6

Cuando Talon regresó por fin al club de Sunshine, tanto la calle como el callejón que conducía a la parte trasera estaban sumidos en el caos.

Una enorme multitud se apiñaba en el exterior, donde había dos ambulancias y los equipos de urgencia atendían a tres agentes heridos. Alguien los había molido a palos.

Se detuvo cerca de una ambulancia al escuchar que uno de los agentes estaba relatando su informe a un detective.

—Varón caucásico de unos dos metros de altura; de complexión fuerte y musculosa, vestido de negro, con cabello largo y negro y perilla. Entre los veinticinco y los treinta años. Llevaba unas enormes garras plateadas en la mano. Cuando nos echamos sobre él fue como atacar al mismísimo diablo. Colega, se zafó de nosotros como si nada. Le metí por lo menos dos balas en el cuerpo y ni siquiera se inmutó. Siguió atacándonos. Debía de ir hasta las cejas de polvo de ángel.

Talon se quedó paralizado.

Zarek. Nadie más encajaría en esa descripción.

Joder. No debería haber abandonado la zona mientras Zarek siguiera por allí. El griego debía de haberlos atacado poco después de que él se marchara.

—¿Y qué sucedió? —le preguntó el detective al agente.

—Gabe y yo recibimos una llamada que denunciaba una pelea en el callejón. Llegamos a tiempo de ver al tío de las garras enfrentándose a dos hombres. Le gritamos que se detuviera, pero no nos hizo caso. Les arrancó el corazón a los dos. Delante de nuestros propios ojos.

Talon soltó un gruñido. Habían visto a Zarek eliminar a un par de daimons. Genial. Sencillamente genial. Cerró los ojos y lanzó una maldición. La noche estaba empezando a resultar tan agradable como un dolor de muelas.

—Johnny apareció justo cuando yo sacaba mi arma y le ordenaba al tío de las garras que se detuviera. La emprendió con nosotros como si fuera una bestia. Y ya no recuerdo nada más, salvo que me he despertado sangrando y tendido en el suelo, que vosotros llegabais y que el tío había desaparecido.

—¿Y los cuerpos?

—Debe de habérselos llevado cuando intentábamos regresar a los vehículos para ponernos a salvo. Créeme, Bob, ese tío estaba loco.

Talon se pasó una mano por el pelo. Zarek no llevaba ni una noche en la ciudad y ya tenía a toda la policía tras él.

¿Cómo se las había apañado para vivir tanto tiempo?

Su móvil volvió a sonar, pero el identificador de llamadas no reconoció el número. Como supuso que se trataba de Aquerón, ya que su teléfono no aparecía reflejado nunca, se quedó muy sorprendido al escuchar el fuerte acento griego de Zarek al otro lado de la línea.

—Los daimons querían montarse una fiestecita con tu novia, celta. No la dejes desprotegida.

Y colgó.

Un espeluznante escalofrío le recorrió la espalda. ¿Cómo había descubierto Zarek su relación con Sunshine?

Los poderes de ese tío habrían podido rivalizar con los de Aquerón.

Con todos los instintos en alerta, Talon alzó la vista hacia el tejado del antiguo almacén abandonado contiguo al club. Una silueta se recortaba contra el cielo nocturno. El hombre del tejado resultaría invisible para los ojos humanos; pero gracias a la aguda visión de Cazador, Talon lo distinguía sin problemas.

Era Zarek.

El antiguo esclavo le hizo un saludo con la cabeza, se guardó el teléfono en el bolsillo y retrocedió unos pasos antes de desvanecerse en la oscuridad. Talon frunció el ceño. ¿Zarek el Psicópata había estado vigilando a Sunshine todo el tiempo? ¿Aun cuando los polis lo estaban buscando?

¿No era eso muy raro en Zarek?

Pulsó la tecla de rellamada del teléfono sin perder un instante.

—¿Qué? —contestó el griego con voz malhumorada—. ¿No te das cuenta de que estoy intentando salir de aquí antes de que la pasma me encuentre?

—¿Qué estabas haciendo en el Runningwolf’s?

—Tocándome los cojones, celta… ¿Tú qué crees? Vi a los daimons en la calle y los seguí hasta el interior.

Eso lo explicaba todo, si bien Talon tenía otra preocupación más importante.

—¿Cómo sabías lo de mi relación con Sunshine?

—Escuché a los daimons hablar de vosotros. Deberías tener más cuidado, celta. Un error como ese puede costarte muy caro.

—¿Cuánto, Zarek? Acabo de ver el cadáver de una mujer a la que han dejado sin sangre y sin alma.

—¡Vaya! —exclamó Zarek—. Avance de noticias de última hora: la atacó un daimon. ¿Te has fijado alguna vez en que ese suele ser su modus operandi?

—Sí, pero hasta ahora no había oído hablar de ningún daimon que hundiera sus garras en una mujer mientras la mataba. ¿Y tú?

Se produjo un breve silencio.

—¿Qué quieres decir?

—Creo que lo has entendido, Zarek.

—Sí, pues ya puedes besarme el culo, celta. Debería haber dejado que atraparan a tu puta después de todo.

La comunicación se cortó de nuevo.

Talon tensó la mandíbula, dividido entre el deseo irrefrenable de ir tras Zarek, darle una buena paliza y cerrarle la boca, y la necesidad mucho más acuciante de asegurarse de que Sunshine estaba bien.

Mientras se guardaba el teléfono en el bolsillo, decidió dejar que Aquerón se encargara del griego; a fin de cuentas le había dicho que tenía intención de hablar con él. Ash sabría cómo manejar a Zarek. O al menos podría matar al muy cabrón y no morir en el proceso…

Dejó escapar un largo suspiro al recordar lo que le había dicho Zarek acerca de que los daimons iban tras Sunshine. No tenía el menor sentido.

¿Por qué irían tras ella? ¿Y cómo iban a saber de la relación que había entre ellos?

Ese era el segundo ataque que sufría Sunshine en dos noches. Los daimons atacaban a sus víctimas allí donde las encontraban. No perseguían a las que se escapaban. Se limitaban a buscar otro almuerzo que estuviera más a mano.

No sabía qué querían de ella, pero no pensaba dejarla sin protección hasta que lo descubriera.

Tras examinar la multitud, descubrió que Sunshine se encontraba de pie bajo una farola justo a la salida del club, junto a un hombre alto y musculoso de cabello negro que estaba hablando con un agente de uniforme. Sunshine solo llevaba el liviano jersey negro; se había quitado el abrigo fucsia que la cubría antes. Tenía los brazos cruzados delante del pecho, como si tuviera frío.

Talon se abrió paso entre la muchedumbre para llegar junto a ella.

El rostro de Sunshine se iluminó al verlo.

—¿Talon? ¿Qué haces aquí?

Se sintió más aliviado de lo que habría creído posible. El simple hecho de verla allí, ilesa y con su nombre en los labios…

No debería sentir nada por ella, pero no podía negar las intensas emociones que lo asaltaban cada vez que sus miradas se cruzaban.

—¿Estás bien? —le preguntó al tiempo que se quitaba la cazadora y la sostenía frente a ella para que se la pusiera.

Sunshine asintió con la cabeza mientras se ponía la chupa con su ayuda.

—¿Te has enterado de lo que ha sucedido? Un tío se volvió loco en el callejón donde aparco mi coche y mató a dos hombres. Y después se enfrentó a la policía. ¡Es horrible!

Sin pensarlo siquiera, Talon tiró de ella para abrazarla con fuerza. Estaba helada y no dejaba de temblar, pero su cercanía le producía una sensación tan maravillosa que no quería soltarla.

—Me alegro de que estés bien.

El hombre que había estado hablando con el agente los miró con cara de pocos amigos.

—Tío, no tengo la menor idea de quién eres, pero esa a la que estás abrazando es mi hermana pequeña. Así que creo que lo más inteligente sería que la soltaras y te presentaras como es debido. Ya.

Talon reprimió una sonrisa. Sabía exactamente a lo que se refería el hombre. Algunas cosas eran sagradas y las hermanas pequeñas estaban entre ellas.

Se apartó de Sunshine a regañadientes.

Ella le asestó a su hermano un puñetazo cariñoso en el brazo.

—Talon, este es mi hermano Rain. Rain, te presento a Talon.

Rain soltó un bufido.

—Dios, con un nombre como Talon[1] no hay duda de que tus padres también eran unos hippies retrógrados.

—Algo así.

—Esa es su frase favorita —le dijo Sunshine a su hermano—. Esa y «No exactamente».

Rain lo miró de arriba abajo y le tendió la mano a modo de saludo.

—Encantado de conocerte, Talon. Creo que será mejor que vuelva al trabajo. Sunny, danos una voz si necesitas algo.

La amenaza implícita no pasó inadvertida para Talon, que reprimió otra sonrisa. Si el tipo supiera el poder que ostentaba un Cazador Oscuro…

—¿Que des una voz? ¿A quiénes? —le preguntó.

Rain señaló a dos hombres situados tras él, que también estaban hablando con la policía. El mayor era un nativo americano cuyos poderes chamánicos se apreciaban a simple vista, y el otro hermano era prácticamente un clon de Sunshine.

—Nuestro padre y nuestro hermano mayor, Storm, también trabajan en el club.

Talon sonrió sin despegar los labios y miró de nuevo a Rain.

—Así que Storm, Rain y Sunshine[2], ¿eh?

Ella compuso una mueca.

—Cosas de mi madre. Me alegro de que se detuvieran en el tercero. Según me han dicho, el siguiente habría sido Cloudy Day[3].

Talon soltó una carcajada. ¡Por los dioses! ¡Cómo la había echado de menos! Lo único que le apetecía hacer en esos momentos era cogerla en brazos y salir corriendo hasta su cama para inspeccionar cada centímetro de ese cuerpo y comprobar que no estaba herida.

Sí, bueno… debía admitir que había otro motivo, menos altruista, que lo impulsaba a hacer eso. Pero aun así, sentía la descabellada necesidad de comprobar que nadie más la había tocado.

Que estaba sana y salva.

Deslizó la mirada a lo largo de su cuerpo para convencerse de que estaba bien. Había pasado tanto tiempo desde que experimentara algo semejante a la preocupación que Sunshine despertaba en él que no sabía muy bien cómo manejar la sensación.

Rain se despidió y volvió al club, dejándolos solos.

La situación se hizo un tanto incómoda mientras Talon pensaba algo que decir. A la postre, Sunshine carraspeó.

—Pensaba que no te volvería a ver.

Talon no supo cómo responder al comentario, sobre todo porque esa había sido su intención.

—Yo… bueno…

—¡Ah! Has vuelto a por Snoopy.

—No —se apresuró a corregirla—. He vuelto a por ti.

Una lenta y seductora sonrisa apareció en el rostro de Sunshine.

—¿En serio? —le preguntó ella.

—Sí. Estaba preocupado después de oír lo del ataque —respondió antes de poder contenerse.

—¿En serio? —repitió ella.

Él asintió con la cabeza.

Con una sonrisa aún mayor, Sunshine volvió a acurrucarse entre sus brazos.

—Eso ha sido muy tierno por tu parte.

No creas, pensó Talon mientras la abrazaba e inhalaba su delicado aroma a pachulí. Pero tenía que admitir que era estupendo tenerla tan cerca. Sus pechos se apretaban contra él y solo podía pensar en su delicioso sabor y en lo suaves que resultaban al tacto.

Gimió para sus adentros al pensarlo.

Aléjate de ella, le dijo su mente.

Tengo que protegerla, protestó.

Había jurado proteger a los humanos. Sobre todo a aquellos que fueran objetivo de los daimons. Era su obligación mantenerla a su lado. Vigilarla.

¡Oye! ¿Me tomas por un completo imbécil, Talon? Te recuerdo que estás hablando contigo mismo y que por más mentiras que sueltes no vas a convencerme de que tienes un motivo altruista y noble para hacer esto. Quieres llevártela otra vez a la cama. Admítelo.

¡Venga ya! Puedo controlarme durante unos cuantos días. Sunshine necesita protección, ¿quién más va a dársela?

Zarek estaba fuera de toda discusión. Acabaría alimentándose de ella y tendría que matarlo si el psicópata se atrevía a tocarla. Valerio preferiría la muerte a tener que vigilar a una «plebeya». Nick le tiraría los tejos y se vería obligado a matar a ese cerdo salido. Kirian acababa de ser padre y estaba demasiado cansado como para pensar. Y Aquerón… cargaba con demasiadas responsabilidades como para añadirle el trabajo de niñera.

Por tanto, quedaba él y nadie más que él.

—Sunshine, no creo que debas quedarte sola en casa.

Ella se alejó un paso.

—No hace falta que me lo digas. Esta noche me voy a casa de Storm.

Talon se detuvo un instante antes de hablar. Esa tampoco era una buena opción. Su hermano era un hombre fuerte, pero no sería rival para un daimon.

—No sé, Sunshine. Estoy pensando que… —Bueno, tampoco podía decir lo que estaba pensando y menos aún la parte referente a la cuestión sexual…

De cualquier forma, no tuvo que hacerlo. Sunshine esbozó una sonrisa descarada.

—Aunque si quieres que me vaya contigo a casa, solo tienes que decirlo.

—No creí que fuera tan sencillo.

Sunshine se puso de puntillas y lo miró con picardía.

—Para cualquier otro no lo sería, pero para ti sí.

La respuesta hizo que se le disparara el corazón. Cómo le gustaba esa mujer. Era descarada, estrafalaria e impertinente.

Sunshine le dio la mano y lo guió hasta el fondo del club, en dirección a una puerta situada a la derecha tras la que se encontraba el pasillo trasero por donde él había salido esa misma tarde. También a la derecha estaba la puerta por la que se salía al aparcamiento en el que ella dejaba su coche, y a la izquierda se encontraba la escalera metálica que daba acceso a su apartamento. Sunshine se encaminó hacia las escaleras.

Se reprendió a sí misma mientras sujetaba con fuerza la mano del hombre. Era muy probable que no debiera estar haciendo aquello, sobre todo después de los dos asesinatos que se habían cometido esa misma noche. Sin embargo, su instinto le decía que Talon jamás le haría daño. Le había salvado la vida y nunca haría algo que pudiera ocasionarle daño alguno.

Además, le gustaba estar con él. Podía llevarse todo lo necesario para retomar el trabajo por la mañana.

Esa noche solo quería pasar un poco más de tiempo con él. Una noche más para disfrutar de su calidez antes de regresar a su rutina diaria.

Había sido todo un detalle que le prestara la cazadora. El aroma y el calor del hombre estaban impregnados en la prenda y le hacían desear arrebujarse en ella.

Entró en el apartamento y, tras devolverle la cazadora, dejó a Talon junto al sofá de rayas blancas y rosas para coger unas cuantas cosas que necesitaba. A decir verdad prefería quedarse con él que con Storm.

Su hermano roncaba.

Mucho.

Por no mencionar que la última vez que había ido a su casa se había pasado dos horas limpiando antes de poder tocar cualquier cosa sin hacer una mueca de asco. Storm era un cerdo y le daba exactamente igual que ella no se sintiera cómoda. Al contrario, la trataba como si fuera una criada que debiera sentirse encantada de servir a su maravilloso hermano mayor.

Un maravilloso hermano mayor que apestaba. No literalmente, pero sí en sentido figurado…

Cogió una muda de ropa, unos zapatos y gomas para el pelo y lo metió todo en un bolso de mimbre junto con el cepillo de dientes y la crema hidratante —una mujer siempre necesita su crema hidratante— antes de volver a reunirse con Talon.

Él estaba de pie en el otro extremo del apartamento, cerca de los ventanales, mirando los distintos cuadros de Jackson Square que había pintado. Sunshine se quedó sin aliento.

¿Qué era esa sensación tan poderosa que lo envolvía? El cabello rubio y ondulado le enmarcaba el rostro y las dos trencitas le rozaban el hombro. Los pantalones de piel se ceñían en torno a un culo tan perfecto que debería tener un sello a cada lado que rezara: «Calidad Superior». Y su espalda… pese a estar cubierta por la cazadora, ella sabía lo bien moldeada que estaba.

Observó esas manos grandes y bronceadas que sostenían sus pinturas. Eran tan fuertes y a la vez tan tiernas… Le encantaba su modo de acariciarla, así como el sabor de esos dedos al mordisquearlos.

Estaba, simple y llanamente, para comérselo, desde la punta de ese pelo rubio hasta la suela de sus botas.

Cuando llegó junto a él, Talon se giró un poco.

—Me gusta cómo has pintado el sol asomando por detrás de la catedral. Casi puedo sentirlo cuando lo miro.

Su cumplido la conmovió. Una artista nunca se cansaba de escuchar alabanzas sobre su trabajo.

—Gracias. Mi favorita es la puesta de sol que hay sobre esa. Me encanta observar la luz de la tarde cuando se refleja sobre los edificios. Cuando cae sobre los rótulos y los cristales los hace brillar como si estuvieran en llamas.

Talon alzó una mano para cubrirle la mejilla.

—Tienes una forma increíble de captar las cosas.

Ella se mordió el labio y lo miró con una sonrisa pícara.

—Sí. —Talon ni se lo imaginaba, pero tenía toda la intención de captarlo a él también. Al menos durante un rato.

Ese hombre era como una criatura salvaje e indómita a la que se podía cobijar y alimentar durante un tiempo, a sabiendas de que habría que dejarla marchar a la postre por el bien de ambos.

—Y bien, ¿dónde vives? —le preguntó.

Talon se aclaró la garganta y apartó la mano de su cara.

La expresión de incomodidad de su semblante hizo que a Sunshine se le formara un nudo en el estómago.

—¡Dios mío! Tienes casa propia, ¿no? No vivirás con tu madre o con alguna tía vieja y decrépita, ¿verdad?

Él pareció ofendido por semejante pregunta.

—Por supuesto que tengo mi propia casa. Pero es que… —Su voz se desvaneció y apartó la mirada.

¡Dios santo! Lo va a decir…, pensó Sunshine.

—¿Vives con tu novia?

—No.

¡Uf! Era peor de lo que se había imaginado.

—¿Con tu novio?

Talon se quedó con la boca abierta y la miró echando chispas por esos ojos negros.

—¡Por favor, Sunshine! ¿Por quién me has tomado?

—No lo sé, Talon. Te he preguntado algo sin importancia y te has puesto muy raro. ¿Qué se supone que debo pensar? —Recorrió con la mirada el costoso atuendo de motero que llevaba. Ese hombre tenía un cuerpo fuera de serie y estaba demasiado bueno para ser real. Algo que solía poner a cien a las mujeres… Mmm—. Además, siempre vistes de cuero.

—¿Y qué se supone que significa eso?

Sunshine lo miró con incredulidad.

—Por si no lo sabes, soy una artista. Suelo relacionarme con un montón de tipos homosexuales y bisexuales.

La expresión indignada que compuso en esos momentos dejó la anterior a la altura del betún.

—Ni siquiera me había parado a pensar en ese cliché. Muchas gracias por comentármelo. Para tu información, da la casualidad de que me gusta la piel porque protege mi pellejo cuando sufro algún percance con la moto y acabo deslizándome por el asfalto.

—Bueno, eso también es verdad. Pero ¿por qué te has puesto tan raro cuando te he preguntado por tu dirección?

—Porque he pensado que si te lo decía, serías tú la que se pondría rara conmigo.

Sunshine titubeó cuando se le vinieron a la cabeza un millón de sitios espeluznantes. Talon vivía en un cementerio o en una cripta. En una choza destartalada. En una caja de cartón. En una casa flotante. En una caravana o en un autobús desvencijado. ¡Dios bendito! En una ciudad como Nueva Orleans, podría vivir en cualquier parte.

—Vale. Vives en algún lugar extraño, ¿verdad?

—Vivo en las afueras, en el pantano.

Sunshine soltó un suspiro de alivio; le parecía absurdo que Talon se hubiera mostrado tan evasivo ante una cuestión tan ridícula.

—¡Por favor! Conozco a varias personas que viven junto al pantano.

—Sunshine, no vivo cerca del pantano, sino en el pantano.

¿Estaría hablando en serio? ¿Quién en su sano juicio viviría en un pantano con las serpientes, los caimanes y todas esas cosas en las que ni siquiera quería pensar? Cosas que utilizaban armas y que llevaban a cabo actividades ilegales, como alimentar a los caimanes con personas asesinadas.

—¿Vives en el interior del pantano?

Él asintió.

—Es un lugar muy tranquilo. Los ruidos de la civilización no llegan hasta allí. No hay vecinos. No hay tráfico. Resulta fácil imaginarse que vives un par de siglos atrás.

Había cierta melancolía en la expresión que acompañó al último comentario.

—Eso significa mucho para ti, ¿verdad?

—Sí, mucho.

Sunshine sonrió. Sí, se imaginaba a Talon viviendo solo en el pantano. Le recordaba mucho a su padre, que disfrutaba pasando horas enteras embelesado con la naturaleza. Ambos compartían la actitud de aquellos que estaban en paz con el universo.

—¿Cuánto hace que vives allí?

Él evitó su mirada.

—Mucho tiempo.

Sunshine asintió con la cabeza.

De camino a la puerta, soltó el bolso de mimbre y cogió de un rincón la mochila donde guardaba el caballete plegable y la caja de las pinturas. Siempre la tenía a punto por si se le antojaba salir a pintar de repente.

—¿Qué es eso? —preguntó Talon.

Ella le guiñó un ojo.

—Soy una artista itinerante. No voy a ningún sitio sin mi material de trabajo.

Talon sonrió antes de quitarle la mochila de las manos.

—Ya veo que aún te quedan ganas de aventura, ¿no?

—Siempre. Tráeme la loción repelente de caimanes y soy toda tuya.

Talon la observó y le entraron ganas de sonreír de nuevo. Estaba empezando a dolerle la cara por el esfuerzo de mantener ocultos los colmillos. Sunshine era muy divertida.

Cuando no llegaba al extremo de resultar ofensiva.

Todavía le molestaba la conclusión a la que había llegado tan solo por la ropa que llevaba. Las cosas que se le pasaban a esa mujer por la cabeza…

No obstante, le encantaba eso de ella. No se andaba por las ramas; al contrario, decía lo que se le pasaba por la cabeza, sin importar lo escandaloso que pudiera ser.

Sunshine cerró la puerta con llave y cuando llegó a mitad de las escaleras se detuvo.

—¡Vaya! Se me ha olvidado el bolso. —Y chasqueó la lengua antes de subir los escalones a toda prisa y entrar como una exhalación en el ático.

Volvió a salir unos minutos después con el bolso de mimbre, pero al llegar al primer escalón recordó que no llevaba abrigo.

Entró de nuevo en el apartamento antes de volver a reunirse con Talon.

—Ni que llevara una calabaza sobre los hombros.

Talon tardó un instante en comprender el comentario: si algún día se dejaba la cabeza, no sería capaz de volver a encontrarla…

Soltó una carcajada y se detuvo un momento en las escaleras para dejarla pasar.

—Por cierto, no tengo pinta de gay aunque vaya vestido de cuero.

Sunshine se dio la vuelta para observarlo. Lo recorrió de arriba abajo con una mirada ardiente y sensual que logró que Talon sufriera una erección instantánea.

—No, encanto, por supuesto que no. Para ser sincera, debo admitir que la ropa que llevas te queda fenomenal.

Los labios de Talon se curvaron en una lenta sonrisa que lo acompañó durante el resto del camino.

Sí… tenían un asunto pendiente que tendrían que solucionar en cuanto llegasen a su casa.

Un asunto que ni siquiera debería estar planteándose, pero tenía una reputación que mantener… Además, esa mujer le debía una. Cuando saliera de su cabaña, jamás volvería a albergar dudas acerca de sus tendencias sexuales ni sobre la atracción que sentía por ella.

Cuando llegaron a la salida, Sunshine atravesó las puertas en primer lugar.

—¿No vas a decirle a tu hermano adónde vas?

Ella negó con la cabeza.

—Lo llamaré dentro de un rato para decírselo. No es algo que me apetezca hacer cara a cara, la verdad.

—Es un poco estricto, ¿no?

—Ni te imaginas cuánto.

Talon la condujo hasta el lugar donde había aparcado la moto y una vez allí sacó un casco de las bolsas laterales.

—¿Quieres guardar la mochila aquí?

Ella hizo un gesto negativo mientras le cogía la mochila de las manos y se la colgaba a la espalda.

—Resulta muy cómodo llevarla a la espalda cuando vas en moto o de paseo. No me importa cargar con ella. No pesa tanto.

—Has montado mucho en moto, ¿verdad?

—Ajá.

Talon la observó mientras ella se ponía el casco y lo abrochaba. ¡Joder! Era preciosa. Con un brillo extraño en los oscuros ojos castaños, Sunshine utilizó sus largos y elegantes dedos para introducir las trenzas bajo el casco con facilidad.

Tras quitarse las pequeñas gafas de sol que utilizaba por la noche, Talon se colocó el casco, se subió en la moto y pisó el pedal de arranque. Sunshine se montó tras él, le rodeó la cintura con los brazos y pegó el cuerpo a su espalda.

Talon estuvo a punto de soltar un gemido. Percibía cada centímetro de ese cuerpo que se pegaba a él de una forma íntima y erótica. Sus pechos contra la espalda; la parte interna de sus muslos contra las caderas.

Y la forma en que sus brazos lo rodeaban…

Era fácil imaginarse que una de esas manos se deslizaba desde su cintura hacia el duro bulto que se apreciaba bajo sus pantalones para rodearlo y acariciarlo a través del cuero. O que le bajaba la cremallera y lo tocaba muy despacio mientras su miembro se alargaba y se endurecía para poseerla.

No, mejor aún… ya la veía de rodillas, delante de él, metiéndoselo en la boca…

Unos sentimientos desconocidos se agitaron en su interior, dejando su mundo patas arriba. Lo único que quería era mantenerla a su lado durante toda la eternidad. Detener la moto y saborear cada centímetro de ese cuerpo sensual y voluptuoso con los colmillos y con la boca.

Quería devorarla. Provocarla y saborearla hasta que gritara su nombre mientras su cuerpo se estremecía con el placer más exquisito.

De forma inesperada, su mente conjuró la imagen de Sunshine con el cuerpo arqueado y las uñas clavadas en su espalda en mitad de un orgasmo.

Esa misma tarde había descubierto que ella siempre tensaba el cuerpo hasta que cesaba el último estremecimiento, tras lo cual se relajaba y depositaba una lluvia de besos sobre él.

Era una sensación tan dulce que no tenía igual.

Apretó los dientes en un esfuerzo por controlarse y no ceder al anhelo que el cuerpo de Sunshine despertaba en él. Condujo a través de la ciudad hasta las afueras, en dirección al pantano donde vivía.

Mientras viajaban, Sunshine apoyó la cabeza sobre la espalda de Talon y rodeó con más fuerza esos duros abdominales. Lo recordaba desnudo en su ático. Lo recordaba inclinado sobre ella mientras hacían el amor. Despacio. Con ternura. Y después en un frenesí apresurado.

Estaba claro que ese hombre manejaba su cuerpo a la perfección. Conocía todas y cada una de las maneras de darle placer a una mujer… y algunas más.

Sunshine sentía cómo el pecho de Talon se movía bajo sus brazos al ritmo de su respiración mientras viajaban en la oscuridad de la noche. Lo que estaba haciendo era una locura, pero al parecer no podía evitarlo.

Talon era irresistible. Peligroso. Siniestro y misterioso. Había algo en él que le hacía desear abrirse camino hacia su corazón y quedarse allí para siempre. Una locura, ¿verdad?

No obstante, era inútil negar lo que le hacía sentir. Lo que sentía cada vez que pensaba en él. Las ganas que tenía de gritarle que detuviera la moto para poder arrancarle la cazadora y lamer cada centímetro de su tatuaje.

Cada centímetro de ese cuerpo masculino y poderoso. ¡Dios! Cómo deseaba a ese hombre.

—¿Estás bien?

Sunshine se tensó al escuchar al oído la profunda voz de Talon, con ese acento tan peculiar.

—¡Oye! Los cascos tienen micrófonos.

—Sí, ya lo sé. Pero ¿estás bien?

La evidente preocupación del hombre le arrancó una sonrisa.

—Muy bien.

—¿Estás segura? Acabas de dar un respingo, como si algo te hubiera sobresaltado.

—No, de verdad. Estoy muy bien.

Talon no estaba muy convencido de que fuera cierto y en ese momento deseó que uno de sus poderes como Cazador Oscuro fuera el de leer la mente. Por desgracia, sus poderes eran el control de los elementos de la naturaleza, la proyección astral, la sanación y la telequinesia. Era capaz de ocultar su presencia y la de otras personas; razón por la que, a diferencia de Zarek, jamás había tenido que preocuparse por la policía o por la posibilidad de que otras personas lo vieran mientras acababa con un daimon.

Podía controlar los elementos de la naturaleza para ocultarse de la gente o para confundirlos sin más. En caso de necesidad, podía incluso implantar recuerdos en la mente de otra persona para alterar su percepción de la realidad.

Sin embargo, prefería no hacerlo. La mente humana era frágil y se sabía que esas prácticas dejaban en ocasiones secuelas irreparables.

Sus poderes arcanos conllevaban una tremenda responsabilidad. Aquerón así se lo había enseñado.

Después de haber sido objeto durante la infancia del abuso de aquellos que tenían más fuerza y poder, Talon no sentía el más mínimo deseo de convertir a nadie en una víctima. Fueran cuales fuesen sus necesidades o deseos, jamás dañaría a una persona para conseguirlos.

No volvieron a hablar hasta que llegaron al garaje que había al final de una larga carretera polvorienta y sinuosa. El lugar no estaba iluminado ni asfaltado. No había nada aparte de la naturaleza salvaje de Luisiana.

Sunshine frunció el ceño cuando la luz de la Harley iluminó un extraño buzón de correos que apareció en mitad de la nada. Era negro y estaba atravesado por dos enormes clavos plateados, uno en horizontal y otro en diagonal.

En cuanto vio el ruinoso cobertizo al que se acercaban, hizo una mueca y rogó que ese no fuera su hogar. Parecía a punto de desplomarse. De no ser por el reluciente buzón, habría jurado que hacía siglos que no pasaba por allí un ser humano.

Talon paró el motor, bajó los pies al suelo y sostuvo la moto entre sus musculosos muslos. De uno de los bolsillos sacó un mando a distancia para abrir la puerta del ruinoso edificio. Esta se alzó lentamente.

Sunshine se quedó boquiabierta cuando las luces se encendieron y pudo ver lo que había dentro del «cobertizo».

El interior estaba lejos de ser una ruina. Dotado con la más moderna tecnología y con un aspecto flamante, el edificio albergaba una fortuna en motos junto con un resplandeciente Viper negro.

¡Dios Santo! ¡Era un traficante de drogas!

El miedo le provocó un nudo en el estómago al pensar en el lío en que se había metido. ¡No debería haberse marchado a solas con él!

Talon aparcó la Harley junto al coche y la ayudó a bajar.

—Oye… Talon —dijo, contemplando su excelente colección de Harleys—. ¿A qué te dedicas? Me dijiste que eras un inmigrante ilegal, ¿verdad?

Él sonrió sin despegar los labios, como era su costumbre, y colocó el casco sobre una estantería en la que había otros doce más; Sunshine estaba segura de que cada uno de los ejemplares costaría al menos mil dólares.

—Sí, y en respuesta a tu primera pregunta, te diré que soy inmensamente rico.

—¿Y cómo lo has conseguido?

—Nací así.

Sunshine se sintió un poco mejor, aunque todavía tenía que preguntar algo que no dejaba de importunarla.

—De modo que… no te dedicas a algo ilegal como el tráfico de drogas, ¿verdad?

Una vez más, Talon pareció muy ofendido.

—¡Por todos los dioses, claro que no! ¿Qué te hace pensar eso?

Con los ojos abiertos de par en par, Sunshine observó el costoso lugar y los juguetitos de tecnología punta.

—No sabría decirte…

Talon pulsó un botón y cerró la puerta principal, aislándolos del exterior.

Sunshine lo siguió hasta el fondo del garaje y vio dos catamaranes, preciosos y muy caros, anclados en el muelle. Todo lo que había en el edificio era tecnología de última generación.

—Si tienes tanto dinero, ¿por qué eres un inmigrante ilegal?

Talon resopló. Podría decirle que ya vivía en el pantano mucho antes de que hubiera ningún país en América y que no necesitaba ningún asqueroso papel que lo convirtiera en «ciudadano legal»; pero como Cazador Oscuro le estaba prohibido hablarle de su modo de vida o de su existencia. Así pues, optó por darle una excusa sencilla y sincera.

—Hay que ir al juzgado por la mañana para cumplimentar el papeleo. Y como no puede darme la luz del sol…

Ella lo miró con incredulidad.

—¿Estás seguro de que no eres un vampiro?

—No lo era hasta que te vi.

—¿Y eso qué quiere decir?

Talon se colocó a su lado, de modo que ella tuvo que doblar el cuello para poder mirarlo a los ojos. Tensó el mentón mientras la contemplaba y de pronto sintió un desesperado deseo de poseerla.

—Significa que no hay nada que desee más que hundir los dientes en tu piel y devorarte.

Ella se mordió el labio y lo miró de arriba abajo con una expresión pícara y rebosante de excitación.

—Mmm… me encanta cuando dices esas cosas.

Se acercó a él para situarse entre sus brazos.

El cuerpo de Talon estalló en llamas en cuanto bajó la cabeza para besarla.

Sunshine dejó escapar un gemido cuando sus labios la rozaron. ¿Qué tenía ese hombre que la atraía tanto y despertaba en ella el deseo de devorarlo?

Él se apartó de repente y Sunshine compuso un mohín como protesta.

—Será mejor que nos demos prisa —le dijo—. No tardará mucho en amanecer y aún tenemos que llegar a mi cabaña.

—¿A tu cabaña? ¿Y se parece en algo a este cobertizo?

—Ya lo verás —dijo mientras se apartaba de ella para poner en marcha uno de los catamaranes.

Sunshine tomó asiento en la embarcación y se abrochó el cinturón de seguridad. En cuanto lo hizo, salieron del cobertizo y se adentraron en la aterradora oscuridad del pantano. El ruido del motor era tan ensordecedor que a Sunshine le dolían los oídos.

La impenetrable oscuridad hacía imposible distinguir nada.

¿Cómo podía guiar Talon la embarcación? Tenía la sensación de que en cualquier momento se estrellarían contra un árbol o un tocón. Y sin embargo, el hombre se abría camino sin titubear y sin disminuir la velocidad.

Unos minutos después sus ojos se adaptaron a la oscuridad y comenzó a distinguir algunas siluetas y los efluvios que emanaban del agua. En realidad lo único que veía era la niebla y unas cuantas cosas que guardaban un remoto parecido con animales que se arrojaban al agua.

Quizá fuese mejor no ver nada después de todo…

Por fin, llegaron a una cabaña pequeña y aislada que se alzaba en el corazón del pantano. Sola. Incomunicada. Del tejado del porche colgaban hileras de musgo español y la madera había adquirido un tono grisáceo que podía distinguirse incluso en la oscuridad de la noche.

Talon detuvo el catamarán junto a un pequeño embarcadero y saltó al muelle antes de ayudarla a salir. Mientras lo seguía por la estrecha plancha de madera en dirección al tenebroso porche, Sunshine se percató de que había dos caimanes frente a la puerta.

Y chilló.

—Tranquila —le dijo Talon con una carcajada—. No hay nada que temer.

Y para su más completo asombro, el hombre se agachó y le dio unas palmaditas en la cabeza al caimán de mayor tamaño.

—¡Hola, Beth! ¿Cómo va la noche?

El animal chasqueó la mandíbula y emitió un siseo, como si hubiera entendido la pregunta.

—Lo sé, nena, lo sé. Lo siento, se me olvidó.

—¿Pero qué eres tú, el doctor Dolittle o algo por el estilo?

Talon rió de nuevo.

—No. Me encontré a estos dos recién salidos del huevo y los crié. Somos una familia. Hace tanto que los conozco que casi puedo leerles la mente.

Bueno, ella también tenía un par de reptiles en su árbol genealógico… La única diferencia era que los suyos tenían dos piernas.

El caimán más grande se acercó a ella y la observó como si fuera el menú especial del Café Cocodrilo.

—Creo que no le gusto.

—Pórtate bien, Beth —le dijo Talon.

El animal agitó la cola y abandonó el porche con total tranquilidad en dirección a las aguas del pantano. El otro caimán la miró, chasqueó las mandíbulas y se dispuso a seguir a su amiga.

Talon abrió la puerta y encendió un flexo de luz tenue. Sunshine entró con paso inseguro, un poco asustada ante la posibilidad de que ese hombre tuviera las mismas habilidades domésticas que su hermano… o de que en el interior la esperara algo peor que un par de caimanes. Algo como una gigantesca anaconda a la espera del almuerzo.

Indecisa, se detuvo en el vano de la puerta.

El lugar era más grande de lo que aparentaba el exterior, si bien constaba de una única habitación. Había una pequeña cocina a la izquierda y una puerta a la derecha que, según supuso Sunshine, pertenecería al cuarto de baño. Unos cuantos ordenadores y equipos electrónicos se alineaban sobre tres mesas bastante grandes. Y sobre el suelo del extremo más alejado de la estancia distinguió un enorme futón negro.

Agradeció el aspecto aseado e impoluto del lugar. Resultaba una maravillosa novedad saber que no todos los hombres eran tan cerdos como sus hermanos.

—Interesante lugar, Talon. Debo decir que me encantan las paredes negras y sin adornos…

Él resopló al escuchar el tono del comentario.

—Mira quién habla… una mujer que vive dentro de una nube de color rosa.

—Cierto, pero esto es tan oscuro… ¿No te resulta deprimente?

Talon se encogió de hombros.

—Pues no. Ya ni me fijo.

—No es por ser maleducada, pero tengo la sensación de que haces eso con bastante frecuencia.

—¿El qué?

—No fijarte en las cosas. Eres uno de esos tíos que se limita a existir, ¿verdad? Nada de pensar en el ayer ni el mañana. Solo importa lo que harás durante las próximas dos horas.

Talon soltó las llaves en la mesa más cercana al ordenador principal. Sunshine era muy astuta. Uno de los inconvenientes de la inmortalidad era el hecho de carecer de objetivos específicos. Su vida consistía en levantarse de la cama, perseguir daimons hasta acabar con ellos y volver a casa después.

Un Cazador Oscuro jamás pensaba en el futuro. Fuera cual fuese, el futuro siempre llegaba.

Y en cuanto al pasado…

No había ninguna necesidad de recordarlo. Lo único que conseguiría sería sacar a la luz recuerdos que estaban mejor donde estaban.

Alzó la vista para contemplar el intenso brillo que iluminaba los ojos oscuros de Sunshine. Esa mujer sentía tal amor por la vida que la hacía resplandecer, y eso le resultaba fascinante. ¿Qué sentiría si volviera a vivir de ese modo? ¿Si deseara la llegada del futuro e hiciera planes?

—Seguro que tú piensas constantemente en el futuro —dijo Talon en voz baja.

—Por supuesto.

—¿Y qué ves en él?

Sunshine se quitó la mochila de la espalda y la colocó junto al escritorio.

—Depende. A veces sueño con ver mis cuadros colgados en el Guggenheim o en el Met.

—¿Has soñado alguna vez con tener una familia?

—Todo el mundo lo hace.

—No, no todo el mundo.

Ella frunció el ceño.

—¿Tú no?

Talon guardó silencio y recordó el rostro de su esposa y las noches que había pasado acostado junto a ella con la mano sobre su vientre para poder sentir cómo se movía su hijo.

Cuántos sueños había tenido en aquel entonces…

Cada vez que miraba a Ninia a los ojos veía el futuro. Se los había imaginado como dos ancianos felices, rodeados por sus hijos y sus nietos.

Y con un único acto irreflexivo los había condenado a ambos y había arruinado todos y cada uno de los sueños que habían compartido.

Todas las esperanzas que habían albergado.

Hizo una mueca cuando el dolor le desgarró el pecho.

—No —susurró a través del nudo que sentía en la garganta—. Jamás pienso en formar una familia.

Sunshine frunció el ceño al notar la voz estrangulada de Talon. Él carraspeó.

¿Qué parte de su pregunta podría haberle hecho daño?

Mientras Talon le indicaba un lugar donde dejar el bolso y la mochila, sonó el teléfono. Se alejó para contestarlo y ella se dispuso a sacar unos cuantos objetos que colocó donde pudo.

—¿Qué pasa, Nick? Sí, ya me he enterado de lo de Zarek. —La miró con expresión avergonzada mientras escuchaba a su interlocutor—. Qué va, tío. Estoy… No estoy solo, ¿vale?

Se alejó un poco más, aunque Sunshine aún podía escuchar la conversación. El hombre parecía un poco nervioso y eso despertó su curiosidad.

—Hablé con Zarek hace un rato y no hay duda de que estuvo tomando zumo mágico rojo poco antes de que eso sucediera. No sé qué le pasaba, pero estaba de un humor de perros. —Guardó silencio unos minutos—. Sí, escúchame. Hay una mujer aquí conmigo. Se llama Sunshine. Si por casualidad te llama para cualquier cosa, haz lo que te pida sin rechistar… Sí, lo mismo digo. —Cortó la llamada.

—¿Quién es Nick? —preguntó Sunshine.

—Mi asistente personal. Está en nómina, así que si necesitas cualquier cosa, marca el cuatro y la almohadilla para llamarlo.

¡Oooh! Qué amable por su parte…

—¿En serio? ¿Tienes un asistente personal?

—Increíble, ¿verdad?

—Bueno, debo decir que eres el primer motero que conozco que tiene una cartera de acciones y un asistente personal.

Talon soltó una carcajada.

—Por cierto ¿qué es el «zumo mágico rojo»? —preguntó—. ¿Algún tipo de vino?

La pregunta pareció incomodarlo bastante.

—Algo así.

Ya estaba otra vez con los secretitos. Por el amor de Dios, a ese hombre le hacía falta soltarse un poco. Confiar más en ella.

Estaba claro que tendría que ejercer su influencia sobre él.

Talon se encaminó hacia la reducida cocina.

—No sé tú, pero yo estoy un poco tenso. Por regla general no me voy a la cama hasta el amanecer. ¿Tienes hambre?

Sunshine lo observó mientras él rebuscaba en los armaritos y sacaba un par de sartenes.

—No mucha, pero si quieres puedo prepararte algo.

Talon alzó la vista, sorprendido por su ofrecimiento.

—Gracias, sería todo un detalle por tu parte.

Ella le quitó la sartén de las manos y la colocó sobre uno de los fogones.

—¿Qué te apetece?

El hombre se lamió los labios de modo pecaminoso mientras sus ojos la recorrían de la cabeza a los pies. Sunshine se excitó al instante. Se puso a cien.

—¿Qué te parece un plato de Sunshine desnuda al dente, recubierta por una capa de nata y chocolate? —preguntó al tiempo que le apartaba el pelo del cuello—. Incluso podríamos ponerle una guinda encima.

Ella soltó una carcajada.

—Podría arreglarse.

Sunshine dejó escapar un gemido cuando él bajó la cabeza hasta su cuello al tiempo que le rodeaba los pechos con las manos.

Sintió un cosquilleo y un ramalazo de deseo que le endureció los pezones. Su cuerpo comenzó a humedecerse y a palpitar.

—¿Siempre eres así de insaciable? —le preguntó.

—Solo cuando veo algo que me gusta —contestó mientras deslizaba las manos sobre su cuerpo para llegar a la entrepierna—. Y tú me gustas más que nada en el mundo.

Ella jadeó al sentir las caricias de sus dedos a través de los vaqueros. Con el corazón desbocado, bajó la vista para contemplar cómo Talon le desabrochaba los pantalones. Esos dedos largos y elegantes le bajaron la cremallera antes de separar los extremos y dejar a la vista sus braguitas blancas de encaje. Comenzó a lamerle la oreja y dejó que su aliento le abrasara la piel mientras introducía la mano bajo el encaje en busca de la parte más íntima de su cuerpo.

A Sunshine comenzó a darle vueltas la cabeza cuando vio la mano de Talon allí y sintió las delicadas caricias de esos dedos sobre su sexo. La piel bronceada contrastaba con el color blanco del encaje mientras hundía los dedos en su interior.

Dejó escapar un gemido y se frotó contra esa mano, movida por la necesidad de volver a sentirlo muy dentro.

Él gruñó como un animal salvaje antes de arrodillarse a sus espaldas para bajarle los vaqueros y las braguitas.

Sunshine permitió que le quitara los zapatos y los pantalones.

Talon seguía de rodillas y completamente vestido cuando la hizo girar para clavar la mirada en los rizos oscuros de su entrepierna.

Cuando levantó la vista, Sunshine pudo contemplar el fuego que ardía en esos ojos color azabache.

—Ábrete para mí, Sunshine. Quiero que me invites a entrar.

Ella se ruborizó al escuchar lo que le pedía. Aunque nunca había hecho algo así, quería complacerlo. Tragándose todas las inhibiciones, separó las piernas y bajó la mano para separar los pliegues de su sexo.

—Soy toda tuya, cariño.

Talon pareció convertirse en una bestia salvaje cuando hundió el rostro entre sus piernas para tomarla en la boca.

Sunshine dejó escapar un grito de satisfacción y se apoyó en la encimera para mantener el equilibrio. Talon movió la lengua en círculos antes de succionar su carne y mordisquearla con delicadeza. Ella enterró las manos en los suaves mechones de su pelo mientras sentía el cuerpo arder bajo sus caricias.

Tenía los pezones tan duros que le dolían.

—Dios, Talon… Así —gimió, acercándose más a él.

Talon emitió un gruñido gutural y siguió saboreándola. Aspiró el aroma femenino de su cuerpo mientras los gráciles dedos de Sunshine le tiraban del pelo. Pasó la lengua por la dura protuberancia de su sexo, probando y saboreando a la mujer que tenía delante. Había pasado mucho tiempo desde que algo o alguien le produjera un placer semejante.

Y el placer que obtenía de Sunshine era innegable.

Su pasión, su creatividad, sus excentricidades… Eran un imán que lo atraía en contra de su voluntad.

Siguió lamiéndola y atormentándola. Saboreándola. Se adueñó de los murmullos de placer que escapaban de sus labios y cuando se corrió gritando su nombre, habría podido jurar que él mismo acababa de ver las estrellas.

Sunshine respiraba de forma entrecortada cuando bajó la cabeza y vio que Talon se incorporaba. Una vez en pie, se acercó a ella y la miró sin pestañear, todavía con una expresión hambrienta.

—¿Qué te hace tan irresistible? —le preguntó—. Cada vez que estoy cerca de ti, soy incapaz de pensar en otra cosa que no sea saborearte.

Le tomó una mano y la guió hasta su entrepierna para que Sunshine pudiera comprobar que su miembro estaba duro y palpitante de deseo.

—No lo sé —contestó ella con voz ronca al tiempo que introducía la mano bajo la pretina de sus pantalones y deslizaba los dedos por los cortos rizos hasta cerrarlos en torno a su henchida virilidad.

Talon tomó aire de forma brusca.

—Pero a mí me pasa lo mismo —añadió antes de bajar la mano en busca de sus testículos.

Él cerró los ojos y tensó la mandíbula mientras ella lo acariciaba. Sunshine sabía que le estaba proporcionando placer, aunque actuaba como si el roce de sus manos le resultara doloroso.

De repente se sintió extrañamente vulnerable allí de pie, con el jersey y el sujetador puestos y la parte inferior del cuerpo desnuda. Talon seguía vestido de los pies a la cabeza.

Resultaba erótico y desconcertante a la vez.

Como si le hubiera leído el pensamiento, él la ayudó a despojarse del resto de su ropa y la desnudó por completo.

Aunque él no se quitó la ropa.

Sus manos la acariciaron con destreza y ternura.

—Cuéntame tus fantasías, Sunshine. Cuéntame qué sueñas por las noches cuando estás sola en la cama.

Jamás había compartido algo tan íntimo con nadie; sin embargo, antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo comenzó a contárselo.

—Sueño que un apuesto desconocido se acerca a mí.

Talon se colocó tras ella.

—¿Y?

—Todo está oscuro y hace calor. Imagino que está detrás de mí y que me estrecha contra su cuerpo. Me penetra desde atrás y no puedo verlo, solo sentirlo.

Talon se alejó para apagar la luz.

Sunshine se estremeció en la oscuridad.

—¿Talon?

—Tranquila. —Su voz ronca y exótica pareció envolverla por completo.

De repente, sintió que la acariciaba con las manos. Desprovista de la visión, se dejó llevar por el resto de sentidos cuando Talon tiró de ella para apoyarla contra su torso y fue entonces cuando se dio cuenta de que él se había quitado la cazadora y la camisa. Le acarició los pechos y los tomó entre sus manos mientras le mordisqueaba la nuca.

Hacía muchos años que tenía esa fantasía, pero jamás la había llevado a la práctica. Nunca había visto el rostro del desconocido de sus sueños. Esa noche imaginó que era Talon. Imaginó la mano de Talon cuando este volvió a acariciarla entre las piernas.

Escuchó que él se bajaba la cremallera de los pantalones. El calor que emanaba de su cuerpo resultaba estimulante y comenzó a susurrarle algo en una lengua que ella no comprendía. Su voz sonaba más profunda, más seductora.

Más erótica.

Y en ese momento lo sintió en su interior, duro y muy excitado. Dejó escapar un gemido y arqueó la espalda al tiempo que él se hundía en ella una y otra vez hasta el fondo.

Talon enterró las manos en su pelo mientras le mordisqueaba los hombros. El cuello.

Sus caricias eran ardientes, abrasadoras.

La instó a inclinarse hacia delante.

Sunshine jadeó al notar que la penetraba aún más hondo que antes. Él comenzó a mover las caderas con fuerza, inundándola de un placer tan intenso que se descubrió gimiendo y jadeando al ritmo de sus embestidas.

Talon tensó la mandíbula al sentir que el cuerpo femenino se contraía en torno a él. Estaba tan húmeda, tan excitada, tan suave… Era una locura, pero cuando estaba en su interior casi podía sentir el alma que no tenía.

—Córrete para mí, Sunshine —susurró en gaélico antes de recordar que ella no podía entenderlo y proceder a traducirlo.

—Talon.

Su voz era una mezcla de angustia y placer. De necesidad apremiante. Estaba al borde del clímax.

Con la intención de ayudarla a conseguirlo, extendió el brazo en dirección a su sexo y la acarició al compás de sus caderas. Sunshine gritó casi al instante mientras se corría entre sus brazos. Él no tardó en unirse a ella en ese lugar de placer divino.

Ambos estaban cubiertos de sudor y jadeaban cuando tiró del cuerpo desnudo de Sunshine para apoyarla de nuevo contra su torso. Soltó una carcajada junto a su oído, agradecido por el hecho de no tener que ocultar los colmillos en esa ocasión.

En la oscuridad no podría verlo.

No obstante, él sí la veía a ella con nitidez. Sus largas y oscuras trenzas colgaban atrapadas entre sus cuerpos, inundando el aire con su aroma. Tenía la piel húmeda y acalorada.

La llevó hasta un sillón y se sentó con ella en el regazo. Ambos seguían jadeantes y exhaustos.

Sunshine se recostó contra él y le pasó un brazo alrededor del cuello para estrecharlo con fuerza. Él le acarició la mejilla con los labios y la lengua antes de darle un pequeño mordisco.

Nunca había sentido nada parecido con un hombre.

Por supuesto que había practicado el sexo con anterioridad, ya que su ex marido estaba bastante salido, pero nunca había deseado a otro hombre del modo en que deseaba a Talon. Su cuerpo parecía tan cálido y duro bajo ella, tan intensamente masculino, que sentía deseos de quedarse para siempre en su regazo.

Exhaló un suspiro de satisfacción.

—Talon, ¿haces esto cada vez que conoces a una mujer?

—No —le susurró al oído—. Y es la primera vez que traigo a una mujer a mi cabaña. Sin lugar a dudas, eres un caso excepcional.

—¿Estás seguro?

—Sí. ¿Y tú? ¿Te llevas a casa a todo el que conoces?

Sunshine se recostó sobre él, deseando poder verle el rostro.

—No. Te prometo que tú también eres un caso excepcional.

Talon la besó con suavidad.

Permanecieron sentados de ese modo durante un buen rato, abrazándose el uno al otro, perdidos en la quietud del amanecer.

No estaba segura de lo que sentía por Talon. En parte quería pasar la eternidad abrazada a él, tal y como estaba en ese momento; pero por otro lado pensaba que era una idiota por desear algo así de un tío que acababa de conocer.

Sí, ese hombre estaba como un tren con los pantalones de cuero y era capaz de hacer vibrar todas las células de su cuerpo; pero al final del día, ¿se molestaría en quedarse con ella o sería exactamente igual que todos los hombres a los que conocía? Egoístas. Posesivos.

Críticos.

No lo sabía con certeza.

No estaba segura de querer esperar para descubrirlo.

Dejó escapar un bostezo. Había sido una noche muy larga, agotadora no solo en el plano físico, sino también en el emocional.

Lo único que deseaba era acurrucarse contra ese cálido cuerpo masculino y dormir.

Talon se sintió incómodo de repente. Llevarla a la cabaña le había parecido una idea fantástica en su momento; pero en ese instante, cuando se planteaba la posibilidad de irse a dormir a la cama con ella… Era un gesto íntimo que no había compartido con nadie desde la muerte de su esposa. Había tenido relaciones sexuales con muchas mujeres y después se habían quedado adormilados un rato; pero lo de Sunshine era algo por completo diferente.

Pasarían todo el día juntos. Durmiendo. Sus cuerpos se rozarían…

Ella volvió a bostezar.

—Vuelvo enseguida.

Talon encendió la luz y guardó silencio mientras ella sacaba una camiseta de su bolso antes de dirigirse al baño.

Se concentró en los ruidos que hacía en la habitación contigua. Escuchó el ruido del agua mientras se lavaba la cara y los dientes.

Aquello era de lo más extraño.

Los recuerdos se filtraron en su mente. Recuerdos de una época que había desterrado a propósito.

Recuerdos de un hombre al que había enterrado.

Recordó las innumerables noches que había aguardado a su esposa en la cama mientras ella se preparaba para acostarse. Noches en las que había observado cómo Ninia se cepillaba el cabello hasta que brillaba a la luz del fuego para después trenzarlo antes de reunirse con él.

Noches en las que la había escuchado canturrear mientras cosía a la luz del fuego…

Echó un vistazo en dirección a la cómoda, donde Sunshine había colocado un pequeño neceser, un cepillo de color rosa y un frasquito que con toda seguridad contendría su esencia de pachulí.

Observó con detenimiento esos delicados objetos que parecían tan fuera de lugar entre sus pertenencias. Objetos femeninos y extraños que le provocaban un nudo en el estómago.

Cómo había echado de menos poder compartir su vida con alguien. Tener a alguien a quien querer; alguien que lo quisiera.

Hacía muchísimo tiempo que no pensaba en ello. Ni siquiera se había atrevido a hacerlo. Después de lo ocurrido, debía admitir que la vida de Cazador Oscuro tenía momentos de profunda soledad.

Sunshine salió del baño con el cabello negro aún trenzado y las piernas desnudas bajo la camiseta. La sonrisa que mostraba hizo que su corazón de guerrero diera un vuelco.

Siglos atrás había esperado con ansias la batalla a sabiendas de que si sobrevivía, regresaría a la calidez de los brazos de aquella que lo amaba. Al consuelo de una amiga.

Como Cazador Oscuro lo mejor que podía esperar tras una batalla era acurrucarse frente al ordenador o coger el móvil para hablarle de la pelea a alguien que vivía a cientos o miles de kilómetros de distancia.

Nunca antes le había molestado ese hecho. Por alguna razón, esa noche sí lo hacía.

—¿Estás bien? —le preguntó Sunshine.

Él asintió.

La respuesta no la tranquilizó del todo. Talon parecía agobiado.

—¿Has cambiado de idea sobre lo de quedarme a dormir? —inquirió Sunshine.

—No —contestó él con rapidez—. Es que ha sido una noche muy larga.

Sunshine asintió.

—Cuéntame lo que ha pasado. —Se metió en la cama y tiró del edredón nórdico negro para arroparse con él antes de apagar la lámpara que había junto a la cama.

Talon se giró para mirarla. Estaba tumbada de costado, de cara a la pared. Su cabeza parecía muy pequeña sobre la enorme almohada y el contraste con el color negro de la ropa de cama le confería una apariencia delicada y femenina. Y sobre todo deliciosa.

Se tumbó junto a ella. Antes de pensárselo dos veces, la atrajo hacia sus brazos y se acurrucó a su espalda.

—Mmm —murmuró ella, adormilada—. Me encanta que hagas eso.

El dolor lo atravesó cuando cerró los ojos e inhaló su singular fragancia. Era maravilloso tenerla entre sus brazos.

¡Nae!, rugió su mente. No podía hacerlo. No podía encariñarse con ella de ese modo.

Jamás podrían mantener ningún tipo de relación. Al día siguiente tendría que dejarla regresar a su vida y retomar la propia.

Así eran las cosas.

Tras depositar un suave beso en su nuca, Talon suspiró y se obligó a conciliar el sueño. Jamás sería suya. Nunca podría ser otra cosa que un capricho pasajero para él.

Jamás.

Sunshine yació en silencio durante un buen rato, escuchando la respiración de Talon. No había palabras que pudieran expresar con exactitud lo que sentía al estar acostada entre sus brazos. Era como si encajara a la perfección. Como si estuvieran hechos el uno para el otro. ¿A qué se debía eso?

No estaba segura del tiempo que transcurrió hasta que se quedó dormida, pero cuando por fin lo hizo, descubrió que la asaltaba un sueño de lo más extraño…

Talon era muy joven; no tendría más de veinte años. Llevaba el largo pelo dorado trenzado a la espalda y de la sien izquierda colgaban las dos trencitas algo más cortas. Su rostro juvenil estaba oculto por una poblada barba de color rubio oscuro, aunque no tuvo dificultades para reconocerlo.

Para reconocerlo como el hombre que lo era todo para ella.

Estaba desnudo sobre ella. Apoyaba el peso sobre los brazos mientras mecía ese cuerpo duro y masculino contra el suyo y la penetraba una y otra vez con tanta ternura que su corazón lloraba y reía a un tiempo.

—Mi preciosa Nin —le murmuró al oído. Puntualizó cada palabra con una embestida fuerte y profunda—. ¿Cómo podría dejarte?

Ella ahuecó las manos en torno a su rostro y lo besó antes de apartarlo un poco para poder contemplar sus ojos ambarinos mientras le hacía el amor.

—No tienes elección, Speirr. Has luchado y sufrido demasiado para convertirte en el heredero; no puedes echarte atrás ahora. Así te asegurarás de que el clan te proclama rey a la muerte de tu tío.

Sunshine vio la angustia en los ojos de Talon y sintió que su cuerpo se tensaba sobre ella.

—Lo sé.

Se amaban muchísimo. Siempre se habían amado. Desde aquel día en que Speirr, haciendo gala de su nobleza, había evitado que le picara un gallo cuando ella tenía seis años y él ocho.

Se había convertido en su héroe.

Habían crecido apartados y, pese a todo, jamás se habían separado.

Incluso en la infancia habían sido conscientes de que se verían obligados a poner fin a su amistad o a soportar las burlas que esta les acarrearía. Y Speirr ya había sufrido burlas como para llenar diez mil vidas.

Ella no le causaría más dolor.

Por eso nunca le habían hablado a nadie de esas ocasiones en las que se escabullían de sus respectivas familias y obligaciones para estar juntos. Esos encuentros habían sido inocentes durante años. Se encontraban para jugar o pescar. En ocasiones nadaban o compartían los pesares que los embargaban.

Solo durante el último año se habían atrevido a acariciarse el uno al otro.

Ella era la hija del pescadero; la profesión más humilde de todas. Aun así, Speirr nunca la había tratado como los demás. Nunca le decía que olía a pescado ni mencionaba que sus ropas estaban raídas y llenas de remiendos.

La había respetado y había atesorado su amistad en la misma medida que ella.

Le había entregado su virginidad de buena gana, a sabiendas de que jamás podría haber una relación entre ellos. A sabiendas de que llegaría el día en que él tendría que casarse con otra.

Y aunque le destrozaba el corazón, sabía que no le quedaba más remedio que permitir que se marchara. Speirr debía casarse con otra para borrar la mancha del deshonor que su madre había dejado en él. Para demostrarles a todos que era noble tanto de sangre como de espíritu.

—Serás un marido maravilloso, Speirr. Esa muchacha será muy afortunada al tenerte.

—No —replicó él, abrazándola con más fuerza—. No quiero oír hablar de otra persona mientras estoy contigo. Abrázame, Nin. Déjame fingir por un momento que no soy el hijo de mi madre. Déjame fingir que solo estamos tú y yo en el mundo y que nada nos separará jamás.

Ella cerró los ojos con fuerza cuando la embargó el dolor.

Ojalá fuera cierto.

Speirr se retiró para poder observarla. Sus manos le rodearon la cara con ternura.

—Eres lo único que entibia mi corazón. Eres la luz del sol que ilumina el invierno de mi vida.

¡Cómo lo amaba cuando se comportaba así! Cuando el feroz y osado príncipe guerrero daba rienda suelta al bardo que moraba en su corazón. Solo ella conocía esa faceta de su carácter. Solo ella sabía que Speirr poseía el talento de un poeta.

Para el resto del mundo sería siempre un hombre fuerte y aguerrido. Un luchador con talento y destreza incuestionables. Sin embargo, era su corazón de poeta lo que ella más amaba.

—Y tú eres mi fuego —susurró—. Y si no te marchas ahora mismo con tu tío, él te apagará.

Él se apartó de ella con una maldición. Observó cómo se vestía y le ayudó a atarse de nuevo la coraza. Speirr era un príncipe. No solo por el título que ostentaba, sino también por su porte y compostura. Jamás había existido un hombre más noble.

Una vez que ella acabó de vestirse, Speirr la encerró entre sus brazos y le dio un último y abrasador beso.

—¿Te reunirás conmigo esta noche?

Ella apartó la mirada.

—Sí, si eso es lo que deseas, Speirr. Haré cualquier cosa que me pidas, pero no creo que sea justo para tu esposa que te encuentres conmigo en tu noche de bodas.

Él se encogió como si lo hubiera abofeteado.

—Tienes razón, Nin. Pero sobre todo, no sería justo para ti.

Sunshine gimió cuando abandonó a Ninia para ocupar el cuerpo de Speirr. Aún seguían a la orilla del lago, pero era al hombre a quien sentía. Sentía sus emociones. Veía a través de sus ojos. El corazón de Speirr se hizo pedazos cuando Ninia se alejó de sus brazos. Sentía un dolor tan intenso que temía que lo dejara incapacitado.

Extendió el brazo en dirección a Ninia, a sabiendas de que se había ido. La había perdido.

La había perdido para siempre. Igual que a su madre. Igual que a sus hermanas y a su padre. Por los dioses, era tan injusto… Aunque la vida nunca era justa. Y mucho menos para un hombre que tenía deberes y responsabilidades. Un hombre que había ganado el respeto para él y para su hermana a punta de espada.

Jamás había sido dueño de su vida.

Tras dar media vuelta, montó en su caballo y cabalgó para reunirse con sus tíos y celebrar de una vez por todas el matrimonio que vincularía su clan con la tribu de celtas galos establecida en el límite norte de sus tierras. La unión acallaría las protestas de los charlatanes y agoreros que deseaban nombrar a otro como heredero.

Sunshine se movió en la cama cuando el sueño cambió una vez más. Volvió a ver a Talon ese mismo día, pero un poco más tarde. Estaba de pie entre una hermosa mujer que apenas superaba la treintena y un hombre pocos años mayor. La mujer tenía el pelo rubio y los ojos azules de Talon, mientras que el hombre era moreno y de ojos negros.

Los tres se encontraban en el centro de un antiguo salón de paredes de madera. La estancia estaba abarrotada de gente que ninguno de ellos conocía. Todos iban ataviados con elegantes mantos de cuadros y joyas de oro.

El tío de Speirr llevaba una coraza de cuero negro y su esposa lucía otra en tono dorado que acompañaba con una falda larga de cuadros.

A los ojos de las personas allí reunidas, Talon parecía fuerte y orgulloso. Aguerrido y majestuoso.

Los susurros de los galos resonaban en la estancia mientras se contaban unos a otros las hazañas bélicas del príncipe y se referían a él como el guerrero favorito de Morrigan. Se decía que la diosa en persona caminaba a su lado durante la batalla y retaba a sus oponentes a desfigurar su apostura o a deslustrar su espada.

Lo que nadie parecía saber era que Speirr estaba preparado para huir mientras esperaba a su prometida.

—Te juro que estás más inquieto que un potrillo, muchacho —susurró su tía con una carcajada.

—Tú también lo estabas, Ora —se burló su tío—. Recuerdo que tu padre amenazó con atarte a su costado si no dejabas de moverte durante el enlace.

—Sí, pero yo era mucho más joven que él.

Idiag colocó una mano a Speirr sobre el hombro en un gesto tranquilizador. Su sobrino respiró hondo cuando trajeron a una joven hasta su presencia.

—Mi hija Deirdre —dijo el rey Llewd.

Era una joven hermosa. Ese fue el primer pensamiento de Speirr. Tenía el cabello más dorado que había visto jamás y unos ojos azules de mirada dulce y tierna.

Sin embargo, no podía rivalizar con su Ninia. Ninguna otra mujer podría estar a su altura. Speirr retrocedió de forma instintiva. Su tío lo empujó hacia delante.

Deirdre esbozó una sonrisa seductora. Sus ojos lo miraban con afecto y beneplácito. Speirr retrocedió de nuevo.

En esa ocasión su tío volvió a colocarlo junto a su prometida de un codazo.

—¿Qué tienes que decirle, muchacho?

—Yo… —Speirr conocía las palabras que los unirían para siempre. Las había repasado una y otra vez. No obstante, en ese momento se le quedaron atascadas en la garganta. No podía respirar.

Dio un paso hacia atrás y de nuevo sus tíos lo obligaron a avanzar hacia un destino que de repente le parecía desolado. Frío.

—Speirr —dijo su tío con una nota de advertencia en la voz—. Di las palabras.

Si no lo hago, lo perderé todo. Si lo hago, perderé lo único que tengo. Volvió a ver en su mente el dolor que reflejaban los ojos de Ninia. Vio las lágrimas que ella había tratado de ocultar.

Speirr apretó los dientes y tensó el mentón en un gesto decidido.

—No lo haré. —Dio media vuelta y comenzó a caminar en dirección a la puerta que llevaba al exterior sin prestar atención a las exclamaciones de sorpresa de la multitud.

Sus tíos lo alcanzaron instantes después. Speirr había recorrido la mitad de la distancia que lo separaba de su caballo cuando Idiag lo agarró del brazo y lo obligó a detenerse con brusquedad.

—¿Qué te pasa? —exigió saber el hombre.

—¿Speirr? —preguntó su tía con voz más afable—. ¿Qué sucede?

La mirada de Speirr pasó de uno a otro mientras buscaba las palabras necesarias para explicarles lo que albergaba en su corazón.

—No me casaré con ella.

—¡Por supuesto que lo harás! —replicó su tío con firmeza. Lo miraba echando chispas por los ojos—. Ahora vuelve ahí dentro y acaba con esto de una vez.

Nae —repitió con testarudez—. No me casaré con ella cuando amo a otra mujer.

—¿A quién? —preguntaron sus tíos al unísono.

—A Ninia.

La pareja intercambió una mirada perpleja.

—¿Quién narices es Ninia? —inquirió su tío.

—¿La hija del pescadero? —preguntó Ora.

Ambas preguntas fueron formuladas a la vez. Hasta que Idiag se percató de la pregunta de su esposa.

—¿La hija del pescadero? —repitió el hombre.

Se acercó para darle un coscorrón en la nuca a Speirr, pero este le sujetó la mano y le dirigió una mirada furibunda. Los días en los que su tío le pegaba habían quedado atrás hacía mucho tiempo.

—¿Estás loco? —exigió saber Idiag, que retorció el brazo para liberarse—. ¿Cómo has llegado a conocerla siquiera?

Speirr se tensó a la espera de la censura de su tío. No le cabía duda de que estaban a punto de expulsarlo del clan, tal y como habían hecho con su madre.

Nada de eso tenía la menor importancia.

Ninia era la única persona que lo había aceptado sin reservas. No la decepcionaría casándose con otra mientras ella seguía adelante con su mísera existencia.

Se negaba a envejecer sin ella.

—Sé que no lo entendéis; sé que debería seguir adelante y casarme con la hija del galo, pero no puedo. —Miró a su tía con la esperanza de que al menos ella entendiera su súplica—. Amo a Ninia. No quiero vivir sin ella.

—Eres joven y estúpido —replicó su tío—. Al igual que tu madre, te dejas guiar por tu corazón. Si no sigues adelante con esta unión, no redimirás el estigma de tu madre. Siempre serás el hijo de una puta, sujeto a las burlas de los demás. ¡Vuelve ahí dentro y cásate con Deirdre ahora mismo!

Nae —replicó con firmeza.

—Te lo juro, Speirr, si no lo haces te desterraré.

—En ese caso, hazlo.

Nae —exclamó Ora, interrumpiendo la discusión.

Su rostro tenía la expresión remota que siempre adoptaba cuando contemplaba los hechos cotidianos desde un plano superior.

—Es cosa de los dioses, Idiag. Míralo a los ojos. Ninia es su alma gemela. Están destinados a estar juntos.

Idiag soltó una maldición.

—Habría sido una magnífica alianza para el clan —murmuró con amargura—. Habría asegurado la paz entre nuestros pueblos y garantizado que nadie se opusiera al nombramiento de Speirr como mi heredero. Sin embargo, no me opondré a la voluntad de los dioses. —Le dio unas palmaditas a su sobrino en el brazo—. Vete, Speirr. Ve a reclamar a tu Ninia mientras trato de arreglar esto lo mejor posible con la esperanza de evitar una guerra.

Speirr parpadeó con incredulidad. Esa era la primera vez en toda su vida que su tío se había mostrado amable y clemente con él.

—¿Lo dices en serio?

Idiag lo miró con los ojos entrecerrados.

—Muchacho, será mejor que te marches antes de que recobre el sentido común.

Speirr dejó escapar un grito al tiempo que corría hacia su caballo. A mitad de camino, se dio la vuelta y regresó para abrazar a su tía antes de hacer lo mismo con Idiag.

—Gracias. Gracias a los dos.

Se dirigió hacia su caballo tan rápido como pudo y lo montó de un salto. Hundió los talones en los costados del animal y se marchó en dirección a los dominios de su clan. Atravesó el bosque como una exhalación. El semental negro volaba entre los arbustos y la intrincada maleza, levantando la tierra a su paso. La luz del sol se filtraba entre los árboles, llenando de motas doradas su coraza mientras él azuzaba al animal para que corriera más deprisa.

Tenía que llegar junto a su Ninia…

Ninia suspiró cuando su madre le tendió la destartalada y vieja cesta en la que había diez peces malolientes.

—¿Tengo que entregar esto? —le preguntó con un tono que suplicaba clemencia.

—Tu hermano ha salido para hacer un recado y ya deben de estar esperándolos. Vete, niña. No toleraré ni una queja más por tu parte.

Ninia apretó los dientes al tiempo que cogía la cesta. Cómo odiaba todo aquello. Habría preferido que la golpearan a tener que recorrer todo el camino hasta la casa del herrero, donde, a buen seguro, Eala estaría esperando el pescado. Eala, que tenía su misma edad, no era más que la hija del herrero, pero se comportaba como si descendiera de un linaje tan noble como el de Speirr.

Y le encantaba humillarla.

Ese día Ninia no estaba de humor para aguantarla. No cuando su corazón sufría tanto por la pérdida.

A esas alturas Speirr ya estaría casado con otra. Ya lo habría perdido para siempre.

Parpadeó para contener las lágrimas y abandonó la diminuta cabaña que compartía con sus padres y su hermano para encaminarse hacia la parte más bonita de la aldea, donde vivía el resto de los habitantes bien lejos del pescadero, del curtidor y del carnicero.

—Speirr… —susurró mientras se enjugaba las lágrimas.

¿Cómo iba a ser capaz de pasar un solo día sin él? Speirr siempre la había ayudado a soportar las penalidades de su trabajo. Siempre anhelaba que llegara el momento de reunirse con él. Esos momentos de risas y diversión junto al lago.

No obstante, esos días habían desaparecido para siempre.

Cuando Speirr volviera, lo haría al lado de su flamante esposa.

Y algún día sus hijos crecerían en el vientre de su reina…

El dolor la asaltó con más fuerza. Atravesó la aldea pensando en el único hombre que amaría en la vida y dándole vueltas a la idea de que jamás daría a luz a sus hijos. Jamás volvería a abrazarlo de nuevo.

Al acercarse a la casa del herrero se dio cuenta de que Eala no estaba sola. La muchacha estaba hablando con un pequeño grupo de amigos. Ninia reconoció a tres de los muchachos. Las chicas habrían sido también sus amigas si no oliera tan mal, según ellas mismas le habían dicho en numerosas ocasiones.

—¡Qué fastidio! —exclamó Eala con aversión—. Es la chica del pescado con su apestoso olor. Rápido, contened la respiración o moriréis al instante.

Ninia alzó la barbilla. No podían herirla con sus palabras. No ese día. No cuando estaba ya tan destrozada.

Puso la cesta en las manos de Eala.

La hija del herrero dejó escapar un chillido.

—¡Qué repugnante eres, Ninia! —gritó al tiempo que dejaba caer la cesta y se alejaba de ella de un salto—. Ningún hombre querrá nunca a una mujer tan apestosa. ¿A que no, Dearg?

Dearg observó a Ninia con expresión pensativa.

—No lo sé. Después de ver lo que le entregó a Speirr el otro día, estaría encantado de taparme la nariz.

Con el rostro encarnado, Ninia se quedó horrorizada al descubrir que alguien los había visto haciendo el amor en el bosque.

—¿Y tú qué dices, Aberth? —le preguntó Dearg a otro apuesto muchacho.

—Sí, serviría para un buen par de revolcones, sobre todo después de saber que es capaz de envainar una espada tan grande… De cualquier forma, si te gusta la inmundicia tanto como a Speirr, cásate con ella. Yo prefiero otras cosas.

Las crueles carcajadas del grupo resonaron en los oídos de Ninia.

Humillada y avergonzada, apenas se había alejado unos cuantos pasos cuando escuchó el sonido de los cascos de un caballo que se acercaba a toda velocidad.

La aldea se sumió en el silencio ante semejante estruendo. No había duda de que el jinete tenía mucha prisa. Hasta ellos flotó la profunda voz del hombre, que azuzaba a su caballo para que corriera aún más rápido en dirección a la aldea.

Cuando Speirr salió volando del bosque, la gente comenzó a apartarse de su camino.

Ninia fue incapaz de moverse mientras lo observaba.

Tenía la cabeza agachada sobre el cuello del caballo y, al igual que el animal, estaba cubierto de sudor. Compañeros en porte, belleza y poder, hombre y caballo conformaban una visión feroz y aterradora.

Volaban como si los demonios del Annwn les pisaran los talones.

Ninia suponía que Speirr pasaría junto a ella en dirección a su casa.

Pero no lo hizo.

Cuando estuvo frente a ella, tiró de las riendas con brusquedad para detenerse y el bravo animal se alzó sobre las patas traseras.

Speirr bajó de la montura y la arrastró hacia sus brazos.

Ninia sintió que su corazón se inundaba de alegría, aunque debía reconocer que todo aquello le daba miedo. Le daba miedo averiguar qué significaba que él regresara en semejante estado de desaliño.

Fiù? —le preguntó con inseguridad; había utilizado el término apropiado para dirigirse a un príncipe, a sabiendas de que no podría utilizar su nombre ante tantos testigos—. ¿Qué queréis de mí?

Los ojos ambarinos de Speirr resplandecían y reflejaban lo que albergaba su corazón mientras la contemplaba.

—A ti, amor mío —susurró—. Durante los días que me resten de vida. He venido a casarme contigo, Nin. Si me aceptas.

Los ojos de Ninia se llenaron de lágrimas.

—¿Y tu tío?

—Nos desea lo mejor y quiere conocerte a su regreso.

Ninia lo abrazó con manos temblorosas.

—Eres mía, preciosa Ninia —musitó—. No quiero compartir mi vida con otra mujer.

—¿Aunque huela a pescado?

Speirr rió ante la pregunta.

—Y yo huelo a caballo sudoroso. Tú y yo hacemos una pareja perfecta.

Solo él habría podido decir algo así.

Las lágrimas descendieron por las mejillas de Ninia mientras lo abrazaba con fuerza, llorando de felicidad.

Su Speirr había regresado y jamás dejaría que se marchara. Su destino era estar juntos.

Para siempre…

Sunshine se despertó embargada por una cálida sensación de serenidad en lo profundo de su corazón. Esbozó una somnolienta sonrisa al sentir el peso de Talon contra su espalda.

No recordaba nada del sueño salvo el hecho de que Talon aparecía en él.

Y que le había resultado reconfortante.

Echó un vistazo a su reloj de muñeca y comprobó que ya era mediodía. A esas alturas debería estar trabajando, vendiendo sus grabados en Jackson Square.

Sin embargo, no sentía el más mínimo deseo de salir del futón.

Se dio la vuelta y se acurrucó contra Talon.

Apoyó la cabeza en su hombro y siguió las líneas del tatuaje de su pecho con un dedo. Era un hombre tan afectuoso e incitante…

—Me alegra tenerte en casa, amor. —Talon le susurró las palabras en una lengua que solo había oído una vez en toda su vida, justo cuando estaban haciendo el amor la noche anterior y, pese a ello, Sunshine las entendió.

Se incorporó hasta sentarse y comprobó que él seguía dormido como un tronco.

—¿Talon?

Ni siquiera se movió.

—¿Speirr? —lo llamó al tiempo que se preguntaba por qué se le habría ocurrido ese nombre, aunque le parecía correcto llamarlo de ese modo.

Talon abrió los ojos y la miró con los párpados entornados.

—¿Necesitas algo?

Sunshine negó con la cabeza.

Él cerró los ojos de nuevo, se dio la vuelta y siguió durmiendo.

¡Qué cosa más rara!

¿Por qué conocía ese nombre y por qué Talon respondía a él?

¿Habría formado parte de su sueño? Intentó hacer memoria, pero le resultó del todo imposible.

Mientras Talon yacía de espaldas a ella, a Sunshine se le vino algo a la cabeza. Una especie de recuerdo de la infancia.

Vio a Talon cuando no era más que un adolescente, tumbado sobre una gran mesa de piedra. En torno a ellos se alzaba una serie de monolitos, que formaban un círculo parecido a Stonehenge.

Talon estaba tumbado boca abajo, con las manos bajo la frente, mientras un hombre alto y moreno se inclinaba sobre él. Su manto negro se ondulaba a su alrededor cada vez que lo azotaba con un látigo formado por varias tiras.

Talon la miraba sin pestañear, con los ojos cuajados de lágrimas y las mandíbulas apretadas.

«Nos vemos después.» Le dijo sin articular las palabras y ella asintió con la cabeza.

Sunshine regresó al presente, alarmada.

Mientras los recuerdos del sueño regresaban a ella en tropel, salió de la cama como pudo y cogió el móvil de Talon para llamar a su madre. Caminó hacia la puerta de la cabaña y salió para que él no escuchara la conversación.

—¿Sunshine? —dijo su madre tan pronto como reconoció la voz de su hija—. ¿Dónde estás? Storm me dijo que te marchaste anoche sin decirle nada.

—Lo siento, mamá. Ya me conoces. Me distraigo con cualquier cosa y se me olvida llamar. Escúchame. Necesito saber una cosa. ¿Te acuerdas de la regresión al pasado que me hicisteis la abuela y tú hace tantos años?

—Sí.

—Recuerdo que me dijisteis que había sido una antigua celta, ¿verdad?

—Sí.

—¿Recuerdas algún otro detalle más concreto?

—No, la verdad. Tendría que llamar a la abuela y preguntárselo a ella. Conociéndola, seguro que lo recuerda todo. ¿A qué viene esto? Pareces asustada.

—Es que lo estoy. Acabo de tener una especie de regresión de lo más extraña. No se me ocurre otra manera de llamarla. Es algo rarísimo.

—¿Estás con Steve?

—Talon, mamá. Se llama Talon. Y sí, estoy con él.

—¿Crees que lo conociste en una vida anterior?

Sunshine echó un vistazo a la puerta por encima del hombro y tragó saliva.

—Si tengo que serte sincera, mamá, creo que estuve casada con él.