Todavía podía ver a Artemisa mientras yacía recostada con indiferencia en su trono acolchado de blanco y una expresión de total desinterés en su bello rostro.
«Ya te lo dije, Ash, mátalo. Eres el único que no se da cuenta del verdadero carácter de ese hombre. Por esa razón quise que viniera a Nueva Orleans en un principio. Quería que vieras con tus propios ojos a los extremos que ha llegado.»
Ash se negaba a creerlo. Él mejor que nadie comprendía la hostilidad de Zarek. La necesidad de asestar el primer golpe antes de que lo golpearan.
Así pues había negociado con Artemisa y le había conseguido algo más de tiempo a Zarek para que le demostrara a la diosa que no era un animal rabioso al que había que sacrificar por su propio bien.
Ash detestaba tener que negociar con ella. Aun así, no estaba dispuesto a firmar la orden de ejecución de Zarek. Todavía no. No mientras aún hubiera esperanza.
Volvió a llamar a la puerta. Más fuerte. Si Zarek estaba durmiendo en la planta superior era posible que no lo hubiera escuchado. La puerta se abrió muy despacio.
Ash entró y sus ojos se ajustaron de inmediato a la completa oscuridad. Cerró la puerta con sus habilidades mentales y dejó que sus sentidos inspeccionaran los alrededores.
Zarek estaba en la sala de estar que había a su izquierda.
El antiguo esclavo no se había preocupado de poner la calefacción, de modo que la casa estaba congelada. Claro que Zarek estaba tan acostumbrado a las temperaturas bajo cero de Alaska que a buen seguro ni siquiera notara el frío mucho más moderado de Nueva Orleans en febrero.
Ash se dirigió hacia la sala de estar y se detuvo cuando atisbó a Zarek tumbado en el suelo junto al sofá de estilo victoriano. Vestido únicamente con unos pantalones negros de deporte, Zarek parecía dormido, pero Ash sabía que no lo estaba.
Los sentidos de Zarek estaban tan agudizados como los suyos, y el antiguo esclavo jamás permitiría que nadie entrara en su lugar de descanso sin estar del todo alerta y preparado para atacar.
Ash dejó que su mirada se deslizara por la espalda desnuda de Zarek. En la parte inferior de la columna había un estilizado dragón. Era la única marca que tenía en la actualidad, pero recordaba muy bien una época en la que la carne de Zarek estaba cubierta de cicatrices tan profundas que él mismo había llegado a encogerse la primera vez que las viera.
Siendo el esclavo que recibía los castigos por el mal comportamiento de Valerio o sus hermanos, Zarek había crecido sufriendo las consecuencias cada vez que cualquiera de ellos se pasaba de la raya.
Las cicatrices no se habían concentrado tan solo en la espalda. Le cubrían las piernas, el pecho, los brazos y la cara. Una de ellas, situada en la parte superior de su cegado ojo izquierdo, era tan grave que apenas podía abrir el párpado. La cicatriz de la mejilla situada por debajo de ese mismo ojo confería a su rostro una apariencia retorcida y deforme.
Durante su vida como humano, Zarek había caminado con una pronunciada cojera y apenas podía utilizar su brazo derecho.
El día que murió y se convirtió en Cazador Oscuro, Zarek ni siquiera había sido capaz de enfrentar su mirada. Había clavado los ojos en el suelo, encogiéndose cada vez que él se movía.
Por regla general, Ash les daba a elegir a los nuevos Cazadores Oscuros si querían conservar las cicatrices físicas o preferían que desaparecieran. En el caso de Zarek ni siquiera lo había preguntado. Su cuerpo estaba tan dañado que las eliminó de inmediato.
Lo siguiente que hizo fue enseñar al hombre a devolver los golpes.
Y bien que los había devuelto. Para cuando Ash hubo concluido su entrenamiento, Zarek había dado rienda suelta a una furia tan virulenta que le había concedido inmensos poderes.
Por desgracia también lo había hecho incontrolable.
—¿Vas a seguir mirándome, Gran Aquerón, o ya estás listo para soltarme una nueva bronca?
Ash suspiró. Zarek seguía sin moverse. Yacía en el suelo de espaldas a él, con el brazo bajo la cabeza.
—¿Qué quieres que te diga, Z? Sabes de sobra que no debes atacar a un policía. Y mucho menos a tres.
—¿Y qué? ¿Se suponía que debía dejar que me esposaran y me encarcelaran para esperar la salida del sol en una celda?
Ash pasó por alto el rencor de Zarek.
—¿Qué ocurrió?
—Me vieron matar a los daimons y trataron de detenerme. Me limité a defenderme.
—Para defenderte no tienes que provocarle a un tipo una conmoción cerebral, romperle un par de costillas a otro y dejarle la mandíbula fracturada a un tercero.
Zarek rodó para ponerse en pie y lo fulminó con la mirada.
—Lo que les ocurrió fue culpa suya. Deberían haber retrocedido cuando les dije que lo hicieran.
Ash devolvió la mirada furibunda de Zarek. El antiguo esclavo tenía la habilidad de despertar su ira con más rapidez que Artemisa.
—Joder, Z, estoy harto de aguantar la mierda de Artemisa solo porque tú no sabes comportarte.
—¿Y cuál es el problema, Alteza? ¿No sabes aceptar las críticas? Supongo que eso es lo que ocurre cuando te crías como un noble. Nunca tienes que preocuparte porque alguien censure tu comportamiento. Todo el mundo cree que eres perfecto. Entretanto, eres libre de disfrutar de la vida. Dime una cosa, ¿por qué te convertiste en un Cazador Oscuro? ¿Alguien te pisó las botas y se fue tan campante?
Ash cerró los ojos y contó hasta veinte. Despacio. Sabía que con diez no tendría suficiente para calmarse.
Zarek lo observaba con su acostumbrado cinismo. El antiguo esclavo siempre lo había odiado. Aunque nunca se lo había tomado como algo personal. Zarek odiaba a todo el mundo.
—Sé lo que piensas de mí, ¡oh, Gran Aquerón! Sé lo mucho que me compadeces y no me hace falta. ¿De verdad crees que podré olvidar alguna vez cómo me miraste la primera noche que nos vimos? Te quedaste allí de pie con una expresión horrorizada, tratando de que yo no lo notara.
»Bien, hiciste tu buena acción. Limpiaste a tu pequeñín abandonado y lo dejaste guapo y saludable. Pero ni se te ocurra creer que tengo que lamerte las botas o besarte el culo por eso. Mis días de sometimiento acabaron.
Ash soltó un gruñido ronco mientras trataba de dominar el impulso de estampar al hombre contra la pared.
—No me presiones, Z. Soy lo único que se interpone entre tu persona y una existencia tan horrible que ni siquiera puedes imaginarla.
—Pues venga. Mátame. Me importa una puta mierda.
Ash ya lo sabía. Zarek había nacido con ganas de morir. Tanto en su vida mortal como en la de Cazador Oscuro. Sin embargo, jamás volvería a matar a un Cazador para enviarlo a la agonía del Dominio de las Sombras. Conocía de primera mano los horrores de esa existencia.
—Aféitate la perilla, quítate ese pendiente y guárdate las malditas garras. Si eres listo, te mantendrás lejos de los polis.
—¿Es una orden?
Ash utilizó sus poderes para levantar a Zarek del suelo y estamparlo con fuerza contra el techo.
—Deja de tentar a la suerte, chico. Has agotado mi paciencia.
Zarek tuvo el coraje de echarse a reír.
—¿Alguna vez se te ha ocurrido solicitar empleo en Disneyland? La gente pagaría una fortuna por este paseo.
Ash gruñó con más fuerza y le mostró los colmillos a aquel capullo insolente.
Resultaba de lo más difícil intimidar a un hombre para el que la vida no ofrecía el menor aliciente. Enfrentarse a Zarek le hacía sentirse como un padre con un hijo fuera de control.
Ash lo dejó en el suelo antes de ceder a la tentación de estrangularlo.
Zarek entrecerró los ojos en cuanto sus pies tocaron el suelo. Caminó con indiferencia hasta su petate y sacó un paquete de cigarrillos.
Sabía muy bien que no debía provocar al atlante. Aquerón podría exterminarlo en un abrir y cerrar de ojos si quisiera. No obstante, Ash todavía conservaba su humanidad. Sentía verdadera compasión por otras personas, una debilidad que Zarek jamás había poseído. No le había importado una mierda a nadie, de modo que ¿por qué iba a preocuparse él por los demás?
Encendió el cigarrillo cuando Aquerón se dio la vuelta para marcharse.
—Talon patrullará por Canal, así que quiero que te encargues de la zona comprendida entre Jackson Square y Esplanade.
Zarek soltó el humo.
—¿Algo más?
—Compórtate, Z. Por el amor de Zeus, compórtate.
Zarek le dio una larga calada al cigarrillo mientras Aquerón abría la puerta sin tocarla y salía a grandes zancadas de su casa.
Sujetó el cigarrillo entre los dientes y se pasó las manos por el desordenado pelo negro.
Que se comportara…
Le daban ganas de echarse a reír ante semejante orden.
No era culpa suya que los problemas siempre lo buscaran. Aunque tampoco había sido jamás de los que rehuían las cosas. Había aprendido hacía mucho tiempo a encajar los golpes y el dolor.
Apretó la mandíbula al recordar la noche pasada. Había visto a los daimons en la calle cuando se dirigían a casa de Sunshine. Los había oído hablar del modo en que pensaban torturarla. Así pues, los había seguido hasta que tuvo la oportunidad de luchar con ellos sin que nadie los viera.
Lo siguiente que supo fue que tenía cuatro heridas de bala en el costado y que un policía le gritaba que se detuviera.
En un principio pensó en permitir que lo arrestaran y llamar después a Nick para que pagara la fianza, pero cuando uno de los polis lo golpeó en la espalda con la porra, todas las buenas intenciones se fueron a la mierda.
Sus días como cabeza de turco se habían terminado para siempre. Nadie volvería a tocarlo.
Sunshine estaba sentada en el exterior de la cabaña de Talon, trabajando en las pinturas que Cameron Scott le había encargado. Mientras Talon dormía en el interior, ella había pasado varias horas allí tratando de descubrir por qué se encontraba todavía con él en su pantano.
Por qué lo había acompañado hasta allí la noche anterior cuando debería haberse limitado a ir a casa de su hermano.
La revelación sobre su pasado en común le había dado un susto de muerte.
Había sido su sumisa esposa, muy al estilo de June Cleaver…
Sunshine se estremeció. No quería ser la esposa de nadie.
Nunca más.
El matrimonio era una mala inversión para una mujer. Su ex marido le había enseñado muy bien que los tíos no querían una esposa, sino una criada que les proporcionara sexo a la carta.
Puesto que era un artista como ella, Jerry Gagne le había parecido la pareja perfecta. Se habían conocido en la escuela de arte y ella se había enamorado al instante de ese misterioso y taciturno estilo gótico que lo caracterizaba.
En esa época de su vida lo había amado con delirio y no habría podido imaginarse siquiera pasar un día sin él.
Creía que eran harina del mismo costal y que su relación duraría toda la vida. Había asumido que Jerry entendería su necesidad de crear y que la respetaría y le daría el espacio que necesitaba para crecer como artista.
En cambio, lo que Jerry quería era que cuidara de él mientras él crecía como artista. Las necesidades y los deseos de Sunshine siempre habían quedado supeditados a los de su marido.
Su matrimonio había durado dos años, cuatro meses y veintidós días.
No todo había sido malo. En parte todavía lo amaba. Le había gustado tener un compañero, alguien con quien compartir su vida; pero no quería volver a convertirse en la responsable de saber dónde dejaba alguien sus calcetines… cuando apenas lograba recordar dónde había dejado los propios. No quería dejar a un lado su trabajo para ir al supermercado cuando alguien olvidaba traer los huevos que necesitaba para fabricarse las pinturas.
Siempre eran sus planes los que cambiaban. Sus asuntos los que podían esperar.
Jerry jamás le había hecho ninguna concesión.
No quería que ningún hombre le hiciera perder la identidad de nuevo. Quería llevar su propia vida. Su propia carrera.
Talon era un tipo estupendo, pero tenía la impresión de que era muy parecido a ella. Un solitario que valoraba su intimidad. Hasta el momento se lo habían pasado en grande, pero estaba segura de que no eran compatibles.
Ella era una persona a la que le gustaba levantarse temprano y pintar a la luz del día. Talon permanecía despierto toda la noche. A ella le encantaban el tofu y el muesli. A él le chiflaban la comida basura y el café.
Jerry y ella habían compartido la misma rutina, tenían los mismos gustos y aun así habían acabado fatal. Si ellos no habían conseguido salir adelante, estaba claro que no había muchas esperanzas para mantener algún tipo de relación con Talon.
No, lo que tenía que hacer era recuperar su vida.
Tan pronto como él se levantara y comieran algo, le diría que la llevara a casa.
Talon suspiró en sueños. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que soñara con su esposa. No se había atrevido. Pensar en Ninia siempre conseguía desgarrarle el corazón.
Sin embargo, ese día ella estaba con él. Allí, en sus sueños, donde podían volver a estar juntos.
Con un nudo en la garganta, la contempló sentada frente a la chimenea, con el vientre abultado por su hijo mientras cosía ropitas para el bebé. Incluso después de cinco años de matrimonio y de toda una vida de amistad, ella seguía teniendo el poder de encenderle la sangre y de conseguir que el corazón le rebosara de amor.
Mientras crecía, bajo la desdeñosa mirada de su tío y el desprecio del clan, Ninia había sido la única que le proporcionara consuelo. Era la única que había logrado que se sintiera amado.
La escuchó tararear la misma nana que su madre le cantara a él cuando no era más que un niño pequeño.
Por los dioses, cómo la necesitaba. En esos momentos más que nunca. Estaba harto de las luchas, harto de los deberes con los que su pueblo lo había cargado tras la muerte de su tío.
Harto de escuchar los rumores sobre su madre y su padre.
Era un hombre joven, pero esa noche se sentía viejo. Y helado.
Hasta que miró a Ninia. Ella lo entibiaba por dentro y lograba que todo pareciera mejor.
Y él la amaba por ello.
Se acercó a ella y se dejó a caer frente a su silla antes de colocarle la cabeza sobre el regazo. La rodeó con los brazos tal y como era su costumbre y sintió que su hijo le daba una patada en el brazo en protesta.
—Has vuelto —dijo ella con suavidad mientras le pasaba una mano por el pelo.
Él no dijo nada. No podía. Por lo general se habría limpiado la sangre de la coraza y el cuerpo antes de acudir a ella, pero el dolor del día aún estaba demasiado fresco en su corazón.
Necesitaba sentir sus suaves y relajantes caricias sobre el cuerpo, necesitaba saber que por el momento ella se encontraba sana y salva y que seguía a su lado.
Tan solo ella podía aliviar el dolor de su corazón.
Su tía había muerto. Mutilada. Había descubierto el cuerpo cuando había ido a buscarla al ver que no se presentaba a la comida de mediodía.
Aunque viviera una eternidad, jamás podría olvidar aquella espantosa imagen. Permanecería en su interior junto con los recuerdos de su madre muriendo entre sus brazos.
«—Es la maldición de los dioses —había susurrado Parth esa noche, sin saber que Talon estaba lo bastante cerca como para escuchar lo que le decía a su hermano—. Es el hijo de la puta. Ella yació con un druida para engendrar un linaje maldito y ahora todos pagaremos las consecuencias. Los dioses nos castigarán a todos.
»—¿Quieres desafiar la espada de Speirr para conseguir el liderazgo?
»—Tan solo un estúpido desafiaría a alguien como él. Ni siquiera Cuchulainn puede igualarlo.
»—Entonces será mejor que pidas a los dioses que jamás te oiga.»
Talon cerró los ojos con fuerza, tratando de suprimir los susurros que lo habían perseguido durante todos los días de su vida.
—¿Speirr? —Ninia le acarició el rostro—. ¿Están todos muertos?
Él asintió. Después de llevar el cuerpo de su tía a casa, había reunido a sus hombres y había cabalgado en busca de la tribu gala del Norte. Había encontrado una de sus dagas cerca del cadáver y había sabido al instante que ellos eran los culpables.
—Estoy maldito de verdad, Nin. —Las palabras se le atascaron en la garganta. Después de haber pasado toda la vida intentando demostrar a los demás que no estaba maldito por culpa de los actos de sus padres, se había condenado por los suyos propios—. Tendría que haberte escuchado cuando murió mi tío. Jamás debería haberme vengado del clan del norte. Ahora no me queda más que preguntarme con temor a quién me arrebatarán sus dioses la próxima vez.
Sin embargo, en el fondo de su corazón lo sabía muy bien. No había nada en el mundo tan valioso para él como la mujer que lo abrazaba.
Ella moriría.
Por su culpa.
Era todo culpa suya. Todo.
Había sido él quien atrajera la ira de los dioses de los clanes del norte sobre sus cabezas.
No había forma de apaciguarlos. No había forma de mantenerla a su lado.
El dolor que le provocaba era más de lo que podía soportar.
—Le he ofrecido sacrificios a Morrigan, pero los druidas me han dicho que no es suficiente. ¿Qué más puedo hacer?
—Puede que este haya sido el último. Puede que todo haya acabado.
Eso esperaba él. La alternativa…
Nae, no podía perder a su Ninia. Los dioses podían quedarse con cualquier cosa menos con ella…
Talon emitió un gruñido cuando el sueño avanzó en el tiempo hacia el futuro. Estaba sujetando a su esposa mientras ella se esforzaba por traer a su hijo al mundo.
Ambos estaban cubiertos de sudor debido al fuego y a las horas de esfuerzo. La partera había abierto una ventana para permitir que la fría brisa procedente de la nieve que caía fuera entrara en la estancia.
Ninia siempre había adorado la nieve y el clima les había dado esperanzas de que quizá todo fuera a salir bien. Quizá el bebé fuera una oportunidad de futuro para todos.
—¡Empuja! —ordenó la mujer.
Las uñas de Ninia se le clavaron en los brazos cuando ella se agarró y comenzó a gritar. Talon acercó la mejilla a la de su mujer mientras la estrechaba con firmeza y le susurraba al oído:
—Estoy aquí, amor mío. No voy a dejarte.
Ella soltó un profundo gemido antes de relajarse cuando el hijo de ambos salió despedido de su interior hacia los brazos de la partera.
Ninia se echó a reír y él le dio un beso en la mejilla y la abrazó con fuerza.
Aunque su alegría no duró mucho, ya que el niño se negó a responder a los intentos de la anciana por despertarlo.
—El bebé está muerto. —Las palabras de la mujer resonaron en su cabeza.
—¡Nae! —gritó—. Está dormido. Despiértalo.
—Nae, mi triath. El niño ha nacido muerto. Lo siento muchísimo.
Ninia comenzó a llorar entre sus brazos.
—Lo siento mucho, Speirr; siento no haber podido darte un hijo. No quería fallarte.
—No me has fallado, Ninia. Jamás podrías fallarme.
Horrorizado y con el corazón destrozado, Talon estrechó a Ninia mientras la partera lavaba y vestía el cuerpecito de su hijo.
No podía apartar la mirada del pequeño.
Su hijo tenía diez dedos diminutos y perfectos tanto en las manos como en los pies. Tenía una abundante mata de cabello negro. Su rostro era hermoso y sereno. Perfecto.
¿Por qué no vivía el niño?
¿Por qué no respiraba?
Apretó los dientes para controlar el dolor y deseó con todas sus fuerzas que el niño despertara. Le ordenó en silencio que llorara y viviera.
¿Cómo era posible que un ser tan perfecto no respirara? ¿Por qué el bebé no era capaz de moverse y llorar?
Era el hijo de ambos.
Su precioso bebé.
No había razón alguna para que el pequeño no estuviera vivo y sano. No había razón salvo el hecho de que él era un estúpido.
Había matado a su propio hijo.
Se le llenaron los ojos de lágrimas. ¿Cuántas veces había colocado la mano sobre el vientre de Ninia y había sentido la fuerza de los movimientos de su hijo? ¿Cuántas veces había sentido el cariñoso orgullo de un padre?
Habían contado los días que faltaban para el nacimiento del bebé. Habían compartido los sueños y esperanzas que tenían para él.
Y jamás llegaría a conocer al chico que ya se había ganado su corazón. Jamás contemplaría su sonrisa ni lo vería crecer.
—Lo siento mucho, Speirr —murmuraba Ninia sin cesar entre sollozos.
Talon la abrazó con más fuerza y le murmuró palabras de consuelo. Tenía que ser fuerte por ella. Su mujer lo necesitaba en esos momentos.
Le dio un beso en la mejilla y se obligó a controlar las lágrimas para ofrecerle solaz.
—No pasa nada, amor mío. Tendremos más hijos.
Sin embargo, en el fondo de su corazón sabía la verdad. El dios Camulos jamás toleraría que un hijo suyo viviera y Talon nunca permitiría que Ninia volviera a pasar por aquello. La amaba demasiado.
Seguía abrazándola un buen rato después, cuando desapareció todo el color de su rostro. Cuando se desvaneció la última de sus esperanzas y se quedó allí sin nada más que una agonía insoportable.
Ninia se estaba muriendo desangrada.
La partera había hecho todo lo que estaba en sus manos, pero al final los había dejado a solas para que se despidieran.
Ninia lo estaba dejando.
Talon no podía respirar.
No podía moverse.
Ella se estaba muriendo.
La había cogido en brazos y la había acunado contra su pecho. Estaba cubierto con su sangre, pero ni siquiera se daba cuenta. Solo podía pensar en mantenerla a su lado, en lograr que se pusiera bien.
¡Vive por mí!
Intentó infundir su vigor al cuerpo de su esposa, pero no fue suficiente.
Intentó negociar en silencio con los dioses, ofreciéndoles cualquier otra cosa: su vida, sus tierras, su pueblo… Lo que fuera. Pero que le dejaran conservar su corazón. Lo necesitaba demasiado como para perderlo de esa forma.
—Te amo, Speirr —susurró ella con suavidad.
Talon sintió un nudo en la garganta.
—No puedes abandonarme, Nin —murmuró mientras ella se estremecía entre sus brazos—. No sé qué hacer sin ti.
—Cuidarás de Ceara, tal y como le prometiste a tu madre. —Tragó saliva mientras trazaba el contorno de los labios de Talon con su gélida mano—. Mi valiente Speirr… Siempre fuerte y generoso. Te esperaré al otro lado hasta que Bran nos una de nuevo.
Él cerró los ojos cuando las lágrimas escaparon a su control.
—No puedo vivir sin ti, Nin. No puedo.
—Debes hacerlo, Speirr. Nuestro pueblo te necesita. Ceara te necesita.
—Y yo te necesito a ti.
Ninia tragó saliva y levantó la vista para mirarlo con los ojos rebosantes de pánico.
—Tengo miedo, Speirr. No quiero morir. Tengo tanto frío… Nunca he ido a ningún sitio sin ti.
—Yo te mantendré caliente. —La cubrió con más pieles y le frotó los brazos. Si conseguía mantenerla caliente, se quedaría con él. Sabía que lo haría…
Si conseguía mantenerla caliente.
—¿Por qué está oscureciendo? —preguntó ella con voz trémula—. No quiero que oscurezca todavía. Quiero abrazarte un ratito más.
—Yo te abrazaré, Nin. No te preocupes, amor. Estoy aquí contigo.
Ella le colocó una mano sobre la mejilla al tiempo que derramaba una solitaria lágrima.
—Ojalá hubiera sido la esposa que te merecías, Speirr. Ojalá hubiera podido darte todos los hijos que querías.
Antes de que Talon pudiese hablar, lo sintió. El último aliento abandonó el cuerpo de Ninia y al instante se quedó exánime entre sus brazos.
Furioso y desconsolado, Talon echó la cabeza hacia atrás y soltó su grito de guerra mientras el dolor lo atravesaba de arriba abajo. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
—¿Por qué? —rugió a los dioses—. Maldito seas, Camulos, ¿por qué? ¿Por qué no pudiste matarme a mí y dejarla en paz?
Como era de esperar, nadie respondió. Morrigan lo había abandonado, lo había dejado solo para que se enfrentara a su dolor.
«—¿Por qué iban los dioses a ayudar al hijo de una puta como tú, muchacho? No mereces más que lamerles las botas a los que son mejores que tú.
»—Míralo, Idiag; es débil y patético, como su padre antes que él. Jamás llegará a ser algo en la vida. Bien podrías dejarnos que lo matáramos ahora y reservar la comida para alimentar a un niño mejor.»
Las voces del pasado lo flagelaban, hiriendo aún más su pobre corazón.
«—¿Eres un príncipe? —escuchó que preguntaba la voz infantil de Ninia el día que la había salvado del gallo.
»—No soy nada —había respondido él.
»—Nae, mi señor, eres un príncipe. Solo alguien tan noble se atrevería a enfrentarse a ese temible gallo para salvar a una campesina.»
Ella era la única que lo había hecho sentirse noble o bueno. Ella era la única que le había dado ganas de vivir. ¿Cómo era posible que su preciosa Ninia hubiera muerto? Sin dejar de sollozar, sostuvo a su esposa y al bebé durante horas. Los abrazó hasta que el sol comenzó a brillar con fuerza sobre la nieve y la familia de Ninia le suplicó que les permitiera comenzar con los preparativos para el entierro. Sin embargo, él no quería que los prepararan. No quería dejarlos marchar.
Desde el día en que se conocieran, jamás habían estado separados durante mucho tiempo.
El amor y la amistad de Ninia le habían permitido sobrevivir a muchas cosas. Ella había sido su fuerza a lo largo de los años. Se había convertido en la mejor parte de sí mismo.
—¿Qué voy a hacer ahora, Nin? —susurró contra su gélida mejilla mientras la mecía—. ¿Qué voy a hacer…?
Permaneció allí sentado a solas con ella, perdido. Helado. Sufriendo. Al día siguiente la enterró junto al lago en el que habían comenzado sus citas infantiles. Todavía podía verla esperándolo, con el rostro iluminado por la ilusión. Podía imaginarla corriendo a través de la nieve y cogiendo un puñado para hacer una bola que más tarde le metería por la túnica cuando estuviera desprevenido.
Entonces él la perseguiría y ella saldría corriendo entre carcajadas.
A ella le encantaba la nieve. Siempre le había encantado echar la cabeza hacia atrás y dejar que los blancos e inmaculados copos cayeran sobre su hermoso rostro y su dorado cabello.
De algún modo le parecía inapropiado que hubiera muerto en un día como ese. Un día que le habría reportado tanta felicidad.
Encogiéndose de dolor, Talon deseó vivir en cualquier otra parte, en un lugar donde jamás nevara. Un sitio cálido donde jamás tuviera que volver a ver la nieve y recordar lo que había perdido.
¡Por los dioses! ¿Cómo era posible que se hubiera ido?
Talon rugió de dolor. Estaba a cuatro patas sobre la nieve, con el corazón vacío de todo salvo de una dolorosa tristeza.
De lo único que era consciente era de Ninia tumbada en el suelo, sosteniendo al hijo de ambos contra su pecho. Del hecho de que no estaba allí para protegerla, para conseguir que entrara en calor. Para darle la mano y guiarla dondequiera que ella quisiera ir.
Sintió una diminuta mano sobre el hombro.
Alzó la mirada y descubrió el rostro de su hermana. Ceara había vivido más tragedias de las que le correspondían.
—Yo sigo contigo, Speirr. No te dejaré solo.
Talon le rodeó la cintura con los brazos y la atrajo hacia él. La abrazó mientras lloraba. Ella era todo lo que le quedaba. Y desafiaría a los propios dioses para mantenerla a salvo.
No había sido capaz de proteger a Ninia, pero protegería a Ceara.
Nadie le haría daño sin enfrentarse antes con él…
Talon se despertó justo antes de la puesta de sol con una sensación de lo más desagradable en el estómago.
Se sentía tan solo…
Sus emociones eran descarnadas y estaban a flor de piel. Hacía siglos que no se sentía así. No había experimentado un sufrimiento semejante desde la noche en que Aquerón le enseñara a enterrar sus emociones.
Esa noche sentía realmente la soledad de su vida. Su dolorosa quemazón le desgarraba el pecho, y tuvo que esforzarse para respirar.
Hasta que percibió la esencia de algo extraño en su piel y en su cama.
Pachulí y trementina. Sunshine.
Su corazón se aligeró al instante al pensar en ella y en su forma de avanzar a tropezones por su animada existencia.
Inhaló su delicada fragancia y rodó sobre la cama para descubrir que estaba vacía.
Frunció el ceño.
—¿Sunshine?
Miró a su alrededor y no la vio por ningún sitio.
—¡Déjame en paz de una vez, par de botas con patas!
Talon enarcó una ceja al escuchar la voz de Sunshine al otro lado de la puerta. Antes de que pudiera levantarse, la puerta se abrió de golpe y dejó a la vista a una Sunshine que no dejaba de regañar a Beth y a un caimán que siseaba en protesta.
Ambas forcejeaban en la entrada.
—¡Deja en paz mi caballete, refugiada de una fábrica de maletas! Si necesitas madera para hacerte un palillo, en el porche tienes un montón.
Los labios de Talon esbozaron una sonrisa al contemplar cómo ambas tiraban del caballete, Sunshine desde dentro de la cabaña y Beth desde el porche.
—Beth —dijo con sequedad—. ¿Qué estás haciendo?
Beth separó las mandíbulas y soltó el caballete. Sunshine se tambaleó de espaldas hacia el interior de la cabaña, con el caballete entre las manos. El caimán siseó y batió las mandíbulas en dirección a Talon mientras agitaba la cola y se enfrentaba a Sunshine con expresión irritada.
—Dice que te estaba obligando a entrar en la cabaña antes de que oscureciera y algo decidiera comerte —tradujo para Sunshine.
—Pues dile a Aliento de Pantano que ya venía hacia aquí. ¿Por qué estaba…? —Sunshine dejó la pregunta en el aire y lo miró—. ¡Señor! ¿De verdad estoy manteniendo una conversación con un lagarto?
Él sonrió.
—No pasa nada. Yo lo hago continuamente.
—Ya… No te ofendas, pero tú eres bastante rarito.
Eso era como si la sartén le dijera al cazo: apártate que me tiznas…
Sunshine ahuyentó a Beth, cerró la puerta con fuerza y a continuación colocó sus utensilios de pintura en el rincón.
Talon la observó con interés, sobre todo porque los vaqueros se le ajustaban al trasero de una forma de lo más agradable cuando se inclinaba hacia delante.
—¿Cuánto llevas levantada? —le preguntó.
—Unas cuantas horas. ¿Y tú?
—Acabo de despertarme.
—¿Siempre duermes hasta tan tarde? —preguntó Sunshine.
—Como me paso toda la noche despierto, sí.
Ella le sonrió.
—Creo que tú elevas lo de ser un búho a nuevos niveles.
Cruzó la habitación para sentarse en el futón junto a él y se frotó las manos manchadas de pintura contra los muslos, logrando que Talon se diera cuenta de su perfección y de lo mucho que le gustaría deslizar la mano por la cara interna hasta la entrepierna…
Tuvo una erección con solo pensarlo.
—¿Te gustaría que te preparara algo para desayunar? —preguntó ella—. No hay mucho en la cocina que no garantice tu muerte o tu deterioro físico, pero creo que podré hacerte una tortilla con clara de huevo.
Talon compuso una mueca al imaginarse el sabor que tendría una tortilla de claras de huevo. A buen seguro era peor que el queso de soja.
¡Qué carajo! Alguien tendría que enseñarle a esa mujer lo que se podía hacer con crema de chocolate. Y al hilo de esa idea se preguntó cuál sería el sabor de Sunshine cubierta de chocolate… La noche pasada no había tenido la oportunidad de descubrirlo.
Ajena a sus pensamientos, ella continuó con su diatriba.
—¿Es que nunca has oído hablar de los cereales con fibra? ¿Del trigo integral?
—Pues la verdad es que no. —Le deslizó la mano por el brazo hasta llegar al cuello, donde pudo percibir la suavidad de su piel con la yema de los dedos. ¡Por los dioses! Cómo le gustaba tocarla.
Ella prosiguió con su sermón.
—Tienes que saber que si sigues comiendo así, no llegarás a vivir otros treinta años. Te juro que hay más elementos nutritivos en la Fábrica de Chocolate de Willy Wonka que en todo lo que he encontrado en tu cocina.
Talon se limitó a sonreír.
¿Por qué lo fascinaba tanto esa mujer? Escuchaba su voz mientras lo reprendía y en lugar de mosquearse tenía que reconocer que estaba disfrutando.
Era agradable que alguien se preocupara lo bastante por él como para molestarse en decirle lo que debía comer.
—¿Qué te parece si te como a ti de aperitivo? —preguntó.
Sunshine se detuvo a media palabra. Antes de que pudiera pensar siquiera en responder, la atrajo hacia sí y reclamó sus labios.
Ella gimió al descubrir lo increíbles que resultaban sus caricias. Ante lo maravilloso de su sabor. Podía notar su erección bajo la cadera.
Sintió que su cuerpo se derretía contra él.
Lo siguiente que supo fue que estaba tumbada de espaldas en el futón y que él estaba inclinado sobre ella desabrochándole el jersey mientras se le endurecían los pezones a la espera de sus caricias.
—Tienes un gran talento para distraerme —dijo ella.
—¿En serio? —preguntó él al tiempo que dejaba un reguero de besos entre sus pechos.
—Ajá —murmuró ella en respuesta.
Se le erizó la piel en cuanto él le dio un mordisco justo bajo el mentón. Su cálido aliento la abrasaba mientras le tomaba los pechos en las manos y los masajeaba suavemente con los dedos.
Sunshine le enredó los dedos en el enmarañado cabello y lo apretó contra ella al tiempo que las trenzas le acariciaban la piel, haciéndole cosquillas. Sentía que todo su cuerpo ardía y palpitaba, ansioso por recibir las abrasadoras caricias de ese hombre.
Talon cerró los ojos e inhaló la suave esencia de su piel. Era una mujer cálida y suave. Muy femenina. Deslizó la mano sobre ese cuerpo atezado mientras estimulaba su cuello con la lengua y los dientes.
Las manos de Sunshine se deslizaron sobre él.
¡Por los dioses! Adoraba el sabor de esa mujer. Adoraba la sensación de tenerla bajo su cuerpo.
Pasó la mano sobre el encaje negro de su sujetador, cubriendo un pecho con delicadeza. Ella siseó de placer y comenzó a frotar las piernas contra las suyas. Nunca le había agradado la sensación de los vaqueros contra la piel; pero si era Sunshine la que los llevaba, no le importaba en absoluto.
Desabrochó el cierre delantero del sujetador y dejó los pechos al alcance de su indagadora mano. Deslizó la palma sobre las endurecidas puntas una y otra vez, deleitándose con la sensación que le producían.
Trazó un sendero de besos hacia ellos.
Sunshine le sujetó la cabeza para acercarlo aún más y arqueó la espalda. Talon comenzó a estimular un pecho con la lengua, lamiendo y succionando hasta que ella deseó gritar de placer. Parecía que ese hombre conociera una forma secreta para extraer el mayor placer a partir de la más ligera de las caricias.
Y mientras él la abrazaba sucedió algo extraño. Tuvo una visión de una época remota…
Vio a Talon abrazándola como lo hacía en ese mismo instante.
Sin embargo, la visión tenía lugar a finales de primavera y estaban tumbados en el bosque, junto a un tranquilo lago. A ella le preocupaba que los sorprendieran y al mismo tiempo lo deseaba con fervor.
Los ojos de Talon eran de un intenso color ámbar y estaban oscurecidos por la pasión. Se encontraba sobre ella, apoyado sobre un brazo y desatándole la túnica con la mano que quedaba libre.
—Te he deseado desde siempre, Nin. —Su susurro le llegó al alma mientras él inclinaba la cabeza para probar sus pechos desnudos.
Ella gimió de placer ante la extraña sensación que le provocaba que un hombre la besara allí. Jamás había permitido que un hombre la tocara con anterioridad. Jamás había permitido que alguien contemplara su cuerpo.
Sin embargo, pese a sentirse avergonzada no podía negarle eso. No cuando a él le proporcionaba tanto placer.
Su madre le había hablado hacía mucho tiempo acerca de las necesidades y los deseos de los hombres. Acerca de la forma en que se introducían dentro del cuerpo de una mujer y la poseían.
Desde ese instante, supo que jamás le permitiría a nadie que no fuera Speirr que la tomara de esa manera. Por él, haría cualquier cosa.
Él le levantó el vestido hasta las caderas y dejó expuesta la parte inferior del cuerpo a su tierna y hambrienta mirada. Ella se estremeció cuando comenzó a separarle las piernas para poder observar la parte más íntima de su cuerpo.
Su instinto le decía que mantuviera los tobillos juntos, pero se obligó a obedecer. Se abrió para él y contuvo el aliento cuando Speirr la observó con tanto anhelo que su cuerpo comenzó a palpitar.
Él deslizó la mano por su vientre en dirección a la cara externa del muslo. A continuación y tomándose su tiempo, recorrió la parte interna con la mano, logrando que ardiera y temblara a un tiempo. Cerró los ojos y soltó un gemido cuando esos indagadores dedos tocaron la palpitante carne virgen que se encontraba entre sus piernas.
Comenzó a darle vueltas la cabeza al sentir que Speirr la acariciaba y estimulaba. Él le separó las piernas todavía más antes de deslizar los dedos en su interior, para explorarla a fondo y lograr que su cuerpo se estremeciera.
Ella gimió cuando retiró la mano y se colocó entre sus piernas. Notó cómo su rígido miembro palpitaba contra la parte interna del muslo.
—Mírame, Ninia.
Abrió los ojos para mirarlo.
El amor que brillaba en sus ojos la abrasó.
—Todavía no es demasiado tarde. Dime que no me deseas y me marcharé sin que se haya hecho ningún daño.
—Te deseo, Speirr —susurró—. Solo te deseo a ti.
Él se inclinó y la besó con ternura antes de hundirse en su interior.
Ella se tensó de dolor cuando él desgarró su virginidad y la llenó por completo. Se mordió el labio y lo estrechó con fuerza cuando él comenzó a moverse lentamente contra su cuerpo.
—Es tan maravilloso sentirte debajo de mí —murmuró, y su voz fue una especie de gruñido—. Mucho mejor de lo que había imaginado.
—¿A cuántas mujeres has tenido bajo tu cuerpo, Speirr? —Se quedó horrorizada ante sus palabras, pero quería saberlo y era demasiado joven como para darse cuenta de lo estúpida que era esa pregunta.
Él se detuvo aún hundido en su interior y se retiró un poco para poder mirarla a los ojos.
—Solo a ti, Nin. Soy tan virgen como tú. Se me han ofrecido otras mujeres, pero tú eres la única a quien soñaba abrazar.
Su corazón remontó el vuelo. Con una sonrisa, rodeó las esbeltas y desnudas caderas de Speirr con las piernas. Le cubrió la cara con las manos y lo obligó a inclinarse hasta que sus narices se rozaron.
—Speirr… —susurró Sunshine al tiempo que lo estrechaba con fuerza.
Talon se tensó entre sus brazos.
En los últimos mil años, nadie salvo Ceara había utilizado su nombre real. Y tan solo una mujer lo había pronunciado de la forma en que Sunshine acababa de hacerlo.
—¿Cómo me has llamado?
Sunshine se mordió el labio al darse cuenta de su desliz. Señor, seguro que creía que lo había confundido con otro hombre. Era imposible que Talon tuviera recuerdos de su vida anterior. Aunque ella tampoco debería tenerlos. No sabía de dónde provenían esas visiones del pasado.
Lo único que sabía era que la ponían muy nerviosa. Su abuela creía firmemente en las regresiones a las vidas pasadas y le había inculcado un profundo respeto por la reencarnación. Si había algo que la abuela Morgan le había enseñado bien era que una vez que se renacía se olvidaba la vida anterior. Entonces ¿por qué ella lo recordaba?
—Estaba aclarándome la garganta —dijo con la esperanza de que se lo tragara—. ¿Qué has entendido?
Talon se relajó. Tal vez estuviera oyendo cosas. Tal vez fueran los sentimientos que despertaba esa mujer en él lo que estaba desenterrando recuerdos olvidados mucho tiempo atrás. O tal vez fuese la culpa que sentía por desearla de esa manera.
Solo Ninia le había provocado semejante ardor. Sunshine era muy distinta. Lo obligaba a sentir aun cuando no deseaba hacerlo. Aun cuando luchaba contra ello.
Sunshine le enterró las manos en el cabello y tiró de él hacia abajo para poder mordisquearle el mentón. Sentir esas manos sobre él, el calor de ese cuerpo bajo el suyo…
Se apoyó sobre ella y enterró los labios en su hombro para paladear el sabor salado de su piel. Suspiró profundamente. Con satisfacción. Y entonces, para su más profunda irritación, comenzó a sonar el teléfono.
Con una maldición, Talon respondió y descubrió que era Ash quien se encontraba al otro lado de la línea.
—Necesito que protejas a la mujer esta noche. Que se quede en tu casa.
Talon frunció el ceño. Se preguntó por un momento cómo sabría Ash que Sunshine estaba con él, aunque había ocasiones en las que los poderes de ese hombre resultaban espeluznantes.
—Creí que me habías dicho que me mantuviera apartado de ella.
—Las cosas han cambiado.
Talon reprimió un gemido cuando Sunshine comenzó a mordisquearle un pezón con los dientes. Mantenerla allí no le suponía problema alguno.
—¿Estás seguro de que no hago falta esta noche?
—Sí. —Aquerón colgó el teléfono.
Talon arrojó el teléfono a un lado y miró a Sunshine con una sonrisa impúdica. La noche acababa de mejorar muchísimo.