4

Sunshine retrocedió un paso, sorprendida por la sinceridad de Talon. Aunque lo que más le sorprendía era el hecho de que ella deseara lo mismo que un hombre al que apenas conocía. Aun así no podía negar lo mucho que deseaba hacer el amor con él.

Lo mucho que deseaba acariciar cada centímetro de ese poderoso cuerpo, tan deliciosamente masculino.

Y no le parecía mal desearlo así. Le resultaba normal y de lo más natural, por extraño que pareciera. Tenía la sensación de que lo conocía, de que debían compartir mucha más intimidad de la que tendrían unos simples extraños que se habían encontrado por causalidad en un callejón.

Lo deseaba a un nivel que no alcanzaba a comprender.

—No te andas por las ramas, ¿verdad? —le preguntó sin tapujos.

—No —contestó él, abrasándola con la intensa pasión que asomaba a esos ojos negros como el azabache—. No suelo hacerlo.

La fuerza de su deseo la arrollaba, la fascinaba. Era un hombre tan intenso, tan cautivador… que la atraía de forma inexplicable.

Talon extendió el brazo y le acarició un mechón de pelo. El deseo se extendió por las venas de Sunshine y le provocó un estremecimiento.

Sus cuerpos no se rozaban en ningún otro lugar, pero ella habría jurado que podía sentirlo con todos los poros de su piel.

Sunshine se echó a temblar por la necesidad.

Por la pasión.

Por el deseo.

Él se inclinó para hablarle al oído y su aliento le erizó la piel.

—Siempre he sido un firme defensor del carpe diem. Acostumbro a tomar lo que deseo cuando lo deseo. Y en este momento, Sunshine, te deseo a ti. Quiero conocer cada centímetro de tu cuerpo. Quiero sentir tu aliento en mi cuello mientras te hago el amor. Quiero explorar tu piel con la lengua hasta que me supliques que me detenga.

Sunshine tembló al escucharlo.

—La vida es corta… supongo.

Talon soltó una breve carcajada mientras le acariciaba la mejilla con los labios. El áspero roce de su barba le hizo cosquillas en la piel y ella se estremeció ante la sensación de algo tan masculino.

—Para unos más que para otros.

Sunshine respiró hondo al tiempo que la gravedad de la situación caía sobre ellos. Pero el ambiente de la estancia no solo se había llenado de seriedad, el aire también estaba cargado de deseo.

De magnetismo sexual.

Talon se acercó a sus labios de forma peligrosa.

Despacio.

De forma seductora.

El tiempo se detuvo mientras ella esperaba a que esos labios la reclamaran. Mientras esperaba a probar de nuevo su pasión.

Él la tomó entre sus brazos al instante y la besó de una forma tan posesiva que la dejó sin aliento.

Sunshine dejó escapar un gemido mientras lo saboreaba no solo con los labios, sino también con el corazón. Ese hombre invadía todos y cada uno de sus sentidos. Notaba cómo se contraían esos músculos bajo sus manos mientras la devoraba con la lengua. Escuchó el gemido gutural y profundo que escapó de su garganta, como el de una bestia que acabara de escapar de su jaula.

Y volvió a recorrerla un escalofrío.

Posó una mano sobre la nuca de Talon y acarició esa piel suave y cálida antes de seguir hacia arriba para enterrar los dedos en los dorados mechones de su cabello.

Cómo le gustaba sentir a ese hombre entre sus brazos… El aroma a cuero y el olor de su piel la invadían hasta el punto de hacerle perder la cabeza. La fuerza de ese cuerpo la envolvía por completo.

Sintió el deseo que despertaba en él cuando notó la dureza de su erección sobre el vientre, lo que avivó su propio deseo y la necesidad de sentir sus caricias. La desesperación por tenerlo en su interior era tal que se sentía abrumada. Jamás había deseado a un hombre de ese modo.

Talon la cogió en brazos, aguantando su peso mientras profundizaba el beso. Sin esfuerzo aparente, le colocó sus fuertes manos sobre el trasero para apretarla contra sus caderas, de forma que la evidencia de su deseo presionara justo contra su pelvis. Sunshine dejó escapar un gemido al sentir el roce tan íntimo del cuero y del hombre.

Le devolvió el beso con todo el ímpetu del que fue capaz y le envolvió la cintura con las piernas. La carcajada de satisfacción de Talon reverberó por todo su cuerpo, haciendo que sus abdominales le acariciaran la entrepierna y que los músculos de su torso le rozaran los pechos, enardeciéndola aún más.

Vamos, Sunshine, cariño… ¿Qué estás haciendo?, le preguntó la voz de la razón.

No había tenido una relación de una sola noche —en ese caso de un solo día— desde la época de la facultad. La única vez que lo había hecho se había sentido tan sucia al día siguiente que había jurado no volver a repetirlo jamás.

Y ahí estaba, a punto de tropezar con la misma piedra.

Por el amor de Dios, no sabía nada de ese hombre. Ni siquiera su apellido.

Aunque por alguna razón, nada de eso importaba. Solo podía pensar en lo bien que se sentía entre sus brazos, en el magnífico aspecto que tenía tendido sobre su cama y en el hecho de que le gustaba de verdad. Más de lo que debería. Más allá de la razón.

Fuera correcto o no, quería compartir su cuerpo con él.

No solo lo quería; lo necesitaba. Lo deseaba con todo su corazón, y siempre seguía los dictados de su corazón, dondequiera que la llevaran.

No habría remordimientos después. No se haría reproches.

Talon le alzó el vestido hasta los muslos. Ella se estremeció al sentir la frescura de la tela sobre la piel, seguida del calor de esas manos que se deslizaron por la cara posterior de sus piernas hasta detenerse sobre su trasero desnudo. Una vez allí, Talon dejó escapar un gruñido de placer; un sonido ronco y profundo.

Rebosante de necesidad.

—Me encanta el tacto de tu piel, pequeña Sunshine —murmuró sobre sus labios.

Sunshine era incapaz de enhebrar un solo pensamiento coherente con esas manos grandes y fuertes sobre su cuerpo desnudo. Talon inclinó la cabeza hasta su cuello y sus labios la abrasaron. La mordisqueó con suavidad, dejando que sus dientes le rozaran la piel. Estaba a punto de decirle lo afilados que parecían cuando sintió que le daba un ardiente y excitante lametón.

Perdió el hilo de sus pensamientos.

Ese hombre estaba demasiado bueno, no había otro modo de expresarlo. No podía dejarlo marchar sin haber degustado ese cuerpo duro y fibroso. Le pasó la camiseta por la cabeza y deslizó las manos sobre su torso y su tatuaje. Sí, ¡eso era lo que deseaba!

Lo deseaba a él.

Talon sonrió sin despegar los labios al percatarse del deseo que invadía los oscuros ojos castaños de Sunshine. ¡Cómo iba a disfrutar de esa mujer!

De cada centímetro de su cuerpo.

Con esa pasión y ese entusiasmo por la vida, no era muy difícil imaginarse lo buena que sería en la cama.

Había pasado muchísimo tiempo desde la última vez que una mujer consiguiera cautivarlo. Como Cazador Oscuro había elegido a sus amantes al azar, a sabiendas de que jamás volvería a verlas. Durante siglos se había conformado con relaciones de una sola noche, con mujeres fáciles que no deseaban más que unas cuantas horas de placer a su lado.

A todas las había conocido en la oscuridad de la noche.

Nunca a la luz del día.

Tras una pequeña conversación destinada a apaciguarlas, se las tiraba como un salvaje y después cada uno seguía su camino. En la mayoría de los casos ni siquiera se molestaba en preguntarles cómo se llamaban.

Sin embargo, en el fondo de su mente sabía que lo que estaba ocurriendo en esos momentos era diferente.

Había algo distinto en Sunshine.

Ya ni se acordaba de los siglos que habían pasado desde que compartiera un rato de risas sinceras con una amante.

Y esa mujer lo hacía reír. Lo volvía loco.

Mejor aun, lo ponía a cien.

Sunshine había irrumpido en su mundo y lo había puesto patas arriba. Había llegado a tocar las emociones que había enterrado tanto tiempo atrás. Había logrado que volviera a sentirse extrañamente vivo; toda una proeza para un hombre que llevaba muerto mil quinientos años.

Había despertado en él sentimientos que no comprendía. Se sentía como un niño en la mañana de Navidad, abrumado por los olores y los regalos. Todos sus sentidos estaban sobrecargados por la pasión.

Por el deseo que ella le inspiraba.

Se lamió los labios con expectación y le deslizó la mano por el muslo en dirección a la cadera. Esa mujer tenía el mejor culo que había acariciado en la vida. Le subió el vestido hasta la cintura mientras ella cruzaba los tobillos por detrás de su espalda.

La cabeza comenzó a darle vueltas cuando sintió que lo rodeaba de ese modo. El calor que desprendía la parte interna de sus muslos le quemaba la cintura y podía notar la humedad de su entrepierna contra el abdomen.

Volvió a asaltar sus labios y la llevó hasta a la cama para dejarla sobre el colchón. Sin dejar de abrazarla, se tumbó sobre ella y siguió besándola de forma ardiente y profunda mientras frotaba su hinchado miembro contra esa parte de ella en la que deseaba enterrarse cuanto antes. Saboreó la calidez de su boca y escuchó sus gemidos de placer.

Cuando cerró los ojos, inhaló su aroma único y personal, dejando que lo inundara.

Sunshine estuvo a punto de echarse a llorar por lo mucho que le gustaba tenerlo encima. Los pantalones de cuero la acariciaban de forma íntima mientras sus labios la atormentaban. Las trenzas le hacían cosquillas en el cuello cada vez que se movía. Y las caricias de esas manos, que exploraban cada centímetro de su cuerpo, resultaban deliciosas.

Estuvo a punto de gimotear cuando él se alejó.

Talon le quitó el vestido y lo arrojó al suelo.

Se sintió desnuda en más de un sentido. Tenía la sensación de que ese hombre acababa de desnudar también su alma. De que Talon era capaz de leer en su interior y descubrir cosas sobre ella que nadie más sabía.

Como si estuvieran unidos a un nivel que trascendía la mera atracción física.

Al menos eso le pareció hasta que él volvió a tenderse sobre ella. Porque en ese instante todos sus pensamientos se dispersaron de nuevo y se dedicó a disfrutar del momento. A decir verdad, el modo en que percibía a ese hombre le resultaba de lo más extraño.

Sunshine siseó de placer al percibir su maravilloso sabor. El sabor de esa piel fresca y bronceada, cuyo roce resultaba un poco áspero por la barba. Siempre había sentido debilidad por el mentón masculino. Aunque ningún hombre había resultado tan perfecto como Talon.

Le rodeó la cintura con las manos y de ahí las bajó hasta la cremallera de sus pantalones. Había un bulto enorme… Se echó hacia atrás y observó la expresión del hombre mientras le bajaba la cremallera para tocarlo por primera vez. Él cerró los ojos y dejó escapar un gruñido al tiempo que comenzaba a mecerse con suavidad contra sus manos. Dios, era maravilloso sentirlo así. Estaba duro como una piedra, preparado para darle lo que quería.

Enterró los dedos en los cortos rizos de su entrepierna y deslizó la mano hacia abajo hasta que pudo ahuecar los dedos en torno al cálido miembro.

Talon gimió de placer. Era increíble sentir las manos de Sunshine a su alrededor. Había echado más polvos de los que podía recordar y pese a todo, esa experiencia le resultaba completamente nueva. Refrescante.

Ella le bajó más los pantalones con las manos, hasta que pudo empujarlos con los pies para quitárselos del todo. No fue hasta que la vio fruncir el ceño que Talon recordó que no se había quitado las botas.

—¡Huy! —exclamó ella con una sonrisa.

Talon chasqueó la lengua, la besó con ímpetu y se dio la vuelta para poder quitarse las botas. Sunshine se puso de rodillas y se apoyó sobre su espalda, haciendo que él se estremeciera al sentir sus pechos contra la columna.

—Me encanta este tatuaje —dijo ella antes de empezar a seguir los trazos con la lengua.

—Me encanta que hagas eso —afirmó Talon, que arrojó las botas y los pantalones a un rincón. Tuvo que aferrarse con fuerza al borde del colchón cuando ella comenzó a explorar su espalda con la lengua.

—¿Tiene algún significado especial?

Talon cerró los ojos en cuanto ella volvió a seguir los trazos del diseño con la lengua.

—Son los símbolos celtas de la protección, el poder y la longevidad. —Tensó la mandíbula ante semejante ironía. Su tío no tenía ni idea del destino que le aguardaba cuando le tatuó los símbolos. Ni de lo larga que iba a ser su vida.

Sunshine le dio otro concienzudo y excitante lametón antes de apartarse.

—No puedo creer que tu tío te hiciera esto. A mi padre le dio un ataque cuando vio el mío.

Talon la miró por encima del hombro.

—¿Tienes un tatuaje?

Ella le pasó la pierna izquierda en torno a la cintura y le mostró la parte interna del tobillo. Era un sol celta, muy pequeño y estilizado, con la runa que simbolizaba la creatividad.

Talon pasó la mano sobre el tatuaje con una sonrisa.

—Muy bonito.

—Sí, pero me dolió durante días. No quiero ni imaginarme lo que tuviste que pasar tú.

Jamás podría hacerse una idea. Sobre todo porque el suyo se lo habían hecho mucho antes de que se inventaran las agujas esterilizadas y la maquinaria necesaria. Su tío había realizado el tatuaje de forma meticulosa a lo largo de tres meses. Algunas partes se habían infectado, y de no haber sido por la habilidad de Ninia con las hierbas, no habría conseguido sobrevivir.

—No fue tan malo.

—¡Oooh! —exclamó ella con tono juguetón, arrugando la nariz—. ¡Qué machote!

—¿Prefieres que te diga que me dolió?

—No hay de nada malo en admitir que sientes el dolor.

—Nena —replicó él con voz tierna—. Yo no siento dolor. Nunca.

Sunshine lo miró con incredulidad.

—¿De verdad? ¿Ni un poquito?

Talon negó con la cabeza mientras intentaba reprimir sus emociones. No se atrevía a sentir el dolor de todo lo que había perdido. Lo destrozaría, pese a todos los siglos que habían pasado.

—Es una pérdida de tiempo y de energía. Además te deja la mente y el cuerpo exhaustos.

—Pero sin dolor no hay alegrías. Es el equilibrio lo que nos hace valorar los extremos.

Eso sí que era un concepto profundo. Muy profundo, teniendo en cuenta que estaban sentados en su cama con el culo al aire.

—¿Tienes la costumbre de filosofar cuando estás desnuda con un hombre?

Sunshine le dio un mordisco juguetón en el hombro.

—Es muy difícil encontrar a un hombre que esté dispuesto a hacerlo.

Talon bajó la mirada hasta sus pechos.

—Supongo que sería mucho más fácil si no estuvieras tan buena cuando no llevas ropa encima.

Sunshine soltó un gemido cuando él inclinó la cabeza para capturar uno de sus pezones con la boca. Se echó hacia atrás sobre el colchón y lo arrastró con ella.

Él suspiró al sentir el tacto rugoso de la areola bajo la lengua. Comenzó a bajar la mano por la curva de la cadera, por la piel suave del muslo y por encima del humedecido triángulo de rizos hasta acariciar la parte de esa mujer que más ansiaba.

Ella jadeó y se estremeció cuando le separó con delicadeza los pliegues de su sexo para acariciarla en profundidad.

¡Mmm, sí! Eso era lo que quería de ella. Quería verla agitar la cabeza sobre la almohada y escucharla gritar mientras se corría.

Sunshine le aferró la cabeza con las manos para acercarlo más a su pecho al tiempo que separaba las piernas y le facilitaba el acceso. Las caricias de la mano de Talon despertaban en ella un palpitante deseo. Y cuando hundió los dedos en su interior, no pudo contener un grito.

Su cuerpo ardía de pasión por ese hombre de una forma inexplicable. De una forma arrolladora y salvaje que la hacía temblar de deseo. Nunca había deseado a un hombre tanto como deseaba a Talon. Quería sentirlo más cerca. Más y más cerca, hasta que se fundieran en un solo ser.

Incapaz de esperar un minuto más, introdujo la mano entre sus cuerpos para instarlo a que se hundiera hasta el fondo en ella. En cuanto Talon lo hizo, ambos gimieron al unísono. Sunshine alzó las caderas y arqueó la espalda para que la penetrara aún más.

Estaba tan duro y excitado que la llenaba por completo. Era la mejor sensación que había experimentado en toda su vida.

Talon se incorporó hasta quedar sentado sobre los talones, entre sus piernas, y la cogió por las caderas para poder deslizarse mejor en su interior con embestidas lentas y profundas. El ritmo de sus movimientos resultaba tan arrollador que Sunshine comenzó a retorcerse a causa del placer que le provocaban esas íntimas caricias.

Lo miró sin pestañear mientras él la observaba con expresión tierna.

—Eres preciosa —susurró al tiempo que rotaba las caderas una vez más y se introducía de nuevo en ella más hondo y con más fuerza que antes.

—Tú también —le dijo Sunshine, aferrándose a sus rodillas.

Los ojos de Talon se oscurecieron mientras la contemplaba y se entregaba a la unión que estaban compartiendo. Nunca había estado con un hombre que le hiciera el amor de ese modo. Tenía la sensación de que Talon estaba entregado al acto. Como si lo único que existiera en esos momentos fuera ella.

Se movía de modo magistral, entrando y saliendo de su cuerpo con embestidas profundas y poderosas. La excitaba con las manos, acariciándola con los dedos al compás de sus caderas. Y el placer de esas caricias llegaba hasta el rincón más recóndito del cuerpo de Sunshine.

Cuando se corrió, el placer fue tan intenso que incluso gritó.

Talon gimió al escucharla mientras su cuerpo se estremecía en torno a él. Entre gemidos de placer, Sunshine extendió un brazo y lo obligó a tumbarse sobre ella. Y en ese momento hizo una cosa de lo más extraña: comenzó a dejar un reguero de besos sobre su cara y sus hombros.

Talon se quedó helado.

Sunshine lo abrazaba con fuerza y todo su cuerpo lo rodeaba. La ternura de sus caricias fue como una puñalada que traspasara la coraza que rodeaba sus emociones.

Tuvo la sensación de que sentía algo sincero por él. De que significaba algo para ella. De que estaba haciéndole el amor de verdad.

Solo una mujer lo había abrazado de ese modo…

Apenas podía respirar. Después de mil quinientos años sintió que no se limitaba a saciar una necesidad básica, sino que le estaba haciendo el amor de verdad a una mujer.

No, eso no era sexo sin emociones.

Sentía a esa mujer. Sentía la conexión que había entre ellos. Sentía que había algo más entre ellos y que no eran simples desconocidos, carentes de vínculos que los unieran.

Los besos de Sunshine, que seguía alzando las caderas hacia él, le abrasaban el cuello. La abrazó con más fuerza y cerró los ojos. El placer del momento hizo que sus sentidos y sus emociones giraran sin control.

Y cuando se corrió entre sus brazos se estremeció hasta lo más profundo de su destrozado y cansado corazón.

Permaneció inmóvil sobre ella, sintiéndose vulnerable y aterrorizado.

No. No podía haber experimentado algo así. No podía haber conectado tan a fondo con esa mujer.

Era imposible.

Estaba equivocado. Solo había sido un polvo. Un polvo espectacular, pero nada más. Sexo. Puro y duro.

Sin complicaciones. Y estaba dispuesto a convencerse de ello de un modo u otro…

Completamente satisfecha y con la respiración entrecortada, Sunshine permaneció tendida en la cama mientras se recuperaba poco a poco. Acababa de experimentar el orgasmo más increíble de su vida. No podía creer lo que acababa de sentir con ese hombre, el modo en que la había afectado.

Rodeó la cabeza de Talon con los brazos para acercarlo aún más al lugar donde latía su corazón y sintió el ritmo irregular de su aliento sobre el pecho. Lo acunó con todo su cuerpo y absorbió la calidez de ese peso tan masculino.

Acostumbrada a que los hombres se durmieran después de alcanzar el orgasmo, se sorprendió mucho cuando él rodó hasta quedar de espaldas sobre la cama y la arrastró con él para apoyarla sobre su torso.

—No pensarás que he acabado contigo, ¿verdad? —le preguntó al oído.

—Bueno… sí.

Talon soltó una carcajada.

—Lady Sunshine, no he hecho más que empezar.

Y para su deleite y estupefacción, Talon procedió a demostrarle a lo largo de las siguientes horas que no había hablado en broma.

Lo hicieron en la cama, en el suelo, en el sofá… y fueron tantas las posturas que Sunshine creyó que estaba recreando el Kama Sutra de principio a fin.

A la postre acabaron en la cocina, donde Talon la colocó sobre la encimera y le hizo el amor despacio y con mucha ternura.

¡Santo cielo! Ese hombre era increíble. Tenía más aguante que todo un equipo de atletas y carecía de la más mínima inhibición a la hora de hacer el amor. Era la primera vez que se encontraba con un hombre que supiera cómo tratar su cuerpo y tuviese tan claras sus propias expectativas.

Un hombre como ese era muy difícil de encontrar.

Cuando acabaron con la encimera, algo que Sunshine no sería capaz de volver a mirar sin ruborizarse, Talon abrió el frigorífico en busca de comida, totalmente desnudo y con las dos trencitas sujetas tras la oreja.

Seguía con la respiración agitada tras su último encuentro y Sunshine se preguntó si ella misma no tendría las piernas arqueadas después del maratón de la tarde…

De cualquier forma, Talon seguía teniendo un aspecto devastador mientras movía recipientes en el frigorífico en busca de sustento. Esa espalda desnuda era un festín para los ojos y cuando se inclinó para mirar en la parte inferior, Sunshine fue incapaz de resistirse a la tentación de subir la mano por la cara interna de ese musculoso muslo en dirección a la entrepierna, con la intención de atrapar su miembro y comenzar a acariciarlo.

Talon inspiró entre dientes y se enderezó.

Sunshine esbozó una sonrisa traviesa con la que se ganó un beso rápido antes de que él retomara la búsqueda de alimento.

—Milady, ¿no tiene usted nada que esté hecho con carne?

Ella le pasó la mano por la espalda, siguiendo las marcas rojizas que le habían dejado sus uñas durante el último orgasmo.

—Tengo hamburguesas de soja y cuando salí compré barritas de muesli, germen de trigo y harina de avena. —Al oír el gimoteo de Talon añadió—: Lo siento. Soy estrictamente vegetariana.

Él suspiró.

—Y yo soy estrictamente carnívoro.

Ella se humedeció los labios y sonrió al recordar la cantidad de pellizcos y mordiscos juguetones que había sufrido.

—Ya lo he notado.

Talon se dio la vuelta y tiró de ella para acercarla a su cuerpo desnudo. La besó en los labios como si aún fuese capaz de disfrutar de su sabor aun después de todo lo que habían hecho durante la tarde. Acto seguido, la soltó.

—Por mucho que te desee otra vez, tengo que llevarme algo a la boca que me alimente, aparte de ese magnífico y voluptuoso cuerpo tuyo —le dijo antes de coger el queso de soja de la bandeja superior de la nevera y el paquete de panecillos de trigo que había sobre la encimera.

Sunshine iba a hacerle una advertencia sobre el queso, pero se lo pensó mejor. Era cierto que necesitaba algo que llevarse a la boca que no fuera ella, aunque para ser sincera le gustaba mucho que la mordisqueara.

Ese hombre era insaciable y, más que ninguna otra cosa, el número uno en la especialidad…

Observó con curiosidad cómo Talon cogía el bote de caramelos Pez con forma de Snoopy que estaba en la encimera antes de regresar al salón.

Sunshine cogió dos vasos de agua y lo siguió hacia la mesa de café de estilo art déco. Él se sentó en el suelo, cortó varias lonchas de queso y las colocó sobre los panecillos. Le ofreció uno a ella.

—Cuéntame, ¿qué estarías haciendo hoy si yo no estuviera aquí?

Ella soltó una carcajada.

—Para empezar, estoy segura de que no me costaría tanto trabajo sentarme…

Con expresión risueña, Talon inclinó la cabeza y comenzó a besarla en el cuello.

—¿Quieres que te dé un masaje en algún sitio para ver si te sientes mejor?

Sunshine siseó al escuchar esa voz profunda y sensual.

—Por culpa de tus masajes me encuentro en este estado.

Él le deslizó la lengua por el hombro antes de alejarse para comerse el panecillo.

Se atragantó.

Sunshine le ofreció el vaso de agua.

Talon lo apuró en un santiamén y la miró con el ceño fruncido.

—¿Cuántos días lleva esto en el frigorífico? —preguntó mientras miraba la fecha de caducidad, cosa que hizo que frunciera más el ceño—. ¿¡Soja!? —volvió a preguntar al fijarse en la etiqueta—. ¿Me has dejado comer queso de soja?

—Es bueno para tu salud.

—Es asqueroso.

—Vaya… —exclamó Sunshine como si estuviera hablándole a un niño—. Pobrecito mío. Cuánto lo siento.

—Mentira.

—No, en serio. Siento mucho no tener algo que un machote como tú pueda soportar.

Talon se sentó y la miró, meneando la cabeza. Debería haberle dicho a Kirian que le trajera una hamburguesa además de la ropa. Pese a todo, había disfrutado mucho del día que había pasado con ella. Aunque eso significara comer cosas que habrían debido ser etiquetadas como desechos tóxicos.

Haciendo una mueca cogió otro panecillo, más preparado en esa ocasión para el desagradable sabor. Tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para comerse seis panecillos con queso, si bien no consiguieron saciar su apetito en lo más mínimo.

Gracias a los dioses que tenía sus Pez. Cogió a Snoopy y se metió tres caramelos en la boca para librarse del sabor.

—¿Cómo puedes comer eso? —le preguntó ella—. Es solo azúcar con sabor a fruta.

—Sí, pero es azúcar de verdad.

Sunshine arrugó la nariz.

Talon esbozó una sonrisa traviesa.

—¿Sabes cuál es el mejor modo de comer caramelos Pez?

Ella negó con la cabeza.

Talon echó la cabeza de Snoopy hacia atrás, cogió un caramelo con los dedos y lo colocó entre los labios de Sunshine.

—Sujétalo entre los dientes.

Ella vaciló antes de obedecer.

Talon la contempló durante un segundo, allí sentada en el suelo, desnuda y con el caramelo en la boca. Se inclinó hacia delante y usó la lengua para hacerse con el caramelo.

Sunshine gimió ante la mezcla del sabor del hombre y el azúcar. Abrió la boca y le dio un beso largo y abrasador.

—Eso ha estado genial.

—¿Ha merecido la pena contaminar tu organismo?

—Mmm —musitó ella mientras le recorría el mentón con un dedo.

En cuanto acabaron con todos los caramelos, Sunshine cogió a Snoopy y le echó un vistazo.

—No te pega para nada, tipo duro. Me resulta muy difícil creer que un tío que no necesita ayuda para cargarse a seis asaltantes vaya por ahí con Snoopy en el bolsillo.

Él le apartó el cabello del hombro y dejó que sus dedos se demoraran en los mechones.

—En realidad colecciono los dispensadores. Este es del año 1969.

—¿En serio?

Talon asintió con la cabeza y ella miró de nuevo a Snoopy.

—¿Cuesta mucho dinero?

—Unos doscientos pavos.

—¿De verdad?

—De verdad.

—¡Caray! Y pensar que estuve a punto de meterlo en la lavadora…

Talon soltó una carcajada.

—Me alegro de que no lo hicieras. Snoopy y yo llevamos juntos mucho tiempo —dijo mientras se lo quitaba de las manos para dejarlo sobre la mesa.

Cuando se dio la vuelta para mirarla, Sunshine reconoció ese brillo en sus ojos que ya empezaba a resultarle tan familiar…

—¿Estás muy dolorida? —le preguntó.

Teniendo en cuenta todas las circunstancias debería estarlo, pero las caricias de ese hombre eran tan tiernas que apenas notaba dolor alguno.

—No. ¿Y tú?

—Me siento mejor que nunca.

Se tendió en el suelo y tiró de ella hasta colocársela encima. Sunshine se situó a horcajadas sobre su cintura y gimió ante el maravilloso roce de esos duros abdominales.

No sin cierto asombro, descubrió que los abdominales no eran lo único que estaba duro… otra vez.

—No te cansas nunca, ¿verdad?

Él le tomó el rostro entre las manos y la miró con una expresión taciturna.

—Eres tú, amor. Está claro que la culpa la tienes tú. Con cualquier otra estaría hecho un ovillo y llevaría horas durmiendo.

—¿Lo dices en serio?

Talon le cogió la mano y se la colocó sobre su miembro hinchado.

—¿Tú qué crees?

—Que tendría que haber tomado más vitaminas esta mañana.

—Pues yo creo que todavía nos quedan unas cuantas posturas por probar.

Talon se despertó en la cama de Sunshine justo cuando oscurecía. Sonrió satisfecho y medio adormilado al reconocer el aroma a trementina y pachulí en su propia piel. Sunshine.

Todavía estaba acurrucada entre sus brazos, dormida como un tronco. Comprobó para su asombro que su cuerpo volvía a endurecerse de nuevo.

Después de la tarde que había pasado, tendría que haberse sentido saciado por lo menos durante un par de días, si no durante toda una semana.

Bien pensado, debería ser incapaz de moverse.

Y sin embargo, quería poseerla de nuevo. En ese mismo instante. Quería sentir cómo sus piernas y sus brazos lo rodeaban con fuerza mientras saboreaba el roce de esa piel deslizándose contra él.

Solo Ninia había logrado que sintiera algo semejante. Con ella había sido del todo insaciable. Le bastaba mirarla para estallar en llamas.

Nunca creyó posible encontrar a otra mujer que le resultara tan atractiva. Y pese a todo, lo único que quería hacer era pasar el resto de la noche dentro de Sunshine. Sentir su aliento en el cuello mientras se hundía en su cálida humedad una y otra vez.

Sin embargo, no podía hacerlo. Había quedado con Aquerón en Jackson Square.

Por no mencionar que había daimons en la calle preparados para matar y gente inocente a la que proteger.

—¿Talon?

Compuso una mueca al escuchar su voz somnolienta. Le hubiera gustado irse mientras ella dormía.

Odiaba las despedidas amargas.

—Buenas noches, amor —murmuró, dándole un beso en la frente.

Ella lo miró con una sonrisa que lo dejó deslumbrado.

—¿Ya te vas?

—Sí, me están esperando.

—Vale —replicó ella. Salió de la cama y se envolvió con una sábana—. Ha sido todo un placer conocerte, Talon. Gracias por compartir conmigo un día tan maravilloso.

Y lo dejó solo.

Talon frunció el ceño. Por regla general ese era el momento en que sus amantes le suplicaban que se quedara, por lo menos un poco más. El momento en que le decían que era el mejor amante que habían conocido nunca y lloraban ante la mera idea de no volver a verlo.

No obstante, Sunshine parecía habérselo tomado muy bien.

Ni siquiera parecía triste…

¿Qué estaba pasando?

Abandonó la cama a toda prisa y al salir de la habitación la encontró en la cocina con una galleta de arroz entre los dientes mientras se servía una taza de zumo de color rosa.

—Sunshine, ¿te encuentras bien?

Ella lo miró y se quitó la galleta de la boca.

—Estupendamente —contestó antes de quedarse muy pálida—. ¡Ay, Señor! No me digas que vas a ponerte en plan celoso o raro. Por favor, dime que no eres uno de esos tíos que, según Trina, cuando le echan un par de polvos a una chica ya piensan que es suya.

¿Un par de polvos?

¿¡Un par de polvos!?

Talon se quedó sin habla. Estaba acostumbrado a abandonar a sus amantes, pero esa era sin ninguna duda la escena más serena con la que se había encontrado jamás y le resultaba de lo más desconcertante.

Inquietante.

Humillante.

Sobre todo teniendo en cuenta la forma en que los dos se habían comportado. Había sido el mejor maratón de sexo de su vida. Resultaba increíble que ella lo hubiera igualado en pasión y en resistencia.

¿Y se quedaba tan tranquila viéndolo marcharse sin más?

—¿Seguro que estás bien? —volvió a preguntarle.

—Mira, no pasa nada, ¿vale? Ya sabía desde el principio que no ibas a dedicarme mucho tiempo después. No soy ninguna estúpida, ¿sabes? Soy una mujer adulta. Tú eres un tío adulto y estoy segura de que tienes una vida a la que regresar. —Lo miró con un repentino ataque de pánico—. ¡Dios mío! No me digas que estás casado…

—No, no estoy casado.

Ella dejó escapar un suspiro de alivio.

—En ese caso no hay nada de lo que arrepentirse. —Cruzó la escasa distancia que la separaba del frigorífico y guardó la jarra de zumo.

—¿Sunshine?

Ella se detuvo y lo miró con expresión irritada.

—¿Qué quieres, Talon? No te irá a dar un ataque de ansiedad por la separación, ¿verdad? Ha sido un día muy divertido y ha merecido la pena, pero tengo que regresar al trabajo. Tengo un montón de cosas que hacer esta noche.

—Sí, pero… —Dejó la frase en el aire. Se negó a acabarla.

—¿Pero…?

Talon cerró la boca con fuerza. Muy bien, si quería que se marchara, eso haría. De todos modos no debería haber pasado el día con ella. Con el Mardi Gras a la vuelta de la esquina no podía permitirse ninguna distracción. Y mucho menos una que se presentara en forma de una fascinante mujer morena.

—Nada —contestó él.

Ella pareció aliviada.

—Como te están esperando, dúchate tú primero y yo me encargaré de la cena.

Talon así lo hizo, pero después de ducharse rechazó la ensalada de tofu y los filetes de soja.

—Gracias de nuevo, Sunshine —le dijo mientras se ponía la chupa de cuero sobre la camiseta—. Ha sido un día fantástico.

—Lo mismo digo —replicó ella con una sonrisa, mientras mordisqueaba el tofu y hojeaba una revista de arte.

A Talon le resultaba imposible creer lo bien que se lo había tomado. ¡Joder!

En parte aún seguía esperando que le rogara que la telefoneara.

Que le pidiera su dirección de correo electrónico.

Algo.

Sin embargo, no lo hizo.

¡Mierda! Cómo odiaba el sigo XXI…

Sunshine alzó la vista cuando él comenzó a alejarse en dirección a la puerta.

—Cuídate, Talon. Y por favor, en el futuro intenta mantenerte alejado de las carrozas a la fuga, ¿vale?

Talon la miró y enarcó las cejas, atónito.

—¿Cómo dices?

—¿No recuerdas que anoche te atropellaron?

Él asintió con indecisión, incapaz de creerse que el vehículo que lo había golpeado hubiera sido una carroza.

—¿Me atropelló una carroza del Mardi Gras?

—Sí. Dedicada a Baco.

Eso sí que añadía sal a la herida. ¡Por los dioses! Ojalá Nick no lo descubriera. Jamás.

Nicholas Ambrosius Gautier había llegado al mundo sin muchas expectativas. Hijo bastardo de un ladrón reincidente y de una stripper adolescente que trabajaba en Bourbon Street, no tenía por costumbre acatar las leyes al pie de la letra. De hecho, el orientador del instituto lo había elegido durante el último curso «Candidato más probable para la pena de muerte».

Sin embargo, la noche en que Nick se enfrentó a la banda juvenil de la que formaba parte, el destino cambió su vida y le envió un ángel de la guarda en forma de Cazador Oscuro que se hizo cargo del adolescente desvergonzado, lo educó y le dio la posibilidad de tener un futuro.

Nueve años después, Nick era un estudiante de Derecho y en lugar de jugar a la ruleta rusa como su padre, era un ciudadano casi respetable. Y el «casi» era la palabra clave.

Todo gracias a Kirian de Tracia y a Aquerón Partenopaeo.

Habría hecho cualquier cosa por ellos y esa era la razón de que estuviera sentado en su coche, aparcado en un descampado de las afueras justo al anochecer, en lugar de estar de juerga con su última novia, haciendo que la chica sonriera de oreja a oreja.

El frío era insoportable aun con el coche en marcha. Ese frío húmedo que calaba hasta los huesos y los dejaba congelados. El termo de café estaba vacío y lo único que quería era volver a casa y descongelarse.

En cambio estaba esperando al Cazador que ayudaría a Talon a reforzar la vigilancia durante el Mardi Gras. Y todo porque Zarek, que había pasado los últimos novecientos años en Alaska, no sabía conducir un coche. Al parecer un coche no era el vehículo más adecuado para los Cazadores que se desplazaban sobre la nieve.

Menuda putadita. Era algo sin lo que habría podido vivir perfectamente.

—Nick, ¿estás ahí?

—Sí —contestó, cogiendo el radiotransmisor que había dejado en el otro asiento del Jaguar y que lo mantenía en contacto con el helicóptero en el que llegaría Zarek—. ¿Tiempo estimado de llegada?

—Unos dos minutos —respondió Mike.

Nick comenzó a escudriñar el cielo oscuro en busca del helicóptero, un Sikorsky Sea Dragon H-53E de color negro. Era un modelo militar de gran alcance que se hacía por encargo y que los escuderos empleaban para trasladar a los Cazadores Oscuros. Un helicóptero rápido y versátil que además podía repostar en pleno vuelo.

La parte trasera, destinada a los pasajeros, estaba cubierta por un revestimiento de acero que mantenía a los Cazadores a salvo de la luz del sol. Las ventanas podían abrirse gracias a un dispositivo que permitía a los pasajeros ver el exterior tras la puesta del sol si así lo deseaban.

Unos cuantos Cazadores, entre ellos Aquerón, poseían sus propios helicópteros y los utilizaban cuando la ocasión lo requería.

Esa noche, Mike Callahan, un escudero dorio —término que definía a los escuderos que no servían a un Cazador en concreto—, traía a Zarek desde Alaska.

Nick se había enterado de la multitud de rumores que corrían por los foros de noticias que utilizaban los escuderos en la red para mantenerse al día, según los cuales Zarek de Moesia era un psicópata. No sabía muy bien si dichos rumores eran ciertos, pero estaba a punto de descubrirlo de primera mano en unos cuantos minutos.

—Oye, Mike —le dijo al piloto a través de la radio—, ¿es tan malo como lo pintan?

El hombre resopló.

—¿Cómo te lo diría…? Si tienes una pistola, descárgala.

—¿Por qué?

—Porque si no acabarás pegándole un tiro a este capullo y conseguirás que se mosquee todavía más. Por una vez y sin que sirva de precedente, me dan verdadera pena los daimons.

Eso no parecía muy alentador.

—¿Qué? ¿Es que es peor que Aquerón?

—Créeme, Nick: no has visto nada como este tío en tu vida. Ahora comprendo por qué Artemisa y Ash lo aislaron en Alaska. Lo que no acabo de entender es por qué quieren trasladarlo a un lugar lleno de gente. Si quieres saber mi opinión, es como lanzar una granada a una gasolinera.

Genial. Se le acababa de hacer un nudo en el estómago.

Esperó hasta que el helicóptero tomó tierra en la pista privada que Aquerón utilizaba cuando visitaba la ciudad. En el otro extremo del lugar había un edificio que tenía toda la apariencia de un granero desvencijado, aunque en realidad se trataba de un moderno hangar equipado con un sofisticado sistema de alarma y con unas paredes tan gruesas que podía ser utilizado como refugio en caso de bombardeo aéreo. En esos momentos albergaba el Sikorsky de veintiocho millones de dólares propiedad de Aquerón y su moto Buell, fabricada por encargo para él.

Ash había llegado con todo su glamour el día anterior.

Y en ese instante le tocaba a Zarek.

Sí… el Mardi Gras estaba adquiriendo un tinte aterrador.

Nick bajó del coche y guardó el radiotransmisor en el maletero antes de acercarse al extremo de la pista y esperar a que Mike parara el motor y las hélices dejasen de girar.

Cuando el vehículo se detuvo por fin, el piloto, un hombre de mediana edad y constitución delgada, salió del helicóptero y se quitó el casco. Mike nunca había sido un tipo que se mostrara en extremo amistoso, pero esa noche parecía estar bastante disgustado y de lo más irritable.

—No te envidio —le dijo a Nick mientras arrojaba el casco a su asiento.

—Venga ya, no me fastidies, Mike. No puede ser tan malo.

Nick cambió de opinión en cuanto Mike abrió la puerta trasera y vio por primera vez a Zarek de Moesia.

El Cazador apareció en la puerta con el mismo aspecto que Lucifer tendría al asomar de la más profunda de sus fosas. Estaba tan cargado de resentimiento que a Nick le sorprendió que el helicóptero hubiera podido despegar.

Iba vestido de negro de los pies a la cabeza: vaqueros, botas de motero y camiseta de manga larga. El tipo parecía del todo ajeno al aire helado y húmedo de la típica noche invernal de Nueva Orleans. De la oreja izquierda le colgaba un pendiente plateado en forma de espada cuya empuñadura consistía en una calavera atravesada por dos tibias.

Zarek bajó del helicóptero con una mueca de desprecio en el rostro que resultaba aún más siniestra a causa de la perilla negra que lucía. El pelo, también oscuro y completamente liso, le llegaba hasta los hombros; y esos ojos negros lo contemplaban todo sin disimular el odio y el desdén que sentía. Nick estaba más que acostumbrado a las actitudes negativas. Qué coño, él mismo las había mamado desde la cuna. Pero jamás había visto algo parecido a lo de Zarek.

Le recordaba a los asesinos que su padre solía lleva a casa: fríos, insensibles, letales. Cuando ese tipo te miraba daba la sensación de que estaba tomando las medidas para tu ataúd.

El Cazador apoyó el brazo izquierdo sobre el helicóptero y se inclinó hacia el interior para coger un voluminoso petate negro. Nick observó con perplejidad la enorme mano. Cada uno de los dedos, incluido el pulgar, estaba cubierto con una garra plateada y articulada que acababa en una punta extremadamente afilada. Comprendió que debía de ser el arma elegida por Zarek.

Estaba claro que no tenía escrúpulos a la hora de matar…

¡Mierda! Llamar a Zarek psicópata era un cumplido.

Según se alejaba del helicóptero, el Cazador siseó a Mike y le enseñó los colmillos.

Por una vez el piloto permaneció en silencio. Y fue eso más que ninguna otra cosa lo que le indicó a Nick lo brutal que podía llegar a ser el recién llegado. A juzgar por lo que conocía de Mike, este habría contestado con cualquier ocurrencia a semejante provocación.

—Bueno, si ya has acabado de burlarte del pobre Mike, podemos marcharnos.

Se arrepintió del comentario en cuanto Zarek posó los ojos en él. La mirada hostil y gélida que le dirigió logró congelarlo con más efectividad que el viento glacial que soplaba.

—Dame la menor excusa, niñato, y no quedará lo suficiente de ti para pasarlo por un colador.

Nick no era una persona que se asustara con facilidad, pero esas palabras fueron pronunciadas con tal sinceridad que retrocedió un paso por puro instinto y, por primera vez en su vida, mantuvo la boca cerrada.

Sin más palabras, Zarek se acercó al coche con la elegancia y la efectividad de un depredador y una mueca permanente en los labios. Arrojó el petate bajo el asiento, entró y cerró la puerta con fuerza.

En ese momento Nick se arrepintió de no haber comprado un coche con asientos traseros. Claro que teniendo en cuenta la naturaleza cruel e impredecible de Zarek, casi era preferible tenerlo al lado que detrás.

Mike exhaló un suspiro de alivio y le dio unas palmaditas en la espalda.

—Ojalá Dios te tenga aprecio, chaval. Joder, te aseguro que no me gustaría nada estar en tu pellejo esta noche.

Nick nunca había sido en exceso religioso pero, según se acercaba a su Jaguar de color antracita, se reencontró con la fe.

Se metió en el coche, lo arrancó y se encaminó a la ciudad. Se suponía que habían quedado con Talon, Valerio y Aquerón media hora después en Jackson Square. ¡Joder! Ese iba a ser el viaje más largo de su vida.

Pisó el acelerador aún más; la velocidad warp le vendría que ni pintada en esa ocasión.

Mientras conducía fue incapaz de evitar que sus ojos se desviaran una y otra vez hacia la mano izquierda de Zarek, la que estaba cubierta con las garras plateadas y que el Cazador mantenía sobre su rodilla.

El silencio era pesado y ensordecedor, y solo se veía roto por el ruido de las garras articuladas al rozar los vaqueros cada vez que el tipo abría y cerraba la mano. No pasó mucho tiempo antes de que el sonido metálico le pusiera a Nick los nervios de punta, así que encendió la radio.

—¿Te gusta el rock? —le preguntó.

La radio se apagó al instante.

El escudero tragó saliva al darse cuenta de que uno de los poderes de Zarek como Cazador Oscuro era la telequinesia.

—Mira, niñato, no soy tu amigo. No soy tu Cazador Oscuro, y no soy una puta cita. Solo hablarás cuando te pregunte algo. Mientras tanto, cierra la boca y aparta esos ojos de mí si quieres vivir lo suficiente para llevarme hasta el Barrio Francés.

Nick agarró con más fuerza el volante. Vale, el comentario lo había mosqueado, pero no hasta el punto de convertirlo en un suicida. Solo un absoluto imbécil se enzarzaría con un tío tan mortífero como ese.

Zarek abrió el petate para sacar un reproductor de MP3 del tamaño de una tarjeta de crédito y unas gafas de sol de cristales muy oscuros. En cuanto se puso los auriculares y las gafas, se reclinó en el asiento. Hasta Nick llegaron los acordes del tema de Nazareth «Hair of the Dog». El himno de todos los sociópatas. Resultaba de lo más apropiado.

Cuando la radio del coche comenzó a sonar de buenas a primeras, dio un respingo. ¡Joder! Zarek era un chalado hijo de puta y cuanto antes saliera de su coche para quedarse con Aquerón, más feliz sería él.

Talon seguía pensando en Sunshine mientras atravesaba Pedestrian Mall en dirección al lugar de encuentro con Aquerón. Miró de soslayo la calle donde se había topado con ella la noche anterior y se le hizo un nudo en el estómago.

¡Cuánto la echaba de menos! Y eso era lo más desquiciante de todo, ya que apenas la conocía. Sunshine había entrado en su vida como un huracán, desatando el caos y la destrucción total, y aun así…

Dejó escapar un suspiro. Había sido muy divertido estar con ella, pero tenía trabajo que hacer.

La diversión había acabado. No volvería a verla jamás.

Y punto.

Desde ese momento, Sunshine no existía.

Sí, claro.

Talon hizo oídos sordos a la voz burlona que acababa de escuchar en su cabeza. No le quedaba más remedio que olvidar a Sunshine. Había hecho un pacto siglos atrás y seguiría cumpliéndolo durante toda la eternidad. Para él no habría hogar, ni familia y muchísimo menos una novia o una esposa. Aunque no hubiera accedido a cumplir el juramento de Artemisa, esas cosas estarían prohibidas para él.

Además, le gustaba la vida que llevaba. Tenía mucha libertad, tiempo para hacer lo que quisiera y suficiente dinero como para comprar todo lo que se le antojara. La vida de un Cazador Oscuro era buena.

Muy buena.

Nada más llegar a la plaza vio a Aquerón Partenopaeo apoyado contra la pared de un edificio, con los brazos cruzados sobre el pecho. El alto guerrero atlante se mantenía alejado de la multitud congregada alrededor de un músico callejero que estaba interpretando una versión de la banda sonora de Scooby-Doo.

Era muy difícil que Aquerón pasara desapercibido con sus dos metros y cinco centímetros de altura, el pelo teñido de un color morado metalizado y llevando unas gafas de sol horas después de que hubiera anochecido.

Talon solía llamarlo T-Rex. El apodo se debía más a la presencia depredadora e intimidante de Aquerón que a su avanzada edad.

Había algo espeluznante en el aura letal que lo rodeaba. Emanaba de él con la fuerza destructora de un tsunami. Incluso el aire se cargaba de una energía mística tan poderosa que, cuando uno se acercaba, la piel de la nuca y de los brazos se erizaba. Y a juzgar por la distancia que lo separaba de la multitud, Talon habría jurado que no era el único en percibir esa sensación.

No obstante, se lo pensó mejor al ver el atuendo de Ash: chupa negra de motero con una malla metálica plateada sobre una de las mangas y pantalones negros de cuero abrochados con tiras de piel en lugar de cremallera. Era muy posible que se tratara de la imagen excéntrica y poco ortodoxa que lo caracterizaba lo que lograba que la gente lo dejase tranquilo.

Fuera lo que fuese, nadie quería interponerse en su camino.

Aquerón giró la cabeza en ese momento.

Aun con los ojos ocultos tras las gafas de sol, Talon supo que la mirada de T-Rex estaba clavada en él. Soltó una breve carcajada cuando vio el nuevo adorno facial de Ash: un pendiente plateado en la nariz.

T-Rex tenía dos manías: buscar nuevos lugares en los que agujerear su cuerpo y cambiarse el color de pelo con más frecuencia que el clima variaba en Luisiana.

En ocasiones también le aparecía en el cuello una curiosa marca con forma de mano que no tardaba en desaparecer. Nadie sabía a ciencia cierta si se trataba de una cicatriz real o de un truco raro que usaba para desconcertarlos. Lo mismo sucedía con su acento; a veces hablaba con una extraña y melódica cadencia —que Talon suponía que era el acento original de la Atlántida— y en otras ocasiones T-Rex hablaba exactamente igual que cualquier norteamericano enganchado a la televisión. El antiguo guerrero parecía disfrutar de lo lindo despistando a todo el mundo. Era incluso más reservado que él mismo, lo cual ya era decir bastante.

Aquerón recogió del suelo su mochila de ante negro adornada con un símbolo anarquista, se la echó sobre el hombro, arrojó unos cuantos billetes a la funda de la guitarra del músico y comenzó a caminar en dirección a Talon.

Varios de los transeúntes congregados en el lugar se tensaron de manera ostensible y retrocedieron cuando pasó junto a ellos con ese andar de pasos largos y armoniosos que recordaban a un depredador muy peligroso. Los que se atrevieron a mirarlo apartaron los ojos de él de inmediato.

Era toda una ironía, ya que Ash era la última persona en el mundo que le haría daño a un ser humano. Era el ser más antiguo que protegía a la humanidad.

Durante siglos había luchado contra los daimons. Solo.

Sin amigos ni escudero.

Talon había escuchado rumores que afirmaban que había sido el propio Ares quien lo entrenara para la lucha. Aunque también se decía que T-Rex era el hijo de un dios y un legendario héroe de la Atlántida.

En realidad, nadie sabía nada de él aparte de que era alto, muy reservado, intimidante y muy, pero que muy raro.

Según se aproximaba, Talon le hizo un gesto con la cabeza en dirección al pelo morado y a las cuatro pequeñas trenzas que le enmarcaban el rostro.

—¿Sabes? Creo que debería dejar de llamarte T-Rex y empezar a llamarte Barney… ya sabes, el dinosaurio morado.

Los labios de Aquerón se curvaron en una imperceptible sonrisa.

—No empecemos, celta. —Miró de arriba abajo a Talon con sorna, deteniéndose en los pantalones de cuero, en la camiseta y en la chupa—. Me alegro de ver que te has vestido para la ocasión.

Talon compuso una mueca al captar la indirecta.

—Kirian se ha ido de la lengua, ¿no es cierto?

—El detalle de la toalla rosa es mi parte favorita.

Kirian se las pagaría. Aunque tuviese que perseguirlo hasta el fin del mundo.

—Te juro que… ¿Lo sabe Nick?

Ash sonrió de oreja a oreja, dejando entrever una parte de sus colmillos.

Mierda, estaba bien jodido.

¡Qué coño! Había merecido la pena. La tarde que había pasado con Sunshine compensaba con creces cualquier burla.

T-Rex miró por encima de su hombro como si hubiera percibido algo; la cazadora se abrió con el movimiento y Talon pudo comprobar que la extraña huella de su cuello había desaparecido de nuevo.

Siguió la mirada de Aquerón y descubrió que Valerio se acercaba. Se había encontrado con el general romano una sola vez, el día que este llegara para asumir las obligaciones de Kirian como Cazador Oscuro.

En esa ocasión, tras observar su chupa y su colgante, Valerio había mascullado con desprecio la palabra «celta» y Talon se había dado cuenta al instante de que hacerse amigo de ese Cazador sería tan factible como encontrar aparcamiento para un tanque en Bourbon Street durante el Mardi Gras.

Y encima estaba condenado a pasar la eternidad en Nueva Orleans con ese capullo. Como diría Nick: «¡Menuda putadita!».

El romano tenía el pelo negro recogido en una impecable coleta. Llevaba pantalones negros de pinzas, mocasines, un jersey de cuello vuelto y un abrigo largo de cachemira. Sin conocerlo, cualquiera podría pensar que Valerio era un próspero abogado en lugar de un ejecutor de daimons.

A Talon le estaba costando un esfuerzo horroroso no soltar una carcajada por lo fuera de lugar que parecía estar el romano a su lado y sobre todo al lado de Aquerón, que parecía recién salido de un póster gótico: desde el pendiente de la nariz, hasta las hebillas plateadas que decoraban los laterales de sus puntiagudas botas.

—Qué puntual —le dijo Ash al romano mientras echaba un vistazo al abollado reloj de bolsillo que acababa de sacar de la cazadora.

El reloj había sufrido un percance cien años atrás durante una congregación masiva de daimons. El reloj había sobrevivido; los daimons no.

El resentimiento chispeó en los ojos negros de Valerio cuando miró a Aquerón.

—Puede que no me guste el hecho de que seas mi comandante, griego; pero como soldado acataré tus órdenes sin tener en cuenta lo desagradable que me resulte tu compañía.

Talon esbozó una sonrisa burlona.

—¡Jolines, T-Rex! ¿No te pone tierno estar cerca de él?

—Dirígete con más respeto a tus superiores, celta —masculló Valerio frunciendo los labios—, o tendré que enseñarte cómo tratábamos los romanos a los bárbaros como tú.

El comentario no suscitó otra emoción aparte de una hastiada diversión, pero Talon nunca había dejado pasar un insulto sin ofrecer una respuesta.

Y a esas alturas era demasiado viejo como para cambiar de hábitos.

—Pues respeta tú esto —le dijo, levantando en el aire al romano.

Ash apenas tuvo tiempo de agarrar a Valerio antes de que se lanzara a por Talon. No porque este necesitase su ayuda, sino porque a juzgar por la furia que se apreciaba en los ojos del romano, estaba claro que él sí la necesitaba.

—Niños, no me obliguéis a separaros de nuevo —dijo Aquerón a Valerio sin ocultar el enfado antes de hacerlo retroceder—. Créeme, Val, no necesito que defiendas mi honor y los comentarios de Talon no me ofenden.

—Mi nombre es Valerio —lo corrigió al tiempo que se colocaba bien el abrigo con un gesto arrogante y señorial—. Y es a mí a quien ofende.

Claro, cómo no. Menuda sorpresa, pensó Talon. Ese tipo parecía ofenderse por cualquier cosa.

Tal y como sucedía cuando dos o más Cazadores Oscuros se encontraban, Talon comenzó a sentir que sus poderes se debilitaban. Era la protección que Artemisa había dispuesto para evitar que sus Cazadores unieran fuerzas y se volvieran contra los dioses o contra los humanos. La única excepción a la norma era Aquerón. Al ser el instructor oficial y el más antiguo de todos ellos, su presencia no mermaba los poderes del resto como les sucedía a los demás.

No podrían permanecer juntos mucho tiempo o de lo contrario sus habilidades quedarían inutilizadas para el resto de la noche.

Talon echó un vistazo por encima del hombro de Valerio y vio que Nick y Zarek cruzaban por delante de la panadería de la esquina.

—Atención, chicos —dijo a Aquerón y a Valerio—, aquí llegan los refuerzos.

El romano se dio la vuelta y soltó un taco de lo más vulgar que no parecía apropiado para su apariencia regia de refinamiento y buena cuna.

—De vuelta a tus brazos —gruñó Zarek al llegar junto a Aquerón.

Había una expresión de evidente repugnancia en el rostro de Valerio.

—Otro puto griego no.

—¿Tienes algún problema, romano? —le preguntó Talon—. ¿Te molestan los griegos?

Valerio resopló por la nariz y miró a Zarek con una mueca de desprecio.

—Créeme, si yo hubiera estado en Troya cuando dejaron el caballo, ese día habría habido griegos a la barbacoa en la playa.

Talon silbó con fingida compasión.

—Joder, T-Rex, es cierto que odia a tus ancestros.

Aquerón lo miró con sorna.

—No es ninguna ofensa, Talon; yo ya estaba por aquí antes de que ellos llegaran.

—Cierto. Perdona el error. —Talon intercambió una mirada con Nick, que estaba mucho más callado que de costumbre. Parecía incluso un poco tenso.

Vaya, vaya, qué interesante. Tendría que conseguir que Zarek no se fuera demasiado lejos si poseía ese poder de represión. No estaba mal saber que Nick podía mantener la boca cerrada.

—¿Algún problema con el vuelo? —preguntó Aquerón a Zarek.

—No me he comido al piloto, si eso es lo que me preguntas. Y el pequeño Nicky no sangra y sigue respirando.

—Bien —contestó Ash con un tono carente de emoción—. Supongo que hemos mejorado un poco desde la última vez.

Talon no tenía claro que Aquerón estuviese bromeando, pero conociendo la reputación de Zarek no dudaba de que fuese cierto. Según los rumores, el griego había descuartizado al último escudero que Ash le había enviado y después se lo había merendado.

Talon echó un vistazo a los cinco componentes del grupo.

Menudo ramillete variopinto formaban. Lo único que tenían en común era la altura. Así juntos debían de tener el aspecto de unos refugiados de la NBA, ya que iban desde el metro noventa y dos de Nick, hasta los dos metros y cinco centímetros de Aquerón.

El escudero iba vestido con vaqueros, una sudadera de color verde oscuro y una cazadora tipo bomber; la típica imagen del universitario adinerado. Él tenía pinta de motero que acabara de salir del Santuario, el bar motero por excelencia de Nueva Orleans. Aquerón parecía cliente habitual del Dungeon, la guarida clandestina donde se reunían los seguidores del movimiento gótico. Valerio ponía la nota ejecutiva y Zarek…

Zarek parecía estar a punto de matar a alguien.

—¿Por qué estamos reunidos aquí? —preguntó el griego.

La mirada de Valerio reflejaba la repugnancia y el odio que sentía.

—¿Alguien te ha hablado, esclavo?

Ash apenas tuvo tiempo de agarrar la mano de Zarek antes de que pudiera rebanarle la garganta al romano con las garras. Era la primera vez que Talon veía al atlante pasar verdaderos apuros para contener a alguien. Eso decía mucho a favor de los poderes de Zarek.

Y de su temperamento.

—¡Basta! —ordenó Aquerón—. Ya sé que hace mucho tiempo que no estás cerca de otro Cazador Oscuro, Z, pero recuerda esto: cualquier cosa que le hagas, tú la sentirás multiplicada por diez.

El semblante del griego se endureció.

—Puedo soportar el dolor, pero a él no.

Valerio seguía con los labios fruncidos.

—No veo la necesidad de traer a un esclavo para que los daimons se entretengan. Por si no lo sabíais, era tan inútil durante su vida como mortal que mi padre tuvo que pagarle a un tratante de esclavos para que se quedara con él y así librarnos de su presencia.

Zarek dejó escapar un gruñido semejante al de una bestia salvaje. Un instante después consiguió zafarse de Aquerón y se lanzó a por el romano. Lo agarró por la cintura y ambos cayeron al suelo. Con fuerza.

Antes de que Talon pudiera separarlos, Zarek le asestó un buen número de sólidos puñetazos a Valerio y, como colofón, le dio una patada en las costillas mientras Talon lo alzaba.

Tal y como Ash había advertido, el rostro de Zarek mostraba todos y cada uno de los golpes que le había infligido al romano. La sangre manaba con abundancia de su nariz y de un corte en los labios, pero él parecía ajeno al dolor; y si lo notaba, el brillo de satisfacción que reflejaban sus ojos proclamaba a las claras que para un antiguo esclavo de los romanos el precio bien merecía la pena.

Valerio no tenía mucho mejor aspecto cuando se puso en pie.

—Deberían azotarte por esto.

Talon agarró a Zarek con más fuerza.

Furioso, Zarek le dio un empujón para zafarse de él.

—Quítame las putas manos de encima, celta. —Y mirando a Valerio continuó—: Intenta azotarme, pedazo de basura inmunda, y te haré tragar ese corazón ennegrecido que tienes.

—¡Ya basta! —rugió Aquerón—. Una sola palabra más de cualquiera de los dos y juro que os abriré en canal.

Valerio se limpió la sangre de los labios.

Zarek se pasó la mano por la cara para quitarse la sangre sin dejar de observar al romano con una furia asesina.

Aquerón era un hombre de paciencia infinita y Talon jamás lo había visto exasperado… hasta ese momento.

Ash miró a los Cazadores echando chispas por los ojos.

—La próxima vez me limitaré a enviaros correos electrónicos. ¿En qué estaría pensando cuando planeé este encuentro?

Nick habló en ese momento.

—Yo lo sé. ¿Tal vez que tres hombres que sobrepasan los mil años de edad se comportarían como adultos?

Zarek le propinó un codazo en el estómago.

—¡Vaya! —exclamó el griego, mirando a Aquerón—. Un espasmo involuntario.

Ash maldijo por lo bajo.

—Te juro por los dioses que si no te comportas, con daimons o no, Z, te enviaré a la Antártida y dejaré que te pudras allí.

—¡Oooh! —exclamó Zarek con hastío—. Estoy muerto de miedo. Los pingüinos asesinos y las focas peludas son aterradores de verdad.

El atlante lanzó un gruñido en señal de advertencia.

Talon sintió compasión por su frustrado líder. Conocía las razones por las que Ash los había convocado a los tres allí. Aquerón quería saber qué podía suceder si se cruzaban mientras hacían su trabajo. Era mejor comprobar cuánta hostilidad había entre ellos y estar presente para controlarla que arriesgarse a que tuviera lugar un encuentro fortuito en el que Zarek pudiera partirle la cara a Valerio sin nadie que los separara.

Tras esa reunión sabría con exactitud a lo que se enfrentaba y la distancia necesaria que tendría que poner entre ambos Cazadores. Talon no podía más que quitarse el sombrero ante la inteligencia de Ash. Tal vez su aspecto fuera el de un muchacho, pero sus poderes, su sabiduría y su habilidad para manejar a los Cazadores más peligrosos que estaban bajo su mando eran los de un anciano.

La mirada del atlante se detuvo un instante en cada uno de ellos.

—Si lográis controlaros un poco durante cinco minutos, nos dividiremos la ciudad. Puesto que soy el único capaz de encargarse de los cementerios, me los quedo. Valerio, te quiero en el Garden District y en la zona comercial; Zarek y Talon patrullarán el Barrio Francés. El mismo día del Mardi Gras nos encontraremos en Vieux Carré no más tarde de las nueve. —Miró a Nick para darle sus instrucciones—. Estás en alerta. Quiero que estés preparado para actuar de inmediato en el caso de que uno de nosotros cayera.

—Solo hay un problemilla.

—¿Cuál?

Nick señaló a Valerio con la cabeza.

—Si es él quien cae, me lavo las manos.

Zarek sonrió.

—Ya sabía yo que el chico me caía bien por algo.

Nick lo miró con incredulidad.

—Nick —replicó Aquerón con voz amenazadora—, estás obligado a ayudar a todos los Cazadores. Valerio es exactamente igual que Talon, Zarek o yo mismo.

—Ya sé que hice un juramento, pero lo hice para proteger a Kirian de Tracia. Y el infierno se congelará como el iglú de Papá Noel el día que yo levante un dedo para ayudar al hombre que lo torturó y lo crucificó.

Los ojos de Valerio lanzaban chispas.

—Fue su abuelo, no él.

Nick señaló al romano con un dedo.

—Él también estaba allí mirando y no hizo nada para detenerlo. Me niego a prestar ayuda a alguien capaz de algo así. —Miró de nuevo a Ash—. Os cubriré al psicópata asesino, a Talon y a ti; a él no.

—¿Psicópata asesino? —repitió Zarek—. Mmm, me gusta…

Ash pasó de Zarek.

—Nick…

—No pasa nada, griego —lo interrumpió Valerio—. Prefiero morir a dejar que este plebeyo me ayude.

—Pues ya somos tres los que opinamos igual —comentó Zarek—. Yo también prefiero que muera. Que levanten la mano los que quieran que este gilipollas se vaya de la isla.

Talon contuvo las ganas de reír y se preguntó cuánto más podría aguantar Aquerón antes de convertir a Zarek y a Valerio en aperitivos de Cazador Oscuro. Quizá debería decirle a Nick que tuviera preparado un recogedor, por si acaso… Dada la expresión que tenía Ash, estaba claro que no faltaba mucho.

—Muy bien —le dijo Aquerón a Nick—. Llama a Eric St. James y dile que haga de Lapa para Valerio en caso de que lo necesite.

Nick asintió con la cabeza.

—¿Le digo que cubra también a Zarek? Yo todavía tengo clases.

Antes de que el atlante pudiera contestar, Valerio dijo con manifiesto desprecio:

—Ni trabajaré junto a un esclavo como si fuera mi igual, ni compartiré un sirviente con él.

Zarek respiró con fuerza por la nariz.

—Créeme, niñato, no somos iguales. Estás tan por debajo de mí que preferiría sentarme encima de una mierda a dejar que tú me limpiaras el culo.

Talon agarró a Valerio para evitar que se abalanzara sobre Zarek e intercambió una mirada con Aquerón.

—Esto va a ser divertido, ¿no te parece? Separarlos a todas horas mientras luchamos contra los daimons… ¿Por qué no nos olvidamos de todo y nos encerramos en casita hasta que el Mardi Gras acabe?

Y lo peor de todo era que si Kirian descubría que Valerio estaba en la ciudad, el ataque de Zarek parecería un abrazo cariñoso al lado de lo que él le haría. Y puesto que Kirian ya no era un Cazador Oscuro, sus poderes no se verían afectados por la restricción de Artemisa y tendría libertad para matar al romano.

Aquerón dejó escapar un suspiro de exasperación.

—Casi estoy de acuerdo contigo. —Miró a Valerio antes de añadir—: Ve a patrullar tu zona.

El Cazador hizo un irónico saludo militar romano, dio media vuelta y se marchó.

El ambiente entre ellos se aligeró un tanto. Joder, Zarek hasta parecía… soportable. Buena parte de la tensión había abandonado su cuerpo.

—¿Quieres que me quede con Kirian y contigo o que me vaya con Nick? —preguntó Zarek.

Ash guardó silencio mientras sacaba una llave del bolsillo de su cazadora.

—Hemos pensado que es mejor que tengas un alojamiento propio. Le dije a Nick que te alquilara una casa en la ciudad, en Dauphin Street. Está todo preparado; las ventanas están pintadas de negro y cubiertas para evitar la luz del día.

El rostro de Zarek volvió a adquirir una expresión pétrea y sus ojos resplandecieron por la furia. El hombre parecía enfadado por algún motivo cuando le arrebató las llaves a Ash y dio media vuelta.

—Que Nick te acompañe —dijo Aquerón.

—No necesito que nadie me acompañe —masculló Zarek—. Ya encontraré el puto sitio yo solo.

En cuanto Zarek se hubo alejado, Nick hizo una mueca.

—Ya lo sé —le dijo a Ash—. «Nick, ve detrás del psicópata asesino y muéstrale dónde está su casa». ¿Puedo señalar que todo esto se merece un plus de peligrosidad?

Aquerón enarcó una ceja.

—¿Puedo señalar que quedarte aquí conmigo es mucho más peligroso para tu salud?

Nick fingió sorprenderse.

—Pero bueno, ¿todavía estoy aquí? Ay, perdona, creí que me había marchado hace ya diez minutos.

Y salió corriendo en pos de Zarek.

Cuando se quedaron solos, Talon se pasó una mano por el pelo.

—Hay noches en las que es mejor quedarse en la cama, ¿verdad?

—Y que lo digas. —Aquerón exhaló un largo y profundo suspiro, como si de ese modo pudiera expulsar toda la tensión acumulada en el cuerpo.

—Dime una cosa, T-Rex, ¿qué le has hecho a Artemisa para que te haya cargado con semejante marrón?

Ash no contestó, como era de esperar. Hasta donde Talon sabía, jamás había dado a conocer nada personal sobre sí mismo ni sobre la naturaleza exacta de la relación que lo unía a la diosa.

—Demos un paseo, Talon.

Aunque no le pareció muy buena idea, Talon lo siguió.

El atlante permaneció en silencio hasta que salieron de Pedestrian Mall y se internaron en Pirate’s Alley, en dirección a Royal Street.

Se detuvo al lado de la Catedral de San Luis, a la altura de un pequeño jardín adyacente al edificio. Talon miró nervioso a su alrededor. Los Cazadores Oscuros no se sentían muy cómodos cerca de los lugares sagrados. Puesto que carecían de alma, aquellas almas que se habían quedado sin un cuerpo donde morar tendían a buscar su hogar en ellos. Un Cazador Oscuro fuerte podía mantenerlas a raya, pero solo Aquerón era del todo inmune a la posesión.

Esa era la razón principal por la que todos los Cazadores residían en casas recién construidas y por la que Nick había acompañado a un médium hasta la casa alquilada de Zarek con el fin de asegurarse de que no había fantasmas en la residencia. Un Cazador Oscuro poseído era algo aterrador…

—Háblame de la mujer con la que has pasado el día.

Talon se quedó perplejo. Los poderes de Ash siempre conseguían sorprenderlo.

—En realidad no hay mucho que contar.

—No me mientas, Talon. Sunshine aún está contigo. La siento. Está en tu mente y en tu sangre.

Desde luego, ese hombre era de lo más espeluznante.

—Mira, tengo muy claro cuáles son mis deberes. Hice un juramento a Artemisa y no estoy buscando el modo de romperlo.

—No es eso lo que me preocupa.

—Entonces ¿qué es? —preguntó Talon.

—¿Recuerdas lo que te dije la noche que te vengaste de los miembros de tu clan?

—«Todo tiene un precio.»

—Exacto. Llevas a esa mujer en la sangre, hermanito. Si no la destierras de tus pensamientos, acabará por sacar a la superficie todas esas emociones que te enseñé a enterrar.

—¿Tan malo sería?

Ash se quitó las gafas de sol y esos resplandecientes ojos, infinitos y eternos, lo observaron con seriedad.

—Sí, mucho. Eres el único Cazador Oscuro en el que puedo confiar porque sé que siempre conservarás la cabeza fría. Necesito que estés totalmente concentrado; sobre todo cuando tenemos el día nacional de los daimons a la vuelta de la esquina y a dos Cazadores que se odian a muerte en la misma ciudad. Las emociones son clave para tus poderes, Talon. Si pierdes el control sobre ellas, perderás tu inmortalidad; y no quiero verte muerto porque seas incapaz de ponerle freno a tu libido.

—No te preocupes. Lo tengo todo bajo control.

—Bien. Pues asegúrate de seguir así; porque si no lo haces, tú mismo firmarás tu sentencia de muerte.