Hay algún problema? —preguntó.

—No —dijo Sunshine.

—Sí —respondió Ceara—. ¿Sabías que Aquerón te está buscando?

Talon frunció el ceño. Cogió el teléfono móvil de la mesilla de noche y marcó el teléfono de Aquerón.

Nadie respondió.

—¿Tiene el teléfono apagado? —preguntó.

Sunshine también frunció el ceño.

—¿Quién tiene el teléfono apagado?

Ceara negó con la cabeza.

—Lleva toda la noche intentando ponerse en contacto contigo.

El ceño de Talon se acentuó. Bajó la mirada y marcó el número de Nick.

Una vez más, no obtuvo respuesta.

—Es extraño —dijo Talon—. Nadie contesta.

Sunshine encogió los hombros para restar importancia al asunto.

—No tanto. Son casi las dos de la mañana. Tal vez estén durmiendo.

—Confía en mí —le dijo—, estos tipos están bien despiertos a estas horas. —Se dirigió de nuevo hacia su hermana—. Ceara, ¿dónde está Aquerón?

—¿Ceara? —preguntó Sunshine—. ¿Aquerón? ¿De qué estás hablando?

Ceara pasó por alto la interrupción.

—Se encuentra con Artemisa en este momento, pero está preocupado por ti.

—¿Por qué has tardado tanto en venir? —preguntó Talon.

—Me resultó imposible hacerlo antes. Algo me mantenía apartada de ti.

—¿Desde cuándo?

—No lo sé. Hay algo que te rodea con su poder. Algo oscuro y malévolo.

—¿Con quién estás hablando? —preguntó Sunshine.

—Sunshine, por favor, te lo explicaré enseguida. Antes necesito algunas respuestas.

Volvió a clavar la vista en Ceara.

Su hermana estaba mirando a Sunshine con curiosidad. Se acercó a ella y le colocó una mano sobre el hombro.

Sunshine se echó a temblar.

—¿Qué ha sido eso?

Ceara se alejó de un brinco, como si el contacto la hubiera quemado.

—Ninia —dijo en un susurro antes de mirar a su hermano con expresión sorprendida.

Algo en el interior de Talon se negaba a aceptarlo. Cuando se dirigió a Ceara en esa ocasión, lo hizo en su celta natal.

Nae, no lo es. Es imposible.

—Posible o no, bràthair, es ella. Tiene el alma de Ninia. ¿No la sientes?

Talon clavó la vista en Sunshine con el corazón desbocado.

¿Sería posible?

Tras colocarse la sábana en torno a la cintura, se acercó a Sunshine y le tomó la cara entre las manos. Le alzó la cabeza para poder contemplar sus ojos oscuros.

Pese a su negativa, la sentía. La había sentido en el mismo instante en que la vio bajo la luz de la farola.

En lo más profundo de su ser, siempre había sabido que se trataba de su Ninia. Lo había sabido desde la primera vez que la saboreó.

Le temblaron las manos al reconocer la verdad.

—¿Cómo es posible? —preguntó.

Sin embargo, en su corazón conocía la respuesta: Camulos se la había enviado.

Ninia estaba allí para destruirlo de nuevo.

La opresión que sentía en el pecho le impedía respirar.

Esa era la razón de que se sintiera tan atraído por ella. La razón por la que no había querido dejarla. Camulos quería que Ninia lo sedujera para que tuviera que verla morir otra vez. En sus brazos.

Talon cerró los ojos y atrajo a Sunshine contra su pecho para abrazarla con fuerza, dividido entre el deseo de mover cielo y tierra para retenerla y la certeza de que acabaría por perderla hiciera lo que hiciese.

Nadie podía vencer a un dios.

Sunshine se esforzó por respirar atrapada en el aplastante abrazo de Talon.

—Talon, me estás asustando. ¿Qué pasa?

—Nada. Solo que tengo que llevarte a casa.

Lejos de mí antes de que los dioses se den cuenta de que estás aquí y decidan castigarte por ello, pensó.

—¿Speirr? —lo llamó Ceara, si bien su voz sonaba distante—. No puedo quedarme. Algo me aleja de nuevo.

—¿Ceara?

Se había ido.

Talon reprimió con fuerza sus emociones. No podía permitírselas en ese instante. Tenía demasiadas cosas por hacer y necesitaba todos sus poderes para enfrentarse al desafío que supondría mantener con vida a Sunshine.

Por no mencionar que tenía que descubrir qué estaba interfiriendo con los poderes de Ceara y con el teléfono de Aquerón.

La vida de Sunshine estaba en sus manos. Y en esa ocasión no le fallaría.

Talon apretó los dientes, deseando poder cambiar la historia.

«Quédate conmigo, Speirr. Por favor, no cabalgues con el corazón inundado por el afán de venganza.»

Si hubiera escuchado a Ninia el día en que su tío fue asesinado, su vida habría tomado un rumbo totalmente distinto.

Sin embargo, sobrecogido por el dolor y la furia, se había negado a cumplir la petición de Ninia y ella no había discutido el asunto.

Como siempre, Ninia se mantuvo al margen y le permitió hacer su voluntad. Talon cabalgó directo hacia la tribu gala del norte y acabó con todos sus miembros, sin saber que tanto los galos como él habían sido engañados.

Cuando se percató de la verdad, ya era demasiado tarde para pedir disculpas.

Los galos estaban bajo la protección de Camulos, el dios de la guerra, y bajo el mando del hijo humano de Camulos. La ira del dios de la guerra seguía haciendo estragos en la vida de Talon.

«… pasaré la eternidad viéndote sufrir.»

Era una promesa que Camulos había cumplido a rajatabla.

No, no podía luchar con Camulos y salir victorioso. Como Cazador Oscuro era fuerte y poderoso, pero no hasta el punto de poder matar a un dios.

En resumen, a menos que consiguiera que Sunshine se alejara de él y regresara a su vida de inmediato, estaba bien jodido.

En cuanto se vistieron y Sunshine hubo recogido sus cosas, para lo cual tuvo que regresar tres veces, Talon la ayudó a subir al catamarán y se dirigió de vuelta a Nueva Orleans. Cuanto más se alejara de ella, más segura estaría.

Se pondría en contacto con Aquerón en cuanto llegaran a la ciudad para averiguar si algún otro Cazador Oscuro o un escudero podría encargarse de vigilarla hasta el Mardi Gras. Alguien cuya presencia no representara un peligro mayor que los daimons que la perseguían.

Cuando llegaron al garaje Talon decidió pasar de la moto y utilizar el Viper esa noche. Necesitaba algo rápido, pero no tenía ninguna intención de exponer a Sunshine a más peligros.

Sin detenerse a pensar en todos los límites de velocidad que estaba rebasando, Talon la llevó a su apartamento y utilizó el teléfono de Sunshine para llamar a Aquerón.

—¿Qué haces en la ciudad? —exigió saber Aquerón.

—Me han dicho que has intentado ponerte en contacto conmigo.

—¿Quién te lo ha dicho? Creí que mis instrucciones eran claras: tenías que quedarte en tu cabaña con la mujer.

Talon frunció el ceño. Aquello era muy raro. Ceara no se había equivocado con anterioridad y tampoco le había mentido nunca.

—Sí, claro, pero… —Se detuvo mientras intentaba comprender lo que sucedía.

¿Qué estaba pasando allí?

—¿Sí?

—Nada, T-Rex. Supongo que lo entendí mal.

—¿Y por qué sigues hablando conmigo por teléfono? —preguntó Ash—. Tienes que llevarla de vuelta a la cabaña. Ahora.

A Talon no le molestó en absoluto su tono arrogante. Ash podía ser evasivo e irritante, pero nunca antes se había comportado como un capullo dictatorial.

—No puedo, T-Rex. Está pasando algo raro. Tengo que dejarla aquí.

—¿Por qué?

Talon echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que Sunshine no podía escuchar lo que decía. No le había dirigido ni una sola palabra durante el trayecto de vuelta a su casa y en esos momentos se encontraba sentada en el sofá dibujando y, al parecer, totalmente ajena a su presencia.

Quería que siguiera de esa manera.

Solo para estar seguro, bajó la voz.

—Es mi esposa.

—¿Cómo dices?

Talon bajó la voz aún más.

—Creo que Sunshine es la reencarnación de Ninia.

—Vaya, las cosas se ponen interesantes.

—Sí, y no puedo protegerla más tiempo. Necesito que alguna otra persona la vigile, ¿de acuerdo?

—Sí, ya veo cuál es tu dilema.

Talon frunció el ceño. ¿Dilema? No era el tipo de palabra que utilizaría Aquerón.

—¿Te pasa algo, T-Rex?

—No. Solo estoy preocupado por la situación. ¿Te marchas ya?

—Tengo que hacerlo.

—Tal vez deberías esperar hasta mañana por la noche.

—¿Qué?

—No puedo enviarte a nadie esta noche. ¿Por qué no sigues protegiéndola tú hasta que pueda encontrar a alguien? La verdad es que no me fío de Zarek para que la cuide, ¿y tú?

—Joder, no. Tienes razón. Y desde luego no quiero dejarla aquí sin protección.

—Sí, eso podría ser un problema. Pasa el día ahí y mañana me encargaré del asunto.

La línea se quedó en silencio.

Talon colgó con una extraña sensación en la boca del estómago. Había algo en esa conversación que no terminaba de cuadrar.

No obstante, cuando miró al otro lado de la estancia todas sus preocupaciones quedaron relegadas al ver a Sunshine.

Seguía sentada en el sofá, dibujando en su cuaderno mientras tarareaba una cancioncilla.

Era la nana de Ninia. La misma canción que ella solía canturrear mientras trabajaba.

El anhelo y el dolor lo atravesaron con tanta fuerza que apenas pudo moverse.

Sin embargo, fue el amor que sentía por ella lo que lo doblegó.

Se dio cuenta de que se estaba acercando a ella en contra de su voluntad. Se arrodilló delante de ella, apoyó la cabeza en su regazo y la abrazó con fuerza, agradecido por tenerla a su lado, sin importar lo diferente que fuera su aspecto o su comportamiento.

Su Ninia había vuelto.

Sunshine estaba perpleja por la familiaridad con la que Talon se comportaba. De forma instintiva, le recorrió los mechones dorados con los dedos mientras recordaba más cosas acerca de la vida pasada que habían compartido. Talon había hecho lo mismo antes. En muchas ocasiones.

—¿Qué está pasando, Talon?

—Ojalá pudiera decírtelo. —Alzó la cabeza para mirarla. El tormento que reflejaban esos ojos oscuros le llegó al alma e hizo que su corazón se desbocara.

Talon se apartó.

Le resultaba casi imposible abandonarla cuando ya sabía quién era.

Sin embargo, no podía hacer otra cosa. Ella tendría que vivir esa vida con otra persona.

¿Qué otra opción le quedaba? Jamás haría nada que pudiera hacerle daño. Otra vez no.

Ya la había matado una vez, no volvería a hacerlo de nuevo.

No había forma alguna de que estuvieran juntos mientras la maldición siguiera pesando sobre él.

Stig jugueteó con su móvil mientras repasaba la conversación que había mantenido con Talon.

Esbozó una sonrisa.

Todo estaba saliendo a las mil maravillas. Talon ya sabía que Sunshine era la reencarnación de su difunta esposa.

Perfecto. Absolutamente perfecto. No podría haber ocurrido en mejor momento. Todo estaba saliendo según sus planes.

Zarek se había tragado el anzuelo y había permitido que le tendieran una trampa. Talon estaba convenientemente distraído por su esposa. Valerio estaba bajo el control de Dioniso.

Y Aquerón…

Bueno, para él tenía reservado algo muy especial.

Tal y como los cajún de Nueva Orleans decían: Laissez les jeux commencer… Que comience el juego.